"Tus
pecados te son perdonados"
Las celebraciones litúrgicas del
Tiempo Ordinario son tan importantes como la vida ordinaria misma. Mediante
ellas, la Iglesia pretende impregnar de sentido cristiano todos los
acontecimientos ordinarios que se suceden en nuestra vida diaria. Hoy, la
pregunta que se nos plantea es: ¿cómo actuar cuando nos ofenden, cuando se
acercan a nosotros personas no bien vistas por la sociedad, incluso condenadas
por prejuicios familiares, sociales, religiosos o políticos?... ¿Hay que
acogerlas, comprenderlas y perdonarlas, o más bien conviene alejarse de ellas y
evitar toda clase de contaminación?...
En la 1ª lectura, el rey David,
después de haber cometido un escandaloso adulterio y homicidio pide perdón a
Dios, y se le concede. San Pablo, en la 2ª lectura, revela a sus fieles de
Galacia los secretos de su vida íntima, escondida en Dios. Y san Lucas, en el
Evangelio, recoge una escena de la vida ordinaria del Maestro en la que Jesús
manifiesta una vez más la prevalencia del amor sobre el pecado y sobre la misma
Ley mosaica. Estos mensajes, densos y sugerentes de por sí, son una ocasión
para ir empapando nuestra vida diaria del espíritu evangélico más puro.
CONTEMPLAMOS
LA PALABRA
I
LECTURA
La
misión de los profetas es presentar la voluntad de Dios al pueblo y llevarlo al
discernimiento. El profeta Natán, con su palabra, logra su objetivo. David
reconoce su pecado. Entonces el perdón que Dios ofrece es la ocasión para
reencausar nuestra vida.
Lectura
del segundo libro de Samuel 12, 7-10. 13
El profeta Natán dijo a David:
"Así habla el Señor, el Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel y te
libré de las manos de Saúl; te entregué la casa de tu señor y puse a sus
mujeres en tus brazos; te di la casa de Israel y de Judá, y por si esto fuera
poco, añadiría otro tanto y aún más. ¿Por qué entonces has despreciado la
palabra del Señor, haciendo lo que es malo a sus ojos? ¡Tú has matado al filo
de la espada a Urías, el hitita! Has tomado por esposa a su mujer, y a él lo
has hecho morir bajo la espada de los amonitas. Por eso, la espada nunca más se
apartará de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado por esposa a la
mujer de Urías, el hitita". David dijo a Natán: "¡He pecado contra el
Señor!". Natán le respondió: "El Señor, por su parte, ha borrado tu
pecado: no morirás".
Palabra
de Dios.
SALMO
Salmo
31, 1-2. 5. 7. 11
R.
Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.
¡Feliz el que ha sido absuelto de
su pecado y liberado de su falta! ¡Feliz el hombre a quien el Señor no le tiene
en cuenta las culpas, y en cuyo espíritu no hay doblez! R.
Pero yo reconocí mi pecado, no te
escondí mi culpa, pensando: "Confesaré mis faltas al Señor". ¡Y tú
perdonaste mi culpa y mi pecado! R.
Tú eres mi refugio, tú me libras de
los peligros y me colmas con la alegría de la salvación. ¡Alégrense en el
Señor, regocíjense los justos! ¡Canten jubilosos los rectos de corazón! R.
SEGUNDA
LECTURA
Al
hablar de la ley, San Pablo se refiere no solo a las normas religiosas, sino
más bien a esa mentalidad "negociadora" de aquel que piensa que, por
cumplir uno a uno todos los preceptos, tiene ganado el cielo. Por el contrario,
el amor de Dios es un regalo, es gratuito, no depende del merecimiento. Y ese
amor lo encontramos en la entrega de Jesucristo por nosotros.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 2, 16. 19-21
Hermanos: Como sabemos que el
hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por la fe en Jesucristo,
hemos creído en él, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las
obras de la Ley: en efecto, nadie será justificado en virtud de las obras de la
Ley. Pero en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo
estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la
vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me
amó y se entregó por mí. Yo no anulo la gracia de Dios: si la justicia viene de
la Ley, Cristo ha muerto inútilmente.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
El
que se cree justo y cumplidor, piensa que no necesita del perdón de Dios. Y su
autosuficiencia lo hace amar poco. La mujer señalada por todos como pecadora,
ama mucho, y lo demuestra con gestos inconmensurables, porque el amor no se
retacea. Con la misma efusión con que ella lloró, besó y ungió a Jesús, con esa
abundancia, recibe el perdón. Este pasaje nos comunica la Buena Noticia del
perdón de Dios, que nos trae la paz y nos pone nuevamente en camino.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según
san Lucas 7, 36 - 8, 3
Un fariseo invitó a Jesús a comer
con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer
pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en
casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de
él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los
secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. Al ver
esto, el fariseo que lo había invitado pensó: "Si este hombre fuera
profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una
pecadora!". Pero Jesús le dijo: "Simón, tengo algo que decirte".
"Di, Maestro", respondió él. "Un prestamista tenía dos deudores:
uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué
pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?". Simón
contestó: "Pienso que aquél a quien perdonó más". Jesús le dijo:
"Has juzgado bien". Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón:
"¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis
pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú
no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no cesó de besar mis pies. Tú
no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que
sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra
mucho amor. Pero aquél a quien se le perdona poco, demuestra poco amor".
Después dijo a la mujer: "Tus pecados te son perdonados". Los
invitados pensaron: "¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los
pecados?". Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en
paz". Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y
anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y
también algunas mujeres que habían sido sanadas de malos espíritus y
enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios;
Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los
ayudaban con sus bienes.
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
Comprensión y misericordia con el
pecador arrepentido
Las personas nos vemos acosadas
continuamente por el mal. Parece como si en el centro más profundo del ser
humano existiesen una serie de energías y tendencias que le impulsaran a cometer
acciones no planeadas ni queridas. San Pablo en una ocasión se lamenta de que
existe en él una fuerza interior incontrolada por la que lo que quiere, no le
deja hacerlo, y lo que no quiere eso mismo es lo que a la postre realiza. Las
tendencias del hombre carnal serían un ejemplo de lo que estamos diciendo: le
inclinan una y otra vez a satisfacer sus placeres sin atender a las
consecuencias que pueden derivarse de su conducta desordenada, como son: el
ultraje a la dignidad de la otra persona, la apropiación indebida de sus
derechos, y el sometimiento y esclavitud consecuentes.
Para Dios, que conoce el corazón
del hombre y escudriña sus entrañas, para quien sus ocultos pensamientos y sus
intenciones más secretas “son claros como el día”, resulta normal perdonar al
pecador y al malvado, porque conoce muy bien su interior. En todos los libros
de la Biblia nos encontramos una y otra vez la afirmación reiterativa de esa
actitud o talante compasivo y benevolente de Dios en relación a los pecadores.
Por eso, en el caso de David, al que alude la primera lectura de este domingo,
al final del relato el profeta Natán le asegura: “Pues el Señor perdona tu
pecado, ¡no morirás”.
Ser un cristiano “bueno” y
“ejemplar” no equivale a cumplir la Ley
La confesión pública que ofrece san
Pablo a los Gálatas sobre los principios que rigen su quehacer diario es un
elemento clave para conocer su vida interior. “Para la Ley yo estoy muerto,
pero vivo para Dios”. Por lo visto en aquellos tiempos, como en los de ahora,
era frecuente cifrar la buena conducta judía y cristiana en la fiel observancia
de una serie de “actos de piedad” o “devociones”. Hay quienes se consideran
“buenos judíos” y “buenos cristianos”, con billete de entrada a la “vida
eterna”, porque —en el caso de los judíos— observaban los innumerables
“preceptos” de la Ley mosaica, y —en el caso de los cristianos— porque su
programa de vida cuenta con muchas “prácticas religiosas”. Padre, “yo soy un
cristiano practicante que voy a Misa, rezo el rosario y el breviario, me
confieso con frecuencia y comulgo”, etc. San Pablo le respondería a ese seudo
cristiano: “El hombre no se justifica por cumplir la Ley… Para la Ley yo estoy
muerto, porque la Ley me ha dado muerte… Si la justificación fuera efecto de la
Ley, la muerte de Cristo sería inútil”.
Según el Apóstol, ¿en qué radica,
pues, la autenticidad cristiana?... Su respuesta clara y contundente podemos
definirla como un compendio de teología espiritual y de mística cristiana.
“Vivo para Dios —dice él—. Estoy crucificado con Cristo… Vivo yo, pero no soy
yo, es Cristo quien vive en mí… Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó
hasta entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios”.
En pocas palabras nos hallamos ante
una sucinta, pero completa, autobiografía del alma del Apóstol y todo un
tratado de Teología Espiritual. Justamente en estos meses —tras la elección del
Papa Francisco y los aires de renovación y de vuelta a los principios
evangélicos más radicales—, la meditación de estos textos del Apóstol pueden
ayudar eficazmente a corregir y dimensionar mejor nuestra comprensión y praxis
del verdadero mensaje evangélico: la vida del cristiano ha de ser un “VIVIR
PARA DIOS, CON CRISTO CRUCIFICADO”. He aquí lo más importante y primordial del
SER CRISTIANO.
El Amor como valor supremo en el
vivir cotidiano
Según el relato de Lucas, un
fariseo llamado Simón está muy interesado en invitar a Jesús a su mesa.
Probablemente, quiere aprovechar la comida para debatir algunas cuestiones con
aquel galileo que está adquiriendo fama de profeta entre la gente. Jesús acepta
la invitación: a todos ha de llegar la Buena Noticia de Dios. El evangelista
nos retrata a dos personajes muy diferentes. Por una parte está Simón, un
fariseo, que ha invitado a Jesús a comer en su casa. Por otro lado aparece una
mujer pecadora, una prostituta de la localidad, que sin ser invitada se
introduce en el aposento.
Como la mayoría de los fariseos,
Simón se manifiesta un tanto autosuficiente que sólo busca aparentar ser lo que
no es, la pantalla; como un fanático cumplidor de la Ley, hombre sin corazón,
capaz de engrandecerse a costa de la miseria y humillación de los demás; y como
un orgulloso que se cree superior a los demás. Pertenece al grupo de quienes
les encanta ocupar “los primeros puestos en los banquetes y los asientos de
honor en las sinagogas, que les hagan reverencias por las calles y que la gente
les llame “rabí” (Mt 23,6). Es también el clásico especialista en juzgar y
condenar a los demás. A Jesús le trata de pobre ignorante que no se percata de
la situación: “Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la
que le está tocando, pues es una pecadora”; y a la mujer la desprecia como
persona no grata y nefasta, que puede contaminar la pureza de los comensales y
estropear el banquete, juzgándola hasta la humillación: “Es una pecadora” (Lc
7,39).
La prostituta se dirige
directamente a Jesús, se echa a sus pies y rompe a llorar. No dice nada. Está
conmovida. No sabe cómo expresar su alegría y agradecimiento por la acogida del
Maestro. Sus lágrimas riegan los pies de Jesús. Prescindiendo de las miradas de
todos los presentes, se suelta la cabellera y se los seca. Es un deshonor para
una mujer soltarse el cabello delante de varones, pero ella no repara en nada:
está acostumbrada a ser despreciada. Besa una y otra vez los pies de Jesús y,
abriendo el pequeño frasco que lleva colgando de su cuello, se los unge con un
perfume precioso.
Ante lo embarazoso de la escena,
Jesús insistirá: hay que aprender a mirar de otra manera a esas gentes extraviadas
que casi todos desprecian. Mediante una sencilla parábola, Jesús pone las cosas
en su sitio, confundiendo al fariseo por su actitud engreída y exaltando el
amor limpio y delicado de la mujer criticada. Afirma Jesús: “Sus muchos pecados
están perdonados, porque tiene mucho amor; al que poco se le perdona, poco
ama.» Y a ella le dice: «Tus pecados están perdonados… Tu fe te ha salvado,
vete en paz.» (Lc 8,3)
Todos los evangelios destacan en
sus relatos la acogida y comprensión de Jesús hacia los sectores más excluidos
de la sociedad según los criterios religiosos de la época: prostitutas,
recaudadores, leprosos... Su mensaje resulta escandaloso: los despreciados por
los hombres “importantes” y más religiosos tienen un lugar privilegiado en el
corazón de Dios. La razón es sólo una: son los más necesitados de acogida,
comprensión, dignidad y amor humano. Para Jesús el amor tiene un valor supremo
en las relaciones humanas, civiles y religiosas.
Así lo exige la llegada del reino
de Dios. La novedad de su mensaje despierta la alegría y el agradecimiento en
los pecadores, pues se sienten aceptados por Dios, no por sus méritos, sino por
la gran bondad del Padre del cielo. Los «perfectos» reaccionan de manera
diferente: no se sienten pecadores, ni tampoco perdonados. No necesitan de la
misericordia de Dios. Las palabras de Jesús los deja indiferentes. Esta
prostituta, en cambio, conmovida por el perdón de Dios y las nuevas
posibilidades que se abren a su vida, no sabe cómo expresar su alegría y
agradecimiento.
El fariseo Simón ve en ella los
gestos ambiguos de una mujer de su oficio, que solo sabe soltarse el cabello,
besar, acariciar y seducir con sus perfumes. Jesús, por el contrario, ve en el
comportamiento de esa mujer impura y pecadora el signo palpable del perdón
inmenso de Dios. Mucho se le debe de haber perdonado, porque es mucho el amor y
la gratitud que está mostrando.
¿No tendrá razón Jesús?... ¿No será
el Dios de la misericordia la mejor noticia que podemos escuchar todos?... Ser
misericordiosos como el Padre del cielo, ¿no será esto lo único que nos puede
liberar de la impiedad y la crueldad?... Y si todos los hombres y mujeres viven
del perdón y la misericordia de Dios, ¿no habrá que introducir un nuevo orden
de cosas donde la compasión no sea ya una excepción o un gesto admirable, sino
una exigencia normal de los discípulos de Jesús?... ¿No será ésta la forma
práctica de acoger y extender su reino universal en medio de sus hijos e
hijas?...
Algún día tendremos que revisar, a
la luz de este ejemplo de Jesús, cuál es nuestra actitud en las comunidades
cristianas ante ciertos colectivos como las mujeres que viven de la
prostitución o los homosexuales y lesbianas cuyos problemas, sufrimientos y
luchas preferimos casi siempre ignorar y silenciar en el seno de la Iglesia
como si para nosotros no existieran.
No son pocas las preguntas que nos
podemos hacer. ¿Dónde pueden encontrar estas personas una acogida parecida a la
de Jesús?... ¿A quién le pueden escuchar una palabra que les hable de Dios como
hablaba Él?... ¿Qué ayuda pueden encontrar entre nosotros para vivir su
situación concreta desde una actitud responsable y creyente?... ¿Con quiénes
pueden compartir su fe en Jesús con paz y dignidad?... ¿Quién es capaz de
intuir el amor insondable de Dios a los olvidados por todas las religiones?...
ESTUDIO
BÍBLICO
Dios hace que la religión tenga
vida
Iª
Lectura: 1Samuel (12,7-10.13): Dios perdona… a quien confiesa su culpa
I.1. El profeta Natán no fue, desde
luego, el "profeta de bolsillo" del rey David, a pesar de famoso
oráculo de 2Sam 7 que tánto tiene que ver con el establecimiento de la
monarquía davídica en Judá, y con la teología del mesianismo posterior. Es
verdad que los reyes dispusieron a su antojo de "profetas", que en
realidad no eran profetas. Los autores o el autor "deuteronomista"
(los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes) que tiene muy en cuenta la sabida
de David al trono judío no podía pasar por alto que el rey pudiera disponer a
su antojo de la vida de nadie. Este es el caso de Urías, puesto en primera fila
en la batalla para que muriera en la guerra, un hitita, para llevarse consigo a
Betsabé su esposa (la que sería la madre de Salomón su sucesor). El relato que
se nos propone, pues, tiene toda la carga profética y moral de condenar los
crímenes del rey David, el prototipo, el modelo para los judíos. Pues ahí
tenemos al profeta de Dios que no esconde la palabra y el juicio contra los
crímenes del rey poderoso. David no era un santo y la subida al trono fue una
verdadera tragedia para sus contrincantes, como la misma familia de Saúl (el
primer rey del pueblo elegido, contra la misma voluntad de Samuel, otro
profeta).
I.2. Es verdad que la pretensión
del relato tiene un doble objetivo: mostrar la fuerza persuasiva de la palabra
profética, como palabra que viene de Dios, que no se vende, que es juicio de
condena y salvación según las circunstancias. Natán tendrá que ver con la
situación política del reinado davídico, pero no a costa de silenciar el juicio
contra el rey que actúa injustamente. Es un rasgo bien definido del verdadero
profeta que tiene conciencia de que la palabra viene de Dios, dura y exigente
en muchos casos, como fuego ardiente… Esta es su seguridad frente a reyes y
poderosos. Y así ocurre fehacientemente en el caso de Natán y David. Es
probable que Natán tuviera ciertas predilecciones por David y que influyera en
un momento determinado por Salomón como sucesor de su padre… pero no hasta el
punto de poder vender ante él la palabra de Dios.
I.3. Pero también tiene, el relato,
un tono moralizante necesario: quien se arrepiente, aunque sus crímenes sean
grandes, encontrará el perdón. Porque sea el rey de "dos reinos" y
haya conquistado todo "un mundo" para él y para los suyos, no le está
permitido ir contra Dios y contra sus súbitos. Estos tienen de parte al
profeta, es decir a Dios mismo, pues el profeta es el único que pone enfrente a
Dios y al rey. Es lo primero y decisivo en esta escena de tipo religioso, entre
el profeta y el rey como individuo. Después tendrá consecuencias en la historia
misma de la familia de David, en la rebelión de sus hijos, en los intereses
políticos de la misma Betsabé para que Salomón sea preferido sobre otros. Es
verdad que esto no se contempla aquí, sino la necesidad de reconocer la culpa y
arrepentirse ante Dios, que es lo que busca el profeta. El profeta ha
conseguido lo que quería, no precisamente humillar en nombre de Dios, sino que
se imponga la justicia, el derecho de Dios y de los hombres. Arrepentido… el
rey, el hombre, es perdonado.
IIª
Lectura: Gálatas (2,16.19-21): En Cristo he encontrado al Dios vivo y verdadero
II.1. El texto de la carta a los
Gálatas es una de las maravillas teológicas del apóstol en la defensa que hace
del evangelio al que dedica su vida. Cristo crucificado se revela en su vida
como la fuerza de Dios y desde entonces prefiere vivir crucificado, siendo un
maldito como tal, que vivir agarrado a la ley, que le aleja de la gracia. En
estos versos está recogida la "tesis" que se defiende con todas sus
fuerzas en esta carta de Pablo. Son los versos que concluyen el c. 2, después
de toda una serie de datos biográficos imprescindibles; su oposición a los
judaizantes que llegaron a Antioquía en nombre de Santiago y de enfrentarse al
mismo Pedro por tal de no perder la libertad que los cristianos han conquistado
en Cristo Jesús.
II.2. La dialéctica entre vivir en
Dios y vivir en la Ley es descomunal. Se trata, muy probablemente, de una de
las expresiones más fuertes y logradas de Pablo. Antes, cuando vivía según la
Ley, pensaba que vivía en Dios y con Dios; vivía en la Alianza y en la
fidelidad de un buen judío. Ahora todo ha cambiado al descubrir a Cristo, el
Hijo crucificado. Ahora es cuando se ha encontrado verdaderamente con Dios. ¿Es
esta una ruptura? Sí, es una ruptura definitiva. La cuestión no está, pues, en
aceptar o no aceptar la Ley, sino en este planteamiento cristológico. Si los
oponentes hubieran podido pedir una fórmula de compromiso o conciliación, Pablo
por el contrario, plantea las cosas como alternativa y contraposición. Se debe
de elegir, pues, entre la Ley o Cristo. Y está claro cómo se expresa Pablo:
solamente es posible elegir a Cristo, es decir, crucificarse con él, como
exigencia radical del evangelio.
II.3. La cuestión se centra en el
hecho de que compara lo que es vivir según la Ley, y lo que es vivir
crucificado con Cristo. Y la conclusión es nítida: prefiere estar crucificado
con Cristo, a vivir según la Ley. Viviendo en la Ley él sabe que no le espera
más que la muerte espiritual sin sentido. Por el contrario, viviendo
crucificado le espera una vida verdadera. Viviendo según la Ley no es posible,
para Pablo, encontrarse con el Dios vivo y verdadero, con el Dios salvador.
Viviendo «crucificado» uno se encuentra con el Dios vivo y verdadero, el Dios
salvador y liberador, porque Dios se ha revelado realmente en la vida del
crucificado. ¿Por qué? nos preguntamos todavía. La respuesta está en Gal 2,20,
porque es en la cruz donde el Hijo le ha mostrado su amor y su entrega. Y si el
Hijo es la revelación de Dios, entonces es en la cruz donde el Dios real se
entrega a todos los hombres, independientemente de su raza y religión.
III.
Evangelio: Lucas (7,36-8,3): Jesús, profeta del perdón y la misericordia
III.1. Esta escena, una de las más
hermosas y significativas del evangelio de Lucas ha sido muy valorada,
reinventada varias veces, evocada en la poesía, la pintura y el drama. La
verdad es que estamos ante un "capolavoro" del arte narrativo. En el
marco de una comida a la que es invitado Jesús, se enfrentan un fariseo (en
realidad muchos fariseos) y una mujer pecadora. Es el fariseo el que hace
pública esa maldad. Esta pecadora anónima (no identificada, de ninguna manera,
con María Magdalena, aunque de ella se nos hable a continuación) parece que sea
una prostituta. Es lo que exige el guión moralista y así se ha tratado casi
siempre el pecado de ésta; parece que es lo que pega. Pero en verdad no tiene
por qué estar marcada con esa indignidad que afecta tan marginalmente a la
mujer. Y si en realidad lo fuera, ¡mejor!, porque de esa manera Jesús se cubre
de gloria profética. Jesús desde luego, no es un invitado de piedra, aunque se
trata de un enfrentamiento, entre un hombre y una mujer; un puritano, uno que
tiene conciencia de que no se contamina como el profeta que se deja secar los
pies por una mujer pecadora. Enfrente, o mejor, postrada, esa mujer sin nombre
(el hombre curiosamente tiene nombre, Simón, y con ello dignidad social y
religiosa). Ya esto es significativo.
III.2. Está claro que el fariseo
pretende desacreditar a su invitado, quizás porque su invitación obedecía más
bien a cierta buena fama de profeta de la que Jesús gozaba en Galilea entre la
gente. No interviene, en primera instancia, porque todo va saliendo según
ciertas previsiones; todo esto vale para dejar en evidencia al profeta. Parece
que aquí, en el marco de una comida, y con testigos presenciales, todo eso va a
acabar. Ya sabemos que Jesús tiene fama de comedor y ser amigo de publicanos y
pecadores; se ha afirmado un momento antes (Lc 7,34). Pero Jesús no se dirige
primeramente a la mujer, sino a Simón, con esa breve parábola de los dos
deudores con deudas desproporcionadas. La enseñanza es meridiana: a quien más
se le perdona más agradece. Los gestos de la mujer pueden ser todo lo ambiguos
que queramos, pero no para Jesús, ni para el fariseo, que representa todo un
mundo religioso y una mentalidad. Para los rabinos de la época… ¡no digamos!
III.3. Jesús, este Jesús de Lucas,
que se nos presenta tan cercano a la mujer, a los débiles, tan abierto a la
misericordia… después de haber dejado bien claro en la parábola hasta dónde
quiere llegar, se pone de parte de la mujer. Lo que le reprocha a Simón, lo
pone a cuenta de la mujer, de la pecadora, ¡algo inaudito! En realidad, la
narración parece insinuar que Jesús no ha sido invitado con buenas intenciones
a casa del fariseo. Al final son dos mundos los que se enfrentan: el de los
fariseos y el de Jesús. Y quien dictamina este enfrentamiento, la juez, es una
mujer pecadora. No ha sido tratado Jesús con dignidad por parte de los
fariseos, de hombres. Y resulta que esta mujer viene a restituir toda la
dignidad para este profeta amigo de publicanos y pecadores. Parece como si la
mujer si hubiera enterado que Jesús no ha sido tratado con toda la dignidad que
merece y ella viene a suplirlo. Es verdad que se trata de una pecadora en toda
regla (por lo que sea, ¡es igual!), porque Jesús le perdona sus pecados y por
ello explota el auditorio de hombres y de fariseos: ¡solamente Dios puede
perdonar pecados!
III.4. El fariseo, los fariseos,
los puritanos, no se sienten perdonados… porque no sienten necesidad y no
pueden agradecer. La mujer sí siente la necesidad de comprensión, de perdón, de
misericordia y, consiguientemente, ama mucho. Debemos resaltar la fuerza del v.
47, incluso en una buena traducción: no es su amor lo que provoca el perdón,
sino el perdón de Jesús lo que le lleva a amar con toda el alma y todo el
corazón. Ella ha pedido comprensión, perdón, misericordia… y se le ha
concedido. Ella lo necesitaba y ha llevado a cabo todo aquello que le acercaba
a quien consideraba que se lo podía ofrecer de parte de Dios. Los
"fariseos" (no solamente Simón, aunque éste los representa) no se acercan
a Jesús, no le ofrecen ni siquiera la hospitalidad dignificadora, sino una
hospitalidad para ser cazado y ser juzgado. El profeta, amigo de publicanos y
pecadores, de la mujer y de gente sencilla y necesitada, ha salido ileso… pero
no sin escándalo de los que no se sienten pecadores. Y no saben que esa
dignidad estirada y legal… puede ser también pecado. Y podrían tener el mismo
perdón como la mujer. Pero eso sería rebajarse a una moral débil que no pueden
soportar.
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