domingo, 13 de agosto de 2017

DOMINGO 19º DEL TIEMPO ORDINARIO



“Vayan a la otra orilla; Yo los encontraré allí.”

“No envíe mis naves a luchar contra los elementos” – dicen que clamó el rey Felipe II tras la catástrofe de la Armada Invencible. Y es que las naves de Felipe II no contaban con un capitán muy particular, capaz de someter a los elementos. Pero, ¿qué o quiénes son estos elementos que ponen en riesgo la nave de la Iglesia?

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Este relato nos enseña que Dios no puede ser encerrado en una experiencia o en una expectativa. Dios es el Señor, y se nos presenta siempre de una forma nueva e inesperada.

Lectura del primer libro de los Reyes 19, 9. 11-13

Habiendo llegado Elías a la montaña de Dios, el Horeb, entró en la gruta y pasó la noche. Allí le fue dirigida la palabra del Señor. El Señor le dijo: “Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor”. Y en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto. Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave. Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta.
Palabra de Dios.

Salmo 84, 9-14

R. Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación.

Voy a proclamar lo que dice el Señor: el Señor promete la paz para su pueblo y sus amigos. Su salvación está muy cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra. R.

El amor y la verdad se encontrarán, la justicia y la paz se abrazarán; la verdad brotará de la tierra y la justicia mirará desde el cielo. R.

El mismo Señor nos dará sus bienes y nuestra tierra producirá sus frutos. La justicia irá delante de él, y la paz, sobre la huella de sus pasos. R.

II LECTURA

El dolor que siente Pablo por sus hermanos judíos que no aceptan a Jesús, ¿lo sentimos nosotros por tantos hermanos que aún no conocen a Dios, el amor, la justicia, la paz? Pablo sale del “bienestar” que le da la fe, y se encuentra con este dolor. Nosotros, ¿nos abrimos a quienes esperan nuestra palabra?

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 9, 1-5

Hermanos: Digo la verdad en Cristo, no miento, y mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo. Siento una gran tristeza y un dolor constante en mi corazón. Yo mismo desearía ser maldito, separado de Cristo, en favor de mis hermanos, los de mi propia raza. Ellos son israelitas: a ellos pertenecen la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto y las promesas. A ellos pertenecen también los patriarcas, y de ellos desciende Cristo según su condición humana, el cual está por encima de todo, Dios bendito eternamente. Amén.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Sal 129, 5

Aleluya. Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra. Aleluya.

EVANGELIO

 “En la persona de Pedro, con sus entusiasmos y debilidades, se describe nuestra fe: siempre frágil y pobre, inquieta y a pesar de todo victoriosa, la fe del cristiano camina hacia el Señor resucitado, en medio a las tormentas y peligros del mundo” (Papa Francisco).

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 14, 22-33

Después de la multiplicación de los panes, Jesús obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma”, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: “Tranquilícense, soy yo; no teman”. Entonces Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”. “Ven”, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

El pasaje del evangelio de Mateo de este domingo acontece “después que la gente se hubo saciado”, esto es, tras la narración de la multiplicación de los panes y los peces, relato evocador de la comunidad reunida que se alimenta en la fe compartida y la fraternidad constituida en torno a Jesucristo. Una comunidad, saciada, satisfecha, protegida, arropada en sí misma, con la seguridad de una presencia providente que sostiene y da vida a esa comunidad.

¿Y ahora qué? ¿Puede la comunidad relajarse y regocijarse en sí misma, habiendo alcanzado su ser y sentido? Ahora es tiempo de “ir a la otra orilla”, ya es tiempo: “Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla”. Si Jesús ha de llegar a la otra orilla, preciso será que los discípulos se dispongan a precederle.

Pero, ¿en verdad estamos dispuestos a ello? Pues, ¿acaso tiene sentido abandonar lo que hemos construido con esfuerzo, con tesón, con paciencia? ¿No basta con mantener y sostener la vida en comunidad fraterna? ¿No es esto lo que se nos pide? Y si hemos conseguido un atisbo de esto es nuestro contexto habitual, ¿no es un contrasentido marchar en busca de “otra orilla”? ¿No es demasiado pronto, no seré mejor quedarse y fortalecer lo que ya tenemos, que bastante en precario está?

Siempre hay otra orilla. Siempre hay otra tierra que nos llama, siempre hay otras gentes, otros mundos, otras culturas, otras sociedades, otras multitudes, que necesitan ser saciadas. Jesús mismo nos las señala, nos apremia a ir a ellas,… porque él mismo se dispone a ir a la otra orilla. El irá, ¿quién le dirá que no?

Muchas razones y argumentos tenemos que oponer para no ir a la otra orilla: hay que cruzar el mar, hay que dejar tierra firme (lo que conocemos) y asumir el peligro de introducirnos en un contexto inestable, movedizo, posmoderno, incomprensible, e incluso amenazante; hoy la barca no está preparada: está vieja y desgastada, débil para ese viaje, sin las fuerzas de otras épocas “mejores”; precisamente ahora que contamos con menos fuerzas, ¿no es mejor reforzar nuestra propia orilla, lo “seguro” lo que ya conocemos, lo que ya “funciona”? Además, ¿y si no nos quieren en la otra orilla? Si ya nos sabemos rechazados…  ¿no es cierto que el viento sopla en contra?

¿Quién sopla en contra sino los mismos que no quieren ir a la otra orilla? “El viento era contrario” no porque nada se opusiera al viaje, sino los mismos “Jonases” que montaron en la barca y que no querían alcanzar su Nínive particular para llevar el mensaje profético de Dios. Siempre hay otra orilla, siempre hay otra Nínive, aquel lugar que es el “némesis” de “nuestra” iglesia: de nuestros valores, de nuestra ideas, de nuestros modelos de vida, y que rechaza nuestras formas y planteamientos, y que encima resulta amenazante, como un mar embravecido que amenaza con tragarnos.  ¿A qué ir allí, si ya sabemos que no les gustamos?

Para mayor desconcierto, Jesús se nos acerca andando sobre aquellas aguas turbulentas: no puede ser él, es un falso Jesús, un “fantasma”: Jesús no estaría con ellos, no puede estar con ese mundo, con esos ninivitas… no son los suyos, no le comprenderían ni le acogerían. Pero él está allí, avanza hacia allí con paso firme y decidido, y en su afirmación, derriba nuestras precauciones y oposiciones: “Animo, soy  Yo, no tengáis miedo”.

 Lo que pasa es que no me conocéis del todo, sólo me conocéis bajo un prisma, el que vosotros conocéis de siempre, lo que habéis creído y vivido siempre, como si lo diferente fuera necesariamente opuesto y desahuciable. No avanzo entre los hombres como un “huracán violento que descuaja”, ni un “terremoto” que destruye, ni un “fuego” que abrasa: no he venido a destruir el mal en la vida de los hombres como el que sembrador que arrancando la cizaña arranca también la buena semilla, sino que he venido a acompañar a los hombres en su caminar como suave brisa que conforta y susurra el camino y la esperanza.

Entonces, si él está también allí, no hay excusa, no hay pretexto: aquella orilla también es su orilla. También habrá de ser nuestra orilla. A ella tenemos que dirigirnos. El saber que él también se dirige allí, que también allí están los suyos, que él también está ahí, será nuestra fuerza: “Te basta mi fuerza”, no importa el estado de la Iglesia. La Iglesia se rejuvenece cada vez que encuentra nuevas orillas – a las que el mismo nos apremia -. Rechazarlas es morir, es hundirnos, dejarnos engullir por nuestros propios vientos, nuestros propios miedos, nuestras propias negativas y rechazos.

Ejemplo por excelencia, Pablo, en este pasaje de Romanos, nos da, precisamente, cuenta de su particular cruce a la otra orilla: convencido judío, el Jesús que se le aparece y le manda ir a Damasco, a casa de sus “enemigos” a aquellos a los que había de perseguir, le descoloca hasta hacer de la otra orilla el ser y sentido de su vida, dejando atrás la que fue su orilla, “su propia carne” donde pensaba que había de permanecer Dios sempiternamente.

En este día de hoy, Jesucristo nos apremia a ir a la otra orilla. El ser de la Iglesia es navegar, siempre. Siempre hay otra orilla. Es hoy o nunca. La iglesia que se queda en la misma orilla siempre acaba perdiendo la perspectiva y la verdad. Sólo cuando los discípulos cesan en su oposición a ir a la otra orilla alcanzan la verdad: el que Jesús es “realmente Hijo de Dios”, afirmación que, en la mitad del evangelio de Mateo, como centro geográfico y significativo del mismo, anticipa la verdad que se desvela al final del evangelio: “verdaderamente este era Hijo de Dios”; verdad puesta, por cierto, en boca de uno de los de la otra orilla del momento, un centurión romano. ¿Y si hemos de ir a la otra orilla para que se nos desvele y revele la verdad?

ESTUDIO BÍBLICO.

Hoy podemos hablar a propósito de las lecturas, de la "manifestación divina", ya que la "voz de silencio" de la experiencia de Elías y la presencia de Jesús ante sus discípulos angustiados, nos ofrece un mensaje de experiencia religiosa, algo verdaderamente real, cuando se cree y se confía en Dios.

I Lectura: 1 Reyes (19,9a.11-13): El Silencio de Dios, siempre es palabra

I.1. Este texto de la experiencia de Elías en el Horeb (que es el Sinaí), es una "historia" religiosa llena de contenidos místicos; probablemente una de las piezas maestras de la religiosidad de la Antigüedad, que nadie ha acertado a explicar en todos sus pormenores literarios y narrativos. El miedo de Elías a la reina Jezabel que quería desplazar a Yahvé por el Baal fenicio subyace en medio de una guerra de religión con todas sus consecuencias. Elías era un yahvista de fondo y forma y no le queda más remedio que el destierro del reino del Norte, de Israel, donde se estaba consumando una catástrofe.

I.2. Elías marcha en busca de Dios, lo busca con toda el alma y todo el corazón, porque el pueblo no quiere oponerse con todas sus fuerzas a la tiranía de la reina. El profeta quiere ir a los orígenes, al Dios del Sinaí, de la Alianza, de los mandamientos. Casi sin fuerzas, se refugia en una cueva lleno de miedo y se le anuncia el "paso" de Yahvé. Porque Dios siempre pasa por la vida de las personas y de los pueblos, pero no lo hace de cualquier forma y manera. También para Elías, un luchador yahvista, es necesaria una purificación.

I.3. Dios no aparecerá como lo esperaba el profeta: primero en un viento fuerte, después en un terremoto y finalmente en el fuego. Pero allí no estaba Dios, dice el texto, con mucha intencionalidad. Esas son expresiones simbólicas con las que se han arropado siempre las manifestaciones divinas en la antigüedad. Es toda una lección que se debe aprender, quizás para dar a entender que Elías no puede luchar con estas mismas armas contra Jezabel y su religión. Son elementos cósmicos, muy artificiales, que han dado de Dios una imagen de temblor y terror.

I.4. ¿Dónde está Dios? En el silencio. La famosa expresión hebrea "qol demaná daqá" ha dado pie a numerosas lecturas e interpretaciones. Hay una voz (qol), pero en el "silencio profundo" o sutil, o imperceptible, como de seda. Y es ahí donde Elías tiene que notar la presencia y la manifestación de Dios, en la brisa de su alma y de su corazón. Ese silencio de noche oscura, que experimentan los místicos y los no místicos, es una presencia sencilla, humana y entrañable de Dios que comparte, de verdad, nuestra existencia.

I.5. Perseguido y angustiado no puede exigir al Dios del Sinaí, de las epifanías cósmicas, que sea como el profeta quiere que sea o como quieren muchos de los suyos. Dios está, se manifiesta, incluso en el infierno de muchas noches y de muchas venganzas, para estar de lado de los que sufren y son malditos por los poderosos. Es verdad que nos gustaría, que le gustaría a todo el mundo, que Dios fuera tan terrible como Jezabel para dar el merecido que algunos se han ganado. Pero en la "voz de un silencio sutil" Dios es más Dios de verdad.

II Lectura: Romanos (9,1-5): Nuestros hermanos judíos

II.1. Pablo comienza, con este c. 9 de Romanos, uno de los momentos más abrumadores de su carrera apostólica, y lo refleja en el conjunto de Rom 9-11. Hoy se nos lee únicamente lo que podemos llamar el "exordio" de todo ese conjunto. La carta ha dejado bien a las claras su "evangelio" y sus radicalidades: nadie puede salvarse si no es por la fe en Cristo que nos lleva a al amor de Dios. Por tanto, y en definitiva, porque Dios quiere salvarnos en su proyecto amoroso.

II.2. ¿Qué sucederá con su pueblo que todavía espera salvarse por el cumplimiento de la ley? ¿No es acaso el pueblo de las promesas, de los patriarcas, de la Alianza? Sin duda que sí, pero si quiere ser el verdadero pueblo de Dios, tiene que aceptar a Dios verdaderamente. Tiene que cambiar y tiene que aceptar, como dirá más adelante Pablo, que Cristo es el final (telos) de la ley (Rom 10,4). Se trata de una expresión que ha dado mucho que hablar y que se ha usado maliciosamente con sentido “antisionista”.

II.3. Pero la verdad es que ahora sí que no se puede polemizar, con este texto en la mano, que tenemos los cristianos actitudes "antisemitas". Porque Pablo, un judío de verdad, pone las cartas boca arriba. No se trata de un juego, sino de decir la verdad sobre Dios y sobre la salvación. Dios quiere salvar a todos los hombres y no lo hará con privilegios "semitas". Los cristianos nunca podrán olvidar que han conocido al Dios de la salvación por medio de un judío como Jesús de Nazaret. Nunca deben olvidar que ese pueblo ha mantenido la antorcha religiosa por mucho tiempo. Pero es el mismo Dios quien ha decidido otra cosa y esto es muy significativo.

II.4. Pablo plantea la "cuestión judía", al comienzo, con el deseo de ser condenado con tal de que su pueblo acepte a Cristo. ¡Qué más se puede decir! ¡Quiere ser condenado con tal de que sean salvados los suyos! Pero no de cualquier forma y manera. Es verdad que la retórica de sus expresiones asombra, pero en Pablo es todo un sentimiento. También, como Elías, que tuvo que ver a Dios en "la voz del silencio", el pueblo judío está llamado a no "exigirle" a Dios que lo salve, sino a dejarse salvar por amor. Su ley no les garantiza nada, porque Dios no salva por cualquier cosa, sino porque ama.

Evangelio: Mateo (14,22-33): El Señor, luz en la noche

III.1. Con la lectura de este episodio de Mateo, la "marcha sobre las aguas", se evocan muchas cosas de las experiencias de la resurrección. De hecho es muy fácil entender que este no es simplemente un episodio histórico de la vida de Jesús y los suyos, sino que encierra experiencias pascuales. No hace falta más que poner atención en las expresiones que se usan en esos momentos (cf. Mt 28,5.10; Jn 20,28), incluso en cómo se postran los discípulos ante el Señor resucitado (Mt 28,9.17). Y es que, en la comunidad primitiva, no podía evocarse este momento de la vida de Jesús sino como "Salvador" y "Señor", lo cual sucede especialmente a partir de la resurrección.

III.2. Es significativo que Jesús, después de la multiplicación de los panes, episodio inmediatamente anterior, se retira a solas para orar y entrar en contacto con Dios en una experiencia muy personal y particular, que refleja muy a las claras dónde recibe Jesús esa "fuerza" salvífica. Los discípulos, en la barca, están en sus faenas. Sabemos, se ha dicho frecuentemente, que en el evangelio de Mateo esa barca representa a la comunidad, a la Iglesia, a la que el evangelista quiere trasmitir este mensaje.

III.3. El hecho mismo de que Pedro represente un papel particular en este episodio, también habla de ese misterio de la Iglesia, que necesita la fuerza y el coraje de su Señor. Pedro es en el evangelio de Mateo el primero de ese grupo de los doce, de la Iglesia, que necesita buscar y encontrar al Señor por la fe. Incluso es representado con sus debilidades. Porque la Iglesia en el NT no es el grupo de los perfectos, sino de los que necesitan constantemente fe y salvación.


III.4. "Soy yo, no tengáis miedo", es una palabra salvadora, de resurrección. Ya hemos dicho que este relato está envuelto en ese lenguaje en el que Jesús domina el tiempo y el espacio, las aguas y el fuego si fuera necesario. Es el lenguaje teológico de la resurrección, cuando Jesús es confesado como Señor. Pero de la misma manera que Dios se "manifestó" a Elías en el Horeb. Ante la desesperación de los suyos, no viene en medio del terremoto, sino "caminando" sobre las aguas, que es como decir: "en la serenidad de la noche", en el "silencio" imperceptible y cuando hace falta. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



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