1 DE NOVIEMBRE DE 2012
SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
“Alégrense
y regocíjense entonces,
porque
ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo.”
La Iglesia nos convoca hoy para celebrar y recordar
a todos los santos. Es un día esplendoroso que nos repite algo ya conocido: son
muchos los hombres y mujeres que pasaron por esta tierra tratando de hacer el
bien, siguiendo las huellas de Jesucristo. La fiesta nos dice, también, que
vivir en esta tierra no es caminar desorientados o perdidos en la noche. Nos
dice que estamos sobre la tierra como producto del amor de Dios. Su llamada
universal a la santidad es la certeza de que ante Él todos somos iguales y a
todos nos espera cumpliendo su deseo. La llamada, por tanto, afecta a todos ya
que todos somos hijos de Dios. Muchos hombres y mujeres a lo largo de la
historia respondieron con fidelidad a esa llamada. Hoy los recordamos a todos,
englobados en esa unidad donde no se destacan nombres o particularidades. Son
multitud, gracias a Dios, y son la constatación de que la santidad está al
alcance de todos. Es día para dar gracias por el triunfo de la gracia en estas
buenas personas. Ellas siguen señalando el camino por donde imitar a
Jesucristo.
La santidad, en este sentido, no es otra cosa que
vivir coherentemente esa condición filial, conscientes de que responder a esa
llamada es responsabilidad de cada uno. Es verdad que en esa respuesta nos
jugamos nuestra felicidad. Es lo que nos propone Jesús en el Evangelio al
ofrecernos las bienaventuranzas como camino seguro hacia una vida dichosa ya
aquí, mientras vamos caminando hacia el encuentro definitivo y pleno con Dios.
CONTEMPLAMOS
LA PALABRA
PRIMERA LECTURA
Estos santos que cantan delante del trono de
Dios pertenecen al pueblo de Israel y a todas las naciones de la tierra. Son
todos esos hombres y mujeres que en su vida terrenal han sido "servidores
de Dios". Con su presencia, han hecho que nuestro mundo tenga un anticipo
de la alegría celestial. Y ahora están gozando de esa alegría definitiva.
Lectura del libro del Apocalipsis
7, 2-4. 9-14
Yo, Juan, vi a un Ángel que subía
del Oriente, llevando el sello del Dios vivo. Y comenzó a gritar con voz
potente a los cuatro Ángeles que habían recibido el poder de dañar a la tierra
y al mar: "No dañen a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que
marquemos con el sello la frente de los servidores de nuestro Dios". Oí
entonces el número de los que habían sido marcados: eran ciento cuarenta y
cuatro mil, pertenecientes a todas las tribus de Israel. Después de esto, vi
una enorme muchedumbre, imposible de contar, formada por gente de todas las
naciones, familias, pueblos y lenguas. Estaban de pie ante el trono y delante
del Cordero, vestidos con túnicas blancas; llevaban palmas en la mano y
exclamaban con voz potente: "¡La salvación viene de nuestro Dios que está
sentado en el trono, y del Cordero!". Y todos los Ángeles que estaban
alrededor del trono, de los Ancianos y de los cuatro Seres Vivientes, se
postraron con el rostro en tierra delante del trono, y adoraron a Dios, diciendo:
"¡Amén! ¡Alabanza, gloria y sabiduría, acción de gracias, honor, poder y
fuerza a nuestro Dios para siempre! ¡Amén!". Y uno de los Ancianos me
preguntó: "¿Quiénes son y de dónde vienen los que están revestidos de
túnicas blancas?". Yo le respondí: "Tú lo sabes, señor". Y él me
dijo: "Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos han lavado
sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero".
Palabra de Dios.
SALMO
Salmo 23, 1-6
R. ¡Benditos
los que buscan al Señor!
Del Señor es la tierra y todo lo
que hay en ella, el mundo y todos sus habitantes, porque él la fundó sobre los
mares, él la afirmó sobre las corrientes del océano. R.
¿Quién podrá subir a la Montaña del
Señor y permanecer en su recinto sagrado? El que tiene las manos limpias y puro
el corazón; el que no rinde culto a los ídolos ni jura falsamente. R.
Él recibirá la bendición del Señor,
la recompensa de Dios, su Salvador. Así son los que buscan al Señor, los que
buscan su rostro, Dios de Jacob. R.
SEGUNDA LECTURA
"Aún no se ha manifestado lo que
seremos". En esta existencia, ya renovada por la gracia de Dios, todavía
no percibimos totalmente nuestra condición de hijos e hijas de Dios. Todavía,
en este mundo, el pecado ensombrece esa dignidad filial. Pero caminamos en la
esperanza de llegar a vivir, en forma plena y definitiva, nuestra comunión con
Dios.
Lectura de la primera carta
de san Juan 3, 1-3
Queridos hermanos: ¡Miren cómo nos
amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos
realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él.
Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha
manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él,
porque lo veremos tal cual es. El que tiene esta esperanza en él, se purifica,
así como él es puro.
Palabra de Dios.
EL EVANGELIO PARA EL DÍA DE
HOY
Las bienaventuranzas nos presentan un modo de
santidad que se realiza en la vida cotidiana: en vez de imponerse por la
fuerza, actuar con mansedumbre; en vez de buscar el lujo o la opulencia, tener
alma de pobre; en vez de aspirar al aplauso y el éxito fácil, trabajar
constantemente por la paz y la justicia. Esa es la santidad a la que nos llama
Jesús, la que el mundo necesita.
Ì Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 4, 25-5, 12
Seguían a Jesús grandes multitudes,
que llegaban de Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la
Transjordania. Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus
discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles,
diciendo: "Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les
pertenece el Reino de los Cielos. Felices los afligidos, porque serán
consolados. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices
los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el
corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque
serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la
justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes,
cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a
causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran
recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los
precedieron".
Palabra del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
La frase es de León Bloy y refleja muy bien la
conclusión, que una reflexión general de la existencia, nos puede ofrecer si
queremos medirla en su profundidad más auténtica: “Hay una sola tristeza: la de
no ser santos”. Es la única tristeza porque define que la existencia vivida al
margen de los valores del evangelio no ha logrado su objetivo, ha quedado
varada escuchando de lejos la llamada del mar infinito que es Dios. Que sea la
única tristeza que hay que valorar es signo de que la santidad debería ser lo
que definiera la vida de todo seguidor de Jesús. Por eso, la fiesta de todos
los santos que hoy celebramos nos recuerda que el santo ha acertado al diseñar
y vivir el sentido de toda su existencia; le ha dado plenitud desarrollando lo
que de él espera Dios y ha puesto en funcionamiento lo mejor que de Él ha
recibido. El recordar hoy a esa multitud, un tanto anónima, que ha logrado
traspasar la barrera de lo ordinario para vivir desde una exigencia intensa su
condición de persona, se convierte para todos en un desafío. Ellos lo hicieron
¿por qué yo no?
La fiesta nos habla también de nostalgia. Estamos hechos para caminar hacia Dios, ya que solo Él puede saciar nuestra sed de absoluto. La frase de San Agustín explica una vez más esta realidad: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta descansa en ti”. En el fondo toda persona en la que brilla la bondad de manera especial nos remite a ese deseo de santidad que está presente también en nuestro interior. No canalizarlo adecuadamente hacia quien puede satisfacerlo, es quedarnos a mitad de camino. Esta muchedumbre de buenas personas que hoy conmemoramos nos dice que es posible realizar este sueño. Los santos nos recuerdan que ese deseo profundo está presente en todos y la mayor tristeza es no haberle encontrado salida. Desviarnos, por tanto, del camino, es optar por separarnos, cada vez más, de lo que a todos nos atrae porque estamos hechos para seguirlo y obtener así nuestro deseo: vivir para Dios y en Dios. Esta muchedumbre de personas a las que hoy recordamos no tuvieron aptitudes extraordinarias que hicieran fácil su camino; sintieron como todos el anhelo de Dios y, por encima de todas sus carencias, trataron de encauzarlo siguiendo a Jesucristo. La llamada a la santidad sigue resonando en nuestro interior aunque afanes diversos nos lo oculten.
La fiesta nos habla también de nostalgia. Estamos hechos para caminar hacia Dios, ya que solo Él puede saciar nuestra sed de absoluto. La frase de San Agustín explica una vez más esta realidad: “Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta descansa en ti”. En el fondo toda persona en la que brilla la bondad de manera especial nos remite a ese deseo de santidad que está presente también en nuestro interior. No canalizarlo adecuadamente hacia quien puede satisfacerlo, es quedarnos a mitad de camino. Esta muchedumbre de buenas personas que hoy conmemoramos nos dice que es posible realizar este sueño. Los santos nos recuerdan que ese deseo profundo está presente en todos y la mayor tristeza es no haberle encontrado salida. Desviarnos, por tanto, del camino, es optar por separarnos, cada vez más, de lo que a todos nos atrae porque estamos hechos para seguirlo y obtener así nuestro deseo: vivir para Dios y en Dios. Esta muchedumbre de personas a las que hoy recordamos no tuvieron aptitudes extraordinarias que hicieran fácil su camino; sintieron como todos el anhelo de Dios y, por encima de todas sus carencias, trataron de encauzarlo siguiendo a Jesucristo. La llamada a la santidad sigue resonando en nuestro interior aunque afanes diversos nos lo oculten.
La identidad más depurada del hombre cristiano
La primera lectura nos sitúa ante la gran
muchedumbre que se contempla al final del camino y que se sitúa ante el Cordero
tributándole honor, participando así de su gloria. La pregunta surge con
naturalidad: “Éstos que están vestidos con vestiduras blancas, ¿quiénes son y
de dónde han venido?” Y la respuesta deja clara su identidad: “son los que
vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con
la sangre del Cordero”. Es decir, ellos adoptaron una forma de vida que procede
del mismo Jesús y no se acomodaron a lo que el mundo les ofrecía; al contrario,
permanecieron fieles a las exigencias del evangelio. Y esto no ha sido una
tarea fácil; al contrario, les ha ocasionado dificultades y sufrimiento, pero
han vencido. La gran tribulación fue la prueba donde se curtió su fidelidad. Al
final del camino viven la alegría de estar ante quien ha presidido sus vidas y
ahora viven la gran fiesta donde se premia su fidelidad.
La segunda lectura ahonda en esa identidad. “Ahora
somos ya hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que
cuando se manifieste seremos semejantes a Él”. Lo que somos es parte de un
proceso que hemos de ir viviendo para desembocar en la plenitud. Estamos en
camino y es en ese camino donde se ha de ir reflejando nuestra condición de
hijos. No caminamos como apátridas, sabemos hacia dónde vamos y quién nos
acompaña. Cuanto más vivo sea ese carácter filial y mejor se reproduzca en
nuestra conducta más claro será el camino por donde avanzamos y más
auténticamente seremos nosotros mismos, más nítidamente aparecerá nuestra
identidad. Dios no viene a borrar nuestra condición personal para diluirla en
un todo neutralizador del individuo. En esa semejanza brillará su luz
iluminando lo que realmente somos partiendo de nuestra individualidad.
Las dos lecturas proclaman que nuestro ser
cristiano se define por la fidelidad a nuestra condición de hijos de Dios. Una
fidelidad que acepta la paternidad amorosa de Dios y que la explicita día a
día, entre incertidumbres y dudas, pero que vive de ella sabiendo que pide
esfuerzo. Es esa condición filial la que convierte a los hombres en hermanos y
define a una gran multitud que viene de toda nación, raza, pueblo y lengua para
aclamar juntos al Cordero inmolado. Una condición reconocida y aceptada de
hijos que abarca a todos los que están abiertos a acoger, explícita o
implícitamente, el mensaje del Reino.
Invitación a seguir sus huellas
Las bienaventuranzas que se proclaman en el
evangelio del día ajustan ese modo de vida. Ellas nos explicitan cómo vivió
Jesús. Solo desde esa experiencia suya puede proclamarlas. No son una
imposición, tampoco una expresión de buen deseo. Son una constatación de lo que
significa vivir según los valores del evangelio y las consecuencias que de ello
se siguen. El proceso para llegar a comprender y asumir esas actitudes no es
nada fácil ya que parecen ir contra corriente. Desde la educación que recibimos
a las pautas que rigen en la sociedad, se nos invita a lo contrario e, incluso,
en su ejecución parece subyacer el riesgo de encontrar la oposición y la
muerte. Pese a todo, el resultado que Jesús enuncia es claro: la felicidad.
En un mundo un tanto desnortado las
bienaventuranzas manifiestan cómo dar sentido a la vida y, en ese aspecto, nos
hablan de algo que es nuclear en los seguidores de Jesús. Vivir esas
bienaventuranzas es acercarnos, por una parte, al sentido más profundo de la
vida del mismo Jesús y, por otra, a la felicidad, el deseo más intenso que
todos llevamos dentro. Son la propuesta que hace Jesús ante la aspiración de
todo ser humano de encontrar la felicidad, ese espacio donde todos gastamos
nuestras fuerzas. Bien es verdad que, con frecuencia, esas fuerzas se van en
conformarnos con una felicidad a corto plazo. El riesgo de buscarla en los
sitios más equivocados y de la manera más errónea está presente en nuestra
vida. Por eso, no es extraño que en la lucha diaria nos quedemos en la
superficie de todo aquello que son compensaciones inmediatas. Y ahí puede
surgir una constatación un tanto pesimista: concluir que la felicidad no existe
y acabar desconfiando de las grandes promesas y de las palabras hermosas. No es
extraño, por eso, que se acabe recortando las aspiraciones más hondas y se
renuncie a la dicha que todos buscamos en el fondo de nuestro ser.
Ante el escepticismo o el desaliento las palabras
de Jesús surgen claras: es posible alcanzar la felicidad, pero hay que
subvertir valores y seguir sus palabras con fidelidad. Los santos supieron
escuchar y poner en práctica sus palabras. Cada uno, a su manera, supo encarnar
alguna de estas bienaventuranzas de forma especial. Hoy, desde la experiencia
vivida, nos llega su mensaje: fueron auténticos hijos de Dios que, viviendo en
fidelidad, atravesaron todas las inclemencias que el mundo opuso a esa
fidelidad. Hoy los recordamos como modelos a seguir. Sus nombres tienen poco
interés, son muchedumbre. Su vida es constatación de que la gracia sigue operando
entre los hombres cuando vivimos abiertos a su fuerza.
La fiesta nos invita a dar gracias a Dios por
tantas personas buenas que han sido fieles a Jesucristo y han contribuido con
su bondad a hacer un mundo más humano donde se refleja mejor la realidad del
Reino. Al mismo tiempo nos invita a revisar nuestra propia vida a la luz de lo
que esa muchedumbre de santos proclama, desde el convencimiento de que ser
hijos de Dios es un compromiso que encuentra en las bienaventuranzas su mejor
expresión.
ESTUDIO BÍBLICO
Saber ser hijos de Dios como
programa de santidad
La liturgia de este día nos brinda
la celebración de una de las fiestas más populares y entrañables: la festividad
de todos los Santos y , a la vez, la ocasión para reconsiderar nuestra vida
cristiana mirando hacia adelante, hacia el final de la historia de cada uno y
de la humanidad.
Iª Lectura: Apocalipsis
(7,2-4.9-14): El canto de los redimidos
I.1. En la primera lectura, en dos
visiones, se nos muestra la apertura del misterio de la historia con la visión
del ángel que trae el sello para guardar a aquellos que deben ser liberados de
la destrucción. El libro del Apocalipsis, como sucede en la literatura de este
tipo, literatura religiosa por excelencia, pero radicalmente mítica, necesita
ser interpretado con la riqueza de los símbolos. Este tipo de literatura se
produce en tiempos de crisis y debemos estar atentos a no confundir simbolismo
con realidad. El sello sobre los siervos de Dios sella su pertenencia a El y,
por lo mismo, la garantía de ser salvados.- La visión de la multitud inmensa,
incontable, es un paso más en este simbolismo y probablemente propone algo que
se relaciona con las diferencias entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre
la antigua y la nueva Alianza. Por eso se dice que, si en la primera visión se
habla 144.000, era para hablar del pueblo de la Antigua Alianza, mientras que
el “número incontable” representa al nuevo pueblo de Dios que ha ganado Cristo,
el Cordero sacrificado, con su sangre. Los ángeles, los mensajeros de Dios,
realizan sus planes del juicio y de salvación. Por eso, cuatro de ellos están
en los cuatro puntos cardinales, dispuestos a desencadenar los vientos que
destruyan el mal de la historia; pero de Oriente llega otro mensajero (donde
nace el Sol: Dios), que trae la gran noticia, de que antes deben poner un señal
en las puertas como sucedió a los israelitas en el momento de la Pascua de
Egipto. Estamos, pues, ante una famosa liturgia Pascual, del día del Señor, en
la que el autor nos ha querido situar al principio de su obra.
I.2. En el texto se nos quiere
hablar de mártires, pero también de todos aquellos que han pasado por la
tribulación de la historia, se han lavado en el bautismo, en nombre de
Jesucristo, en el misterio Pascual...y están ante el trono de Dios. Las palmas,
en la antigüedad, son signo de los vencedores. Y, aunque pudiera centrarse en
los que han sido martirizados y han vencido por el martirio, no se puede pensar
que todos son mártires. Por eso, más bien se trata de una palma para alabar a
Dios y a Cristo que son los auténticos vencedores de la historia. El tema que
se propone es el de la salvación (aparece aquí y en Ap 12,10 y 19,1). Se
insinúa algo de los Salmos 118,25, 3,9. El sentido es que Dios ha liberado a
los hombres del poder del mal, representado en el Imperio, como Satanás y como
la gran prostituta en las otras dos citas que hemos mencionado. La victoria,
pues, de los hombres y de los mártires pertenece muy especialmente al Cordero,
quien ha dado su vida precisamente para que sea vencido el poder de los hombres
que engendra el odio y la muerte.
I.3. Pero la “palma” se la lleva el
himno que es una confesión de fe: la salvación se debe a Dios y al Cordero. La
salvación, la liberación... no dependen de los hombres, sino que es una gracia
de Dios que ellos han acogido y se han mantenido fieles a la fuerza salvífica
del amor crucificado, de la Pascua. Por eso lo proclaman en la liturgia
celeste. Y entonces, toda la asamblea celeste (ángeles, ancianos y vivientes),
se prosternan ante Dios y lo adoran cantando: Amen… Bendición y gloria,
sabiduría y acción de gracias, honor, poder y fortaleza a nuestro Dios por los
siglos de los siglos. Amen (v. 12). Los que han muerto fieles a Dios y a
Cristo, bien en el martirio, bien en su fidelidad a la fe cristiana centrada en
el misterio Pascual, han pasado por la tribulación de la historia, donde reina
el poder del mal. Pero ahora gozan de la fidelidad eterna, aunque hayan pasado
por la muerte. Lavar sus vestiduras en la sangre del Cordero es una teología
bautismal, también eucarística, inspirada en algunos textos del AT (Ex
19,10.14).
I.4. La muerte y la resurrección de
Cristo son el punto clave de la teología del bautismo y de la eucaristía. La
imagen que se ha escogido para expresar la felicidad es que están ante el
trono: y Dios los cobija en su tienda, la shekiná, la presencia de Dios, como
Jn 1,14 había escogido para expresar el misterio de la encarnación. Ahora es
cuando se cumple la profecía del Enmanuel verdaderamente, porque Dios estará
con los resucitados para siempre. No tendrán más hambre, ni tendrán más sed:
expresiones de debilidad, de necesidad; ni caerá sobre ellos el sol, como si
estuvieran en el desierto, porque Dios mismo es la razón de su existencia. Y
Cristo, el Cordero, será el que apaciente a su pueblo, será pastor siendo
Cordero, para llevarlos a las fuentes de agua viva. Efectivamente, los vv.
15-17 son las imágenes escogidas por el autor del Ap para hablar de la vida
futura, escatológica, de la victoria sobre la muerte según muchas expresiones
que podemos encontrar en los textos del AT (v.g. Is 25, 8) y de la teología
joánica (Jn 4,14; 7,38), que son las fuentes de la revelación.
IIª Lectura: Iª de Juan (3,1-3): La
imagen de hijos de Dios
II.1. Este texto es una teología
sobre la vida cristiana que se representa bajo la imagen y la experiencia de
“ser hijos de Dios”. Se trata de una alta teología como corresponde al círculo
de las comunidades cristianas de Juan, tanto del evangelio como de las cartas.
Y en este marco teológico deberíamos pensar que, precisamente el misterio de la
santidad que hoy se celebra hace referencia directa a que lo más importante de
la vida cristiana es ser, y no perder, la imagen de hijos de Dios.
II.2. Si el título cristológico más
coherente de la teología joánica, justamente, es lo que afecta a la filiación
divina de Jesús, también para sus seguidores debe existir una posibilidad de
vivir en el ámbito de las relaciones entre el Padre y el Hijo. Por ello se dice
que seremos semejantes a Él. Muchos santos ,desconocidos para nosotros, lo son
porque han sabido guardar sencillamente la imagen de hijos de Dios en sus
vidas. Por eso, la expresión “veremos a Dios tal cual es” viene a ser una de
las afirmaciones más teológicas. El misterio de Dios se hará luz y “hijos de
Dios” no tendremos miedo de contemplar el “rostro” de Dios, la intimidad de
Dios, la misericordia de Dios. Para eso se nos ha creado y para eso hemos
nacido. ¡Vivamos con esperanza!
Evangelio: Mateo (5,1-12): Las
opciones del Reino
III.1. El evangelio de esta fiesta
es ya proverbial; se trata de las bienaventuranzas de Mateo, cuyo texto,
además, tiene la solemnidad de una proclamación, sobre un monte (de ahí el
Sermón de la Montaña en que está contextualizado), y para toda la multitud,
como sería la multitud incontable del texto de Apocalipsis ( primera lectura).
Es la carta magna del discipulado, de la vida cristiana, del seguimiento de
Jesús, de la salvación futura. Las bienaventuranzas son creativas, no
cuantitativas. Son los puntos más determinantes con los cuales Jesús ha
pretendido una nueva humanidad, un nuevo pueblo. No se trata de proponer algo
exótico, mágico o taumatúrgico, sino algo bien humano. No obstante, es verdad
que se plantea un auténtico esfuerzo por conquistar la gloria, la libertad y la
paz. Se propone la pobreza que libera el corazón de muchas ataduras, la
misericordia que introduce en las relaciones humanas la benevolencia y el
perdón, la limpieza de corazón para juzgar y ser juzgados, la lucha por la
justicia, porque Dios es justo. Se proclaman bienaventurados por haber elegido
lo que el mundo no elige, simplemente porque odia; por haberse decidido por el
sentido mejor de la vida. Se trata de una posibilidad de santidad que se debe
vivir ya desde ahora, aquí en nuestra historia; no queda para después de que
todo haya acabado.
III.2. Se ha insistido mucho en los
aspectos literarios y exegéticos de las bienaventuranzas de Mateo (5,1-12) y de
Lucas (6,20-22) sobre el tenor original, es decir, aquellas que están más cerca
de las palabras de Jesús. Sin duda, todo tiene su sentido, pero quedan muchas
preguntas sobre la mesa, porque se permiten diferentes interpretaciones. El
texto original que se tomó del texto de Q (sea simplemente Documento o
Evangelio como algunos defienden hoy) podría estar bien representado en Lucas,
pero no es algo absoluto. Sabemos que las bienaventuranzas tienen un ámbito muy
coherente en la literatura sapiencial, la que enseña a vivir, a comportarse, a
elegir lo que da o no da sentido a la vida. La propuesta de Jesús, por lo
tanto, no está lejos de este contexto sapiencial: con las bienaventuranzas
Jesús quiere proclamar el Reino de Dios y quiere enseñar a vivir en ese Reino
al que dedica su vida. Son expresiones que nos muestran a un Jesús “profeta
escatológico” (no necesariamente apocalíptico), que quería anunciar lo que
debería cambiar esta historia.
III.3. Algunos especialistas han
hecho una traducción sobre las bienaventuranzas en las que siempre es
determinante el verbo “elegir”. Considero que puede ser discutible, pero es
esclarecedor. Eso significa que proclamar bienaventurado (makários) a alguien
no es porque sí, por su cara bonita, porque es un desgraciado o porque es o ha
nacido en esta o aquella situación. En las bienaventuranzas, por su tono
sapiencial, son muy importante las opciones: elegir ser pobre y no rico en este
mundo; elegir la justicia y no otra cosa; elegir la paz. Aquí están
representados los valores del reino, los valores de la vida ante Dios. Esto,
independientemente de las bienaventuranzas auténticas de Jesús o las añadidas
por la tradición catequética de la comunidad de Mateo. Es verdad que el término
“elegir” no está en el texto, pero lo implica necesariamente. ¿Por qué? Porque
no se trata de una proclamación sin contar con la voluntad soberana del hombre
que vive y hace la historia.
III.4. Un factor muy importante de
lectura e interpretación sería hacer el intento de traducir a un lenguaje de
hoy el texto de las bienaventuranzas; teniendo en cuenta ese sentido sapiencial
del que hemos hablado y esa “opción” o “elección” que hemos planteado como
necesaria. Debemos conservar las palabras del evangelio, de Mateo o de Lucas,
si es posible en su tenor y en su sentido original. Pero hoy debemos enriquecer
nuestra comprensión de las mismas con el “espíritu” que emana de ellas. Es como
cuando hemos vivido y atravesado un puente romano durante todo la vida, pero
ahora, sin destruir ese puente, porque la ciudad ha crecido, hacemos uno nuevo,
con tecnología punta. Subsisten los dos, pero quizás por el romano no pueden
pasar todos los vehículos pesados de hoy. Los limpios de corazón, por ejemplo,
son dichosos porque están abiertos a los demás y los valoran como hijos de
Dios. Es decir, seamos creativos y proféticos al interpretar las
bienaventuranzas del Reino.
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