“Dichoso el que ha puesto su confianza
en el Señor”
Comienza hoy –y continuará leyéndose los
dos próximos domingos– una sección del evangelio de Lucas que podemos llamar
“sermón de la llanura”, equivalente al que en Mateo se llama “sermón de la
montaña”. Ambos empiezan con una de las páginas que se han hecho más famosas de
la predicación de Jesús: las bienaventuranzas.
La sabiduría bíblica conoce bien que la
vida está hecha de antítesis y de alternativas. Los textos de hoy lo concretan
en confiar en el hombre o confiar en Dios. Para Jeremías es maldito (insensato)
quien confía en sus propias fuerzas y actúa según los criterios del mundo; y es
bendito (sensato) quien confía en el Señor. El salmo se hace eco diciendo:
Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor, y también: no así los
impíos, no así…
Pablo, en su respuesta a las consultas
de los corintios, resalta el contraste entre creer en la resurrección de Jesús
y que alguno diga que los muertos no resucitan; para él son cosas íntimamente
unidas.
Y Lucas nos presenta cuatro afirmaciones
positivas, parecidas a las bienaventuranzas de Mateo, seguidas de cuatro en
negativo que son la otra cara de las primeras. No es nada distinto a las
antítesis que antes había puesto en labios de María en el Magnificat. Y es un
desarrollo de la escena que él mismo nos mostraba hace tres domingos: Jesús en
la sinagoga de Nazaret leyendo al profeta Isaías y asumiendo para sí mismo: El
Espíritu del Señor me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
El
profeta no nos dice que estaremos exentos de momentos difíciles; estos momentos
vendrán, como vienen al árbol el calor o la sequía. Pero afirma la condición de
quien enraiza su vida en Dios: siempre crece. Esta es la actitud de los pobres de
Yavé, que no sustentan su vida en falsas seguridades sino en el amor de Dios
que sostiene la existencia.
Lectura
del libro de Jeremías 17, 5-8
Así habla el Señor: ¡Maldito el hombre
que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su corazón se
aparta del Señor! Él es como un matorral en la estepa que no ve llegar la
felicidad; habita en la aridez del desierto, en una tierra salobre e inhóspita.
¡Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su confianza! Él
es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia
la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso;
no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto.
Palabra de Dios.
Salmo
1, 1-4. 6
R.
¡Feliz el que pone en el Señor su confianza!
¡Feliz el hombre que no sigue el consejo
de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en
la reunión de los impíos, sino que se complace en la ley del Señor y la medita
de día y de noche! R.
Él es como un árbol plantado al borde de
las aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se
marchitan: todo lo que haga le saldrá bien. R.
No sucede así con los malvados: ellos
son como paja que se lleva el viento. Porque el Señor cuida el camino de los
justos, pero el camino de los malvados termina mal. R.
II
LECTURA
¡Cristo
ha resucitado! Este es el grito lleno de alegría que las discípulas llevaron la
mañana del domingo de Pascua. Esa es la convicción que nos sostiene, incluso en
el momento de la muerte de un ser querido. Este anuncio está en el centro de
nuestra fe, y así lo afirmamos en cada misa: “Anunciamos tu muerte, proclamamos
tu resurrección. ¡Ven Señor Jesús!”.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 15, 12.
16-20
Hermanos: Si se anuncia que Cristo
resucitó de entre los muertos, ¿cómo algunos de ustedes afirman que los muertos
no resucitan? Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si
Cristo no resucitó, la fe de ustedes es inútil y sus pecados no han sido
perdonados. En consecuencia, los que murieron con la fe en Cristo han perecido
para siempre. Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente
para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima. Pero no, Cristo
resucitó de entre los muertos, el primero de todos.
Palabra de Dios.
ALELUYA Lc 6, 23ab
Aleluya. ¡Alégrense y llénense de gozo
en ese, día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo! Aleluya.
EVANGELIO
“Las bienaventuranzas se dirigen a un
auditorio que se encuentra presente. Todos los aludidos conforman un grupo de
personas que están en cierta situación ‘ahora’. Las bienaventuranzas se aplican
a esa situación: los pobres tienen que alegrarse porque Jesús viene a perdonar
los pecados y ha vencido el dolor y la muerte. Al formar la comunidad de los
cristianos, donde todo se tiene en común y se vive en la alegría del Espíritu,
desaparece la pobreza y se secan todas las lágrimas. Así se comienza a caminar hacia
la consumación del Reino, cuyas fronteras están más allá de los límites de esta
vida”.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Lucas 6, 12-13. 17. 20-26
Jesús se retiró a una montaña para orar,
y pasó toda la noche en oración con Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus
discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio el nombre de Apóstoles. Al
bajar con estos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos
y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la
región costera de Tiro y Sidón. Entonces Jesús, fijando la mirada en sus
discípulos, dijo: “¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les
pertenece! ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán
saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán! ¡Felices
ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y proscriban
el nombre de ustedes, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será
grande en el cielo! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los
profetas! Pero, ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo! ¡Ay de
ustedes, los que ahora están satisfechos, porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes,
los que ahora ríen, porque conocerán la aflicción y las lágrimas! ¡Ay de
ustedes cuando todos los elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos
trataban a los falsos profetas!”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
La
Resurrección de Jesucristo y la confianza en Dios.
La resurrección de Jesucristo es el
hecho central en nuestra fe cristiana. Pablo dice a los corintios: Si Cristo no
ha resucitado, vuestra fe no tiene sentido. Seguiríamos con el lastre del
pecado.
Creer que Cristo ha resucitado es
confiar en la voluntad de Dios, que no es otra que la felicidad de la persona
humana. Pero es muy cierta la contraposición que presenta hoy Jeremías entre
quienes son malditos, porque están guiados por la ley de la muerte y del
pecado, y quienes son benditos porque les guía Dios.
Nunca Dios prometió a su pueblo algún
paraíso en el cielo. Tampoco, cuando las cosas estaban mal en la tierra, trató
de que fueran pacientes hasta que en otra vida mejorara su situación. Dios les
prometía cosas de este mundo y ellos se esforzaban por conquistar las promesas
de Dios, aun cuando comprendían que no puede darnos en este mundo todo lo que
ha preparado para nosotros.
Cuando Jesús apareció había una gran
expectación sobre el Mesías anunciado. Y se presentó con las manos vacías: no
repartía pan, ni distribuía tierras, ni prometía la salida de los opresores.
Sin embargo, afirmaba que el Reino de Dios había llegado. No venía a cambiar
milagrosamente la situación dolorosa de la humanidad. Sus seguidores no pueden
esperar verse colmados de favores, de salud, de dinero, de consideración y de
prestigio humano. Y aun así les dice: ¡Felices!
Jesús nos ofrece una nueva manera de
estar en la tierra
Lucas presenta las bienaventuranzas como
destinadas a los pobres, los que tienen hambre, los que lloran, los que son
perseguidos, y Jesús les dice: “vuestro es el reino de Dios”, “quedaréis
saciados”, “reiréis”, “vuestra recompensa será grande en el cielo”.
El término griego que usa Lucas para
indicar “pobres” traduce los que, en el Antiguo Testamento, definían a una
clase de personas: los desprotegidos, los explotados, los pequeños y sin voz,
las víctimas de la injusticia, que con frecuencia son privados de sus derechos
y de su dignidad por la arbitrariedad de los poderosos. Por eso, tienen hambre,
lloran, son perseguidos.
Jesús dice que el Reino de Dios es de
ellos. No proclama felices a los que viven en una situación infrahumana ni nos
invita a olvidar los problemas de la tierra para pensar sólo en las cosas del
cielo. Ofrece una nueva manera de estar en la tierra. Sus palabras se refieren
a la vida presente. Los bienaventurados lo son no porque son pobres, porque
están tristes, porque sufren… eso no es motivo de felicidad ninguna ni Dios
mismo lo quiere para nadie. Su privilegio es porque Dios muestra su compasión
especialmente con quienes sufren más miseria, y los desamparados del mundo
están llamados a ser los primeros en beneficiarse de un Reino que impulsa
valores de esperanza, justicia y amor.
Las bienaventuranzas son el programa de
vida del propio Jesús. Solo llevándolas él mismo a la práctica podía tener
autoridad para proponer a sus discípulos un camino de seguimiento que recorra
sus mismas opciones. Manifiestan en otra forma lo que ya había dicho al inicio
de su actividad en la sinagoga de Nazaret: Él es enviado por el Padre al mundo,
con la misión de liberar a los oprimidos, a los pequeños, a los privados de
derechos y de dignidad, a los sencillos y humildes. Les dice que Dios les ama
de una forma especial y que quiere ofrecerles la vida y la libertad plenas. Por
eso son “bienaventurados”.
Pero las bienaventuranzas también
aparecen olvidadas, rechazadas o burladas por la práctica de la vida. Llamar
felices a los muertos de hambre, a los tristes, a los perseguidos… parece una
broma o una burla. Muchos, incluso llamándose cristianos, consideran que en el
fondo son inaplicables. Quizá por eso se predican poco y se viven menos. Sin
embargo, son el núcleo de la vida evangélica y de la felicidad según el plan de
Dios.
Las contrapartes
San Lucas contrapone a lo anterior
cuatro “malaventuranzas” que son el reverso de la moneda. Son palabras de Jesús
que no se pueden ni ablandar ni ocultar. Él dedicó tanto o más tiempo a
criticar la riqueza que a alabar la pobreza. Al contraponer “pobres” a “ricos”,
“hambrientos” a “satisfechos”, “los que lloran” a “los que ríen”, los odiados y
expulsados a aquellos de quienes se habla bien, indica que hay una relación que
no es casual sino causal entre los componentes de cada uno de esos pares.
A la luz del Reino de Dios se desvela la
terrible suerte de los que, buscando la seguridad en el poder, en la riqueza y
en la alegría de la tierra, oprimen a los demás y destruyen la propia realidad
de su existencia. Las palabras de Jesús denuncian la lógica de los que
permanecen ciegos a descubrir los verdaderos valores de la vida y las
necesidades de los demás. Les dirige una advertencia inspirada en el amor para
que se conviertan y no dejen que nada se interponga entre el Reino de Dios y
ellos. Advertirles no significa que Dios no tenga para ellos la misma propuesta
salvadora que ofrece a los pobres y a los débiles. La salvación de Dios es para
todos, pero quienes persisten en la lógica del egoísmo no tienen lugar en el
Reino que Jesús vino a ofrecer.
Las bienaventuranzas siguen teniendo
vigencia y son un programa de vida sumamente exigente que Jesús presenta a sus
discípulos de todos los tiempos. Ofrecen una norma de vida abierta a toda la
humanidad, una ética donde todos tienen cabida. Pero seguirlas es un desafío a
nuestra comodidad, a nuestra manera de vivir, a muchos de los valores que
propone la sociedad de nuestro tiempo… ¿Confiamos en los hombres o confiamos en
Dios?
ESTUDIO BÍBLICO.
Las
Bienaventuranzas, corazón del Evangelio
I
Lectura: Jeremías (17,5-8): Feliz quien se fía de Dios
I.1. Con ese texto tan bello, del hombre
que confía en el Señor, el texto de Jeremías nos prepara para abrir el alma al
texto evangélico. Un contraste entre makarismo y lamentación construyen este
texto profético, que tiene mucho de radical y de sapiencial. El simbolismo del
desierto como ámbito de muerte, de sequedad, es una lección que debe aplicarse
a la vida del creyente, en este caso del israelita. Una serie de términos hebreos describen el
mundo del desierto (el hombre –adam-, carne
-bashar- y corazón leb); en la otra parte está Dios. Es en Yahvé en
quien hay que tener confianza (ybth), porque en él está la experiencia del agua
en el desierto de la vida.
I.2. Poner la confianza (el corazón) en
el mundo de la carne, del hombre y sus intereses es un desafío moral y
antropológico. El mensaje no tiene dobleces; es simple y directo, de escuela
elemental: es el mundo del Dios y el mundo de los hombres lo que está en la
palestra del profeta que aquí se vale de la experiencia sapiencial para
comunicar su mensaje de confianza. Es tan sencillo como lo que podemos aprender
en la escuela de la vida de cada día. ¿No es así? El dualismo entre el mundo de
Dios y el mundo del hombre es un desafío. Si queremos tener vida hay que estar
junto a la corriente, de lo contrario seremos como el tamarisco de la Arabá
(que es un desierto inmenso).
II
Lectura: Iª Corintios (15,12.16-20): Sin resurrección no hay futuro
II.1. La carta de Pablo a los Corintios,
segunda lectura de este domingo, continúa después el “credo” de la resurrección
(vv. 1-11) con sus consecuencias para todos los hombres. Si no hay resurrección
de Jesucristo no hay perdón de los pecados y no habrá vida eterna. Entonces
¿qué nos espera?, ¿la nada?, ¿el caos? Algunos niegan la resurrección de los
muertos, no la ven necesaria. Por lo tanto tampoco sería la de Cristo (v.12).
Con eso el cristianismo pierde su sentido y Pablo lo hace ver con claridad
meridiana. Porque la lógica se impone: si los muertos no resucitan,
tampoco Cristo debía haber resucitado.
II.2. Pero si Cristo no ha resucitado la
fe de los cristianos no tiene sentido; la lógica sigue imponiéndose frente a
los que se permiten esas afirmaciones. Y si ponemos en Cristo nuestra esperanza
únicamente para esta vida, somos los más tontos de todos los hombres. Estamos
en el centro del debate: si no hay resurrección ¿para qué ser cristianos? ¿Para
vivir con un sentido ético en esta vida? No sería totalmente negativo, pero se
empobrecería sobremanera el sentido de la fe y de la vida cristiana. Y se arruinaría
una dimensión fundamental del cristianismo: ofrecer vida verdadera, vida eterna
a los hombres. La resurrección de Jesucristo es el paradigma de la oferta
verdadera de Dios a los hombres.
II.3. Cristo no ha venido a otra cosa
sino a “resucitarnos” en el mejor sentido de la palabra. No solamente a
resucitarnos moralmente (que así ha sido), sino para que resucitemos como Él.
Es verdad que la acción de la resurrección recae directamente en Dios. Pero de
alguna manera, como apunta Sto. Tomas, la resurrección de Jesús es la causa de
nuestra resurrección (S. T. q. 56). Habría que precisar algunos aspectos de las
afirmaciones teológicas de Tomás de Aquino, porque la antropología actual y la
hermenéutica lo requieren. Su resurrección, poder de Dios, es la fuerza
transformadora de nuestra historia de pecado y de muerte. Pero si no hay
resurrección de los muertos tampoco podríamos hablar del valor eficiente de la
resurrección de Jesús para todos los hombres ¡no habría futuro para nadie! ¡ni
siquiera para Dios!, porque nadie lo buscaría y nadie diría su nombre. Pero la
resurrección de Jesucristo nos ha revelado que sí hay futuro para todos, para
Dios y para nosotros.
Evangelio:
Lucas (6,20-26): Las opciones del Reino
III.1. Hoy la liturgia, y muy
concretamente el evangelio, nos ofrece uno de los textos más impresionantes de
la historia de la humanidad, por el que muchos han dado su vida y por el que
otros han detestado al cristianismo y a Jesús de Nazaret. El texto de las
bienaventuranzas de Lucas es escueto, dialéctico, radical. Pero en el fondo se
trata simplemente de describir dos ámbitos bien precisos: el de los
desgraciados de este mundo y el de los bien situados en este mundo a costa de
los otros. Lucas nos ofrece las bienaventuranzas en el contexto del sermón de
la llanura (Lc 6,17), cuando toda la gente acude a Jesús para escuchar su
palabra; no es un discurso en la sinagoga, en un lugar sagrado, sino al aire
libre, donde se vive, donde se trabaja, donde se sufre.
III.2. Es un discurso catequético; por
lo mismo, Lucas estaría haciendo una catequesis cristiana, como Mateo lo hizo
con el sermón de la montaña (5-7). Entre uno y otro evangelista hay
diferencias. La principal de todas es que Lucas nos ofrece las bienaventuranzas
y a continuación las lamentaciones (no son maldiciones, viene del hebreo hôy y
en latín se expresa con vae: un grito de dolor, de lamento, un grito profético)
como lo contrario en lo que no hay que caer. Otra diferencia, también, es que
en Mateo tenemos ocho y en Lucas solamente cuatro bienaventuranzas. Sobre su
significado se han escrito cientos de libros y aportaciones muy técnicas. ¿Son
todas inútiles? ¡No!, a pesar de que sintamos la tentación de simplificar y de
ir a lo más concreto. No debemos entrar, pues, en la discusión de si las “malaventuranzas”
o lamentaciones son palabras auténticas de Jesús o de los profetas itinerantes
cristianos que predicaban con esta radicalidad tan genuina. Hay opiniones muy
diversas al respecto. Ahora están en el evangelio y deben interpretarse a la
luz de lo que Lucas quiere trasmitir a su comunidad.
III.3. Jesús hablaba así, casi como las
escuchamos hoy en el texto de Lucas, más directo y menos recargado que el de
Mateo. Jesús habló así al pueblo, a la gente: Jesús piensa y vive desde el
mundo de los pobres y piensa y vive desde ese mundo para liberarlos. El pobre
es ´ebîôn/´anaâw en hebreo; ptôchos en griego, pauper en latín: se trata de
quien no tiene alimento, casa y libertad y en el AT es el que apela a Dios como
único defensor. Así debemos entender la primera aproximación al mensaje de hoy.
Esa es una realidad social, pero a la vez es una realidad teológica. Es en el
mundo de los pobres, de los que lloran, de los perseguidos por la justicia,
donde Dios se revela. Y lógicamente, Dios no quiere, ni puede revelarse en el
mundo de los ricos, de poder, de la ignominia. El Reino que Jesús anuncia es
así de escandaloso. No dice que tenemos que ser pobres y debemos vivir su
miseria eternamente. Quiere decir, sencillamente, que si con alguien está Dios
inequívocamente es en el mundo de aquellos que los poderosos han maltratado,
perseguido, calumniado y empobrecido. Las lamentaciones, pues, significan que
no intentemos o pretendamos encontrar a Dios en las riquezas, en el poder, en
el dominio, en la corrupción; allí solamente encontraremos ídolos de muerte.
III.4. La teología de la liberación ha
sabido expresar estas vivencias para dar esperanza a los pobres del Tercer
Mundo. Y la verdad es que la fe más evangélica la viven los pobres que creen;
los pueblos más ricos y poderosos están más descristianizados. Es el mundo de
los pobres y de las miserias, el que más espera en Jesucristo; en el mundo de
los poderosos habita un gran vacío. El evangelio de Lucas hoy, pues, nos
propone dos horizontes: un horizonte de vida y un horizonte de muerte. ¿Dónde
encontrar a Dios? Todos lo sabemos, porque la equivocación radical sería
buscarlo donde El ha dicho que no lo encontraremos. El texto de Jeremías es
suficientemente explícito al respecto: ¿cómo podría crecer un árbol de vida en
el mundo de las lamentaciones?.
III.5. La luz no es lo que se ve, pero
es aquello que produce el milagro para que veamos. Y las bienaventuranzas de
Jesús son la luz de su predicación del Reino. Con las bienaventuranzas se hará
posible ver a Dios; desde el mundo de las lamentaciones nunca encontraremos al
Dios verdadero, aunque Él no rechace a nadie. El mundo de las bienaventuranzas
nos impulsa a confiar en un Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos
y, por eso mismo, a cada uno de nosotros nos resucita y resucitará. Pero a ese
Dios ya sabemos dónde debemos buscarlo: no en la ignominia del poder de este
mundo, sino en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los afligidos y de
los que son perseguidos a causa de la justicia: ahí es donde está el Dios de
vida, el Dios de la resurrección. Y esto es así, porque Dios ha hecho su
opción, y un Dios con corazón solamente puede aparecer donde está la vida y el
amor. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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