“Así será mi palabra, que sale de mi boca:
no volverá a mí vacía”
Continuamos en este tiempo ordinario
escuchando el evangelio según San Mateo. Hoy Jesús comienza a enseñarnos por
medio de parábolas, y volveremos a escuchar este modo de hablar el próximo
domingo. Jesús emplea ejemplos de la vida cotidiana, historias que les son
cercanas a la gente sencilla a la que se dirige para que puedan entenderle.
Pero el tipo de realidad de la que habla
Jesús (el Reinado de Dios) exige, además, de esta clase de lenguaje simbólico.
Son imágenes sencillas, conocidas por todos, pero no tienen por objeto la mera
transmisión de información. Las parábolas tratan de ir más allá: conducen al
oyente a la reflexión y, de este modo, le transforman.
A cualquiera que escucha la parábola del
sembrador rápidamente le llama la atención lo siguiente: ¿por qué esparcía de
manera tan atolondrada la semilla aquel labriego? Por eso conviene conocer bien
el contexto para no caer en interpretaciones alegóricas cargadas de prejuicios.
Resulta que en Palestina lo habitual es primero sembrar para después arar. Esta
es la razón por la que se nos presenta un campo asilvestrado como receptor de
la semilla.
La parábola del sembrador sigue siendo
para nosotros hoy la invitación de Jesús a vivir como él, movidos por su mismo
Espíritu: con esperanza, fiándose de Dios y no de las apariencias, y con
fidelidad, haciendo frente a las adversidades.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
“Realmente sería maravilloso que ello
ocurriera. Dios se viene dirigiendo a nosotros, los seres humanos, a fin de que
hagamos justicia sobre la faz de la tierra, que nos tratemos con misericordia,
como él nos trata a nosotros, que busquemos el bienestar para cada una de sus
criaturas”.
Lectura
del libro de Isaías 55, 10-11
Así habla el Señor: “Así como la lluvia
y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra,
sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y
el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no
vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión
que yo le encomendé”.
Palabra de Dios.
Salmo
64, 10-14
R.
La semilla cayó en tierra fértil y dio fruto.
Visitas la tierra, la haces fértil y la
colmas de riquezas; los canales de Dios desbordan de agua, y así preparas sus
trigales. R.
Riegas los surcos de la tierra,
emparejas sus terrones; la ablandas con aguaceros y bendices sus brotes. R.
Tú coronas el año con tus bienes, y a tu
paso rebosa la abundancia; rebosan los pastos del desierto y las colinas se
ciñen de alegría. R.
Visitas la tierra, la haces fértil. Las
praderas se cubren de rebaños y los valles se revisten de trigo: todos ellos
aclaman y cantan. R.
II
LECTURA
El
cristiano sabe que el dolor es parte de la vida. No es un castigo ni una
prueba. Es signo de nuestra limitación y condición. En este camino, en el que
se unen el sufrimiento y el amor, Dios nos acompaña, nos sostiene y nos espera.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 8, 18-23
Hermanos: Yo considero que los
sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que
se revelará en nosotros. En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta
revelación de los hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la vanidad, no
voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una
esperanza. Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la
corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de
parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del
Espíritu, gemimos interiormente anhelando la plena realización de nuestra
filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo.
Palabra de Dios.
ALELUYA
Aleluya. La semilla es la palabra de
Dios, el sembrador es Cristo; el que lo encuentra permanece para siempre.
Aleluya.
EVANGELIO
El
sembrador de la parábola es tan generoso como descuidado. Desparrama sus
semillas por todos lados, esperando que cada lugar donde caiga la reciba y la
haga crecer. A semejanza de esta parábola, Dios siembra su Palabra donde
quiere, confiando, esperando, deseando, que germine entre sus hijos y crezca.
+ Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 13, 1-23
Jesús salió de la casa y se sentó a
orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió
subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la
costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía:
“El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al
borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno
pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra
era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz,
se secaron. Otras cayeron entre espinas, y éstas, al crecer, las ahogaron.
Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras
treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!”. Los discípulos se acercaron y le
dijeron: “¿Por qué les hablas por medio de parábolas?”. Él les respondió: “A
ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero
a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en
abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les
hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni
entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: ‘Por más
que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón
de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus
ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no
comprenda, y no se conviertan, y yo no los sane’. Felices, en cambio, los ojos
de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos
profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que
ustedes oyen, y no lo oyeron. Escuchen, entonces, lo que significa la parábola
del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene
el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que
recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso
es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría,
pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una
tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El
que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero
las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no
puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha
la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya
treinta por uno”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
La
Palabra de Dios como lluvia o nieve
El autor del denominado deuteroisaías
-que continúa la tradición del profeta adaptándola a la situación de exilio en
Babilonia que padecen los israelitas a partir del siglo VI a. C- cierra su
escrito con una llamada a la esperanza: el sufrimiento presente se verá
transformado en alegría perpetua futura (Is 55, 12-13). Esta es la voluntad, el
encargo que Dios realizará por medio de su Palabra, al que se refiere el texto
de Isaías que hoy.
¿Cómo actúa la Palabra de Dios para
llevar a cabo esta transformación? La comparación simbólica de su acción es con
la lluvia y la nieve que sale del cielo y al cielo retorna “después de empapar
la tierra, de fecundarla y hacerla germinar”. “La acequia de Dios va llena de
agua, (…) riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja
mullidos, bendices sus brotes”, dice también el Salmo. Todas estas imágenes
tomadas del campo resultan de una enorme plasticidad, dando la sensación al
escucharlas de que casi podemos sentir bajo nuestros pies esa tierra mullida
por la humedad.
La mayoría de nosotros vivimos
actualmente muy alejados del mundo rural y de todo lo relacionado con el
cultivo del campo. Para comprender la comparación simbólica que hace la
Escritura, debemos ponernos en el lugar de un campesino o un labriego que no
cuenta con la tecnología necesaria para asegurar el riego de sus cosechas. La
lluvia o la nieve se esperan y se reciben como un don. En ocasiones se pueden
leer signos en la naturaleza que nos permiten adivinar su presencia próxima, en
otros momentos su ausencia o aparición nos coge desprevenidos, en contra de
nuestras expectativas. Así, el ritmo de la acción de Dios no es la eficiencia,
sino la fecundidad.
La virtud que nos llama a cultivar esta
imagen de Isaías es la de la esperanza vivida como confianza paciente. Todas
nuestras acciones y compromisos han de estar integrados en este horizonte: nos
corresponde a nosotros sembrar, pero queda en manos de Dios todo lo demás (Sal
126, 1; Lc 17, 10). Nuestras sociedades de hoy están marcadas por un alto grado
de tecnificación que busca al máximo reducir la espera entre el deseo y su
satisfacción y aumentar nuestra autosuficiencia individual para no tener que
depender de nadie. Los teléfonos móviles que todos usamos son la metáfora perfecta de ello.
Inmediatez, eficacia y autonomía son valores muy importantes para determinadas
facetas de nuestra vida, pero si se convierten en los principios rectores de
toda nuestra existencia nos deshumanizamos.
La
esperanza de los Hijos de Dios
En su Carta a los Romanos, San Pablo nos
recuerda que la plenitud que esperamos ya ha comenzado porque “poseemos las
primicias del Espíritu”. Existe una tensión escatológica entre un presente
redimido en el que aún pervive el mal y un futuro realizado en plenitud, pero
no se trata de una oposición entre contrarios, como plantea la apocalíptica
judía de la época. El futuro se ha hecho presente por medio de Jesucristo, toda
la creación ha sido redimida por Él, y en Él se ha realizado la unión amorosa
entre Dios y el ser humano: por el Hijo encarnado hemos sido hechos hijos por
adopción (Rm 8, 15).
San Pablo es un gran maestro de
esperanza. Él mismo tuvo que aprender a ser paciente. En un primer momento,
junto con la primera comunidad cristiana, esperaba la inminente transformación
definitiva de esta realidad en el mundo nuevo esperado. Esta es la razón por la
cual no mostró mucho interés por los asuntos cotidianos. Pero el tiempo de la
presencia y la acción del Espíritu Santo -el tiempo de la Iglesia- se reveló más
dilatado de lo que los primeros cristianos, todo ellos de mentalidad judía,
pensaban.
La aceptación de la demora de la parusía
no es una lección aprendida del judaísmo (tal y como les echarían en cara a los
cristianos), sino todo lo contrario, supone un abandono definitivo del esquema
religioso judío: el Reino de Dios ya es una realidad aunque no se haya
implantado definitivamente. No hay que esperar una transformación del mundo por
parte de Dios al margen del ser humano porque la acción de Dios respeta nuestra
libertad (tal y como muestra la parábola del Evangelio de hoy), y esta es una
de las razones que explican por qué, aunque el Reino de Dios ya ha comenzado,
el mal sigue estando presente. La historia de la humanidad es más amplia de lo
que pensaron los primeros cristianos y la paciencia de Dios para hacer
plenamente presente su Reino contando con la libre colaboración del ser humano
es también inconmensurable.
La esperanza cristiana es
cualitativamente distinta, en este sentido, de la esperanza judía. La imagen de
un Dios que llama a la puerta de los corazones de los hombres y les pide su
libre adhesión para poder entrar en sus vidas es una imagen que incluso a los
propios cristianos nos cuesta aceptar. La fragilidad del Dios crucificado es un
escándalo para los judíos y una necedad para los paganos, tal y como advirtió
el propio San Pablo (1 Cor 1, 23).
La
parábola del sembrador
¿Por qué nos habla Jesús en parábolas?
El modo de enseñar de Jesús es original, diferente al de los maestros de la
Ley. Él habla con autoridad (Mc 1, 22), no cita a otros maestros e incluso
modifica la Torá para perfeccionarla (Mt 5, 21 ss.). El centro de su
predicación es el Reino de Dios y de él hablará no por medio de discursos
teóricos o conceptuales (porque esa clase de discurso no permite hablar de
realidades como esa), sino a través de ejemplos, metáforas, comparaciones,
alegorías… siempre unidos a acciones concretas: curaciones, sentarse a comer
con pecadores, perdonar los pecados, gestos proféticos… Palabra y obra van de
la mano.
La conocida parábola del sembrador la
encontramos también en Marcos (Mc 4, 1-9) y Lucas (Lc 8, 4-8). Y al igual que
ellos, Mateo explica el motivo de que Jesús hable a la gente en parábolas y la
interpretación alegórica de la parábola del sembrador que probablemente hizo la
primera comunidad.
En cuanto al motivo que dan los
evangelios por el que Jesús predica en parábolas, no corresponde ahora
detenerse en ello. Conviene tan sólo dar una breve explicación de la extraña
justificación que aducen: el embotamiento u obstinación que se menciona en
Isaías (de hecho los tres citan Is 6, 9-10). ¿Acaso Jesús pretende con sus
parábolas ocultar el misterio del Reino de Dios o confundir a aquellos a
quienes se dirige? Ciertamente no. La causa de su ignorancia no está del lado
de las parábolas, al contrario, se debe a su obstinación. No puede comprender
la predicación de Jesús quien no acepta la necesidad de la misericordia de Dios
y se convierte.
¿Qué es lo que quiere simbolizar Jesús a
través de esta parábola? Los especialistas distinguen dos posibles sentidos en
la parábola del sembrador. En primer lugar, estaría el motivo originario que
probablemente llevó a Jesús a contar esta parábola: responder a las dudas
acerca del éxito de su propia predicación. El trabajo del sembrador muchas
veces puede parecer inútil por los obstáculos que se enumeran en la narración,
pero esta sería una valoración superficial de su esfuerzo. El sembrador sabe
que es “poco” lo que no dará fruto mientras que “el resto -es decir, la
mayoría- cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros,
treinta”. Las cantidades mencionadas son exageradas, recurso retórico habitual
para indicar sobreabundancia.
Como otras parábolas de contraste (el
grano de mostaza o la levadura), la parábola del sembrador es una invitación a
confiar en la acción de Dios y no dejarse desanimar por las apariencias. Una
invitación, como hemos venido viendo en las lecturas precedentes, a la
esperanza. Jesús, como el sembrador, está lleno de alegría y de confianza
porque sabe que, a pesar de que su trabajo pueda parecer inútil a los ojos de
los hombres, al final Dios hará aparecer de unos comienzos humildes una cosecha
magnífica.
En segundo lugar, está la interpretación
que algún tiempo después haría la primera comunidad. El eje de la
interpretación se desplaza de la irrupción del Reino de Dios (simbolizada, como
en otras parábolas, con la cosecha) a la vida de los primeros cristianos, a los
ya convertidos (simbolizada en las cuatro maneras de acoger la semilla=Palabra
de Dios). En este caso, podemos extraer como enseñanza una exhortación al
cuidado del don recibido, es nuestra responsabilidad porque seguimos siendo
libres. ¿Queremos acoger a Jesús en nuestra vida y hacemos por ello o nos
dejamos llevar por el viento cuando sopla en contra?
ESTUDIO BÍBLICO.
Iª
Lectura: Isaías (55,10-11): La palabra profética, transforma la historia humana
I.1. El libro de Isaías, o mejor dicho,
el Deuteroisaías (40-55), termina con un capítulo de altos contenidos
teológicos que podemos interpretarlo como «la fuerza de la palabra de Dios que
cambia la historia», que hace historia, que no se limita a los ámbitos
espirituales, aunque estos son su ser natural. Efectivamente, el texto de la Iª
Lectura de hoy forma parte de ese capítulo del que hablamos; sus imágenes, los
símbolos que se usan, ponen de manifiesto esta teología sobre la fuerza de la
palabra profética como Palabra de Dios. Lo que se quiere poner de manifiesto es
la dimensión creadora y transformadora de la Palabra de Dios.
I.2. Sabemos que los profetas de Israel
y Judá han marcado la religiosidad de su época y por eso su mensaje sigue
siendo para nosotros un mensaje de alternativa. La Palabra de Dios que viene
sobre el pueblo desencadena juicio y salvación a la vez. En el texto de hoy nos
encontramos con la singularidad de que la Palabra de Dios, como la lluvia y la
nieve, no vuelven a lo alto de vacío; así sucede con la Palabra de Dios que se
hace presente por medio de sus profetas. Los corazones, es decir, las personas,
reciben lluvia y nieve espirituales de la palabra de los profetas que
interpretan la voluntad de Dios en la historia personal y comunitaria.
I.3. Eso no quiere decir que todos los
acontecimientos de la historia están desencadenados por la Palabra de Dios, y
en eso deberemos tener cuidado para no caer en fundamentalismos; pero la
Palabra divina salva, anima, consuela, juzga las injusticias y a los poderosos.
Esa palabra llega de muchas formas y maneras por medio de los que han puesto su
confianza en Dios. Y desde esa confianza y energía, Dios actúa en la historia.
Por eso, el compromiso de los que cuentan con Dios en sus vidas no debe
reducirse al ámbito personal-espiritual. El mundo, la sociedad, las
instituciones de justicia y de altas decisiones no deberían hacer oídos sordos
a los "profetas" de salvación y de gracia.
IIª
Lectura: Romanos (8,18-23): Una ecología teológica
II.1. La IIª Lectura nos muestra unos de
esos textos que podemos llamar actualmente «ecológicos». Sabemos que la
ecología está siendo campo de batalla de numerosas ideologías contrapuestas y
contradictorias. Pablo, con el lenguaje de la apocalíptica, al que era tan
cercano como buen judío, nos presenta la suerte del mundo, de la creación,
unida estrechamente a la suerte de los hombres y de su redención. No es un
texto negativo, como a veces le han reprochado. Ya Teilhard de Chardin había
hecho una lectura muy positiva, no solamente válida, con su “himno a la
materia”, en la línea de la esperanza de redención de todo el universo. Este
mundo de la creación no puede estar llamado a lo obsoleto. San Pablo está
usando el término ktisis, que viene a significar la creación, la materia como
misterio en el que subsistimos en este mundo.
II.2. La verdad es que, en este mundo,
la obra de Dios es para el hombre, está en sus manos, pero ¿qué estamos
haciendo de este mundo nuestro? La creación también tiene que consumarse en la
liberación; lo que ha formado parte de nuestra historia, de nuestro ser, anhela
gracia y salvación. Es verdad que para los que conciben el mundo y la creación
solamente como «naturaleza», esto es un antropomorfismo; pero, en todo caso, en
nuestra redención personal y comunitaria, el mundo, el arte, la música, el cielo,
la tierra, el sol... todo adquirirá sentido, todo es anhelo de dolores de parto
para vivir en una armonía que está verdaderamente en las manos de Dios.
II.3. Es muy probable que detrás de este
texto exista una reflexión teológica del mismo judaísmo sobre Gn 3 y las
consecuencias del pecado de la humanidad, del hombre creado a imagen y
semejanza de Dios y las consecuencias para el mundo. Pablo quiere hacer una
lectura nueva desde Cristo. El pecado de la humanidad no queda solamente en el
ámbito de lo interior, sino que lo exterior, la naturaleza, se resiente si el
hombre no sabe llevar a cabo la misión que Dios le ha encomendado. Porque la
humanidad está llamada a un estado de paz con la naturaleza, pero cuando la
humanidad se aleja del proyecto divino de justicia, de armonía, de paz,
entonces, las guerras o la acumulación de bienes de unos pocos se refleja en la
misma naturaleza. La creación, no lo olvidemos, está ligada al destino del
hombre. Ahí está la fuerza argumentativa de la verdadera ecología teológica.
Evangelio:
Mateo (13,1-23): La Palabra de Dios, semilla que engendra
III.1. La parábola del sembrador y su
explicación abre estos domingos de lectura continua en los que se nos van a
presentar distintas parábolas, que Mateo concentra precisamente en el c. 13.
Podemos decir también que esta es una parábola ecológica, por sus símbolos. La
semilla que cae en distintas tierras, que después se compara con distintas
actitudes, debe ser la Palabra de Dios que conduce nuestra historia, que crea
una relación hermosa y llena de sentido.
III.2. Cuando la historia no se
contempla desde el horizonte de la Palabra de Dios, entonces todo se resiste a
la armonía, a la fraternidad, a la paz, e incluso a la calidad de vida digna
para todos. En todo caso, Jesús, con su parábola -ya que la explicación
probablemente procede de la iglesia primitiva que era más timorata-, intentaba
decir que, pase lo que pase, la Palabra de Dios siempre produce fruto; basta
acogerla desde nuestras posibilidades. Unas veces producirá más y otras menos,
pero siempre será luz de nuestra vida. Porque en esto de la luz, de la gracia y
de la salvación, la cantidad no cuenta de verdad.
III.3. Es muy probable que haya sido la
iglesia posterior y su moralismo excesivo, la que se haya propuesto acentuar
eso de la cantidad como un perfeccionamiento anhelado, y así se refleja en la
explicación de la parábola, donde ya todo se centra en el campo que acoge, no
en la semilla. Sin embargo, el profeta de Nazaret era menos perfeccionista y
quería trasmitir una confianza inaudita en la fuerza de Dios que nos llega por
la palabra profética y por la parábola profética del sembrador. El sembrador
sabe que no todo lo que siembra se recoge al final, sino que siendo más
realista confía "en conjunto" en la semilla que esparce, es decir, en
la palabra que ilumina y que salva.
III.4. Cuando alguien solamente ha
podido entregar el 20, o el 60 de su vida (incluso el 30 y el 40), Dios no lo
desprecia, sino que lo tiene muy en cuenta. Su amor a los hombres y mujeres que
viven en este mundo no le hace despreciar lo que su amor engendra, aunque sea
una mínima parte de lo que debería haber sido. Porque para Jesús, en este caso,
se trataba de poner de manifiesto la fuerza de la semilla, de la palabra, del
evangelio de vida. Porque sin esa semilla, sin esa palabra de gracia y de
buenas noticias, no hay manera de que los seres humanos se puedan fiar de Dios
y serle fieles. Jesús está sembrado, en esta parábola “el evangelio” frente a
le Ley (la Torá). Con el evangelio se entiende que la semilla es gracia; con la
ley, lo que vale es la ”producción” en cantidades semejantes a la inversión. (Fray
Miguel de Burgos Núñez , O. P.).
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