domingo, 3 de junio de 2018

CORPUS CHRISTI


“Tomen, esto es mi cuerpo”

Hoy celebramos la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, más conocida entre nosotros como el “Corpus Cristi”.

Está aún muy reciente el Jueves Santo centrado también en el relato de la última cena de Jesús con sus discípulos celebrando la pascua judía. Ahora volvemos a leer este mismo relato tomado esta vez del evangelio de Marcos. Estamos en otro contexto, ha pasado el gozo pascual, es el llamado tiempo ordinario del ciclo litúrgico y en esta solemnidad se  subraya lo que representa la eucaristía en la vida cristiana. Estamos ante un dogma central de nuestra fe que es la Presencia real del Señor Jesús en el pan y el vino eucarístico.    

La Comunidad cristiana, desde los primeros momentos de su existencia, tuvo una conciencia muy clara de esta presencia al reunirse para recordar la cena del Señor. En el pan y el vino que compartían encontraban la fortaleza para ser testigos de su fe en medio de las persecuciones. Con el tiempo, al estabilizarse la vida de la iglesia, surgen otras manifestaciones litúrgicas en torno a esta presencia en el pan eucarístico, tales como la devoción al “Santísimo Sacramento”, reservado en los sagrarios de las pequeñas o grandes iglesias repartidas por todo el mundo cristiano. Es una presencia que hasta nuestros días alienta la oración privada de los fieles. Después vendrá la Adoración al Santísimo Sacramento, las Procesiones eucarísticas y otras manifestaciones populares, sociales y festivas. Tanto en las grandes ciudades, como en los pequeños pueblos o aldeas de nuestro país siguen vivas estas expresiones religiosas,  es la religiosidad popular que no debemos despreciar, porque de algún modo es el sentir del pueblo cristiano que ve en el sacramento eucarístico una Presencia  del Señor Jesús que alienta y sostiene su vocación cristiana.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Lectura del libro del Éxodo     24, 3-8

    Moisés fue a comunicar al pueblo todas las palabras y prescripciones del Señor, y el pueblo respondió a una sola voz: «Estamos decididos a poner en práctica todas las palabras que ha dicho el Señor.»
    Moisés consignó por escrito las palabras del Señor, y a la mañana siguiente, bien temprano, levantó un altar al pie de la montaña y erigió doce piedras en representación de las doce tribus de Israel. Después designó a un grupo de jóvenes israelitas, y ellos ofrecieron holocaustos e inmolaron terneros al Señor, en sacrificio de comunión. Moisés tomó la mitad de la sangre, la puso en unos recipientes, y derramó la otra mitad sobre el altar. Luego tomó el documento de la alianza y lo leyó delante del pueblo, el cual exclamó: «Estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho.»
    Entonces Moisés tomó la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con ustedes, según lo establecido en estas cláusulas.»
Palabra de Dios.

Salmo 115, 12-13. 15-16. 17-18 (R.: 13)

R. Alzaré la copa de la salvación
e invocaré el nombre del Señor.

O bien:

Aleluia.

¿Con qué pagaré al Señor
todo el bien que me hizo?
Alzaré la copa de la salvación
e invocaré el nombre del Señor. R.

¡Qué penosa es para el Señor
la muerte de sus amigos!
Yo, Señor, soy tu servidor,
tu servidor, lo mismo que mi madre:
por eso rompiste mis cadenas. R.

Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
e invocaré el nombre del Señor.
Cumpliré mis votos al Señor,
en presencia de todo su pueblo. R.

II LECTURA

La sangre de Cristo purificará nuestra conciencia

Lectura de la carta a los Hebreos 9, 11-15

    Hermanos:
    Cristo, en cambio, ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes futuros. El, a través de una Morada más excelente y perfecta que la antigua -no construida por manos humanas, es decir, no de este mundo creado- entró de una vez por todas en el Santuario, no por la sangre de chivos y terneros, sino por su propia sangre, obteniéndonos así una redención eterna.
    Porque si la sangre de chivos y toros y la ceniza de ternera, con que se rocía a los que están contaminados por el pecado, los santifica, obteniéndoles la pureza externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por obra del Espíritu eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras que llevan a la muerte, para permitirnos tributar culto al Dios viviente!
    Por eso, Cristo es mediador de una Nueva Alianza entre Dios y los hombres, a fin de que, habiendo muerto para redención de los pecados cometidos en la primera Alianza, los que son llamados reciban la herencia eterna que ha sido prometida.
Palabra de Dios.

SECUENCIA

(Esta secuencia es optativa y puede decirse íntegra desde * Este es el pan de los ángeles).

Glorifica, Sión, a tu Salvador,
aclama con himnos y cantos
a tu Jefe y tu Pastor.

Glorifícalo cuanto puedas,
porque él está sobre todo elogio
y nunca lo glorificarás bastante.

El motivo de alabanza
que hoy se nos propone
es el pan que da la vida.

El mismo pan que en la Cena
Cristo entregó a los Doce,
congregados como hermanos.

Alabemos ese pan con entusiasmo,
alabémoslo con alegría,
que resuene nuestro júbilo ferviente.

Porque hoy celebramos el día
en que se renueva la institución
de este sagrado banquete.

En esta mesa del nuevo Rey,
la Pascua de la nueva alianza
pone fin a la Pascua antigua.

El nuevo rito sustituye al viejo,
las sombras se disipan ante la verdad,
la luz ahuyenta las tinieblas.

Lo que Cristo hizo en la Cena,
mandó que se repitiera
en memoria de su amor.

Instruidos con su enseñanza,
consagramos el pan y el vino
para el sacrificio de la salvación.

Es verdad de fe para los cristianos
que el pan se convierte en la carne,
y el vino, en la sangre de Cristo.

Lo que no comprendes y no ves
es atestiguado por la fe,
por encima del orden natural.

Bajo la forma del pan y del vino,
que son signos solamente,
se ocultan preciosas realidades.

Su carne es comida, y su sangre, bebida,
pero bajo cada uno de estos signos,
está Cristo todo entero.

Se lo recibe íntegramente,
sin que nadie pueda dividirlo
ni quebrarlo ni partirlo.

Lo recibe uno, lo reciben mil,
tanto éstos como aquél,
sin que nadie pueda consumirlo.

Es vida para unos y muerte para otros.
Buenos y malos, todos lo reciben,
pero con diverso resultado.

Es muerte para los pecadores y vida para los justos;
mira como un mismo alimento
tiene efectos tan contrarios.

Cuando se parte la hostia, no vaciles:
recuerda que en cada fragmento
está Cristo todo entero.

La realidad permanece intacta,
sólo se parten los signos,
y Cristo no queda disminuido,
ni en su ser ni en su medida.

* Este es el pan de los ángeles,
convertido en alimento de los hombres peregrinos:
es el verdadero pan de los hijos,
que no debe tirarse a los perros.

Varios signos lo anunciaron:
el sacrificio de Isaac,
la inmolación del Cordero pascual
y el maná que comieron nuestros padres.

Jesús, buen Pastor, pan verdadero,
ten piedad de nosotros:
apaciéntanos y cuídanos;
permítenos contemplar los bienes eternos
en la tierra de los vivientes.

Tú, que lo sabes y lo puedes todo,
tú, que nos alimentas en este mundo,
conviértenos en tus comensales del cielo,
en tus coherederos y amigos,
junto con todos los santos.

ALELUIA     Jn 6, 51

Aleluia. Dice el Señor: Yo soy el pan vivo bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá eternamente. Aleluia.

EVANGELIO

Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos14, 12-16.22-26

    El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?»
    El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: "¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?" El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario.»
    Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
    Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo.»
    Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.»

Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

La  Antigua Alianza de Dios con su pueblo Israel

Las tres lecturas de hoy tienen un hilo conductor y es la idea de la alianza de Dios con los hombres, una alianza prometida a los antiguos patriarcas y consumada con toda la humanidad a través de Jesús hecho hombre por nosotros. Así, en la primera lectura, tomada del libro del Éxodo, aparece Moisés conduciendo al pueblo de Israel por el desierto hacia la tierra prometida. En el Sinaí, Moisés habla con Dios y trasmite al pueblo su experiencia religiosa. Le da los mandamientos y normas de vida. Pero Israel  es un pueblo terco, de corazón extraviado, que duda y se pregunta si, está o no está Dios con él, en su caminar por el desierto. Todo el libro del Éxodo es un relato de encuentros y desencuentros de Israel con su Dios que a pesar de todo no abandona a su pueblo elegido. Esta vez el pueblo escucha a Moisés y asiente a sus deseos.  En el texto que hoy comentamos hay una especie de contrato entre Dios y las doce tribus de Israel que queda sellado con sangre de animales. Era, el ritual primitivo habitual en su tiempo, pensando que la sangre era la garantía jurídica, el protocolo necesario para hacer una alianza con Dios.

La Alianza Nueva y Eterna para el perdón de los pecados

El evangelista Marcos, cuando en su evangelio quiere presentar la pasión y la misma institución de la eucaristía lo hace en el marco tradicional de la `pascua judía, la alianza de Dios con su pueblo. Por eso en el relato de la última cena, empieza diciendo algo que parece anecdótico pero que no lo es. Dice así, el primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, Jesús encarga a sus discípulos la preparación de la Cena, con lo cual quiere dejar bien sentado que lo que va a ocurrir después es un auténtico sacrificio, que se engarza en el ámbito de la pascua judía. Es un sacrificio que se hace realidad con la sangre derramada por Cristo, por eso es Nuevo, y es Eterno porque anula la antigua Alianza y se abre a la humanidad entera. Así lo recordamos nosotros ahora al renovar este mismo sacrificio en las celebraciones eucarísticas. El sacerdote, en la misa, al consagrar el pan y el vino y dice expresamente que es la  Alianza Nueva y Eterna para el perdón de los pecados.  

En la carta a los Hebreos, que recordamos en la segunda lectura de hoy, el autor con un lenguaje muy diferente a los anteriores, pues está escrita después de la muerte de Jesús, nos da una explicación teológica de la Alianza consumada por Cristo, diciendo que con su sangre derramada en la cruz ha iniciado una etapa nueva y definitiva. Como se ve, la alianza nueva no es ya un contrato o un intercambio de intereses para obtener del favor de Dios o aplacar su ira, como en la antigua alianza, pues el hombre, no puede dar a Dios algo que necesite, ni hacer algo para obtener su favor. Sin embargo, por parte de Dios, sí que hay una elección gratuita que eleva al hombre apostando por él, dándole la dignidad de hijo y haciéndole partícipe de su propia vida a través de Cristo, su Hijo, y todo esto lo hace por amor.

Jesús tomó el pan, lo partió, y se lo dio diciendo, tomad y comed

En el ambiente de la última cena, Jesús abre su corazón a los discípulos, y les recuerda aspectos fundamentales sobre su misión mesiánica, tal como lo recogen los evangelios. En este contexto, como si fuera su testamento, aparece la novedad de la eucaristía, cuya transcendencia no se puede desligar de la pasión del Señor anunciada en esa cena pascual. El evangelista  Marcos nos da las claves del misterio eucarístico, lo hace de una forma concisa pero a la vez suficiente para comprenderlo. Dice simplemente que Jesús tomó pan, y pronuncio la bendición, lo partió y se lo dio a sus diciendo: “Tomad, esto es mi cuerpo”. Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias y les dice: “Esta es mi sangre de la Alianza, que se derrama por todos”. Y les anuncia que no beberá del fruto de la vid hasta que beba el vino nuevo en el Reino de Dios. En este breve relato está expresado el contenido profundo de la eucaristía, entendida como Sacramento necesario para vivir la fe.

En primer lugar, es una invitación a tomar el cuerpo y la sangre de Cristo como alimento y seguir sus pasos. En el lenguaje bíblico comer su cuerpo y beber su sangre (un lenguaje duro para algunos) es identificarse con la totalidad de la persona que lo dice, con su propio ser, con su espíritu, con sus anhelos y objetivos. En resumen, Jesús está hablando  de su vida y muerte que se entrega como alimento, como gracia que redime y perdona. Jesús cuando dice tomad y comed, quiere decir que tomemos la vida en nuestras manos, que recibir la Eucaristía no es algo estático, sino que exige lucha para salir del pecado o para superar situaciones difíciles y comprometidas que no encajan en el proyecto cristiano. Es muy importante, entender esto, porque algunos piensan que el comulgar es un premio, una medalla que se da a las personas buenas.  La eucaristía es una llamada a la esperanza, que nos recuerda que somos en realidad lo que celebramos, porque ya no somos nuestra propia debilidad, ni nuestros odios, ni nuestros traumas, ni siquiera nuestros mismos pensamientos, ni la suma de nuestros pecados o errores. No, no somos eso. Podemos decir como el apóstol Pablo: Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí.


El pan partido y repartido, es también el compromiso personal de los creyentes para ser testigos de su muerte y resurrección. Jesús, parte el Pan y se lo ofrece a sus discípulos, y con este gesto los invita a asumir un compromiso integrándose en la acción redentora del Verbo hecho carne siguiendo su misión. Así lo entendieron sus discípulos en sus primeros pasos después de la muerte de Jesús siendo testigos de la Resurrección de Cristo, asumiendo todas sus consecuencias, como fueron las persecuciones y el martirio.

Pero además, al comulgar nos identificamos con Cristo que al anunciar el Reino de Dios lo hacía no solo de palabra, sino atento a las necesidades de sus contemporáneos. Por eso el pan eucarístico lo hemos de compartir con nuestros hermanos, nos tiene que llevar a ser muy sensibles ante sus necesidades, tanto espirituales como materiales. Recordemos que el Señor ante una multitud fatigada, que lo seguía y tenía hambre, dice a sus discípulos: “dadles vosotros de comer”. Es una responsabilidad que desde sus orígenes la iglesia ha ejercitado como recuerdo del Señor. Por eso hoy, al celebrar el Corpus Cristi, que nos habla del pan partido, nos lleva a pensar sobre el pan compartido y celebramos por eso el Día de la Caridad.

ESTUDIO BÍBLICO.

Ante todo la caridad

I Lectura: Éxodo (24,3-8): El misterio de la Alianza
En la primera lectura, Moisés, bajando del monte, comunica la experiencia que había tenido de Dios, de sus palabras, que han de considerarse como palabras de la Alianza que Dios había sellado anteriormente con su pueblo con el Código de la Alianza  cuyo corazón es el Decálogo. Entonces, pues, se organiza una liturgia sagrada, un banquete, que quiere significar la ratificación de la Alianza que Dios ha hecho con el que ha sacado de la esclavitud. El misterio de la sangre, de su aspersión, expresa el misterio de comunión de vida entre Dios y su pueblo ya que, según se pensaba, la vida estaba en la sangre. Por ello este texto se considera como prefiguración de la Nueva Alianza que Jesús adelanta en la última cena.

II Lectura: Hebreos (9,11-15): El sacrificio de la propia vida

II.1. La carta a los Hebreos es uno de los escritos más densos del NT. En este texto se nos exhorta desde la teología sacrificial,  que  pone de manifiesto que los sacrificios de la Antigua Alianza no pudieron conseguir lo que Jesucristo realiza con el suyo, con la entrega de su propia vida. Y esto lo ha realizado «de una vez por todas» en la cruz, de tal manera que los efectos de la muerte de Jesús, la redención y su amor por los hombres, se hacen presentes en la celebración de este sacramento. El recurrir a las metáforas y al lenguaje de la acción sacrificial puede que resulte hoy poco convincente, fruto de una cultura que no es la nuestra. No obstante, la significación de todo ello nos muestra una novedad, ya que todo se apoya en un sacerdocio especial, el de Melquisedec y en una entrega inigualable.

II.2. Es uno de los momentos álgidos de la argumentación de la carta. Está hablando del sacrificio de la propia vida que logra una Alianza eterna. Es esa alianza que prometieron los profetas, porque ellos vieron que los sacrificios rituales habían quedado obsoletos y la alianza antigua se había convertido en una “disposición” ritual. Cristo no viene a instaurar nuevos sacrificios para Dios (no los necesita), sino a revelar que la propia vida entregada a los hombres vale más que todo aquello. Así es posible entenderse a fondo con Dios. Es en la propia vida entregada como se logra la comunión más íntima con lo divino, sin necesidad de sustitutivos de ninguna especie. La muerte de Jesús, su vida entregada a los hombres y no a Dios, es el “testamento” verdadero  del que hacemos memoria.

Evangelio: Marcos (14,12-26): La muerte como entrega

III.1. El evangelio expone la preparación de la última cena de Jesús con los suyos  y la tradición de sus gestos y sus palabras en aquella noche, antes de morir. Sabemos de la importancia que esta tradición tuvo desde el principio del cristianismo. Aquella noche (fuera o no una cena ritualmente pascual), Jesús hizo y dijo cosas que quedarán grabadas en la conciencia de los suyos. Con toda razón se ha recalcado el «haced esto en memoria mía». Sus palabras sobre el pan y sobre la copa expresan la magnitud de lo que quería hacer en la cruz: entregarse por los suyos, por todos los hombres, por el mundo, con un amor sin medida.


III.2. Marcos nos ofrece la tradición que se privilegiaba en Jerusalén, mientras que Lucas y Pablo nos ofrecen, probablemente, «las palabras» con la que este misterio se celebraba en Antioquía. En realidad, sin ser idénticas, quieren expresar lo mismo: la entrega del amor sin medida. Su muerte, pues, tiene el sentido que el mismo Jesús quiere darle. No pretendió que fuera una muerte sin sentido, ni un asesinato horrible. No es cuestión de decir que quiere morir, sino que sabe que ha de morir, para que los hombres comprendan que solamente desde el amor hay futuro. La Eucaristía, pues, es el sacramento que nos une a ese misterio de la vida de Cristo, de Dios mismo, que nos la entrega a nosotros de la forma más sencilla. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.). inámico, que exige lucha para salir del pecado o para superar situaciones difíciles y comprometidas que no encajan en el proyecto cristiano. Es muy importante, entender esto, porque algunos piensan que el comulgar es un premio, una medalla que se da a las personas buenas.  La eucaristía es una llamada a la esperanza, que nos recuerda que somos en realidad lo que celebramos, porque ya no somos nuestra propia debilidad, ni nuestros odios, ni nuestros traumas, ni siquiera nuestros mismos pensamientos, ni la suma de nuestros pecados o errores. No, no somos eso. Podemos decir como el apóstol Pablo: Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí.

El pan partido y repartido, es también el compromiso personal de los creyentes para ser testigos de su muerte y resurrección. Jesús, parte el Pan y se lo ofrece a sus discípulos, y con este gesto los invita a asumir un compromiso integrándose en la acción redentora del Verbo hecho carne siguiendo su misión. Así lo entendieron sus discípulos en sus primeros pasos después de la muerte de Jesús siendo testigos de la Resurrección de Cristo, asumiendo todas sus consecuencias, como fueron las persecuciones y el martirio.

Pero además, al comulgar nos identificamos con Cristo que al anunciar el Reino de Dios lo hacía no solo de palabra, sino atento a las necesidades de sus contemporáneos. Por eso el pan eucarístico lo hemos de compartir con nuestros hermanos, nos tiene que llevar a ser muy sensibles ante sus necesidades, tanto espirituales como materiales. Recordemos que el Señor ante una multitud fatigada, que lo seguía y tenía hambre, dice a sus discípulos: “dadles vosotros de comer”. Es una responsabilidad que desde sus orígenes la iglesia ha ejercitado como recuerdo del Señor. Por eso hoy, al celebrar el Corpus Cristi, que nos habla del pan partido, nos lleva a pensar sobre el pan compartido y celebramos por eso el Día de la Caridad.

ESTUDIO BÍBLICO.

Ante todo la caridad

I Lectura: Éxodo (24,3-8): El misterio de la Alianza
En la primera lectura, Moisés, bajando del monte, comunica la experiencia que había tenido de Dios, de sus palabras, que han de considerarse como palabras de la Alianza que Dios había sellado anteriormente con su pueblo con el Código de la Alianza  cuyo corazón es el Decálogo. Entonces, pues, se organiza una liturgia sagrada, un banquete, que quiere significar la ratificación de la Alianza que Dios ha hecho con el que ha sacado de la esclavitud. El misterio de la sangre, de su aspersión, expresa el misterio de comunión de vida entre Dios y su pueblo ya que, según se pensaba, la vida estaba en la sangre. Por ello este texto se considera como prefiguración de la Nueva Alianza que Jesús adelanta en la última cena.

II Lectura: Hebreos (9,11-15): El sacrificio de la propia vida

II.1. La carta a los Hebreos es uno de los escritos más densos del NT. En este texto se nos exhorta desde la teología sacrificial,  que  pone de manifiesto que los sacrificios de la Antigua Alianza no pudieron conseguir lo que Jesucristo realiza con el suyo, con la entrega de su propia vida. Y esto lo ha realizado «de una vez por todas» en la cruz, de tal manera que los efectos de la muerte de Jesús, la redención y su amor por los hombres, se hacen presentes en la celebración de este sacramento. El recurrir a las metáforas y al lenguaje de la acción sacrificial puede que resulte hoy poco convincente, fruto de una cultura que no es la nuestra. No obstante, la significación de todo ello nos muestra una novedad, ya que todo se apoya en un sacerdocio especial, el de Melquisedec y en una entrega inigualable.

II.2. Es uno de los momentos álgidos de la argumentación de la carta. Está hablando del sacrificio de la propia vida que logra una Alianza eterna. Es esa alianza que prometieron los profetas, porque ellos vieron que los sacrificios rituales habían quedado obsoletos y la alianza antigua se había convertido en una “disposición” ritual. Cristo no viene a instaurar nuevos sacrificios para Dios (no los necesita), sino a revelar que la propia vida entregada a los hombres vale más que todo aquello. Así es posible entenderse a fondo con Dios. Es en la propia vida entregada como se logra la comunión más íntima con lo divino, sin necesidad de sustitutivos de ninguna especie. La muerte de Jesús, su vida entregada a los hombres y no a Dios, es el “testamento” verdadero  del que hacemos memoria.

Evangelio: Marcos (14,12-26): La muerte como entrega

III.1. El evangelio expone la preparación de la última cena de Jesús con los suyos  y la tradición de sus gestos y sus palabras en aquella noche, antes de morir. Sabemos de la importancia que esta tradición tuvo desde el principio del cristianismo. Aquella noche (fuera o no una cena ritualmente pascual), Jesús hizo y dijo cosas que quedarán grabadas en la conciencia de los suyos. Con toda razón se ha recalcado el «haced esto en memoria mía». Sus palabras sobre el pan y sobre la copa expresan la magnitud de lo que quería hacer en la cruz: entregarse por los suyos, por todos los hombres, por el mundo, con un amor sin medida.

III.2. Marcos nos ofrece la tradición que se privilegiaba en Jerusalén, mientras que Lucas y Pablo nos ofrecen, probablemente, «las palabras» con la que este misterio se celebraba en Antioquía. En realidad, sin ser idénticas, quieren expresar lo mismo: la entrega del amor sin medida. Su muerte, pues, tiene el sentido que el mismo Jesús quiere darle. No pretendió que fuera una muerte sin sentido, ni un asesinato horrible. No es cuestión de decir que quiere morir, sino que sabe que ha de morir, para que los hombres comprendan que solamente desde el amor hay futuro. La Eucaristía, pues, es el sacramento que nos une a ese misterio de la vida de Cristo, de Dios mismo, que nos la entrega a nosotros de la forma más sencilla. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



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