jueves, 1 de enero de 2015

1 DE ENERO 2015 - SANTA MARÍA MADRE DE DIOS


“María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.”

Comienza el año civil, y se va celebrando a lo largo del globo, según la tierra gira. Se celebra una noche vieja que da paso a la novedad de un nuevo guarismo para situar nuestro hoy en la historia. Este sentimiento de novedad de año puede oscurecer la solemnidad que se celebra, María, Madre de Dios. No podemos situar en oposición lo civil con lo litúrgico. Las celebraciones cristianas son celebraciones de la vida real, a esa vida real se unió el mismo Dios, como celebramos hace ocho días: hoy es el último día de la octava de Navidad. Comenzamos el año bajo la mirada de la Madre, que gracias a esta inmersión en nuestra historia de Dios, a través de su seno, es Madre de Dios. Y celebramos la onomástica del Niño, se llamará Jesús

CONTEMPLAMOS LA PALABRA

1ª LECTURA   

El sacerdote debía pronunciar esta bendición sobre el pueblo. Los bautizados participamos todos del carisma sacerdotal de Jesucristo, por el cual podemos interceder unos por otros. Pongamos en práctica este carisma orando y pidiendo la bendición de Dios para aquellas personas con las que hoy comenzamos a transitar un nuevo año.

Lectura del libro de los Números 6, 22-27
El Señor dijo a Moisés: “Habla en estos términos a Aarón y a sus hijos: Así bendecirán a los israelitas. Ustedes les dirán: ‘Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz’. Que ellos invoquen mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré”.
Palabra de Dios.

Salmo 66, 2-3. 5-6. 8

R. El Señor tenga piedad y nos bendiga.

El Señor tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro sobre nosotros, para que en la tierra se reconozca su dominio, y su victoria, entre las naciones. R.
Que canten de alegría las naciones, porque gobiernas a los pueblos con justicia y guías a las naciones de la tierra. El Señor tenga piedad y nos bendiga. R.
¡Que los pueblos te den gracias, Señor; que todos los pueblos te den gracias! Que Dios nos bendiga, y lo teman todos los confines de la tierra. R.

2ª LECTURA   

Dios quiso tener una madre, porque en Dios Trinidad todo es relación, vínculo, lazos de amor. No es un Dios solitario, sino un Dios que va expandiendo su amor en nexos profundos y redes sólidas. Él quiso compartir nuestra condición humana desde el primer momento, siendo parte de una familia y conociendo el amor y el cuidado de manos de una madre.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 4, 4-7
Hermanos: Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la ley, para redimir a los que estaban sometidos a la ley y hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abbá!, es decir: ¡Padre! Así, ya no eres más esclavo, sino hijo, y por lo tanto, heredero por la gracia de Dios.
Palabra de Dios.

EVANGELIO    

También nosotros, en medio del ajetreo de estas fiestas, estamos llamados a guardar las cosas de Dios en el corazón. En esa actitud contemplativa mariana, podremos valorar el paso de Dios por nuestra cotidianeidad. Y podremos contar a otros sus maravillas.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 16-21
Los pastores fueron rápidamente adonde les había dicho el Ángel del Señor, y encontraron a María, a José y al recién nacido acostado en un pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban, quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

El tiempo, ámbito de la salvación.

Es la primera celebración eucarística de este año. Como acabamos de insinuar para que algo merezca ser considerado en nuestras celebraciones no necesita tener solo carácter sagrado, basta que sea algo humano. Algo que los hombres y mujeres vivan. Y sin duda hoy se vive, se celebra, el Año Nuevo: se celebra el tiempo, el tiempo nuevo, o al menos con nueva numeración.

En la Sagrada Escritura aparece continuamente la realidad del tiempo. Sabemos que en el tiempo se prepara y se realiza nuestra salvación. El tiempo está unido a ese proyecto de rescate del que habla la segunda lectura, porque en el tiempo vivimos, el tiempo nos constituye. Más que pasar nosotros por el tiempo, es éste lo que pasa por nosotros con su carga de acontecimientos y nos va configurando, haciendo. Y en entre esos acontecimientos, está el de nuestra salvación.

Lo hemos leído en el texto de la segunda lectura, “cuando se cumplió el tiempo”. San Marcos empieza su evangelio con el anuncio de Jesús, “el tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca, convertíos y creed en la Buena Noticia”. Pues bien, nosotros pertenecemos a esa plenitud de los tiempos, que es el tiempo de Jesús. Nuestro tiempo, es tiempo de salvación, tiempo de gracia, leemos en la Biblia. Es el mismo tiempo el de Jesús y el nuestro: somos con-temporáneos de él. Conclusión: hemos de valorar nuestro tiempo. El tiempo no se puede perder, hay que aprovecharlo, vivirlo en serena intensidad. El tiempo se pierde cuando lo dedicamos simplemente a recordar nostálgicamente el pasado y no a vivir el presente. No perderlo y no matarlo. Decimos que matamos el tiempo cuando no se sabe qué hacer con él y nos pesa. Cuando no vemos cómo a través de él podemos ir construyendo nuestro futuro, cuando nos parece tiempo inútil. El tiempo es para vivirlo, para darle vida, no muerte.

En el inicio del tiempo, la mujer

En el inicio del tiempo de Jesús, -la plenitud de los tiempos- está la mujer, como estuvo al inicio de la creación. Esa mujer se llama, como nos dice Lucas, María, la madre de Jesús, Hoy la Iglesia quiere que la veneremos como Madre de Dios. Atrevida expresión, pues supone establecer un origen humano al mismo Dios. En realidad la expresión “Madre de Dios” no es una expresión mariana, sino cristológica, pues lo que quiere expresar es la unión en el niño Jesús de la persona del Verbo divino. En María se junta el tiempo y la eternidad. Y se nos entrega un tiempo preñado de eternidad, de realidades que son más fuertes que el fin de nuestro tiempo, más fuertes que la muerte, alcanzan su plenitud tras la ella: el amor, la verdad, la intimidad con Dios, la fraternidad humana, etc. Que, a su vez, constituyen lo más propio y digno de la naturaleza humana. Por el nacido de María el ser humano desborda el tiempo.

El nombre de Jesús

“Y le pusieron de nombre Jesús”. El nombre es más que una palabra para identificar a una persona entre otras, el nombre expresa la esencia de su misión: nuestra salvación. Al comienzo del año se recuerda y celebra que tenemos un salvador: gracias a María alguien de nuestra carne y nuestra sangre se ha comprometido en salvarnos. Quizás en la euforia de estas fiestas no sintamos la necesidad de salvación. ¿Salvarnos de qué? Pero superada lo que pueden tener de alienación los excesos celebrativos de ellas, la realidad de cada día nos enfrenta a múltiples factores que nos empujan a devaluar nuestra condición humana; como puede ser la búsqueda de lo efímero, de lo frívolo o de lo degradante, de los egoísmos empobrecedores e incluso suicidas. Nos vemos obligados a afrontar nuestras limitaciones y debilidades, nuestras miserias. Necesitamos la lucha salvadora del día a día. Esa lucha exige la esperanzada certeza de que al fin venceremos a todos nuestros “enemigos”, y el último, el fin de nuestro tiempo, la muerte, como dice san Pablo, y junto a la lucha la prometida salvación que nos ofrece Jesús el hijo de María.

Jesús está en nuestro tiempo, en referencia a él decimos que iniciamos hoy el año 2014 de su tiempo. ¡Que el hijo de María, el Salvador, esté presente en nuestra vida a lo largo de este año! Que como se decía tradicionalmente en al fechar los documentos oficiales, ¡que sea “un año del Señor”!



ESTUDIO BÍBLICO

La solemnidad de Santa María Madre de Dios es la primera fiesta mariana que podemos constatar en la Iglesia occidental. Probablemente, la fiesta remplazaba la costumbre pagana de las «strenae» (estrenas, dádivas), bien distinta del sentido de las celebraciones cristianas. El «Natale Sanctae Mariae» comenzó a celebrarse en Roma hacia el siglo VI, probablemente junto con la dedicación de una de las primeras iglesias marianas de Roma, esto es, Santa María Antigua, en el Foro Romano. La última reforma del calendario trasladó al 1 de enero la fiesta de la maternidad divina, que desde 1931 se celebraba el 11 de octubre en memoria del Concilio de Efeso (431), donde se proclama a María “Theotokos”, la que dio a luz al Salvador, el Hijo de Dios.

Celebramos también la Jornada mundial de la Paz (XLVII), ya que al comenzar el año siempre se celebra esta jornada de la paz, cuyo mensaje no puede ser ignorado por los cristianos que deben trabajar denodadamente por la paz amenazada en el mundo.

Iª Lectura: Números (6,22-27): El Señor nos conceda la paz

I.1. Esta formula de bendición que Moisés, en el texto, dicta a Aarón debe ser considerada como lo que es, una fórmula litúrgica. Esa es la razón por la que Yahvé se la inspira a Moisés y éste a Aarón, para darle toda la relevancia y solemnidad necesarias. Sabemos que en ella podemos rastrear expresiones de otros textos bíblicos, de salmos especialmente (cf 121,7-8; 4,7; 31,17; 122,6). Tres veces se repite el nombre de Dios, de Yahvé. Y se pide la bendición que guarde al pueblo, que ilumine con su rostro. Hay toda una teología bíblica del “rostro de Dios” que ha influido mucho en la espiritualidad y en la verdadera actitud cristiana del seguimiento. Buscar el rostro de Dios, el que Moisés no podía mirar, se convierte así en la fórmula teológica de un Dios salvador y misericordioso, protector de Israel y dador de la paz. La paz que era lo que el pueblo podía desear más que otra cosa, sigue siendo el don maravilloso para el mundo.

I.2. Pero el texto que se ha escogido del libro de los Números, está orientado, hoy especialmente, sobre la bendición que se pide a Dios. Esa bendición es la paz. En las lenguas semitas, con la raíz shlm —de donde deriva shalom-paz— se indica una dimensión elemental de la vida humana, sin la cual ésta pierde gran parte de su sentido, si no todo. Con la palabra paz se indica “lo completo, íntegro, cabal, sano, terminado, acabado, colmado”. La paz, así entendida, designa todo aquello que hace posible una vida sana armónica y ayuda al pleno desarrollo humano. En los textos, sin embargo, no aparece siempre con este significado tan denso. De ahí viene la palabra griega eirênê. Desde luego, desde el punto de vista bíblico, la paz, e incluso la “pax” como término latino, no es solamente el orden establecido. Es un don mesiánico, implica necesariamente ausencia de guerra. Pero es, sobre todo, un estado de justicia y fraternidad. En el Nuevo Testamento el término eirênê aparece acompañado también de otros sustantivos con los que se coordina y complementa. De la mano de eirênê van amor y alegría (Gal 5,22); gloria y honor (Rom 2,20); vida (Rom 8,6); honradez y paz (Rom 14,17); alegría (Rom 15,13); amor (2 Col 13,11; Ef 6,23); misericordia (Gal 6,16); favor/gracia y misericordia (1Tim 1,2; 2Tim 1,2; 2Pe 1,2; Jn 3); rectitud, fe y amor (2Tim 2,22). Eirênê se muestra de este modo como el ámbito propio para el desarrollo de una vida en plenitud, donde no puede admitirse ni la violencia político-social, ni la violencia económica del mundo (de la globalización inhumana). Efectivamente sigue siendo un “don mesiánico”, fundamentado sobre la justicia y la fraternidad. Es un don que viene de lo alto, con todo lo que esto significa.

IIª Lectura: Gálatas (4,4-7): La plenitud de los tiempos trae la libertad

II.1. La carta a los Gálatas es paradigma de la opción apostólica de Pablo por la salvación de Jesucristo, en contra de la ley. Y este texto de hoy es un “axioma” teológico de su mensaje y de su predicación. El salvador, el liberador, “ha nacido de mujer”, es un hombre como nosotros en el sentido más determinante. Se ha dicho que esta es la “navidad” de Pablo. No deja de ser curiosa, por escueta. Pero la verdad es que nos encontramos ante un texto paradigmático por su afirmación teológica. Nada de esto tiene desperdicio. Todo está medido y tasado en el planteamiento que viene haciendo el apóstol sobre los que han de pertenecer al pueblo de Dios y de las promesas. Es decir, todos los hombres que habiendo nacido fuera de Israel, serán llamados a beneficiarse de las promesas hechas a Abrahán. Por eso se habla de la “plenitud de los tiempos” (tò plêrôma tou jronou); y entonces un hombre (porque es nacido de mujer), nacido en Israel (bajo la Ley), va abrir las puertas de la gracia y la salvación a toda la humanidad.

II.2. No podríamos hablar de un texto mariológico en el sentido estricto del término. De hecho, Pablo es más bien cristológico. Pero no hay verdadera cristología sin la historia real de Jesús de Nazaret (al que no conoció Pablo), un judío, como él. Un judío que habría de enfrentarse, en nombre de Dios, a la manipulación de le ley, para hacer posible que el verdadero proyecto de Dios se realizara plenamente. Para “rescatar a los que estaban bajo la ley”: he aquí el objetivo de la encarnación y el sentido de la navidad para Pablo. Es algo que se respira en toda la carta. Y muy especialmente en este texto donde inmediatamente antes describe el tiempo anterior a Cristo como un estar sometidos a un “pedagogo” (la ley), porque no quedaba más remedio. Pero Dios, como Padre, tiene prevista otra cosa bien diferente para sus hijos.

Evangelio: Lucas (2,15-21): Y encontraron al Salvador del pueblo

III.1. Hoy se nos propone la continuación del relato del nacimiento de Jesús, que se leyó la noche de Navidad, que se compone de tres partes (1ª vv.1-6; 2ª vv. 7-14; 3ª vv. 15-21). Nos permitimos señalar que esta tercera parte del relato de Lucas tiene un cierto sentido por sí mismo, en cuanto muestra la respuesta humana al momento anterior que es todo él mítico, revelador, divino, angelical y extraordinario. Los pastores ¿qué harán?, ¿buscarán al Salvador?, ¿dónde?, ¿es suficiente el signo que se les ha dado? ¡Desde luego que si!, lo buscarán y lo encontrarán. Pero lo buscarán y lo encontrarán con el instinto de los sencillos, de los que no se obsesionan con grandezas; diríamos que lo encontrarán, más bien, por instinto profético. El narrador no deja lugar a dudas, porque quiere precisamente mostrar la respuesta humana al anuncio celeste. Los pastores se dicen entre ellos algo muy importante: «lo que nos ha revelado el Señor”. Y se van derechos a Belén, ¿a Belén?, ¿era esa acaso la ciudad de David? Sí; lo fue, pero ya no lo era de hecho, porque Jerusalén había ganado la partida. Pero como por medio está el anuncio del Señor, recuperan el sentido genuino de las cosas. Y van a Belén, de donde procedía David, para “ver” al Mesías verdadero. Es verdad, todo es demasiado ajustado al proyecto teológico de Lucas, que quiere poner de manifiesto el designio salvador de Dios.

III.2. Los pastores, al llegar, encontraron el “signo”, aunque algo distinto: encontraron a sus padres, de lo que no había hablado la voz celeste. Podría pensarse o podrían pensar que encontrarían un niño abandonado, pero no; están sus padres con él. Y ya no se mencionan los “pañales”, sino el niño acostado en un pesebre. Lo más curioso de todo esto es que los pastores son los que vienen a interpretar el hecho a todos los que lo escuchan. Son como los intérpretes del mensaje que han recibido del cielo. No podemos menos de considerar que la escena es muy formal desde el punto de vista narrativo. ¿Por qué? Porque Lucas quiere que sean precisamente estos pastores, de fama canallesca en aquellos ambientes religiosos, los que anuncien la alegría del cielo a todo el pueblo. Eso es lo que se dijo en el v. 10 y el encargo que se les encomienda: tienen que aceptar el “signo” e interpretarlo para todo el pueblo. ¿Serán capaces? Si no hubieran sido los pastores, probablemente la alegría le habría sido birlada al pueblo sencillo. Pero los pastores, en este caso, son garantía de la inculturación del mensaje divino en el pueblo sencillo.

III.3. ¡Hasta María se asombra de esta noticia!, como si ella no supiera nada, después de lo que le había “anunciado” (que no confidenciado) Gabriel. No obstante, Lucas quiere ser solidario hasta el final. María también es del pueblo sencillo que, de unos extraños pastores, sabe recibir noticias de parte de Dios. Y las guarda en su corazón. Dios tiene sus propios caminos y de ahora en adelante veremos a María “acogiendo” todo lo que se dice de su hijo (como en el caso de Simeón y Ana) y lo que le dice su mismo hijo al dedicarse a las cosas que tiene que hacer y anunciar, desde el momento de la escena de Jerusalén en el templo. Dios está escondido en este “niño” y los pastores lo reconocen y alaban a Dios. ¡Quién iba a decirlo!.

III.4. El relato termina con el v. 21 donde lo más importante y decisivo es poner el nombre del niño; la circuncisión pasa a segundo plano. Un nombre que no es cualquier cosa, aunque no sea un nombre original, ya que el de Jesús es bien conocido (es versión griega del hebreo Josué). Pero como en la Biblia los nombres significan mucho, entonces el que se le ponga el nombre que se le había anunciado, y no el que María elige, quiere decir que acepta, más si cabe, que este niño, este su hijo, ha de ser el Salvador del pueblo que anhela la salvación y que los poderosos le han negado. Es verdad que no se dice explícitamente que María le puso ese nombre, aunque así aparece en la Anunciación. Sabemos que el nombre se lo ponen sus padres (aunque el esposo de María también queda en segundo término en el relato, como la circuncisión). Incluso podíamos inferir que es todo el pueblo el que se encarga de aceptar este nombre revelado que significa: Dios es mi salvador o Yahvé salva. Es una “comunidad” la que reconoce en el nombre todo lo que Dios le regala. Por tanto, en su nombre está escrito su futuro: ser el Salvador de los hombres. Por eso María guardaba todas estas cosas en su corazón. 

¡Feliz año del Señor 2015!




domingo, 28 de diciembre de 2014

LA SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ



La Sagrada Familia de Jesús, María y José.

Esta fiesta de la Sagrada Familia se realiza siempre el domingo siguiente a Navidad, y es una de las celebraciones más modernas del Calendario Litúrgico. Se instituyó como fiesta opcional en el año 1893, y poco después el papa León XIII la instauró con carácter universal, para toda la Iglesia. En esta celebración, hacemos presente la realidad humana de Jesús, nacido y criado en una familia de un tiempo y un espacio concretos, donde el Mesías encontró el amor y la contención que todo ser humano necesita en este mundo.

Todos experimentamos el carácter eminentemente familiar que tienen en nuestra cultura estas fiestas navideñas. La familia se ha considerado siempre en la tradición cristiana como el agente de las primeras catequesis, la cuna de los nuevos cristianos, el contexto para nacer a la fe y crecer en ella. A la Iglesia siempre le han gustado las fiestas familiares. Sabe que es una institución delicada, muy amenazada desde dentro de sus componentes y desde fuera; es necesario fortalecerla. Y la fiesta es un factor de fortalecimiento de lo que se celebra, y de unión entre los celebrantes. Es lógico y conveniente en ese ambiente familiar de la Navidad introducir una reflexión sobre la familia mirando a la que forman María, José y el Niño Jesús.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA

I LECTURA

Desde los comienzos, Dios quiso formar una familia. Y así se lo prometió a Abraham: una familia numerosa como las estrellas del cielo. Aquí estamos los creyentes, descendientes de Abraham por la fe, formando la gran familia de Dios.

Lectura del libro del Génesis 15, 1-6; 17, 5; 21, 1-3

En aquellos días, la palabra del Señor llegó a Abrám en una visión, en estos términos: “No temas, Abrám. Yo soy para ti un escudo. Tu recompensa será muy grande”. “Señor, respondió Abrám, ¿para qué me darás algo, si yo sigo sin tener hijos, y el heredero de mi casa será Eliezer de Damasco?”. Después añadió: “Tú no me has dado un descendiente, y un servidor de mi casa será mi heredero”. Entonces el Señor le dirigió esta palabra: “No, ese no será tu heredero; tu heredero será alguien que nacerá de ti”. Luego lo llevó afuera y continuó diciéndole: “Mira hacia el cielo y, si puedes, cuenta las estrellas”. Y añadió: “Así será tu descendencia”. Abrám creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación. Y le dijo: “Ya no te llamarás más Abrám: en adelante tu nombre será Abraham, para indicar que yo te he constituido Padre de la multitud de naciones”. El Señor visitó a Sara como lo había dicho, y obró con ella conforme a su promesa. En el momento anunciado por Dios, Sara concibió y dio un hijo a Abraham, que ya era anciano. Cuando nació el niño que le dio Sara, Abraham le puso el nombre de Isaac.
Palabra de Dios.

Salmo 104, 1b-6. 8-9

R. El Señor, se acuerda eternamente de su Alianza.

¡Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, hagan conocer entre los pueblos sus proezas; canten al Señor con instrumentos musicales, pregonen todas sus maravillas! R.

¡Gloríense en su santo Nombre, alégrense los que buscan al Señor! ¡Recurran al Señor y a su poder, busquen constantemente su rostro! R.

¡Recuerden las maravillas que él obró, sus portentos y los juicios de su boca! Descendientes de Abraham, su servidor, hijos de Jacob, su elegido. R.

Él se acuerda eternamente de su Alianza, de la palabra que dio por mil generaciones, del pacto que selló con Abraham, del juramento que hizo a Isaac. R.

II LECTURA

Nuestros antepasados caminaron en la fe. Así, todas las circunstancias de su vida –las esperas y los nacimientos, las marchas y las incertidumbres– constituyeron acontecimientos en los cuales encontraron a Dios. No todo fue claro desde el comienzo para ellos; sino que fueron descubriendo el plan de Dios a medida que avanzaban.

Lectura de la carta a los Hebreos 11, 8. 11-12. 17-19

Hermanos: Por la fe, Abraham, obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en herencia, sin saber a dónde iba. También la estéril Sara, por la fe, recibió el poder de concebir, a pesar de su edad avanzada, porque juzgó digno de fe al que se lo prometía. Y por eso, de un solo hombre, y de un hombre ya cercano a la muerte, nació una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e incontable como la arena que está a la orilla del mar. Por la fe, Abraham, cuando fue puesto a prueba, presentó a Isaac como ofrenda: él ofrecía a su hijo único, al heredero de las promesas, a aquel de quien se había anunciado: De Isaac nacerá la descendencia que llevará tu nombre. Y lo ofreció, porque pensaba que Dios tenía poder, aun para resucitar a los muertos. Por eso recuperó a su hijo, y esto fue como un símbolo.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Heb 1, 1-2

Aleluya. Después de haber hablado a nuestros padres por medio de los profetas, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo. Aleluya.

EVANGELIO

El Evangelio resume en pocas palabras el misterio de la vida de Jesús. Simplemente, crecía y se fortalecía. Probablemente para sus vecinos y parientes, esto transcurría con toda naturalidad, como con cualquier otro niño, por eso el Evangelio no nos transmite detalles sobre esta etapa de la vida familiar. Allí, en la vida cotidiana de la aldea de Nazaret, en medio de las colinas de Galilea, con el afecto de su familia, se fue forjando el corazón del Mesías.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 22-40

Cuando llegó el día fijado por la Ley de Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: “Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de bendecirlos, dijo a María, la madre: “Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los pensamientos íntimos de muchos”. Había también allí una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA

María y José constituyen una familia: son esposos. María es la madre de Jesús; José, aunque no lo sea biológicamente, es quien, por encargo de Dios, ha de entregar su vida al amor a María y al cuidado y la educación de Jesús, es su padre. Nosotros la llamamos la Sagrada Familia. Toda familia tiene no poco de sagrado, se basa en el amor. “Dios nos amó primero”, dice san Juan. El amor está enraizado en Dios. Como también la nueva vida que surge en la familia.

Todo hijo es un misterio que toma carne en la familia. Por tener un hijo se felicita a sus padres, porque supone el acontecimiento más gozoso que les puede acontecer. Pero es un gozo que implicará dolor, como vemos en el episodio del evangelio de la presentación del Niño en el templo. Los hijos también hay que padecerlos. La paternidad, la maternidad exigen renuncias. Se lo exigió a María y José. Ser padre es un reto, supone enfrentarse a situaciones de conflicto. Conflicto que puede surgir en las relaciones internas de la familia o bien por circunstancias externas que amenazan al hijo.

Constatar esto no debe disuadir de tener hijos, como sucede con no poca frecuencia ante la presión de la comodidad burguesa en no pocos matrimonios jóvenes. Pero sí evitar la frivolidad ante una responsabilidad tan seria como es la de la paternidad.

Las actitudes de padres hacia los hijos y de los hijos hacia los padres han de pasar por la relación entre los esposos. Sabemos que sólo el amor constituye realmente el matrimonio. Un amor que hay que ir buscando día a día superando las limitaciones de la naturaleza humana y circunstancias que a veces son un declarado obstáculo para mantener el amor. Pues bien ese amor entre esposos es el generador normal del amor hacia los hijos y de éstos a sus padres. Si la familia, como ha dicho reiteradamente Pablo VI es la escuela del amor, esa escuela tiene como primera y esencial lección el amor conyugal. Nada estimula más a ser amados por sus hijos que el amor que existe entre los esposos. Y el amor de los padres a los hijos será una prolongación del amor muto entre ellos. No entrarán por tanto en rivalidad sobre quién ama más al hijo, quien es más querido por ellos. Nada puede sustituir en el proceso educativo de los hijos al amor entre los padres.

El gran enemigo de la familia es la superficialidad. El tomarse realmente en serio lo que es juntar voluntades y afectos en el matrimonio y el tener hijos. Es la derivación del ambiente de epidermis en el que nos movemos a algo tan determinante de la felicidad y de la vida humana como es la familia. La aceleración de la vida, vivir es apresurarse, según se cree, y el deseo de satisfacción inmediata conlleva a no darse tiempo para pensar, reflexionar antes de actuar. A buscar los éxitos en el placer sin aceptar el esfuerzo. La fe puede ser también epidérmica: cuando exige renuncias se debilita. El amor necesita tiempo para convivir los que se aman, para escucharse, sentirse amando y amados, para disfrutar de la felicidad que genera. La familia es la “ocupación” primera de los que la forman. Es la preocupación más vital.

Las Navidades parecen presentarse como el tiempo de las buenas relaciones, de actitudes cordiales, delicadas dentro del hogar. La Iglesia quiere que esas actitudes no respondan a convenciones sociales, a un querer cumplir con tradiciones familiares, sino a una necesidad de fortalecer algo que pertenece a la esencia de nuestra condición humana y cristiana: el amor, el amor entre los más próximos. Por ello recordamos y celebramos hoy una familia sencilla de Nazaret, en la que crece en estatura, sabiduría y gracia, al amparo de sus padres, el Hijo de Dios.



ESTUDIO BÍBLICO

Evangelio: Lucas (2,41-52): "Las cosas de mi Padre"

III.1. Esta escena del evangelio, “el niño perdido”, ha dado mucho que hablar en la interpretación exegética. Para los que hacen una lectura piadosa, como se puede hacer hoy, sería solamente el ejemplo de cómo Jesús es “obediente”. Pero la verdad es que sería una lectura poco audaz y significativa. El relato tiene mucho que enseñar, mucha miga, como diría algún castizo. Es la última escena de evangelio de la Infancia de Lucas y no puede ser simplemente un añadido “piadoso” como alguno se imagina. Desde el punto de vista narrativo, la escena de mucho que pensar. Lo primero que debemos decir que es hasta ahora Jesús no ha podido hablar en estos capítulos (Lc 1-2). Siempre han hablado por él o de él. Es la primera palabra que Jesús va a pronunciar en el evangelio de Lucas.

III.2. El marco de referencia: la Pascua, en Jerusalén, como la escena anterior del texto lucano, la purificación (Lc 2,22-40), dan mucho que pensar. Por eso no podemos aceptar la tesis de algunos autores de prestigio que se han aventurado a considerar la escena como un añadido posterior. Reducirla simplemente a una escena anecdótica para mostrar la “obediencia” de Jesús a sus padres, sería desvalorizar su contenido dinámico. Es verdad que estamos ante una escena familiar, y en ese sentido viene bien en la liturgia de hoy. El que se apunte a la edad de los doce años, en realidad según el texto podríamos interpretarlo “después de los doce”, es decir, los treces años, que es el momento en que los niños reciben su Bar Mitzvá (que significa=hijo del mandamiento) y se les considera ya capaces de cumplirlos. A partir de su Bar Mitzvá es ya adulto y responsable de sus actos y de cumplir con los preceptos (las mitzvot). No todos consideran que este simbolismo esté en el trasfondo de la narración, pero sí considero que se debe tener en cuenta. De ahí que se nos muestre discutiendo con los “los maestros” en el Templo, al “tercer día”. Sus padres –habla su madre-, estaban buscándolo angustiados (odynômenoi). En todo caso, las referencias a los acontecimientos de la resurrección no deben dejar ninguna duda. Este relato, en principio, debe más a su simbología de la pascua que a la anécdota histórica de la infancia de Jesús. Por eso mismo, la narración es toda una prefiguración de la vida de Jesús que termina, tras pasar por la muerte, en la resurrección. Esa sería una exégesis ajustada del pasaje, sin que por ello se cierren las posibilidades de otras lecturas originales. Si toda la infancia, mejor, Lc 1-2, viene a ser una introducción teológica a su evangelio, esta escena es el culmen de todo ello.

III.3. Las palabras de Jesús a su madre se han convertido en la clave del relato: “¿no sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”. Yo no estaría por la traducción “¿no sabíais que debo estar en la casa de mi padre?”, como han hecho muchos. El sentido cristológico del relato apoya la primera traducción. Jesús está entre los doctores porque debe discutir con ellos las cosas que se refieren a los preceptos que ellos interpretan y que sin duda son los que, al final, le llevarán a la muerte y de la muerte a la resurrección. Es verdad que con ello el texto quiere decir que es el Hijo de Dios,  de una forma sesgada y enigmática, pero así es. Como hemos insinuado antes, es la primera vez que Lucas hace hablar al “niño” y lo hace para revelar qué hace y quién es.  Por eso debemos concluir que ni se ha perdido, ni se ha escapado de casa, sino que se ha entregado a una causa que ni siquiera “sus padres” pueden comprender totalmente. Y no se diga que María lo sabía todo (por el relato de la anunciación), ya que el mismo relato nos dirá al final que María: “guardaba todas estas cosas en su corazón” (2,51). Porque María en Lc 1-2, no es solamente María de Nazaret la muchacha de fe incondicional en Dios, sino que también representa a una comunidad que confía en Dios y debe seguir los pasos de Jesús.

III.4. Y como la narración de Lc 2,41-52 da mucho de sí, no podemos menos de sacar otras enseñanzas posibles. Si hoy se ha escogido para la fiesta de la Sagrada Familia, deberíamos tener muy en cuenta que la alta cristología que aquí se respira invita, sin embargo, a considerar que el Hijo de Dios se ha revelado y se ha hecho “persona” humana en el seno de una familia,  viviendo las relaciones afectivas de unos padres, causando angustia, no solamente alegría, por su manera de ser y de vivir en momentos determinados. Es la humanización de lo divino lo que se respira en este relato, como en el del nacimiento. El Hijo de Dios no hubiera sido nada para la humanidad si no hubiera nacido y crecido en familia, por muy Hijo de Dios que sea confesado (cosa que solamente sucede a partir de la resurrección). Aunque se deja claro todo con “las cosas de mi Padre”, esto no sucedió sin que haya pasado por nacer, vivir en una casa, respetar y venerar a sus padres y decidir un día romper con ellos para dedicarse a lo que Dios, el Padre, le pedía: anunciar y hacer presente el reinado de Dios. Es esto lo que se preanuncia en esta narración, antes de comenzar su vida pública, en que fue necesario salir de Nazaret, dejar su casa y su trabajo… Así es como se ocupaba de las cosas del Padre. (Fray Miguel de Burgos Núñez O. P.)







domingo, 21 de diciembre de 2014

DOMINGO 4° DE ADVIENTO


“El Espíritu Santo vendrá sobre ti,”

La novedad del Adviento es una invitación a correr el riesgo de cambiar las viejas formas de evangelización y aventurarse por lo que nos abre rutas nuevas en una sociedad que está cambiando, pero que requiere de nuestra escucha y nuestra implicación en esa tarea. Estamos asistiendo a una nueva forma de expresar la libertad de la fe en estos tiempos duros, cuyo final proclamado por algunos, no se compadece con los crecientes abismos de exclusión e indiferencia frente al drama de la desigualdad y la falta de expectativas para tantas personas.

La actitud de María ante el anuncio del ángel no es una promesa de un inmediato cambio institucional, sino una invitación a asumir la dificultad de este momento pero con la convicción y la confianza de que Jesús encontramos la realización del plan de Dios.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA

I LECTURA

La profecía hace un juego de palabras con el término “casa”. El rey quiere hacer una casa para Dios, un templo. Y Dios le responde diciendo que él mismo construirá su casa: la casa real de la cual vendrá el rey para el pueblo. Finalmente, los dos sentidos de la palabra “casa” se unen en María: ella es el Arca que lleva al Dios vivo, ella es la que recibe al rey.

Lectura del segundo libro de Samuel 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16

Cuando David se estableció en su casa y el Señor le dio paz, librándolo de todos sus enemigos de alrededor, el rey dijo al profeta Natán: “Mira, yo habito en una casa de cedro, mientras el Arca de Dios está en una tienda de campaña”. Natán respondió al rey: “Ve a hacer todo lo que tienes pensado, porque el Señor está contigo”. Pero aquella misma noche, la palabra del Señor llegó a Natán en estos términos: “Ve a decirle a mi servidor David: Así habla el Señor: ¿Eres tú el que me va a edificar una casa para que yo la habite? Yo te saqué del campo de pastoreo, de detrás del rebaño, para que fueras el jefe de mi pueblo Israel. Estuve contigo dondequiera que fuiste y exterminé a todos tus enemigos delante de ti. Yo haré que tu nombre sea tan grande como el de los grandes de la tierra. Fijaré un lugar para mi pueblo Israel y lo plantaré para que tenga allí su morada. Ya no será perturbado, ni los malhechores seguirán oprimiéndolo como lo hacían antes, desde el día en que establecí Jueces sobre mi pueblo Israel. Yo te he dado paz, librándote de todos tus enemigos. Y el Señor te ha anunciado que él mismo te hará una casa. Sí, cuando hayas llegado al término de tus días y vayas a des­cansar con tus padres, yo elevaré después de ti a uno de tus des­cendientes, a uno que saldrá de tus entrañas, y afianzaré su reale­za. Seré un padre para él, y él será para mí un hijo. Tu casa y tu reino durarán eternamente delante de mí, y tu trono será estable para siempre”.
Palabra de Dios.

Salmo 88, 2-5. 27. 29

R. Cantaré eternamente el amor del Señor.

Cantaré eternamente el amor del Señor, proclamaré tu fidelidad por todas las generaciones. Porque tú has dicho: “Mi amor se mantendrá eternamente, mi fidelidad está afianzada en el cielo”. R.

Yo sellé una alianza con mi elegido, hice este juramento a David, mi servidor: “Estableceré tu descendencia para siempre, mantendré tu trono por todas las generaciones”. R.

Él me dirá: “Tú eres mi padre, mi Dios, mi Roca salvadora”. Le aseguraré mi amor eternamente, y mi alianza será estable para él. R.

II LECTURA

Ponemos en nuestros labios esta alabanza que hace san Pablo. El misterio se nos ha manifestado: en Jesús, Dios nos anuncia cuánto nos ama. Este anuncio debe llegar hasta el último confín de la tierra. Esta es la noticia que debe ser proclamada por todos los medios.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 16, 25-27

Hermanos: ¡Gloria a Dios, que tiene el poder de afianzarlos, según la Buena Noticia que yo anuncio, proclamando a Jesucristo, y revelando un misterio que fue guardado en secreto desde la eternidad y que ahora se ha manifestado! Este es el misterio que, por medio de los escritos proféticos y según el designio del Dios eterno, fue dado a conocer a todas las naciones para llevarlas a la obediencia de la fe. ¡A Dios, el único sabio, por Jesucristo, sea la gloria eternamente! Amén.
Palabra de Dios.

ALELUYA, Lc 1, 38

Aleluya. Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra. Aleluya.

EVANGELIO

“María, como cualquier otra mujer, es madre no solo del cuerpo de su Hijo, sino de la persona entera de su Hijo. En Jesucristo no se puede separar la humanidad de la divinidad, como tampoco el cuerpo del espíritu. El misterio de la encarnación de Jesús en la carne de la simple mujer de Nazaret también nos enseña que en la fragilidad, en la pobreza y los límites de la carne humana se puede experimentar y adorar la grandeza inefable del Espíritu”.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 26-38

El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de David, llamado José. El nombre de la virgen era María. El ángel entró en su casa y la saludó, diciendo: “¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo”. Al oír estas palabras, ella quedó desconcertada y se preguntaba qué podía significar ese saludo. Pero el ángel le dijo: “No temas, María, porque Dios te ha favorecido. Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será grande y será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin”. María dijo al ángel: “¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relación con ningún hombre?”. El ángel le respondió: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel concibió un hijo a pesar de su vejez, y la que era considerada estéril, ya se encuentra en su sexto mes, porque no hay nada imposible para Dios”. María dijo entonces: “Yo soy la servidora del Señor, que se haga en mí según tu Palabra”. Y el ángel se alejó.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS

“El ángel Gabriel fue enviado por Dios a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David”.

El Adviento es tiempo de preparación y de esperanza. Hay gran expectativa con respecto a lo que viene. Lo conocemos bien, pero no sabemos como nos va a sorprender esta vez. Cada año se renueva en nosotros la necesidad de un cambio y, sin duda, poco a poco experimentamos el deseo, siempre insuficiente, de ahondar la fe y la confianza en Jesús. Éstos están siendo años difíciles y duros para confiar, por eso, más que nunca, las preguntas se nos amontonan. No tienen respuesta fácil ni tampoco inmediata, pero deseamos y esperamos tener la creatividad suficiente para descubrir nuevos caminos con una renovada apertura a la Vida.

El adviento es comienzo esperanzado, por ello no es extraño que sea una virgen, una mujer en su pubertad, quien encarne el inicio de esa historia de la vida nueva. Nacemos inmaduros y dependientes, tenemos que aprenderlo todo, pero por esa misma razón somos potencia y posibilidad. Un anatomista holandés, Ludwig Bolk, decía que las personas son animales que se quedan en una condición fetal, y es esa permanente infantilidad el fundamento de nuestra cultura y nuestra creatividad. No se entienda por esto que nuestra situación ha de ser emocionalmente inmadura, sino, más bien, abiertos a lo nuevo, libres del prejuicio de lo que condiciona y cierra nuestra confianza. María nos enseña que no siempre somos dueños de nuestra vida, pero si coautores de nuestro destino. Hay un factor que depende de nosotros: hacer de nosotros una creación en la que haya lugar para otros; pero esta revelación se nos desvela caminando. ¿Hacia dónde?, no lo sabemos, pero tenemos que descubrir nuestros pasos. Si no confiamos en nosotros, ¿cómo vamos a confiar en los otros?

La imagen de María escuchando al ángel nos sugiere algo fundamental: nos hacemos a fuerza de aceptar, de fecundar. Es una actitud más que una voluntad: hay que abrir los ojos y descubrir donde hay que mirar para aprender a ver y escuchar la Vida. Dios no es la respuesta a una pregunta, es Aquel que nos abre y nos toma. La actitud frente al plan de Dios es más (¿femenina?) de escucha y de cuidado. En este sentido, la Verdad es la que nos busca.

María se deja fecundar, sobrecoger; dejó que la experiencia de Dios la encontrase. A partir de aquí, fue apertura y aceptación. Por eso, es la fuerza vital, el impulso que crece y hace crecer, la juventud, la madre, lo nuevo, la potencialidad y la fuerza donde arraiga la Vida.


ESTUDIO BÍBLICO

Iª Lectura: IIº Samuel (7,1-5.8b-12.14a.16 ): Dios no quiere ser "encerrado"

I.1. Se toma hoy la primera lectura del IIº Samuel, que está centrada en la profecía de Natán, el profeta que aconsejó al rey David durante gran parte de su vida; el que le prometió una casa, una dinastía, pero el que también se opone a él cuando sus acciones no eran justas y no las consideraba en el plan de Dios. David había trasladado el Arca de la Alianza hasta Jerusalén, pero quería rematar esta acción religioso-política con la construcción de una «casa» (bayit) para Yahvé. Pero Dios no se lo habría de permitir, según el profeta, quizás porque su proceder no fue digno, como en el caso de Betsabé y de censo del pueblo. No obstante, Dios le promete una dinastía (bayit), que habría de servir, con el tiempo, como resorte ideológico para la teología mesiánica que los profetas elevarían a la categoría más alta, en cuanto el Mesías que habría de venir traería la justicia, la paz y la concordia. Lo que David quería, pero sus caminos eran distintos de lo que Dios quería.

I.2. Sabemos, pues, que este texto de hoy es uno de los hitos de esa teología mesiánica que recorre todo el AT. Una teología que no tiene que ver nada con los planteamientos socio-políticos de la monarquía sagrada y su descendencia, ya que Dios no elige, ni se compromete, con un sistema de gobierno, sino que los profetas se valieron de ello como símbolo del «Reino de Dios», acontecimiento de justicia y de paz. En el texto, a pesar de todo, hay una crítica de Dios a estar “encerrado” en una “casa” construida por intereses político-religiosos. Dios quiere y desea algo más humano y más digno. La respuesta, para nosotros los cristianos, la tenemos en el texto del evangelio: Dios se construye una morada en el seno materno de María.

IIª Lectura: Romanos (16,25-27): El evangelio, misterio de salvación de Dios

II.1. La segunda lectura es de Romanos, concretamente la “doxología” final, un himno en definitiva, que presenta varias dificultades textuales: algunos manuscritos la sitúan en otro momento (v.g. Rom 14, 23; o Rom 15,33). Incluso, hay autores que piensan que es un remate extraño a la carta a los Romanos, propio de la tradición paulina. Se recurre al «evangelio que proclama», que es el punto focal de toda la carta. Pero el evangelio no es de Pablo, no se lo ha inventado él, sino que se le ha manifestado para darlo a conocer. El evangelio es Jesucristo que revela el misterio de Dios para que todos los pueblos, no solamente el pueblo judío o la Iglesia, sean beneficiarios de los dones divinos. El evangelio debe ser la buena noticia que impregne todos los corazones de los hombres.

II.2. En realidad, para entender la densidad de lo que se quiere decir aquí, habría que considerar toda la carta a los Romanos, que es el escrito paulino más consistente de su pensamiento teológico y de su predicación de la gracia salvadora de Dios. En Cristo se revela el misterio de Dios ¿Qué misterio? el de la salvación de todos los hombres, judíos o paganos. Este es el tema fundamental de la carta a los Romanos, y por eso esta doxología o himno final tiene en cuenta toda la teología de la carta a los Romanos, expresada ya desde 1,16-17. En este sentido, pues, el evangelio, que es Jesucristo, nos revela el misterio de la salvación de Dios. Y este evangelio comienza desde que es “hijo de David” (Rom 1,3), es decir, desde la Encarnación y nacimiento de Jesús para lo que nos preparamos en Adviento.

Evangelio: Lucas (1,26-38): María, en manos de Dios

III.1. El evangelio de la “anunciación” viene a llenar una laguna, algo que muchos echan de menos en el evangelio de Marcos. Por eso, en el último domingo de Adviento se recurre al tercer evangelio, que es el único que nos habla de María como la auténtica mujer profética que va perfilando, con sus gestos y palabras, lo que posteriormente llevará a cabo su hijo, el Hijo del Altísimo con que se le presenta en la anunciación. Esto ocurre así, en la liturgia de hoy, previa a la Navidad, porque si Juan el Bautista es una figura iniciadora de este tiempo litúrgico, es María la figura que lleva a plenitud el misterio y la actitud del Adviento. El relato de la anunciación de Lucas no se agota en una sola lectura, sino que siempre implica una novedad inagotable. Esta mujer de Nazaret (aldea desconocida hasta entonces en la historia) será llamada por Dios, precisamente para que ese Dios sea el Enmanuel, el Dios con nosotros, el Dios humano. (cf también el comentario a este texto en la Fiesta de la Inmaculada).

III.2. No obstante, Dios no ha querido avasallar desde su grandeza; y, para ser uno de nosotros, ha querido ser aceptado por esta mujer que, en nombre de toda la humanidad, expresa la necesidad de que Dios sea nuestra ayuda desde nuestra propia sensibilidad. El papel de María en esta acción salvadora de Dios no solamente es discreto, sino misterioso. Ella debe entregar todo su ser, toda su feminidad, toda su fama, toda su maternidad al Dios de los hombres. No se le pide un imposible, porque todo es posible para Dios, sino una actitud confiada para que Dios pueda actuar por nosotros, para nosotros. No ha elegido Dios lo grande de este mundo, sino lo pequeño, para estar con nosotros. María es la que hace sensible y humano el Adviento y la Navidad.

III.3. En este texto de la “anunciación” vemos que a diferencia de David, piadosillo, pero interesado, es Dios quien lleva la iniciativa de construirse una “morada”, una casa (bayit), una dinastía, en la casa de María de Nazaret, una mujer del pueblo, de los sin nombre, de los sin historia. El ángel Gabriel que antes había sido “rechazado” de alguna manera en la liturgia solemne del templo por el padre de Juan el Bautista, que era sacerdote, es ahora acogido sencilla y humildemente por una mujer sin título y sin nada. Aquí sí hay respuesta y acogida y aquí Dios se siente como en su casa, porque esta mujer le ha entregado no solamente su fama y su honra, no solamente su seno materno, sino todo su vida y todo su futuro. Es ahora cuando se cumple la profecía de Natán (“Dios le dará el trono de David, su padre”), pero sabemos que será sin dinastía ni títulos reales. (Fray Miguel de Burgos Núñez O.P.)





domingo, 14 de diciembre de 2014

DOMINGO 3° DE ADVIENTO


“Estad siempre alegres… 
No apaguéis el Espíritu…” 

Avanzando el Adviento, las lecturas del tercer Domingo presentan dos figuras proféticas que orientaron al pueblo hacia un futuro de esperanza: la venida del Mesías, el esperado de las naciones, el que está ungido con el Espíritu del Señor, el que bautizará en el Espíritu, el que anunciará el Año de Gracia del Señor… La orientación es en nuestro Adviento tan necesaria o más necesaria que en tiempo de Isaías y Juan Bautista.

Lo que se anuncia para los nuevos tiempos es un Año de Gracia. No será respuesta a méritos morales o derechos adquiridos. Pero Juan alerta para que el pueblo, especialmente los líderes religiosos, se mantengan vigilantes y no pongan obstáculos al que “ha de venir”. “Allanad los caminos del Señor”.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

La atención y el cuidado por los más pobres y sufrientes tiene, para nosotros, un inicio y un impulso: el Espíritu del Señor. Cualquier emprendimiento que tenga como objetivo a estos necesitados, tiene que estar inspirado por nuestra unión con Dios.

Lectura del libro de Isaías 61, 1-2a. 10-11

El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor. Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios. Porque él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas. Porque así como la tierra da sus brotes y un jardín hace germinar lo sembrado, así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.
Palabra de Dios.

CANTO RESPONSORIAL, Lc 1, 46-50. 53-54

R. Mi alma se regocija en mi Dios.

Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque él miró con bondad la pequeñez de su servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz. R.

Porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo! Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. R.

Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia. R.

II LECTURA

En la vida hay muchos motivos para rezar: la alegría, el dolor, la desesperanza, la angustia, la buenaventura, entre otros. Cada parte y momento de nuestra existencia tiene que ser llevada a la oración.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica 5, 16-24

Hermanos: Estén siempre alegres. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en toda ocasión: esto es lo que Dios quiere de todos ustedes, en Cristo Jesús. No extingan la acción del Espíritu; no desprecien las profecías; examínenlo todo y quédense con lo bueno. Cuídense del mal en todas sus formas. Que el Dios de la paz los santifique plenamente, para que ustedes se conserven irreprochables en todo su ser –espíritu, alma y cuerpo– hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. El que los llama es fiel, y así lo hará.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Is 61, 1

Aleluya. El Espíritu del Señor está sobre mí; él me envió a llevar la buena noticia a los pobres. Aleluya.

EVANGELIO

Juan se presenta como anunciador “del que ha de venir”. Sabe que a él simplemente le toca señalar a los demás dónde está la Luz y quién es ella. Sabe cuál es su misión, por eso no busca ninguna otra cosa.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 1, 6-8. 19-28

Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. Éste es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: “¿Quién eres tú?”. Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: “Yo no soy el Mesías”. “¿Quién eres, entonces?”, le preguntaron: “¿Eres Elías?”. Juan dijo: “No”. “¿Eres el Profeta?”. “Tampoco”, respondió. Ellos insistieron: “¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?”. Y él les dijo: “Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías”. Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: “¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?”. Juan respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: Él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia”. Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

¿Hace sentido hoy algún “adviento” para el hombre y la mujer contemporáneos? ¿Qué esperamos, si es que esperamos algo? ¿Esperamos algo del futuro o estamos totalmente atrapados por el presente? En todo caso, el futuro, ¿es motivo de esperanza o de miedo en este mundo de desarrollo acelerado de la ciencia y de la técnica? ¿Hay razón para alguna esperanza que no se limite a las propias conquistas humanas, a la propia auto-realización? ¿Cabe en esta sociedad secular esperar que llegue alguien “mayor que yo”?

Lo más característico de los profetas judeo-cristianos era precisamente su capacidad para mantener viva en el pueblo la esperanza. Lo que les convertía en profetas de esperanza eran varios rasgos muy característicos.

1) Se colocan en segundo plano, fuera de todo protagonismo, para no oscurecer. “Yo no soy el Mesías”.

2) Sondean las semillas de esperanza que hay en una historia de aparente fracaso. “Como el suelo echa brotes, así el Señor hará brotar la justicia…”.

3) El que anuncia y trae el Año de gracia está ungido con el Espíritu de Dios. La salvación trasciende las propias fuerzas, las propias conquistas, la propia auto-realización. Hay, pues, motivos para la esperanza.

La gracia tiene un precio. Es mucho más fácil al ser humano acomodarse a la justicia que a la gracia, porque las personas en general están muy pagadas de sus méritos y sus derechos. “A cada uno lo suyo”. “Y el que la haga que la pague”. ¡Qué difícil es aceptar la gracia y todo lo gratuito! El amor desinteresado, el perdón, renunciar a la venganza y no tomar la justicia por propia cuenta, etc… Qué difícil es dar a quien no puede corresponder. Se requiere mucha humildad para vivir en gratuidad. Es el precio de la gracia. Pues, el que ha de venir ha sido ungido con el Espíritu del Señor para anunciar la salvación a los descartados y excluidos de la sociedad: “los que sufren, los corazones desgarrados, los cautivos, los prisioneros…”.

Y la esperanza auténtica no puede ser pasiva. Porque la gracia tiene un precio. Es mucho más exigente que la justicia legal. A quien nos ama, nos perdona o nos da gratuitamente, “nunca podremos pagárselo”. El año de gracia que se nos anuncia en el Adviento requiere en el pueblo mucha humildad, mucha apertura de espíritu, mucha disponibilidad para dejarse salvar. La predicación de Juan el Bautista no exige allanar los caminos para merecer que venga el Mesías; simplemente invita y urge a no poner obstáculos para que el Mesías pueda venir. “Allanad los caminos del Señor”. La gracia solo requiere como respuesta acogida agradecida.

“Estad siempre alegres”. Sólo desde la gratuidad y la esperanza es posible mantener la alegría en nuestro mundo. Por eso, la responsabilidad de la comunidad cristiana es muy grande a la hora de anunciar la Buena Noticia especialmente a los descartados y excluidos, pero también a los que se consideran salvados. De alguna forma, la comunidad cristiana debe considerarse responsable de “la alegría del Evangelio”. ¿Hay hoy profetas que anuncien “año de gracia” y den razones de la esperanza? ¿Se anuncian a sí mismos o señalan al que “es más grande que nosotros”? ¿Es capaz la comunidad cristiana de descubrir intervenciones de Dios y razones para la esperanza en medio de este mundo secular? Es necesario poner oración, que es la actitud de quien espera sin desesperar. Pero también es preciso poner justicia, respeto a la dignidad de las personas, derechos humanos, misericordia, compasión… Que se abajen las montañas de injusticia, de violencia, de exclusión, de descarte, de corrupción…



ESTUDIO BÍBLICO

Iª Lectura: Isaías (35,1-10): A la búsqueda de la alegría

I.1. La lectura de Isaías evoca una escena de imágenes creativas y creadoras: es como una caravana de repatriados que atraviesa un desierto que se transforma en soto y cañaveral por la abundancia de agua; sanan los mutilados, se alejan los fieras, la caravana se convierte en procesión que lleva a la ciudad ideal del mundo, Sión, Jerusalén: con cánticos. Es una procesión que está encabezada por la personificación de una de las cosas más necesaria para nuestro corazón: La Alegría. Pero no se trata de cualquier alegría, sino de una Alegría con mayúsculas, de una alegría perpetua. Y de nuevo termina la procesión (v. 10), se corta de raíz para que queden alejados la pena y la aflicción (que son el desierto, la infelicidad, la opresión y la injusticia). Es decir, la procesión a la ciudad de Sión la abre la alegría y la cierran la alegría y el gozo.

I.2. El Adviento, pues, es un tiempo para anunciar estas cosas cuando las previsiones, a todos los niveles, son desastrosas, como puede ser el exilio o el desierto. Quien tiene esperanza en el Señor comprenderá estos valores que son distintos de los valores con los que se construye este mundo de producción económica e interesada; porque el Adviento es una caravana viva a la búsqueda del Dios con nosotros, del Enmanuel . Es un oráculo, pues, el de Isaías 35, que no puede quedar solamente en metáforas. Estas cosas se han vivido de verdad en la historia del pueblo de Israel y es necesario revivirlas como comunidad cristiana, especialmente en Adviento.

IIª Lectura: Santiago (5,7-10): A la espera del Señor, con entereza

II.1. Dos elementos resuenan con fuerza en este texto de la carta de Santiago: la venida (parousía) del Señor y la paciencia (makrothymía). Para ello se pone el ejemplo del labrador, pues no hay nada como la paciencia del labrador esperando las gotas de agua que vienen sobre la tierra. hasta que una día llega y ve que se salva su cosecha. De nada vale desesperarse. porque llegará, a pesar de las épocas de larga sequía. Pero la paciencia de que todo cambiará un día es sinónimo de entereza y de ánimo.

II.2. El texto, pues, de la carta Santiago pretende llamar la atención sobre la venida del Señor. El autor hablaba de una venida que se consideraba próxima, como sucedía en los ámbitos apocalípticos del judaísmo y el cristianismo primitivo. Pero recomienda la paciencia para que el juicio no fuera esperado como un obstáculo o un despropósito. Es verdad que no tiene sentido esperar lo que no merece la pena. Hoy no nos valen esas imágenes que se apoyaban en elementos críticos de una época. Pero sí la recomendación de que en la paciencia hay que escuchar a los profetas que son los que han sabido dar a la historia visiones nuevas. No debemos escuchar a los catastrofistas que destruyen, sino a los profetas que construyen.

Evangelio: Mateo (11,2-11): El reino es salvación, ¡no condenación!

III.1. El texto de hoy del evangelio viene a ser como el colofón de todos estos planteamientos proféticos que se nos piden. Sabemos que Jesús era especialmente aficionado al profeta Isaías; sus oráculos le gustaban y, sin duda, los usaba en sus imágenes para hablar de la llegada del Reino de Dios. Mateo (que es el que más cita el Antiguo Testamento), en el texto de hoy nos ofrece una cita de Is. 35,5s (primera lectura de hoy) para describir lo que Jesús hace, como especificación de su praxis y su compromiso ante los enviados de Juan. Es muy posible que en esta escena se refleje una historia real, no de enfrentamiento entre Juan y Jesús, pero sí de puntos de vista distintos. El reino de Dios no llega avasallando, sino que, como se refleja en numerosas parábolas, es como una semilla que crece misteriosamente. pero está ahí creciendo misteriosamente. El labrador lo sabe. y Jesús es como el "labrador" del reino que anuncia. El evangelista Mateo ha resaltado que Juan, en la cárcel, fue informado de las obras de Mesías (no dice sencillamente Jesús, ni el término más narrativo del Señor, como hace Lucas 7,24). Y por eso recibe una respuesta propia del Mesías.

III.2. El Bautista, hombre de Antiguo Testamento, está desconcertado porque tenía puestas sus esperanzas en Jesús, pero parece como si las cosas no fueran lo deprisa que los apocalípticos desean. Jesús le dice que está llevando a cabo lo que se anuncia en Is 35, y asimismo en Is 61,1ss. Jesús está movilizando esa caravana por el desierto de la vida para llegar a la ciudad de Sión; está haciendo todo lo posible para que los ciegos de todas las cegueras vean; que todos los enfermos de todas las enfermedades contagiosas del cuerpo y el alma queden limpios y no destruidos y abandonados a su suerte. El reino que anuncia, y al que dedica su vida, tiene unas connotaciones muy particulares, algunas de las cuales van más allá de lo que los profetas pidieron y anunciaron.

III.3. Finalmente añade una cosa decisiva: ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí! (v.6). Esta expresión ha sido muy discutida, pero gran mayoría de intérpretes opina que se refiere concretamente al Bautista. Ésa es la diferencia con Juan, por muy extraña que nos parezca; porque entre Jesús y Juan se dan diferencias radicales, a pesar del elogio tan manifiesto de nuestro texto (vv.9-10): uno anuncia el juicio que destruye el mal (como los buenos apocalípticos) y el otro (como buen profeta) propone soluciones. Ésa es la verdad de la vida religiosa: los apocalípticos tiene un sentido especial para detectar la crisis de valores, pero no saben proponer soluciones. Los profetas verdaderos, y Jesús es el modelo, no solamente detectan los males, sino que ofrecen remedios: curan, sanan, ayudan a los desgraciados (culpables o no), dan oportunidades de salvación. Nosotros hemos tenido la suerte de nacer después de Juan y haber escuchado las palabras liberadoras del profeta Jesús. (Fray Miguel de Burgos Núñez O.P.).