“Remen
mar adentro y echen las redes para pescar”
Tres personajes enmarcan las lecturas de
este domingo. De un lado Isaías, que tiene una visión de la gloria de Dios. De
otro Pedro, que asiste en la pesca milagrosa a una verdadera teofanía de Jesús.
En el centro Pablo que se dirige a los cristianos de Corinto. En los dos
primeros se da la admiración ante lo que están viendo. En los tres el
reconocimiento de su propia indignidad y su condición de pecadores. Apártate de
mí, dice Pedro, que soy un pecador. Los tres están unidos por la misión. ¿A
quién enviaré? Se escucha decir a Dios en la primera lectura. Los tres
llamados, escogidos y enviados para hablar de Dios a los hombres.
Contrasta por un lado la primera lectura
de Isaías, en la que se hace presente la gloria de Dios en toda su grandeza.
Una experiencia que asusta. Y de otro lado, en el Evangelio, la cercanía de
Jesús a todas las gentes que acuden para
escuchar con atención su palabra. Dios ya no se muestra “lejano y terrible”
sino cercano y acogedor.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Los
serafines, un modo de nombrar a ángeles, en un griterío multitudinario claman
la triple santidad de Dios, reconociendo lo “superlativo” de la santidad. Dios
es “lo más santo que existe”, o lo que es lo mismo: “el único verdaderamente
santo”.
Lectura
del libro de Isaías 6, 1-2a. 3-8
El año de la muerte del rey Ozías, yo vi
al Señor sentado en un trono elevado y excelso, y las orlas de su manto
llenaban el Templo. Unos serafines estaban de pie por encima de él. Cada uno
tenía seis alas. Y uno gritaba hacia el otro: “¡Santo, santo, santo es el Señor
de los ejércitos! Toda la tierra está llena de su gloria”. Los fundamentos de
los umbrales temblaron al clamor de su voz, y la Casa se llenó de humo. Yo
dije: “¡Ay de mí, estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros, y
habito en medio de un pueblo de labios impuros; ¡y mis ojos han visto al Rey,
el Señor de los ejércitos!”. Uno de los serafines voló hacia mí, llevando en su
mano una brasa que había tomado con unas tenazas de encima del altar. Él le
hizo tocar mi boca, y dijo: “Mira: esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido
borrada y tu pecado ha sido expiado”. Yo oí la voz del Señor que decía: “¿A
quién enviaré y quién irá por nosotros?”. Yo respondí: “¡Aquí estoy: envíame!”.
Palabra de Dios.
Salmo
137, 1-5. 7c-8
R.
Te cantaré, Señor, en presencia de los ángeles.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque has oído las palabras de mi boca. Te cantaré en presencia de los ángeles
y me postraré ante tu santo Templo. R.
Daré gracias a tu Nombre por tu amor y
tu fidelidad. Me respondiste cada vez que te invoqué y aumentaste la fuerza de
mi alma. R.
Que los reyes de la tierra te bendigan
al oír las palabras de tu boca, y canten los designios del Señor, porque la
gloria del Señor es grande. R.
Tu derecha me salva. El Señor lo hará
todo por mí. Tu amor es eterno, Señor, ¡no abandones la obra de tus manos! R.
II
LECTURA
“Ningún
hombre se conoce mientras no se haya encontrado con Dios. Por eso tenemos
tantos ególatras, tantos orgullosos, tantos hombres pegados a sí mismos,
adoradores de los falsos dioses, no se han encontrado con el verdadero Dios y
por eso no han encontrado su verdadera grandeza... “
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 15, 1-11
Hermanos, les recuerdo la Buena Noticia
que yo les he predicado, que ustedes han recibido y a la cual permanecen
fieles. Por ella son salvados, si la conservan tal como yo se la anuncié; de lo
contrario, habrán creído en vano. Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo
mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue
sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a
Cefas y después a los Doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al
mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto.
Además, se apareció a Santiago y a todos los Apóstoles. Por último, se me
apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto. Porque yo soy el
último de los Apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado Apóstol, ya que he
perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y
su gracia no fue estéril en mí, sino que yo he trabajado más que todos ellos,
aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. En resumen,
tanto ellos como yo, predicamos lo mismo, y esto es lo que ustedes han creído.
Palabra de Dios.
ALELUYA Mt
4, 19
Aleluya. “Síganme, y yo los haré
pescadores de hombres”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
Es
en el nombre del Señor (“si tú lo dices”) que actuamos para que el Reino de
Dios crezca y se multiplique. De este modo podemos considerar que nuestra vida
está al servicio del Reino y de los hermanos a quienes convocamos. No somos
nosotros los dueños del mensaje, y mucho menos de la Palabra que convoca.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Lucas 5, 1-11
En una oportunidad, la multitud se
amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de
pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la
orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes.
Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara
un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la
barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: “Navega mar adentro, y echen las
redes”. Simón le respondió: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no
hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes”. Así lo hicieron, y
sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse.
Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a
ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se
hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo:
“Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador”. El temor se había apoderado de
él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y
lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón.
Pero Jesús dijo a Simón: “No temas, de ahora en adelante serás pescador de
hombres”. Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo
siguieron.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Estamos al comienzo de la predicación de
Jesús. Un Jesús cercano a la gente sencilla del pueblo. Estamos a la orilla del
lago, allá en Galilea. Es el lugar no solo geográfico, sino teológico que Jesús
ha escogido para comenzar su misión. La tierra de los pequeños, de los
sencillos de Israel, de los que no cuentan para los poderes establecidos.
Pasa entre la gente, se hace presente no
en lugares “sagrados” sino en su ámbito de trabajo diario. Los pescadores están
en su labor cotidiana de lavar las redes tras una noche de duro trabajo. Con Jesús se ha hecho el
día, con él llega la luz que les permite ver de otra manera, con ojos nuevos.
La gente está ansiosa de escuchar a
Jesús. Son muchos los que hablan, pero ninguno con su autoridad. Sus palabras
llegan al corazón.
Jesús se embarca con Simón y sus
compañeros. Entra en sus vidas. Quiere necesitarles, contar con ellos. Estos hombres han trabajado mucho, pero les
ha lucido poco. No han cogido nada.
Simón está a la cabeza del grupo. Le
presta al Maestro su barca. Es dócil a sus órdenes. Con Jesús en la barca han
cambiado las cosas. Él se erige en patrón, trabajan a sus órdenes. Los
resultados cambian radicalmente. Cogen una redada tan grande que no pueden con
los peces. Se llenan de asombro y llaman a los compañeros para que les ayuden.
Pedro reconoce su pequeñez y la grandeza
de Jesús. Se pone a sus pies. Le siguen sus compañeros. Desde ahora, le dice
Jesús a Pedro, serás pescador de hombres.
¿Es un milagro solamente? Así podemos
verlo y quedarnos maravillados, o ¿es sobre todo una buena noticia para
nosotros? ¿Dónde está Jesús hoy? ¿Está entre los grandes y poderosos? ¿Está en
los templos o lugares que consideramos sagrados? No, Jesús está entre la gente
sencilla. Jesús está cerca de nosotros, en nuestros trabajos, en nuestras
casas, en nuestras cosas sencillas de todos los días. Esa es la buena noticia.
¿Cómo nos van las cosas? Puede ser que
también nosotros estemos bregando, trabajando duro. Y en nuestra briega, en
nuestra lucha de cada día, a veces experimentemos la noche o el cansancio. O
tal vez la falta de resultados. Las cosas no ocurren siempre como nosotros
deseamos.
Jesús está cerca. Jesús te pide prestada
la barca. Jesús se embarca contigo, en tus cosas, en tus asuntos. Si tú le
dejas, claro. ¿Quién es el “patrón” de tu barca, de tu vida? Para el verdadero
creyente es Jesús. Y en su nombre echamos las redes cada día.
Tu puedes escuchar o no a Jesús. Puedes
querer hacer la vida sólo o hacer la vida contando con él. Hay tanta diferencia
como de la noche al día. Como de las redes vacías a las redes llenas.
Jesús no se asusta de tu pequeñez. Como
no se asustaba de los labios impuros de Isaías, en la primera lectura, o de que
Pablo de Tarso hubiera sido un perseguidor de los primeros cristianos.
Pero tienes que abrirle el corazón y la
vida, la casa y la barca. Tienes que dejarle coger el timón y fiarte plenamente
de Él. Quiere hacerte, como a Pedro “pescador de hombres”. Capaz de contagiar a
muchos la experiencia. Te quiere hacer predicador, con la vida y la palabra, de
la Buena Noticia de la salvación.
ESTUDIO BÍBLICO.
Todos somos llamados a ser profetas y
pescadores de hombres
En el centro de las lecturas de este
domingo aparece como mensaje fundamental la fuerza de la Palabra de Dios para
cambiar la vida de aquellos que la escuchan, la acogen y la siguen. Esto es
bien manifiesto en el evangelio y en la primera lectura profética; pero no lo
es menos en el “credo” que Pablo propone a la comunidad de Corinto,
recordándoles que si ellos son una comunidad de creyentes, se debe a que han
acogido el mensaje, que él, a su vez, había recibido de los testigos de Jesús:
que Cristo murió por nosotros y ha resucitado para darnos a todos la vida.
I
Lectura: Isaías (6,1-2ª.3-8): La palabra de Dios que transforma
I.1. En la lectura profética se nos
describe la experiencia de Isaías en el templo de Jerusalén cuando es llamado
para ser enviado y hablar al pueblo en nombre de Dios. El profeta se siente
indigno, porque ha tenido una experiencia tan intensa de lo que es Dios, de lo
que es su Palabra, que no se atreve a hablar a un pueblo infiel, ya que él
mismo se considera parte de ese mismo pueblo. Pero con un simbolismo de purificación
de uno de los serafines (serafín tiene una raíz hebrea que significa “arder”),
en definitiva de la acción curativa y purificadora de la Palabra de Dios, se
siente impulsado a hablar a los hombres de Dios. La Biblia sabe muy bien
expresar la transformación de la situación de pecado del hombre por medio de la
intervención salvífica de Dios.
I.2. Lo que se quiere poner de
manifiesto en esta experiencia del propio profeta, no es algo que solo vivirá
él, sino todo el pueblo a causa de su palabra profética, que es Palabra de
Dios. Quien es llamado a ser profeta siente que le arde el alma y el corazón.
¡Da miedo, claro! Pero la misma Palabra transforma el miedo en valentía y
audacia. Cuando ruge el león (como dice Amós 3,8 “Ruge el león, ¿quién no
temerá? Habla el Señor Yahvé, ¿quién no profetizará?).
Dios tiene esas intervenciones extraordinarias, a base de experiencia
personales, que arranca de la indolencia y la trivialidad. El profeta que tiene
la “suerte” no dormirá tranquilo. Ya verá la vida y la religión de otra manera.
A cada uno le ocurre en su “status”. Es probable que Isaías fuera de familia
distinguida, quizás sacerdotal. Ahí llega también la palabra de Dios para
purificar y transformar.
II
Lectura: Iª Corintios (15,1-11): El credo fundamental del cristianismo
primitivo
II.1. En el contexto de 1Cor 15, estos
versos iniciales marcan una pauta determinante porque están construidos en
torno a la fe primitiva de los cristianos que se resumen, con solemnidad,
anunciando la muerte y resurrección de Jesús. ¿En que se apoyan? En la
experiencia que tienen de Él después de su muerte. La muerte no ha sido para Él
una derrota; no es necesaria, ni lo será para nadie una segunda muerte. No
sería justo ni para Dios, ni para ningún hombre. Por tanto, tampoco para Jesús.
La resurrección se impone en sus vidas como una experiencia de vida. Esto es
una revelación de Dios, que tienen que aceptar por la fe. Así fue y así lo
recibió Pablo, y de la misma manera se lo trasmitió a su querida comunidad de
Corinto en el mismo momento de la fundación. A eso le llama Pablo,
concretamente, el Evangelio.
II.2. Como ya hemos dicho es un
"credo", una confesión de fe trasmitida por Pablo. Es verdad que
Pablo pretende legitimar su papel de Apóstol para combatir a algunos que niegan
la necesidad de la resurrección, y por lo mismo, el hecho fundamental de que
Jesucristo hubiera resucitado de entre los muertos. Él, Pablo, se considera
como un apóstol abortivo (significa que la experiencia del Señor resucitado
para él es como un nacimiento imprevisto, inesperado, casi imposible, ya que él
estaba bien convencido de su judaísmo y del valor de la ley, e incluso había
perseguido a la comunidad que confesaba a Jesús resucitado), no lo merecía.
Pero ahí está dando a conocer en el mundo entero la gran noticia de la
resurrección de Jesús y de todos los hombres.
II.3. Pablo les recuerda esto, porque
está poniendo unas premisas indiscutibles, ya que intenta responder a una
noticia que le ha llegado: que algunos no ven necesario hablar de la resurrección
con lo que esto significa desde la mentalidad antropológica de un judío, pero
en confrontación con la mentalidad griega. Si comienza así, con esa solemnidad,
es porque este “Evangelio” es el principio y la base de toda su argumentación
posterior. Debemos reconocer que esta es una de las piezas maestras de los
textos de Pablo. Si no se acepta que Cristo ha sido resucitado por Dios, el
cristianismo que ellos han aceptado, el evangelio, no tiene sentido. Si Cristo
no vive con una vida nueva entonces… el cristianismo no tiene nada que ofrecer
a los hombres. ¡Pero no! Cristo ha resucitado… y él mismo ha tenido experiencia
de ello, de la misma manera que los otros apóstoles la tuvieron antes que él.
Evangelio:
Lucas (5,1-11): La palabra de Dios que cambia la vida de los hombres
III.1. El evangelio nos relata la
vocación de Pedro en un pasaje propio de Lucas, distinto de la vocación de los
primeros discípulos narrada por Mc 1,16-20; está más próximo de Jn 21,1-
11 sobre el momento de las experiencias
que tuvieron los apóstoles después de la resurrección de Jesús. Los
inconvenientes que Pedro pone a salir a pescar con Jesús y echar las redes en
el agua tienen cierto parecido con la objeción de Isaías para desempeñar la
misión de profeta. Han estado toda la noche y no han encontrado nada; ahora,
casi de día, es más difícil aún, los peces no acuden. Pero en este caso van con
Jesús, con el Señor que trae la Palabra viva de Dios. Es eso lo que les hará
dejarlo todo para seguirle; dejarán incluso la pesca milagrosa que han recogido
para emprender una misión nueva, para pescar a los hombres en el mar de la vida
y anunciarles la salvación de Dios.
III.2. Ciertos detalles del texto son
dignos de mención: Jesús está en el lago, y la muchedumbre acude para escuchar
la “palabra de Dios” (logos tou theou, que es una expresión que es frecuente en
la obra de Lucas: 8,11.21; 11,28, Hch 4,31; 6,2.7; 8,14; 11,1; 13,5.7.44.46;
16,32; 17,13; 18,11). Pero esa palabra de Dios, se va a convertir es una fuerza
transformadora que haga que Simón y los hijos del Zebedeo, Santiago y Juan,
tengan que dejar de ser pescadores, que estaban asociados (koinoi) en el lago,
para seguir a Jesús como “pescadores de hombres”. Lo extraordinario de la pesca
también tiene su significado, especialmente porque no era la hora de pescar,
por la noche, sino a la luz del día. La orden de Jesús, su palabra, hace
posible lo que no es normal. Así sucede, pues, con el evangelio que trasforma
el miedo en alegría. Pedro se confiesa pecador, indigno, como los profetas.
Pero eso no importa… lo importante es seguir a Jesús.
III.3. Por lo mismo, en todas las
lecturas, vemos cómo se impone la Palabra de Dios, Dios mismo, Jesucristo
resucitado, en la vida de todos aquellos que deben colaborar en el proyecto
salvífico sobre este mundo y transforma la existencia de cada uno. La Palabra
de Dios tiene una eficacia que motiva la respuesta de Isaías, de Pedro y los
apóstoles y de Pablo. No eran santos, sino pecadores y alejados de la “santidad
divina”. La Palabra, Jesucristo, su evangelio, se impone en nuestra vida, pero
no nos agrede: nos interpela, nos envuelve misteriosamente, nos renueva, cambia
los horizontes de nuestra existencia y nos lleva a colaborar en la misión
profética del evangelio, que es la misión fundamental de la Iglesia en el
mundo. Si al principio dan un poco de miedo las respuestas, estas se hacen
radicales, porque no es necesario ser santo o perfecto para colaborar con Dios.
Hace falta prestarle nuestra voz, nuestro trabajo y todo será distinto. Se nos
propone una vida nueva, en perspectiva de futuro, sin cálculos...y todo
cambiará, como cambiaron Isaías y como cambiaron Pedro y Pablo. No somos
santos, no somos perfectos ¿cómo podremos? Cuando aprendemos a fiarnos de Jesús
y de su evangelio; cuando queremos salir de nuestros límites, la Palabra de
Dios es más eficaz que nuestras propias razones para no echar las redes en el
agua, en la vida, en la familia, entre los amigos, en el trabajo... y seremos
profetas, y seremos pescadores. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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