“Así también los envío yo”
La solemnidad de Pentecostés nos invita
a renovar la dimensión misionera de nuestra identidad cristiana. Los Apóstoles
“quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar” (cf. Hch. 2,4), es
decir, comenzaron a hacer comprensible aquella experiencia de Jesús de Nazaret
que convocó a cada uno desde su misterio personal y los congregó en
fraternidad. Ese mismo Espíritu acompañará permanentemente a la Iglesia para
que pueda confesar que “Jesús es el Señor” (1Cor.12, 3b) y la enriquecerá con
una diversidad de dones, ministerios y actividades para el anuncio del Reino.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
En
nuestras comunidades, hoy y cada día, debería resonar desde cada corazón el
impulso de Dios para anunciar la Palabra. Hay una responsabilidad de la
comunidad y de cada cristiano hacia los hombres y mujeres de este mundo. ¿Dejamos
que Pentecostés nos impulse y envíe?
Lectura
de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban
todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante
a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban.
Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por
separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y
comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía
expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones
del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro,
porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y
estupor decían: “¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo
es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y
elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en
Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la
Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y
árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”.
Palabra de Dios.
Salmo
103, 1. 24. 29-31. 34
R.
Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.
Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios
mío, qué grande eres! ¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡La tierra está llena
de tus criaturas! R.
Si les quitas el aliento, expiran y
vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie
de la tierra. R.
¡Gloria al Señor para siempre, alégrese
el Señor por sus obras! Que mi canto le sea agradable, y yo me alegraré en el
Señor. R.
II
LECTURA
El
Espíritu Santo está en nosotros, en cada uno, presente y actuante. Nos inunda
de tal modo que nuestra fe encuentra en él la voz que clama al Padre y que
confiesa a los hombres que “Jesús es el Señor”.
Lectura
de la Primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 12, 3-7.
12-13
Hermanos: Nadie puede decir: “Jesús es
el Señor”, si no está impulsado por el Espíritu Santo. Ciertamente, hay
diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de
ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el
mismo Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta
para el bien común. Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es
uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo,
así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo
Espíritu para formar un solo Cuerpo –judíos y griegos, esclavos y hombres
libres– y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
Palabra de Dios.
O bien:
“Y
estos son los frutos del Espíritu en la vida del cristiano: Contra el frío del
egoísmo, el fuego de la caridad; contra el frío de la codicia, el fuego de la
generosidad; contra el frío de la indiferencia, el fuego de la solidaridad;
contra el frío del rechazo, el fuego de la acogida; contra el frío de la
soledad, el fuego de la cercanía; contra el frío de la duda, el fuego de la
verdad; contra el frío del desencanto, el fuego de la ilusión”.
Lectura
de la Carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 5, 16-25
Hermanos: Yo los exhorto a que se dejen
conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de
la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la
carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien
que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la
Ley. Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y
libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y
violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias,
ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a
repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios. Por el
contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad,
afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas
cosas, la Ley está demás, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han
crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos. Si vivimos animados
por el Espíritu, dejémonos conducir también por él.
Palabra de Dios.
SECUENCIA
Ven, Espíritu Santo, y envía desde el
cielo un rayo de tu luz.
Ven, Padre de los pobres, ven a darnos
tus dones, ven a darnos tu luz.
Consolador lleno de bondad, dulce
huésped del alma, suave alivio de los hombres.
Tú eres descanso en el trabajo,
templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto.
Penetra con tu santa luz en lo más
íntimo del corazón de tus fieles.
Sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre,
nada que sea inocente.
Lava nuestras manchas, riega nuestra
aridez, sana nuestras heridas.
Suaviza nuestra dureza, elimina con tu
calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos.
Concede a tus fieles, que confían en ti,
tus siete dones sagrados.
Premia nuestra virtud, salva nuestras
almas, danos la eterna alegría.
ALELUYA
Aleluya. Ven, Espíritu Santo, llena los
corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Aleluya.
EVANGELIO
No
tenemos la fecha del comienzo del mundo. Solo sabemos que, cuando comenzó, “un
viento de Dios (el Espíritu de Dios) se desplazaba sobre las aguas”. Hoy ese
Espíritu comienza una nueva creación, como dando una nueva oportunidad a la
humanidad, con lo cual hace nuevas todas las cosas.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Juan 20, 19-23
Al atardecer del primer día de la
semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los
judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz
esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los
discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de
nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los
envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el
Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen,
y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.
Palabra del Señor.
O bien:
EVANGELIO
II
Jesús
prometió a los discípulos el Espíritu para que pudieran comprender y
testimoniar. En Pentecostés, esta promesa se hace realidad: toda la comunidad
reunida recibe el Espíritu, y sus integrantes se ponen a hablar de las
maravillas de Dios. Esas promesas de Jesús no han quedado en el pasado, se
siguen realizando hoy. El Espíritu nos guía para comprender las cosas de Dios,
por eso lo invocamos para leer la Biblia y para tener discernimiento en nuestra
vida. Él nos impulsa a dar testimonio y pone en nuestra boca las palabras que
debemos proclamar.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Juan 15, 26-27; 16, 12-15
Durante la última Cena, Jesús dijo a sus
discípulos: “Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el
Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí. Y
ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.
Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender
ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la
verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les
anunciará lo que irá sucediendo. Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y
se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo:
‘Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes’”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Enviados desde nuestra humanidad frágil
El miedo es un mal consejero.
Normalmente paraliza, encierra y aísla. Sin embargo, cuando las puertas
permanecen todavía “cerradas por temor” (cf Jn. 20,19), el Resucitado vuelve a
hacerse presente en medio de su comunidad para conceder la paz y la alegría. La
fortaleza que el Espíritu concede para dar testimonio de Jesús se manifiesta en
nuestra misma experiencia humana e histórica del temor.
El envío de Jesús a sus Apóstoles no
cambia sustancialmente nada en su constitución ontológica. Lo que hace de
nosotros discípulos-misioneros es la acción del Espíritu en nuestra humanidad
frágil que nos envía a anunciar a Cristo Resucitado compartiendo la fe y la
vida con las personas. Lo testimonial es
fruto de lo vivencial; se relaciona más con el dejar actuar al Espíritu
“compartiendo fe y vida” que con un adoctrinar. En consecuencia, la misión no
es una clase magistral de teología ni una articulación coherente de postulados
dogmáticos.
La materia prima de un
discípulo-misionero es su humanidad frágil; es ella donde (parafraseando a Sor
Isabel de la Trinidad) el Espíritu puede renovar el misterio de Cristo en
nosotros. En nuestra experiencia humana e histórica del temor, Jesús nos invita
a abrir las puertas para salir a anunciar sin miedo que el Crucificado ha
Resucitado.
Enviados en el misterio de la diversidad
Una de las constataciones más profundas
que podemos contemplar en la Historia de la Iglesia es que cuando hemos buscado
uniformar pensamientos, teologías, ritos y espiritualidades, hemos perdido
autenticidad y transparencia. En la medida que se apueste por la uniformidad se
necesitarán personalidades fundamentalistas que controlen la acción del
Espíritu.
La diversidad, podríamos afirmar, es un
don constitucional de la Iglesia. Hay que asumir el desafío y el riesgo de
dejar al Espíritu que sople donde quiere y como quiere. Nadie puede monopolizar
la verdad, el bien o la belleza sin dejar fuera al Espíritu Santo. Los dones,
carismas y ministerios que suscita el Espíritu nos recuerdan que la vida de la
Iglesia late en el corazón de cada persona bautizada. También nos recuerdan que
la Iglesia se hace presente en muchas vidas, en muchos rostros y en distintas
experiencias y vivencias de la fe.
La diversidad, como don del Espíritu a
la Iglesia, tiene como fundamento la misma convocación apostólica. Jesucristo
no ha querido ni ha apostado por un grupo de clones que reproduzcan un modelo,
ni que mantengan rígidamente un orden establecido. Podríamos preguntarnos qué
ha visto Jesús en los Doce para convocarlos a la amistad, al seguimiento y a la
predicación. Jesús no ha buscado personas perfectas; Jesús ha convocado
personas que, más allá de lo cuestionable de su presente, podían hacer un
proceso de conversión y transformación del corazón y la mentalidad.
Enviados a la humanidad que peregrina en
la postmodernidad
La postmodernidad es el nuevo areópago
de la misión de la Iglesia. Jesús nos invita a ser una palabra de esperanza a
un mundo que lentamente va apostando por la más sutil y nociva de las
violencias: la indiferencia. Indiferencia frente a la cultura de la vida, del
trabajo y de la solidaridad. Indiferencia frente a las personas que diariamente
mueren por su compromiso con la dignidad humana. Indiferencia frente al
compromiso con la creación y el deterioro de la casa común.
Ser una Iglesia en salida al encuentro
de la postmodernidad nos invita a aprender a apostar por el diálogo para poder
reconocer las “semillas del Verbo” presentes en otras realidades y contextos
socioculturales y religiosos. En un mundo fragmentado y herido por el
fundamentalismo que cierra la mente y el corazón, estamos llamados a construir
la unidad y la fraternidad en la vivencia de una caridad solidaria.
Frene al hedonismo, al consumismo
materialista, a la manipulación de la vida y al relativismo, somos enviados a
predicar del Evangelio vida, de la fraternidad, de la solidaridad y de la
libertad. Como Iglesia misionera somos invitados a predicar con ejemplo de una
vida evangélica coherente, honesta y comprometida, para poder proponer a la
humanidad los valores que nacen del Evangelio y que nos llevan por los
misteriosos caminos del Espíritu al Reino.
ESTUDIO BÍBLICO.
El Domingo de Pentecostés (cincuenta
días después de la Pascua) nos muestra, con la proverbial primera lectura
(Hechos 2,1-11), que las experiencias de Pascua, de la Resurrección, nos han
puesto en el camino de la vida verdadera. Pero esa vida es para llevarla al
mundo, para transformar la historia, para fecundar a la humanidad en una nueva
experiencia de unidad (no uniformidad) de razas, lenguas, naciones y culturas.
Lucas ha querido recoger aquí lo que sintieron los primeros cristianos cuando
perdieron el miedo y se atrevieron a salir del «cenáculo» para anunciar el
Reino de Dios que se les había encomendado. Todo el capítulo primero de los
Hechos de los Apóstoles es una preparación interna de la comunidad para poner
de manifiesto lo importante que fueron estas experiencias del Espíritu para
cambiar sus vidas, para profundizar en su fe, para tomar conciencia de lo que
había pasado en la Pascua, no solamente con Jesús, sino con ellos mismos y para
reconstruir el grupo de los Doce, al que se unieron todos los seguidores de
Jesús. Por eso, el día de Pentecostés ha sido elegido por Lucas para concretar
una experiencia extraordinaria, rompedora, decidida, porque era una fiesta
judía que recordaba en algunos círculos judíos el don de la Ley del Sinaí, seña
de identidad del pueblo de Israel y del judaísmo. La pretensiones para que la
identidad de la comunidad de Jesús resucitado estuviera en la fuerza y la
libertad del Espíritu es algo muy sintomático. El evangelista sabe lo que
quiere decir y nosotros también, porque el Espíritu es lo propio de los
profetas, de los que no están por una iglesia estática y por una religión sin
vida. Por eso es el Espíritu quien marca el itinerario de la comunidad
apostólica y quien la configura como comunidad profética y libre. Veamos
algunos aspectos de los textos bíblicos:
Primera
Lectura: (Hch 2,1-11): El Espíritu lo renueva todo
I.1. Este es un relato germinal,
decisivo y programático propio de Lucas, como en el de la presencia de Jesús en
Nazaret (Lc 4,1ss). Lucas nos quiere da a entender que no se puede ser
espectadores neutrales o marginales a la experiencia del Espíritu. Porque ésta
es como un fenómeno absurdo o irracional hasta que no se entra dentro de la
lógica de la acción gratuita y poderosa de Dios que transforma al hombre desde
dentro y lo hace capaz de relaciones nuevas con los otros hombres. Y así, para
expresar esta realidad de la acción libre y renovadora de Dios, la tradición
cristiana tenía a disposición el lenguaje y los símbolos religiosos de los
relatos bíblicos donde Dios interviene en la historia humana. La manifestación
clásica de Dios en la historia de fe de Israel, es la liberación del Éxodo, que
culmina en el Sinaí con la constitución del pueblo de Dios sobre el fundamento
del don de la Alianza.
I.2. Pentecostés era una fiesta judía,
en realidad la "Fiesta de las Semanas" o "Hag Shabu'ot" o
de las primicias de la recolección. El nombre de Pentecostés se traduce por
"quincuagésimo," (cf Hch 2,1; 20,16; 1Cor 16,8). La fiesta se
describe en Ex 23,16 como "la fiesta de la cosecha," y en Ex 34,22
como "el día de las primicias o los primeros frutos" (Num 28,26). Son
siete semanas completas desde la pascua, cuarenta y nueve días, y en el
quincuagésimo día es la fiesta (Hag Shabu´ot). La manera en que ésta se guarda
se describe en Lev 23,15-19; Num 28,27-29. Además de los sacrificios prescritos
para la ocasión, en cada uno está el traerle al Señor el "tributo de su
libre ofrenda" (Dt 16,9-11). Es
verdad que no existe unanimidad entre los investigadores sobre el sentido
propio de la fiesta, al menos en el tiempo en que se redacta este capítulo. Las
antiguas versiones litúrgicas, los «targumin» y los comentarios rabínicos
señalaban estos aspectos teológicos en el sentido de poner de manifiesto la
acogida del don de la Ley en el Sinaí, como condición de vida para la comunidad
renovada y santa. Y después del año 70 d. C., prevaleció en la liturgia el
cómputo farisaico que fijaba la celebración de Pentecostés 50 días después de
la Pascua. En ese caso, una tradición anterior a Lucas, muy probablemente,
habría cristianizado el calendario litúrgico judío.
I.3. Pero ese es el trasfondo solamente,
de la misma manera que lo es, también sin duda, el episodio de la Torre de
Babel, en el relato de Gn 11,1-9. Y sin duda, tiene una importancia sustancial,
ya que Lucas no se queda solamente en los episodios exclusivamente israelitas.
Algo muy parecido podemos ver en la Genealogía de Lc 3,1ss en que se remonta hasta Adán, más allá de
Abrahán y Moisés, para mostrar que si bien la Iglesia es el nuevo Israel, es
mucho más que eso; es el comienzo escatológico a partir del cuál la humanidad
entenderá encontrará finalmente toda posibilidad de salvación.
I.4. Por eso mismo, no es una Ley nueva
lo que se recibe en el día de Pentecostés, sino el don del Espíritu de Dios o
del Espíritu del Señor. Es un cambio sustancial y decisivo y un don
incomparable. El nuevo Israel y la nueva humanidad, pues, serán conducidos, no
por una Ley que ya ha mostrado todas sus limitaciones en el viejo Israel, sino
por el mismo Espíritu de Dios. Es el Espíritu el único que hace posible que
todos los hombres, no sólo los israelitas, entren a formar parte del nuevo
pueblo. Por eso, en el caso de la familia de Cornelio (Hch 10) - que se ha
considerado como un segundo Pentecostés entre los paganos-, veremos al Espíritu
adelantarse a la misma decisión de Pedro y de los que le acompañan, quien
todavía no habían podido liberarse de sus concepciones judías y nacionalistas
I.5. Lo que Lucas quiere subrayar, pues,
es la universalidad que caracteriza el tiempo del Espíritu y la habilitación
profética del nuevo pueblo de Dios. Así se explica la intencionalidad -sin duda
del redactor-, de transformar el relato primitivo de un milagro de
«glosolalia», en un milagro de profecía, en cuanto todos los oyentes, de toda
la humanidad representada en Jerusalén, entienden hablar de las maravillas de
Dios en su propia lengua. El don del Espíritu, en Pentecostés, es un fenómeno
profético por el que todos escuchan cómo se interpreta al alcance de todos la
"acción salvífica de Dios"; no es un fenómeno de idiomas, sino que
esto acontece en el corazón de los hombres.
I.6. El relato de Pentecostés que hoy
leemos en la primera lectura es un conjunto que abarca muchas experiencias a la
vez, no solamente de un día. Esta fiesta de la Iglesia, que nace en las Pascua
de su Señor, es como su bautismo de fuego. Porque ¿de qué vale ser bautizado si
no se confiesa ante el mundo en nombre de quién hemos sido bautizados y el
sentido de nuestra vida? Por eso, el día de la fiesta del Pentecostés, en que
se celebraba la fiesta del don de la ley en el Sinaí como don de la Alianza de
Dios con su pueblo, se nos describe que en el seno de la comunidad de los
discípulos del Señor se operó un cambio definitivo por medio del Espíritu.
I.7. De esa manera se quiere significar
que desde ahora Dios conducirá a su pueblo, un pueblo nuevo, la Iglesia, por
medio del Espíritu y ya no por la ley. Desde esa perspectiva se le quiere dar
una nueva identidad profética a ese pueblo, que dejará de ser nacionalista,
cerrado, exclusivista. La Iglesia debe estar abierta a todos los hombres, a
todas las razas y culturas, porque nadie puede estar excluido de la salvación
de Dios. De ahí que se quiera significar todo ello con el don de lenguas, o
mejor, con que todos los hombres entiendan ese proyecto salvífico de Dios en su
propia lengua y en su propia cultura. Esto es lo que pone fin al episodio desconcertante
de la torre de Babel en que cada hombre y cada grupo se fue por su sitio para
independizarse de Dios. Eso es lo que lleva a cabo el Espíritu Santo: la
unificación de la humanidad en un mismo proyecto salvífico divino.
II
Lectura: Gálatas (5,16-25): La dignidad de vivir en el Espíritu
2.1. La segunda carta a los Gálatas -la
más personal y polémica de Pablo-, nos muestra en este pasaje la vida según el
Espíritu. Pablo ha mantenido un pulso a muerte con los adversarios de ésta
comunidad galaica que querían imponer otro evangelio en ausencia del Apóstol,
que no era en realidad evangelio (buena noticia). La llamada a la libertad es
la primera afirmación de nuestro texto, que es la misma con que se abre este
capítulo de Gálatas (5,1). En una antítesis entre carne y espíritu, no se debe
perder de vista la polémica entre la ley y la gracia, que está a la base de
todo el escrito paulino. El catálogo de virtudes y vicios tiene mucho, sin
duda, de retórico, pero es la vida misma la que nos muestra que eso es así. La
lista podía ampliarse en uno y otro sentido. Y lo importante no es solamente la
enumeración de cada uno de los frutos, sino el conjunto de todos, los que nos
hace “vivir en Cristo” y “vivir en Dios”.
2.2. Pablo opone la vida según el
Espíritu a la vida según la carne, concepto que no debemos entenderlo en
sentido sexual, sino que significa aquello criterios del mundo que nos apartan
de Dios y de la libertad verdadera: de ahí nace adorar el dinero, el poder, la
gloria, los placeres irracionales, en definitiva la vida más egoísta que todos
podemos imaginarnos. Pero la vida según el Espíritu, como alternativa
cristiana, es para Pablo la vida según el evangelio: amor, alegría, bondad,
benevolencia y equilibrio; por consiguiente, la vida abierta a la generosidad,
como Dios ha hecho con nosotros. Esta es la parte práctica de la carta a los
Gálatas donde ha discutido el tema de la libertad cristiana que trae el
evangelio. Desde luego, merece la pena resaltar los frutos del Espíritu, porque
es lo que lleno de dignidad el corazón humano. Esto podría dar lugar a una
reflexión sobre esos frutos o sobre los dones, pero no es ahora el momento de
emprender esa tarea. Pero vemos que no se enumera la “glosolalia” como un don
de la presencia del Espíritu. No es necesaria para sentir que la vida
cristiana, como vida profética, no necesita muchas veces esos dones
extraordinarios a los que el mismo Pablo le ha puesto algún “pero” en la
exposición de los carismas de 1Cor 12-14. Si no hay “glosolalia” también el
Espíritu se manifiesta en nuestra vida cristiana.
Evangelio:
Juan (15,26-27; 16,12-15): El Espíritu
de la verdad
III.1. El evangelio de este domingo está
entresacado de Juan 15 y 16, capítulos de densa y expresiva teología joánica,
que se ha puesto en boca de Jesús en el momento de la despedida de la última
cena con sus discípulos. Habla del Espíritu que les ha prometido como «el
Defensor» y el que les llevará a la experiencia de la verdad. Cuando se habla
así, no se quiere proponer una verdad metafísica, sino la verdad de la vida.
Sin duda que quiere decir que se trata de la verdad de Dios y de la verdad de
los hombres. El concepto verdad en la Biblia es algo dinámico, algo que está en
el corazón de Jesús y de los discípulos y, consiguientemente, en el corazón de
Dios. El corazón es la sede de todos los sentimientos. Por lo mismo, si el
Espíritu nos llevará a la verdad plena, total, germinal, se nos ofrece la
posibilidad de entrar en el misterio del Dios de la salvación, de entrar en su
corazón y en sus sentimientos. Por ello, sin el Espíritu, pues, no
encontraremos al Dios vivo de verdad.
III.2. El Espíritu es el “defensor”
también del Hijo. Todo lo que él, según San Juan, nos ha revelado de Dios, del
padre vendrá confirmado por el Espíritu. Efectivamente, el Jesús joánico es muy
atrevido en todos los órdenes y sus afirmaciones sobre las relaciones entre
Jesús y Dios, el Padre, deben ser confirmadas por un testigo cualificado. No se
habla de que el Espíritu sea el continuador de la obra reveladora de Jesús y de
su verdad, pero es eso lo que se quiere decir con la expresión “recibirá de mí
lo que os irá comunicando”. No puede ser de otra manera; cuando Jesús ya no
esté entre los suyos, su Espíritu, el de Dios, el del Padre continuará la tarea
de que no muera la verdad que Jesús ha traído al mundo. (Fray Miguel de Burgos
Núñez, O. P.).
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