domingo, 13 de enero de 2019

EL BAUTISMO DEL SEÑOR


“Sobre Él he puesto mi Espíritu”

El primer dato histórico y uno de los más seguros que poseemos sobre la vida y actuación de Jesús es que fue bautizado por Juan en el río Jordán. Ello indica que Jesús se sintió atraído por la misión de Juan. Sin embargo, aunque no podemos entender a Jesús al margen del proyecto del Bautista, tampoco podemos reducir su mensaje de salvación al movimiento que se generó en torno a Juan.

En tiempos de Juan y de Jesús, la mayor parte de la población vivía en una gran pobreza, mientras que sólo unos pocos eran los que acumulaban las riquezas; esa misma población estaba sometida a la dura colonización del imperio romano, a sus impuestos y arbitrariedades; los sacerdotes del templo de Jerusalén habían perdido todo su crédito entre la gente, porque no era el servicio a Yahvé lo que les movía, sino la usura y los privilegios propios. El rechazo de Juan al culto sacrificial del templo quizás se basaba en la desilusión ante el aparato del templo de Jerusalén, dominado por una aristocracia sacerdotal opresora. En palabras del profeta Juan, aquella sociedad necesitaba un vuelco radical, una conversión y un arrepentimiento. Esa visión radical sobre la situación de maldad de Israel no sólo la compartió Jesús en sus inicios, sino que permaneció también a lo largo de toda su misión posterior.

También hoy nuestra sociedad de la abundancia necesita un cambio radical, una conversión y un arrepentimiento de los que la formamos, porque somos pocos los que la disfrutamos y muchísimos los que padecen hambre, enfermedad, analfabetismo y otras dolorosas miserias.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

El profeta pronunció estas palabras al final del periodo del exilio en Babilonia. El pueblo había pasado dolor y oscuridad, habían visto su tierra arrasada. Incluso, hubieran desfallecido de no haber sido por las palabras de los profetas, que los llevaron a seguir confiando en Dios. Esta es la Buena Noticia que repetimos también ante las oscuridades y dolores de nuestro pueblo: “¡Aquí está su Dios!”.

Lectura del libro de Isaías 40, 1-5. 9-11

¡Consuelen, consuelen a mi Pueblo, dice su Dios! Hablen al corazón de Jerusalén y anúncienle que su tiempo de servicio se ha cumplido, que su culpa está pagada, que ha recibido de la mano del Señor doble castigo por todos sus pecados. Una voz proclama: ¡Preparen en el desierto el camino del Señor, tracen en la estepa un sendero para nuestro Dios! ¡Que se rellenen todos los valles y se aplanen todas las montañas y colinas; que las quebradas se conviertan en llanuras y los terrenos escarpados, en planicies! Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán juntamente, porque ha hablado la boca del Señor. Súbete a una montaña elevada, tú que llevas la buena noticia a Sión; levanta con fuerza tu voz, tú que llevas la buena noticia a Jerusalén. Levántala sin temor, di a las ciudades de Judá: “¡Aquí está su Dios!”. Ya llega el Señor con poder y su brazo le asegura el dominio: el premio de su victoria lo acompaña y su recompensa lo precede. Como un pastor, él apacienta su rebaño, lo reúne con su brazo; lleva sobre su pecho a los corderos y guía con cuidado a las que han dado a luz.
Palabra de Dios.

Salmo 103, 1b-4. 24-25. 27-30

R. ¡Bendice al Señor, alma mía!

¡Señor, Dios mío, qué grande eres! Estás vestido de esplendor y majestad y te envuelves con un manto de luz. Tú extendiste el cielo como un toldo. R.

Construiste tu mansión sobre las aguas. Las nubes te sirven de carruaje y avanzas en alas del viento. Usas como mensajeros a los vientos, y a los relámpagos, como ministros. R.

¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡Todo lo hiciste con sabiduría, la tierra está llena de tus criaturas! Allí está el mar, grande y dilatado, donde se agitan, en número incontable, animales grandes y pequeños. R.

Todos esperan de ti que les des la comida a su tiempo: se la das, y ellos la recogen; abres tu mano, y quedan saciados. R.

Si escondes tu rostro, se espantan; si les quitas el aliento, expiran y vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie de la tierra. R.

II LECTURA

La manifestación de Dios en nuestra vida debe producir algo. Esa gracia nos lleva a rechazar el mal y procurar la justicia, la prudencia y el derecho, lo que constituye un testimonio en este mundo.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Tito 2, 11-14; 3, 4-7

Querido hijo: La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado. Ella nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús. Él se entregó por nosotros, a fin de librarnos de toda iniquidad, purificarnos y crear para sí un Pueblo elegido y lleno de celo en la práctica del bien. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hombres, no por las obras de justicia que habíamos realizado, sino solamente por su misericordia, él nos salvó, haciéndonos renacer por el bautismo y renovándonos por el Espíritu Santo. Y derramó abundantemente ese Espíritu sobre nosotros por medio de Jesucristo, nuestro Salvador, a fin de que, justificados por su gracia, seamos en esperanza herederos de la Vida eterna.
Palabra de Dios.

ALELUYA         Lc 3, 16

Aleluya. “Viene uno que es más poderoso que yo”, dijo Juan Bautista; “él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”. Aleluya.

EVANGELIO

“Jesús adhiere al movimiento de Juan Bautista. Vive y sufre con la espera de su pueblo. Como Juan, Jesús no espera que Dios reine desde el Templo ni desde la pureza ni desde la legalidad, sino en los corazones. Jesús se bautizó cuando se estaba bautizando todo el pueblo. Como todo el pueblo, Jesús espera que se cumpla el tiempo en el que Dios venga a reinar. Toda su vida será expresión de que ese reinado ya se está realizando”

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 3, 15-16. 21-22

Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan Bautista no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: “Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”. Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”.
Palabra del Señor.



MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

El pecado es la causa de las injusticias sociales, económicas y políticas

¿Por qué dar una dimensión religiosa a lo que aparentemente sólo son injusticias sociales, políticas o económicas? Porque para un judío piadoso –y mucho más para un cristiano– el amor a Dios y el amor al prójimo son una única virtud teologal. A Dios lo encontramos en los demás seres humanos. Por eso, las injusticias con el prójimo no son sólo injusticias, sino ofensas directas a Dios: pecados. De ahí que Juan –y después Jesús– viera que aquella sociedad estaba corrompida social, económica, política y religiosamente como efecto de las injusticias, del pecado de unos seres humanos contra otros. El pecado era la raíz.

La conversión, camino para lograr el perdón de los pecados

Si las injusticias, el pecado, eran la raíz de todos los males sociales, era necesario que aquellas gentes dieran a su vida una orientación totalmente distinta de la que venían teniendo. De ahí que Juan presentase su bautismo como «bautismo de conversión para el perdón de los pecados». La conversión a la que urgía Juan era un cambio radical en la forma de ser y de hacerse hombre en relación con los demás. No es una vuelta y restauración del pasado, sino una nueva vida para construir un mundo nuevo, donde reine la justicia, la compasión, las relaciones de solidaridad. En Jesús, el modelo en el que ha de desembocar esa conversión es él mismo.

La confesión de los pecados colectivos

Los que acudían a bautizarse con Juan confesaban sus pecados. Pero no los individuales, sino los de la sociedad de la que formaban parte como actores o como víctimas. Seguramente a muchos de nosotros nunca no se nos ocurriría confesarnos de los pecados de la sociedad de consumo; por ejemplo, del hambre que esta sociedad provoca en el mundo y de las muertes que causa con la multitud de sus guerras. Y sin embargo, en mayor o menor medida somos responsables de esta sociedad a la que pertenecemos. Precisamente Jesús acudió al bautismo de Juan no para convertirse y confesar sus pecados individuales, sino los de su sociedad, de la que él se sentía plenamente miembro.

Juan ejerce de mediador del perdón de Dios

Vemos que en el hinduismo la gente se introduce en el río Ganges para lavarse ella misma como signo de purificación. También el judaísmo existía algo parecido. Sin embargo en el bautismo de Juan no es el propio individuo el que realiza la inmersión, sino Juan o sus ayudantes. Quizás con ello se quería dar a entender que no es el individuo el que alcanza la purificación, sino que el perdón es un don gratuito de Dios, que el individuo recibe por mediación de Juan. Desde la encarnación de Jesús, los seres humanos somos mediadores de la bondad infinita de Dios Padre para con los demás seres humanos. De salvados, tenemos que convertirnos en salvadores.

El horizonte de la esperanza de Juan

Lo que Juan esperaba y anun­ciaba era la actuación liberadora de Dios para transformar la si­tuación de esclavitud y opresión que vivía gran parte de su pueblo. De ningún modo era una esperanza espiritualista, sino que Juan se refería a la transformación de aquel mundo en el que él vivía. El mundo, la creación es obra de Dios y como tal, objeto de su amor y cuidado. Juan quería reavivar la esperanza en medio de una situación de amenaza y de opresión extremas señalando los caminos para afrontar con valentía dicha situación y conseguir una gran transformación de la vida del pueblo.

El bautismo cristiano

Juan no era el Mesías, sino un precursor, un preparador del camino del “más poderoso”. Los primeros cristianos consideraron a Jesús como el Mesías que anunciaba Juan. En él vieron que tenía una relación con Dios como Padre y que actuaba bajo el impulso del Espíritu. Por eso le atribuyeron a su bautismo por Juan las características propias del Mesías: descenso del Espíritu santo sobre él y la voz del cielo que proclama “Tú eres mi Hijo, el amado”. La voz divina en el bautismo expone la relación íntima del Padre con el Hijo. Así quedaba legitimada y fundamentada la misión que Jesús iba a emprender a continuación.

Con Jesús, se hacen presentes la absoluta voluntad salvífica de Dios, su compasiva misericordia y su generosa bondad y, por tanto, la oposición a todas las formas de mal y de sufrimiento. En palabras de Juan, a este Jesús–Mesías le corresponderá aplicar el «bautismo con fuego», para realizar la purificación última de Israel, y el «bautismo con espíritu santo», que debe efectuar la renovación definitiva y la plenitud de vida y salvación de los marginados y oprimidos por los poderosos.

Al mismo tiempo, ese Mesías “bautizado” con Espíritu santo aparece como representante anticipado de la Iglesia, que también va a ser “bautizada” con Espíritu santo. Para los cristianos, el rito bautismal del inicio de nuestra existencia cristiana representa el se­llo de la elección de Dios por medio del don del Espíritu y del ser hijos de Dios.

Después de Pascua y de la Ascensión, a los cristianos se nos da este Espíritu de Cristo como una energía y como un reto que nos dice: ¡Conviértete y sirve a tus hermanos los hombres, sobre todo a los más excluidos y necesitados! Y a los sacerdotes de nuestra iglesia, quizás también valga la crítica de Juan a los sacerdotes del templo de Jerusalén: no utilicéis la fe del pueblo para enriqueceros y dominar, sino convertíos y predicad con el ejemplo la buena nueva del reino de Dios, que es sanación para los más débiles.

ESTUDIO BÍBLICO.

Con la fiesta del Bautismo del Señor que celebramos en el segundo domingo de Enero se cierra el tiempo de Navidad para introducirnos en la liturgia del tiempo ordinario. En la Navidad y Epifanía hemos celebrado el acontecimiento más determinante de la historia del mundo religioso: Dios ha hecho una opción por nuestra humanidad, por cada uno de nosotros, y se ha revelado como Aquél que nunca nos abandonará a un destino ciego y a la impiedad del mundo. Esa es la fuerza del misterio de la encarnación: la humanidad de nuestro Dios que nos quiere comunicar su divinidad a todos por su Hijo Jesucristo.

I Lectura: Isaías (42,1-4.6-7): Te he hecho luz de las naciones

I.1. De las lecturas de la liturgia de hoy, debemos resaltar que el texto profético, con el que comienza una segunda parte del libro de Isaías (40), cuya predicación pertenece a un gran profeta que no nos quiso legar su nombre, y que se le conoce como discípulo de Isaías (los especialistas le llaman el Deutero-Isaías, o Segundo Isaías), es el anuncio de la liberación del destierro de Babilonia, que después se propuso como símbolo de los tiempos mesiánicos, y los primeros cristianos acertaron a interpretarlo como programa del profeta Jesús de Nazaret, que recibe en el bautismo su unción profética.

I.2. Este es uno de los Cantos del Siervo de Yahvé (Isaías 42, 1-7) nos presenta a ese personaje misterioso del que habla el Deutero-Isaías, que prosiguió las huellas y la escuela del gran profeta del s. VIII a. C.) como el mediador de una Alianza nueva. Los especialistas han tratado de identificar al personaje histórico que motivó este canto del profeta, y muchos hablan de Ciro, el rey de los persas, que dio la libertad al pueblo en el exilio de Babilonia. Pero la tradición cristiana primitiva ha sabido identificar a aquél que puede ser el mediador de una nueva Alianza de Dios con los hombres y ser luz de las naciones: Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios.

II Lectura: Tito (2,11ss): la maravilla de la "gracia de Dios"

II.1. La lectura tomada de la carta a Tito es verdaderamente magistral y en ella se habla de la “gracia de Dios” como salvación de todos los hombres. Dios es nuestro Salvador, que ha manifestado su bondad y su ternura con los pecadores. Esta lectura pretende ser, en la liturgia de este domingo, como la forma práctica de entender qué es lo que supone el bautismo cristiano: un modo de entroncarnos en el proyecto salvífico de Dios; un acto para acogernos a la misericordia divina en nuestra existencia; un símbolo para expresar un proyecto de vida que se fundamenta en una vida justa y religiosa y no en la impiedad mundana; una opción por la salvación que viene de Dios, como gracia, como regalo, y no por nuestros méritos.

II.2. La teología de la gracia que se nos propone en esta segunda lectura de la fiesta del Bautismo de Jesús, pues, marca expresamente la dimensión que llama al hombre a la vida y a la felicidad verdadera. Quien se adhiere a la Palabra de Dios toma verdadera conciencia de ser su hijo. Si no somos capaces de vivir bajo esa conciencia de ser hijos de Dios, estamos expuestos a vivir sin identidad en nuestra existencia.

Evangelio. Lucas (3,15-16;21-22): Bautismo: ponerse en las manos de Dios

III.1. La escena del Bautismo de Jesús, en los relatos evangélicos, viene a romper el silencio de Nazaret de varios años (se puede calcular en unos treinta). El silencio de Nazaret, sin embargo, es un silencio que se hace palabra, palabra profética y llena de vida, que nos llega en plenitud como anuncio de gracia y liberación. El Bautismo de Jesús se enmarca en el movimiento de Juan el Bautista que llamaba a su pueblo al Jordán (el río por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por la penitencia y el perdón de los pecados, una era nueva donde fuera posible volver a tener conciencia e identidad de pueblo de Dios. Jesús quiso participar en ese movimiento por solidaridad con la humanidad. Es verdad que los relatos evangélicos van a tener mucho cuidado de mostrar que ese acto del Bautismo va a servir para que se rompa el silencio de Nazaret y todo el pueblo pueda escuchar que él no es un pecador más que viene a hacer penitencia; Es el Hijo Eterno de Dios, que como hombre, pretende imprimir un rumbo nuevo en una era nueva. Pero no es la penitencia y los símbolos viejos los que cambian el horizonte de la historia y de la humanidad, sino el que dejemos que Dios sea verdaderamente el “señor” de nuestra vida.

III.2. Es eso lo que se quiere significar en esta escena del Bautismo del evangelio de Lucas, donde el Espíritu de Dios se promete a todos los que escuchan. Juan el Bautista tiene que deshacer falsas esperanzas del pueblo que le sigue. El no es el Mesías, sino el precursor del que trae un bautismo en el Espíritu: una presencia nueva de Dios. Lucas es el evangelista que cuida con más esmero los detalles de la humanidad de Jesús en este relato del bautismo en el Jordán, precisamente porque es el evangelista que ha sabido describir mejor que nadie todo aquello que se refiere a la Encarnación y a la Navidad.  No se duda en absoluto de la historicidad del bautismo de Jesús por parte de Juan, pero también es verdad que esto, salvo el valor histórico, no le trae nada a Jesús, porque es un bautismo de penitencia.

III.3. Jesús sale del agua y “hace oración”. En la Biblia, la oración es el modo de comunicación verdadera con Dios. Jesús, que es el Hijo de Dios, y así se va a revelar inmediatamente, hace oración como hombre, porque es la forma de expresar su necesidad humana y su solidaridad con los que le rodean. No se distancia de los pecadores, ni de los que tensan su vida en la búsqueda de la verdadera felicidad. Por eso mismo, a pesar de que se ha dicho muy frecuentemente que el bautismo es la manifestación de la divinidad de Jesús, en realidad, en todo su conjunto, es la manifestación de la verdadera humanidad del Hijo de Dios. Diríamos que para Lucas, con una segunda intención, el verdadero bautismo de Jesús no es el de Juan, donde no hay diálogo ni nada. Incluso el acto de “sumergirse” como acción penitencial en el agua del Jordán pasa a segundo término. Es la oración de Jesús la que logra poner esta escena a la altura de la teología cristiana que quiere Lucas.

III.4. El bautismo de Jesús, en Lucas, tiene unas resonancias más proféticas. Hace oración porque al salir del agua (esto se ha de tener muy en cuenta), y estando en oración, desciende el Espíritu sobre él. Porque es el Espíritu, como a los verdaderos profetas, el que cambia el rumbo de la vida de Jesús, no el bautismo de penitencia de Juan. Lucas no ha necesitado poner el diálogo entre Juan y Jesús, como en Mt 3,13-17, en que se muestra la sorpresa del Bautista. Las cosas ocurren más sencillamente en el texto de Lucas: porque el verdadero bautismo de Jesús es en el Espíritu para ser profeta del Reino de Dios; esta es su llamada, su unción y todo aquello que marca una diferencia con el mundo a superar del AT. Se ha señalado, con razón, y cualquiera lo puede leer en el texto, que la manifestación celeste del Espíritu Santo y la voz que “se oye” no están en relación con el bautismo, que ya ha ocurrido, sino con la plegaria que logra la revelación de la identidad de Jesús. El Hijo de Dios, como los profetas, por haber sido del pueblo y vivir en el pueblo, necesita el Espíritu como “bautismo” para ser profeta del Reino que ha de anunciar. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).

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