“Se
transfiguró en presencia de ellos”
La Fiesta de la Transfiguración del
Señor irrumpe en el Tiempo durante el Año como una invitación a contemplar el
Misterio del Hijo amado. La visión profética de Daniel (cf. Dn 7, 9-10) llega a
su plenitud en la persona de Jesús de Nazaret. Los «testigos oculares de su
grandeza» (cf. 2 Pe 1,16) reconocerán después de la Pascua al «Hijo muy
querido» (cf. Mt 17, 5) como el «Hijo del hombre» (cf. Mt 17, 9), Aquel cuyo
ministerio compasivo es capaz de devolver toda dignidad y belleza al ser
humano.
En los evangelios, el relato de la transfiguración se ubica después de que Jesús anuncia que debe ir a Jerusalén a morir. La transfiguración adquiere así el sentido de ser anticipo de lo que ocurrirá después de su muerte. Jesucristo manifiesta su gloria, la que tendrá para siempre. La fiesta de la Transfiguración se celebra por iniciativa del papa Calixto III, desde 1457.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Quien
relata esta visión tiene una fuerte experiencia de Dios. Intenta explicarla con
nuestras palabras y nuestro modo de comunicación, pero sin dudas es superado
por la misma realidad. No se expresa fácilmente en palabras la experiencia
profunda de Dios.
Lectura
de la profecía de Daniel 7, 9-10. 13-14
Daniel continuó el relato de sus
visiones, diciendo: “Yo estuve mirando hasta que fueron colocados unos tronos y
un Anciano se sentó. Su vestidura era blanca como la nieve y los cabellos de su
cabeza como la lana pura; su trono, llamas de fuego, con ruedas de fuego
ardiente. Un río de fuego brotaba y corría delante de él. Miles de millares lo
servían, y centenares de miles estaban de pie en su presencia. El tribunal se
sentó y fueron abiertos unos libros. Yo estaba mirando, en las visiones
nocturnas, y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; él
avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta él. Y le fue dado el
dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y
lenguas. Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será
destruido”.
Palabra
de Dios.
Salmo
96, 1-2. 5-6. 9
R.
El Señor reina, altísimo por encima de toda la tierra.
¡El Señor reina! Alégrese la tierra,
regocíjense las islas incontables. Nubes y tinieblas lo rodean, la justicia y
el derecho son la base de su trono. R.
Las montañas se derriten como cera
delante del Señor, que es el dueño de toda la tierra. Los cielos proclaman su
justicia y todos los pueblos contemplan su gloria. R.
Porque tú, Señor, eres el Altísimo:
estás por encima de toda la tierra, mucho más alto que todos los dioses. ¡El
Señor reina! ¡Alégrese la tierra! R.
II
LECTURA
Como
Pedro, nosotros tampoco anunciamos fábulas, o imaginaciones. Somos testigos de
lo que Dios hizo y hace por nosotros y su pueblo. Sabemos, desde el corazón,
que Dios está presente. Y esto no es una fantasía.
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pedro 1, 16-19
Queridos hermanos: No les hicimos
conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo basados en fábulas
ingeniosamente inventadas, sino como testigos oculares de su grandeza. En
efecto, él recibió de Dios Padre el honor y la gloria, cuando la gloria llena
de majestad le dirigió esta palabra: “Este es mi Hijo muy querido, en quien
tengo puesta mi predilección”. Nosotros oímos esta voz que venía del cielo,
mientras estábamos con él en la montaña santa. Así hemos visto confirmada la
palabra de los profetas, y ustedes hacen bien en prestar atención a ella, como
a una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y
aparezca el lucero de la mañana en sus corazones.
Palabra de Dios.
ALELUYA Mt 17, 5c
Aleluya. Este es mi Hijo muy querido, en
quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo. Aleluya.
EVANGELIO
Encontrarse
íntimamente con Jesús, disfrutar de su presencia, contemplar su Gloria, es sin
dudas un gran regalo. Pero la fe cristiana, en este tiempo, no puede quedarse
en eso. Somos conscientes de que debemos salir a anunciar lo que vimos,
compartiendo con otros nuestra experiencia.
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Mateo 17, 1-9
Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su
hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en
presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se
volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías,
hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si
quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías”. Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con
su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: “Este es mi Hijo muy
querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. Al oír esto, los
discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a
ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Cuando alzaron
los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte,
Jesús les ordenó: “No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del
hombre resucite de entre los muertos”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Contemplar como «ver»
La postmodernidad ha creado un concepto
de belleza que tiene más relación con una “cosmética” que con una “estética”.
Cuando sólo pueden lucir aquellas realidades o situaciones que están
“maquilladas”, la verdadera belleza queda velada por lo artificial.
Pedro, Santiago y Juan van a poder
contemplar dos rostros de Jesús: el de la Transfiguración y el de Getsemaní.
Pero sólo podrán comprender la belleza de estos rostros después de la
resurrección, ya que la Cruz revela una estética pascual que tiene su fuente en
el Padre. En ambas oportunidades pueden ser testigos de aquella divinidad de
Cristo que se revela en el misterio de su humanidad.
Consciente de su identidad de Hijo
amado, Jesús nunca ocultó la dimensión pascual de la misma. Consciente de su
identidad mesiánica, Jesús nunca ocultó la dimensión profética de su muerte.
Consciente de su identidad ministerial, Jesús nunca ocultó la dimensión
compasiva de su misión. La fidelidad a su identidad lo llevará a asumir
radicalmente la voluntad del Padre.
Contemplar como «escuchar»
Los discípulos escuchan la voz del
Padre. El gran desafío para los hombres y mujeres de nuestro tiempo será
aprender a escuchar la voz de Dios en medio de otras voces. Cuando el Padre
habla invita a escuchar al Hijo amado, al predilecto.
La diferencia esencial entre «oír» y
«escuchar» radica en la resonancia que la voz tiene en el corazón y en los
sentidos. «Oír», normalmente, no toca la sensibilidad humana y mantiene al ser
humano al margen de los acontecimientos. Pero «escuchar», como capacidad
contemplativa, abre en el corazón espacios de búsqueda y discernimiento.
El temor que sienten los discípulos nace
de la experiencia de una presencia que Jesús busca constantemente en la soledad
y en el silencio. La voz del Padre confirma la identidad del Hijo y, en
consecuencia, en base a lo que ven y escuchan, saben que el seguimiento de
Jesús implica algo más que un discipulado. Se trata de hacerse hijos en el Hijo
en toda su radicalidad.
Contemplar («ver y escuchar») los
rostros y las voces de nuestro tiempo
Quien ha contemplado el rostro del Hijo
y ha escuchado la voz del Padre no puede permanecer indiferente ante los
rostros y las voces de nuestro tiempo.
Somos llamados a contemplar los rostros
y las voces de quienes sufren la marginación, la violencia y la invisibilidad
(mujeres, adultos mayores, vulnerados); el silencio de quienes quedan fuera del
sistema (sobrantes, refugiados, desplazados); las víctimas de la violencia de
género, de las guerras, de la miseria; de las ideologías y fundamentalismos.
Somos llamados a contemplar los gestos
solidarios de quienes creen en un mundo, una sociedad y una Iglesia distinta.
También a quienes siguen rescatando vidas, rostros e historias que la
indiferencia ha invisibilizado. Hombres y mujeres que siguen creyendo que «no
hay amor más grande que dar la vida» (cf. Jn 15, 13) como lo hizo Jesús, como
lo hicieron tantas personas a lo largo de la historia.
Pero sabemos que toda contemplación debe
poder traducirse en un compromiso real. En consecuencia, quienes quieran contemplar
con amor un rostro humano podrán descubrir una belleza evangélica: aquella que
no luce, que no cotiza, que no es publicable en los medios de comunicación ni
en las redes sociales; aquella belleza que no vende ni provoca atracción.
Quienes asuman del invitación del Padre
a «escuchar al Hijo amado», podrán ser testigos de un Jesús de Nazaret que se
sigue transfigurando en muchos rostros desfigurados por la hipocresía y el sin
sentido. Rostros que hacen visible la belleza pascual del rostro del Crucificado.
ESTUDIO BÍBLICO.
Evangelio: (Mt 17,1-9)
Marco: Este acontecimiento pertenece a lo que nosotros llamamos triple tradición, es decir, un acontecimiento del que nos dan testimonio los tres evangelistas. Todos los acontecimientos de la vida de Jesús son fiables, pero los que recogen los tres evangelistas gozan todavía de mayor valor. Y los tres, enmarcan este acontecimiento después de la confesión de Pedro en Cesarea y el primer gran anuncio de Jesús de su Pasión. Este anuncio, provocó en Pedro el rechazo asustado por el escándalo de la cruz.
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