“Nadie
tiene amor más grande que
el
que da la vida por sus amigos”
Continuamos celebrando la plenitud del amor de Dios por la
humanidad, expresado y comunicado a nosotros en su Hijo, muerto y resucitado.
La liturgia de este domingo nos invita a ahondar en este gran don del cual nace
el mandato de Jesús de amar a los
hermanos.
El evangelista Juan nos invita a que,
ante todo nos dejemos amar por Dios que tomó la iniciativa, amándonos con amor
totalmente gratuito e inmerecido. Muchas páginas de la Biblia nos muestran un Dios que parece no darse por
satisfecho hasta que encuentra descanso en el corazón del hombre. Es un amor, que no tiene su origen en
nosotros sino en Dios; que nos enriquece y nos transforma para que podamos
cumplir el mandato de amar a los hermanos. Este es el gozo al que Jesús nos invita a participar: que no tengamos
miedo, ya que podemos contar con su amor fiel y poderoso; que no nos encerremos
en un individualismo estéril, sino que
seamos buena noticia para los hermanos con nuestra dedicación y empeño.
En nuestra sociedad los lazos de afecto
y amistad son frágiles. Sólo el amor
desinteresado que viene de Dios por medio de Jesús Resucitado puede ayudarnos a
romper el muro de egoísmo que tiende a la división y al enfrentamiento.
Dios ofrece su amistad a todos sin
distinción. No depende de las cualidades
de quienes lo reciben, sino de su bondad y generosidad. El Padre ofrece al Hijo a todos, sin distinción. Sin embargo, este
gran don de Dios no es acogido por todos con la misma disponibilidad; el
centurión pagano Cornelio con su familia
es el símbolo de aquellos que abren su corazón al amor de Dios.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
El
Espíritu Santo descendió sobre todos los habitantes de aquella casa romana. En
consecuencia, la novedad del Evangelio se expresó claramente: Dios no hace
acepción de personas. Por eso, ningún pueblo ni ningún grupo pueden intentar
adueñarse de Dios. Este episodio, ocurrido en los inicios de la evangelización,
nos sigue iluminando hoy para que derribemos los prejuicios y llevemos la Buena
Noticia a toda persona sin ningún tipo de distinción.
Lectura
de los Hechos de los apóstoles 10, 25-26. 34-36. 43-48
Cuando Pedro entró a la casa del
centurión Cornelio, este fue a su encuentro y se postró a sus pies. Pero Pedro
lo hizo levantar, diciéndole: “Levántate, porque yo no soy más que un hombre”.
Después Pedro agregó: “Verdaderamente, comprendo que Dios no hace acepción de
personas, y que en cualquier nación, todo el que le teme y practica la justicia
es agradable a él. Él envió su Palabra al pueblo de Israel, anunciándoles la
Buena Noticia de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos.
Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él
reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre”. Mientras Pedro
estaba hablando, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban la
Palabra. Los fieles de origen judío que habían venido con Pedro quedaron
maravillados al ver que el Espíritu Santo era derramado también sobre los
paganos. En efecto, los oían hablar diversas lenguas y proclamar la grandeza de
Dios. Pedro dijo: “¿Acaso se puede negar el agua del bautismo a los que
recibieron el Espíritu Santo como nosotros?”. Y ordenó que fueran bautizados en
el nombre del Señor Jesucristo. Entonces le rogaron que se quedara con ellos
algunos días.
Palabra de Dios.
Salmo
97, 1-4
R.
El Señor reveló su victoria a las naciones.
Canten al Señor un canto nuevo, porque
él hizo maravillas: su mano derecha y su santo brazo le obtuvieron la victoria.
R.
El Señor manifestó su victoria, reveló
su justicia a los ojos de las naciones: se acordó de su amor y su fidelidad en
favor del pueblo de Israel. R.
Los confines de la tierra han
contemplado el triunfo de nuestro Dios. Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos. R.
II
LECTURA
“‘Hemos creído en el amor de Dios’: así puede
expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva” (Benedicto XVI, Dios es amor, Nº 1).
Lectura
de la Primera carta de san Juan 4, 7-10
Queridos míos, amémonos los unos a los
otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce
a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Así Dios nos
manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por
medio de él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino
en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por
nuestros pecados.
Palabra de Dios.
ALELUYA
Aleluya. “El que me ama será fiel a mi
palabra, y mi Padre lo amará e iremos a él”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
¿Dónde
encontrar una alegría plena? ¿Cómo experimentar ese “gozo colmado”? Jesús
quiere transmitirnos su gozo puro, que es vivir en el amor. Como se aman él y
el Padre, así nos aman ellos. Cuando nos dejamos amar de esta manera y
transmitimos amor a los demás, entonces vivimos la alegría excelsa.
Ì Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 15, 9-17
Durante la última Cena, Jesús dijo a sus
discípulos: “Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes.
Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor,
como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he
dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es
mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor
más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo
que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que
hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí
de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí
a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero.
Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les
mando es que se amen los unos a los otros”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
El amor no consiste en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que él nos
amó a nosotros primero y envió a su Hijo para librarnos de nuestros
pecados. Esta es la buena noticia que la liturgia de este domingo nos
invita a vivir y a anunciar con gozo al mundo entero. Juan sabe bien que el amor es fundamental en
la vida de los discípulos de Jesús porque lo aprendió directamente de él como
testigo privilegiado.
Ante
todo, dejémonos amar por Dios
Frecuentemente enfatizamos nuestro
esfuerzo en la búsqueda de Dios, que a menudo, da la impresión de guardar silencio hasta el punto de
parecernos indiferente. En realidad, el gran buscador es él mismo. No te hubiera encontrado yo si Tú no me hubieras buscado primero, dice
S. Agustín. Dios está siempre presente, esperando entrar en comunión con
nosotros, tomando la iniciativa. Muchas páginas de la Biblia nos muestran un Dios que parece no darse por
satisfecho hasta que encuentra descanso
en el corazón del hombre. Para que lo sintamos más cercano se hace uno con
nosotros y se implica de lleno en nuestra historia. Dios se convierte en un
mendicante de amor porque, mientras extiende su mano para pedir amor, ya nos lo
está dando a raudales. Es Dios quien nos ama primero con un amor totalmente
gratuito e inmerecido por nuestra parte.
Pero ser amado significa dejarse
transformar por el amor que uno recibe, involucrándose en su lógica. Como Dios
quiere incluir a todos en esta lógical, Jesús Resucitado ha vencido el poder
que impide la vida plena a la humanidad. Por tanto, también nosotros debemos
querer sinceramente el bien de los hermanos.
Sigamos
al Maestro
Entrar en esta dinámica de amor al que
nos invita Jesús significa participar de la alegría de Dios: "Os he dicho
todo esto para que participéis en mi gozo y vuestro gozo sea completo. El gozo
de Jesús consiste en ser amado infinitamente por el Padre y en amar
a los suyos hasta el final. Esta misma plenitud de alegría quiere
comunicarla a los discípulos. Que no tengan miedo a la vida ya que pueden
contar con su amor fiel y poderoso; que no se cierren en un individualismo
estéril, dado que pueden dar vida a
los hermanos con su empeño y dedicación.
Jesús sólo les dio este mandamiento: Que
os améis unos a otros como yo os he amado . No es un mandato caprichoso y
arbitrario, sino una necesidad que surge de la propia identidad de Jesús. Ha
vivido una existencia como la nuestra, hecha de trabajo, de predicación, de
relaciones humanas. No fue una existencia mágica, estaba completamente
integrado en la vida de su tiempo, en lugares concretos, con personas concretas.
Pero Jesús transformó todo ello en amor auténtico; habló y actuó impulsado por
el deseo de comunicar alegría y vida a los demás. Su mandato consiste en que el
discípulo de Cristo sea cristiano en su manera de pensar y actuar.
¿De
qué amor se trata?
En su primera carta, Juan nos revela la
naturaleza y la fuente de este
extraordinario amor: "Amémonos unos a otros, porque el amor procede de
Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios". El apóstol habla
aquí de un amor diferente del que normalmente queremos expresar con este
término. El amor para nosotros es un complejo de sentimientos, hecho de
atracción física, deseo, pasión, satisfacción… En general, amamos algo o a
alguien porque es bueno para nosotros. Dios, en cambio, no ama para recibir algo sino para dar y darse. Así
es como vivió Jesús.
Juan nos invita a profundizar más en la calidad de ese amor del que habla. No
tiene su origen en nosotros sino en Dios. Es un amor que proviene de una
relación con Dios, además de con otras personas. Por lo tanto, no se trata de
un amor puramente humano, que dependa solamente de nuestra capacidad de amar.
Es sólo unidos a Cristo por la fe como seremos capaces de vivir y difundir este amor a los demás. Un
amor que, ante todo, es servicio. La voluntad de servicio hacia los hermanos debe animar toda nuestra vida
cristiana, sea cual sea el lugar o la vocación en la que Dios nos llama a
vivir. Es en los hermanos donde Dios quiere que descubramos su imagen, a
veces desfigurada.
En nuestra sociedad los lazos de afecto
y amistad son frágiles. No obstante tantos medios para comunicarse hay mucha
soledad y, al mismo tiempo, vivimos cada vez más preocupados por la defensa de
nuestro bienestar personal. Los lazos de afecto entre las personas basados solamente
en el amor humano no son estables y fácilmente se deterioran y rompen. Parece
cada vez más difícil vincularse de por
vida con relaciones permanentes. Sólo el
amor desinteresado que viene de Dios por medio de Jesús Resucitado puede
ayudarnos a romper el muro de egoísmo que tiende a separarnos unos de otros.
Sólo Jesús tiene autoridad para decirnos: Como el Padre me ha amado, así os he
amado yo; permaneced en mi amor. Si aceptamos este hermoso reto podremos
experimentar esta fuerza que regenera y sana nuestras relaciones. Este amor es
el sello distintivo de quien ha nacido de Dios y conoce a Dios. Pero no es
propiedad adquirida de una vez por todas, ni pertenece por derecho a este o
aquél grupo. El amor de Dios no conoce
límites de ningún tipo, rompe todas las barreras de raza, cultura, nación e
incluso de fe, como leemos en los Hechos de los Apóstoles cuando el Espíritu
también llenó la casa del pagano Cornelio.
Jesús no nos da este mandato del amor
como una ley para hacer nuestra vida más dura y pesada, sino como un manantial
de alegría: "Os he dicho todo esto para que participéis en mi gozo”. Cuando falta la armonía y la comunión, se
crea un vacío que nada ni nadie puede llenar de alegría y de paz.
ESTUDIO BÍBLICO.
I
Lectura: Hechos de los Apóstoles (10,25-26.34-35.44-48): El Espíritu abre
caminos nuevos
I.1. La primera lectura de hoy es un
resumen de un gran relato que Lucas, el autor de los Hechos, ha colocado en su
narrativa en un momento álgido de la vida de la primera comunidad. Los discípulos,
en Jerusalén, habían sido perseguidos por el nombre de Jesús; la comunidad
había quedado limitada por la tensión que suponía el tener que doblegarse a las
exigencias rituales y legales del judaísmo: ¿qué sería del nuevo movimiento,
del «camino» que habían emprendido sus seguidores? Cada día se hacía más
necesario que los discípulos rompieran ese círculo de la ciudad santa y se
lanzaran por caminos nuevos. Pero es el Espíritu, como en Pentecostés, quien va
a tomar la iniciativa para abrir el cristianismo a otros hombres y a otros
pueblos.
I.2. Estando Pedro en Joppe (Jaffa),
tras una visión que le descoloca ideológica y prácticamente, es invitado a ir a
la ciudad romana de Cesarea, donde residía habitualmente el prefecto romano,
para entrevistarse con Cornelio (un jefe de la milicia) y su familia. Habían
oído hablar de ese nuevo movimiento entre los judíos y querían saber lo que
proponían. Pedro se llegó hasta aquella ciudad y les anunció el mensaje
cristiano. Y antes de que los hombres pudieran tomar decisiones se adelantó el
Espíritu de Dios para hacerse presente en medio de ellos. Se conoce este relato
como el “Pentecostés pagano”, ya que Lucas ha querido centrar la escena de Hch
2, en los judíos y su mundo.
I.3. El relato muestra la experiencia
intensa de gozo, en la que pudieron notar la fuerza de la salvación que Dios
quiere ofrecer, incluso a los paganos. Es el Espíritu del resucitado, pues quien lleva la iniciativa en la misión. Y es
que la Iglesia, si no se deja conducir por el Espíritu, no podrá tener futuro.
Los que acompañan a Pedro, judeo-cristianos, se asombran de que Dios, el
Espíritu, pueda ofrecerse a los paganos. Pedro, es decir, Lucas, tienen que
justificar que Dios no hace acepción de personas porque tiene un proyecto
universal de salvación; de ahí que pida
el bautismo para los paganos en nombre de Jesús, porque si el Espíritu se ha
adelantado es para abrir caminos nuevos.
II
Lectura: I Carta de Juan (4,7-10): La experiencia del amor, como experiencia
divina
La segunda lectura, esta vez, es la que
mejor va a interpretar el sentido del evangelio de este domingo. La carta nos
ofrece una de las reflexiones más impresionantes sobre el Dios cristiano: es el
Dios del amor. El amor viene de Dios, nace en él y se comunica a todos sus
hijos. Por eso, la vida cristiana debe ser la praxis del amor. Si
verdaderamente queremos saber quién es Dios, la carta de Juan nos ofrece un
camino concreto: aprendiendo a ser hijos suyos; ¿cómo? amando a los hermanos.
La experiencia del amor es la
experiencia divina por excelencia, y si los hombres quieren ser «divinos», en
la medida en que nos es permitido ser dioses (si entendemos esta expresión
correctamente); si queremos ser eternamente felices, no hay más que un camino:
amando. Y sepamos, pues, que en ello, la iniciativa la ha tenido Dios mismo:
entregándonos a su Hijo, dándonos a nosotros lo que más ama. El autor nos habla
del “nacer” de Dios y “conocer” a Dios. Ya sabemos que el “conocer” es un verbo
bíblico de tonos especiales que no contempla primeramente lo intelectual, sino
lo que hoy llamamos lo “experiencial”. Tener experiencia de Dios es sentir su
amor.
Evangelio.
Juan (15,9-17): La experiencia del amor
del Padre en Jesús
III.1. El evangelio de Juan, en esta
parte del discurso de despedida de la última cena de Jesús con sus discípulos,
insiste en el gran mandamiento, en el único mandamiento que Jesús ha querido
dejar a los suyos. No hacía falta otro, porque en este mandamiento se cumplen
todas las cosas. Forma parte del discurso de la vid verdadera que podíamos
escuchar el domingo pasado y, sin duda, aquí podemos encontrar las razones
profundas de por qué Jesús se presentó como la vid: porque en su vida, en
comunión con Dios, en fidelidad constante a lo que Dios es, se ha dedicado a
amar. Si Dios es amor, y Jesús es uno con Dios, su vida es una vida de entrega.
III.2. Por ello, los sarmientos
solamente tendrán vida permaneciendo en el amor de Jesús, porque Jesús no falla
en su fidelidad al amor de Dios. Jesús quiere repetir con los suyos, con su comunidad,
lo que Dios ha hecho con él. Jesús siente que Dios le ama siempre (porque Dios
es amor) y una comunidad no puede ser nada si no se fundamenta en el amor sin
medida: dando la vida por los otros. Dios vive porque ama; si no amara, Dios no
existiría. Jesús es el Señor de la comunidad, porque su señorío lo fundamenta
en su amor. La comunidad tendrá futuro
si ponemos en práctica el amor, el perdón, la misericordia de los unos
con los otros. Ese es el signo de los hijos de Dios.
III.3. Con una densidad, quizás no
ajustada al lenguaje del Jesús histórico, el autor del cuarto evangelio nos
adentra en el mundo del amor y de la amistad con Dios, con Jesús y entre los
suyos. Es un discurso que establece unas relaciones muy particulares. Dios ama
al Hijo, el Hijo ama a los suyos, éstos se llenan de alegría, ¿por qué? Porque
estas son relaciones de amor de entrega, de amistad. Son términos que la
psicología recoge como los más curativos para el corazón y la mente humana.
Todos sabemos lo necesario que es ser amado y amar: es como la fuente de la
felicidad. El Jesús de San Juan, pues, se despide de los suyos hablándoles de
cosas trascendentales y definitivas. No hay otro mensaje, ni otro mandamiento,
ni otra consigna más definitiva para los suyos. No está la cuestión en
preguntarse solamente ¿qué tenemos que hacer?, aunque se formule en
mandamiento, sino ¿cómo tenemos que vivir? : amando.
III.4. ¿Es amor de amistad (filía) -
como en los griegos-, o más bien es amor de entrega sin medida (ágapê)? Sabemos
que San Juan usa el verbo “fileô”, que es amar como se aman los amigos, en
otros momentos. Pero en este texto de despedida está usando el verbo agapaô y
el sustantivo ágape, para dar a entender que no se trata de una simple
“amistad”, sino de un amor más profundo, donde todo se entrega a cambio de
nada. El amor de amistad puede resultar muy romántico, pero se puede romper. El
amor de “entrega” no es romántico, sino que implica el amor de Dios que ama a
todos: a los que le aman y a los que no le aman. Los discípulos de Jesús deben
tener el amor de Dios que es el que les
ha entregado Jesús. Este es el amor que produce la alegría (chara) verdadera.
El “permanecer” en Jesús no se resuelve como una simple cuestión de amistad, de
la que tanto se habla, se necesita y es admirable. El discipulado cristiano del
permanecer no se puede fundamentar
solamente en la “amistad” romántica, sino en la confianza de quien tiene que
dar frutos. Por eso han sido elegidos: están llamados a ser amigos de Jesús los
que aman entregándolo todo como El hizo. Esta amistad no se puede romper porque está hecho de un amor sin medida, el
de Dios. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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