"Yo
tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".
Los cristianos somos los que
caminamos por esta tierra “fijos los ojos” en Jesús, nuestro único Maestro y
Señor. Queremos seguir sus pasos y sus enseñanzas para encontrar la vida y
felicidad que tanto anhelamos. Jesús ante la adúltera, ante los letrados y
fariseos, nos brinda la bella lección de su postura ante los fallos de los
demás. Siempre ofrece su perdón al pecador/a arrepentido/a. “Os he dado ejemplo
para que vosotros hagáis también como yo he hecho”.
CONTEMPLAMOS LA PALABRA
I LECTURA
Dios
nos llama la atención: "¿No reconocen que yo hago todo nuevo? ¿No se dan
cuenta de que quiero borrar las faltas, dejar atrás el tiempo de la infidelidad
y perdonar el pecado? ¿Cómo hacer para convencerlos de que realmente los amo y
quiero hacerlos vivir en comunión de amor?".
Lectura del libro de Isaías 43,
16-21
Así habla el Señor: el que abrió un
camino a través del mar y un sendero entre las aguas impetuosas; el que hizo
salir carros de guerra y caballos, todo un ejército de hombres aguerridos;
ellos quedaron tendidos, no se levantarán, se extinguieron, se consumieron como
una mecha. No se acuerden de las cosas pasadas, no piensen en las cosas
antiguas; yo estoy por hacer algo nuevo: ya está germinando, ¿no se dan cuenta?
Sí, pondré un camino en el desierto y ríos en la estepa. Me glorificarán las
fieras salvajes, los chacales y los avestruces; porque haré brotar agua en el
desierto y ríos en la estepa, para dar de beber a mi Pueblo, mi elegido, el
pueblo que yo me formé para que pregonara mi alabanza.
Palabra
de Dios.
SALMO
Salmo 125, 1-6
R. ¡Grandes cosas hizo el Señor por
nosotros!
Cuando el Señor cambió la suerte de
Sión, nos parecía que soñábamos: nuestra boca se llenó de risas y nuestros
labios, de canciones. R.
Hasta los mismos paganos decían:
"¡El Señor hizo por ellos grandes cosas!". ¡Grandes cosas hizo el
Señor por nosotros y estamos rebosantes de alegría! R.
¡Cambia, Señor, nuestra suerte como
los torrentes del Négueb! Los que siembran entre lágrimas cosecharán entre
canciones. R.
El sembrador va llorando cuando
esparce la semilla, pero vuelve cantando cuando trae las gavillas. R.
SEGUNDA LECTURA
San
Pablo se crió en una ciudad griega, y conoció las prácticas deportivas, los
torneos y las carreras. De ese mundo, toma esta metáfora sobre lo que es su
vida. Es una carrera donde avanzamos hacia la meta en la cual nos espera el
mayor premio: encontrarnos en la comunión de amor del Dios Uno y Trino.
Lectura de la carta del apóstol san
Pablo a los cristianos de Filipos 3, 8-14
Hermanos: Todo me parece una
desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi
Señor. Por él, he sacrificado todas las cosas, a las que considero como
desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a él, no con mi propia
justicia ?la que procede de la Ley? sino con aquélla que nace de la fe en
Cristo, la que viene de Dios y se funda en la fe. Así podré conocerlo a él,
conocer el poder de su resurrección y participar de sus sufrimientos, hasta
hacerme semejante a él en la muerte, a fin de llegar, si es posible, a la
resurrección de entre los muertos. Esto no quiere decir que haya alcanzado la
meta ni logrado la perfección, pero sigo mi carrera con la esperanza de
alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Hermanos, yo no
pretendo haberlo alcanzado. Digo solamente esto: olvidándome del camino
recorrido, me lanzo hacia adelante y corro en dirección a la meta, para
alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Sabemos
por los datos históricos que en época de Jesús, ya no se aplicaba la pena de
muerte por adulterio. Por lo tanto, ¿qué buscaban estos escribas y fariseos?
¿Qué trampa querían ponerle a Jesús? Los habrá sorprendido la respuesta: Jesús
equipara el pecado de esta mujer a cualquier pecado de esos varones. Nos obliga
a todos a mirarnos y hacernos responsables de nuestros actos. Y proclama el
amor misericordioso de Dios, que está dispuesto a perdonar cualquier tipo de
pecado y que, con su perdón, nos manda a vivir una vida nueva.
Ì Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 8, 1-11
Jesús fue al monte de los Olivos.
Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y
comenzó a enseñarles. Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que
había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a
Jesús: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio.
Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué
dices?". Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero
Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo. Como
insistían, se enderezó y les dijo: "Aquél de ustedes que no tenga pecado,
que arroje la primera piedra". E inclinándose nuevamente, siguió
escribiendo en el suelo. Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras
otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que
permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus
acusadores? ¿Nadie te ha condenado?". Ella le respondió: "Nadie, Señor".
"Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS LA PALABRA
Seguir
e imitar a Cristo Jesús
Lo sabemos bien. Después del
cautivador encuentro que tuvimos con él, Cristo es todo en nuestra vida. Porque
nos convenció de quién era, de la inmensidad de su amor hacia nosotros, de la
luz y vida que contienen sus palabras, caímos rendidos a su invitación: “Te
seguiré donde quiera que vayas”, sabiendo que hacíamos el negocio de nuestra
vida. Recibíamos mucho más de lo que le podíamos entregar. Realmente
encontramos un tesoro. Cada uno podemos expresar cómo fue este encuentro con
Jesús. San Pablo, con el ímpetu converso que le caracteriza, lo expresa a su
modo: “Todo lo estimo pérdida, comparado con la excelencia del conocimiento de
Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal
de ganar a Cristo y existir en él”. Incluso las bellas palabras del Señor en la
primera lectura las podemos aplicar a nuestra relación con Cristo Jesús: “No
recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo,
ya está brotando, ¿no lo notáis?”. Sí, los cristianos hemos notado la gran
novedad que Dios nos ofrece en su Hijo Cristo Jesús, la nueva vida que quiere
regalarnos de ser hijos de Dios y hermanos unos de otros, la que nos lleva a
vivir con sentido y esperanza. Esa vida que Jesús mejor que nadie vivió y que
entre otras cosas lleva al perdón del que nos habla el evangelio de hoy.
Las diferentes miradas
Hay miradas y miradas. Según el
dicho popular hay “miradas que matan”, que expresan una gran carga de
agresividad y violencia, buscan el mal, desean la destrucción de la persona a
la que miran. Hay “miradas indiferentes”, que no dicen nada, que simplemente
reflejan eso, indiferencia. Sin embargo, hay miradas que curan, que sanan, que
animan, que dan vida… Son las “miradas de amor”. El poeta Bécquer dice en uno
de sus versos: “Por una mirada, un mundo”. Que podemos traducir: “Por una
mirada de amor, un mundo”. Una mirada de amor vale más que el mundo entero.
En el evangelio de hoy encontramos dos
clases de miradas. La mirada de los letrados y fariseos, es una “mirada que
mata”. Sus ojos no ven más que a una mujer que ha cometido adulterio (del varón
que ha adulterado con ella no dicen nada), y según la estricta ley judía debe
ser apedreada. Miran a esta mujer con una mirada que mata, piden la muerte para
ella.
La mirada de Jesús, mirada que ama
y perdona
Nos encontramos también con la
mirada de Jesús, una “mirada que ama”, una mirada llena de amor para esta
mujer. La mirada de amor tiene dos características que no tiene la mirada sin
amor. En primer lugar, la mirada de amor ve más allá de las apariencias, ve el
interior de las situaciones, el interior de las personas. En este caso
concreto, Jesús con su mirada de amor, ve que esa mujer está dolida y
arrepentida por lo que ha hecho, ve que esa mujer está pidiendo que la
comprendan y perdonen. Alguien ha dicho que “amar es saber mirar”. El amor
penetra muy hondo, tiene ojos más claros, más potentes para ver el interior de
las personas. Una madre, cuando ve entrar a uno de sus hijos por la puerta de
casa, con su mirada de amor sabe si su hijo está bien o está mal, si está
contento o si tiene alguna preocupación. El amor tiene una mirada más
penetrante que la inteligencia más poderosa. Sabe ver lo invisible, lo que no
se ve, pero que está ahí, es real. “Amar es saber mirar”. El emérito Papa
Benedicto XVI, en su encíclica sobre el amor, dice que Jesús porque ama tiene
un “corazón que ve”. Por eso, vio el interior desolado y arrepentido de la
mujer adúltera.
En segundo lugar, la mirada de amor
siempre busca amar. Los letrados y fariseos, porque no amaban, sólo buscaban el
castigo para la que había pecado. Pero Jesús con su mirada de amor, no busca
condenar y castigar, sino curar, sanar, rehacer la vida de una persona rota,
devolverle su dignidad y que encuentre una buena salida a su vida. El diálogo
de Jesús con ella, después de haber puesto en evidencia a sus detractores, está
lleno de comprensión y de ternura:
“Mujer, ¿dónde están tus
acusadores?, ¿ninguno te ha condenado? Ella contestó: Ninguno, Señor. Jesús
dijo: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.
Dos lecciones más podemos sacar del
evangelio de hoy. Primera: Dioses no hay más que uno. Todos los demás somos
seres humanos, fuertes y débiles a la vez. Nadie de nosotros puede presumir de
ser Dios, de ser impecable. Todos fallamos y pecamos. En más de una ocasión,
vamos en contra de nuestra propia conciencia, que eso es pecar. Ojalá el
sabernos débiles y pecadores, sin decir que el mal está bien, nos haga más
comprensivos con los demás, con sus fallos y destierre para siempre el ser
orgullosos y sentirnos por encima de los demás. Fue la lección que Jesús quiso
dar a los acusadores de la mujer adúltera.
Segunda lección. Todos necesitamos
miradas de amor. ¿Sabemos que disfrutar del cielo ya ahora en esta vida o
padecer el infierno ya en esta vida depende en gran parte de nosotros? Cuando
lanzamos miradas de amor a los demás y recibimos miradas de amor… ya estamos
tocando el cielo con la mano. Cuando nos lanzamos miradas de indiferencia, de
desamor... y recibimos esas mismas miradas, ya estamos padeciendo y sufriendo
los tormentos del infierno. Ya sabemos lo que va a pasar en el cielo, en el
reino de Dios. Allí, de una vez por todas, va a reinar Dios y todo lo que se
oponga a Dios va a desaparecer. Como Dios es amor, lo que va a reinar es el
amor y nada más que el amor. Allí todos tendremos miradas de amor. Se acabaron
para siempre las miradas frías, las miradas llenas de odio, de rencor, de
agresividad… Sólo habrá amor, solo habrá miradas de amor. Es nuestra gran
esperanza, es lo que nos ha prometido Cristo Jesús.
A veces nos cuesta mirar con amor a
ciertas personas. Conocemos el remedio. Para amar, lo mejor es sentirse amado.
Para perdonar, lo mejor es sentirse perdonado. Para mirar con amor, lo mejor es
sentirse mirado con amor. Miremos constantemente a Jesús en la cruz, o en
cualquier otra situación. Él siempre nos va a devolver una mirada de amor. De
esta manera podremos ofrecer una mirada de amor a todos los que nos rodean.
“Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”.
Epílogo
Una traducción libre de un buen
cristiano del evangelio de este domingo:
“Le presentaron a Jesús una mujer
sorprendida en flagrante adulterio, y le preguntaron: ‘la justicia manda
eliminar a las tales. Tú ¿qué dices?’. Jesús contestó aquello de ‘el que de
vosotros esté sin pecado que le tire la primera piedra’. Y los acusadores se
fueron retirando comenzando por los más viejos.
Pero mientras se retiraban, Jesús
les gritó: ‘No os marchéis. Que yo a vosotros no os condeno’. Entonces los
acusadores fueron volviendo sin sus piedras, y le dijeron a Jesús: ‘Maestro, si
tú no nos condenas, tampoco nosotros la condenamos a ella’. Y Jesús se volvió a
la mujer y le dijo: si éstos no te condenan, tampoco te voy a condenar yo”.
Todos somos unos perdonados… y
debemos de ser unos perdonadores.
ESTUDIO
BÍBLICO
El gozo en el Dios de la
Misericordia
Antes de entrar en la gran semana
de nuestra Redención, el quinto domingo de Cuaresma nos ofrece, en sus
lecturas, esa dimensión inaudita e irrepetible de lo que es el proyecto de
salvación sobre nosotros. Del libro de Isaías, de la carta a los Filipenses y
del evangelio de Juan emanan los tonos más íntimos del proyecto de Dios que
quiere renovar todas las cosas, que perdona hasta el fondo del ser sin otra
contrapartida que la mejor disponibilidad humana.
Iª Lectura: Isaías (43,16-21):
Memoria liberadora
I.1. El texto de Isaías recuerda el
momento culminante de la actuación de Dios en el AT: la liberación de Egipto.
Aquí, lo sabemos, el pueblo esclavo recibió su identidad en su libertad. Ese es
el credo de su fe que se repite de generación en generación. No hay cosa más
grande para el pueblo de Dios que recordar esa hazaña liberadora divina. Pues
bien, eso se quedará en mantillas ante lo que Dios tiene que hacer por
nosotros, por la humanidad, por la historia. Y el Dios que promete una cosa, la
cumple. Será ese lenguaje simbólico de la liberación, del paso del mar, del
agua y el maná en el desierto, el que se use para anunciar lo nuevo que hará
con nosotros.
I.2. Hacer memoria del pasado es
bueno, no para la nostalgia, sino precisamente para renovarse. Eso es lo que el
Deuteroisaías propone. Las raíces están precisamente en el pasado y no se puede
cortar la trama de la historia de un pueblo, de una religión que es en esencia
liberadora. Un pueblo sin historia es un pueblo sin raíces; pero la memoria,
para ser auténtica, debe hacerse y leerse en clave profética, no precisamente
jurídica o nostálgica. Cuando los cristianos leemos la historia de Jesús y la
intervención de Dios en su vida, y muy especialmente en su muerte, hacemos
memoria profética que muestra que el Dios de Israel, el de Egipto, no se ha
dormido, sino que siempre está dando vida donde los hombres sembramos
esclavitud o tragedias.
II ª Lectura: Filipenses (3,8-14):
La experiencia verdadera del Señor
II.1. Este es uno de los pasajes
más íntimos y personales del apóstol Pablo, nos habla de lo que supone para él
“haber conocido a Cristo”; por Él todo le parece pérdida, por Él todo lo que en
este mundo es relumbrón, le parece una nadería. Lo curioso es que un capítulo
tan decisivo como éste de Filipenses se presta a unas ciertas dudas de
autenticidad: ¿es de Pablo? ¿no es, más bien, otra carta distinta de lo que
venimos leyendo en continuidad desde Flp 1,1-3,1a? Yo me inclino, claramente,
por una carta distinta de la que se
puede leer hasta 3,1a.. Desde luego, el cambio de tono que se produce en 3,1b
no es justificable con el tono entrañable de todo el texto anterior de la
carta. Pero de ahí a pensar que Pablo no está hablando con estas palabras, las
de la lectura de hoy, a mi entender, no se justificaría. Es un retrato muy
personal, muy decisivo, de sus opciones, de su conversión, de cómo dejó de ser
un fanático de la ley para ser un “enamorado” de Cristo, de su pasión y su
resurrección. No tenemos una descripción de lo que Pablo sintió en su alma al
“convertirse” y muchos autores nos dice que ésta es la mejor estampa de lo que
el apóstol sintió en su alma al pasar del judaísmo al cristianismo.
II.2. Conocer a Cristo, su
evangelio, vivir en el horizonte de la fe pascual es haber encontrado el sentido de su vida y
de la felicidad por la que luchó en el judaísmo. Ahora, dice Pablo, todo es
distinto: no tiene que aparentar, ni justificarse a sí mismo, ni intentar ser
el primero o el mejor... eso no vale para nada. Eso era lo que vivía antes de
su conversión llegando, incluso, a perseguir a los cristianos por tratar de ser
el primero de los judíos, como buen discípulo rabínico. Haber “conocido” a
Cristo es haber experimentado la fuerza del amor de Dios. No olvidemos que
conocer, aquí, no tiene el sentido de “gnosis” o conocimiento intelectual, sino
el sentido bíblico de yd‘ y el daat Elohim de los profetas (Os 4,1.6; 5,4; 8,2
; Jr 2,8; 4,22; 9,2.5 en oráculos de amenaza o bien de salvación: Os 2,22; Jr
31,34 o Is 28,8) experiencia de Dios, de lo santo; o la misma experiencia del
amor entre hombre y mujer). Ahora ha sentido la verdadera liberación de todo lo
que mata y esclaviza en este mundo.
Evangelio: Juan (8,1-11): El Dios
de la dignidad de los pequeños
III.1. El pasaje de la mujer
adúltera (muy probablemente un texto de Lucas que en el trasiego de la
transmisión de los textos pasó al de Juan), es una pieza maestra de la vida; es
una lección que nos revela de nuevo por
qué Pablo hablaba así al haber conocido al Señor. Porque, aunque el Apóstol se
refería al Señor resucitado, en ese Señor estaba bien presente este Jesús de
Nazaret del pasaje evangélico. El libro del Levítico dice: si adultera un
hombre con la mujer de su prójimo, hombre y mujer adúlteros serán castigados
con la muerte (Lv 20,10); y el Deuteronomio, por su parte, exige: los llevaréis
a los dos a las puertas de la ciudad y los lapidaréis hasta matarlos (Dt
22,24). Estas eran las penas establecidas por la Ley. No tendríamos que dudar
de que Dios esto no lo ha exigido nunca, sino que la cultura de la época impuso
estos castigos como exigencias morales. Jesús no puede estar de acuerdo con
ello: ni con las leyes de lapidación y muerte, ni con la ignominia de que
solamente el ser más débil tenga que pagar públicamente. La lectura “profética”
que Jesús hace de la ley pone en evidencia una religión y una moral sin corazón
y sin entrañas. No mandó Jesús buscar al “compañero” para que juntos pagaran.
Lo que indigna a Jesús es la “dureza” de corazón de los fuertes oculta en el
puritanismo de aplicar una ley tan injusta como inhumana.
III.2. Vemos a una mujer indefensa
enfrentada sola a la ignominia de la mentira y de la falsedad. ¿Dónde estaba su
compañero de pecado? ¿Solamente los débiles -en este caso la mujer- son los
culpables? Para los que hacen las leyes y las manipulan sí, pero para Dios, y
así lo entiende Jesús, no es cuestión de buscar culpables, sino de rehacer la
vida, de encontrar salida hacia la liberación y la gracia. Los poderosos de
este mundo, en vez de curar y salvar, se ocupan de condenar y castigar. Pero el
Dios de Jesús siente un verdadero gozo cuando puede ejercer su misericordia.
Porque la justicia de Dios, muy distinta de la ley, se realiza en la
misericordia y en el amor consumado. Es ahí donde Dios se siente justo con sus
hijos. Presentimos que en la conciencia más personal de Jesús se siente en ese
momento, sin decirlo, como el que tiene que aplicar la voluntad divina. Lo han
obligado a ello los poderosos, como en Lc 15,1 le obligaron a justificar por
qué comía con publicanos y pecadores. Jesús persona su pecado (¡que nadie se
escandalice de su permisividad!), pero de qué distinta forma afronta la
situación y el pecado mismo.
III.3. Jesús escucha atento las
acusaciones de aquellos que habían encontrado a la mujer perdiendo su dignidad
con un cualquiera (probablemente estaba entre los acusadores, pero él era
hombre y parece que tenía derecho a acusar), y lo que se le ocurre es
precisamente devolvérsela para siempre. Eso es lo que hace Dios constantemente
con sus hijos. Así se explica, pues, aquello que decía el libro Isaías de que
todo quedará pequeño con lo que Dios ofrecerá a los hombres. Son estas pequeñas
cosas las que dejan en mantillas las actuaciones del pasado, aunque sea la
liberación de Egipto. Porque el Dios de la liberación de Egipto tiene que ser
eternamente liberador para cada uno desde su situación personal. Eso es lo que
sucede en el caso concreto con la mujer del pasaje evangélico de hoy. De nada
le valía a ella que se hablara del Dios liberador de Egipto, si los escribas,
los responsables, la dejaban sola para siempre. Jesús, pues, es el mejor
intérprete del Dios de la liberación que se apiada y escucha los clamores y
penas de los que sufren todo el peso de una sociedad y una religión sin
misericordia.
III.4. ¿Qué significa “el que esté
libre de pecado tire la primera piedra”? ¿Por qué reacciona Jesús así? No
podemos imaginar que los que llevan a la mujer son todos malos o incluso
adúlteros. ¡No es eso! Pero sí pecadores de una u otra forma. Entonces, si
todos somos pecadores, ¿por qué nos somos más humanos al juzgar a los demás? No
es una cuestión de que hay pecados y pecados. Esto es verdad. Pero por muy
simple que sea nuestro pecado todos queremos perdón y misericordia. Los grandes
pecados también piden misericordia, y desde luego, ningún pecado ante Dios exige la muerte. Por tanto deberíamos hacer
una lectura humana y teológica. Toda religión que exige la pena de muerte ante
los pecados… deja de ser verdadera religión
porque Dios no quiere la muerte del pecador. Esto debería ya ser una
conquista absoluta de la humanidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario