“Alégrense
siempre en el Señor”
Introducción
Juan y Jesús aparecen en la vida
pública en una época de crisis en Palestina: la mayor parte de la población
vivía en una gran pobreza, mientras que sólo unos pocos disfrutaban de abundantes
riquezas; esa misma población estaba sometida a la dura colonización del
imperio romano, a sus impuestos y arbitrariedades; además, los sacerdotes del
templo de Jerusalén habían perdido toda su credibilidad entre la gente, porque
no era el servicio a Yahvé lo que les movía, sino la usura y los privilegios
propios. En palabras del profeta Juan, aquella sociedad necesitaba un vuelco
radical, una conversión y un arrepentimiento. Esa visión radical sobre la
situación de maldad de Israel no sólo la compartió Jesús en sus inicios, sino
que permaneció también a lo largo de toda su misión posterior.
También hoy nuestra sociedad de la
abundancia necesita un cambio radical, una conversión y un arrepentimiento de
los que la formamos, porque somos pocos los que la disfrutamos y muchísimos
–cada día más– los que padecen la exclusión, el hambre, la enfermedad, el
analfabetismo, el paro, el desalojo de sus viviendas y otras dolorosas
miserias. Los cristianos estamos llamados a ser colaboradores del Jesús que está
presente y es el profeta de la salvación. ¿Cómo? Llevando la ayuda allá donde
la gente esté padeciendo cualquier tipo de esclavitud, de carencia o de
sufrimiento.
CONTEMPLAMOS
LA PALABRA
PRIMERA LECTURA
Se
alegra el pueblo, se alegra Dios, todo es fiesta porque el dolor ha terminado.
Así esperamos la Navidad, como esperamos el final de los dolores del mundo. Y
así festejaremos un día, todos los hijos de Dios.
Lectura de la profecía de Sofonías 3,
14-18
¡Grita de alegría, hija de Sión!
¡Aclama, Israel! ¡Alégrate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén! El
Señor ha retirado las sentencias que pesaban sobre ti y ha expulsado a tus
enemigos. El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti: ya no temerás ningún
mal. Aquel día, se dirá a Jerusalén: ¡No temas, Sión, que no desfallezcan tus
manos! ¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero victorioso! Él
exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza por ti gritos
de alegría, como en los días de fiesta.
Palabra
de Dios.
SALMO
Salmo Isaías 12, 2-6
R. ¡Aclamemos al Señor con alegría!
Éste es el Dios de mi salvación: yo
tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; él fue
mi salvación. R.
Ustedes sacarán agua con alegría de
las fuentes de la salvación. Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, anuncien
entre los pueblos sus proezas, proclamen qué sublime es su Nombre. R.
Canten al Señor porque ha hecho
algo grandioso: ¡Que sea conocido en toda la tierra! ¡Aclama y grita de
alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel!
R.
SEGUNDA LECTURA
Pablo
se une a esta espera alegre. No es una alegría evasiva, individual o frívola.
Es la alegría de tener a Dios y de que Dios se acerque a nosotros. No hay
alegría más profunda y más sincera que la que nos provoca la misma presencia de
Dios.
Lectura de la carta del apóstol san
Pablo a los cristianos de Filipos 4, 4-7
Hermanos: Alégrense siempre en el
Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. Que la bondad de ustedes sea conocida por
todos los hombres. El Señor está cerca. No se angustien por nada y, en
cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de
acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de
Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los
corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Juan
presentaba un camino de conversión. Y su bautismo exigía un cambio de vida, tan
concreto como definitivo. Observemos que la conversión lleva a dejar un estilo
de vida por el que se aprovecha de los demás, o por el que se desentiende de
los otros, para pasar a vivir en la justicia, en la caridad.
Ì Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 3, 2-3. 10-18
Dios dirigió su palabra a Juan
Bautista, el hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Éste comenzó a
recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión
para el perdón de los pecados. La gente le preguntaba: "¿Qué debemos hacer
entonces?". Él les respondía: "El que tenga dos túnicas, dé una al
que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto". Algunos
publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: "Maestro,
¿qué debemos hacer?". Él les respondió: "No exijan más de lo
estipulado". A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros,
¿qué debemos hacer?". Juan les respondió: "No extorsionen a nadie, no
hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo". Como el pueblo estaba
a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la
palabra y les dijo a todos: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que
es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus
sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su
mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero
consumirá la paja en el fuego inextinguible". Y por medio de muchas otras
exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
El pueblo llano padecía un sistema
sociopolítico colonizador y por eso buscan la liberación. Los judíos sencillos
que acudían a ser bautizados por Juan y a transformar totalmente su vida vivían
en un país reducido a la miseria a causa de la discriminación social que
sufrían por parte de los judíos ricos, de la dominación cultural y de la
opresión imperialista de los romanos. Ante esta situación, Juan y esta gente
sencilla esperaban como liberación una intervención divina a gran escala, una auténtica
conmoción universal.
Jesús no solo cambió la forma de Juan de
entender el reino de Dios, sino también al Dios de ese reino. Para Juan, el
Reino de Dios estaba por venir y era inminente su llegada. Para Jesús, en
cambio, el Reino de Dios es ya una realidad presente: está entre nosotros.
Además, para Juan el Dios de Israel es un Dios justiciero y vengador, que
pronto habría de realizar una gran limpieza entre los hombres. Dios es
presentado primero como un leñador provisto de su hacha que separa los árboles
buenos de los malos, y luego como un trillador que separa el grano de la paja.
Juan no es portador de un «evangelio» o de un mensaje gozoso de salvación: es
un profeta de desgracias, que amenaza con el juicio inminente de Dios a quien
no cambie de rumbo en la vida. El núcleo del mensaje de Jesús, por el
contrario, es un euangelion, es decir, una buena noticia de Dios: «el reino de
Dios está aquí». Y esto significa para Jesús, que están presentes la absoluta
voluntad salvífica de Dios, su compasiva misericordia y su generosa bondad y,
por tanto, la oposición a todas las formas de mal, de miedo y de sufrimiento.
¿Intervención solo de Dios o
también colaboración humana en la transformación del mundo? Para Juan, Dios es
el que tiene todo el protagonismo en esta limpieza del mundo. En cuanto a
Jesús, los primeros destinatarios de su mensaje debieron de quedar perplejos
ante la proclamación de la presencia ya actual del reino. Porque ¿dónde estaba
el mundo transfigurado por Dios? ¿Había cambiado algo en un mundo de pobres
campesinos, de injusticia local y de opresión imperialista? Pero para Jesús, el
reino de Dios está aquí, pero solo en la medida en que lo aceptemos, entremos
en él, lo vivamos y, de ese modo, lo establezcamos los seres humanos. No
podemos seguir esperando a que Dios intervenga, porque, al contrario, es Él
quien espera nuestra colaboración e intervención. Curar a los enfermos, comer
con los pobres y las viudas es participar en que el Reino de Dios se haga
presente. El reino de Dios no comienza, no puede continuar y no concluirá sin
nuestra participación, potenciada –eso sí– por Dios, y sin nuestra
colaboración, también impulsada por él.
El pacifismo de Juan y de Jesús.
¿Cómo debe responder un pueblo oprimido ante la tremenda seducción de la nueva
cultura romana, la aplastante superioridad militar, la brutal explotación
económica que sufría, y la inapelable discriminación social por parte del
opresor romano y de sus colaboradores judíos? Ni Juan ni Jesús están por la
rebelión armada, aunque hay en sus respectivas visiones imágenes acerca del
futuro juicio que son muy agresivas: la del hacha puesta en la raíz de los
árboles está tomada de las guerras orientales de exterminio, ¡en las que se
llegaba incluso a destruir los árboles frutales para que no fueran fuente
permanente de alimento! (Lc 3, 9). También la gran parábola del juicio
universal, que durante siglos fue el modelo de la actuación cristiana, termina
con la separación entre justos e injustos; estos últimos son condenados a un
castigo eterno (Mt 25,46). La carga de violencia es tan intensa en estas
imágenes, que se llega a «llorar y a rechinar de dientes» –y tal es
precisamente la intención de estas imágenes (Mt 8,12; 13,42, y passim)–. Con
ellas el movimiento de Jesús quería incitar a los hombres a que cambiaran su vida.
Estimulaba fantasías agresivas y ¡quería incitar a la vez a una acción no
agresiva! Pero, por otra parte, Jesús presentó la no violencia de Dios como la
razón de su propia negativa a recurrir a la violencia. «… vuestro Padre
celestial, que hace salir su sol sobre los malvados y los buenos, y manda su
lluvia sobre los justos y los injustos...». Juan y Jesús participaron en una
resistencia pública, pero no violenta, frente a la ley y el orden de Roma. Por
eso fueron matados. Los seguidores de Juan y de Jesús no «lucharon», no usaron
la violencia ni siquiera para intentar liberar a sus líderes.
La actividad de Juan –y también la
de Jesús– tenía mucho de provocación. No es la espiritualidad del templo de
Jerusalén, sino la espiri¬tualidad del desierto la que domina en la actividad
de Juan. El rito del bautismo de Juan quitaba los pecados tan radicalmente como
los borraba la intervención de los sacerdotes del Templo de Jerusalén. Se
trataba a todas luces de una alternativa deliberada al sistema oficial de purificación,
del culto oficial. Convendría que nuestros dirigentes religiosos tuvieran en
cuenta y no olvidaran este euangelion. Es más, en las recomendaciones que da
Juan a los que acuden a él, no hay nada de actos de culto y sí conductas
morales.
Para Juan, la esperanza del futuro
está unida al compromiso ético: ¿qué tenemos que hacer? Entre los que preguntan
a Juan hay tres grupos. El primero lo forma la gente corriente. La respuesta
para ellos es: repartid. Los otros dos grupos –publicanos y soldados– son
pilares importantísimos del dominio romano: unos cobrando elevados impuestos
para los romanos, los otros aplicando la fuerza para someter a los judíos. ¿Qué
tienen que hacer estos “colaboracionistas”? Juan no está por invitarles a que
dejen de ser servidores de los romanos y que se pasen a la resistencia judía.
Simplemente, les pide que moderen sus acciones: que no extorsionen ni cobren
abusivos impuestos. Juan, lo mismo que Jesús, es pacifista.
Estad siempre alegres. La alegría
brota de la esperanza, de que algo deseado llegará. Pablo esperaba la segunda
venida de Jesús antes de que él muriera. Por eso invitaba a la alegría. Pablo
se equivocó, porque esta segunda venida no se produjo. Pero de lo que sí
estamos seguros los cristianos de hoy es de que Jesús viene a diario en los
pobres, necesitados y desvalidos. Ahí lo encontraremos. Jesús y ellos nos
comprometen en su salvación. Si realmente creemos a Jesús, ayudar a estas
personas sí que traerá una gran alegría a nuestras vidas.
ESTUDIO
BÍBLICO
El Señor está cerca. El Domingo de
la Alegría
La liturgia del Tercer Domingo de
Adviento está sembrada de llamadas a la alegría. Por eso, en la tradición
litúrgica de la Iglesia se ha conocido éste como el Domingo de
"Gaudete!", según el mensaje de la carta a los Filipenses (4,4-5) que
introduce la celebración y, asimismo, es el texto de la segunda lectura del
día, diciéndonos que el Señor esta cerca. Ya no solamente se nos invita a
prepararnos a la Navidad mediante un cambio de vida y de mentalidad; sino que se
nos invita a prepararnos con “alegría” porque el Salvador está cerca. La
liturgia es expresiva.
Este domingo Tercero de Adviento
nos envuelve en el proceso de las condiciones de la verdadera alegría. El
Adviento tiene mucha razón al proclamar este mensaje que es más necesario que
nunca. Bajemos de todos los pedestales y de todas las petulancias para
reconocer el valor de nuestros límites. En el fondo, es una cosa bien concreta:
dejemos de vivir por encima de nuestras posibilidades, porque así no es posible
la verdadera alegría.
Iª Lectura: Sofonías (3,14-18): No
tengas miedo a la paz ¡Jerusalén!
I.1. En la primera lectura del
profeta Sofonías, la llamada es tan ardiente y tan profética como en Pablo a su
comunidad. Es una llamada a Jerusalén, la ciudad de la paz, la hija de Sión,
porque si quiere ser verdaderamente ciudad de Dios y de paz, tiene que
caracterizarse frente a las otras ciudades del mundo como ciudad de alegría.
¿Quién rompe hoy el corazón de Jerusalén? ¿La religión, el fanatismo, el fundamentalismo?
Ya en su tiempo, el del rey reformador Josías (640-609 a. C.), el profeta debe
hablar contra los que en tiempo de Manasés y Amón habían pervertido al “pueblo
humilde”. El profeta no solamente es el defensor, la voz de Dios, sino del
pueblo sin rostro y que no puede cambiar el rumbo que los poderosos imponen,
como ahora. Fue un tiempo prolongado de luchas, de sometimientos religiosos a
ídolos extraños y a los señores sin corazón. El profeta reivindica una Sión
nueva donde se pueda estar con Dios y no avergonzarse. Y lo que suceda en
Jerusalén puede ser en beneficio de todos: ¡como ahora!
I.2. ¡Qué lejos está ahora la
ciudad de esa realidad teológica! Hoy sería necesario que judíos, musulmanes y
cristianos dejaran clamar al profeta para escuchar su mensaje de paz. Es verdad
que el profeta ofrecía la única alternativa posible, ya entonces, y que es
decisiva ahora: sólo el Dios de unos y otros, que es el mismo, es quien puede
hacer posible que las tres religiones monoteístas alaben a un mismo Señor: el
que nos ofrece el don de la alegría en la fraternidad y en la esperanza. Porque
solamente podrá subsistir una ciudad, todos sus habitantes, si se dejan renovar
por el amor de su Dios, como pide el profeta a los israelitas de su tiempo. ¿Es
esto realizable? Pues hay que proponer que una religión que no proporciona
alegría, no es una verdadera religión. Más aún: una religión que no proponga la
paz, con todas sus renuncias, no es verdadera religión. ¡Jerusalén, no tengas
miedo a la paz!
IIª Lectura: Filipenses (4,4-5): La
terapia teológica de la alegría
II.1. El texto de la carta viene a
ser como una conclusión, casi proverbial en la tradición y religiosidad
cristiana: Así traduce la Vulgata: gaudete in Domino semper el “chairete en
Kyríô pántote” (alegraos siempre en el Señor). Incluso no sabemos si estos
versos están en su sitio, porque parece ser que Pablo escribe en distintos
momentos algunas notas a la comunidad de Filipos. Sea como fuere desde el punto
de vista literario, lo que el apóstol pide a su querida comunidad, sigue siendo
decisivo para nosotros los cristianos de hoy. Dos veces repite el “gaudete”
¿qué más se puede pedir? Pero es verdad que hay alegrías y alegría. Pablo dice
“en el Señor” y esto no debe ser simplemente estético o psicológico. Bien es
verdad que la terapia humana de la alegría es muy beneficiosa. Pues con más
razón la terapia religiosa de que el Señor nos quiere alegres. Es una terapia
teológica muy necesaria.
II.2. No podemos olvidar que ésta
debe ser la actitud cristiana, la alegría que se experimenta desde la
esperanza, de tal manera que de esa forma nunca se teme al Señor, sino que nos
llenamos de alegría, como recomienda San Pablo a su querida comunidad de
Filipos. Nuestro encuentro definitivo con el Señor, cuando sea, debe tener como
identidad esa alegría. Ya sabemos que la alegría es un signo de la paz
verdadera, de un estado de serenidad, de sosiego, de confianza. De ahí que
nuestro encuentro con el Señor no puede estar enmarcado en elementos
apocalípticos, sino en la serenidad y la confianza de la alegría de
encontrarnos con Aquél que nos llama a ser lo que no éramos y a vivir una
felicidad que procede de su proyecto liberador. Es decir, encontrarse con el
Señor del Adviento debe ser una liberación en todos los órdenes. Por tanto, el
hombre, y más el hombre de hoy, debe tomarse en serio la alegría, como se toma
en serio a sí mismo. El hombre sin alegría no es humano; y la persona que no es
humana, no es persona.
Evangelio. Lucas (3,10-18): La
alegría del compartir
III.1. El evangelio es la
continuación del mensaje personal del Bautista que ha recogido la tradición
sinóptica y se plasma con matices diferentes entre Mateo y Lucas. Nuestro
evangelio de hoy prescinde de la parte más determinante del mensaje del
Bautista histórico (3,7-9), en coincidencia con Mateo, y se centra en el
mensaje más humano de lo que hay que hacer. Con toda razón, el texto de los vv.
10-18 no aparece en la fuente Q de la que se han podido servir Mateo y Lucas.
Se considera tradición particular de Lucas con la que enriquece constantemente
su evangelio. No quiere decir que Lucas se lo haya inventado todo, pero en gran
parte responde, como en este caso, a su visión particular del Jesús de Nazaret
y de su cristología.
III.2. Por tanto, podemos adelantar
que Lucas quiere humanizar, con razón, el mensaje apocalíptico del Bautista
para vivirlo más cristianamente. En realidad es el modo práctico de la vivencia
del seguimiento que Lucas propone a los suyos. Acuden al Bautista la multitud y
nos pone el ejemplo, paradigmático, de los publicanos y los soldados. Unos y
otros, absolutamente al margen de los esquemas religiosos del judaísmo. Lucas
no ha podido entender a Juan el Bautista fuera de este mensaje de la verdadera
salvación de Dios. Este cristianismo práctico, de desprendimiento, es una
constate en su obra.
III.3. Nos encontramos con la
llamada a la alegría de Juan el Bautista; es una llamada diferente, extraña,
pero no menos verídica: es el gozo o la alegría del cambio. El mensaje del
Bautista, la figura despertadora del Adviento, es bien concreto: el que tiene
algo, que lo comparta con el que no tiene; el que se dedica a los negocios, que
no robe, sino que ofrezca la posibilidad de que todos los que trabajan puedan
tener lo necesario para vivir en dignidad; el soldado, que no sea violento, ni
reprima a los demás. Estos ejemplos pueden multiplicarse y actualizarse a cada
situación, profesión o modo de vivir en la sociedad. Juan pide que se cambie el
rumbo de nuestra existencia en cosas bien determinantes, como pedimos y
exigimos nosotros a los responsables el bienestar de la sociedad. No es
solamente un mensaje moralizante y de honradez, que lo es; es, asimismo, una
posibilidad de contribuir a la verdadera paz, que trae la alegría.
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