“Vayan a todo el mundo y proclamen el
Evangelio”
Como es lógico, las tres lecturas están
enfocadas en la Ascensión del Señor. Primero hemos escuchado el comienzo de
Hechos de los Apóstoles. En este pasaje, san Lucas hace una especie de
introducción a este libro contándonos las últimas palabras de Jesús resucitado
y su Ascensión.
El salmo 46 nos anima a aclamar al Señor
en su Ascensión a los Cielos, desde los cuales rige ahora el mundo con
misericordia.
San Pablo, en su carta a los Efesios,
primero nos exhorta a ser buenos hermanos unos con otros y después, comentando
el versículo 19 del salmo 68, nos dice que eso es posible porque Jesús, tras
ascender al Cielo, nos envió sus dones para que los empleásemos
evangélicamente.
Por último, escuchamos el final del
Evangelio según san Marcos. En él Jesús da la últimas instrucciones misioneras
a sus discípulos y asciende al Cielo.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Jesús
deja esta tierra y nos promete el Espíritu Santo. A partir de ese momento,
somos nosotros, sus discípulos y discípulas, quienes, llenos del Espíritu,
debemos continuar su misión. Es tiempo de dar testimonio para que el Evangelio
llegue a todos los rincones de la tierra.
Lectura
de los Hechos de los apóstoles 1, 1-11
En mi primer Libro, querido Teófilo, me
referí a todo lo que hizo y enseñó Jesús, desde el comienzo, hasta el día en
que subió al cielo, después de haber dado, por medio del Espíritu Santo, sus
últimas instrucciones a los Apóstoles que había elegido. Después de su Pasión,
Jesús se manifestó a ellos dándoles numerosas pruebas de que vivía, y durante
cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios. En una ocasión,
mientras estaba comiendo con ellos, les recomendó que no se alejaran de
Jerusalén y esperaran la promesa del Padre: “La promesa, les dijo, que yo les
he anunciado. Porque Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el
Espíritu Santo, dentro de pocos días”. Los que estaban reunidos le preguntaron:
“Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?”. Él les
respondió: “No les corresponde a ustedes conocer el tiempo y el momento que el
Padre ha establecido con su propia autoridad. Pero recibirán la fuerza del
Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén,
en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra”. Dicho esto, los
Apóstoles lo vieron elevarse, y una nube lo ocultó de la vista de ellos. Como
permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les
aparecieron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: “Hombres de
Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado y
fue elevado al cielo, vendrá de la misma manera que lo han visto partir”.
Palabra de Dios.
Salmo
46, 2-3. 6-9
R.
El Señor asciende entre aclamaciones.
Aplaudan, todos los pueblos, aclamen al
Señor con gritos de alegría; porque el Señor, el Altísimo, es temible, es el
soberano de toda la tierra. R.
El Señor asciende entre aclamaciones,
asciende al sonido de trompetas. Canten, canten a nuestro Dios, canten, canten
a nuestro Rey. R.
El Señor es el Rey de toda la tierra,
cántenle un hermoso himno. El Señor reina sobre las naciones el Señor se sienta
en su trono sagrado. R.
II
LECTURA
Dios
ha manifestado “la eficacia de su fuerza poderosa” en la resurrección de
Cristo. Sí, es realmente un amor fuerte, poderoso y eficaz el que nos saca de
la muerte y nos lleva a la vida. En Cristo, cabeza de la Iglesia, Dios realizó
la amorosa y vital obra que quiere hacer realidad también en todos nosotros.
Lectura
de la Carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 1, 17- 23
Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor
Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de
revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus
corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido
llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la
extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes,
por la eficacia de su fuerza. Este es el mismo poder que Dios manifestó en
Cristo, cuando lo resucitó de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha
en el cielo, elevándolo por encima de todo Principado, Potestad, Poder y
Dominación, y de cualquier otra dignidad que pueda mencionarse tanto en este
mundo como en el futuro. Él puso todas las cosas bajo sus pies y lo constituyó,
por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y la Plenitud de
Aquel que llena completamente todas las cosas.
Palabra de Dios.
O bien:
Cuanto
más crece la Iglesia, más urgente se hace este llamamiento a la unidad. Nos
reunimos hombres y mujeres de diversos niveles económicos, culturales,
distintas idiosincracias y caracteres. Y el Espíritu puede hacer el milagro de
lograr la unidad en la diversidad. Dejémoslo actuar.
Lectura
de la Carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 4, 1-13
Hermanos: Yo, que estoy preso por el
Señor, los exhorto a comportarse de una manera digna de la vocación que han
recibido. Con mucha humildad, mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente
por amor. Traten de conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la
paz. Hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, así como hay una misma esperanza, a
la que ustedes han sido llamados, de acuerdo con la vocación recibida. Hay un
solo Señor, una sola fe, un solo bautismo. Hay un solo Dios y Padre de todos,
que está sobre todos, lo penetra todo y está en todos. Sin embargo, cada uno de
nosotros ha recibido su propio don, en la medida en que Cristo los ha
distribuido. Por eso dice la Escritura: “Cuando subió a lo alto, llevó consigo
a los cautivos y repartió dones a los hombres”. Pero si decimos que subió,
significa que primero descendió a las regiones inferiores de la tierra. El que
descendió es el mismo que subió más allá de los cielos, para colmar todo el
universo. Él comunicó a unos el don de ser apóstoles, a otros profetas, a otros
predicadores del Evangelio, a otros pastores o maestros. Así organizó a los
santos para la obra del ministerio, en orden a la edificación del Cuerpo de
Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del
Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto y a la madurez que corresponde a la
plenitud de Cristo.
Palabra de Dios.
ALELUYA Mt 28, 19-20
Aleluya. “Vayan, y hagan que todos los
pueblos sean mis discípulos. Yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del
mundo”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
Nuestra
misión consiste en comunicar las palabras del Evangelio y dar señales de este.
Estas palabras portan la Buena Noticia y se proclaman como anuncio de vida y
liberación. Las señales son todas las buenas obras en las que el mal, con sus
diversas formas, es vencido. Esa es la tarea que Jesús nos encomienda antes de
su Ascensión.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Marcos 16, 15-20
Jesús resucitado se apareció a los Once
y les dijo: “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la
creación. El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará. Y
estos prodigios acompañarán a los que crean: arrojarán a los demonios en mi
Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán tomar a las serpientes con sus manos,
y si beben un veneno mortal no les hará ningún daño; impondrán las manos sobre
los enfermos y los sanarán”. Después de decirles esto, el Señor Jesús fue
llevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron a predicar
por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los
milagros que la acompañaban.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
La fiesta de la Ascensión no suele
celebrarse de un modo especial. Por ello puede pasar de largo en nuestra vida.
En ocasiones la podemos ver como algo que sucedió a Jesús hace veinte siglos,
pero que poco tiene que ver con nosotros. Y quizás podamos considerarla como
algo que es difícil revivir ahora, al contrario de lo que ocurre con la Navidad
o la Pascua de Resurrección. Sin embargo, si la celebramos vivamente en
comunidad, puede ser un importante ejercicio espiritual que refuerce nuestra
unión con Jesús. En ello juega un papel muy importante el valor de compartir.
Veámoslo.
La escena de la Ascensión del Señor la
sitúan algunos Evangelios en un monte. San Mateo nos dice que dicho monte está
en Galilea (cf. Mt 28,16) y san Lucas afirma que es el Monte de los Olivos,
pues todo ocurre junto a Betania (cf. Lc 24,50), que está en Judea. Pero los
pasajes de la Misa de hoy sitúan este acontecimiento en el contexto de una
comida comunitaria. San Marcos lo dice en el versículo 14 ‒el anterior a la
lectura que hemos escuchado‒ y san Lucas en el versículo 4 de Hechos de los
Apóstoles.
Meditar la Ascensión del Señor
imaginándola en un monte resulta lógico, porque el monte acerca a Jesús al
cielo. Pensemos que durante siglos se ha creído que el reino celestial está
situado sobre el cielo físico, siguiendo el modelo geocéntrico (con la Tierra
como centro del universo) de Ptolomeo. Por eso, los cristianos se imaginaban a
Jesús ascendiendo físicamente por los cielos hasta llegar, por encima de ellos,
a su trono celestial. Pero desde que se estableció el modelo heliocéntrico (en
el que la Tierra gira en torno al Sol) de Copérnico, esta imagen perdió parte
de su sentido, aunque sigue muy presente en los fieles cristianos.
Por ello nos resulta algo raro
imaginarnos la Ascensión del Señor en el contexto de una comida comunitaria.
Afortunadamente, nos puede ayudar a comprender el sentido de este hecho si
reflexionamos sobre otros acontecimientos que también han ocurrido en este
contexto. Hay tres muy significativos: las bodas de Caná, la multiplicación de
los panes y los peces y la Última Cena.
Estos tres pasajes tienen, por de
pronto, una cosa en común: marcan tres hitos muy importantes en la vida pública
de Jesús: en Caná, animado por su Madre, Jesús hace su primer milagro. La
multiplicación de los panes y los peces es el milagro más difundido de Jesús,
pues aparece seis veces en los Evangelios. Tanto impactó, que le quisieron
nombrar rey, a lo cual Él se negó. En la Última Cena Jesús instituye el
sacramento de la Eucaristía justo antes de ser entregado para ser crucificado.
Hay otro elemento común: en los tres
acontecimientos Jesús busca el bien comunitario. No se trata de una curación
individual, sino de algo que revierte en el bien de todos los que comparten la
comida con Él. Y, en el caso de la Última de Cena, se extiende a todos aquellos
que le seguimos como cristianos.
Pues bien, volvamos al tema que nos
ocupa: la Ascensión del Señor. Este es el cuarto gran acontecimiento acaecido
en una comida comunitaria. Pone fin a la presencia física de Jesús en la
Tierra. Y, como pasa en la Última Cena, no sólo busca el bien de los que
comparten el banquete con Él, sino el de todos nosotros. Recordemos esto que
dice Jesús a sus discípulos en la Última Cena: «Os conviene que yo me vaya;
porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito» (Jn 16,7). En efecto,
sube al Cielo para enviarnos su Espíritu, el cual vive ahora en nuestro
corazón.
Pues bien, aquel sabroso vino que Jesús
regaló a los comensales de las bodas de Caná (cf. Jn 2,10), fue el preludio de
algo mucho más maravilloso: el Espíritu Santo que nos envía desde el Cielo a
todos los que compartimos su camino (Hch 2,1-4). En definitiva, en la Ascensión
celebramos que todo aquello que Jesús hizo por el bien común en su vida terrena
lo continúa haciendo desde el Cielo, gracias a su Espíritu.
La Ascensión es el nexo necesario entre
la realidad física y la realidad espiritual. Los discípulos se relacionaron con
su Maestro físicamente. Pero Jesús, gracias a la Ascensión, nos proporcionó a
todos un medio mucho más íntimo e intenso de relacionarnos con Él: el
espiritual. Ahora Jesús no está al lado de nosotros ‒como lo estaba con sus
discípulos‒, sino que está dentro de nosotros, en lo más verdadero, bello y
bueno que hay en nuestra persona. Y ello nos hace templo de Dios (cf. 1Cor
3,16; 6,19).
No es una mera experiencia individual y
subjetiva, sino algo que, como un banquete, la compartimos con otras muchas
personas. Y aquí vienen muy bien las palabras de san Pablo a los Efesios que
hemos escuchado: ¿Queremos compartir realmente la experiencia de Jesús? Seamos
entonces «humildes, amables y comprensivos» (Ef 4,2). Soportémonos «unos a
otros con amor» (Ef 4,2). No ahorremos esfuerzos «para consolidar, con ataduras
de paz, la unidad, que es fruto del Espíritu» (Ef 4,3). Porque Dios, que es
Padre de todos, «actúa por medio de todos y en todos vive» (Ef 4,6).
Ciertamente, la experiencia de la
Ascensión del Señor requiere «altura espiritual», como bien simboliza el monte
donde sucedió este acontecimiento. Pero para alcanzar tal «altura» es necesario
compartir con los demás no sólo un banquete, sino toda nuestra vida. Sólo
siendo humildes, generosos y cariñosos con otras personas, experimentaremos
cómo nuestro corazón asciende al Cielo para unirse a Jesús.
En conclusión: vivamos esta fiesta en
clave comunitaria, como algo que todos debemos compartir, y entonces la
Ascensión de Señor será para nosotros un ejercicio espiritual que nos unirá a
nuestros hermanos y nos elevará hacia Dios. Y así podremos cumplir fielmente el
mandato de Jesús resucitado: «Id a todo el mundo y proclamad el Evangelio» (Mc
16,15).
ESTUDIO BÍBLICO.
I
Lectura: Hechos de los Apóstoles (1,1-11): La Ascensión
I.1. Es la primera lectura de esta
fiesta del Señor la que nos describe ese
acontecimiento, casi inexplicable, conocido como la «Ascensión», un término que
ha sido entendido como complemento de algo que ocurre en la Resurrección de
Jesús; como si durante cuarenta días Jesús resucitado se hubiera entretenido en
este mundo. ¿Para qué? En la visión particular de Lucas, autor de los Hechos, para consolidar la fe de
sus discípulos con objeto de dejarlos «entonados» en la misión apostólica que
les debería llevar hasta los confines de la tierra predicando y haciendo discípulos.
I.2. En realidad, la Ascensión no es
algo distinto de la Resurrección, porque es en la Resurrección donde Jesús
recibe el poder y la gloria de Señor del universo. Por lo mismo, la Ascensión,
en el libro de los Hechos, viene a significar el final de una etapa de
experiencias muy especiales del Señor resucitado: Ahora es el momento de que la
Iglesia pueda emprender una nueva tarea
en la que estará guiada por el Espíritu. Por lo mismo, el tiempo
litúrgico de la resurrección llega a su fin, como se pone de manifiesto en la
fiesta de hoy, aunque eso no significa que el Señor se desentiende de nosotros
y de este mundo. La escena de los discípulos que miran hacia el cielo viendo
cómo desaparece su Señor evoca, para
Lucas, la necesidad de mirar hacia el mundo, hacia la historia, para cambiarla;
porque ese Señor estará ayudando a los suyos mediante su Espíritu para cuya fiesta nos preparamos ya desde hoy.
I.3. Es un texto que también, en una
pedagogía muy particular, quiere resaltar una “ruptura” con los suyos, con los
que han tenido que rehacer su vida después de los acontecimientos de Pascua,
para hacerles comprender el papel que han de desempeñar en este mundo y en esta
historia. Si bien es verdad que hablamos de “Ascensión” en términos
cristológicos, no podemos olvidar que la Ascensión apunta a la eclesiología de
la tarea de predicar y anunciar la salvación a todos los hombres. Bien es
verdad que hay una promesa, la ayuda de la fuerza de lo alto a donde Él se introduce para llevar adelante este compromiso. Quizás
esa sea la razón por la que Lucas se ha visto en la obligación de desdoblar el
misterio de la Resurrección y el de la Ascensión con esos “cuarenta” días que son más un tempo teológico que
cronológico. Es un tiempo para llenarse de la fuerza de la Pascua y después,
con la ayuda del Espíritu, lanzarse a la misión.
II
Lectura: Efesios (4,1-13): Nuestra vocación cristiana
II.1. La segunda lectura nos muestra una
de las claves de la comunidad cristiana: la unidad en el Espíritu de una misma
fe y de una misma esperanza, y consiguientemente del amor. Éste es un pasaje
que tiene un cuño bautismal, litúrgico, en el que los nuevos cristianos son
instruidos sobre su decisión de recibir el bautismo para formar parte del
«cuerpo de Cristo», de la Iglesia, que tiene su fuerza en el Espíritu. La carta
nos habla de la vocación a la que hemos sido llamados en la Iglesia, que es uno
de los temas dominantes de este escrito del Nuevo Testamento.
II.2. La aclamación y doxología de «un
solo Señor, una sola fe, un solo bautismo» resuena todavía en nuestros cantos
como uno de los textos mejor formulados del cristianismo primitivo. La Iglesia
de la que se habla está fundada en Cristo por medio de los apóstoles y
profetas que son ministerios de
evangelización. En la Iglesia, pues, hemos recibido el evangelio, en ella hemos
conocido al Señor de nuestra vida y en ella debemos vivir la experiencia de la
salvación en este mundo.
Evangelio:
Marcos (16,15-20): Ascensión y misión
El evangelio de hoy es una especie de
síntesis de lo que sucedió a Jesús a partir de la resurrección; síntesis que
alguien ha añadido al evangelio de Marcos cuando ya estaba terminado. Esto se
reconoce hoy claramente por su estilo, e incluso, por su teología. Habla de la
Ascensión según lo que hemos podido escuchar en el texto de los Hechos de los
Apóstoles. Pero lo que verdaderamente llama la atención de este evangelio es el
encargo de la misión del Resucitado a sus apóstoles para que hagan discípulos
en todas las partes del mundo. Se describe esta misión de la misma manera que
Jesús la puso en práctica en el mismo evangelio de Marcos. Por tanto, Él es el
modelo de nuestra predicación y de nuestros compromisos cristianos. El Reino,
ahora, se hace presente cuando sus discípulos se empeñan, como Jesús, en vencer
el mal del mundo y en hacer realidad la liberación de todas las situaciones
angustiosas de la vida por medio del evangelio. (Fray Miguel de Burgos Núñez,
O. P.).
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