domingo, 25 de noviembre de 2012

SOLEMNIDAD DE CRISTO REY



TÚ LO DICES: YO SOY REY”

La solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo, cierra el año litúrgico. Un año más en el que se nos ha ofrecido la posibilidad de caminar tras los pasos de Jesús en su seguimiento. Y yendo con el Maestro, hallamos la oportunidad de aprender de Él, escuchar lo que dice, ver lo que hace y procurar comprender “su lógica”–que no pocas veces nos desborda-, como la “lógica” propia de Dios.

¿Es el final o el comienzo de una etapa? Quizás ambas cosas, porque habrá que volver siempre a Galilea para encontrarse con el Resucitado (cf. Mc. 16,7). Y así, el año litúrgico se transforma en una gran metáfora del camino vital de los creyentes hacia el encuentro con Aquel que, sin duda, es Rey, pero en su reino no se reproduce el modo de actuar de “los reyes” de este mundo.

Si cada Eucaristía es acción de gracias, hoy expresamos nuestra gratitud a Dios especialmente porque ha ungido con el óleo de la alegría a su Hijo unigénito, constituyéndolo Sacerdote eterno y Rey del universo. Él ha sido entronizado cuando, víctima inmaculada y pacífica, se ofreció en el altar de la cruz, realizando el misterio de la redención humana. De esta manera sometió a su poder la creación entera, para entregarle al Padre el reino eterno y universal, reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz (cf. Prefacio de la Misa).


CONTEMPLAMOS LA PALABRA

I LECTURA

El dominio de Dios no justifica la opresión ni el sometimiento de otros. Dios no quita la libertad ni la identidad de cada pueblo o cada persona. El dominio de Dios -y debemos aprenderlo cada día- se da en el servicio y la aceptación del otro como hermano.

Lectura de la profecía de Daniel 7, 13-14

Yo estaba mirando, en las visiones nocturnas, y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; Él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta él. Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido.
Palabra de Dios.

SALMO

Salmo 92, 1-2. 5

R. ¡Reina el Señor, revestido de majestad!

¡Reina el Señor, revestido de majestad! El Señor se ha revestido de majestad, se ha ceñido de poder. R.

El mundo está firmemente establecido: ¡no se moverá jamás! Tu trono está firme desde siempre, Tú existes desde la eternidad. R.

Tus testimonios, Señor, son dignos de fe, la santidad embellece tu Casa a lo largo de los tiempos. R.

SEGUNDA LECTURA

Jesús es rey, pero su poder real está paradójicamente en que dio su vida, murió por nosotros. Y lo ha hecho por amor. No es un rey que nos aplaste, sino al revés: nos da, nos salva, nos perdona y nos ama.

Lectura del libro del Apocalipsis 1, 5-8

Jesucristo es el "Testigo fiel, el Primero que resucitó de entre los muertos, el Rey de los reyes de la tierra". Él nos ama y nos liberó de nuestros pecados, por medio de su sangre, e hizo de nosotros un Reino sacerdotal para Dios, su Padre. ¡A él sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos! Amén. Él viene sobre las nubes y todos lo verán, aun aquéllos que lo habían traspasado. Por él se golpearán el pecho todas las razas de la tierra. Sí, así será. Amén. Yo soy el Alfa y la Omega, dice el Señor Dios, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso.
Palabra de Dios.

EVANGELIO

Justamente, las categorías de Jesús no son las nuestras. Lo que se revela como fracaso "como lo fue la muerte de Cristo", en verdad, puede esconder un triunfo. Solo es cuestión de saber esperar.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 33b-37

Pilato llamó a Jesús y le preguntó: "¿Eres tú el rey de los judíos?". Jesús le respondió: "¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?". Pilato replicó: "¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?". Jesús respondió: "Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí". Pilato le dijo: "¿Entonces tú eres rey?". Jesús respondió: "Tú lo dices: Yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz".
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

“Mi reino no es de este mundo”, responde Jesús a Pilato. Pero enseguida reafirma: “Tú lo dices: soy rey”. Pero su reino no es de este mundo. Entonces ¿De dónde es? Si Él es rey ¿En qué consiste su realeza?

El rey

En la escena de la entrada de Jesús a Jerusalén, el evangelio de Juan es el único de los cuatro que pone en labios de la gente la expresión “Rey de Israel” (Jn 12,13); Lucas 19,38 sólo emplea la expresión “Rey”, Mateo 21,9 lo identifica como el “Hijo de David” y Marcos 11,10 menciona al “reino que viene, el de nuestro padre David”. En sus mismas diferencias, los cuatro evangelios sugieren una misma interpretación del acontecimiento, a partir de una esperanza judía apoyada en la expectativa de un Mesías real de linaje davídico. Era, probablemente, la religiosidad popular de la época.

Sin embargo, es en la escena del proceso ante Pilato donde se afirma solemnemente la realeza de Jesús, especialmente en su primera comparecencia ante él (Jn 18,33-37). Luego de un diálogo cuyo punto de discusión es el título “rey de los judíos”, tanto Pilato como Jesús dan a entender que ese título es inadecuado para identificarlo (vv. 33-35). Luego, el mismo Jesús define la naturaleza de su realeza (tres veces emplea la expresión “mi reino”), sugiriendo un origen que no es terreno: “mi reino no es de este mundo” (v. 36). Se abre, a continuación, un nuevo interrogatorio sobre esa realeza de Jesús, ahora sin la referencia judía. Parece haberse encontrado la respuesta: Jesús es rey y su misión es dar testimonio de la verdad, reuniendo bajo su autoridad a todos los que son de la verdad (v. 37).

La inscripción trilingüe sobre la Cruz (Jn 19,19-20) afirma la realeza de aquel que no es de este mundo y al que los judíos no supieron reconocer como su propio rey. A pesar de su irónica pregunta “¿Qué es la verdad?” (Jn 18,38), Pilato termina sellando con su autoridad imperial la entronización del Mesías (Jn 19,22). Su trono: la Cruz. Con ello termina, precisamente, el proceso de entronización real que se había abierto con la primera pregunta de representante del emperador.

Rechazada por unos y reconocida por otro, la realeza de Jesús finalmente es atestiguada por el discípulo: “El que vio estas cosas da testimonio de ellas, y su testimonio es verdadero. Él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis” (Jn 19,35).

Su Reino

Los evangelios sinópticos nos ofrecen una amplia presentación de ese Reino que no se estructura como los reinos de este mundo. Ante todo, ese Reino es “de Dios”, es decir, responde a una iniciativa divina y está teniendo lugar en la persona y la actuación de Jesús de Nazaret; en Él la soberanía de Dios está haciéndose presente de una forma nueva y única en el mundo. Esto es, sin duda, una buena noticia (Mc 1,14-15): Dios se acerca a los seres humanos con una oferta de humanización y de vida para todos los que la quieran acoger. No hay duda: “Si por el Espíritu de Dios expulso yo a los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios” (Mt 12,28); a la pregunta acerca del momento de la llegada el Reino, les respondió: “el Reino de Dios está ya entre vosotros” (Lc 17,20).

El sentido profundo de los milagros realizados por Jesús será, justamente, indicar que la soberanía de Dios ya está abriéndose camino. La misericordia para con los pecadores, la restitución de la salud a los enfermos, la vuelta a la vida a los muertos, el devolver la dignidad a los excluidos y la libertad a los oprimidos, y el dar de comer a los hambrientos, son signos reales de la irrupción de ese reinado de Dios en la historia humana. “Y su Reino no acabará” (Dn 7,14), porque el Dios de Jesús nunca se arrepiente de sus promesas.

La Iglesia

La Iglesia, comunidad de los que seguimos a Jesús, “germen y principio de este Reino” (LG 5), está llamada a continuar su anuncio y a hacerlo presente de la manera que lo hizo su Maestro y Señor: mediante el servicio coherente y humilde, y desde aquel no-poder manifestado en la Cruz. En tiempos en los que se propone una “nueva evangelización”, ella no podría alejarse del anuncio entusiasta de una fe en el Dios que libera al ser humano de la “preocupación” excesiva por su propia vida, una esperanza firme en la plena realización de sus promesas, y un amor que está sustentado exclusivamente en el Amor de un Dios que “hace salir el sol sobre buenos y malos” (Mt 5,45). Y ello, cualquiera sea el contexto que nos toque vivir.

Toda otra comprensión del “Reino de Dios” y de Jesucristo “Rey del Universo”, toda tentación de asociarlo a los “reinos” de este mundo, distorsiona sobremanera el sentido de esta solemnidad y nos aleja del proyecto de Dios. La Iglesia adora a Jesucristo, Hijo de Dios y Rey eterno, llamado en el libro del Apocalipsis “Testigo digno de fe” (gr. ho mártys ho pistós): Él nos ama y nos ha liberado de nuestros pecados con su sangre (Ap 1,5). La Cruz ha sido y sigue siendo su trono.

ESTUDIO BÍBLICO

La verdad del Reinado de Dios

       La festividad de Cristo Rey cierra el año litúrgico y se pretende poner en el horizonte de nuestra historia a Aquél que ha hecho presente en este mundo el reinado de Dios, que no es un estado, sino una situación en la que los hombres deben aprender a vivir en solidaridad.

Iª Lectura: Daniel (7,13-14): El reino eterno no es de los hombres

I.1. La primera lectura de hoy, tomada del libro de Daniel, es una visión en la que el autor de este libro apocalíptico contempla a una figura, llamada Hijo de hombre, al que se le confía el destino del mundo. La visión es muy particular: por una parte se habla de “reino” y “poder”. Pero esto lo entrega a Dios a una figura misteriosa, como un Hijo de hombre. Su “reino no será destruido jamás”. No ha habido ni habrá sobre la tierra un imperio que permanezca eternamente, porque los imperios de la tierra no son humanos, aunque pretendan ser divinos. Tienen los pies de barro, de insolidaridad y de injusticia. El sueño, la visión no es otra cosa de lo que deseamos todos, pero ese reino tiene que venir de Dios (el Anciano en la visión), pues de lo contrario no será eterno.

I.2. Sabemos que la tradición cristiana, después de la resurrección, ha visto en esta figura humana a Jesucristo. Es un poder que en aquél tiempo estaba en manos de fieras, que representaban los imperios de este mundo. Ya sabemos que esos imperios han desaparecido, aunque han venido otros. Pero lo importante es saber que un día el poder estará en manos de Aquel, que hecho hombre, ha ganado para siempre un reino de justicia y de hermandad. No usará el poder para esclavizar como han hecho los poderosos de este mundo, sino para liberarnos y hacernos dignos hijos de Dios.

IIª Lectura: Apocalipsis (1,5-8): Jesucristo nos convoca al cielo

II.1. La segunda lectura, el Apocalipsis, se enmarca en la asamblea litúrgica, reunida en nombre del Señor, en la eucaristía, en el domingo, día de la resurrección, en que aparece Jesucristo, el testigo fiel. Este es un texto litúrgico lleno de matices cristológicos, en que se proclama la grandeza del que ha de ser alabado en un himno que encontramos en el v. 7 de la lectura de hoy. El vidente de Patmos, pues, va a escribir a las siete Iglesias de Asia, y las saluda en nombre de Jesucristo, quien con su propia sangre ha abierto un camino nuevo en este mundo en el que el mal parece “reinar” con una cierta soberanía. Pero Jesucristo, el “traspasado”, vive ya para siempre; es el alfa y la omega (las dos letras con las que comienza y termina el alfabeto griego), porque en Jesús ha comenzado una historia nueva y en El se consumará nuestra historia.

II.2. No deberíamos olvidar, a pesar de lo que se cree comúnmente, que las descripciones de Ap descubren algo que debe llegar en el futuro, sino que es algo que se cuenta como ya sucedido, aunque en clave de futuro. Se ha escrito para hablar de Jesucristo el “traspasado” y no de catástrofes; para hablar del triunfo de aquél que ha puesto el amor por encima del poder y la política de la época. Y otra cosa, es el mismo Jesús el que habla de sí mismo y de las cosas de Dios y del cielo. ¿Para qué? Para que sigamos teniendo esperanza en su vuelta, en el triunfo definitivo de Dios. ¿Con que garantías? Pues con la garantía de la “muerte y resurrección” de Jesús. En este libro se habla del cielo, no del infierno. Es el cielo el que se presenta al vidente y el vidente a sus lectores: los cristianos que sufren en este mundo y en esta historia. Estas con las claves de la lectura del Apocalipsis y de este hermoso texto de la liturgia de hoy. Todas las imágenes litúrgicas que se acumulan y los títulos cristológicos como rosario de cuentas de zafiro son para afirmar el triunfo de Dios y de Jesucristo sobre nuestra vida y nuestra muerte.

Evangelio: Juan (18,33-37): La verdad del reinado de Jesús

III.1. El evangelio de hoy forma parte del juicio ante el prefecto romano, Poncio Pilato, que nos ofrece el evangelio de Juan. Es verdad que desde esa clave histórica, el evangelio de Juan tiene casi los mismos personajes de la tradición sinóptica, entre otras cosas, porque arraigó fuerte la pasión de su Señor en el cristianismo primitivo. La resurrección que celebraban los primeros cristianos no se podía evocar sin contar y narrar por qué murió, cuándo murió y a manos de quién murió. La condena a muerte de Jesús fue pronunciada por el único que en Judea podía hacerlo: el prefecto de Roma como representante de la autoridad imperial. En esto no cabe hoy discusión alguna. Pero los hechos van mucho más allá de los datos de la tradición y el evangelio de Juan suele hurgar en cosas que están cargadas para los cristianos de verdadera trascendencia. El juicio de Jesús ante Pilato es para Juan de un efecto mayor que el interrogatorio en casa de Anás y Caifás. En ese interrogatorio a penas se dice nada de la “doctrina” de Jesús. El maestro remite a sus discípulos, pero sus discípulos, como hace Pedro, lo niegan. Y entonces el juicio da un vuelco de muchos grados para llevar a Jesús al “pretorio”, el lugar oficial del juicio, a donde los judíos no quisieron entrar, cuando ellos los llevaron allí con toda intención.

III.2. El juicio ante Pilato, de Juan, es histórico y no es histórico a la vez. Es histórico en lo esencial, como ya hemos dicho. Pero la “escuela joánica” quiere hacer un juicio que va más allá de lo anecdótico. El marco es dramático: los judíos no quieren entrar y sale Pilato, pregunta, les concede lo que no les podía conceder: “tomadle vosotros y juzgadle según vuestra ley”. Pero ellos no quieren manchar “su ley” con la sangre de un profeta maldito. Pilato tampoco, aparentemente, quiere manchar el “ius romanum” con la insignificancia de un profeta judío galileo que no había hecho nada contra el Imperio. El drama que está en juego es la verdad y la mentira. Ese drama en el que se debaten tantas cosas de nuestro mundo. Pero los autores del evangelio de Juan van consiguiendo lo que quieren con su teología. Todo apunta a que Jesús, siempre dentro del “pretorio”, es una marioneta. En realidad la marioneta es la mentira de los judíos y del representante de la ley romana. Es la mentira, como sucede muchas veces, de las leyes injustas e inhumanas.

III.3. Al final de toda esta escena, el verdadero juez y señor de la situación es Jesús. Los judíos, aunque no quisieron entrar en el “pretorio” para no contaminarse se tienen que ir con la culpabilidad de la mentira de su ley y de su religión sin corazón. Esa es la mentira de una religión que no lleva al verdadero Dios. Esto ha sido una constante en todo el evangelio joánico. Pilato entra y sale, no como dueño y señor, lo que debería ser o lo que fue históricamente (además de haber sido un prefecto venal y ambicioso). El “pobre” Jesús, el profeta, no tiene otra cosa que su verdad y su palabra de vida. El drama lo provoca la misma presencia de Jesús que, cuando cae bajo el imperio de la ley judía, no la pueden aplicar y cuando está bajo el “ius romanum” no lo puede juzgar porque no hay hechos objetivos, sino verdades existenciales para vivir y vivir de verdad. Es verdad que al final Pilato aplicará el “ius”, pero ciegamente, sin convicción, como muchas veces se ha hecho para condenar a muerte a los hombres. Esa es la mentira del mundo con la que solemos convivir en muchas circunstancias de la vida.

III.4. Jesús aparece como dueño y señor de una situación que se le escapa al juez romano. Es el juicio entre la luz y las tinieblas, entre la verdad de Dios y la mentira del mundo, entre la vida y la muerte. La acusación contra Jesús de que era rey, mesías, la aprovecha Juan teológicamente para un diálogo sobre el sentido de su reinado. Este no es como los reinos de este mundo, ni se asienta sobre la injusticia y la mentira, ni sobre el poder de este mundo. Allí, pues, donde está la verdad, la luz, la justicia, la paz, allí es donde reina Jesús. No se construye por la fuerza, ni se fundamenta políticamente. Es un reino que tiene que aparecer en el corazón de los hombres que es la forma de reconstruir esta historia. Es un reino que está fundamentado en la verdad, de tal manera que Jesús dedica su reinado a dar testimonio de esta verdad; la verdad que procede de Dios, del Padre. Sólo cuando los hombres no quieren escuchar la verdad se explica que Jesús sea juzgado como lo fue y sea condenado a la cruz. Esa es la verdad que en aquél momento no quiso escuchar Pilato, pues cuando le pregunta a Jesús qué es la verdad sale raudo de su presencia para poder justificar su condena posterior. Juan nos quiere decir que Jesús es condenado porque los poderosos no quieren escuchar la verdad de Dios.



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