“Joven, Yo te lo ordeno, levántate”
Tras los últimos domingos en que
hemos ido cerrando el ciclo Pascual después de Pentecostés con varias
importantes fiestas -el pasado la Solemnidad del Corpus, el anterior la
Santísima Trinidad-, retornamos hoy a la sencillez de ver recorrer la vida y la
misión de Jesús entre las gentes de Israel, la vida que generó esos grandes
dogmas de nuestra fe.
Este domingo lo vemos dejándose
ganar por la compasión ante el dolor de una madre, conmoviéndose ante el
sufrimiento y tratando de aliviarlo devolviéndole la vida a un hijo muerto.
Ahondando en la lectura del evangelio vemos cómo la preocupación por devolver
la vida a los hombres presos por la muerte, nos lleva a la lectura profunda de
vernos libres de las ataduras de todo aquello que significa muerte, dolor y
sufrimiento.
Ese mensaje de un Dios liberador,
sanador, preocupado porque sus hijos tengan vida y vida en abundancia, que
llega en persona a devolver la vida, estaba anunciado desde antiguo. En los
profetas como Elías, en la primera lectura, ya se alumbraba el don de la vida
de Jesús. En los apóstoles como Pablo, en la segunda lectura, continuó llegando
a los seres humanos el mensaje de vida de Jesús, con la fuerza del Espíritu
Santo.
Hoy ese mensaje sigue siendo
central para nosotros cristianos: Dios es el Dios de la vida, ¿por qué entonces
tantas veces lo hemos presentado como un Dios enemigo del hombre?
CONTEMPLAMOS
LA PALABRA
I
LECTURA
Elías
interviene ante la muerte de este niño. Es el profeta en medio de un clima de
idolatría y de abuso de poder, que también lleva al pueblo a otro tipo de
muerte: la muerte de la sinceridad y la fidelidad. El niño es una imagen del
pueblo y también de nosotros mismos. Dios quiere que tengamos vida, y hará lo
posible para que la recibamos.
Lectura
del primer libro de los Reyes 17, 17-24
En aquellos días, cayó enfermo el hijo
de la viuda que había socorrido al profeta Elías, y su enfermedad se agravó
tanto que no quedó en él aliento de vida. Entonces la mujer dijo a Elías: “¿Qué
tengo que ver yo contigo, hombre de Dios? ¡Has venido a mi casa para recordar
mi culpa y hacer morir a mi hijo!”
“Dame a tu hijo”, respondió Elías.
Luego lo tomó del regazo de su madre, lo
subió a la habitación alta donde se
alojaba y lo acostó sobre su lecho. E invocó al Señor, diciendo: “Señor, Dios
mío, ¿también a esta viuda que me ha dado albergue la vas a afligir, haciendo
morir a su hijo?”
Después se tendió tres veces sobre el
niño, invocó al Señor y dijo: “¡Señor, Dios mío, que vuelva la vida a este
niño!” El Señor escuchó el clamor de Elías: el aliento vital volvió al niño, y
éste revivió.
Elías tomó al niño, lo bajó de la
habitación alta de la casa y se lo entregó a su madre. Luego dijo: “Mira, tu
hijo vive”. La mujer dijo entonces a Elías: “Ahora sí reconozco que tú eres un
hombre de Dios y que la palabra del Señor está verdaderamente en tu boca”.
Palabra
de Dios
Salmo
responsorial
Salmo
29, 2. 4-6. 11-12ª 13b
R.
Yo te glorifico, Señor, porque Tú me
libraste.
Yo
te glorifico, Señor, porque Tú me libraste.
Y
no quisiste que mis enemigos se rieran de mí.
Tú,
Señor, me levantaste del Abismo y me hiciste revivir,
cuando
estaba entre los que bajan al sepulcro. R.
Canten
al Señor, sus fieles;
den
gracias a su santo Nombre,
porque
su enojo dura un instante, y su bondad, toda la vida:
si
por la noche se derraman lágrimas,
por
la mañana renace la alegría. R.
“Escucha,
Señor, ten piedad de mí;
Ven
a ayudarme, Señor”.
Tú
convertiste mi lamento en júbilo:
¡Señor,
Dios mío, te daré gracias eternamente! R.
SEGUNDA LECTURA
Pablo
reconoce que Dios ha obrado en él. Y esa obra lo ha impulsado a cambiar de
vida, a dejar antiguas tradiciones y estructuras. Porque cuando Dios se nos
revela, nada queda como estaba antes.
Lectura de la
carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 1, 11-19
Quiero que sepan, hermanos, que la Buena
Noticia que les prediqué no es cosa de los hombres, porque yo no la recibí ni
aprendí de ningún hombre, sino por revelación de Jesucristo. Seguramente
ustedes oyeron hablar de mi conducta anterior en el Judaísmo: como perseguía
con furor a la Iglesia de Dios y la arrasaba, y como aventajaba en el Judaísmo
a muchos compañeros de mi edad, en mi exceso de celo por las tradiciones
paternas. Pero cuando Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre y me
llamó por medio de su gracia, se complació en revelarme a su Hijo, para que yo
lo anunciara entre los paganos, de inmediato, sin consultar a ningún hombre y
sin subir a Jerusalén para ver a los que eran Apóstoles antes que yo, me fui a
Arabia y después regresé a Damasco.
Tres años más tarde, fui desde allí a
Jerusalén para visitar a Pedro, y estuve con él quince días. No vi a ningún
otro Apóstol, sino solamente a Santiago, el hermano del Señor.
Palabra de Dios.
EVANGELIO
El
relato nos remite indefectiblemente a la primera lectura. Porque Dios no es
diferente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Es el mismo Dios que se
compadece de nuestro dolor, que nos ve alejados, muertos y perdidos, y se
acerca para darnos vida.
Ì Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo según san Lucas 7, 11-17
Jesús se dirigió a una ciudad llamada
Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se
acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una
mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba. Al verla, el Señor se
conmovió y le dijo: “No llores”. Después se acercó y tocó el féretro. Los que
lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: “Joven, Yo te lo ordeno, levántate”.
El muerto se incorporó y empezó a
hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos quedaron sobrecogidos de temor y
alababan a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y
Dios ha visitado a su Pueblo”.
El rumor de lo que Jesús acababa de
hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.
Palabra del
Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
Iba Jesús camino de una ciudad...
Los contextos de los relatos
evangélicos son siempre importantes. En este, nos encontramos a Jesús con sus
discípulos de camino a la ciudad de Nain. Como siempre que el evangelio habla,
cabe una lectura concreta de lo que dice -estaba de camino...- y otra que nos
diga más cosas de lo leído a simple vista.
El camino es en los evangelios
siempre una disposición de ánimo, no sólo movimiento. Seguir a Jesús es así
dejarse ganar por esa disposición que nos saque de nosotros mismos, que nos
deje sorprendernos por lo inesperado, que nos saque de nuestros propios
esquemas mentales y deje a Dios actuar con la plena libertad. Se trata en
definitiva de no poner nuestras ideas, nuestras concepciones, nuestras palabras
como suyas, no hacernos un Dios a nuestra propia medida, sino dejar que Dios
sea Dios y nos lleve por sus caminos... ponernos en camino tras Jesús, optar
por el movimiento, por el cambio, por la conversión, no por la quietud estática
del que se queda igual que estaba... como le sucedió al Apóstol Pablo tal como
nos cuenta de sí mismo hoy en su carta a los Gálatas.
...sacaban a enterrar un muerto,
hijo único de su madre...
La muerte del hijo único de una
viuda, no significaba solamente el dolor por la pérdida, el sufrimiento de una
madre al perder a su hijo, que obviamente es así. Junto al dolor humano, se
unía la situación de indefensión social y económica a la que tendría que
enfrentarse esa mujer: marginación, hambre, pérdida de los pobres recursos que
pudiera su hijo aportar... sufrimiento unido al sufrimiento humano de una madre
por la muerte de un hijo. Muerte sobre muerte. Dolor sobre dolor.
Y es que a muchas formas de muerte
se enfrenta el ser humano además de la muerte física. Muchos tipos de
sufrimiento caben bajo el sentido profundo de la muerte: la marginación, el
miedo, la desigualdad, la injusticia, la angustia... La muerte además de ser el
umbral del misterio, el miedo y la pérdida humana, tiene otros rostros. Muchas
formas de muerte y de dolor nos acechan, además de las impuestas por la naturaleza:
la injusticia, el egoísmo, las decisiones erradas, el pecado, la violencia...
En un tiempo de crisis como el que ahora nos azota lo vemos a nuestro
alrededor: paro, desahucios, crisis, problemas económicos, corrupción,
problemas políticos, familiares, tristeza, depresión... son hoy formas de dolor
y muerte.
Ante ello cabe la posibilidad de la
desesperación, de la angustia. No ver salida, no saber cómo ni qué hacer...
Pero cabe optar también por la esperanza. Para el creyente no está nada dado
por perdido. Leía en las redes sociales estas semanas un mensaje de esperanza
que no se puede perder de vista: Al final todo saldrá bien... y si no ha salido
bien, es que aún no es el final. La actitud del cristiano, la actitud que
muestra Jesús ante el dolor es precisamente ésa, el mensaje de su vida, de su
Resurrección es precisamente ése: la muerte, el dolor, el sufrimiento no son
absolutos. No son minimizables, y sería irresponsable e inhumano hacerlo. Pero
la vida vence a la muerte. El bien sale a la luz por encima del mal. La vida
tiene la última palabra. Siempre. Aunque el mal exista, el bien, al final,
vence.
Al verla, le dio lástima y le dijo:
No llores
Y eso es así precisamente porque la
característica central de Dios para con los seres humanos, para con sus hijos,
es la de la compasión. A Dios le afectan las circunstancias y el dolor humano.
Como Padre, sufre con los que sufren, siente lástima, ternura, compasión,
empatiza con el hombre, la misericordia llena su corazón de padre. Dios se deja
afectar por el sufrimiento humano. Ese tierno "no llores" de Jesús
parece que resuena en la voz de los que alguna vez nos lo han dicho a nosotros,
o en nuestra propia voz al decirlo a alguien. En ese "no llores" está
la voz conmovida de Dios. Jesús, como hijo de Dios, nos muestra esa actitud
profunda que nos dice cómo es Dios. El que se apiada, el que se compadece, el
que siente lástima del dolor y del sufrimiento de las personas. Un Dios que ha
creado el mundo, que ha dado la vida, que ha hecho cuanto existe para que el
hombre lo disfrute, para que viva en plenitud, para que se desarrolle, para que
celebre y cante y ría. Un Dios de vida y alegría, que no mira a otro lado
cuando el sufrimiento se presenta en la existencia. Al revés. Que sufre cuando
su proyecto de vida se tuerce para el hombre. Un Dios que se compadece de la
muerte, el dolor y el sufrimiento… y que interviene para que el dolor y la
muerte no tengan la última palabra en la vida humana. No se queda quieto y
lejano, ajeno, sino que se implica en la vida humana. Movido por la compasión,
actúa. El amor de Dios por sus hijos, le mueve a llevarles vida.
¡Muchacho, a ti te lo digo,
levántate!
¿Y Cómo interviene ese Dios? ¿Cómo
restaura la vida, cómo hace para que triunfe el bien y la bondad y la alegría y
la belleza? Porque no se me oculta, y sería inhumano e irresponsable hacerlo,
que el mal y la muerte y el dolor continúan existiendo, que no se han acabado
aún, que son parte de esta vida. Y sin embargo el misterio del mal y de la
muerte y del dolor no se enfrenta con el Dios de la vida, pues a fin de
cuentas, lo creado es en sí mismo un límite. Lo que se trata es de vivir en ese
límite con la actitud de la vida, vivir con la actitud de Dios mismo.
Es así que la intervención de Dios
frente a ese mal primeramente se produce trayendo esa esperanza. Si en tiempos
antiguos lo hizo a través de profetas como Elías, como nos cuenta la primera
lectura, con Jesús es el mismo Dios el que viene a mostrar los senderos de la
vida. Nos muestra, con su propia vida, con signos como hoy, pero también con su
propia muerte, con la Resurrección, que nada de lo que llena de dolor al ser
humano, de sufrimiento y muerte, nada de eso tiene la última palabra para Dios.
Dios es un Dios de vida, no de muerte. Dios lleva consigo la vida. Esa es la
enseñanza paradigmática que Jesús muestra con la resurrección del hijo de la
viuda de Nain, Dios se compadece del dolor y la muerte y lleva consigo la vida.
La vida con Dios, se llena de vida.
Pero también nos muestra que ante
la muerte y el dolor se puede hacer algo. Esa es la segunda forma como
interviene Dios, mostrando a los hombres que pueden y deben hacer cosas para
combatir la muerte y el dolor. Que nuestras manos son las manos que tiene Dios
para continuar llevando la vida al mundo, para intervenir frente al dolor y la
muerte. Obviamente lejos de nosotros está el devolver la vida con un milagro,
pero sí que podemos llevar vida y esperanza a otras situaciones de muerte. Sí
que podemos, como Jesús, como Dios, dejarnos ganar por la compasión y buscar el
modo de llevar vida y esperanza ante situaciones de sufrimiento y dolor que a
diario nos rodean y de las que somos espectadores.
Dios ha visitado a su pueblo
Y es que precisamente ése es el
medio en el que Dios puede intervenir hoy en el mundo. Es a través de nuestras
manos y nuestras vidas como trabaja el Espíritu Santo. Nosotros cristianos
somos hoy la forma que Dios tiene de hacerse presente en el mundo. Si nos
encuentra dóciles, dispuestos, capaces de dejarnos ganar por la compasión, seremos
como Pablo, mensajeros de la vida de Dios, o como Elías. Pero si por el
contrario, no nos dejamos ganar por Dios, si seguimos con nuestros propios
esquemas mentales, con nuestras propias preocupaciones centradas en nosotros
mismos, entonces, lo que se desdibuja es el rostro de Dios mismo.
Me temo que desdibujar el rostro de
Dios es en última instancia la razón por la que el mundo no creyente tiene
reparos frente a Dios. Cuando los cristianos no mostramos precisamente con
nuestra vida al Dios de la vida, cuando somos condena en vez de esperanza,
cuando somos parte del problema en vez de parte de la solución, cuando en vez
de alzar las manos para hacer algo contra el dolor, lo que alzamos es la voz
para condenar, denunciar, criticar… el Dios de la vida, el rostro de Jesús, se
desdibuja. Cuando no es significativa nuestra vida, cuando no mostramos que con
Dios la vida se llena de vida, y no generamos vida con nuestra vida, sino que
vamos, como decía el papa Francisco, con cara avinagrada y condenatoria,
entonces, lo que se pervierte es el mismo rostro de Dios, el mismo mensaje del
Evangelio, el mensaje de Jesús de que Dios es un Dios de vida, no de muerte,
que Dios es un Dios de esperanza, no de condena, que la vida y el bien siempre
vencen a la muerte y al dolor, que con Dios, la vida del hombre, se llena de
vida.
ESTUDIO
BÍBLICO
I Lectura (1 Reyes 17,17-24): La
fuerza de Dios que da vida
No hay mucho que decir de este
relato sobre Elías y la viuda de Sarepta de Sidón, ya que se escoge en la
liturgia de hoy para acompañar al texto del evangelio, puesto que muchos
autores han visto una serie de conexiones o modelos. En realidad es muy
distinta la semiótica en que uno y otro se enmarcan. Elías está en territorio
pagano, ayuda a una mujer pagana, como lo pone Lucas de manifiesto en el relato
de la escena de Nazaret de Jesús (Le 4,14ss). Elías ya había ayudado a la viuda
a matar el hambre para que no faltara la harina en la orza. Pero es claro que
el relato quiere ir a más: la harina asegura no morir de hambre, pero la muerte
siempre está al acecho... y la muerte es peor que el hambre para la mujer que
se queda desamparada.
Todos los gestos taumatúrgicos de
Elías de dar calor y vida al joven con su cuerpo podrían ser mirados como actos
de "reanimación", de choque, como se suele hacer con aquellos que han
perdido el conocimiento o han dejado de respirar. Pero el relato no quiere
quedarse en lo que solamente serían "primeros auxilios", sino que
busca algo más. El profeta pide la ayuda de Dios para que el alma, mejor, el
soplo vital (nefesh), vuelva a él. La antropología bíblica no contempla
separación de alma y cuerpo en la muerte, sino que falta ese soplo vital que
Elías, el profeta de Dios, el anunciador de Dios, quiere trasmitir al joven. Es
como si se quisiera enseñar que Elías se desprende de algo tan esencial a su
misión profética, de esa fuerza divina que le abrasaba, para trasmitirla al
moribundo. Y esa era, sin duda, la fuerza de Dios que es quien da vida a los
muertos.
II.a Lectura (Gálatas 1,11-19):
Pablo no inventa el evangelio
Pablo, en su carta a los Gálatas
defenderá "su evangelio", el evangelio o buena noticia de la gracia,
con todo su empeño. El problema se había presentado en la comunidad que había
fundado porque amos intrusos querían imponer otro evangelio, el de la ley, del
que él había desertado desde su fariseísmo el día que "se encontró"
con el Señor Jesús, en una experiencia de "revelación", de
misericordia. El venía de ser perseguidor de ese evangelio, o de aquellos que
lo anunciaban y de pronto se encuentra con las manos vacías... pero Cristo le
hizo ver y experimentar el evangelio de la gracia con todas sus consecuencias.
El texto autobiográfico que hoy leemos quiere poner todo esto de manifiesto. El
evangelio no le llega por una "enseñanza" de otros. Es verdad que la
retórica afirmación de Pablo no excluye que él fuera informado de muchas cosas
por los Apóstoles, pero en lo que se refiere a la "esencia" del
evangelio de la gracia, de la libertad, a la verdad del mismo, eso le viene por
"inspiración", por revelación como le gusta decir. La afirmación es
todo lo retórica que queramos, pero incuestionable.
Sea o no, lo que sigue, un relato
autobiográfico o más bien una argumentación autobiográfica, lo cierto es que él
nos define algunas cosas que confirman su existencia: su vida en el judaísmo
estaba fundamentalmente en contra de este evangelio que ahora anuncia con toda
el alma; su persecución a la "iglesia", es decir, a los cristianos,
tampoco se puede negar y, por lo mismo, su conversión es algo que solamente
puede entenderse como una gracia de Dios. Nada tenía a favor, a no ser que Dios
mismo cambiara el horizonte de su vida y le descubriera que había nacido para
otra cosa que para ser un buen judío o un perfecto fariseo. Estaba llamado a
ser apóstol del evangelio de la gracia, como Jeremías, desde el vientre de su
madre, había sido llamado a ser profeta. Pablo se expresa en los mismos
términos y usa esos simbolismos que muestran el destino o la
"llamada" de Dios. Puede que el Pablo que nos habla aquí sea mirado
por algunos como muy personalista; sin duda que lo es, pues ni siquiera ha
confrontado este evangelio con los otros apóstoles. Pero se trata precisamente
de poner los puntos sobre la íes desde el momento en que algunos que han llegado
a Galacia le niegan el pan y la sal de ser apóstol y de anunciar la verdad del
evangelio. Dirá más adelante: no hay otro evangelio.
Evangelio (Lucas 7,11-17): La
muerte llorada, la muerte vencida
El relato de la
"resurrección" o mejor, de la "vuelta a esta vida" del hijo
de la viuda de Naín tiene una peculiaridades que llaman la atención. Su tono
bíblico, sus efectos deben resaltarse por encima de cualquier otra lectura. Es
una aldea que sale únicamente aquí en toda la biblia. El entierro del joven y
su cortejo no tiene parangón, ya que la madre, viuda por más señas, es la
estampa más dramática que podíamos imaginar. No era frecuente que la mujeres
formaran parte del cortejo judío... por tanto es importante el encuentro entre
Jesús y la madre viuda. Es, además, elocuente que Jesús se compadezca de esta
situación y para ello se usa el verbo "conmoverse" (splagchnizomai)
que encontramos en el relato del Samaritano (Lc 10,33), siendo también la
expresión para el padre de la parábola del hijo pródigo (Lc 15,20). Jesús se
acercó y tocó el féretro ¿era necesario? Se ha visto aquí un signo de cómo
Jesús no teme quedar impuro por tocar a un muerto (aunque sea el féretro). Pero
es su palabra lo que hace que el joven se levante. Y es especialmente
significativo cómo el joven "comenzó a hablar" y Jesús se lo entregó
a la madre. La semiótica, es decir, los signos y símbolos del relato tienen su
fuerza y su sentido. Jesús le entrega a aquella viuda todo lo que ella tenía
para vivir, su hijo, que podría ganar el pan de nuevo para los dos.
Desde esta lectura semiótica,
podríamos entender que aquí no sea exclusivo el sentido del milagro, del
prodigio, o que el título de "profeta" con que se aclama a Jesús al
final se entienda solamente como un taumaturgo, al estilo de Apolonio de Tiana
y otros "taumaturgos" de la época. Jesús es profeta de la muerte y de
la vida. De la muerte porque la afronta con la fuerza de quien está seguro,
cree, que debe ser vencida por la vida. Es una manera, una lección de aproximarse
a la muerte sin el espanto y el miedo con que muchas veces se afronta. Es
verdad que el relato presenta a Jesús en su humanidad; "se conmueve"
ante el dolor de una madre, porque la muerte se debe llorar; pero también se
debe asumir y se debe resucitar'. Pero en realidad el profeta de Galilea
todavía no puede "resucitar" a alguien en el pleno sentido de la
palabra. Lo que hace es "devolver a esta madre su hijo, su apoyo... porque
no tiene otra cosa". Esto es todo un símbolo de la misma humanidad del
reino... pero hubo otros muchos muertos que Jesús no devolvió a la vida y a los
que "devolvió", según los relatos de milagros, les esperaba de nuevo
la muerte. La aclamación de la gente: "Dios ha visitado a su pueblo"
es muy bíblica (cf Le 1,68.78; Hch 15,14; o Ex 32,34; Sal17,3; ls 10,12; Jr
9,24; Zac 10,3) y se usa para hablar' de una acción salvadora y liberadora de
Dios. Eso es lo que se quería mostrar especialmente, más que un simple poder
taumatúrgico.
Teológicamente hablando, cuando la
catequesis nos solicita hablar de la "resurrección", no podernos caer
en el equívoco de presentar la resurrección del hijo de la viuda de Naín o la
de Lázaro, como si estuviéramos hablando de la resurrección de Jesús y de todos
los muertos. No es posible, aunque el término para hablar de cómo el muchacho
se "levantó" (egeiró), ponerse en pie, sea el mismo que se usa para
hablar de la resurrección de Jesús en las experiencias pascuales (Le 24,6.34).
No obstante, debernos tener muy presente que la resurrección de Jesús es mucho
más que la mera reanimación de un cadáver (a lo que con frecuencia se la reduce
en el imaginario popular y en ciertas teología): existe una disparidad absoluta
entre la resurrección de Jesús y la resurrección de Lázaro o la del hijo de la
viuda de Naín, aunque tantas veces se hayan identificado agrupándolas bajo la
categoría, puramente apologética, de milagro. En realidad, Lázaro o el de Naín,
al revivir; retornan hacia el pasado de la vida terrena, hacia la existencia
cotidiana, mientras que la resurrección de Jesús significa el avance absoluto
hacia el futuro sin retorno, hacia Dios Padre como meta última a la vez que
origen primero de su caminar histórico. Se trata, pues, de dinamismos
contrapuestos. De Lázaro o del Naín podemos decir que reviven o son "reanimados";
de Jesús hay que decir mucho más: es "consumado" (cf. Jn 19,30), ya
que por su muerte y su resurrección alcanza la meta suprema de la plenitud y la
consumación total.
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