“Amarás al
Señor, tu Dios,
con todo tu corazón y con toda tu alma,
con todo tu
espíritu y con todas tus fuerzas”
Hace falta que volvamos
a creer en el Amor, y en nuestra capacidad de amar y recibir amor. Pero
también, no sólo hay que recuperar la fe en el amor, sino creer en un amor de
fe, aquello que somos capaces de amar por la fe, aquel amor que despierta la
fe. Es importante, que no sólo necesitemos comprender el amor, por su ausencia,
sino que comprendamos también que necesitamos reeducarnos y volver a un sentido
nuevo y distinto de valor de amar, porque hemos equivocado la idea, el
pensamiento, la actitud, y la comprensión de la experiencia de lo que es amar.
Y por los sufrimientos, lo hemos relativizado tanto, que nos cuesta reconocer
nuestra fragilidad: nuestra necesidad de amar o nuestra necesidad de ser
amados.
Y podemos hacerlo, al
hilo de las lecturas de este domingo, cuestionándonos algo muy simple: ¿por qué
no amar lo que Dios ama en mí?
CONTEMPLAMOS LA PALABRA
I LECTURA
Dios dice, tan temprano como en el Antiguo Testamento:
Escuchen, pueblo de la Alianza: El Señor Dios les ama. Amen a Dios con todo su
corazón.
Lectura del libro del
Deuteronomio 6, 1-6
Moisés habló al pueblo diciendo:
Éste es el mandamiento, y éstos son los preceptos y las leyes que el Señor, su
Dios, ordenó que les enseñara a practicar en el país del que van a tomar
posesión, a fin de que temas al Señor, tu Dios, observando constantemente todos
los preceptos y mandamientos que yo te prescribo, y así tengas una larga vida,
lo mismo que tu hijo y tu nieto. Por eso, escucha, Israel, y empéñate en
cumplirlos. Así gozarás de bienestar y llegarás a ser muy numeroso en la tierra
que mana leche y miel, como el Señor, tu Dios, te lo ha prometido. Escucha,
Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios,
con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Graba en tu
corazón estas palabras que yo te dicto hoy.
Palabra de Dios.
SALMO
Salmo 17, 2-4. 47. 51ab
R. Yo te amo,
Señor, mi fortaleza.
Yo te amo, Señor, mi fuerza, Señor,
mi Roca, mi fortaleza y mi libertador. R.
Mi Dios, el peñasco en que me
refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoqué al Señor, que es
digno de alabanza y quedé a salvo de mis enemigos. R.
¡Viva el Señor! ¡Bendita sea mi
Roca! ¡Glorificado sea el Dios de mi salvación! Él concede grandes victorias a
su rey y trata con fidelidad a su Ungido. R.
SEGUNDA LECTURA
Cristo es el definitivo mediador y sumo sacerdote, porque él
es el Hijo eterno de Dios y se sacrificó a sí mismo totalmente por nosotros.
Solamente él puede otorgarnos real comunión con Dios.
Lectura de la carta a los
Hebreos 7, 23-28
Hermanos: En la antigua Alianza los
sacerdotes tuvieron que ser muchos, porque la muerte les impedía permanecer;
pero Jesús, como permanece para siempre, posee un sacerdocio inmutable. De ahí
que él puede salvar en forma definitiva a los que se acercan a Dios por su
intermedio, ya que vive eternamente para interceder por ellos. Él es el Sumo
Sacerdote que necesitábamos: santo, inocente, sin mancha, separado de los
pecadores y elevado por encima del cielo. Él no tiene necesidad, como los otros
sumos sacerdotes, de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados, y
después por los del pueblo. Esto lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose
a sí mismo. La Ley, en efecto, establece como sumos sacerdotes a hombres
débiles; en cambio, la palabra del juramento -que es posterior a la Ley-
establece a un Hijo que llegó a ser perfecto para siempre.
Palabra de Dios.
EL EVANGELIO PARA EL DÍA DE
HOY
Escucha, pueblo de la nueva Alianza: Ama al Señor Dios con
todo lo que hay en ti; recuerda que el amor incluye a todos y cada uno.
Ì Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Marcos 12, 28b-34
Un escriba se acercó a Jesús y le
preguntó: "¿Cuál es el primero de los mandamientos?". Jesús
respondió: "El primero es: 'Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el
único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu
alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas'. El segundo es: 'Amarás a
tu prójimo como a ti mismo'. No hay otro mandamiento más grande que
éstos". El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir
que hay un solo Dios y no hay otro más que él, y que amarlo con todo el
corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo
como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los
sacrificios". Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le
dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a
hacerle más preguntas.
Palabra del Señor.
COMPARTIMOS LA PALABRA
¿Será posible el amor?
En esta época de crisis,
parece absurdo preguntarse por el sentido de amar y ser amado. Quizás, si
hiciéramos una encuesta sobre amar, estaría llena de ítems que matizarían las
respuestas, porque su concepto ha cambiado a lo largo de la historia y las
situaciones culturales y económicas. Sobre todo, por el egoísmo social y
personal con el que nos hemos conducido. Pero si una de las preguntas fuera:
¿en qué nivel de importancia situarías el amor en tu vida, como nivel de
preocupación? A no ser que nos llevemos una sorpresa, muchos no dirían la
verdad, otros matizarían lo complicado de la respuesta, y otros ni siquiera la
tendrían en cuenta por su nivel ausente de profundización en el tema.
Pero, estadísticamente hablando ¿se puede medir la capacidad de amar? ¿Se puede medir nuestra capacidad para recibir amor? ¿Se puede medir nuestro nivel de aprendizaje a la hora de amar? ¿Se puede cuantificar el amor? ¿Se puede medir nuestra capacidad de sanar las heridas del amor?
Pero, estadísticamente hablando ¿se puede medir la capacidad de amar? ¿Se puede medir nuestra capacidad para recibir amor? ¿Se puede medir nuestro nivel de aprendizaje a la hora de amar? ¿Se puede cuantificar el amor? ¿Se puede medir nuestra capacidad de sanar las heridas del amor?
Probablemente no, o
quizás salgan muchas hipótesis que respondan algo parecido a la piscología del
sentido común, pero difícilmente contrastable.
Sin embargo, es un hecho
que sufrimos por la ausencia del amor, y sufrimos por los problemas que surgen
a la hora de amar, e incluso sufrimos por nuestra idea equivocada o incoherente
sobre lo que es el amor. Es un hecho, también, que cuando comprobamos que, en
nuestro interior, nuestra relación de amor con nuestra pareja ya no resuena
tanto, ha podido envejecer, o ha llegado a una situación de costumbre,
decidimos romper con la relación; y cuando la pareja se ha roto, el amor que
pudo haber ahora muestra su cara más oculta: un amor vengativo, de odio, por lo
sufrido. ¿Adictos al amor? Más bien, ¿adictos al sufrir?
Quizá, con nuestras
capacidades de contemplar la historia, y sobre todo de justificarnos para
evadir la pregunta, intelectualmente, podríamos referirnos o refugiarnos en una
obra antigua, de un romano, Ovidio (año 43 a. de Cristo) que escribió una
trilogía formada por tres poemas didácticos de tema erótico: Arte de amar (Ars
Amandi o Ars Amatoria), Remedios de amor (Remedia Amoris)
y Cosméticos para el rostro femenino; con la finalidad de quedarnos en un
terreno intelectual, pero al mismo tiempo superficial, y la usemos como
actitud, a modo de un cosmético para nuestra respuesta defensiva.
También, es probable que
regrese a nuestra memoria la obra de Erich Fromm, sobre el arte de amar que
estudia la naturaleza del amor en sus diversas formas: amor de padre y de
madre, amor a uno mismo, amor erótico y amor a Dios. El autor postula que los
elementos necesarios para el desarrollo de un amor maduro son el cuidado, la
responsabilidad, el respeto y el conocimiento. En el capítulo tres Fromm
realiza un análisis del amor y su significado en la sociedad actual, en el cual
llega a la conclusión de que el modo capitalista de producción tiende a
enajenar al hombre y a imposibilitarlo -al menos socialmente- para amar.
Sin embargo, antes de
darnos demasiadas justificaciones, se haga necesario aplicar el principio de
simplicidad, o la Navaja de Ockham, que consiste en que: ante dos ideas una
simple y otra compleja, probablemente, la más cierta sea la simple. Aplicando
este principio hemos de cuestionarnos algo, que, a mi modo de ver, es
importante caer en la cuenta: ¿qué validez le damos hoy al amor en nuestra
vida, en nuestra fe, en nuestro entorno? ¿Queda algún ápice de capacidad en
nosotros para que vuelva el amor a ser habitable en: nuestra fe, nuestra
iglesia, nuestra sociedad, nuestras relaciones, nuestra personalidad?
Por ello, quiero
expresar que regresar a los orígenes del amor es más sencillo. Si lo miramos
con la fe, aquella que hemos de poner en nuestra capacidad de amar, quizás
venga a nuestra memoria el pasaje de este domingo de la primera lectura del
libro del Deuteronomio, o los textos de San Pablo sobre el amor, o los textos
de Juan en sus cartas, o las palabras de Jesús sobre el amar y sus apuntes que
intentan completar, perfeccionar, los mandamientos de la ley mosaica.
Lo cierto, es que hace
falta que volvamos a creer en el Amor, y en nuestra capacidad de amar y recibir
amor. Pero también, no sólo hay que recuperar la fe en el amor, sino creer en
un amor de fe, aquello que somos capaces de amar por la fe, aquel amor que
despierta la fe. Es importante, que no sólo necesitemos comprender el amor, por
su ausencia, sino que comprendamos también que necesitamos reeducarnos y volver
a un sentido nuevo y distinto de valor de amar, porque hemos equivocado la
idea, el pensamiento, la actitud, y la comprensión de la experiencia de lo que
es amar. Y por los sufrimientos, lo hemos relativizado tanto, que nos cuesta
reconocer nuestra fragilidad: nuestra necesidad de amar o nuestra necesidad de
ser amados.
Y podemos hacerlo, al
hilo de las lecturas de este domingo, cuestionándonos algo muy simple: ¿por qué
no amar lo que Dios ama en mí?
Corazón, alma y fuerzas
concentradas para amar a Dios.
El Libro del
Deuteronomio (6, 2-9), por boca de Moisés hablando al pueblo de Israel, nos
invita a una cosa muy simple “ESCUCHA ISRAEL”: “El Señor nuestro Dios es
solamente uno. Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma,
con todas tus fuerzas”. Palabras que quedarán grabas en la memoria de
generación en generación. Pero, para ello hemos de ponernos en su presencia,
conocerlo, profundizarlo, y personalmente, hacerlo en mi interior para calibrar
en qué medida esta verdad de fe de la antigua alianza, ha traspasado las
fronteras del tiempo y las generaciones, y he dejado impregnarme por ella, para
escucharla, contemplarla, y aceptarla; pero no como un deber, no como un
mandamiento, no como una obligación que me impongo o me imponen, sino como un
talante, como una actitud permanente y constante, algo que sea incapaz de
caducar en mi interior. Pero, ¿logramos amar si sólo nos quedamos en contemplar
este texto? Me temo que no, y el Evangelio nos ayudará a comprenderlo.
Permanece para siempre
La carta a los hebreos
(7, 23-28), pone la memoria en la sucesión de los sacerdotes por su carácter de
finitud, muchos murieron y la muerte les impedía permanecer en su cargo. Pero
Jesús, como Sumo Sacerdote y Sacrificio único, permanece para siempre, su
sacerdocio no pasa, no caduca, porque no es cronológico, no pertenece a este
tiempo, aunque actúe en este tiempo, y en todos los tiempos; por ello, puede
salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive
siempre para interceder por nosotros. Su sacrificio lo hizo una vez para
siempre, ofreciéndose a sí mismo, y lo hizo por una razón de amor. Y ese amor
permanece para siempre, es eterno. Era una condición de la nueva alianza
restablecida en Cristo Jesús, consagrar al Hijo, perfecto para siempre.
Poniendo al amor en el ámbito de lo sagrado. Y todo esto, lo hizo por amor al
Dios Padre, y por amor al pueblo congregado en torno a Dios. Sólo hace falta
elegir libremente una actitud indispensable para ello: acercarse a Cristo, para
que por medio de Él, se acerquen a Dios.
Amar al prójimo como a
ti mismo
Jesús, en el Evangelio
de Marcos (12, 28b-34), no sólo contesta a la pregunta de un letrado sobre ¿qué
mandamiento es el primero de todos? Y Jesús, con las palabras de Moisés,
actualizándolas: Amar a Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda
tu mente, con todo tu ser. No obstante, añade un segundo mandamiento en su
enseñanza: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. “No hay mandamientos mayor
que estos”. Jesús da por sentado que nos amamos a nosotros mismos, o que hemos
de amarnos como criaturas de Dios, asemeja el amor a uno mismo al amor de Dios.
Desde luego, nadie puede amar a otro ser, ni a Dios, si no es capaz de amar la
bondad proclamada por Dios en la creación cuando creó al ser humano, es decir,
si no es capaz de amarse a sí mismo. Sin embargo, esto, lejos de conducirnos al
egocentrismo, al narcisismo, al egoísmo o al desprecio que son formas de vivir
dependiendo de los frutos del desamor, del miedo, o la inseguridad; más bien,
nos ha de ayudar a llenarnos de una mutua estima, como respuesta al amor que
Dios puso en nosotros desde la creación. Ámate como Dios te ama. Luego, para
sanar las heridas, llena tu vida, tu ser de un sentido capaz de comprender y
expresar lo mutuo, la reciprocidad; y el amor recibido por Dios, hazlo
extensivo: ama a tu prójimo. Y aunque es puesto en un segundo momento, la
realidad más simple, es la más inmediata: mi propia persona, mi ser más
cercano, y mis seres más próximos. Y para curar las heridas no hay nada como
los gestos de amor.
Amar a Dios, amar al
prójimo, y amarse a sí mismo, vale más que cualquier sacrificio y holocausto
que podamos pensar u ofrecer, es la respuesta del letrado ante la enseñanza de
Jesús.
Si comprendemos esto,
Jesús también proclamará para este tiempo, no estás lejos del Reino de Dios.
ESTUDIO
BÍBLICO
Primera lectura:
Deuteronomio 6,2-6.
Marco: El
fragmento Dt 6,2-6 está integrado en la introducción al segundo discurso de
Moisés. Seis siglos después de la peregrinación por el desierto los
deuteronomistas hacen una valoración, iluminada por la predicación profética,
de la historia transcurrida. Estos teólogos oradores centran la atención en
algunos grandes elementos de la fe de Israel. El primero de ellos corresponde
al fragmento de hoy: sólo hay un Dios al que hay que reconocer, adorar y amar.
Reflexiones:
¡Así prolongarás tu
vida!
Escucha los mandamientos
y preceptos que te mando, y ponlos por obra para que te vaya bien y crezcas. La
experiencia histórica de Israel nos ha enseñado que el primer mandamiento de la
alianza estipulada entre Dios (soberano) y su pueblo (vasallo) había sido
quebrantado con frecuencia. La Historia de la salvación es una historia humana.
Israel llega a la Tierra Prometida, habitada por muchos pueblos con sus dioses,
con la promesa y la presencia de su Dios, que les sacó de la esclavitud de
Egipto. Este Dios de Israel se presenta y se revela como el único; un Dios
celoso que no admite rivales; un Dios de la vida que sale garante a favor de
Israel. Pero el Dios de Israel es espiritual, trascendente, que prohíbe toda
clase de representación visible. Esta característica dificultará en el pueblo
la aceptación fiel de la realidad invisible de su Dios. Será necesaria una
larga etapa en la que la pedagogía de Dios, su paciencia y misericordia
permitan al pueblo superar las dificultades. Por eso el encuentro de este pueblo,
con su fe monoteísta, con los pueblos asentados en Palestina supuso un peligro
permanente que no superaron fácilmente., La predicación profética insistió una
y otra vez en la denuncia de la idolatría. En la comprensión antigua, el dios
estaba muy ligado a la tierra del pueblo que lo adora. Esta dolorosa
experiencia de repetidas claudicaciones es la que subyace a este discurso de
los predicadores deuteronomistas convencidos de su fe monoteísta. No teorizan
sobre la unicidad de Dios. Es una urgencia para la subsistencia del pueblo
elegido. Es una cuestión de vida o muerte: si obedeces, Israel, vivirás.
Segunda lectura: Hebreos
7,23-28.
Marco: Este
fragmento está integrado en la parte consagrada a Jesús, Sacerdote semejante a
Melquisedec.
Reflexiones:
¡Jesús, Sacerdote que
permanece para siempre!
Jesús, como permanece
para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa. El autor de la Carta a los
Hebreos contrapone constantemente el sacerdocio de Cristo con el sacerdocio
antiguo y afirma que es sustancialmente superior porque se fundamenta en su
propia naturaleza que es eterna. Por la Encarnación, Jesús es el puente
definitivo entre Dios y los hombres; por su vida entre los hombres es modelo
ejemplar de comunión y servicio; por su Muerte y Resurrección hace que su
sacrificio sea único y para siempre; por su Exaltación a la derecha del Padre
permanece durante toda la eternidad. Por ello el sacerdocio de Cristo es
sustancialmente superior al de Aarón y sus descendientes. El discípulo de
Jesús, al experimentar esta realidad, es urgido a ser su testigo en su
experiencia cristiana, en su vida familiar, en su convivencia y en sus
relaciones sociales y laborales, en medio de los hombres, porque desde el
Bautismo participa de este carácter sacerdotal de Jesús además de su carácter
real y profético. Un creyente es, en medio del mundo, también puente entre Dios
y los hombres por su testimonio y su compromiso en servicio de todos y porque
puede santificar lo cotidiano y la naturaleza gracias a su carácter sacerdotal
recibido de Cristo.
Evangelio: Marcos
12,28-34.
Marco: El
conjunto de Mc 11,27-12,44 recoge una gran parte de lo que podríamos llamar el
ministerio de Jesús en Jerusalén después de la entrada triunfal y la expulsión
de los vendedores del templo. Y, más en concreto, el conjunto podría titularse:
controversias de Jesús con los dirigentes del judaísmo. Es sorprendente que en
esta corta etapa del ministerio plantearon a Jesús cuestiones sustanciales, de
carácter doctrinal y práctico, sobre la identidad de Jesús, sobre la autoridad
de Jesús, sobre la resurrección y el futuro del hombre, sobre su actitud frente
al tributo al César, sobre el mandamiento principal
Reflexiones:
1ª: ¡El mandamiento
principal: escuchar y amar a Dios sobre todas las cosas!
¿Qué mandamiento es el
primero de todos?: Escucha, Israel,... y amarán al Señor tu Dios con todo tu
corazón... Aunque pueda parecernos sorprendente, en tiempos de Jesús los
rabinos discutían vivamente sobre la gradación de los mandamientos. Y se
interrogan en sus escuelas realmente cuál era el mandamiento principal. Entre
sus respuestas hay para todos los gustos porque cualquiera de los mandamientos
podía ser considerado como el principal. A la pregunta, bien intencionada como
se puede apreciar por el contexto, de un letrado Jesús remite a la fuente
original. Cuando le plantearon el urgente y grave problema sobre el divorcio
también remitió a las fuentes, al proyecto original del Dios Creador. En este
caso remite a los orígenes de la alianza. En realidad, cita el texto del
Deuteronomio que acabamos de comentar. Pero Jesús añade algo nuevo que lo
distingue no en la letra sino en la realidad, a saber, la relación con él
mismo. Las palabras del Deuteronomio en sus labios (sea que corresponda al
Jesús histórico o lo haya visto así la Iglesia primitiva) orientan la reflexión
por otras vías. Tanto la persona misma de Jesús como su misión garantizan la
validez permanente de las palabras de la Escritura. Jesús remite al monoteísmo
con toda su autoridad. Jesús nos revela definitivamente el rostro de Dios, el
Padre que está en los cielos al enseñarnos: os ama a través de mi persona, de
mi revelación y de mi actuación. Escuchar a Dios es escuchar a Jesús; escuchar
a Jesús es escuchar a Dios. Pero esa escucha se realiza a través de la
Encarnación, es decir, Dios personalmente presente en medio de los hombres en
un hombre llamado Jesús. Y amar a Dios sobre todas las cosas, es hacerlo a
través de él y gracias a él. Es decir, el mandamiento veterotestamentario se ha
convertido, en labios de Jesús, en un mandamiento cristiano. Un mandamiento que
podrá realizarse sólo si el hombre se pone en marcha en el discipulado y
tratando de realizar ese mismo comportamiento en sus vidas.
2ª: ¡Amarás a tu prójimo
como a ti mismo!
El segundo es éste:
Amarás al prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que estos.
Esta es la gran novedad aportada por Jesús: promulgar el primer mandamiento único pero con dos partes integrantes e inseparables. Amar a Dios se expresa en el amor al prójimo porque el que ama a Aquel de quien hemos nacido amará consecuentemente al creado por Él que es el hombre. Esta simbiosis de los dos mandamientos es una de las grandes novedades aportadas por Jesús. San Juan afirmará en sus Cartas: nadie puede amar a Dios a quien no ve si no ama a su hermano al que ve (1Jn 4,20). Y todavía añade el mismo autor: y que vuestro amor no sea de boquilla y de palabra, sino verdadero y con gestos creíbles. Toda la revelación se concentra en estos dos mandamientos. No hay mandamiento mayor que estos. Y Jesús los proclama con su palabra que interpreta auténticamente la voluntad de Dios, su Padre y con sus gestos que reflejan y encarnan el amor invisible de Dios. El amor de Dios es eso: lo que Jesús hace con los hombres. Y estos hombres o mujeres son leprosos, pobres, cargados de debilidades, pecadores, necesitados y marginados. Ahí, en su vida, se refleja el amor de Dios. En adelante el amor de Dios es cristiano, es decir, contemplado en la figura de Jesús y a través de Él. En todo prójimo se esconde Jesús: Yo soy Jesús a quien tú persigues... Lo que hicisteis a cada uno de estos mis más pequeños hermanos a mi me lo hicisteis. Sólo desde esta realidad se entiende la enseñanza de Jesús. Nuestro mundo necesita urgentemente que la Iglesia se interrogue sinceramente sobre esta realidad. Es el signo que hace creíble la misión y tarea de la Iglesia en medio del mundo. Así de concreto, de profundo y de cristiano. Jesús quiso que fuéramos a Dios a través de cuantos a nuestro alrededor claman por una dignidad humana mayor, por una libertad personal sincera, por una solidaridad eficaz, por un signo creíble del rostro verdadero de Dios, por el cumplimiento profundo de su anhelo de felicidad.
Esta es la gran novedad aportada por Jesús: promulgar el primer mandamiento único pero con dos partes integrantes e inseparables. Amar a Dios se expresa en el amor al prójimo porque el que ama a Aquel de quien hemos nacido amará consecuentemente al creado por Él que es el hombre. Esta simbiosis de los dos mandamientos es una de las grandes novedades aportadas por Jesús. San Juan afirmará en sus Cartas: nadie puede amar a Dios a quien no ve si no ama a su hermano al que ve (1Jn 4,20). Y todavía añade el mismo autor: y que vuestro amor no sea de boquilla y de palabra, sino verdadero y con gestos creíbles. Toda la revelación se concentra en estos dos mandamientos. No hay mandamiento mayor que estos. Y Jesús los proclama con su palabra que interpreta auténticamente la voluntad de Dios, su Padre y con sus gestos que reflejan y encarnan el amor invisible de Dios. El amor de Dios es eso: lo que Jesús hace con los hombres. Y estos hombres o mujeres son leprosos, pobres, cargados de debilidades, pecadores, necesitados y marginados. Ahí, en su vida, se refleja el amor de Dios. En adelante el amor de Dios es cristiano, es decir, contemplado en la figura de Jesús y a través de Él. En todo prójimo se esconde Jesús: Yo soy Jesús a quien tú persigues... Lo que hicisteis a cada uno de estos mis más pequeños hermanos a mi me lo hicisteis. Sólo desde esta realidad se entiende la enseñanza de Jesús. Nuestro mundo necesita urgentemente que la Iglesia se interrogue sinceramente sobre esta realidad. Es el signo que hace creíble la misión y tarea de la Iglesia en medio del mundo. Así de concreto, de profundo y de cristiano. Jesús quiso que fuéramos a Dios a través de cuantos a nuestro alrededor claman por una dignidad humana mayor, por una libertad personal sincera, por una solidaridad eficaz, por un signo creíble del rostro verdadero de Dios, por el cumplimiento profundo de su anhelo de felicidad.
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