La Sagrada
Familia de Jesús, María y José.
Esta fiesta de la Sagrada Familia se
realiza siempre el domingo siguiente a Navidad, y es una de las celebraciones
más modernas del Calendario Litúrgico. Se instituyó como fiesta opcional en el
año 1893, y poco después el papa León XIII la instauró con carácter universal,
para toda la Iglesia. En esta celebración, hacemos presente la realidad humana
de Jesús, nacido y criado en una familia de un tiempo y un espacio concretos,
donde el Mesías encontró el amor y la contención que todo ser humano necesita
en este mundo.
Todos experimentamos el carácter
eminentemente familiar que tienen en nuestra cultura estas fiestas navideñas.
La familia se ha considerado siempre en la tradición cristiana como el agente
de las primeras catequesis, la cuna de los nuevos cristianos, el contexto para
nacer a la fe y crecer en ella. A la Iglesia siempre le han gustado las fiestas
familiares. Sabe que es una institución delicada, muy amenazada desde dentro de
sus componentes y desde fuera; es necesario fortalecerla. Y la fiesta es un
factor de fortalecimiento de lo que se celebra, y de unión entre los
celebrantes. Es lógico y conveniente en ese ambiente familiar de la Navidad
introducir una reflexión sobre la familia mirando a la que forman María, José y
el Niño Jesús.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA
I
LECTURA
Desde
los comienzos, Dios quiso formar una familia. Y así se lo prometió a Abraham:
una familia numerosa como las estrellas del cielo. Aquí estamos los creyentes,
descendientes de Abraham por la fe, formando la gran familia de Dios.
Lectura
del libro del Génesis 15, 1-6; 17, 5; 21, 1-3
En aquellos días, la palabra del Señor
llegó a Abrám en una visión, en estos términos: “No temas, Abrám. Yo soy para
ti un escudo. Tu recompensa será muy grande”. “Señor, respondió Abrám, ¿para
qué me darás algo, si yo sigo sin tener hijos, y el heredero de mi casa será
Eliezer de Damasco?”. Después añadió: “Tú no me has dado un descendiente, y un
servidor de mi casa será mi heredero”. Entonces el Señor le dirigió esta
palabra: “No, ese no será tu heredero; tu heredero será alguien que nacerá de
ti”. Luego lo llevó afuera y continuó diciéndole: “Mira hacia el cielo y, si
puedes, cuenta las estrellas”. Y añadió: “Así será tu descendencia”. Abrám
creyó en el Señor, y el Señor se lo tuvo en cuenta para su justificación. Y le
dijo: “Ya no te llamarás más Abrám: en adelante tu nombre será Abraham, para
indicar que yo te he constituido Padre de la multitud de naciones”. El Señor
visitó a Sara como lo había dicho, y obró con ella conforme a su promesa. En el
momento anunciado por Dios, Sara concibió y dio un hijo a Abraham, que ya era
anciano. Cuando nació el niño que le dio Sara, Abraham le puso el nombre de
Isaac.
Palabra de Dios.
Salmo
104, 1b-6. 8-9
R.
El Señor, se acuerda eternamente de su Alianza.
¡Den gracias al Señor, invoquen su
Nombre, hagan conocer entre los pueblos sus proezas; canten al Señor con
instrumentos musicales, pregonen todas sus maravillas! R.
¡Gloríense en su santo Nombre, alégrense
los que buscan al Señor! ¡Recurran al Señor y a su poder, busquen
constantemente su rostro! R.
¡Recuerden las maravillas que él obró,
sus portentos y los juicios de su boca! Descendientes de Abraham, su servidor,
hijos de Jacob, su elegido. R.
Él se acuerda eternamente de su Alianza,
de la palabra que dio por mil generaciones, del pacto que selló con Abraham,
del juramento que hizo a Isaac. R.
II
LECTURA
Nuestros
antepasados caminaron en la fe. Así, todas las circunstancias de su vida –las
esperas y los nacimientos, las marchas y las incertidumbres– constituyeron
acontecimientos en los cuales encontraron a Dios. No todo fue claro desde el
comienzo para ellos; sino que fueron descubriendo el plan de Dios a medida que
avanzaban.
Lectura
de la carta a los Hebreos 11, 8. 11-12. 17-19
Hermanos: Por la fe, Abraham,
obedeciendo al llamado de Dios, partió hacia el lugar que iba a recibir en
herencia, sin saber a dónde iba. También la estéril Sara, por la fe, recibió el
poder de concebir, a pesar de su edad avanzada, porque juzgó digno de fe al que
se lo prometía. Y por eso, de un solo hombre, y de un hombre ya cercano a la
muerte, nació una descendencia numerosa como las estrellas del cielo e
incontable como la arena que está a la orilla del mar. Por la fe, Abraham,
cuando fue puesto a prueba, presentó a Isaac como ofrenda: él ofrecía a su hijo
único, al heredero de las promesas, a aquel de quien se había anunciado: De
Isaac nacerá la descendencia que llevará tu nombre. Y lo ofreció, porque
pensaba que Dios tenía poder, aun para resucitar a los muertos. Por eso
recuperó a su hijo, y esto fue como un símbolo.
Palabra
de Dios.
ALELUYA
Heb 1, 1-2
Aleluya. Después de haber hablado a
nuestros padres por medio de los profetas, en este tiempo final, Dios nos habló
por medio de su Hijo. Aleluya.
EVANGELIO
El
Evangelio resume en pocas palabras el misterio de la vida de Jesús.
Simplemente, crecía y se fortalecía. Probablemente para sus vecinos y
parientes, esto transcurría con toda naturalidad, como con cualquier otro niño,
por eso el Evangelio no nos transmite detalles sobre esta etapa de la vida
familiar. Allí, en la vida cotidiana de la aldea de Nazaret, en medio de las
colinas de Galilea, con el afecto de su familia, se fue forjando el corazón del
Mesías.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Lucas
2, 22-40
Cuando llegó el día fijado por la Ley de
Moisés para la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al
Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón primogénito será consagrado al
Señor. También debían ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o de pichones de
paloma, como ordena la Ley del Señor. Vivía entonces en Jerusalén un hombre
llamado Simeón, que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel. El
Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al
Mesías del Señor. Conducido por el mismo Espíritu, fue al Templo, y cuando los
padres de Jesús llevaron al niño para cumplir con él las prescripciones de la
Ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios, diciendo: “Ahora, Señor,
puedes dejar que tu servidor muera en paz, como lo has prometido, porque mis
ojos han visto la salvación que preparaste delante de todos los pueblos: luz
para iluminar a las naciones paganas y gloria de tu pueblo Israel”. Su padre y
su madre estaban admirados por lo que oían decir de él. Simeón, después de
bendecirlos, dijo a María, la madre: “Este niño será causa de caída y de
elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una
espada te atravesará el corazón. Así se manifestarán claramente los
pensamientos íntimos de muchos”. Había también allí una profetisa llamada Ana,
hija de Fanuel, de la familia de Aser, mujer ya entrada en años, que, casada en
su juventud, había vivido siete años con su marido. Desde entonces había
permanecido viuda, y tenía ochenta y cuatro años. No se apartaba del Templo,
sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones. Se presentó en ese mismo
momento y se puso a dar gracias a Dios. Y hablaba acerca del niño a todos los
que esperaban la redención de Jerusalén. Después de cumplir todo lo que ordenaba
la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba
creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con
él.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA
María y José constituyen una familia: son esposos.
María es la madre de Jesús; José, aunque no lo sea biológicamente, es quien,
por encargo de Dios, ha de entregar su vida al amor a María y al cuidado y la educación
de Jesús, es su padre. Nosotros la llamamos la Sagrada Familia. Toda familia
tiene no poco de sagrado, se basa en el amor. “Dios nos amó primero”, dice san
Juan. El amor está enraizado en Dios. Como también la nueva vida que surge en
la familia.
Todo hijo es un misterio que toma carne en la
familia. Por tener un hijo se felicita a sus padres, porque supone el
acontecimiento más gozoso que les puede acontecer. Pero es un gozo que
implicará dolor, como vemos en el episodio del evangelio de la presentación del
Niño en el templo. Los hijos también hay que padecerlos. La paternidad, la
maternidad exigen renuncias. Se lo exigió a María y José. Ser padre es un reto,
supone enfrentarse a situaciones de conflicto. Conflicto que puede surgir en
las relaciones internas de la familia o bien por circunstancias externas que
amenazan al hijo.
Constatar esto no debe disuadir de tener hijos,
como sucede con no poca frecuencia ante la presión de la comodidad burguesa en
no pocos matrimonios jóvenes. Pero sí evitar la frivolidad ante una
responsabilidad tan seria como es la de la paternidad.
Las actitudes de padres hacia los hijos y de los
hijos hacia los padres han de pasar por la relación entre los esposos. Sabemos
que sólo el amor constituye realmente el matrimonio. Un amor que hay que ir
buscando día a día superando las limitaciones de la naturaleza humana y
circunstancias que a veces son un declarado obstáculo para mantener el amor.
Pues bien ese amor entre esposos es el generador normal del amor hacia los
hijos y de éstos a sus padres. Si la familia, como ha dicho reiteradamente Pablo
VI es la escuela del amor, esa escuela tiene como primera y esencial lección el
amor conyugal. Nada estimula más a ser amados por sus hijos que el amor que
existe entre los esposos. Y el amor de los padres a los hijos será una
prolongación del amor muto entre ellos. No entrarán por tanto en rivalidad
sobre quién ama más al hijo, quien es más querido por ellos. Nada puede
sustituir en el proceso educativo de los hijos al amor entre los padres.
El gran enemigo de la familia es la
superficialidad. El tomarse realmente en serio lo que es juntar voluntades y
afectos en el matrimonio y el tener hijos. Es la derivación del ambiente de
epidermis en el que nos movemos a algo tan determinante de la felicidad y de la
vida humana como es la familia. La aceleración de la vida, vivir es
apresurarse, según se cree, y el deseo de satisfacción inmediata conlleva a no
darse tiempo para pensar, reflexionar antes de actuar. A buscar los éxitos en
el placer sin aceptar el esfuerzo. La fe puede ser también epidérmica: cuando exige
renuncias se debilita. El amor necesita tiempo para convivir los que se aman,
para escucharse, sentirse amando y amados, para disfrutar de la felicidad que
genera. La familia es la “ocupación” primera de los que la forman. Es la
preocupación más vital.
Las Navidades parecen presentarse como el tiempo de
las buenas relaciones, de actitudes cordiales, delicadas dentro del hogar. La
Iglesia quiere que esas actitudes no respondan a convenciones sociales, a un
querer cumplir con tradiciones familiares, sino a una necesidad de fortalecer
algo que pertenece a la esencia de nuestra condición humana y cristiana: el
amor, el amor entre los más próximos. Por ello recordamos y celebramos hoy una
familia sencilla de Nazaret, en la que crece en estatura, sabiduría y gracia,
al amparo de sus padres, el Hijo de Dios.
ESTUDIO
BÍBLICO
Evangelio:
Lucas (2,41-52): "Las cosas de mi Padre"
III.1. Esta escena del evangelio, “el
niño perdido”, ha dado mucho que hablar en la interpretación exegética. Para
los que hacen una lectura piadosa, como se puede hacer hoy, sería solamente el
ejemplo de cómo Jesús es “obediente”. Pero la verdad es que sería una lectura
poco audaz y significativa. El relato tiene mucho que enseñar, mucha miga, como
diría algún castizo. Es la última escena de evangelio de la Infancia de Lucas y
no puede ser simplemente un añadido “piadoso” como alguno se imagina. Desde el
punto de vista narrativo, la escena de mucho que pensar. Lo primero que debemos
decir que es hasta ahora Jesús no ha podido hablar en estos capítulos (Lc 1-2).
Siempre han hablado por él o de él. Es la primera palabra que Jesús va a
pronunciar en el evangelio de Lucas.
III.2. El marco de referencia: la
Pascua, en Jerusalén, como la escena anterior del texto lucano, la purificación
(Lc 2,22-40), dan mucho que pensar. Por eso no podemos aceptar la tesis de
algunos autores de prestigio que se han aventurado a considerar la escena como
un añadido posterior. Reducirla simplemente a una escena anecdótica para
mostrar la “obediencia” de Jesús a sus padres, sería desvalorizar su contenido
dinámico. Es verdad que estamos ante una escena familiar, y en ese sentido
viene bien en la liturgia de hoy. El que se apunte a la edad de los doce años,
en realidad según el texto podríamos interpretarlo “después de los doce”, es
decir, los treces años, que es el momento en que los niños reciben su Bar
Mitzvá (que significa=hijo del mandamiento) y se les considera ya capaces de
cumplirlos. A partir de su Bar Mitzvá es ya adulto y responsable de sus actos y
de cumplir con los preceptos (las mitzvot). No todos consideran que este simbolismo
esté en el trasfondo de la narración, pero sí considero que se debe tener en
cuenta. De ahí que se nos muestre discutiendo con los “los maestros” en el
Templo, al “tercer día”. Sus padres –habla su madre-, estaban buscándolo
angustiados (odynômenoi). En todo caso, las referencias a los acontecimientos
de la resurrección no deben dejar ninguna duda. Este relato, en principio, debe
más a su simbología de la pascua que a la anécdota histórica de la infancia de
Jesús. Por eso mismo, la narración es toda una prefiguración de la vida de
Jesús que termina, tras pasar por la muerte, en la resurrección. Esa sería una
exégesis ajustada del pasaje, sin que por ello se cierren las posibilidades de
otras lecturas originales. Si toda la infancia, mejor, Lc 1-2, viene a ser una
introducción teológica a su evangelio, esta escena es el culmen de todo ello.
III.3. Las palabras de Jesús a su madre
se han convertido en la clave del relato: “¿no sabíais que debo ocuparme de las
cosas de mi Padre?”. Yo no estaría por la traducción “¿no sabíais que debo
estar en la casa de mi padre?”, como han hecho muchos. El sentido cristológico
del relato apoya la primera traducción. Jesús está entre los doctores porque
debe discutir con ellos las cosas que se refieren a los preceptos que ellos
interpretan y que sin duda son los que, al final, le llevarán a la muerte y de
la muerte a la resurrección. Es verdad que con ello el texto quiere decir que
es el Hijo de Dios, de una forma sesgada
y enigmática, pero así es. Como hemos insinuado antes, es la primera vez que
Lucas hace hablar al “niño” y lo hace para revelar qué hace y quién es. Por eso debemos concluir que ni se ha
perdido, ni se ha escapado de casa, sino que se ha entregado a una causa que ni
siquiera “sus padres” pueden comprender totalmente. Y no se diga que María lo
sabía todo (por el relato de la anunciación), ya que el mismo relato nos dirá
al final que María: “guardaba todas estas cosas en su corazón” (2,51). Porque
María en Lc 1-2, no es solamente María de Nazaret la muchacha de fe
incondicional en Dios, sino que también representa a una comunidad que confía
en Dios y debe seguir los pasos de Jesús.
III.4. Y como la narración de Lc 2,41-52
da mucho de sí, no podemos menos de sacar otras enseñanzas posibles. Si hoy se
ha escogido para la fiesta de la Sagrada Familia, deberíamos tener muy en
cuenta que la alta cristología que aquí se respira invita, sin embargo, a
considerar que el Hijo de Dios se ha revelado y se ha hecho “persona” humana en
el seno de una familia, viviendo las
relaciones afectivas de unos padres, causando angustia, no solamente alegría,
por su manera de ser y de vivir en momentos determinados. Es la humanización de
lo divino lo que se respira en este relato, como en el del nacimiento. El Hijo
de Dios no hubiera sido nada para la humanidad si no hubiera nacido y crecido
en familia, por muy Hijo de Dios que sea confesado (cosa que solamente sucede a
partir de la resurrección). Aunque se deja claro todo con “las cosas de mi
Padre”, esto no sucedió sin que haya pasado por nacer, vivir en una casa,
respetar y venerar a sus padres y decidir un día romper con ellos para
dedicarse a lo que Dios, el Padre, le pedía: anunciar y hacer presente el
reinado de Dios. Es esto lo que se preanuncia en esta narración, antes de
comenzar su vida pública, en que fue necesario salir de Nazaret, dejar su casa
y su trabajo… Así es como se ocupaba de las cosas del Padre. (Fray Miguel de
Burgos Núñez O. P.)
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