“Dios
mandó a su Hijo para que el mundo se salve por él”
El misterio más insondable y peculiar de
la fe cristiana, es lo primero que confesamos cuando nos acercamos a nuestra
fe. Lo primero de carácter religioso que hemos aprendido en nuestra infancia ha
sido santiguarnos “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Puede parecer que es empezar la catequesis de nuestra fe por el final, como
enseñar como primera lección el tema más difícil de la asignatura, la que exige
un proceso más largo para llegar hasta ella. Ese proceso es de la Liturgia: en
su catequesis a través del año litúrgico, se nos ha ido presentado a Jesús, su
vida, pasión, resurrección, su mensaje. A ese mensaje y la comprensión de su
vida se debe la fe en la Trinidad. Jesús habla del Padre y del Espíritu, el
domingo pasado ha sido el domingo del Espíritu Santo. Con ello se nos juzga
preparados para hablarnos de la Trinidad, para desvelarnos el misterio íntimo
del ser de Dios.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Moisés
se encuentra profundamente con lo sagrado de Dios, y no con “lo que han dicho
de él”, formulaciones teológicas o leyendas. Se ha encontrado con el Misterio
más desnudo. Y, ante esto, solo puede inclinarse y orar.
Lectura
del libro del Éxodo 34, 4b-6. 8-9
En aquellos días, Moisés subió a la
montaña del Sinaí, como el Señor se lo había ordenado, llevando las dos tablas
en sus manos. El Señor descendió en la nube, y permaneció allí, junto a él.
Moisés invocó el nombre del Señor. El Señor pasó delante de él y exclamó: “El
Señor es un Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarse, y pródigo en amor
y fidelidad”. Moisés cayó de rodillas y se postró, diciendo: “Si realmente me
has brindado tu amistad, dígnate, Señor, ir en medio de nosotros. Es verdad que
éste es un pueblo obstinado, pero perdona nuestra culpa y nuestro pecado, y
conviértenos en tu herencia”.
Palabra de Dios.
(Sal)
Dn 3, 52-56
R.
A ti, eternamente, gloria y honor.
Bendito seas, Señor, Dios de nuestros
padres, alabado y exaltado eternamente. Bendito sea tu santo y glorioso Nombre,
alabado y exaltado eternamente. R.
Bendito seas en el Templo de tu santa
gloria, aclamado y glorificado eternamente por encima de todo. Bendito seas en
el trono de tu Reino, aclamado por encima de todo y exaltado eternamente. R.
Bendito seas Tú, que sondeas los abismos
y te sientas sobre los querubines, alabado y exaltado eternamente por encima de
todo. Bendito seas en el firmamento del cielo, aclamado y glorificado
eternamente. R.
II
LECTURA
San
Pablo insiste en que los cristianos vivamos una vida de paz, comunión y amor.
No se podría vivir de otro modo estando unidos a Jesús.
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 13, 11-13
Hermanos: Alégrense, trabajen para
alcanzar la perfección, anímense unos a otros, vivan en armonía y en paz. Y
entonces, el Dios del amor y de la paz permanecerá con ustedes. Salúdense
mutuamente con el beso santo. Todos los hermanos les envían saludos. La gracia
del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo
permanezcan con todos ustedes.
Palabra de Dios.
ALELUYA cf. Apoc 1, 8
Aleluya. Gloria al Padre, y al Hijo, y
al Espíritu Santo, al Dios que es, que era y que viene. Aleluya.
EVANGELIO
“Aquí
tenemos la tercera lectura de hoy, el evangelio, en que el mismo Cristo nos
está diciendo la gran revelación: ‘Tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Hijo, para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tenga vida
eterna’. Para esto viene el mensajero de la vida eterna, el Hijo único de Dios,
aquel que en su esencia divina ha recibido en calidad de Verbo, de Hijo, toda
la naturaleza eterna de Dios, toda la vida que no tiene fin, la luz de todas
las tinieblas, la solución de todos los problemas, el amor de todas las
desesperanzas, la alegría de todas las tristezas. Quien tiene a este Hijo de
Dios no le falta nada”.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Juan 3, 16-18
Dijo Jesús: “Dios amó tanto al mundo,
que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que
tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino
para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que
no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de
Dios”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
La intimidad comunitaria del Dios
cristiano
Es una de las grandes originalidades,
peculiaridades de la fe cristiana: en el interior de Dios existen unas
relaciones de conocimiento mutuo y de amor mutuo, que son más que relaciones,
son personas, según nuestra manera clásica y antigua de expresarlo: tres personas
y un solo Dios, una única naturaleza divina. Una comunicación personificada de
conocimiento y de amor mutuo, ese es el Dios cristiano, el Dios revelado por
Jesús
La pretensión de esa revelación del ser
íntimo de Dios
¿Qué pretende Jesús al revelarnos,
siempre desde el misterio, el ser del Padre, del Espíritu Santo y de su propio
ser? ¿Simplemente saciar nuestra curiosidad sobre cómo es Dios? ¿Ofrecernos una
simple aproximación cognoscitiva a su ser?
Creo que no es exactamente esto. La
revelación de Dios a lo largo de la historia de la Salvación, y sobre todo con
la presencia de Jesús en nuestra historia pretende que descubramos más bien el
misterio interior de nuestro ser a los ojos de Dios; qué es lo esencial de
nuestra condición humana, la razón de ser de nuestra vida.
El ser humano, hombre y mujer, imagen y
semejanza de Dios
Dios, nos dice el primer libro de la
Sagrada Escritura, el Génesis, ha hecho al ser humano a su “imagen y
semejanza”. Siendo esto así, nos interesa conocer cómo es ese Dios del que
somos imagen y semejanza para saber cómo es el nuestro. A lo largo del Antiguo
Testamento Dios se presenta como único, frente al politeísmo de las religiones
de entonces, y además comprometido amorosamente con su pueblo. Es el Dios de la
promesa a la que siempre es fiel a pesar de la infidelidad de su pueblo. Cuando
la promesa fundamental se realiza, la del Mesías, la del Salvador, Dios
manifiesta la existencia en su seno del Padre, el Hijo, el Espíritu Santo. Es
un único Dios, pero en su ser íntimo hay una dimensión comunitaria, de
conocimiento y de amor mutuos, que se personifican esas tres personas divinas.
A partir de esa revelación, que la hemos
conocido por Jesucristo, los cristianos hemos de entender qué es para nosotros
ser imagen y semejanza de Dios es ser imagen y semejanza de la Trinidad. Somos
semejantes a Dios en la medida en que generamos una vida comunitaria es decir,
de relación de comunicación amorosa entre nosotros. Dicho de otro modo, en la
medida en que el amor de la vida íntima de Dios, del que surge su amor a
nosotros, que determinó que nos entregara a al Hijo, lo hacemos la realidad más
esencial de nuestra vida.
Como conclusión: hemos de vivir al
estilo de la Trinidad divina
El misterio de la Trinidad no es, pues,
un misterio en el que haya que creer simplemente, sino un misterio que nos está
revelando cómo ha de ser nuestro auténtico ser humano; es misterio revelador de
la condición humana, creada a imagen y semejanza de Dios.
Desde esa implicación que el misterio de
la Trinidad ha de tener en nuestro modo de ser y vivir, y en la medida que
respondamos a esa imagen y semejanza del Dios Trinitario, profesamos y
celebramos la Trinidad divina. A ello responde el saludo, tomado de san Pablo,
-segunda lectura- que el sacerdote dirige a la comunidad al comienzo de cada
eucaristía: “La gracia de Nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la
comunión del Espíritu Santo esté con vosotros”.
ESTUDIO BÍBLICO.
El misterio de la Trinidad, cuya
solemnidad celebramos hoy, es como la aparente negación de aquello que los
teólogos medievales afirmaban acerca de la simplicidad de Dios: si Dios es lo
primero de todo, antes que toda la creación, antes que todo ser, antes que toda
vida, antes que todo movimiento, entonces es imposible que sea “compuesto”.
Entonces ¿cómo puede ser o tener tres personas? Pero la esencia de Dios no es
sino su ser; aunque su ser o esencia de “ser” Padre, Hijo y Espíritu.
Confesamos que Dios es uno, pero su esencia es de Padre (este concepto abarca
todo lo que es un padre y una madre, aunque superados); pero también es Hijo,
la esencia de ser un hijo como misterio de generación eterna; y también es por
encima de cualquier cosa amor, se expresa a sí mismo, se dice a sí mismo, como
amor, como Espíritu. Todo ello en Dios es esencial: no puede ser Padre solo; no
puede ser Hijo solo; no puede ser Espíritu solo. La Trinidad, pues, es un
diálogo eterno de relaciones de amor, porque el Hijo procede del Padre y el
Espíritu del Padre y el Hijo. ¡Qué misterio tan insondable! En la solemnidad de
hoy, pues, alabamos este misterio formulado en la tradición teológica con
palabras y símbolos. Pero de esa manera Dios no es un misterio neutral; hablar
de que es Padre, Hijo y Espíritu significa que siente como un padre y una
madre; siente la experiencia de ser Hijo con lo que ello significa en relación
a unos padres y se expresa como Dios amando, y no de otra manera. Esto es lo
más importante de la Trinidad. Las lecturas de la liturgia de hoy acompañan con
un tono cálido a esta solemnidad.
Iª
Lectura: (Éxodo 34,4.-6.8-9): Una teofanía humana de Dios
I.1. Moisés en una experiencia de tonos
místicos,en un amanecer en el monte Sinaí, el monte de Dios, hace una alabanza
de Yahvé, después de que el mismo Dios revelara quién era, cómo era, como sentía
y cómo actuaba. Dios se revela en el amanecer como un Dios tierno, lento a la
cólera y rico en piedad. Es un texto sorprendente, porque quiere dar a entender
que es Dios mismo quien habla, quien revela lo que significa su nombre. A
saber: decir Dios, decir Yahvé, es decir misericordia, clemencia, fidelidad
eterna, que aprueba el bien y castiga el mal del mundo. Entonces cayó Moisés y
pidió para él y para el pueblo lo que se había revelado en el mismo nombre de
Dios.
I.2. El texto tiene mucha carga psicológica,
porque no podíamos esperarnos (¿quizás del Elohista?) una manera tan
determinada y determinante. Se pretende que Moisés sepa con quién habla e
incluso lo que debe sentir. Antes que nada, esta teofanía montada por los
autores sagrados tiene muchas connotaciones de leyenda mística, pero también de
psicología profunda. Dios, en la nube -no podía ser de otra manera en las
apariciones del AT-, “se quedó” allí con Moisés. Un Dios que “se queda”, que
acompaña, a pesar de su grandeza, es un Dios que “siente” cariño e interés por
el personaje. No simplemente va de paso, sino que viene a “visitar”. Se
presenta revelándose él mismo con una invocación que, sin duda, se había
repetido mucho como confesión de fe en Yahvé.
I.3. El Dios de “misericordia y lento a la
ira” es el que todo creyente, el que todo ser humano, quiere encontrarse en su
vida y con el que gusta entablar un diálogo. Las palabras de Dios son una
“captatio benevolentiae” para que el orante no sienta pánico, ni lejanía de
Dios. Este acercamiento, pues, es el que crea la invocación de Moisés por su
parte: acompáñanos, condúcenos por la vida, aunque seamos de dura cerviz. Esta
teofanía “humana” en el monte es de muchos quilates teológico para aquella
teología tan poco evolucionada del AT. No es como la manifestación de Dios,
como Padre, que nos entregará Jesús… pero es el mismo Dios. Ya es mucho decir
que una “teofanía” del AT pueda ser verdaderamente humana. Pero si rastreamos
la Escritura, podemos entender por qué Jesús nos puedo revelar a Dios como
Padre.
IIª
Lectura: (2Cor 13,11-13): Doxología al Dios del amor y de la paz
Esta lectura es, en realidad,la
conclusión de esta carta de Pablo a la comunidad de Corinto. Es una doxología
en la que se pone de manifiesto la actuación dinámica del mismo misterio
trinitario de Dios. Como todo lo que se dice de una persona divina se aplica a
las otras, entonces, la alabanza o doxología desea para la comunidad la gracia,
el amor y la comunión que subsisten en Dios mismo.
Comienza con una exhortación a la alegría
(chairete), lo cual es digno de mención en un texto litúrgico como este. ¿Por
qué? Quizás la razón la encontremos en la definición sustancial de Dios: “el
Dios del amor y de la paz” nos dice Pablo usando, sin duda, una fórmula que se
cantaba en la liturgia de las comunidades. Y si se canta al Dios del amor y de
la paz, entonces Dios debe ser así, tiene que ser así, no puede ser alabado de
otra manera. Es verdad que este texto de la doxología está al final de los cc.
10-13, quizás de los más duros que ha escrito Pablo en reproche a ciertas
actitudes de la comunidad cristiana de Corinto. Aunque es posible que esta
doxología sea de otro momento, ya que 2Cor 10-13 pueden ser de la famosa “carta
de las lágrimas” de Pablo.
Evangelio:
(Juan 3,16-18): De la noche a la luz: Dios da vida en Jesús
III.1. El evangelio de esta fiesta se
toma de Juan y nos propone uno de los elementos más altos de la teología
joánica. En el diálogo que Jesús mantiene con Nicodemo, el rabino judío que
vino de noche para hablar y dialogar a fondo con Jesús, se muestra, con rasgos
insospechados, la razón de la encarnación, el que el “Verbo se hiciera carne”
que resuena desde el aria del prólogo. Es lógico pensar que Jesús de Nazaret y
Nicodemo no hablaran en estos mismos términos, sino en otros más simples y
sencillos. Por tanto, es el evangelio de Juan (sus redactores) quien remonta el
vuelo de la teología y lo expresa con fórmulas de fe inauditas.
III.2. La encarnación del Hijo se
explica por el amor que Dios siempre ha tenido al mundo. Es la consecuencia de
esa fidelidad de generación en generación con que se había expresado la
revelación de Dios a Moisés en el Sinaí. Dios no ha enviado a su Hijo al mundo
para condenarlo, sino para salvarlo; quien cree en él experimenta la verdadera
salvación. Podemos discutir mucho el origen de este texto en la redacción de la
teología joánica, pero no podemos negar su verdadera inspiración teológica.
Esta es una de las cumbres de la “revelación” de Dios en el NT. Dios no ha
venido al mundo para condenar, o para juzgar, sino para “salvar”. Todo lo que
no sea asumir eso como chispazo, es una distorsión teológica de los que no se
fían de Dios o de los que le tienen un miedo desalmado.
III.3. La teología, pues, debe ser una
verdadera terapia espiritual y psicológica para todas las personas que buscan a
Dios… pero que huyen de él si Dios no se acerca, si no “se queda” a nuestro
lado, si no es compasivo y misericordioso. Está en juego la misma libertad del
ser humano –don de Dios, decimos-, para ser o no ser religiosos. Si aceptamos,
pues, la teología del NT, en su diversidad, como fundamento de nuestra fe, esta
lección del evangelio de Juan debe ser de verdadera “iluminación”. El diálogo
entre Jesús y Nicodemo es propicio para inaugurar una búsqueda nueva en el
judaísmo y en cualquier religión que merezca la pena. Incluso desde el
cristianismo debemos repensar lo que este diálogo nos proporciona en la
relación del hombre con Dios.
III.4. “Tener vida” es uno de los
conceptos claves de la teología joánica. Sabemos que se refiere a la vida
espiritual, lo más interior y profundo de ser humano. Es verdad que no se trata
de una vida biológica, ni del quedarse en este mundo, aunque sea
arrastrándonos. Y no sería “religioso” entenderlo de otra manera, ni de confiar
en un ídolo poderoso que nos garantice nuestros caprichos de vida. Pero también
la vida biológica-psicológica está contemplada en esta propuesta de la
encarnación, en el Cur Deus homo? Sencillamente porque la “Trinidad”, más que
un conglomerado sustancial y metafísico de esencia, personas o naturalezas, es
un misterio insondable de dar vida, de amar sin medida, de liberar de angustias
y “pesos” muertos… El Dios de la Biblia, el Dios trinitario -el Padre, el Hijo
y el Espíritu-, nos ha dado la vida, para vivir con Él la vida verdadera, que
nos ha revelado en Jesús y que nos ofrece por su Espíritu. (Fray Miguel de
Burgos Núñez, O. P.).
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