“María
conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.”
Comienza el año civil, y se va
celebrando a lo largo del globo, según la tierra gira. Se celebra una noche
vieja que da paso a la novedad de un nuevo guarismo para situar nuestro hoy en
la historia. Este sentimiento de novedad de año puede oscurecer la solemnidad
que se celebra, María, Madre de Dios. No podemos situar en oposición lo civil
con lo litúrgico. Las celebraciones cristianas son celebraciones de la vida
real, a esa vida real se unió el mismo Dios, como celebramos hace ocho días:
hoy es el último día de la octava de Navidad. Comenzamos el año bajo la mirada
de la Madre, que gracias a esta inmersión en nuestra historia de Dios, a través
de su seno, es Madre de Dios. Y celebramos la onomástica del Niño, se llamará
Jesús
CONTEMPLAMOS
LA PALABRA
1ª
LECTURA
El
sacerdote debía pronunciar esta bendición sobre el pueblo. Los bautizados
participamos todos del carisma sacerdotal de Jesucristo, por el cual podemos
interceder unos por otros. Pongamos en práctica este carisma orando y pidiendo
la bendición de Dios para aquellas personas con las que hoy comenzamos a
transitar un nuevo año.
Lectura
del libro de los Números 6, 22-27
El Señor dijo a Moisés: “Habla en
estos términos a Aarón y a sus hijos: Así bendecirán a los israelitas. Ustedes
les dirán: ‘Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su
rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te
conceda la paz’. Que ellos invoquen mi nombre sobre los israelitas, y yo los
bendeciré”.
Palabra
de Dios.
Salmo
66, 2-3. 5-6. 8
R.
El Señor tenga piedad y nos bendiga.
El Señor tenga piedad y nos
bendiga, haga brillar su rostro sobre nosotros, para que en la tierra se
reconozca su dominio, y su victoria, entre las naciones. R.
Que canten de alegría las naciones,
porque gobiernas a los pueblos con justicia y guías a las naciones de la
tierra. El Señor tenga piedad y nos bendiga. R.
¡Que los pueblos te den gracias,
Señor; que todos los pueblos te den gracias! Que Dios nos bendiga, y lo teman
todos los confines de la tierra. R.
2ª
LECTURA
Dios
quiso tener una madre, porque en Dios Trinidad todo es relación, vínculo, lazos
de amor. No es un Dios solitario, sino un Dios que va expandiendo su amor en
nexos profundos y redes sólidas. Él quiso compartir nuestra condición humana
desde el primer momento, siendo parte de una familia y conociendo el amor y el
cuidado de manos de una madre.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 4, 4-7
Hermanos: Cuando se cumplió el
tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la
ley, para redimir a los que estaban sometidos a la ley y hacernos hijos
adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros
corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abbá!, es
decir: ¡Padre! Así, ya no eres más esclavo, sino hijo, y por lo tanto, heredero
por la gracia de Dios.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
También
nosotros, en medio del ajetreo de estas fiestas, estamos llamados a guardar las
cosas de Dios en el corazón. En esa actitud contemplativa mariana, podremos
valorar el paso de Dios por nuestra cotidianeidad. Y podremos contar a otros
sus maravillas.
Ì
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 16-21
Los pastores fueron rápidamente
adonde les había dicho el Ángel del Señor, y encontraron a María, a José y al
recién nacido acostado en un pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído
decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban, quedaron admirados de lo
que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las
meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a
Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían
recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le
puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su
concepción.
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
El tiempo, ámbito de la salvación.
Es la primera celebración
eucarística de este año. Como acabamos de insinuar para que algo merezca ser
considerado en nuestras celebraciones no necesita tener solo carácter sagrado,
basta que sea algo humano. Algo que los hombres y mujeres vivan. Y sin duda hoy
se vive, se celebra, el Año Nuevo: se celebra el tiempo, el tiempo nuevo, o al
menos con nueva numeración.
En la Sagrada Escritura aparece
continuamente la realidad del tiempo. Sabemos que en el tiempo se prepara y se
realiza nuestra salvación. El tiempo está unido a ese proyecto de rescate del
que habla la segunda lectura, porque en el tiempo vivimos, el tiempo nos
constituye. Más que pasar nosotros por el tiempo, es éste lo que pasa por
nosotros con su carga de acontecimientos y nos va configurando, haciendo. Y en
entre esos acontecimientos, está el de nuestra salvación.
Lo hemos leído en el texto de la
segunda lectura, “cuando se cumplió el tiempo”. San Marcos empieza su evangelio
con el anuncio de Jesús, “el tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está
cerca, convertíos y creed en la Buena Noticia”. Pues bien, nosotros
pertenecemos a esa plenitud de los tiempos, que es el tiempo de Jesús. Nuestro
tiempo, es tiempo de salvación, tiempo de gracia, leemos en la Biblia. Es el
mismo tiempo el de Jesús y el nuestro: somos con-temporáneos de él. Conclusión:
hemos de valorar nuestro tiempo. El tiempo no se puede perder, hay que
aprovecharlo, vivirlo en serena intensidad. El tiempo se pierde cuando lo
dedicamos simplemente a recordar nostálgicamente el pasado y no a vivir el
presente. No perderlo y no matarlo. Decimos que matamos el tiempo cuando no se
sabe qué hacer con él y nos pesa. Cuando no vemos cómo a través de él podemos
ir construyendo nuestro futuro, cuando nos parece tiempo inútil. El tiempo es para
vivirlo, para darle vida, no muerte.
En el inicio del tiempo, la mujer
En el inicio del tiempo de Jesús,
-la plenitud de los tiempos- está la mujer, como estuvo al inicio de la
creación. Esa mujer se llama, como nos dice Lucas, María, la madre de Jesús,
Hoy la Iglesia quiere que la veneremos como Madre de Dios. Atrevida expresión,
pues supone establecer un origen humano al mismo Dios. En realidad la expresión
“Madre de Dios” no es una expresión mariana, sino cristológica, pues lo que
quiere expresar es la unión en el niño Jesús de la persona del Verbo divino. En
María se junta el tiempo y la eternidad. Y se nos entrega un tiempo preñado de
eternidad, de realidades que son más fuertes que el fin de nuestro tiempo, más
fuertes que la muerte, alcanzan su plenitud tras la ella: el amor, la verdad,
la intimidad con Dios, la fraternidad humana, etc. Que, a su vez, constituyen
lo más propio y digno de la naturaleza humana. Por el nacido de María el ser
humano desborda el tiempo.
El nombre de Jesús
“Y le pusieron de nombre Jesús”. El
nombre es más que una palabra para identificar a una persona entre otras, el
nombre expresa la esencia de su misión: nuestra salvación. Al comienzo del año
se recuerda y celebra que tenemos un salvador: gracias a María alguien de
nuestra carne y nuestra sangre se ha comprometido en salvarnos. Quizás en la
euforia de estas fiestas no sintamos la necesidad de salvación. ¿Salvarnos de
qué? Pero superada lo que pueden tener de alienación los excesos celebrativos
de ellas, la realidad de cada día nos enfrenta a múltiples factores que nos
empujan a devaluar nuestra condición humana; como puede ser la búsqueda de lo
efímero, de lo frívolo o de lo degradante, de los egoísmos empobrecedores e
incluso suicidas. Nos vemos obligados a afrontar nuestras limitaciones y
debilidades, nuestras miserias. Necesitamos la lucha salvadora del día a día.
Esa lucha exige la esperanzada certeza de que al fin venceremos a todos
nuestros “enemigos”, y el último, el fin de nuestro tiempo, la muerte, como dice
san Pablo, y junto a la lucha la prometida salvación que nos ofrece Jesús el
hijo de María.
Jesús está en nuestro tiempo, en
referencia a él decimos que iniciamos hoy el año 2014 de su tiempo. ¡Que el
hijo de María, el Salvador, esté presente en nuestra vida a lo largo de este
año! Que como se decía tradicionalmente en al fechar los documentos oficiales,
¡que sea “un año del Señor”!
ESTUDIO
BÍBLICO
La solemnidad de Santa María Madre
de Dios es la primera fiesta mariana que podemos constatar en la Iglesia
occidental. Probablemente, la fiesta remplazaba la costumbre pagana de las
«strenae» (estrenas, dádivas), bien distinta del sentido de las celebraciones
cristianas. El «Natale Sanctae Mariae» comenzó a celebrarse en Roma hacia el
siglo VI, probablemente junto con la dedicación de una de las primeras iglesias
marianas de Roma, esto es, Santa María Antigua, en el Foro Romano. La última
reforma del calendario trasladó al 1 de enero la fiesta de la maternidad
divina, que desde 1931 se celebraba el 11 de octubre en memoria del Concilio de
Efeso (431), donde se proclama a María “Theotokos”, la que dio a luz al
Salvador, el Hijo de Dios.
Celebramos también la Jornada
mundial de la Paz (XLVII), ya que al comenzar el año siempre se celebra esta
jornada de la paz, cuyo mensaje no puede ser ignorado por los cristianos que
deben trabajar denodadamente por la paz amenazada en el mundo.
Iª
Lectura: Números (6,22-27): El Señor nos conceda la paz
I.1. Esta formula de bendición que
Moisés, en el texto, dicta a Aarón debe ser considerada como lo que es, una
fórmula litúrgica. Esa es la razón por la que Yahvé se la inspira a Moisés y
éste a Aarón, para darle toda la relevancia y solemnidad necesarias. Sabemos
que en ella podemos rastrear expresiones de otros textos bíblicos, de salmos
especialmente (cf 121,7-8; 4,7; 31,17; 122,6). Tres veces se repite el nombre
de Dios, de Yahvé. Y se pide la bendición que guarde al pueblo, que ilumine con
su rostro. Hay toda una teología bíblica del “rostro de Dios” que ha influido
mucho en la espiritualidad y en la verdadera actitud cristiana del seguimiento.
Buscar el rostro de Dios, el que Moisés no podía mirar, se convierte así en la
fórmula teológica de un Dios salvador y misericordioso, protector de Israel y
dador de la paz. La paz que era lo que el pueblo podía desear más que otra
cosa, sigue siendo el don maravilloso para el mundo.
I.2. Pero el texto que se ha
escogido del libro de los Números, está orientado, hoy especialmente, sobre la
bendición que se pide a Dios. Esa bendición es la paz. En las lenguas semitas,
con la raíz shlm —de donde deriva shalom-paz— se indica una dimensión elemental
de la vida humana, sin la cual ésta pierde gran parte de su sentido, si no
todo. Con la palabra paz se indica “lo completo, íntegro, cabal, sano,
terminado, acabado, colmado”. La paz, así entendida, designa todo aquello que
hace posible una vida sana armónica y ayuda al pleno desarrollo humano. En los
textos, sin embargo, no aparece siempre con este significado tan denso. De ahí
viene la palabra griega eirênê. Desde luego, desde el punto de vista bíblico,
la paz, e incluso la “pax” como término latino, no es solamente el orden
establecido. Es un don mesiánico, implica necesariamente ausencia de guerra.
Pero es, sobre todo, un estado de justicia y fraternidad. En el Nuevo
Testamento el término eirênê aparece acompañado también de otros sustantivos
con los que se coordina y complementa. De la mano de eirênê van amor y alegría
(Gal 5,22); gloria y honor (Rom 2,20); vida (Rom 8,6); honradez y paz (Rom
14,17); alegría (Rom 15,13); amor (2 Col 13,11; Ef 6,23); misericordia (Gal
6,16); favor/gracia y misericordia (1Tim 1,2; 2Tim 1,2; 2Pe 1,2; Jn 3);
rectitud, fe y amor (2Tim 2,22). Eirênê se muestra de este modo como el ámbito
propio para el desarrollo de una vida en plenitud, donde no puede admitirse ni
la violencia político-social, ni la violencia económica del mundo (de la
globalización inhumana). Efectivamente sigue siendo un “don mesiánico”,
fundamentado sobre la justicia y la fraternidad. Es un don que viene de lo
alto, con todo lo que esto significa.
IIª
Lectura: Gálatas (4,4-7): La plenitud de los tiempos trae la libertad
II.1. La carta a los Gálatas es
paradigma de la opción apostólica de Pablo por la salvación de Jesucristo, en
contra de la ley. Y este texto de hoy es un “axioma” teológico de su mensaje y
de su predicación. El salvador, el liberador, “ha nacido de mujer”, es un
hombre como nosotros en el sentido más determinante. Se ha dicho que esta es la
“navidad” de Pablo. No deja de ser curiosa, por escueta. Pero la verdad es que
nos encontramos ante un texto paradigmático por su afirmación teológica. Nada
de esto tiene desperdicio. Todo está medido y tasado en el planteamiento que
viene haciendo el apóstol sobre los que han de pertenecer al pueblo de Dios y
de las promesas. Es decir, todos los hombres que habiendo nacido fuera de
Israel, serán llamados a beneficiarse de las promesas hechas a Abrahán. Por eso
se habla de la “plenitud de los tiempos” (tò plêrôma tou jronou); y entonces un
hombre (porque es nacido de mujer), nacido en Israel (bajo la Ley), va abrir
las puertas de la gracia y la salvación a toda la humanidad.
II.2. No podríamos hablar de un
texto mariológico en el sentido estricto del término. De hecho, Pablo es más
bien cristológico. Pero no hay verdadera cristología sin la historia real de
Jesús de Nazaret (al que no conoció Pablo), un judío, como él. Un judío que
habría de enfrentarse, en nombre de Dios, a la manipulación de le ley, para
hacer posible que el verdadero proyecto de Dios se realizara plenamente. Para
“rescatar a los que estaban bajo la ley”: he aquí el objetivo de la encarnación
y el sentido de la navidad para Pablo. Es algo que se respira en toda la carta.
Y muy especialmente en este texto donde inmediatamente antes describe el tiempo
anterior a Cristo como un estar sometidos a un “pedagogo” (la ley), porque no
quedaba más remedio. Pero Dios, como Padre, tiene prevista otra cosa bien
diferente para sus hijos.
Evangelio:
Lucas (2,15-21): Y encontraron al Salvador del pueblo
III.1. Hoy se nos propone la
continuación del relato del nacimiento de Jesús, que se leyó la noche de
Navidad, que se compone de tres partes (1ª vv.1-6; 2ª vv. 7-14; 3ª vv. 15-21).
Nos permitimos señalar que esta tercera parte del relato de Lucas tiene un
cierto sentido por sí mismo, en cuanto muestra la respuesta humana al momento
anterior que es todo él mítico, revelador, divino, angelical y extraordinario.
Los pastores ¿qué harán?, ¿buscarán al Salvador?, ¿dónde?, ¿es suficiente el
signo que se les ha dado? ¡Desde luego que si!, lo buscarán y lo encontrarán.
Pero lo buscarán y lo encontrarán con el instinto de los sencillos, de los que
no se obsesionan con grandezas; diríamos que lo encontrarán, más bien, por
instinto profético. El narrador no deja lugar a dudas, porque quiere
precisamente mostrar la respuesta humana al anuncio celeste. Los pastores se
dicen entre ellos algo muy importante: «lo que nos ha revelado el Señor”. Y se
van derechos a Belén, ¿a Belén?, ¿era esa acaso la ciudad de David? Sí; lo fue,
pero ya no lo era de hecho, porque Jerusalén había ganado la partida. Pero como
por medio está el anuncio del Señor, recuperan el sentido genuino de las cosas.
Y van a Belén, de donde procedía David, para “ver” al Mesías verdadero. Es
verdad, todo es demasiado ajustado al proyecto teológico de Lucas, que quiere
poner de manifiesto el designio salvador de Dios.
III.2. Los pastores, al llegar,
encontraron el “signo”, aunque algo distinto: encontraron a sus padres, de lo
que no había hablado la voz celeste. Podría pensarse o podrían pensar que
encontrarían un niño abandonado, pero no; están sus padres con él. Y ya no se
mencionan los “pañales”, sino el niño acostado en un pesebre. Lo más curioso de
todo esto es que los pastores son los que vienen a interpretar el hecho a todos
los que lo escuchan. Son como los intérpretes del mensaje que han recibido del
cielo. No podemos menos de considerar que la escena es muy formal desde el
punto de vista narrativo. ¿Por qué? Porque Lucas quiere que sean precisamente
estos pastores, de fama canallesca en aquellos ambientes religiosos, los que
anuncien la alegría del cielo a todo el pueblo. Eso es lo que se dijo en el v.
10 y el encargo que se les encomienda: tienen que aceptar el “signo” e
interpretarlo para todo el pueblo. ¿Serán capaces? Si no hubieran sido los
pastores, probablemente la alegría le habría sido birlada al pueblo sencillo.
Pero los pastores, en este caso, son garantía de la inculturación del mensaje
divino en el pueblo sencillo.
III.3. ¡Hasta María se asombra de
esta noticia!, como si ella no supiera nada, después de lo que le había
“anunciado” (que no confidenciado) Gabriel. No obstante, Lucas quiere ser
solidario hasta el final. María también es del pueblo sencillo que, de unos extraños
pastores, sabe recibir noticias de parte de Dios. Y las guarda en su corazón.
Dios tiene sus propios caminos y de ahora en adelante veremos a María
“acogiendo” todo lo que se dice de su hijo (como en el caso de Simeón y Ana) y
lo que le dice su mismo hijo al dedicarse a las cosas que tiene que hacer y
anunciar, desde el momento de la escena de Jerusalén en el templo. Dios está
escondido en este “niño” y los pastores lo reconocen y alaban a Dios. ¡Quién
iba a decirlo!.
III.4. El relato termina con el v.
21 donde lo más importante y decisivo es poner el nombre del niño; la
circuncisión pasa a segundo plano. Un nombre que no es cualquier cosa, aunque
no sea un nombre original, ya que el de Jesús es bien conocido (es versión
griega del hebreo Josué). Pero como en la Biblia los nombres significan mucho,
entonces el que se le ponga el nombre que se le había anunciado, y no el que
María elige, quiere decir que acepta, más si cabe, que este niño, este su hijo,
ha de ser el Salvador del pueblo que anhela la salvación y que los poderosos le
han negado. Es verdad que no se dice explícitamente que María le puso ese
nombre, aunque así aparece en la Anunciación. Sabemos que el nombre se lo ponen
sus padres (aunque el esposo de María también queda en segundo término en el
relato, como la circuncisión). Incluso podíamos inferir que es todo el pueblo
el que se encarga de aceptar este nombre revelado que significa: Dios es mi
salvador o Yahvé salva. Es una “comunidad” la que reconoce en el nombre todo lo
que Dios le regala. Por tanto, en su nombre está escrito su futuro: ser el
Salvador de los hombres. Por eso María guardaba todas estas cosas en su
corazón.
¡Feliz año del Señor 2015!
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