“¿QUIEN
DICEN USTEDES QUE SOY YO?”
Las preguntas y su repercusión en la
vida y en la fe. El Evangelio de hoy nos sitúa ante la fe cristiana,
“dejándonos interpelar” por Jesucristo, y recibiendo la “revelación de Dios”,
como fuente de bienaventuranza. En la Biblia Dios pregunta a las personas; las
personas preguntan a Dios; y el hombre se pregunta: ¿Quién soy yo? ¿Qué sentido
tiene mi vida? ¿Quién es Cristo para mí? Las preguntas son más necesarias aún
que las respuestas. Las preguntas nos mueven, nos despiertan, pero sobre todo
nos comprometen, porque crean una relación personal. Por eso, las preguntas de
Dios y a Dios, nos ayudan a entrar en conversación con El y a dar a la escucha
de su Palabra el valor de sentido para la vida. Como seres humanos, como
creyentes, como pobres y buscadores, necesitamos preguntarnos y dejarnos
preguntar, porque lo que ignoramos es siempre más que lo que sabemos. La
formulación de preguntas es el mejor camino para el encuentro con la verdad...
La pregunta del otro sobre mí, y mi relación con él, es necesaria para la
madurez humana y espiritual. Así ocurre con la pregunta de Jesús hoy: “¿Quien
dice la gente que es el Hijo del Hombre? Y vosotros ¿quien decís que soy yo?,
centra hoy nuestra oración y nuestra reflexión, encontrando en la relación que
supone esa pregunta, infinidad de respuestas a toda nuestra vida.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
“Dar las llaves” implica siempre el
otorgamiento de algún grado de autoridad. En este pasaje profético se nos
indica también cómo debe ser ejercida esa autoridad: “será un padre para los
habitantes de Jerusalén”. Así, toda autoridad deberá tener siempre presente el
carácter servicial de su función.
Lectura
del libro de Isaías 22, 19-23
Así habla el Señor a Sebná, el mayordomo
de palacio: “Yo te derribaré de tu sitial y te destituiré de tu cargo. Y aquel
día, llamaré a mi servidor Eliaquím, hijo de Jilquías; lo vestiré con tu
túnica, lo ceñiré con tu faja, pondré tus poderes en su mano, y él será un
padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá. Pondré sobre sus
hombros la llave de la casa de David: lo que él abra, nadie lo cerrará; lo que
él cierre, nadie lo abrirá. Lo clavaré como una estaca en un sitio firme, y
será un trono de gloria para la casa de su padre.
Palabra de Dios.
Salmo
137, 1-3. 6. 8
R.
Tu amor es eterno, Señor.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
te cantaré en presencia de los ángeles. Me postraré ante tu santo templo y daré
gracias a tu nombre. R.
Daré gracias a tu nombre por tu amor y
tu fidelidad, porque tu promesa ha superado tu renombre. Me respondiste cada
vez que te invoqué y aumentaste la fuerza de mi alma. R.
El Señor está en las alturas, pero se
fija en el humilde y reconoce al orgulloso desde lejos. Tu amor es eterno,
Señor, ¡no abandones la obra de tus manos! R.
II
LECTURA
San
Pablo ha expuesto en su carta la inmensa misericordia de Dios, que abarca a
todos los pueblos, judíos y gentiles. Esta misericordia lo hace alabar a Dios
con gratitud. ¡Tan grande es este misterio de amor que excede lo que nuestra
mente puede alcanzar!
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 11, 33-36
¡Qué profunda y llena de riqueza es la
sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus designios y qué
incomprensibles sus caminos! “¿Quién penetró en el pensamiento del Señor?
¿Quién fue su consejero? ¿Quién le dio algo, para que tenga derecho a ser
retribuido?”. Porque todo viene de él, ha sido hecho por él, y es para él. ¡A
él sea la gloria eternamente! Amén.
Palabra de Dios.
ALELUYA Mt 16, 18
Aleluya. Tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella.
Aleluya.
EVANGELIO
La
fe cristiana se vive en comunidad. Al usar la imagen de la Roca, Jesús quiere
dar a esta comunidad un fundamento sólido y estable, un cimiento firme que
pueda resistir los embates del enemigo. Cuando todos los que formamos la
Iglesia, pastores y pueblo, nos mantenemos unidos profesando nuestra fe en
Jesucristo como el Mesías Vivo, nos animamos unos a otros a vivir plenamente
nuestra fe.
+
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 16, 13-20
Al llegar a la región de Cesarea de
Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Qué dice la gente sobre el Hijo del
hombre? ¿Quién dicen que es?”. Ellos le respondieron: “Unos dicen que es Juan
el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas”. “Y
ustedes”, les preguntó, “¿quién dicen que soy?”. Tomando la palabra, Simón
Pedro respondió: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Y Jesús le dijo:
“Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la
carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no
prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos. Todo lo
que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la
tierra, quedará desatado en el cielo”. Entonces ordenó severamente a sus
discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
La relación y las preguntas
Cada domingo la Palabra de Dios nos
interpela, e invita a preguntarle a Dios, permitiéndonos compartir inquietudes
de fe. Con los demás. Así empieza siempre una relación de fe. La experiencia de
la fe se inicia así, con una relación que conlleva la pregunta personal y
comunitaria sobre Jesucristo. ¿Quien decís vosotros que soy yo? ¿Qué lugar
ocupo en tu vida? ¿Qué dice y expresa vuestra vida de mí? En el Evangelio de
hoy, Jesús nos hace dos preguntas: Una general: “Quien dice la Gente que es el
Hijo de Hombre”. Otra, totalmente personal y comunitaria, que implica la
intimidad y la relación, y que lleva a la confesión de fe: Y vosotros, ¿quién
decís que soy yo? Le pregunta al grupo de los discípulos, pero la respuesta se
da en comunidad. Por esa pregunta y el modo de responder, empieza el proceso y
apertura a la relación de fe con Jesucristo.
Dejarse interpelar por la Persona de
Jesús hoy, es un reto para el cristiano y su comunidad
Jesús sigue vivo y nos interpela en la
lectura orante de su Palabra... Y así, a Jesús lo vamos conociendo, Sólo hay un
camino para ahondar en su misterio: la relación y el seguimiento. Cada uno
hemos de ponernos ante Jesús, y escuchar: ¿Quién soy yo para tú? ¿Qué dice tu
vida de mí? ¿Quién soy yo para vosotros? ¿Cómo me expresan vuestras relaciones?
Una pregunta que no sólo nos cuestiona sobre Jesús, sino también sobre nosotros
mismos. ¿Quién soy yo? ¿En quién creo? ¿Desde donde oriento mi existencia? ¿A
qué se reduce mi fe?
¿Quien decís que soy yo?
Cuando escuchamos esta pregunta, podemos
pensar en fórmulas doctrinales: Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, el
Salvador del mundo, el Redentor de la humanidad. Pero ¿basta pronunciar estas
palabras para convertirnos en seguidores suyos? Podemos responder por
costumbre, por piedad o por disciplina, pero parece que no es ese el sentido de
la pregunta, que invita más bien a examinar la relación con Jesús, Hay
cristianos que, alardean incluso de su ortodoxia, pero no conocen el dinamismo
del Espíritu de Cristo... Por eso, hoy necesitamos responderle con la vida más
que con palabras sublimes, porque la fe no consiste en creer algo, sino creer
en Alguien. Lo decisivo en la fe, es encontrarse con Jesucristo personal y
comunitariamente.
Pedro, modelo de un discípulo creyente
La figura de Pedro es modelo de
creyente, con un papel fundamental en la formación de la Iglesia. Es la imagen
primordial del cristiano, creyente y dubitativo; discípulo de Jesús, pero
también su tentador; el que le confiesa y el que le traiciona. Todo lo cual
lleva a replantear el tipo de relación que establecemos con El. A la primera
pregunta de Jesús responden todos los discípulos. A la segunda sólo responde
Pedro: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16)... Pero en aquí, no
se manifiesta tanto el conocimiento de Pedro, sino la fe de la comunidad: ¡Tú
eres el Hijo de Dios vivo! Una verdadera confesión de fe, que cobra valor con
la palabra de Jesus reconociendo la revelación en la fe, y otorgando a Pedro un
poder por esa misma confesión. Jesús llama bienaventurado a Pedro porque ha
confesado la fe que expresa la realidad del misterio de Dios y de Jesús. La
lectura de Rom 11, 33-36, habla hoy de la revelación como un misterio que nadie
puede conocer por sí mismo. Todo lo hemos recibido de Él. Por eso, la fe no
puede ser el resultado de una investigación humana o de una búsqueda racional,
sino la respuesta a una interpelación de Dios, que siempre tiene la iniciativa
en el proceso de la fe.
Tú eres Pedro y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia
¿Quién es esa piedra? Simón recibe de
Jesús el sobrenombre de piedra, como una función y un encargo de seguridad y consistencia
sobre la que edificar su Iglesia. Se sigue discutiendo si las palabras. “Tú
eres “piedra”, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, se refiere a la
persona de Pedro o a la confesión de fe que Pedro proclama, aunque sea aquí
donde fundamenta la tradición, el Primado y la infalibilidad papal. Pero la
pregunta que nos hacemos es ¿donde está fundamentada la Iglesia, en Pedro o en
Cristo? En Cristo, claro está. (1Cor 3,11, Ef 2,20), y eso es lo que confiesa
Pedro en el evangelio de Mateo. Con esta confesión de fe, Pedro expresa su ser
y su misión, convirtiéndose en prototipo de todos los creyentes. Los seguidores
de Jesus que aceptamos el evangelio tenemos como roca de salvación la confesión
de la fe que hace Pedro. Pero no es la confesión de un hombre solitario y
cargado de responsabilidad personal para atar y desatar, porque tiene las
llaves del reino de los cielos...Es la confesión de una Iglesia a la que él
representa. Porque la salvación de cada uno, no depende de Pedro sino de la
gracia y la misericordia de Dios, revelada en Jesucristo y a quien Pedro
confiesa.
ESTUDIO BÍBLICO.
Iª
Lectura: Isaías (22,19-23): La autoridad de la justicia
I.1. La Iª Lectura se refiere
probablemente a una serie de acontecimientos políticos y de la corte del rey Ezequías,
que tienen conexión, de alguna manera, con el momento en que Senaquerib,
emperador de Asiria, invadió la tierra santa (701 a. C.). Jerusalén estuvo a
punto de caer, pero algo sucedió que impidió la conquista de la ciudad de Sión.
Se han dado distintas opiniones al respecto, siendo la más probable una
rebelión de Babilonia… y esto era más urgente que la caída de Jerusalén. El
profeta Isaías siempre entendió que eso se debía a la acción de Dios que
conduce todos los momentos de la historia. El pueblo, sin embargo, parece que
se lo agradeció más al rey que a Dios. Todo esto se cuenta en 2Re 18-20. El
reino quedó totalmente destruido, aunque Jerusalén no cayera en manos asirias.
I.2. En este oráculo de hoy, bajo el
simbolismo de las llaves, que aparecerá en el evangelio, se quiere mostrar la
actuación de Dios con el secretario Sobná, hombre rico y ambicioso, que se
estaba construyendo un mausoleo que escandaliza al profeta frente a la
situación de tributos, injusticias y pobreza que vive el pueblo. El profeta
anuncia su destitución por Eliaquín, el mayordomo, que debía ser un hombre más
consecuente con la situación posbélica.
I.3. El oráculo lo dice todo: un padre
para el pueblo y en sus manos estarán las llaves del reino de David; era el
hombre de confianza que necesitaba Ezequías en aquellos momentos, quien fue un
rey reformador. Con las llaves se cierra y se abre. Será un administrador de
justicia para un pueblo destrozado, donde los pobres son más pobres y los ricos
más ricos. Esa es la situación que debe cambiar. Quien tiene las llaves, debe
saber que es el administrador de Dios. Y que no tiene derecho a coartar
libertades ni a permitir miserias.
II.ª
Lectura: Romanos (11,33-36): Himno a la Sabiduría
II.1. El c. 11 de Romanos termina con un
maravilloso himno a la sabiduría divina. Viene a cerrar los cc. 9-11, en los
que el apóstol se ha planteado en profundidad el misterio del pueblo de Israel,
su destino, su futuro. Y esto lo hace porque a través de toda la carta ha
venido hablando de un pueblo nuevo, de una comunidad nueva, que no se
fundamenta en otra cosa que en la fe en Jesucristo, quien ha dado su vida por
toda la humanidad. Pero Pablo era judío, su raza no era determinante, pero en
la lectura que hace del Antiguo Testamento lo ve como el pueblo que recibió las
promesas de Dios, con un papel histórico y teológico que no se puede olvidar.
Con este himno, Pablo concluye la parte doctrinal de la carta a los Romanos, y
deja en manos del misterio de Dios, de su divina sabiduría, el destino de su pueblo
por el que siente una cierta fascinación.
II.2. Algunos apuntan a que Rom 11,33-36
sería el himno conclusivo de la parte doctrinal de la carta (Rom 1-11). Pero no
debemos olvidar la famosa y discutida doxología de Rom 16,25-27, también en
forma de himno, que algunos manuscritos desplazan a Rom 14,23 o a Rom 15,33 y
que ha dado lugar a la polémica sobre la autenticidad de Rom 16. ¿Pertenece Rom
16 a la carta dirigida a los Romanos? No es necesario entrar en esa discusión
crítica de manuscritos. Podemos suponer, pues, que piezas como éstas se creaban
o recreaban en las comunidades paulinas, para la liturgia, en las que no falta
cierta influencia del judaísmo helenista. Pablo, por su parte, las aprovecha en
momentos bien señalados para cerrar o rematar ciertas ideas decisivas. Este es
uno de ellos, porque debemos estar de acuerdo que Rom 9-11 es una sección
reflexionada y de largo alcance.
II.3. El himno pone de manifiesto algo
que debemos tener muy presente. Desde luego, es un himno a Dios y nos recuerda mucho
lo que podemos leer en el libro de Job (35,7;41,1-3), es decir, la impotencia
del hombre frente al misterioso designio de la historia que no la podemos
abarcar en profundidad, por muy alto que haya volado la humanidad. Encontrarse
con Dios es “un misterio” y nadie puede exigirle algo, porque nadie le ha dado
nada. Al contrario, todo lo hemos recibido de Él. Y resuena explícitamente la
grandeza de la fidelidad de Dios al hombre, a la humanidad entera, no solamente
a Israel.
II.4. En Rom 9-11 ni Israel ni los
paganos, que ahora forman parte del proyecto salvador, son los verdaderos
protagonistas de las afirmaciones y de los argumentos que se ponen sobre la
mesa. Consideramos que el verdadero protagonista es Dios que quiere salvar a
todos los hombres sin que eso sea faltar a su fidelidad a la alianza con
Israel. Pero su fidelidad salvadora con Israel forma parte de este mismo
proyecto. De ahí que este himno final venga a ponerse en el centro de todo esta
acción salvadora de Dios como una decisión de su sabiduría. Tanto los paganos
como Israel deben admirar la sabiduría divina. Las preguntas sapienciales de
los vv. 34-35, inspiradas en dos textos de la Escritura (Is 40,13; Job 41,3)
son suficientemente elocuentes al respecto. Nadie puede ni debe discutir la
soberana libertad de Dios para salvar a todos los hombres y a Israel. Los
pueblos han sido llamados a la salvación porque Dios lo quiere así. Israel será
salvado, porque Dios así lo ha decidido.
Evangelio:
Mateo (16,13-20): Confesión de fe viva y verdadera
III.1. El evangelio de hoy es uno de los
textos más específicos de la teología de este evangelista. El simbolismo de las
llaves, de atar y desatar, se aplica ahora a Pedro, el apóstol que habría de
negar a Jesús. ¿De dónde nacen estas palabras, cuyo fondo arameo es innegable?
Mc 8,27-29 no contiene las palabras sobre las llaves, lo cual resulta
ciertamente extraño. Mateo nos ofrece una verdadera confesión de fe de Pedro en
sentido pospascual y unas palabras de Jesús otorgándole un poder precisamente por
esa confesión de fe. Por lo tanto, ese poder, en lo que se refiere a la
comunidad de Mateo, tiene que ver con una promesa y función en la Iglesia. Este
es uno de los textos más discutidos en torno al «primado» de Pedro y sus
sucesores.
III.2. El texto de la confesión
mesiánica de Pedro nos ofrece una de las lecturas más discutidas de la exégesis
de Mateo. En su probable fuente, Mc 8,27ss, la confesión es de otro tono y,
además, no están presentes las palabras sobre el “primado”. Es evidente que la
tradición “católica” ha hecho un tipo de lectura que viene marcada por la
sucesión apostólica de Pedro. Es, desde luego, de valor histórico que Simón,
uno de los Doce, recibió el sobrenombre o apodo de Kefa (en arameo; kephas, en
griego) y que sería traducido como Petros en griego, que significa “roca”. El
que haya sido en este momento o en otro todo lo que se explica del sobrenombre
en Mateo, no es relevante históricamente (pudo ser en otro momento cf Jn 1,42;
Mt 4,18; 10,2), pero sí es significativo. Pedro pudo recibir este sobrenombre
del mismo Jesús y haber sido llamado de esa manera durante su ministerio. Se
seguirá discutiendo si las palabras de Jesús sobre la “piedra” se refieren a la
persona de Pedro, o a la confesión que Pedro proclama (no olvidemos que es una
confesión pospascual en toda regla). Pero aquí se funda, en la tradición
católica, el primado y la misma “infalibilidad” papal. Pero ¿de qué valdría la
"infalibilidad" si solamente se tiene en cuenta lo doctrinal?, porque
la doctrina cambia con el tiempo en expresiones y en comprensión. Esta
"vexata quaestio" no debería ser el fondo del texto de Mateo, sino
precisamente la necesidad que tenemos de vivir en la "comunión" de la
fe que nos salva, más que en la afinidad doctrinal. La Iglesia, pues, no se
fundamenta sobre la doctrina, sino sobre la fe de Pedro, que es un misterio de
confianza (emunah) en la palabra de Jesús, quien nos ha revelado la salvación
de Dios. Ni el mismo Pedro sería nada sin la confesión de su fe en Cristo e
Hijo de Dios (con todo lo que ello implica), ni la Iglesia tendría sentido sin
el Cristo e Hijo de Dios confesado por Pedro. Pedro, por ello, no está situado
por encima de la Iglesia, sino que recibe esa misión y lleva a cabo ese
servicio en el seno de la misma comunidad a la que sirve con la confesión de su
fe.
III.3. El texto de Mt 16,13-20 es campo
de batalla entre católicos y protestantes y no lo debemos ignorar. Todavía en
ello debemos tener grandes expectativas ecuménicas, con la esperanza de los
pasos que hemos de dar con las respectivas interpretaciones que corresponden a
las “tradiciones” cristianas de unos y de otros. Los católicos siempre
interpretarán que “piedra” (petra) se refiere a Pedro (petros); los
protestantes afirmarán que petra, por ser femenino, no se refiere a Pedro, sino
a la confesión anterior: “tu eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. ¿Qué nos
está permitido interpretar exegéticamente? La verdad es que las dos cosas son
posibles. Pero hay muchos problemas por medio: ¿es una tradición unitaria? ¿son
dos tradiciones unidas por el redactor de Mateo? Todas estas cosas quedan para
un análisis crítico-literario-exegético de envergadura. En principio, nos
parece más razonable interpretar que “sobre esta roca” ha de referirse a la
confesión que Pedro acaba de pronunciar. Vendría a ser como decir que Simón
recibe un nombre nuevo Petros, porque ha hecho una confesión decisiva y
fundamental sobre la que ha de construirse (petra) la Iglesia.
III.4. Cada evangelista ha redactado la
confesión de Pedro según sus preocupaciones teológicas y eclesiales. Las de
Mateo están bien claras por el conjunto del texto de hoy. El problema, pues,
sería si las palabras laudatorias de Jesús, después de la confesión de Pedro,
son del mismo Jesús o de la Iglesia primitiva. Esto, desde luego, tiene
divididos a los especialistas, aunque es más coherente pensar que la Iglesia
posterior necesitó reivindicar la figura de Pedro como testigo cualificado y
como “primero” entre los Doce. No deberíamos exagerar, como se hace frecuentemente,
sobre los arameismos de las palabras laudatorias de Jesús, como si estas nos
llevaran directamente a las mismas palabras de Jesús. De hecho, otros autores
dan a entender que la construcción griega de estas palabras es más armónica de
lo que parece; que no hay tanto arameismo en las mismas y que estamos ante la
teología de un autor (en este caso Mateo) más que ante una “profecía” del Jesús
histórico. Y eso sin entrar en la discusión, hoy no tan relevante, de si las
palabras del “tu es petrus” son una interpolación posterior como defienden
algunos especialistas.
III.5. Estas palabras, pues, significan
que Pedro ha de ser el defensor de la Iglesia contra todas las asechanzas a las
que está y estará sometida. La pregunta es ¿dónde está fundamentada la Iglesia,
en Pedro o en Cristo? En Cristo, claro está (cf 1Cor 3,11; Ef 2,20), y es eso
lo que confiesa Pedro en el evangelio de Mateo. Por lo mismo, no se puede echar
sobre las espaldas del pescador de Galilea todo el peso de la Iglesia, el nuevo
pueblo de Dios que ha ganado Cristo con su vida, con su entrega y su
resurrección. Y otro tanto habría que decir de los sucesores de Pedro. De la
misma manera, pues, la metáfora de “atar y desatar” se ha de interpretar en
este tenor de defensa de la comunidad, del nuevo pueblo, de la Iglesia. Porque
no debemos olvidar que esa misma metáfora la usará después Mt 18,15-20 para
aplicarla a los responsables de la comunidad ante el pecado de los que son
recalcitrantes y rompen la comunión.
III.6. En definitiva, el texto de Mateo,
la fuerza del “tu es petrus” no debe hacernos olvidar que Pedro fue elegido por
Jesús no para ser Papa, que es una institución posterior, reafirmada con la
“infalibilidad” doctrinal, sino al servicio de la salvación de los hombres;
aunque será inevitable tenerlo en cuenta en la historia de la interpretación
del papado. Pero no podemos echar encima del texto de Mateo más de lo que dice
y de lo que afirma; sin olvidar, además, la Iglesia o comunidad en la que
aparece, una comunidad judeo-cristiana que necesitó de transformaciones muy
radicales en confrontación con el judaísmo tradicional. Desde luego, los
seguidores de Jesús que aceptamos el evangelio tenemos como “roca” de salvación
la confesión de fe que hace Pedro. Pero no es la confesión de un hombre
solitario y cargado de responsabilidad personal para “atar y desatar”, porque
tiene las “llaves” del Reino de los cielos. Es la confesión de una Iglesia a la
que él representa. Porque la salvación de cada uno de los cristianos o de
cualquier hombre o mujer, no dependen de Pedro tampoco, sino de la gracia y la
misericordia de Dios, revelada en Jesucristo, y a quien Pedro confiesa. (Fray
Miguel de Burgos Núñez, O. P.).