“Vayan
a la otra orilla; Yo los encontraré allí.”
“No envíe mis naves a luchar contra los
elementos” – dicen que clamó el rey Felipe II tras la catástrofe de la Armada
Invencible. Y es que las naves de Felipe II no contaban con un capitán muy
particular, capaz de someter a los elementos. Pero, ¿qué o quiénes son estos
elementos que ponen en riesgo la nave de la Iglesia?
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Este
relato nos enseña que Dios no puede ser encerrado en una experiencia o en una
expectativa. Dios es el Señor, y se nos presenta siempre de una forma nueva e
inesperada.
Lectura
del primer libro de los Reyes 19, 9. 11-13
Habiendo llegado Elías a la montaña de
Dios, el Horeb, entró en la gruta y pasó la noche. Allí le fue dirigida la
palabra del Señor. El Señor le dijo: “Sal y quédate de pie en la montaña,
delante del Señor”. Y en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento
huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor.
Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto.
Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un
fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor
de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y
se quedó de pie a la entrada de la gruta.
Palabra de Dios.
Salmo
84, 9-14
R.
Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación.
Voy a proclamar lo que dice el Señor: el
Señor promete la paz para su pueblo y sus amigos. Su salvación está muy cerca
de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra. R.
El amor y la verdad se encontrarán, la
justicia y la paz se abrazarán; la verdad brotará de la tierra y la justicia
mirará desde el cielo. R.
El mismo Señor nos dará sus bienes y
nuestra tierra producirá sus frutos. La justicia irá delante de él, y la paz,
sobre la huella de sus pasos. R.
II
LECTURA
El
dolor que siente Pablo por sus hermanos judíos que no aceptan a Jesús, ¿lo
sentimos nosotros por tantos hermanos que aún no conocen a Dios, el amor, la
justicia, la paz? Pablo sale del “bienestar” que le da la fe, y se encuentra
con este dolor. Nosotros, ¿nos abrimos a quienes esperan nuestra palabra?
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 9, 1-5
Hermanos: Digo la verdad en Cristo, no
miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo. Siento una gran
tristeza y un dolor constante en mi corazón. Yo mismo desearía ser maldito,
separado de Cristo, en favor de mis hermanos, los de mi propia raza. Ellos son
israelitas: a ellos pertenecen la adopción filial, la gloria, las alianzas, la
legislación, el culto y las promesas. A ellos pertenecen también los
patriarcas, y de ellos desciende Cristo según su condición humana, el cual está
por encima de todo, Dios bendito eternamente. Amén.
Palabra de Dios.
ALELUYA Sal 129, 5
Aleluya. Mi alma espera en el Señor, y yo
confío en su palabra. Aleluya.
EVANGELIO
“En la persona de Pedro, con sus entusiasmos y
debilidades, se describe nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y a pesar
de todo victoriosa, la fe del cristiano camina hacia el Señor resucitado, en
medio a las tormentas y peligros del mundo” (Papa Francisco).
+
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 14, 22-33
Después de la multiplicación de los
panes, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes
que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a
la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La
barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían
viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el
mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un
fantasma”, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les
dijo: “Tranquilícense, soy yo; no teman”. Entonces Pedro le respondió: “Señor,
si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”. “Ven”, le dijo Jesús. Y
Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él.
Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse,
gritó: “Señor, sálvame”. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo,
mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. En cuanto subieron a
la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él,
diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
El pasaje del evangelio de Mateo de este
domingo acontece “después que la gente se hubo saciado”, esto es, tras la
narración de la multiplicación de los panes y los peces, relato evocador de la
comunidad reunida que se alimenta en la fe compartida y la fraternidad
constituida en torno a Jesucristo. Una comunidad, saciada, satisfecha,
protegida, arropada en sí misma, con la seguridad de una presencia providente
que sostiene y da vida a esa comunidad.
¿Y ahora qué? ¿Puede la comunidad
relajarse y regocijarse en sí misma, habiendo alcanzado su ser y sentido? Ahora
es tiempo de “ir a la otra orilla”, ya es tiempo: “Jesús apremió a sus
discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla”. Si
Jesús ha de llegar a la otra orilla, preciso será que los discípulos se
dispongan a precederle.
Pero, ¿en verdad estamos dispuestos a
ello? Pues, ¿acaso tiene sentido abandonar lo que hemos construido con
esfuerzo, con tesón, con paciencia? ¿No basta con mantener y sostener la vida
en comunidad fraterna? ¿No es esto lo que se nos pide? Y si hemos conseguido un
atisbo de esto es nuestro contexto habitual, ¿no es un contrasentido marchar en
busca de “otra orilla”? ¿No es demasiado pronto, no seré mejor quedarse y
fortalecer lo que ya tenemos, que bastante en precario está?
Siempre hay otra orilla. Siempre hay
otra tierra que nos llama, siempre hay otras gentes, otros mundos, otras
culturas, otras sociedades, otras multitudes, que necesitan ser saciadas. Jesús
mismo nos las señala, nos apremia a ir a ellas,… porque él mismo se dispone a
ir a la otra orilla. El irá, ¿quién le dirá que no?
Muchas razones y argumentos tenemos que
oponer para no ir a la otra orilla: hay que cruzar el mar, hay que dejar tierra
firme (lo que conocemos) y asumir el peligro de introducirnos en un contexto
inestable, movedizo, posmoderno, incomprensible, e incluso amenazante; hoy la
barca no está preparada: está vieja y desgastada, débil para ese viaje, sin las
fuerzas de otras épocas “mejores”; precisamente ahora que contamos con menos
fuerzas, ¿no es mejor reforzar nuestra propia orilla, lo “seguro” lo que ya
conocemos, lo que ya “funciona”? Además, ¿y si no nos quieren en la otra
orilla? Si ya nos sabemos rechazados…
¿no es cierto que el viento sopla en contra?
¿Quién sopla en contra sino los mismos
que no quieren ir a la otra orilla? “El viento era contrario” no porque nada se
opusiera al viaje, sino los mismos “Jonases” que montaron en la barca y que no
querían alcanzar su Nínive particular para llevar el mensaje profético de Dios.
Siempre hay otra orilla, siempre hay otra Nínive, aquel lugar que es el
“némesis” de “nuestra” iglesia: de nuestros valores, de nuestra ideas, de
nuestros modelos de vida, y que rechaza nuestras formas y planteamientos, y que
encima resulta amenazante, como un mar embravecido que amenaza con tragarnos. ¿A qué ir allí, si ya sabemos que no les
gustamos?
Para mayor desconcierto, Jesús se nos
acerca andando sobre aquellas aguas turbulentas: no puede ser él, es un falso
Jesús, un “fantasma”: Jesús no estaría con ellos, no puede estar con ese mundo,
con esos ninivitas… no son los suyos, no le comprenderían ni le acogerían. Pero
él está allí, avanza hacia allí con paso firme y decidido, y en su afirmación,
derriba nuestras precauciones y oposiciones: “Animo, soy Yo, no tengáis miedo”.
Lo que pasa es que no me conocéis del todo,
sólo me conocéis bajo un prisma, el que vosotros conocéis de siempre, lo que
habéis creído y vivido siempre, como si lo diferente fuera necesariamente
opuesto y desahuciable. No avanzo entre los hombres como un “huracán violento
que descuaja”, ni un “terremoto” que destruye, ni un “fuego” que abrasa: no he
venido a destruir el mal en la vida de los hombres como el que sembrador que
arrancando la cizaña arranca también la buena semilla, sino que he venido a
acompañar a los hombres en su caminar como suave brisa que conforta y susurra
el camino y la esperanza.
Entonces, si él está también allí, no
hay excusa, no hay pretexto: aquella orilla también es su orilla. También habrá
de ser nuestra orilla. A ella tenemos que dirigirnos. El saber que él también
se dirige allí, que también allí están los suyos, que él también está ahí, será
nuestra fuerza: “Te basta mi fuerza”, no importa el estado de la Iglesia. La
Iglesia se rejuvenece cada vez que encuentra nuevas orillas – a las que el
mismo nos apremia -. Rechazarlas es morir, es hundirnos, dejarnos engullir por
nuestros propios vientos, nuestros propios miedos, nuestras propias negativas y
rechazos.
Ejemplo por excelencia, Pablo, en este
pasaje de Romanos, nos da, precisamente, cuenta de su particular cruce a la
otra orilla: convencido judío, el Jesús que se le aparece y le manda ir a
Damasco, a casa de sus “enemigos” a aquellos a los que había de perseguir, le
descoloca hasta hacer de la otra orilla el ser y sentido de su vida, dejando
atrás la que fue su orilla, “su propia carne” donde pensaba que había de
permanecer Dios sempiternamente.
En este día de hoy, Jesucristo nos
apremia a ir a la otra orilla. El ser de la Iglesia es navegar, siempre.
Siempre hay otra orilla. Es hoy o nunca. La iglesia que se queda en la misma
orilla siempre acaba perdiendo la perspectiva y la verdad. Sólo cuando los
discípulos cesan en su oposición a ir a la otra orilla alcanzan la verdad: el
que Jesús es “realmente Hijo de Dios”, afirmación que, en la mitad del
evangelio de Mateo, como centro geográfico y significativo del mismo, anticipa
la verdad que se desvela al final del evangelio: “verdaderamente este era Hijo
de Dios”; verdad puesta, por cierto, en boca de uno de los de la otra orilla
del momento, un centurión romano. ¿Y si hemos de ir a la otra orilla para que
se nos desvele y revele la verdad?
ESTUDIO BÍBLICO.
Hoy podemos hablar a propósito de las
lecturas, de la "manifestación divina", ya que la "voz de
silencio" de la experiencia de Elías y la presencia de Jesús ante sus
discípulos angustiados, nos ofrece un mensaje de experiencia religiosa, algo
verdaderamente real, cuando se cree y se confía en Dios.
I Lectura: 1 Reyes (19,9a.11-13): El
Silencio de Dios, siempre es palabra
I.1. Este texto de la experiencia de Elías
en el Horeb (que es el Sinaí), es una "historia" religiosa llena de
contenidos místicos; probablemente una de las piezas maestras de la
religiosidad de la Antigüedad, que nadie ha acertado a explicar en todos sus
pormenores literarios y narrativos. El miedo de Elías a la reina Jezabel que
quería desplazar a Yahvé por el Baal fenicio subyace en medio de una guerra de
religión con todas sus consecuencias. Elías era un yahvista de fondo y forma y
no le queda más remedio que el destierro del reino del Norte, de Israel, donde
se estaba consumando una catástrofe.
I.2. Elías marcha en busca de Dios, lo
busca con toda el alma y todo el corazón, porque el pueblo no quiere oponerse
con todas sus fuerzas a la tiranía de la reina. El profeta quiere ir a los
orígenes, al Dios del Sinaí, de la Alianza, de los mandamientos. Casi sin
fuerzas, se refugia en una cueva lleno de miedo y se le anuncia el
"paso" de Yahvé. Porque Dios siempre pasa por la vida de las personas
y de los pueblos, pero no lo hace de cualquier forma y manera. También para
Elías, un luchador yahvista, es necesaria una purificación.
I.3. Dios no aparecerá como lo esperaba
el profeta: primero en un viento fuerte, después en un terremoto y finalmente
en el fuego. Pero allí no estaba Dios, dice el texto, con mucha
intencionalidad. Esas son expresiones simbólicas con las que se han arropado
siempre las manifestaciones divinas en la antigüedad. Es toda una lección que
se debe aprender, quizás para dar a entender que Elías no puede luchar con
estas mismas armas contra Jezabel y su religión. Son elementos cósmicos, muy
artificiales, que han dado de Dios una imagen de temblor y terror.
I.4. ¿Dónde está Dios? En el silencio.
La famosa expresión hebrea "qol demaná daqá" ha dado pie a numerosas
lecturas e interpretaciones. Hay una voz (qol), pero en el "silencio
profundo" o sutil, o imperceptible, como de seda. Y es ahí donde Elías
tiene que notar la presencia y la manifestación de Dios, en la brisa de su alma
y de su corazón. Ese silencio de noche oscura, que experimentan los místicos y
los no místicos, es una presencia sencilla, humana y entrañable de Dios que
comparte, de verdad, nuestra existencia.
I.5. Perseguido y angustiado no puede
exigir al Dios del Sinaí, de las epifanías cósmicas, que sea como el profeta
quiere que sea o como quieren muchos de los suyos. Dios está, se manifiesta,
incluso en el infierno de muchas noches y de muchas venganzas, para estar de
lado de los que sufren y son malditos por los poderosos. Es verdad que nos
gustaría, que le gustaría a todo el mundo, que Dios fuera tan terrible como
Jezabel para dar el merecido que algunos se han ganado. Pero en la "voz de
un silencio sutil" Dios es más Dios de verdad.
II Lectura: Romanos (9,1-5): Nuestros
hermanos judíos
II.1. Pablo comienza, con este c. 9 de
Romanos, uno de los momentos más abrumadores de su carrera apostólica, y lo
refleja en el conjunto de Rom 9-11. Hoy se nos lee únicamente lo que podemos
llamar el "exordio" de todo ese conjunto. La carta ha dejado bien a
las claras su "evangelio" y sus radicalidades: nadie puede salvarse
si no es por la fe en Cristo que nos lleva a al amor de Dios. Por tanto, y en
definitiva, porque Dios quiere salvarnos en su proyecto amoroso.
II.2. ¿Qué sucederá con su pueblo que todavía
espera salvarse por el cumplimiento de la ley? ¿No es acaso el pueblo de las
promesas, de los patriarcas, de la Alianza? Sin duda que sí, pero si quiere ser
el verdadero pueblo de Dios, tiene que aceptar a Dios verdaderamente. Tiene que
cambiar y tiene que aceptar, como dirá más adelante Pablo, que Cristo es el
final (telos) de la ley (Rom 10,4). Se trata de una expresión que ha dado mucho
que hablar y que se ha usado maliciosamente con sentido “antisionista”.
II.3. Pero la verdad es que ahora sí que
no se puede polemizar, con este texto en la mano, que tenemos los cristianos
actitudes "antisemitas". Porque Pablo, un judío de verdad, pone las
cartas boca arriba. No se trata de un juego, sino de decir la verdad sobre Dios
y sobre la salvación. Dios quiere salvar a todos los hombres y no lo hará con
privilegios "semitas". Los cristianos nunca podrán olvidar que han
conocido al Dios de la salvación por medio de un judío como Jesús de Nazaret.
Nunca deben olvidar que ese pueblo ha mantenido la antorcha religiosa por mucho
tiempo. Pero es el mismo Dios quien ha decidido otra cosa y esto es muy
significativo.
II.4. Pablo plantea la "cuestión
judía", al comienzo, con el deseo de ser condenado con tal de que su
pueblo acepte a Cristo. ¡Qué más se puede decir! ¡Quiere ser condenado con tal
de que sean salvados los suyos! Pero no de cualquier forma y manera. Es verdad
que la retórica de sus expresiones asombra, pero en Pablo es todo un
sentimiento. También, como Elías, que tuvo que ver a Dios en "la voz del
silencio", el pueblo judío está llamado a no "exigirle" a Dios
que lo salve, sino a dejarse salvar por amor. Su ley no les garantiza nada,
porque Dios no salva por cualquier cosa, sino porque ama.
Evangelio: Mateo (14,22-33): El Señor,
luz en la noche
III.1. Con la lectura de este episodio
de Mateo, la "marcha sobre las aguas", se evocan muchas cosas de las
experiencias de la resurrección. De hecho es muy fácil entender que este no es
simplemente un episodio histórico de la vida de Jesús y los suyos, sino que encierra
experiencias pascuales. No hace falta más que poner atención en las expresiones
que se usan en esos momentos (cf. Mt 28,5.10; Jn 20,28), incluso en cómo se
postran los discípulos ante el Señor resucitado (Mt 28,9.17). Y es que, en la
comunidad primitiva, no podía evocarse este momento de la vida de Jesús sino
como "Salvador" y "Señor", lo cual sucede especialmente a
partir de la resurrección.
III.2. Es significativo que Jesús,
después de la multiplicación de los panes, episodio inmediatamente anterior, se
retira a solas para orar y entrar en contacto con Dios en una experiencia muy
personal y particular, que refleja muy a las claras dónde recibe Jesús esa
"fuerza" salvífica. Los discípulos, en la barca, están en sus faenas.
Sabemos, se ha dicho frecuentemente, que en el evangelio de Mateo esa barca
representa a la comunidad, a la Iglesia, a la que el evangelista quiere
trasmitir este mensaje.
III.3. El hecho mismo de que Pedro
represente un papel particular en este episodio, también habla de ese misterio
de la Iglesia, que necesita la fuerza y el coraje de su Señor. Pedro es en el
evangelio de Mateo el primero de ese grupo de los doce, de la Iglesia, que
necesita buscar y encontrar al Señor por la fe. Incluso es representado con sus
debilidades. Porque la Iglesia en el NT no es el grupo de los perfectos, sino
de los que necesitan constantemente fe y salvación.
III.4. "Soy yo, no tengáis
miedo", es una palabra salvadora, de resurrección. Ya hemos dicho que este
relato está envuelto en ese lenguaje en el que Jesús domina el tiempo y el
espacio, las aguas y el fuego si fuera necesario. Es el lenguaje teológico de
la resurrección, cuando Jesús es confesado como Señor. Pero de la misma manera
que Dios se "manifestó" a Elías en el Horeb. Ante la desesperación de
los suyos, no viene en medio del terremoto, sino "caminando" sobre
las aguas, que es como decir: "en la serenidad de la noche", en el
"silencio" imperceptible y cuando hace falta. (Fray Miguel de Burgos
Núñez, O. P.).
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