“No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”
No hay que ser ilusos: perdonar no es
cosa fácil. El rencor nos gana y nos llena tanto de orgullo, que hace de
nuestro lado tierno y cariñoso un nido de resentimientos y de no pocas venganzas.
El perdón es un amor gratuito ya que no depende de condiciones previas. No
exige, no reclama, se perdona por amor. Sería bueno proteger la autenticidad
del perdón. Pero esto solo es posible protegiendo su misma raíz, es decir, la
misericordia del mismo Dios que se nos ha mostrado en Jesucristo.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
A
veces, nuestra espiritualidad es “tan espiritual” que no nos damos cuenta de
que no podemos dirigirnos a Dios para acudir a su misericordia si nos hemos
vuelto rencorosos o distantes del hermano. ¿No escuchamos, acaso, el grito del
hermano que clama por nuestro amor y misericordia? ¿No sentimos que debemos
amar a quienes el mundo ha despojado de amor?
Lectura
del libro del Eclesiástico 27, 30—28, 7
El rencor y la ira son abominables, y
ambas cosas son patrimonio del pecador. El hombre vengativo sufrirá la venganza
del Señor, que llevará cuenta exacta de todos sus pecados. Perdona el agravio a
tu prójimo y entonces, cuando ores, serán absueltos tus pecados. Si un hombre
mantiene su enojo contra otro, ¿cómo pretende que el Señor lo sane? No tiene
piedad de un hombre semejante a él, ¡y se atreve a implorar por sus pecados!
Él, un simple mortal, guarda rencor: ¿quién le perdonará sus pecados? Acuérdate
del fin, y deja de odiar; piensa en la corrupción y en la muerte, y sé fiel a
los mandamientos; acuérdate de los mandamientos, y no guardes rencor a tu
prójimo; piensa en la Alianza del Altísimo, y pasa por alto la ofensa.
Palabra de Dios.
Salmo
102, 1-4. 9-12
R.
El Señor es bondadoso y compasivo.
Bendice al Señor, alma mía, que todo mi
ser bendiga a su santo Nombre; bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus
beneficios. R.
Él perdona todas tus culpas y sana todas
tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura. R.
No acusa de manera inapelable ni guarda
rencor eternamente; no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a
nuestras culpas. R.
Cuanto se alza el cielo sobre la tierra,
así de inmenso es su amor por los que lo temen; cuanto dista el oriente del
occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados. R.
II
LECTURA
Si
nos miramos a nosotros mismos como si fuéramos “señores de todos”, nos
pondremos en el lugar de dominadores de los demás. En cambio, mirando a Jesús
como Señor es como reconocemos al otro como un hermano, tan humano como cualquiera
de nosotros.
Lectura
de la carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 14, 7-9
Hermanos: Ninguno de nosotros vive para
sí, ni tampoco muere para sí. Si vivimos, vivimos para el Señor, y si morimos,
morimos para el Señor: tanto en la vida como en la muerte, pertenecemos al
Señor. Porque Cristo murió y volvió a la vida para ser Señor de los vivos y de
los muertos.
Palabra de Dios.
ALELUYA Jn 13, 34
Aleluya. “Les doy un mandamiento nuevo:
Ámense los unos a los otros, así como yo los he amado”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
“Jesús nos pide que creamos que el perdón es
la puerta que conduce a la reconciliación. Diciéndonos que perdonemos a
nuestros hermanos sin reservas, nos pide algo totalmente radical, pero también
nos da la gracia para hacerlo. Lo que desde un punto de vista humano parece
imposible, irrealizable y, quizás, hasta inaceptable, Jesús lo hace posible y
fructífero mediante la fuerza infinita de su cruz.”
Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 18, 21-35
Se acercó Pedro y dijo a Jesús: “Señor,
¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta
siete veces?”. Jesús le respondió: “No te digo hasta siete veces, sino hasta
setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que
quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le
presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey
mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para
saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: ‘Dame un plazo y
te pagaré todo’. El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la
deuda. Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía
cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: ‘Págame lo que
me debes’. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: ‘Dame un plazo y te
pagaré la deuda’. Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta
que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se
apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo:
‘¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener
compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?’. E indignado, el rey lo
entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo
hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus
hermanos”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
El rencor y la venganza nos alejan de
Dios
Este domingo, el libro del Eclesiástico,
nos dice que si nos llevamos por la venganza, por el ser vengativos, nos lo van
a tener en cuenta mirando con lupa nuestros no pocos errores. Si, por el
contrario, brindamos de forma continua el perdón a los demás, a nosotros se nos
dará de igual forma, siempre y cuando lo pidamos. El texto es toda una
invitación a la misericordia para con el prójimo, desterrando de nuestras vidas
todo lo que nos lleve al rencor, a la venganza. Ese es, quizá, el punto central
de lo que se nos quiere trasmitir.
Actuar de forma rencorosa, o vengativa,
parece ser que ha pasado a formar parte del ideario de nuestros días. Nos lo
han ido inyectando poco a poco que han conseguido que veamos como normal, la
abolida y obsoleta ley del ‘ojo por ojo’. La venganza nos sale a todos, pero no
deberíamos olvidar que eso es fruto de lo que en nosotros puede haber de
brutalidad. Una brutalidad que nos va alejando, cada vez más, de Dios.
Las recomendaciones, llenas de
sabiduría, que Ben Sirá nos ofrece hoy, nos apuntan de alguna manera a la
enseñanza de Jesús: para recibir el perdón de Dios se requiere que nosotros
perdonemos a los hermanos.
Somos propiedad del Señor
Terminamos, este domingo, con los
pasajes escogidos de la carta a los Romanos. San Pablo nos dice en la segunda
lectura de este día, que ser del Señor es el elemento clave que permite al
creyente ser y existir unido a Jesucristo, y con Jesucristo. Y es que por
nuestra realidad de creyentes hemos establecido, por la fe y el amor, una
comunión con el Señor Jesús, muerto y resucitado.
Este ser propiedad del Señor significa
que vivimos totalmente reconciliados y libres en una nueva vida, sin perder de
vista, que es una vida nueva en este momento presente, y sin obviar la
dimensión escatológica. No es este espacio para hacer grandes especulaciones
teológicas, pero sí es para recordar que ser propiedad del Señor se trata de
una transformación total, cuyo vínculo de unión es el amor.
El perdonar no tiene límites
Puede que a veces nos hayamos preguntado
por el cómo debe actuar una persona ofendida; cómo debe actuar un seguidor de Jesucristo,
en esas circunstancias, que quiere colaborar abriendo caminos a la misericordia
y a la justicia para todos. Jesús, en el evangelio de hoy, es claro y
contundente: hay que perdonar siempre, de forma incondicional y en todo
momento. La parábola con la que Jesús responde a Pedro nos trasmite que la
contrapartida de la venganza, es el perdón ilimitado.
Perdonar, hasta ‘setenta veces siete’,
es una de las más nobles funciones de la naturaleza humana. Al decir noble, se
hace referencia a que no debe ser lo extraordinario en nuestra vida, sino que
esa debe ser la actitud normal de comportamiento. Lo normal, lo que sale de un
alma limpia, es el perdón. La vida nos tiene que ir enseñando a perdonar, pero
tenemos que dejarnos enseñar. En este aprendizaje se descubrirá que el
verdadero perdón es el que no se nota, el que incluso nos sale del alma sin
esfuerzo.
Vivir desde el perdón es destruir, de
alguna manera, la espiral del mal. Porque perdonar es ayudar al otro a
rehabilitarse y que actúe de manera diferente en el futuro. La dinámica del
perdón consiste en un esfuerzo por superar el mal con el bien, porque se trata
de un gesto cuyo fin es que cambie cualitativamente las relaciones entre las
personas. Con la dinámica del perdón se tiene que buscar y plantear la
convivencia futura de manera nueva, pacífica. Por eso, el perdón, no ha de ser
una exigencia individual, sino tiene que tener una repercusión en la sociedad.
Perdonar, hasta ‘setenta veces siete’,
es necesario para convivir de una manera sana. Se tiene que hacer presente en
la amistad y el amor, donde hay que saber actuar ante humillaciones, engaños y
posibles infidelidades. En definitiva, el perdón lo tenemos que hacer presente
en no pocas situaciones de la vida en las que tenemos que reaccionar ante
agresiones, injusticias y abusos; porque si no sabemos perdonar, hasta ‘setenta
veces siete’, puede que quedemos heridos para siempre corriendo el riesgo de
sepultar la paz y la felicidad con la losa más pesada: el odio.
El evangelio de este domingo nos muestra
que el perdón es el verdadero camino de la convivencia. Jesús nos indica que si
aprendiéramos de Dios a perdonar, si perdonásemos de hecho ‘setenta veces
siete’ a quienes nos ofenden, sería un verdadero placer convivir en una
humanidad realmente reconciliada.
ESTUDIO BÍBLICO.
I
Lectura (Eclesiástico 27, 33-28,9): En la venganza no hay religión
I.1. El libro del Eclesiástico, cuyo
autor hebreo se conoce como el Sirácida es una obra monumental, de tal manera
que la Vulgata lo llamó por ello "eclesiástico", por su amplitud de
temas sapienciales, catequéticos, teológicos. Durante siglos solamente se
conoció el texto griego, hasta que paulatinamente, primero en una antigua
sinagoga del El Cairo, y después en Qumrán y en Massada, ha ido apareciendo el
texto hebreo y se ha reconstruido en su totalidad. Es, probablemente, del s. II
a. C. La lectura de hoy se toma de una parte en la que aparece una serie de
sentencias sapienciales, que en realidad es una exhortación al perdón. El
rencor y la ira, que son pasiones humanas, las atribuye el autor a los
pecadores.
I.2. Quizás la afirmación es muy fuerte,
pero debe hacernos pensar. Ello lleva a la venganza, y la venganza es una cosa
que abomina el Señor. Estas ideas "sapienciales" superan ya con
creces la famosa ley del talión de "ojo por ojo y diente por diente",
si bien es verdad que esa ley debe interpretarse en su contexto. Es un texto
bíblico pues, que invita a la misericordia, porque con ello imitamos a Dios. De
esta manera, desde las ideas de sabiduría, se prepara precisamente la
predicación de Jesús sobre el perdón de los pecados y sobre la misericordia de
Dios. Y es que quien sabe perdonar, se aproxima entrañablemente a la grandeza
de Dios.
I.3. Por lo mismo, quien no quiere
perdonar, quien se obsesiona en la venganza no puede pensar que sea sabio y
religioso. Esto se infiere claramente de este texto sapiencial que encierra
tantos quilates de sabiduría humana y religiosa. Porque el sabio, en todo
momento, pone a Dios por medio. ¿Cómo es posible que alguien se considere
verdaderamente religioso cuando experimenta rencor y odio? Esta es la verdadera
vara de medir la auténtica sabiduría de la vida y la cuna donde debe mecerse la
"religio".
II
Lectura (Romanos 14,7-9): Llamados a "desvivirnos"
II.1. Si bien pertenece también este
texto a la parte parenética de la carta a los Romanos, sin embargo, el pasaje
en cuestión quiere fundamentar toda la actuación cristiana en lo cristológico:
vivimos y morimos para el Señor; en todo somos del Señor. Si aceptamos que
hemos sido redimidos por Cristo, sabemos que le pertenecemos. Y esta
"aparente esclavitud" es el grito de libertad más grande, porque de
esa manera no estaremos esclavizados a otros señores de este mundo. Y la razón
es porque nadie ha dado su vida por nosotros corno Jesucristo. San Pablo dice
claramente que vida y muerte pertenecen al Señor, porque es en la muerte y la
resurrección de Jesús donde se resuelve nuestra existencia y nuestro futuro. Y
este estar sometidos, mejor dicho, estrechamente unidos, a Cristo y a Dios,
viene a significar ser libres con libertad verdadera, humana y plena.
II.2. Este texto de dimensiones
escatológicas inigualables (es una de las lecturas de la liturgia de difuntos),
se centra en el kerygma, en la proclamación de la muerte y resurrección del
Señor. La muerte y la resurrección del Señor es algo que acontece por nosotros,
por la humanidad. Es muy probable que aquí se cite una fórmula tradicional de
fe que estaba en uso en la liturgia. Y la clave de todo esto es que, a diferencia
de lo que se piensa popularmente el cristiano no puede vivir para sí mismo, en
sí mismo, de sí mismo sin mirar a los otros. En realidad el cristiano tiene que
afrontar un reto: no es "vivirse", sino "desvivirse" por
los demás. Ese egoísmo radical se pone en entredicho por la vida de Jesús que
culmina en la muerte y la resurrección por nosotros. Ni siquiera después de
haber muerto como "entrega" se desentiende de la humanidad; su vida
nueva, de resucitado, es también una vida nueva por nosotros y para nosotros.
No es solamente solidaridad lo que aquí se proclama, sino donación absoluta.
Evangelio
(Mateo 18,21-35): Dios se realiza perdonando, nosotros ¿cómo?
III.1. Con el evangelio de hoy se pone
punto final al discurso eclesiológico para esta comunidad y nos enseña a todos
los cristianos aquello por lo que debemos ser reconocidos en el mundo. La
parábola del "siervo despiadado" (es un poco contradictorio eso de
ser siervo, y despiadado) es una genuina parábola de Jesús, acomodada por la
teología de Mateo, que hace preguntar a Pedro, con objeto de dejar claro a los
cristianos, que el perdón no tiene medida. El perdón cuantitativo es como una
miseria; el perdón cualitativo, infinito, rompe todos los cantos de venganza,
como el de Lamec (Gn 4,24). Setenta veces siete es un elemento enfático para
decir que no hay que contar las veces que se ha de perdonar. Dios, desde luego,
no lo hace.
III.2. La lectura de la parábola nos
hará comprender sobradamente toda la significación de la misma; es tan clara,
tan meridiana, que casi parece imposible, no solamente que alguien deje de
entenderla, sino que alguien tenga una conducta semejante a la del siervo
liberado un instante antes de su muerte por las súplicas ante su señor. Es
desproporcionada la deuda del siervo con su señor, respecto de la de siervo a
siervo (diez mil talentos, es una fortuna, en relación a cien denarios).
Sabemos que en esta parábola, según la teología de Mateo, se quiere hablar de
Dios y de cómo se compadece ante las súplicas de sus hijos. ¿Por qué? porque es
tan misericordioso, perdonando algo equivalente a lo infinito, que parece casi
imposible que un siervo pueda deberle tanto. Efectivamente, todo es desproporcionado
en esta parábola, y por eso podemos hablar de la parábola de la
"desproporción". Por medio está el verbo "elléin" =
"tener piedad". Cuando la parábola llega a su fin, todo queda más
claro que el agua.
III.3. Es una parábola de perplejidades
y nos muestra que los hombres somos más duros los unos con los otros que el
mismo Dios. Es más normal que los reyes y los amos no tengan esa piedad
(elléin) que muestra el rey de esta parábola con sus siervos. Es intencionada
la elección de los personajes. En realidad, en la parábola se quiere poner el
ejemplo del rey; ese es el personaje central, y no los siervos. Y ya, desde los
Santos Padres, se ha visto que el rey 'quiere representar a Dios. El siervo
despiadado se arrastra hasta lo inconcebible con tal de salvar su vida; es
lógico. ¿No podría haber sido él un rey perdonando a alguien como él, a su
compañero de fatigas y de deudas?
III.4. Los que están en la misma escala
deberían ser más solidarios. Pero no es así en esta parábola. El núcleo de la
misma es la dureza de corazón que revelamos frecuentemente en nuestras vidas. Y
es una desgracia ser duros de corazón. Somos comprensivos con nosotros mismos,
y así queremos y así exigimos que sea Dios con nosotros, pero no hacemos lo
mismo con los otros hermanos. ¿Por qué? Porque somos tardos a la misericordia.
Por eso, el famoso "olvido, pero no perdono" no es ni divino ni
evangélico. Es, por el contrario, el empobrecimiento más grande del corazón y
del alma humana, porque en ese caso, más sentido podía tener "perdono,
pero no olvido", aunque tampoco sería, desde el punto de vista
psicológico, una buena terapia para el ser humano. Lo mejor, no obstante, sería
perdonar y olvidar, por este orden. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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