“Tomen, esto es mi cuerpo”
Hoy celebramos la Solemnidad del Cuerpo
y la Sangre de Cristo, más conocida entre nosotros como el “Corpus Cristi”.
Está aún muy reciente el Jueves Santo
centrado también en el relato de la última cena de Jesús con sus discípulos
celebrando la pascua judía. Ahora volvemos a leer este mismo relato tomado esta
vez del evangelio de Marcos. Estamos en otro contexto, ha pasado el gozo
pascual, es el llamado tiempo ordinario del ciclo litúrgico y en esta
solemnidad se subraya lo que representa
la eucaristía en la vida cristiana. Estamos ante un dogma central de nuestra fe
que es la Presencia real del Señor Jesús en el pan y el vino eucarístico.
La Comunidad cristiana, desde los
primeros momentos de su existencia, tuvo una conciencia muy clara de esta
presencia al reunirse para recordar la cena del Señor. En el pan y el vino que
compartían encontraban la fortaleza para ser testigos de su fe en medio de las
persecuciones. Con el tiempo, al estabilizarse la vida de la iglesia, surgen
otras manifestaciones litúrgicas en torno a esta presencia en el pan
eucarístico, tales como la devoción al “Santísimo Sacramento”, reservado en los
sagrarios de las pequeñas o grandes iglesias repartidas por todo el mundo
cristiano. Es una presencia que hasta nuestros días alienta la oración privada
de los fieles. Después vendrá la Adoración al Santísimo Sacramento, las
Procesiones eucarísticas y otras manifestaciones populares, sociales y
festivas. Tanto en las grandes ciudades, como en los pequeños pueblos o aldeas
de nuestro país siguen vivas estas expresiones religiosas, es la religiosidad popular que no debemos
despreciar, porque de algún modo es el sentir del pueblo cristiano que ve en el
sacramento eucarístico una Presencia del
Señor Jesús que alienta y sostiene su vocación cristiana.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Lectura
del libro del Éxodo 24, 3-8
Moisés fue a comunicar al pueblo todas las palabras y prescripciones del
Señor, y el pueblo respondió a una sola voz: «Estamos decididos a poner en
práctica todas las palabras que ha dicho el Señor.»
Moisés consignó por escrito las palabras del Señor, y a la mañana
siguiente, bien temprano, levantó un altar al pie de la montaña y erigió doce
piedras en representación de las doce tribus de Israel. Después designó a un
grupo de jóvenes israelitas, y ellos ofrecieron holocaustos e inmolaron
terneros al Señor, en sacrificio de comunión. Moisés tomó la mitad de la
sangre, la puso en unos recipientes, y derramó la otra mitad sobre el altar.
Luego tomó el documento de la alianza y lo leyó delante del pueblo, el cual
exclamó: «Estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el
Señor ha dicho.»
Entonces Moisés tomó la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo:
«Esta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con ustedes, según lo
establecido en estas cláusulas.»
Palabra de Dios.
Salmo
115, 12-13. 15-16. 17-18 (R.: 13)
R. Alzaré la copa de la salvación
e invocaré el nombre del Señor.
O
bien:
Aleluia.
¿Con qué pagaré al Señor
todo el bien que me hizo?
Alzaré la copa de la salvación
e invocaré el nombre del Señor. R.
¡Qué penosa es para el Señor
la muerte de sus amigos!
Yo, Señor, soy tu servidor,
tu servidor, lo mismo que mi madre:
por eso rompiste mis cadenas. R.
Te ofreceré un sacrificio de alabanza,
e invocaré el nombre del Señor.
Cumpliré mis votos al Señor,
en presencia de todo su pueblo. R.
II
LECTURA
La
sangre de Cristo purificará nuestra conciencia
Lectura
de la carta a los Hebreos 9, 11-15
Hermanos:
Cristo, en cambio, ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes futuros.
El, a través de una Morada más excelente y perfecta que la antigua -no
construida por manos humanas, es decir, no de este mundo creado- entró de una
vez por todas en el Santuario, no por la sangre de chivos y terneros, sino por
su propia sangre, obteniéndonos así una redención eterna.
Porque si la sangre de chivos y toros y la ceniza de ternera, con que se
rocía a los que están contaminados por el pecado, los santifica, obteniéndoles
la pureza externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que por obra del Espíritu
eterno se ofreció sin mancha a Dios, purificará nuestra conciencia de las obras
que llevan a la muerte, para permitirnos tributar culto al Dios viviente!
Por eso, Cristo es mediador de una Nueva Alianza entre Dios y los
hombres, a fin de que, habiendo muerto para redención de los pecados cometidos
en la primera Alianza, los que son llamados reciban la herencia eterna que ha
sido prometida.
Palabra de Dios.
SECUENCIA
(Esta secuencia es optativa y puede
decirse íntegra desde * Este es el pan de
los ángeles).
Glorifica, Sión, a tu Salvador,
aclama con himnos y cantos
a tu Jefe y tu Pastor.
Glorifícalo cuanto puedas,
porque él está sobre todo elogio
y nunca lo glorificarás bastante.
El motivo de alabanza
que hoy se nos propone
es el pan que da la vida.
El mismo pan que en la Cena
Cristo entregó a los Doce,
congregados como hermanos.
Alabemos ese pan con entusiasmo,
alabémoslo con alegría,
que resuene nuestro júbilo ferviente.
Porque hoy celebramos el día
en que se renueva la institución
de este sagrado banquete.
En esta mesa del nuevo Rey,
la Pascua de la nueva alianza
pone fin a la Pascua antigua.
El nuevo rito sustituye al viejo,
las sombras se disipan ante la verdad,
la luz ahuyenta las tinieblas.
Lo que Cristo hizo en la Cena,
mandó que se repitiera
en memoria de su amor.
Instruidos con su enseñanza,
consagramos el pan y el vino
para el sacrificio de la salvación.
Es verdad de fe para los cristianos
que el pan se convierte en la carne,
y el vino, en la sangre de Cristo.
Lo que no comprendes y no ves
es atestiguado por la fe,
por encima del orden natural.
Bajo la forma del pan y del vino,
que son signos solamente,
se ocultan preciosas realidades.
Su carne es comida, y su sangre, bebida,
pero bajo cada uno de estos signos,
está Cristo todo entero.
Se lo recibe íntegramente,
sin que nadie pueda dividirlo
ni quebrarlo ni partirlo.
Lo recibe uno, lo reciben mil,
tanto éstos como aquél,
sin que nadie pueda consumirlo.
Es vida para unos y muerte para otros.
Buenos y malos, todos lo reciben,
pero con diverso resultado.
Es muerte para los pecadores y vida para
los justos;
mira como un mismo alimento
tiene efectos tan contrarios.
Cuando se parte la hostia, no vaciles:
recuerda que en cada fragmento
está Cristo todo entero.
La realidad permanece intacta,
sólo se parten los signos,
y Cristo no queda disminuido,
ni en su ser ni en su medida.
* Este es el pan
de los ángeles,
convertido en alimento de los hombres
peregrinos:
es el verdadero pan de los hijos,
que no debe tirarse a los perros.
Varios signos lo anunciaron:
el sacrificio de Isaac,
la inmolación del Cordero pascual
y el maná que comieron nuestros padres.
Jesús, buen Pastor, pan verdadero,
ten piedad de nosotros:
apaciéntanos y cuídanos;
permítenos contemplar los bienes eternos
en la tierra de los vivientes.
Tú, que lo sabes y lo puedes todo,
tú, que nos alimentas en este mundo,
conviértenos en tus comensales del
cielo,
en tus coherederos y amigos,
junto con todos los santos.
ALELUIA Jn 6, 51
Aleluia. Dice el Señor: Yo soy el pan
vivo bajado del cielo.
El que coma de este pan vivirá
eternamente. Aleluia.
EVANGELIO
Esto
es mi cuerpo. Esta es mi sangre.
Ì Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Marcos14, 12-16.22-26
El primer día de la fiesta de los panes Ácimos, cuando se inmolaba la
víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: «¿Dónde quieres que vayamos a
prepararte la comida pascual?»
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: «Vayan a la ciudad; allí
se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle
al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: "¿Dónde está mi sala, en
la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?" El les mostrará
en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta;
prepárennos allí lo necesario.»
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como
Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y
lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo.»
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de
ella. Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama
por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en
que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.»
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
La
Antigua Alianza de Dios con su pueblo Israel
Las tres lecturas de hoy tienen un hilo
conductor y es la idea de la alianza de Dios con los hombres, una alianza
prometida a los antiguos patriarcas y consumada con toda la humanidad a través
de Jesús hecho hombre por nosotros. Así, en la primera lectura, tomada del
libro del Éxodo, aparece Moisés conduciendo al pueblo de Israel por el desierto
hacia la tierra prometida. En el Sinaí, Moisés habla con Dios y trasmite al
pueblo su experiencia religiosa. Le da los mandamientos y normas de vida. Pero
Israel es un pueblo terco, de corazón
extraviado, que duda y se pregunta si, está o no está Dios con él, en su
caminar por el desierto. Todo el libro del Éxodo es un relato de encuentros y
desencuentros de Israel con su Dios que a pesar de todo no abandona a su pueblo
elegido. Esta vez el pueblo escucha a Moisés y asiente a sus deseos. En el texto que hoy comentamos hay una
especie de contrato entre Dios y las doce tribus de Israel que queda sellado
con sangre de animales. Era, el ritual primitivo habitual en su tiempo,
pensando que la sangre era la garantía jurídica, el protocolo necesario para
hacer una alianza con Dios.
La Alianza Nueva y Eterna para el perdón
de los pecados
El evangelista Marcos, cuando en su
evangelio quiere presentar la pasión y la misma institución de la eucaristía lo
hace en el marco tradicional de la `pascua judía, la alianza de Dios con su
pueblo. Por eso en el relato de la última cena, empieza diciendo algo que
parece anecdótico pero que no lo es. Dice así, el primer día de los Ázimos,
cuando se sacrificaba el cordero pascual, Jesús encarga a sus discípulos la
preparación de la Cena, con lo cual quiere dejar bien sentado que lo que va a
ocurrir después es un auténtico sacrificio, que se engarza en el ámbito de la
pascua judía. Es un sacrificio que se hace realidad con la sangre derramada por
Cristo, por eso es Nuevo, y es Eterno porque anula la antigua Alianza y se abre
a la humanidad entera. Así lo recordamos nosotros ahora al renovar este mismo
sacrificio en las celebraciones eucarísticas. El sacerdote, en la misa, al
consagrar el pan y el vino y dice expresamente que es la Alianza Nueva y Eterna para el perdón de los
pecados.
En la carta a los Hebreos, que
recordamos en la segunda lectura de hoy, el autor con un lenguaje muy diferente
a los anteriores, pues está escrita después de la muerte de Jesús, nos da una
explicación teológica de la Alianza consumada por Cristo, diciendo que con su
sangre derramada en la cruz ha iniciado una etapa nueva y definitiva. Como se ve,
la alianza nueva no es ya un contrato o un intercambio de intereses para
obtener del favor de Dios o aplacar su ira, como en la antigua alianza, pues el
hombre, no puede dar a Dios algo que necesite, ni hacer algo para obtener su
favor. Sin embargo, por parte de Dios, sí que hay una elección gratuita que
eleva al hombre apostando por él, dándole la dignidad de hijo y haciéndole
partícipe de su propia vida a través de Cristo, su Hijo, y todo esto lo hace
por amor.
Jesús tomó el pan, lo partió, y se lo dio
diciendo, tomad y comed
En el ambiente de la última cena, Jesús
abre su corazón a los discípulos, y les recuerda aspectos fundamentales sobre
su misión mesiánica, tal como lo recogen los evangelios. En este contexto, como
si fuera su testamento, aparece la novedad de la eucaristía, cuya
transcendencia no se puede desligar de la pasión del Señor anunciada en esa
cena pascual. El evangelista Marcos nos
da las claves del misterio eucarístico, lo hace de una forma concisa pero a la
vez suficiente para comprenderlo. Dice simplemente que Jesús tomó pan, y
pronuncio la bendición, lo partió y se lo dio a sus diciendo: “Tomad, esto es
mi cuerpo”. Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias y les dice:
“Esta es mi sangre de la Alianza, que se derrama por todos”. Y les anuncia que
no beberá del fruto de la vid hasta que beba el vino nuevo en el Reino de Dios.
En este breve relato está expresado el contenido profundo de la eucaristía,
entendida como Sacramento necesario para vivir la fe.
En primer lugar, es una invitación a
tomar el cuerpo y la sangre de Cristo como alimento y seguir sus pasos. En el
lenguaje bíblico comer su cuerpo y beber su sangre (un lenguaje duro para
algunos) es identificarse con la totalidad de la persona que lo dice, con su
propio ser, con su espíritu, con sus anhelos y objetivos. En resumen, Jesús
está hablando de su vida y muerte que se
entrega como alimento, como gracia que redime y perdona. Jesús cuando dice
tomad y comed, quiere decir que tomemos la vida en nuestras manos, que recibir
la Eucaristía no es algo estático, sino que exige lucha para salir del pecado o para superar situaciones difíciles y comprometidas que no encajan en el proyecto cristiano. Es muy importante, entender esto, porque algunos piensan que el comulgar es un premio, una medalla que se da a las personas buenas. La eucaristía es una llamada a la esperanza, que nos recuerda que somos en realidad lo que celebramos, porque ya no somos nuestra propia debilidad, ni nuestros odios, ni nuestros traumas, ni siquiera nuestros mismos pensamientos, ni la suma de nuestros pecados o errores. No, no somos eso. Podemos decir como el apóstol Pablo: Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí.
El pan partido y repartido, es también el compromiso personal de los creyentes para ser testigos de su muerte y resurrección. Jesús, parte el Pan y se lo ofrece a sus discípulos, y con este gesto los invita a asumir un compromiso integrándose en la acción redentora del Verbo hecho carne siguiendo su misión. Así lo entendieron sus discípulos en sus primeros pasos después de la muerte de Jesús siendo testigos de la Resurrección de Cristo, asumiendo todas sus consecuencias, como fueron las persecuciones y el martirio.
Pero además, al comulgar nos identificamos con Cristo que al anunciar el Reino de Dios lo hacía no solo de palabra, sino atento a las necesidades de sus contemporáneos. Por eso el pan eucarístico lo hemos de compartir con nuestros hermanos, nos tiene que llevar a ser muy sensibles ante sus necesidades, tanto espirituales como materiales. Recordemos que el Señor ante una multitud fatigada, que lo seguía y tenía hambre, dice a sus discípulos: “dadles vosotros de comer”. Es una responsabilidad que desde sus orígenes la iglesia ha ejercitado como recuerdo del Señor. Por eso hoy, al celebrar el Corpus Cristi, que nos habla del pan partido, nos lleva a pensar sobre el pan compartido y celebramos por eso el Día de la Caridad.
ESTUDIO BÍBLICO.
Ante todo la caridad
I Lectura: Éxodo (24,3-8): El misterio de la Alianza
En la primera lectura, Moisés, bajando del monte, comunica la experiencia que había tenido de Dios, de sus palabras, que han de considerarse como palabras de la Alianza que Dios había sellado anteriormente con su pueblo con el Código de la Alianza cuyo corazón es el Decálogo. Entonces, pues, se organiza una liturgia sagrada, un banquete, que quiere significar la ratificación de la Alianza que Dios ha hecho con el que ha sacado de la esclavitud. El misterio de la sangre, de su aspersión, expresa el misterio de comunión de vida entre Dios y su pueblo ya que, según se pensaba, la vida estaba en la sangre. Por ello este texto se considera como prefiguración de la Nueva Alianza que Jesús adelanta en la última cena.
II Lectura: Hebreos (9,11-15): El sacrificio de la propia vida
II.1. La carta a los Hebreos es uno de los escritos más densos del NT. En este texto se nos exhorta desde la teología sacrificial, que pone de manifiesto que los sacrificios de la Antigua Alianza no pudieron conseguir lo que Jesucristo realiza con el suyo, con la entrega de su propia vida. Y esto lo ha realizado «de una vez por todas» en la cruz, de tal manera que los efectos de la muerte de Jesús, la redención y su amor por los hombres, se hacen presentes en la celebración de este sacramento. El recurrir a las metáforas y al lenguaje de la acción sacrificial puede que resulte hoy poco convincente, fruto de una cultura que no es la nuestra. No obstante, la significación de todo ello nos muestra una novedad, ya que todo se apoya en un sacerdocio especial, el de Melquisedec y en una entrega inigualable.
II.2. Es uno de los momentos álgidos de la argumentación de la carta. Está hablando del sacrificio de la propia vida que logra una Alianza eterna. Es esa alianza que prometieron los profetas, porque ellos vieron que los sacrificios rituales habían quedado obsoletos y la alianza antigua se había convertido en una “disposición” ritual. Cristo no viene a instaurar nuevos sacrificios para Dios (no los necesita), sino a revelar que la propia vida entregada a los hombres vale más que todo aquello. Así es posible entenderse a fondo con Dios. Es en la propia vida entregada como se logra la comunión más íntima con lo divino, sin necesidad de sustitutivos de ninguna especie. La muerte de Jesús, su vida entregada a los hombres y no a Dios, es el “testamento” verdadero del que hacemos memoria.
Evangelio: Marcos (14,12-26): La muerte como entrega
III.1. El evangelio expone la preparación de la última cena de Jesús con los suyos y la tradición de sus gestos y sus palabras en aquella noche, antes de morir. Sabemos de la importancia que esta tradición tuvo desde el principio del cristianismo. Aquella noche (fuera o no una cena ritualmente pascual), Jesús hizo y dijo cosas que quedarán grabadas en la conciencia de los suyos. Con toda razón se ha recalcado el «haced esto en memoria mía». Sus palabras sobre el pan y sobre la copa expresan la magnitud de lo que quería hacer en la cruz: entregarse por los suyos, por todos los hombres, por el mundo, con un amor sin medida.
III.2. Marcos nos ofrece la tradición que se privilegiaba en Jerusalén, mientras que Lucas y Pablo nos ofrecen, probablemente, «las palabras» con la que este misterio se celebraba en Antioquía. En realidad, sin ser idénticas, quieren expresar lo mismo: la entrega del amor sin medida. Su muerte, pues, tiene el sentido que el mismo Jesús quiere darle. No pretendió que fuera una muerte sin sentido, ni un asesinato horrible. No es cuestión de decir que quiere morir, sino que sabe que ha de morir, para que los hombres comprendan que solamente desde el amor hay futuro. La Eucaristía, pues, es el sacramento que nos une a ese misterio de la vida de Cristo, de Dios mismo, que nos la entrega a nosotros de la forma más sencilla. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.). inámico, que exige lucha para salir
del pecado o para superar situaciones difíciles y comprometidas que no encajan
en el proyecto cristiano. Es muy importante, entender esto, porque algunos
piensan que el comulgar es un premio, una medalla que se da a las personas
buenas. La eucaristía es una llamada a
la esperanza, que nos recuerda que somos en realidad lo que celebramos, porque
ya no somos nuestra propia debilidad, ni nuestros odios, ni nuestros traumas, ni
siquiera nuestros mismos pensamientos, ni la suma de nuestros pecados o
errores. No, no somos eso. Podemos decir como el apóstol Pablo: Ya no soy yo,
es Cristo quien vive en mí.
El pan partido y repartido, es también
el compromiso personal de los creyentes para ser testigos de su muerte y
resurrección. Jesús, parte el Pan y se lo ofrece a sus discípulos, y con este
gesto los invita a asumir un compromiso integrándose en la acción redentora del
Verbo hecho carne siguiendo su misión. Así lo entendieron sus discípulos en sus
primeros pasos después de la muerte de Jesús siendo testigos de la Resurrección
de Cristo, asumiendo todas sus consecuencias, como fueron las persecuciones y
el martirio.
Pero además, al comulgar nos
identificamos con Cristo que al anunciar el Reino de Dios lo hacía no solo de
palabra, sino atento a las necesidades de sus contemporáneos. Por eso el pan
eucarístico lo hemos de compartir con nuestros hermanos, nos tiene que llevar a
ser muy sensibles ante sus necesidades, tanto espirituales como materiales.
Recordemos que el Señor ante una multitud fatigada, que lo seguía y tenía
hambre, dice a sus discípulos: “dadles vosotros de comer”. Es una
responsabilidad que desde sus orígenes la iglesia ha ejercitado como recuerdo
del Señor. Por eso hoy, al celebrar el Corpus Cristi, que nos habla del pan
partido, nos lleva a pensar sobre el pan compartido y celebramos por eso el Día
de la Caridad.
ESTUDIO BÍBLICO.
Ante todo la caridad
I
Lectura: Éxodo (24,3-8): El misterio de la Alianza
En la primera lectura, Moisés, bajando
del monte, comunica la experiencia que había tenido de Dios, de sus palabras,
que han de considerarse como palabras de la Alianza que Dios había sellado
anteriormente con su pueblo con el Código de la Alianza cuyo corazón es el Decálogo. Entonces, pues,
se organiza una liturgia sagrada, un banquete, que quiere significar la
ratificación de la Alianza que Dios ha hecho con el que ha sacado de la
esclavitud. El misterio de la sangre, de su aspersión, expresa el misterio de
comunión de vida entre Dios y su pueblo ya que, según se pensaba, la vida
estaba en la sangre. Por ello este texto se considera como prefiguración de la
Nueva Alianza que Jesús adelanta en la última cena.
II
Lectura: Hebreos (9,11-15): El sacrificio de la propia vida
II.1. La carta a los Hebreos es uno de
los escritos más densos del NT. En este texto se nos exhorta desde la teología
sacrificial, que pone de manifiesto que los sacrificios de la
Antigua Alianza no pudieron conseguir lo que Jesucristo realiza con el suyo,
con la entrega de su propia vida. Y esto lo ha realizado «de una vez por todas»
en la cruz, de tal manera que los efectos de la muerte de Jesús, la redención y
su amor por los hombres, se hacen presentes en la celebración de este sacramento.
El recurrir a las metáforas y al lenguaje de la acción sacrificial puede que
resulte hoy poco convincente, fruto de una cultura que no es la nuestra. No
obstante, la significación de todo ello nos muestra una novedad, ya que todo se
apoya en un sacerdocio especial, el de Melquisedec y en una entrega
inigualable.
II.2. Es uno de los momentos álgidos de
la argumentación de la carta. Está hablando del sacrificio de la propia vida
que logra una Alianza eterna. Es esa alianza que prometieron los profetas, porque
ellos vieron que los sacrificios rituales habían quedado obsoletos y la alianza
antigua se había convertido en una “disposición” ritual. Cristo no viene a
instaurar nuevos sacrificios para Dios (no los necesita), sino a revelar que la
propia vida entregada a los hombres vale más que todo aquello. Así es posible
entenderse a fondo con Dios. Es en la propia vida entregada como se logra la
comunión más íntima con lo divino, sin necesidad de sustitutivos de ninguna
especie. La muerte de Jesús, su vida entregada a los hombres y no a Dios, es el
“testamento” verdadero del que hacemos
memoria.
Evangelio:
Marcos (14,12-26): La muerte como entrega
III.1. El evangelio expone la
preparación de la última cena de Jesús con los suyos y la tradición de sus gestos y sus palabras
en aquella noche, antes de morir. Sabemos de la importancia que esta tradición
tuvo desde el principio del cristianismo. Aquella noche (fuera o no una cena
ritualmente pascual), Jesús hizo y dijo cosas que quedarán grabadas en la
conciencia de los suyos. Con toda razón se ha recalcado el «haced esto en
memoria mía». Sus palabras sobre el pan y sobre la copa expresan la magnitud de
lo que quería hacer en la cruz: entregarse por los suyos, por todos los
hombres, por el mundo, con un amor sin medida.
III.2. Marcos nos ofrece la tradición
que se privilegiaba en Jerusalén, mientras que Lucas y Pablo nos ofrecen,
probablemente, «las palabras» con la que este misterio se celebraba en
Antioquía. En realidad, sin ser idénticas, quieren expresar lo mismo: la
entrega del amor sin medida. Su muerte, pues, tiene el sentido que el mismo
Jesús quiere darle. No pretendió que fuera una muerte sin sentido, ni un
asesinato horrible. No es cuestión de decir que quiere morir, sino que sabe que
ha de morir, para que los hombres comprendan que solamente desde el amor hay
futuro. La Eucaristía, pues, es el sacramento que nos une a ese misterio de la
vida de Cristo, de Dios mismo, que nos la entrega a nosotros de la forma más
sencilla. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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