“¿No sabían
que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?”
Somos familia de Dios. Dios ha
saltado todas las barreras para unirnos a El. No somos siervos sino hijos en el
Hijo y coherederos. Jesús ha nacido como uno de nosotros para que nadie
arrebate ni profane jamás la identidad y dignidad humana. En el Hijo de Dios la
filiación entraña fraternidad. Estamos emparentados en nuestro destino. Ese es
el horizonte de nuestras relaciones. Ya no estamos solos sino caminando hacia
el Padre, con Cristo y su Espíritu, miembros de Su cuerpo, parte de su familia
hacia el Reino. Quien lo olvida, olvida qué es ser verdaderamente humano.
Cuando muchos se empeñan en
hacernos creer que el hombre es lobo para el hombre, los cristianos decimos.
¡No!. Porque según aprendemos de Jesucristo, “el hombre es hermano para el
hombre”. Y si no lo es, puede llegar a serlo. La familia humana es don y tarea
para cada ser humano.
La fiesta de la Sagrada Familia nos
ayuda a ensanchar el valor de la familia. A extender la solidaridad propia del
vínculo familiar a cualquiera que sea nuestro prójimo. Podemos comenzar
cambiando el modo de mirar a quienes tenemos al lado, sea quien sea, venga de
donde venga. No mirarlo como rival o amenaza, sino como una persona amada por
Dios, por la que Cristo ha venido a dar su vida; una persona con una historia
-en ocasiones dolorosa- , un rostro donde ver el de Cristo. La Navidad se juega
en el modo de mirar y actuar desde la fraternidad cristiana que nos vincula con
todos al servicio de la dignidad y alegría de todos.
CONTEMPLAMOS
LA PALABRA
I LECTURA
Los
rituales y ceremonias tradicionales pueden ser una mímica vacía cuando se hacen
sin fe. O pueden ser, como en este caso, la expresión concreta y visible de una
profunda relación con Dios. Ana no solo lleva una ofrenda material -los
animales para sacrificar- Ana lleva ante Dios toda su vida, entrega de amor y
gratitud.
Lectura
del primer libro de Samuel 1, 20-22. 24-28
En aquellos días, Ana concibió, y a
su debido tiempo dio a luz un hijo, al que puso el nombre de Samuel, diciendo:
"Se lo he pedido al Señor". El marido, Elcaná, subió con toda su
familia para ofrecer al Señor el sacrificio anual y cumplir su voto. Pero Ana
no subió, porque dijo a su marido: "No iré hasta que el niño deje de
mamar. Entonces lo llevaré y él se presentará delante del Señor y se quedará
allí para siempre". Cuando el niño dejó de mamar, lo subió con ella,
llevando además un novillo de tres años, una mediada de harina y un odre de
vino, y lo condujo a la Casa del Señor en Silo. El niño era aún muy pequeño. Y
después de inmolar el novillo, se lo llevaron a Elí. Ella dijo: "Perdón,
señor mío, ¡por tu vida, señor!, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a
ti, para orar al Señor. Era este niño lo que yo suplicaba al Señor, y él me
concedió lo que le pedía. Ahora yo, a mi vez, se lo cedo a él: para toda su
vida queda cedido al Señor". Después se postraron delante del Señor.
Palabra
de Dios.
SALMO
Salmo
83, 2-3. 5-6. 9-10
R. ¡Señor, felices los que habitan
en tu Casa!
¡Qué amable es tu Morada, Señor del
Universo! Mi alma se consume de deseos por los atrios del Señor; mi corazón y
mi carne claman ansiosos por el Dios viviente. R.
¡Felices los que habitan en tu Casa
y te alaban sin cesar! ¡Felices los que encuentran su fuerza en ti, al
emprender la peregrinación! R.
Señor del universo, oye mi
plegaria, escucha, Dios de Jacob; protege, Dios, a nuestro Escudo y mira el
rostro de tu Ungido. R.
SEGUNDA
LECTURA
Somos
hijos e hijas de Dios. Somos su familia aquí, en la tierra. Nuestro vínculo con
Dios es sólido y permanente, es un lazo que él ha establecido para invitarnos a
compartir su intimidad y comunión.
Lectura
de la Primera carta de san Juan 3, 1-2. 21-24
Queridos hermanos: ¡Miren cómo nos
amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos
realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él.
Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha
manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él,
porque lo veremos tal cual es. Queridos míos, si nuestro corazón no nos hace
ningún reproche, podemos acercarnos a Dios con plena confianza, y él nos concederá
todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le
agrada. Su mandamiento es éste: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo,
y nos amemos los unos a los otros como él nos ordenó. El que cumple sus
mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que él
permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.
Palabra
de Dios.
EL
EVANGELIO PARA EL DÍA DE HOY
Como
todos los padres de la tierra, José y María tuvieron que aceptar que su hijo
comenzara un camino propio. Y como todos los adolescentes de la tierra, Jesús
no pudo independizarse totalmente de ellos hasta que no creció en sabiduría,
estatura y gracia. En este proceso, donde las relaciones van madurando en medio
de tensiones y de búsquedas, pedimos también hoy que el Espíritu Santo sane los
vínculos y ayude a crecer a todos los miembros de la familia en el camino que
los hará felices.
Ì
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 41-52
Los padres de Jesús iban todos los
años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años,
subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero
Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que
estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo
entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén
en busca de él. Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los
doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo
oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. Al verlo, sus
padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos
has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados". Jesús
les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de
los asuntos de mi Padre?". Ellos no entendieron lo que les decía. Él
regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba
estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en
gracia delante de Dios y de los hombres.
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
La eucaristía reúne en familia a
los discípulos. Familia orientada hacia Dios en los diferentes proyectos de
vida. Orientada por el altar que representa a Cristo y alrededor de su mesa,
memorial de la cruz y anticipo del banquete del Reino. Cada domingo celebramos
y visibilizamos que Dios nos ha emparentado consigo y entre nosotros. Es el
amor de Dios quien genera vínculos relacionales en la libertad y la fraternidad
¿cómo no recibirlo con alegría?
Desde que tuvo uso de razón, Jesús
se supo lleno de Espíritu, movido por una pasión, buscaba la sabiduría junto a
los doctores y maestros de la Ley. Desde pequeño buscaba realizar las “cosas
del Padre”, el amor de Su voluntad. Hombre de deseos, los integró todos al
servicio del Reino.
El corazón de su Madre ha guardado
y transmitido este recuerdo que hoy nos propone el evangelio. Ya desde niño su
identidad se abría paso a la sombra del Templo, la Casa de Dios y lugar de la
manifestación del Mesías que en la muerte y resurrección de Cristo quedará
superado para siempre. Es el cuerpo de Jesús, su carne y su persona, el lugar
de la plena manifestación de Dios en la historia humana.
Las palabras de Jesús en el
evangelio de hoy expresan su vocación y conciencia de filiación con el Eterno.
Su “deber” consiste en “estar en la Casa de su Padre”. Habitado Él mismo por el
Espíritu, con esas palabras resume todo su futuro trabajo, sufrimiento y
gloria.
La fiesta de la Sagrada Familia es
buena ocasión para reconocer la importancia de la familia en la sociedad. La
familia, sostenida por el pilar de los esposos, refleja a su manera la vida
comunitaria que existe en Dios (Uno y Trino), al crear al varón y la mujer. Desde
su origen, la comunidad cristiana se ha caracterizado por defender y proteger
el valor de la familia según el proyecto de Dios, entendida como una comunidad
de vida y amor. Ya en tiempos de las comunidades primitivas, los cristianos
afirmaban que la transmisión de la vida no sólo era un acto de reproducción de
la especie, sino un modo de colaborar con Dios en su historia de salvación.
Crear, transmitir y cuidar con dignidad la vida humana nos asemeja al Creador,
fuente de toda vida.
Las lecturas de hoy, si bien
reflejan la mentalidad de la época en las que fueron escritas, contienen
valores imperecederos. Hablan del valor de la paternidad y maternidad. Invitan
a honrar al padre y la madre; a dialogar y escucharse en la familia; a
reconocer el papel de cada miembro del hogar; a ejercer la solidaridad
intergeneracional. Pero por encima de todo, la Palabra de hoy insiste en que
sean el amor y el perdón los ceñidores de la unidad consumada. Sin amor o sin
perdón, sin escucha o diálogo, ¿qué familia puede superar las dificultades?
Celebrar las familias implica
colaborar con ellas para que continúen prestando su insustituible servicio a la
vida social, defender sus derechos y recordar sus responsabilidades. Pero
también es buena ocasión para que la comunidad cristiana recupere como parte de
su verdad e identidad, el horizonte de la fraternidad y sus implicaciones en el
campo de las relaciones.
La familia de Jesús no se redujo a
la familia de Nazaret, abarcaba a todos sus discípulos que sabiéndolo o no,
cumplían la Palabra de Dios. Cuando llegó el momento Jesús abandonó su hogar de
Nazaret para generar lazos familiares entre sus discípulos, comenzando así la
predicación e instauración del Reino. Jesús pretendió que esa nueva familia se
caracterizara por la fraternidad como criterio de actuación entre sus miembros.
En la actualidad, hay muchas
familias desestructuradas, mucha gente sola, muchos niños o ancianos
necesitados de un ambiente de seguridad, afecto y dignidad. La fidelidad a
Jesús reclama de nosotros estar atentos para recrear donde sea necesario
espacios y estilos que favorezcan el desarrollo humano y cristiano de todos
aquellos que no tuvieron suerte con sus familias de origen. Si cultivamos
vínculos de amistad y fraternidad, podemos generar relaciones fuertes capaces
de proteger la dignidad y alegría de muchas personas que de otro modo se
sentirían desamparadas.
Toda comunidad cristiana que se
precie debería estar alerta para facilitar la transmisión de la vida y de la fe
a las familias que la componen, especialmente a las más jóvenes. Pero también
debería cuidar a las personas que viven solas o desarraigadas para tejer con
ellas una fraternidad solidaria e incluyente. No sólo estamos juntos para
celebrar la fe sino también debemos permanecer unidos para honrar la vida en
todas sus etapas. Porque en la comunidad cristiana como en cualquier familia de
verdad, importa que todos cuiden de todos.
ESTUDIO
BÍBLICO
¿No
sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?
La tradición litúrgica reserva este
primer domingo después de Navidad a la Sagrada Familia de Nazaret. El tiempo de
Nazaret es un tiempo de silencio, oculto, que deja en lo recóndito de esa
ciudad de Galilea, desconocida hasta que ese nombre aparece por primera vez en
el relato de la Anunciación de Lucas y en el evangelio de hoy, una carga muy
peculiar de intimidades profundas. Es ahí donde Jesús se hace hombre también,
donde su personalidad psicológica se cincela en las tradiciones de su pueblo, y
donde madura un proyecto que un día debe llevar a cabo. Sabemos que
históricamente quedan muchas cosas por explicar; es un secreto que guarda
Nazaret como los vigilantes (Nazaret viene del verbo nasar, que significa
vigilar o florecer; el nombre de Nazaret sería flor o vigilante). En todo caso,
Nazaret, hoy y siempre, es una sorpresa, porque es una llamada eterna a
escuchar la voz de Dios y a responder como lo hizo María.
Iª
Lectura: Eclesiástico (3,3-7;14-17): El misterio creador de ser padres
La primera lectura de este domingo
está tomada del Ben Sirá o Eclesiástico.
Tener un padre y una madre es como un tesoro, decía la sabiduría antigua,
porque sin padre y sin madre no se puede ser persona. Por eso Dios, a pesar de
que lo confesamos como Omnipotente y Poderoso, no se encarnó, no se acercó a
nosotros sin ser hijo de una madre. Y
también aprendió a tener un padre. La familia está formada por unos padres y
unos hijos y nadie está en el mundo sin ese proceso que no puede reducirse a lo
biológico. No tenemos otra manera de venir al mundo, de crecer, de madurar y
ello forma parte del misterio de la creación de Dios. Por eso el misterio de
ser padres no puede quedar reducido solamente a lo biológico. Eso es lo más
fácil, y a veces irracional, del mundo. Ser padres, porque se tienen hijos, es
un misterio de vida que los creyentes sabemos que está en las manos de Dios.
Como el relato de Lucas estará
centrado en la respuesta de Jesús a “las cosas de mi Padre”, se ha tenido en
cuenta el elogio del padre humano de Jesús, que no es otro que José, tal como
se le conocía perfectamente en Nazaret. Aunque Jesús, o Lucas más bien, ha
querido decir que el “Padre” de Jesús es otro, no se quiere pasar por alto el
papel del “padre humano” que tuvo Jesús en Nazaret. Incluso la arqueología nos
muestra esa casa de José dónde se llevó a María; donde Jesús vivió con ellos
hasta que, contando como con unos treinta años, abandonó su hogar para
dedicarse a la predicación del Reino de Dios; donde posteriormente se reúne una
comunidad judeo-cristiana para vivir sus experiencia religiosas.
IIª
Lectura: Colosenses (3,12-21): Los valores de una familia cristiana
La lectura de este domingo es de
Colosenses y está identificada en gran parte como un “código ético y
doméstico”, porque nos habla del comportamiento de los cristianos entre sí, en
la comunidad. Lo que se pide para la comunidad cristiana -misericordia, bondad,
humildad, mansedumbre, paciencia-, para los que forman el “Cuerpo de Cristo”,
son valores que, sin mayor trascendencia, deben ser la constante de los que han
sido llamados a ser cristianos. Son valores de una ética que tampoco se pueda
decir que se quede en lo humano. No es eso lo que se puede pedir a nivel
social. Aquí hay algo más que los cristianos deben saber aportar desde esa
vocación radical de su vida. La misericordia no es propio de la ética humana,
sino religiosa. Es posible que en algunas escuelas filosóficas se hayan pedido
cosas como estas, pero el autor de Colosenses está hablando a cristianos y
trata de modificar o radicalizar lo que los cristianos deben vivir entre sí; de
ello se deben “revestir”.
El segundo momento es, propiamente
hablando, el “código doméstico” que hoy nos resulta estrecho de miras, ya que
las mujeres no pueden estar “sometidas” a sus maridos. Sus imágenes son propias
de una época que actualmente se quedan muy cortas y no siempre son
significativas. Todos somos iguales ante el Señor y ante todo el mundo, de esto
no puede caber la menor duda. El código familiar cristiano no puede estar
contra la liberación o emancipación de la mujer o de los hijos. Por ser
cristianos, no podemos construir una
ética familiar que esté en contra de la dignidad humana. Pero es verdad que el
código familiar cristiano debe tener un perfil que asuma los valores que se han
pedido para “revestirse” y construir el
“cuerpo de Cristo”, la Iglesia. Por tanto, la misericordia, la bondad,
la humildad, la mansedumbre y la paciencia, que son necesarias para toda
familia, lo deben ser más para una familia que se sienta cristiana. Si los
hijos deben obedecer a sus padres, tampoco es por razones irracionales, sino
porque sin unos padres que amen y protejan, la vida sería muy dura para ellos.
Evangelio:
Lucas (2,41-52): "Las cosas de mi Padre"
III.1. Esta escena del evangelio,
“el niño perdido”, ha dado mucho que hablar en la interpretación exegética.
Para los que hacen una lectura piadosa, como se puede hacer hoy, sería
solamente el ejemplo de cómo Jesús es “obediente”. Pero la verdad es que sería
una lectura poco audaz y significativa. El relato tiene mucho que enseñar,
muchas miga, como diría algún castizo. Es la última escena de evangelio de la
Infancia de Lucas y no puede ser simplemente un añadido “piadoso” como alguno
se imagina. Desde el punto de vista narrativo, la escena de mucho que pensar.
Lo primero que debemos decir que es hasta ahora Jesús no ha podido hablar en
estos capítulos (Lc 1-2). Siempre han hablado por él o de él. Es la primera
palabra que Jesús va a pronunciar en el evangelio de Lucas.
III.2. El marco de referencia: la
Pascua, en Jerusalén, como la escena anterior del texto lucano, la purificación
(Lc 2,22-40), dan mucho que pensar. Por eso no podemos aceptar la tesis de
algunos autores de prestigio que se han aventurado a considerar la escena como
un añadido posterior. Reducirla simplemente a una escena anecdótica para
mostrar la “obediencia” de Jesús a sus padres, sería desvalorizar su contenido
dinámico. Es verdad que estamos ante una escena familiar, y en ese sentido
viene bien en la liturgia de hoy. El que se apunte a la edad de los doce años,
en realidad según el texto podríamos interpretarlo “después de los doce”, es
decir, los treces años, que es el momento en que los niños reciben su Bar
Mitzvá (que significa=hijo del mandamiento) y se les considera ya capaces de
cumplirlos. A partir de su Bar Mitzvá es ya adulto y responsable de sus actos y
de cumplir con los preceptos (las mitzvot). No todos consideran que este
simbolismo esté en el trasfondo de la narración, pero sí considero que se debe
tener en cuenta. De ahí que se nos muestre discutiendo con los “los maestros”
en el Templo, al “tercer día”. Sus padres –habla su madre-, estaban buscándolo
angustiados (odynômenoi). En todo caso, las referencias a los acontecimientos
de la resurrección no deben dejar ninguna duda. Este relato, en principio, debe
más a su simbología de la pascua que a la anécdota histórica de la infancia de
Jesús. Por eso mismo, la narración es toda una prefiguración de la vida de
Jesús que termina, tras pasar por la muerte, en la resurrección. Esa sería una
exégesis ajustada del pasaje, sin que por ello se cierren las posibilidades de
otras lecturas originales. Si toda la infancia, mejor, Lc 1-2, viene a ser una
introducción teológica a su evangelio, esta escena es el culmen de todo ello.
III.3. Las palabras de Jesús a su
madre se han convertido en la clave del relato: “¿no sabíais que debo ocuparme
de las cosas de mi Padre?”. Yo no estaría por la traducción “¿no sabíais que
debo estar en la casa de mi padre?”, como han hecho muchos. El sentido
cristológico del relato apoya la primera traducción. Jesús está entre los
doctores porque debe discutir con ellos las cosas que se refieren a los
preceptos que ellos interpretan y que sin duda son los que, al final, le
llevarán a la muerte y de la muerte a la resurrección. Es verdad que con ello
el texto quiere decir que es el Hijo de Dios,
de una forma sesgada y enigmática, pero así es. Como hemos insinuado
antes, es la primera vez que Lucas hace hablar al “niño” y lo hace para revelar
qué hace y quién es. Por eso debemos
concluir que ni se ha perdido, ni se ha escapado de casa, sino que se ha
entregado a una causa que ni siquiera “sus padres” pueden comprender
totalmente. Y no se diga que María lo sabía todo (por el relato de la
anunciación), ya que el mismo relato nos dirá al final que María: “guardaba
todas estas cosas en su corazón” (2,51). Porque María en Lc 1-2, no es
solamente María de Nazaret la muchacha de fe incondicional en Dios, sino que
también representa a una comunidad que confía en Dios y debe seguir los pasos
de Jesús.
III.4. Y como la narración de Lc
2,41-52 da mucho de sí, no podemos menos de sacar otras enseñanzas posibles. Si
hoy se ha escogido para la fiesta de la Sagrada Familia, deberíamos tener muy
en cuenta que la alta cristología que aquí se respira invita, sin embargo, a
considerar que el Hijo de Dios se ha revelado y se ha hecho “persona” humana en
el seno de una familia, viviendo las
relaciones afectivas de unos padres, causando angustia, no solamente alegría,
por su manera de ser y de vivir en momentos determinados. Es la humanización de
lo divino lo que se respira en este relato, como en el del nacimiento. El Hijo
de Dios no hubiera sido nada para la humanidad si no hubiera nacido y crecido
en familia, por muy Hijo de Dios que sea confesado (cosa que solamente sucede a
partir de la resurrección). Aunque se deja claro todo con “las cosas de mi
Padre”, esto no sucedió sin que haya pasado por nacer, vivir en una casa,
respetar y venerar a sus padres y decidir un día romper con ellos para
dedicarse a lo que Dios, el Padre, le pedía: anunciar y hacer presente el
reinado de Dios. Es esto lo que se preanuncia en esta narración, antes de
comenzar su vida pública, en que fue necesario salir de Nazaret, dejar su casa
y su trabajo… Así es como se ocupaba de las cosas del Padre.