domingo, 24 de marzo de 2013

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.




Oremos para que sepamos seguir a Jesús
en su camino de cruz, servicio y amor.
……………………………………………………….
Oh Dios, Padre nuestro:
Por medio de Jesús, tu Hijo, nos has mostrado
que el camino que conduce a la victoria
es el camino del servicio amoroso
y la disposición interior
para pagar el precio del sacrificio
por un amor fiel e inquebrantable.
Danos la mentalidad y la actitud de Jesús,
para que aprendamos a servir con él
y a amar, sin contar el precio, y sin medida.
Y que así lleguemos a ser victoriosos con él, 
Jesús Resucitado, que es Señor nuestro
por los siglos de los siglos.

CONTEMPLAMOS LA PALABRA

I LECTURA

Ser discípulo no es un cargo que otorgue derechos ni privilegios. Dios lo ha elegido para que anuncie su Nombre, y para que, a pesar de poner en riesgo su propia seguridad, entregue una palabra de aliento a quien está abatido y desolado.

Lectura del libro de Isaías 50, 4-7

El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo. El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.
Palabra de Dios.
SALMO

Salmo 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Los que me ven, se burlan de mí, hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo: "Confió en el Señor, que él lo libre; que lo salve, si lo quiere tanto". R.

Me rodea una jauría de perros, me asalta una banda de malhechores; taladran mis manos y mis pies. Yo puedo contar todos mis huesos. R.

Se reparten entre sí mi ropa y sortean mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R.

Yo anunciaré tu nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea: "Alábenlo, los que temen al Señor; glorifíquenlo descendientes de Jacob; témanlo, descendientes de Israel". R.

SEGUNDA LECTURA

"Cristo padece la muerte en cuanto que quiso configurarse con la humanidad común. Pero el 'esclavo' no puede obrar por propia iniciativa Ante su 'amo', es normal que obedezca. Cristo como hombre vivió su carrera humana, incluida su muerte, como un acto de obediencia".

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 2, 6-11

Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: "Jesucristo es el Señor".
Palabra de Dios.
EVANGELIO

LA PASIÓN DE JESÚS

El relato, tan conocido por nosotros, está cargado de detalles. Pero podemos detenernos en uno de ellos: la soledad de Jesús. En todo el relato, lenta y constantemente, Jesús parece que se va quedando solo. Sin embargo, hay quienes lo siguen: las mujeres que sufren y muestran su compasión. Y al final, luego de la muerte, la actitud tierna y cuidadosa de José. Ante el dolor y la cruz, podemos sentirnos muy solos, pero quizá, si miramos para algún costado, es probable que encontremos a otros que caminan junto a nuestra cruz y que son capaces también de exponerse por nosotros. Jesús estaba solo, pero no tanto. Así también deberemos reaccionar ante los crucificados, brindando nuestra ternura, nuestra atención y nuestro amor, que puede curar sus heridas, aunque no podamos quitarles sus cruces.

Ì Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 22, 7. 14—23, 56

C. Llegó el día de los Ázimos, en el que se debía inmolar la víctima pascual. Cuando fue la hora, Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles y les dijo:
Ì “He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión, porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios”.
C. Y tomando una copa, dio gracias y dijo:
Ì “Tomen y compártanla entre ustedes. Porque les aseguro que desde ahora no beberé más del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios”.
C. Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo:
Ì “Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”.
C. Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo:
Ì “Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes. La mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí. Porque el Hijo del hombre va por el camino que le ha sido señalado, pero ¡ay de aquel que lo va a entregar!”.
C. Entonces comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos sería el que iba a hacer eso. Y surgió una discusión sobre quién debía ser considerado como el más grande. Jesús les dijo:
Ì “Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor. Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve. Ustedes son los que han permanecido siempre conmigo en medio de mis pruebas. Por eso yo les confiero la realeza, como mi Padre me la confirió a mí. Y en mi Reino, ustedes comerán y beberán en mi mesa, y se sentarán sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel. Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos”.
C. Pedro le dijo:
S. “Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte”.
C. Pero Jesús replicó:
Ì “Yo te aseguro, Pedro, que hoy, antes que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces”.
C. Después les dijo:
Ì “Cuando los envié sin bolsa, ni provisiones, ni sandalia, ¿les faltó alguna cosa?”.
C. Respondieron:
S. “Nada”.
C. Él agregó:
Ì “Pero ahora el que tenga una bolsa, que la lleve; el que tenga una alforja, que la lleve también; y el que no tenga espada, que venda su manto para comprar una. Porque les aseguro que debe cumplirse en mí esta palabra de la Escritura: ‘Fue contado entre los malhechores’. Ya llega a su fin todo lo que se refiere a mí”.
C. Ellos le dijeron:
S. “Señor, aquí hay dos espadas”.
C. Él les respondió:
Ì “Basta”.
C. Enseguida Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos. Cuando llegaron, les dijo:
Ì “Oren, para no caer en la tentación”.
C. Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba:
Ì “Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
C. Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba. En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo. Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los encontró adormecidos por la tristeza. Jesús les dijo:
Ì “¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren para no caer en la tentación”.
C. Todavía estaba hablando, cuando llegó una multitud encabezada por el que se llamaba Judas, uno de los Doce. Éste se acercó a Jesús para besarlo. Jesús le dijo:
Ì “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?”.
C. Los que estaban con Jesús, viendo lo que iba a suceder, le preguntaron:
S. “Señor, ¿usamos la espada?”.
C.Y uno de ellos hirió con su espada al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. Pero Jesús dijo:
Ì “Dejen, ya está”.
C.Y tocándole la oreja, lo sanó. Después dijo a los sumos sacerdotes, a los jefes de la guardia del Templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo:
Ì “¿Soy acaso un bandido para que vengan con espadas y palos? Todos los días estaba con ustedes en el Templo y no me arrestaron. Pero ésta es la hora de ustedes y el poder de las tinieblas”.
C. Después de arrestarlo, lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor de él y Pedro se sentó entre ellos. Una sirvienta que lo vio junto al fuego, lo miró fijamente y dijo:
S. “Éste también estaba con él”.
C. Pedro lo negó diciendo:
S. “Mujer, no lo conozco”.
C. Poco después, otro lo vio y dijo:
S. “Tú también eres uno de aquellos”.
C. Pero Pedro respondió:
S. “No, hombre, no lo soy”.
C. Alrededor de una hora más tarde, otro insistió, diciendo:
S. “No hay duda de que este hombre estaba con él; además, él también es galileo”.
C. Dijo Pedro:
S. “Hombre, no sé lo que dices”.
C. En ese momento, cuando todavía estaba hablando, cantó el gallo. El Señor, dándose vuelta, miró a Pedro. Éste recordó las palabras que el Señor le había dicho: “Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces”. Y saliendo afuera, lloró amargamente.
C. Los hombres que custodiaban a Jesús lo ultrajaban y lo golpeaban; y tapándole el rostro, le decían:
S. “Profetiza, ¿quién te golpeó?”
C. Y proferían contra él toda clase de insultos.
C. Cuando amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo, junto con los sumos sacerdotes y los escribas. Llevaron a Jesús ante el tribunal y le dijeron:
S. “Dinos si eres el Mesías”.
C. Él les dijo:
Ì  “Si yo les respondo, ustedes no me creerán, y si los interrogo, no me responderán. Pero en adelante, el Hijo del hombre se sentará a la derecha de Dios todopoderoso”.
C. Todos preguntaron:
S. “¿Entonces eres el Hijo de Dios?”
C. Jesús respondió:
Ì “Tienen razón, yo lo soy”.
C. Ellos dijeron:
S. “¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca”.
C. Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato.
C. Y comenzaron a acusarlo, diciendo:
S. “Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías”.
C. Pilato lo interrogó, diciendo:
S. “¿Eres tú el rey de los judíos?”.
Ì “Tú lo dices”.
C. Le respondió Jesús. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud:
S. “No encuentro en este hombre ningún motivo de condena”.
C. Pero ellos insistían:
S. “Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí”.
C. Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo. Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.
C. Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada. Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia. Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato. Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos
C. Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo, y les dijo:
S. “Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad”.
C. Pero la multitud comenzó a gritar:
S. “¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!”.
C. A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús. Pero ellos seguían gritando:
S. “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”.
C. Por tercera vez les dijo:
S. “¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad”.
C. Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento. Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.
C. Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús. Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él. Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo:
Ì “¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los vientres que no concibieron y los pechos que no amamantaron! Entonces se dirá a las montañas: ‘¡Caigan sobre nosotros!’, y a los cerros: ‘¡Sepúltennos!’. Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?”.
C. Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados.
C. Cuando llegaron al lugar llamado “del Cráneo”, lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía:
Ì “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
C. Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.
C. El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían:
S. “Ha salvado a otros: ¡que se sal-ve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!”.
C. También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre, le decían:
S. “Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!”.
C. Sobre su cabeza había una inscripción: “Éste es el rey de los judíos”.
C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
S. “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”.
C. Pero el otro lo increpaba, diciéndole:
S. “¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, por que pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo”.
C. Y decía:
S. “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”.
C. Él le respondió:
Ì “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
C. Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó:
Ì “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
C. Y diciendo esto, expiró.
C. Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando:
S. “Realmente este hombre era un justo”.
C. Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho. Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.
C. Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo, que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado. Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado. Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado. Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

La clave para comprender

Los libros litúrgicos señalan este día como “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor”. Con esta expresión la Iglesia nos proporciona la clave para comprender, en su auténtica dimensión, los acontecimientos que hacemos presentes en las celebraciones de los próximos días.

En las celebraciones litúrgicas la comunidad cristiana no recuerda hechos históricos que han ocurrido en un punto geográfico concreto; “hace memoria” de acontecimientos (”Kairós” paso de Dios) de la historia de la salvación. Hace presente esa realidad misteriosa por la que se cumple lo afirmado por Jesús: “Yo estaré con vosotros…”. Esta vivencia tendría que ayudarnos a “ilustrar a todos los fieles la fuerza y belleza de la fe” (PF.4).

Aspectos de la celebración

Hay dos aspectos en esta celebración que se podrían hacer en dos momentos distintos. Uno, animar a acompañar a Jesús en este camino de la entrada en Jerusalén. Otro, resaltar el valor que tiene acompañarlo y sentirse acompañado por El en el camino de cada día como el Siervo que se rebajó, pero que Dios lo exaltó. (Después del relato de la Pasión)

Hoy los cristianos hacemos presente el triunfo pasajero de Jesús. Celebramos y bendecimos al que viene en el nombre del Señor. Es el siervo justo y humilde que agrada al Padre y cumple su voluntad. Inicia así un camino de justicia y humildad que sólo es creíble para la gente sencilla que le acompaña. Así es como se hace posible que el Justo pueda acercarse a una humanidad dividida, esclavizada por los efectos del pecado (injusticias, odios, hambre, paro violencia callejera, familia en crisis…)

Alguien ha escrito que “un ‘Dios crucificado’ constituye una revolución y un escándalo… el Crucificado no tiene el rostro ni los rasgos que las religiones atribuyen al Ser Supremo “. Este Dios no permite una fe frívola y egoísta en un Dios omnipotente al servicio de nuestros caprichos y pretensiones. Con El nos encontramos cuando nos acercamos al sufrimiento de cualquier crucificado actual por el sufrimiento de las injusticias y las maldades que existen en nuestro mundo.

“Y vosotros ¿quién decís que soy yo?

Por eso en estos días, tal vez y una vez más, tendríamos que preguntarnos quien ese hombre que hace mas de dos mil años formuló una pregunta: “Y vosotros ¿Quién decís que soy yo?”.

Nosotros los hombres y mujeres que vivimos en este siglo XXI somos muy ilustrados en saberes, pero, con frecuencia, somos ignorantes en cosas de la fe. Tenemos una cultura de “costumbres religiosas”, pero que no nos ayudan a tener una vivencia profunda de nuestra fe. ¿Qué respuesta podemos dar a la pregunta planteada por Jesús? ¿Seremos capaces de reconocer en Jesús a ese hombre que cambió la imagen que tenían los judíos de Dios?

El Dios revelado por Jesús

El es quién nos ha revelado que Dios es un Padre, lleno de ternura y de misericordia. El relato de la Pasión del Evangelista Lucas que leemos en este ciclo resalta la confianza en el Padre y la petición de misericordia para los “que no saben lo que hacen” o para el buen ladrón “hoy estará conmigo…”

El es también el que siendo de condición divina, se hizo uno de nosotros para salvarnos. El que establece que “nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.

“En esta perspectiva, el Año de la fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y resurrección, ha revelado la plenitud del Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de vida mediante la remisión de los pecados (Cf. He 5,31)… La “fe que actúa por el amor” (Gál 5,6) se convierte en un nuevo criterio de pensamiento y de acción que cambia toda la vida del hombre”. (Pf, 6)

Por todo lo dicho, la celebración del domingo de ramos y nuestra confesión de fe, nos tendría que llevar a dar una verdadera respuesta a la pregunta de Jesús como Pedro, aunque después lo neguemos: “Tú eres el Mesías”. O como el centurión y sus hombres: “Realmente este era Hijo de Dios”.

Que nuestro beso al Crucificado nos ponga siempre mirando hacia quienes, cerca o lejos de nosotros, viven sufriendo.


ESTUDIO BÍBLICO

            Todos los años, durante la Semana Santa, la liturgia de la Iglesia nos invita a introducirnos en el misterio de la pasión y la muerte de Jesús. En este Domingo de Ramos leemos el relato de la Pasión de Lucas, como corresponde al año litúrgico. Es una narración que ha venido precedida por la importancia que Jesús comunicó a los suyos de ir a Jerusalén, porque un profeta no puede morir fuera de Jerusalén (Lc 13,33), la ciudad santa donde se decidían todas las cosas importantes de la religión judía.

           Es necesario que el pueblo cristiano escuche la “proclamación” de la Pasión como lo hacían los primeros cristianos. El texto es lo primero. Si fueran necesarias algunas palabras, aquí ofrecemos ciertas claves de la teología de Lucas sobre la Pasión del “profeta” de Galilea. Pues como profeta fue a la muerte, por su vida y por sus palabras.

Un profeta no puede morir fuera de Jerusalén

Algunos rasgos de la teología de la Pasión de Lucas:

            El relato de la pasión de San Lucas tiene como fuente el texto más primitivo de Marcos, o quizás también un “primer relato” que ya circulaba desde los primeros años del cristianismo para ser leído y meditado en las celebraciones cristianas. A eso se añaden otras escenas y palabras de Jesús que completan una “pasión” profunda y coherente, en la que si bien los datos históricos están más cuidados que en Marcos y en Mateo, no faltan los puntos teológicos claves.

            Se pretende explicar, no solamente por qué mataron a Jesús, sino el sentido que el mismo Jesús dio a su propia muerte, como sucede en el relato de la última cena con sus discípulos. Lucas nos ofrece la tradición litúrgica de las palabras eucarísticas en esa cena, que son muy semejantes a las de Pablo en 1 Corintios 11, pero además presenta las palabras de Jesús sobre el servicio en las que considera que su muerte “es necesaria” para que el Reino de Dios sea una realidad más real y efectiva.

            El evangelista se ha cuidado de poner en relación muy estrecha al Señor con sus discípulos y con el pueblo, mientras que deja bien claro que son los dirigentes, los jefes, los que han decidido su muerte. Ni siquiera nos relata la huida de los discípulos, quizás porque quiere preparar el momento de las apariciones del resucitado que tienen lugar en Jerusalén.

            Por lo mismo, en este relato de Lucas sobre la pasión del Señor, debemos leer algunas escenas especiales con interés, como corresponde al cuidado que ha puesto el evangelista y al sentido catequético que tienen ciertos episodios de la narración. La cena de Jesús es más personal, más testimonial: se pide el servicio, la entrega, como Jesús va a hacer con los suyos.

Una pequeña estructura de Lc 22-23, podía ser esta:

I.- Introducción y preparación (22, 1-13)

II.- La última cena y despedida de Jesús (22, 14 -38)

III.-  Getsemaní: oración y prendimiento (22, 39-53)

IV.- Las negaciones de Pedro (22,54-62)

V.- El juicio religioso (22,63-71)

VI.- El juicio político ( 23,1-25)

VII.- Crucifixión, muerte y sepultura de Jesús (23,33-48)

            En la cena de Jesús con sus discípulos, Lucas sigue una línea bastante libre con respecto a los otros dos evangelios sinópticos: vemos las diferencias en unos versículos que introducen la bendición del pan y de la copa (22,14-18); además pospone el texto de la traición de Judas hasta después de las palabras de bendición (22,21-23)  y lo ensambla con el testimonio del servicio (22,24-27), la promesa del banquete en el Reino (22,28-30), el anuncio de la traición de Pedro (22,31-34), y el anuncio de su fin (22,35-38). En esto podemos notar que Lucas narra la traición de Pedro durante la cena, mientras que Mateo y Marcos después de la cena (Mt 26, 30-35; Mc 14,26-31). Pero lo más específico: Lucas menciona una copa más que los otros dos sinópticos antes de las palabras de bendición (22,17), además agrega las palabras “por vosotros” (22,19b.20c) que Marcos no apunta, mientras Mateo dice “por muchos” (Mt 26,28), y cambia por “Nueva Alianza”(22,20) en lugar de simplemente “alianza” (Mc 14,24; Mt 26,28). Por otra parte, tenemos las semejanzas con el texto de Juan: la actitud de los apóstoles ante el anuncio de la traición de Judas (Lc 22,23; Jn 13,22), un discurso de despedida muy breve (Lc 22,24-38; Jn 14-17), y la costumbre que tenía Jesús de orar en un huerto (Lc  22,39; Jn 18,2).

            El episodio de Jesús en el huerto de Getsemaní nos ofrece el consuelo que supone para Jesús la presencia misma de Dios, simbolizada por el ángel, con objeto de poner de manifiesto que Dios no lo entrega a la pasión ignominiosa, que son los hombres los que quieren deshacerse de él, a causa de la provocación de su mensaje sobre la misericordia y la gracia de Dios. Jesús lucha en su agonía como un atleta que debe cruzar la meta y saldrá victorioso. Debemos resaltar, como sucede en la Transfiguración, la oración de Jesús. Había pedido a los suyos que oraran también, pero… Así, desde la oración entra en “agonía”; todo es bien distinto de la escena de la Transfiguración. Es como si desde la oración viviera todo su sufrimiento. Pero en realidad, este momento en Lucas  no es “gore” (sangre coagulada) como ahora está de moda  decir, después de esa película reciente que ha leído la Pasión sin elementos críticos y sin llegar al “alma” y a la teología. En realidad es una escena fuerte, pero armoniosa. Cuando Jesús acaba este momento, siempre en oración, sale fortalecido y dueño de todas las situaciones que han de venir. El “trance” de la pasión lo ha vivido en esta escena extraordinaria.

            El juicio de Jesús se nos presenta en dos momentos, ante Pilato y ante su señor galileo, Herodes Antipas. En realidad, el Prefecto romano no debería haber enviado a Herodes a Jesús; jurídicamente no tiene sentido. ¿Qué busca Lucas con esta escena? Él nos ha descrito la presencia de Jesús ante Herodes Antipas, el Tetrarca de Galilea, con el simbolismo del vestido blanco para burlarse del nazareno. El silencio de Jesús se hace palabra, quizás evocando el texto de Is 53,7 del Siervo de Yahvé y del Sal 39,10: es un silencio de radicalidad ante la maldad de los poderosos. Jesús dueño de su silencio ante los que está acostumbrados a arrancar las palabras y las entrañas de la gente. Por eso se hacen amigos los que se odian (23,12). Los injustos se “juntan” en la injusticia; el justo vive su injusticia en la dignidad de su silencio.

            Los poderosos se burlan de él, pero los sencillos, como las mujeres, le acompañan hasta el lugar donde se revelará el misterio de nuestra salvación y redención. El camino de la cruz está contemplado no desde la soledad de Jesús, sino que acuden las mujeres de Jerusalén, las madres, para compadecerse de aquél  que, como en el caso de sus hijos, es injustamente tratado por los poderes religiosos y políticos. Así se cumplen aquellas palabras suyas en las que da gracias a Dios porque ha revelado su proyecto salvador a las gentes sencillas. No podía pasar por alto Lucas esta actitud de las mujeres que han tenido tan gran relevancia en su obra. Y, por otra parte, porque así hubo de suceder en Jerusalén aquél día de la condena a muerte: las mujeres, las madres, tuvieron que llorar por la dureza y la vesania de los poderosos.

            La escena de la crucifixión y muerte, en Lucas, es, con respecto a Marcos y Mateo, mucho más humana. De ahí que las palabras de Jesús sean: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu” (23,46), tomadas del Salmo 31; quizás para que no se interprete que Dios pueda abandonar a nadie que sufre, ya que Marcos había usado las palabras del Sal 22: “Dios mío ¿por qué me has abandonado?”, que, no obstante, son de plena confianza. Pero Lucas considera que otras palabras de más confianza cuadraban mejor con su oración primera en la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (23,34), que es un texto que faltan en buenos manuscritos, pero que encaja perfectamente con la teología de Lucas, como una síntesis de su verdadera teología: ¡no debe desaparecer de nuestras traducciones!

            En la escena de la crucifixión sobresale muy especialmente el diálogo de Jesús con el buen ladrón. Esta narración de los dos malhechores con Jesús es un desarrollo del versículo de Marcos y Mateo: “también le injuriaban los que con él estaban crucificados” (Mt 27,44; Mc 15,32). Es uno de los momentos culminantes de la pasión en nuestro evangelista que refleja muy bien su teología: Jesús está siempre abierto a comunicar la misericordia divina. Por eso ha sido considerado como el evangelista de la misericordia. Y además, con la propuesta del “hoy” de la salvación que es también muy determinante en Lucas: “hoy estarás conmigo en el paraíso”. Tiene ese sentido escatológico inmediato para mostrar que la salvación de Dios no está a la espera del fin del mundo. Desde la misma muerte estaremos en las manos salvadoras de Dios.

            Pero no habría que olvidar las palabras de perdón a los ejecutores, la confianza que Jesús muestra en Dios en ese momento de la muerte. El evangelista va buscando poner de manifiesto que aquello fue un “espectáculo” (23,48) para el pueblo, porque es allí donde han visto, con sus ojos, que el Dios salvador se revela no desde el poder, sino en la debilidad. El malhechor que supo percatarse de ello le pidió la vida, la vida para siempre, y Jesús, desde su patíbulo de condenación se la ofreció para aquél mismo momento. Es por ello que el pueblo bajo del Calvario arrepentido.

            Como decíamos, pues, se ha logrado con este relato explicar, en una catequesis muy apropiada a su comunidad, que la Pasión del Señor no es una tragedia, sino el acontecimiento que imprime a la historia la fuerza necesaria del proyecto salvador para todos los hombres. A la vez, nos explica que Jesús dio a su muerte un sentido de entrega y de fidelidad a Dios, pero para que Dios fuera siempre el Dios de los hombres.



domingo, 17 de marzo de 2013

DOMINGO 5º DE CUARESMA



"Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".

Los cristianos somos los que caminamos por esta tierra “fijos los ojos” en Jesús, nuestro único Maestro y Señor. Queremos seguir sus pasos y sus enseñanzas para encontrar la vida y felicidad que tanto anhelamos. Jesús ante la adúltera, ante los letrados y fariseos, nos brinda la bella lección de su postura ante los fallos de los demás. Siempre ofrece su perdón al pecador/a arrepentido/a. “Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis también como yo he hecho”.

CONTEMPLAMOS LA PALABRA

I LECTURA

Dios nos llama la atención: "¿No reconocen que yo hago todo nuevo? ¿No se dan cuenta de que quiero borrar las faltas, dejar atrás el tiempo de la infidelidad y perdonar el pecado? ¿Cómo hacer para convencerlos de que realmente los amo y quiero hacerlos vivir en comunión de amor?".

Lectura del libro de Isaías 43, 16-21

Así habla el Señor: el que abrió un camino a través del mar y un sendero entre las aguas impetuosas; el que hizo salir carros de guerra y caballos, todo un ejército de hombres aguerridos; ellos quedaron tendidos, no se levantarán, se extinguieron, se consumieron como una mecha. No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas antiguas; yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta? Sí, pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa. Me glorificarán las fieras salvajes, los chacales y los avestruces; porque haré brotar agua en el desierto y ríos en la estepa, para dar de beber a mi Pueblo, mi elegido, el pueblo que yo me formé para que pregonara mi alabanza.
Palabra de Dios.
SALMO

Salmo 125, 1-6

R. ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía que soñábamos: nuestra boca se llenó de risas y nuestros labios, de canciones. R.

Hasta los mismos paganos decían: "¡El Señor hizo por ellos grandes cosas!". ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros y estamos rebosantes de alegría! R.

¡Cambia, Señor, nuestra suerte como los torrentes del Négueb! Los que siembran entre lágrimas cosecharán entre canciones. R.

El sembrador va llorando cuando esparce la semilla, pero vuelve cantando cuando trae las gavillas. R.

SEGUNDA LECTURA

San Pablo se crió en una ciudad griega, y conoció las prácticas deportivas, los torneos y las carreras. De ese mundo, toma esta metáfora sobre lo que es su vida. Es una carrera donde avanzamos hacia la meta en la cual nos espera el mayor premio: encontrarnos en la comunión de amor del Dios Uno y Trino.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 3, 8-14

Hermanos: Todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a él, no con mi propia justicia ?la que procede de la Ley? sino con aquélla que nace de la fe en Cristo, la que viene de Dios y se funda en la fe. Así podré conocerlo a él, conocer el poder de su resurrección y participar de sus sufrimientos, hasta hacerme semejante a él en la muerte, a fin de llegar, si es posible, a la resurrección de entre los muertos. Esto no quiere decir que haya alcanzado la meta ni logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo no pretendo haberlo alcanzado. Digo solamente esto: olvidándome del camino recorrido, me lanzo hacia adelante y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.
EVANGELIO

Sabemos por los datos históricos que en época de Jesús, ya no se aplicaba la pena de muerte por adulterio. Por lo tanto, ¿qué buscaban estos escribas y fariseos? ¿Qué trampa querían ponerle a Jesús? Los habrá sorprendido la respuesta: Jesús equipara el pecado de esta mujer a cualquier pecado de esos varones. Nos obliga a todos a mirarnos y hacernos responsables de nuestros actos. Y proclama el amor misericordioso de Dios, que está dispuesto a perdonar cualquier tipo de pecado y que, con su perdón, nos manda a vivir una vida nueva.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 8, 1-11

Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?". Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían, se enderezó y les dijo: "Aquél de ustedes que no tenga pecado, que arroje la primera piedra". E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?". Ella le respondió: "Nadie, Señor". "Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".
Palabra del Señor.

 COMPARTIMOS LA PALABRA

Seguir e imitar a Cristo Jesús

Lo sabemos bien. Después del cautivador encuentro que tuvimos con él, Cristo es todo en nuestra vida. Porque nos convenció de quién era, de la inmensidad de su amor hacia nosotros, de la luz y vida que contienen sus palabras, caímos rendidos a su invitación: “Te seguiré donde quiera que vayas”, sabiendo que hacíamos el negocio de nuestra vida. Recibíamos mucho más de lo que le podíamos entregar. Realmente encontramos un tesoro. Cada uno podemos expresar cómo fue este encuentro con Jesús. San Pablo, con el ímpetu converso que le caracteriza, lo expresa a su modo: “Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él”. Incluso las bellas palabras del Señor en la primera lectura las podemos aplicar a nuestra relación con Cristo Jesús: “No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo, ya está brotando, ¿no lo notáis?”. Sí, los cristianos hemos notado la gran novedad que Dios nos ofrece en su Hijo Cristo Jesús, la nueva vida que quiere regalarnos de ser hijos de Dios y hermanos unos de otros, la que nos lleva a vivir con sentido y esperanza. Esa vida que Jesús mejor que nadie vivió y que entre otras cosas lleva al perdón del que nos habla el evangelio de hoy.

Las diferentes miradas

Hay miradas y miradas. Según el dicho popular hay “miradas que matan”, que expresan una gran carga de agresividad y violencia, buscan el mal, desean la destrucción de la persona a la que miran. Hay “miradas indiferentes”, que no dicen nada, que simplemente reflejan eso, indiferencia. Sin embargo, hay miradas que curan, que sanan, que animan, que dan vida… Son las “miradas de amor”. El poeta Bécquer dice en uno de sus versos: “Por una mirada, un mundo”. Que podemos traducir: “Por una mirada de amor, un mundo”. Una mirada de amor vale más que el mundo entero.

En el evangelio de hoy encontramos dos clases de miradas. La mirada de los letrados y fariseos, es una “mirada que mata”. Sus ojos no ven más que a una mujer que ha cometido adulterio (del varón que ha adulterado con ella no dicen nada), y según la estricta ley judía debe ser apedreada. Miran a esta mujer con una mirada que mata, piden la muerte para ella.

La mirada de Jesús, mirada que ama y perdona

Nos encontramos también con la mirada de Jesús, una “mirada que ama”, una mirada llena de amor para esta mujer. La mirada de amor tiene dos características que no tiene la mirada sin amor. En primer lugar, la mirada de amor ve más allá de las apariencias, ve el interior de las situaciones, el interior de las personas. En este caso concreto, Jesús con su mirada de amor, ve que esa mujer está dolida y arrepentida por lo que ha hecho, ve que esa mujer está pidiendo que la comprendan y perdonen. Alguien ha dicho que “amar es saber mirar”. El amor penetra muy hondo, tiene ojos más claros, más potentes para ver el interior de las personas. Una madre, cuando ve entrar a uno de sus hijos por la puerta de casa, con su mirada de amor sabe si su hijo está bien o está mal, si está contento o si tiene alguna preocupación. El amor tiene una mirada más penetrante que la inteligencia más poderosa. Sabe ver lo invisible, lo que no se ve, pero que está ahí, es real. “Amar es saber mirar”. El emérito Papa Benedicto XVI, en su encíclica sobre el amor, dice que Jesús porque ama tiene un “corazón que ve”. Por eso, vio el interior desolado y arrepentido de la mujer adúltera.

En segundo lugar, la mirada de amor siempre busca amar. Los letrados y fariseos, porque no amaban, sólo buscaban el castigo para la que había pecado. Pero Jesús con su mirada de amor, no busca condenar y castigar, sino curar, sanar, rehacer la vida de una persona rota, devolverle su dignidad y que encuentre una buena salida a su vida. El diálogo de Jesús con ella, después de haber puesto en evidencia a sus detractores, está lleno de comprensión y de ternura:
“Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado? Ella contestó: Ninguno, Señor. Jesús dijo: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.

Dos lecciones más podemos sacar del evangelio de hoy. Primera: Dioses no hay más que uno. Todos los demás somos seres humanos, fuertes y débiles a la vez. Nadie de nosotros puede presumir de ser Dios, de ser impecable. Todos fallamos y pecamos. En más de una ocasión, vamos en contra de nuestra propia conciencia, que eso es pecar. Ojalá el sabernos débiles y pecadores, sin decir que el mal está bien, nos haga más comprensivos con los demás, con sus fallos y destierre para siempre el ser orgullosos y sentirnos por encima de los demás. Fue la lección que Jesús quiso dar a los acusadores de la mujer adúltera.

Segunda lección. Todos necesitamos miradas de amor. ¿Sabemos que disfrutar del cielo ya ahora en esta vida o padecer el infierno ya en esta vida depende en gran parte de nosotros? Cuando lanzamos miradas de amor a los demás y recibimos miradas de amor… ya estamos tocando el cielo con la mano. Cuando nos lanzamos miradas de indiferencia, de desamor... y recibimos esas mismas miradas, ya estamos padeciendo y sufriendo los tormentos del infierno. Ya sabemos lo que va a pasar en el cielo, en el reino de Dios. Allí, de una vez por todas, va a reinar Dios y todo lo que se oponga a Dios va a desaparecer. Como Dios es amor, lo que va a reinar es el amor y nada más que el amor. Allí todos tendremos miradas de amor. Se acabaron para siempre las miradas frías, las miradas llenas de odio, de rencor, de agresividad… Sólo habrá amor, solo habrá miradas de amor. Es nuestra gran esperanza, es lo que nos ha prometido Cristo Jesús.

A veces nos cuesta mirar con amor a ciertas personas. Conocemos el remedio. Para amar, lo mejor es sentirse amado. Para perdonar, lo mejor es sentirse perdonado. Para mirar con amor, lo mejor es sentirse mirado con amor. Miremos constantemente a Jesús en la cruz, o en cualquier otra situación. Él siempre nos va a devolver una mirada de amor. De esta manera podremos ofrecer una mirada de amor a todos los que nos rodean. “Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”.

Epílogo

Una traducción libre de un buen cristiano del evangelio de este domingo:

“Le presentaron a Jesús una mujer sorprendida en flagrante adulterio, y le preguntaron: ‘la justicia manda eliminar a las tales. Tú ¿qué dices?’. Jesús contestó aquello de ‘el que de vosotros esté sin pecado que le tire la primera piedra’. Y los acusadores se fueron retirando comenzando por los más viejos.

Pero mientras se retiraban, Jesús les gritó: ‘No os marchéis. Que yo a vosotros no os condeno’. Entonces los acusadores fueron volviendo sin sus piedras, y le dijeron a Jesús: ‘Maestro, si tú no nos condenas, tampoco nosotros la condenamos a ella’. Y Jesús se volvió a la mujer y le dijo: si éstos no te condenan, tampoco te voy a condenar yo”.

Todos somos unos perdonados… y debemos de ser unos perdonadores.


ESTUDIO BÍBLICO

El gozo en el Dios de la Misericordia

Antes de entrar en la gran semana de nuestra Redención, el quinto domingo de Cuaresma nos ofrece, en sus lecturas, esa dimensión inaudita e irrepetible de lo que es el proyecto de salvación sobre nosotros. Del libro de Isaías, de la carta a los Filipenses y del evangelio de Juan emanan los tonos más íntimos del proyecto de Dios que quiere renovar todas las cosas, que perdona hasta el fondo del ser sin otra contrapartida que la mejor disponibilidad humana.

Iª Lectura: Isaías (43,16-21): Memoria liberadora

I.1. El texto de Isaías recuerda el momento culminante de la actuación de Dios en el AT: la liberación de Egipto. Aquí, lo sabemos, el pueblo esclavo recibió su identidad en su libertad. Ese es el credo de su fe que se repite de generación en generación. No hay cosa más grande para el pueblo de Dios que recordar esa hazaña liberadora divina. Pues bien, eso se quedará en mantillas ante lo que Dios tiene que hacer por nosotros, por la humanidad, por la historia. Y el Dios que promete una cosa, la cumple. Será ese lenguaje simbólico de la liberación, del paso del mar, del agua y el maná en el desierto, el que se use para anunciar lo nuevo que hará con nosotros.

I.2. Hacer memoria del pasado es bueno, no para la nostalgia, sino precisamente para renovarse. Eso es lo que el Deuteroisaías propone. Las raíces están precisamente en el pasado y no se puede cortar la trama de la historia de un pueblo, de una religión que es en esencia liberadora. Un pueblo sin historia es un pueblo sin raíces; pero la memoria, para ser auténtica, debe hacerse y leerse en clave profética, no precisamente jurídica o nostálgica. Cuando los cristianos leemos la historia de Jesús y la intervención de Dios en su vida, y muy especialmente en su muerte, hacemos memoria profética que muestra que el Dios de Israel, el de Egipto, no se ha dormido, sino que siempre está dando vida donde los hombres sembramos esclavitud o tragedias.

II ª Lectura: Filipenses (3,8-14): La experiencia verdadera del Señor

II.1. Este es uno de los pasajes más íntimos y personales del apóstol Pablo, nos habla de lo que supone para él “haber conocido a Cristo”; por Él todo le parece pérdida, por Él todo lo que en este mundo es relumbrón, le parece una nadería. Lo curioso es que un capítulo tan decisivo como éste de Filipenses se presta a unas ciertas dudas de autenticidad: ¿es de Pablo? ¿no es, más bien, otra carta distinta de lo que venimos leyendo en continuidad desde Flp 1,1-3,1a? Yo me inclino, claramente, por una carta distinta de  la que se puede leer hasta 3,1a.. Desde luego, el cambio de tono que se produce en 3,1b no es justificable con el tono entrañable de todo el texto anterior de la carta. Pero de ahí a pensar que Pablo no está hablando con estas palabras, las de la lectura de hoy, a mi entender, no se justificaría. Es un retrato muy personal, muy decisivo, de sus opciones, de su conversión, de cómo dejó de ser un fanático de la ley para ser un “enamorado” de Cristo, de su pasión y su resurrección. No tenemos una descripción de lo que Pablo sintió en su alma al “convertirse” y muchos autores nos dice que ésta es la mejor estampa de lo que el apóstol sintió en su alma al pasar del judaísmo al cristianismo.

II.2. Conocer a Cristo, su evangelio, vivir en el horizonte de la fe pascual  es haber encontrado el sentido de su vida y de la felicidad por la que luchó en el judaísmo. Ahora, dice Pablo, todo es distinto: no tiene que aparentar, ni justificarse a sí mismo, ni intentar ser el primero o el mejor... eso no vale para nada. Eso era lo que vivía antes de su conversión llegando, incluso, a perseguir a los cristianos por tratar de ser el primero de los judíos, como buen discípulo rabínico. Haber “conocido” a Cristo es haber experimentado la fuerza del amor de Dios. No olvidemos que conocer, aquí, no tiene el sentido de “gnosis” o conocimiento intelectual, sino el sentido bíblico de yd‘ y el daat Elohim de los profetas (Os 4,1.6; 5,4; 8,2 ; Jr 2,8; 4,22; 9,2.5 en oráculos de amenaza o bien de salvación: Os 2,22; Jr 31,34 o Is 28,8) experiencia de Dios, de lo santo; o la misma experiencia del amor entre hombre y mujer). Ahora ha sentido la verdadera liberación de todo lo que mata y esclaviza en este mundo.

Evangelio: Juan (8,1-11): El Dios de la dignidad de los pequeños

III.1. El pasaje de la mujer adúltera (muy probablemente un texto de Lucas que en el trasiego de la transmisión de los textos pasó al de Juan), es una pieza maestra de la vida; es una lección que nos revela de nuevo  por qué Pablo hablaba así al haber conocido al Señor. Porque, aunque el Apóstol se refería al Señor resucitado, en ese Señor estaba bien presente este Jesús de Nazaret del pasaje evangélico. El libro del Levítico dice: si adultera un hombre con la mujer de su prójimo, hombre y mujer adúlteros serán castigados con la muerte (Lv 20,10); y el Deuteronomio, por su parte, exige: los llevaréis a los dos a las puertas de la ciudad y los lapidaréis hasta matarlos (Dt 22,24). Estas eran las penas establecidas por la Ley. No tendríamos que dudar de que Dios esto no lo ha exigido nunca, sino que la cultura de la época impuso estos castigos como exigencias morales. Jesús no puede estar de acuerdo con ello: ni con las leyes de lapidación y muerte, ni con la ignominia de que solamente el ser más débil tenga que pagar públicamente. La lectura “profética” que Jesús hace de la ley pone en evidencia una religión y una moral sin corazón y sin entrañas. No mandó Jesús buscar al “compañero” para que juntos pagaran. Lo que indigna a Jesús es la “dureza” de corazón de los fuertes oculta en el puritanismo de aplicar una ley tan injusta como inhumana.

III.2. Vemos a una mujer indefensa enfrentada sola a la ignominia de la mentira y de la falsedad. ¿Dónde estaba su compañero de pecado? ¿Solamente los débiles -en este caso la mujer- son los culpables? Para los que hacen las leyes y las manipulan sí, pero para Dios, y así lo entiende Jesús, no es cuestión de buscar culpables, sino de rehacer la vida, de encontrar salida hacia la liberación y la gracia. Los poderosos de este mundo, en vez de curar y salvar, se ocupan de condenar y castigar. Pero el Dios de Jesús siente un verdadero gozo cuando puede ejercer su misericordia. Porque la justicia de Dios, muy distinta de la ley, se realiza en la misericordia y en el amor consumado. Es ahí donde Dios se siente justo con sus hijos. Presentimos que en la conciencia más personal de Jesús se siente en ese momento, sin decirlo, como el que tiene que aplicar la voluntad divina. Lo han obligado a ello los poderosos, como en Lc 15,1 le obligaron a justificar por qué comía con publicanos y pecadores. Jesús persona su pecado (¡que nadie se escandalice de su permisividad!), pero de qué distinta forma afronta la situación y el pecado mismo.

III.3. Jesús escucha atento las acusaciones de aquellos que habían encontrado a la mujer perdiendo su dignidad con un cualquiera (probablemente estaba entre los acusadores, pero él era hombre y parece que tenía derecho a acusar), y lo que se le ocurre es precisamente devolvérsela para siempre. Eso es lo que hace Dios constantemente con sus hijos. Así se explica, pues, aquello que decía el libro Isaías de que todo quedará pequeño con lo que Dios ofrecerá a los hombres. Son estas pequeñas cosas las que dejan en mantillas las actuaciones del pasado, aunque sea la liberación de Egipto. Porque el Dios de la liberación de Egipto tiene que ser eternamente liberador para cada uno desde su situación personal. Eso es lo que sucede en el caso concreto con la mujer del pasaje evangélico de hoy. De nada le valía a ella que se hablara del Dios liberador de Egipto, si los escribas, los responsables, la dejaban sola para siempre. Jesús, pues, es el mejor intérprete del Dios de la liberación que se apiada y escucha los clamores y penas de los que sufren todo el peso de una sociedad y una religión sin misericordia.

III.4. ¿Qué significa “el que esté libre de pecado tire la primera piedra”? ¿Por qué reacciona Jesús así? No podemos imaginar que los que llevan a la mujer son todos malos o incluso adúlteros. ¡No es eso! Pero sí pecadores de una u otra forma. Entonces, si todos somos pecadores, ¿por qué nos somos más humanos al juzgar a los demás? No es una cuestión de que hay pecados y pecados. Esto es verdad. Pero por muy simple que sea nuestro pecado todos queremos perdón y misericordia. Los grandes pecados también piden misericordia, y desde luego, ningún pecado ante Dios  exige la muerte. Por tanto deberíamos hacer una lectura humana y teológica. Toda religión que exige la pena de muerte ante los pecados… deja de ser verdadera religión  porque Dios no quiere la muerte del pecador. Esto debería ya ser una conquista absoluta de la humanidad.