domingo, 16 de junio de 2013

DOMINGO 11° DEL TIEMPO ORDINARIO




"Tus pecados te son perdonados"

Las celebraciones litúrgicas del Tiempo Ordinario son tan importantes como la vida ordinaria misma. Mediante ellas, la Iglesia pretende impregnar de sentido cristiano todos los acontecimientos ordinarios que se suceden en nuestra vida diaria. Hoy, la pregunta que se nos plantea es: ¿cómo actuar cuando nos ofenden, cuando se acercan a nosotros personas no bien vistas por la sociedad, incluso condenadas por prejuicios familiares, sociales, religiosos o políticos?... ¿Hay que acogerlas, comprenderlas y perdonarlas, o más bien conviene alejarse de ellas y evitar toda clase de contaminación?...

En la 1ª lectura, el rey David, después de haber cometido un escandaloso adulterio y homicidio pide perdón a Dios, y se le concede. San Pablo, en la 2ª lectura, revela a sus fieles de Galacia los secretos de su vida íntima, escondida en Dios. Y san Lucas, en el Evangelio, recoge una escena de la vida ordinaria del Maestro en la que Jesús manifiesta una vez más la prevalencia del amor sobre el pecado y sobre la misma Ley mosaica. Estos mensajes, densos y sugerentes de por sí, son una ocasión para ir empapando nuestra vida diaria del espíritu evangélico más puro.

CONTEMPLAMOS LA PALABRA

I LECTURA

La misión de los profetas es presentar la voluntad de Dios al pueblo y llevarlo al discernimiento. El profeta Natán, con su palabra, logra su objetivo. David reconoce su pecado. Entonces el perdón que Dios ofrece es la ocasión para reencausar nuestra vida.

Lectura del segundo libro de Samuel 12, 7-10. 13

El profeta Natán dijo a David: "Así habla el Señor, el Dios de Israel: Yo te ungí rey de Israel y te libré de las manos de Saúl; te entregué la casa de tu señor y puse a sus mujeres en tus brazos; te di la casa de Israel y de Judá, y por si esto fuera poco, añadiría otro tanto y aún más. ¿Por qué entonces has despreciado la palabra del Señor, haciendo lo que es malo a sus ojos? ¡Tú has matado al filo de la espada a Urías, el hitita! Has tomado por esposa a su mujer, y a él lo has hecho morir bajo la espada de los amonitas. Por eso, la espada nunca más se apartará de tu casa, ya que me has despreciado y has tomado por esposa a la mujer de Urías, el hitita". David dijo a Natán: "¡He pecado contra el Señor!". Natán le respondió: "El Señor, por su parte, ha borrado tu pecado: no morirás".
Palabra de Dios.

SALMO

Salmo 31, 1-2. 5. 7. 11

R. Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado.

¡Feliz el que ha sido absuelto de su pecado y liberado de su falta! ¡Feliz el hombre a quien el Señor no le tiene en cuenta las culpas, y en cuyo espíritu no hay doblez! R.

Pero yo reconocí mi pecado, no te escondí mi culpa, pensando: "Confesaré mis faltas al Señor". ¡Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado! R.

Tú eres mi refugio, tú me libras de los peligros y me colmas con la alegría de la salvación. ¡Alégrense en el Señor, regocíjense los justos! ¡Canten jubilosos los rectos de corazón! R.

SEGUNDA LECTURA

Al hablar de la ley, San Pablo se refiere no solo a las normas religiosas, sino más bien a esa mentalidad "negociadora" de aquel que piensa que, por cumplir uno a uno todos los preceptos, tiene ganado el cielo. Por el contrario, el amor de Dios es un regalo, es gratuito, no depende del merecimiento. Y ese amor lo encontramos en la entrega de Jesucristo por nosotros.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 2, 16. 19-21

Hermanos: Como sabemos que el hombre no es justificado por las obras de la Ley, sino por la fe en Jesucristo, hemos creído en él, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la Ley: en efecto, nadie será justificado en virtud de las obras de la Ley. Pero en virtud de la Ley, he muerto a la Ley, a fin de vivir para Dios. Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí. Yo no anulo la gracia de Dios: si la justicia viene de la Ley, Cristo ha muerto inútilmente.
Palabra de Dios.
EVANGELIO

El que se cree justo y cumplidor, piensa que no necesita del perdón de Dios. Y su autosuficiencia lo hace amar poco. La mujer señalada por todos como pecadora, ama mucho, y lo demuestra con gestos inconmensurables, porque el amor no se retacea. Con la misma efusión con que ella lloró, besó y ungió a Jesús, con esa abundancia, recibe el perdón. Este pasaje nos comunica la Buena Noticia del perdón de Dios, que nos trae la paz y nos pone nuevamente en camino.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 7, 36 - 8, 3

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: "Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!". Pero Jesús le dijo: "Simón, tengo algo que decirte". "Di, Maestro", respondió él. "Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?". Simón contestó: "Pienso que aquél a quien perdonó más". Jesús le dijo: "Has juzgado bien". Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados. Por eso demuestra mucho amor. Pero aquél a quien se le perdona poco, demuestra poco amor". Después dijo a la mujer: "Tus pecados te son perdonados". Los invitados pensaron: "¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?". Pero Jesús dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado, vete en paz". Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido sanadas de malos espíritus y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los ayudaban con sus bienes.
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

Comprensión y misericordia con el pecador arrepentido

Las personas nos vemos acosadas continuamente por el mal. Parece como si en el centro más profundo del ser humano existiesen una serie de energías y tendencias que le impulsaran a cometer acciones no planeadas ni queridas. San Pablo en una ocasión se lamenta de que existe en él una fuerza interior incontrolada por la que lo que quiere, no le deja hacerlo, y lo que no quiere eso mismo es lo que a la postre realiza. Las tendencias del hombre carnal serían un ejemplo de lo que estamos diciendo: le inclinan una y otra vez a satisfacer sus placeres sin atender a las consecuencias que pueden derivarse de su conducta desordenada, como son: el ultraje a la dignidad de la otra persona, la apropiación indebida de sus derechos, y el sometimiento y esclavitud consecuentes.

Para Dios, que conoce el corazón del hombre y escudriña sus entrañas, para quien sus ocultos pensamientos y sus intenciones más secretas “son claros como el día”, resulta normal perdonar al pecador y al malvado, porque conoce muy bien su interior. En todos los libros de la Biblia nos encontramos una y otra vez la afirmación reiterativa de esa actitud o talante compasivo y benevolente de Dios en relación a los pecadores. Por eso, en el caso de David, al que alude la primera lectura de este domingo, al final del relato el profeta Natán le asegura: “Pues el Señor perdona tu pecado, ¡no morirás”.

Ser un cristiano “bueno” y “ejemplar” no equivale a cumplir la Ley

La confesión pública que ofrece san Pablo a los Gálatas sobre los principios que rigen su quehacer diario es un elemento clave para conocer su vida interior. “Para la Ley yo estoy muerto, pero vivo para Dios”. Por lo visto en aquellos tiempos, como en los de ahora, era frecuente cifrar la buena conducta judía y cristiana en la fiel observancia de una serie de “actos de piedad” o “devociones”. Hay quienes se consideran “buenos judíos” y “buenos cristianos”, con billete de entrada a la “vida eterna”, porque —en el caso de los judíos— observaban los innumerables “preceptos” de la Ley mosaica, y —en el caso de los cristianos— porque su programa de vida cuenta con muchas “prácticas religiosas”. Padre, “yo soy un cristiano practicante que voy a Misa, rezo el rosario y el breviario, me confieso con frecuencia y comulgo”, etc. San Pablo le respondería a ese seudo cristiano: “El hombre no se justifica por cumplir la Ley… Para la Ley yo estoy muerto, porque la Ley me ha dado muerte… Si la justificación fuera efecto de la Ley, la muerte de Cristo sería inútil”.

Según el Apóstol, ¿en qué radica, pues, la autenticidad cristiana?... Su respuesta clara y contundente podemos definirla como un compendio de teología espiritual y de mística cristiana. “Vivo para Dios —dice él—. Estoy crucificado con Cristo… Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí… Vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios”.

En pocas palabras nos hallamos ante una sucinta, pero completa, autobiografía del alma del Apóstol y todo un tratado de Teología Espiritual. Justamente en estos meses —tras la elección del Papa Francisco y los aires de renovación y de vuelta a los principios evangélicos más radicales—, la meditación de estos textos del Apóstol pueden ayudar eficazmente a corregir y dimensionar mejor nuestra comprensión y praxis del verdadero mensaje evangélico: la vida del cristiano ha de ser un “VIVIR PARA DIOS, CON CRISTO CRUCIFICADO”. He aquí lo más importante y primordial del SER CRISTIANO.

El Amor como valor supremo en el vivir cotidiano

Según el relato de Lucas, un fariseo llamado Simón está muy interesado en invitar a Jesús a su mesa. Probablemente, quiere aprovechar la comida para debatir algunas cuestiones con aquel galileo que está adquiriendo fama de profeta entre la gente. Jesús acepta la invitación: a todos ha de llegar la Buena Noticia de Dios. El evangelista nos retrata a dos personajes muy diferentes. Por una parte está Simón, un fariseo, que ha invitado a Jesús a comer en su casa. Por otro lado aparece una mujer pecadora, una prostituta de la localidad, que sin ser invitada se introduce en el aposento.

Como la mayoría de los fariseos, Simón se manifiesta un tanto autosuficiente que sólo busca aparentar ser lo que no es, la pantalla; como un fanático cumplidor de la Ley, hombre sin corazón, capaz de engrandecerse a costa de la miseria y humillación de los demás; y como un orgulloso que se cree superior a los demás. Pertenece al grupo de quienes les encanta ocupar “los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas, que les hagan reverencias por las calles y que la gente les llame “rabí” (Mt 23,6). Es también el clásico especialista en juzgar y condenar a los demás. A Jesús le trata de pobre ignorante que no se percata de la situación: “Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora”; y a la mujer la desprecia como persona no grata y nefasta, que puede contaminar la pureza de los comensales y estropear el banquete, juzgándola hasta la humillación: “Es una pecadora” (Lc 7,39).

La prostituta se dirige directamente a Jesús, se echa a sus pies y rompe a llorar. No dice nada. Está conmovida. No sabe cómo expresar su alegría y agradecimiento por la acogida del Maestro. Sus lágrimas riegan los pies de Jesús. Prescindiendo de las miradas de todos los presentes, se suelta la cabellera y se los seca. Es un deshonor para una mujer soltarse el cabello delante de varones, pero ella no repara en nada: está acostumbrada a ser despreciada. Besa una y otra vez los pies de Jesús y, abriendo el pequeño frasco que lleva colgando de su cuello, se los unge con un perfume precioso.

Ante lo embarazoso de la escena, Jesús insistirá: hay que aprender a mirar de otra manera a esas gentes extraviadas que casi todos desprecian. Mediante una sencilla parábola, Jesús pone las cosas en su sitio, confundiendo al fariseo por su actitud engreída y exaltando el amor limpio y delicado de la mujer criticada. Afirma Jesús: “Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; al que poco se le perdona, poco ama.» Y a ella le dice: «Tus pecados están perdonados… Tu fe te ha salvado, vete en paz.» (Lc 8,3)

Todos los evangelios destacan en sus relatos la acogida y comprensión de Jesús hacia los sectores más excluidos de la sociedad según los criterios religiosos de la época: prostitutas, recaudadores, leprosos... Su mensaje resulta escandaloso: los despreciados por los hombres “importantes” y más religiosos tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios. La razón es sólo una: son los más necesitados de acogida, comprensión, dignidad y amor humano. Para Jesús el amor tiene un valor supremo en las relaciones humanas, civiles y religiosas.

Así lo exige la llegada del reino de Dios. La novedad de su mensaje despierta la alegría y el agradecimiento en los pecadores, pues se sienten aceptados por Dios, no por sus méritos, sino por la gran bondad del Padre del cielo. Los «perfectos» reaccionan de manera diferente: no se sienten pecadores, ni tampoco perdonados. No necesitan de la misericordia de Dios. Las palabras de Jesús los deja indiferentes. Esta prostituta, en cambio, conmovida por el perdón de Dios y las nuevas posibilidades que se abren a su vida, no sabe cómo expresar su alegría y agradecimiento.

El fariseo Simón ve en ella los gestos ambiguos de una mujer de su oficio, que solo sabe soltarse el cabello, besar, acariciar y seducir con sus perfumes. Jesús, por el contrario, ve en el comportamiento de esa mujer impura y pecadora el signo palpable del perdón inmenso de Dios. Mucho se le debe de haber perdonado, porque es mucho el amor y la gratitud que está mostrando.

¿No tendrá razón Jesús?... ¿No será el Dios de la misericordia la mejor noticia que podemos escuchar todos?... Ser misericordiosos como el Padre del cielo, ¿no será esto lo único que nos puede liberar de la impiedad y la crueldad?... Y si todos los hombres y mujeres viven del perdón y la misericordia de Dios, ¿no habrá que introducir un nuevo orden de cosas donde la compasión no sea ya una excepción o un gesto admirable, sino una exigencia normal de los discípulos de Jesús?... ¿No será ésta la forma práctica de acoger y extender su reino universal en medio de sus hijos e hijas?...

Algún día tendremos que revisar, a la luz de este ejemplo de Jesús, cuál es nuestra actitud en las comunidades cristianas ante ciertos colectivos como las mujeres que viven de la prostitución o los homosexuales y lesbianas cuyos problemas, sufrimientos y luchas preferimos casi siempre ignorar y silenciar en el seno de la Iglesia como si para nosotros no existieran.

No son pocas las preguntas que nos podemos hacer. ¿Dónde pueden encontrar estas personas una acogida parecida a la de Jesús?... ¿A quién le pueden escuchar una palabra que les hable de Dios como hablaba Él?... ¿Qué ayuda pueden encontrar entre nosotros para vivir su situación concreta desde una actitud responsable y creyente?... ¿Con quiénes pueden compartir su fe en Jesús con paz y dignidad?... ¿Quién es capaz de intuir el amor insondable de Dios a los olvidados por todas las religiones?...



ESTUDIO BÍBLICO

Dios hace que la religión tenga vida

Iª Lectura: 1Samuel (12,7-10.13): Dios perdona… a quien confiesa su culpa

I.1. El profeta Natán no fue, desde luego, el "profeta de bolsillo" del rey David, a pesar de famoso oráculo de 2Sam 7 que tánto tiene que ver con el establecimiento de la monarquía davídica en Judá, y con la teología del mesianismo posterior. Es verdad que los reyes dispusieron a su antojo de "profetas", que en realidad no eran profetas. Los autores o el autor "deuteronomista" (los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes) que tiene muy en cuenta la sabida de David al trono judío no podía pasar por alto que el rey pudiera disponer a su antojo de la vida de nadie. Este es el caso de Urías, puesto en primera fila en la batalla para que muriera en la guerra, un hitita, para llevarse consigo a Betsabé su esposa (la que sería la madre de Salomón su sucesor). El relato que se nos propone, pues, tiene toda la carga profética y moral de condenar los crímenes del rey David, el prototipo, el modelo para los judíos. Pues ahí tenemos al profeta de Dios que no esconde la palabra y el juicio contra los crímenes del rey poderoso. David no era un santo y la subida al trono fue una verdadera tragedia para sus contrincantes, como la misma familia de Saúl (el primer rey del pueblo elegido, contra la misma voluntad de Samuel, otro profeta).

I.2. Es verdad que la pretensión del relato tiene un doble objetivo: mostrar la fuerza persuasiva de la palabra profética, como palabra que viene de Dios, que no se vende, que es juicio de condena y salvación según las circunstancias. Natán tendrá que ver con la situación política del reinado davídico, pero no a costa de silenciar el juicio contra el rey que actúa injustamente. Es un rasgo bien definido del verdadero profeta que tiene conciencia de que la palabra viene de Dios, dura y exigente en muchos casos, como fuego ardiente… Esta es su seguridad frente a reyes y poderosos. Y así ocurre fehacientemente en el caso de Natán y David. Es probable que Natán tuviera ciertas predilecciones por David y que influyera en un momento determinado por Salomón como sucesor de su padre… pero no hasta el punto de poder vender ante él la palabra de Dios.

I.3. Pero también tiene, el relato, un tono moralizante necesario: quien se arrepiente, aunque sus crímenes sean grandes, encontrará el perdón. Porque sea el rey de "dos reinos" y haya conquistado todo "un mundo" para él y para los suyos, no le está permitido ir contra Dios y contra sus súbitos. Estos tienen de parte al profeta, es decir a Dios mismo, pues el profeta es el único que pone enfrente a Dios y al rey. Es lo primero y decisivo en esta escena de tipo religioso, entre el profeta y el rey como individuo. Después tendrá consecuencias en la historia misma de la familia de David, en la rebelión de sus hijos, en los intereses políticos de la misma Betsabé para que Salomón sea preferido sobre otros. Es verdad que esto no se contempla aquí, sino la necesidad de reconocer la culpa y arrepentirse ante Dios, que es lo que busca el profeta. El profeta ha conseguido lo que quería, no precisamente humillar en nombre de Dios, sino que se imponga la justicia, el derecho de Dios y de los hombres. Arrepentido… el rey, el hombre, es perdonado.

IIª Lectura: Gálatas (2,16.19-21): En Cristo he encontrado al Dios vivo y verdadero

II.1. El texto de la carta a los Gálatas es una de las maravillas teológicas del apóstol en la defensa que hace del evangelio al que dedica su vida. Cristo crucificado se revela en su vida como la fuerza de Dios y desde entonces prefiere vivir crucificado, siendo un maldito como tal, que vivir agarrado a la ley, que le aleja de la gracia. En estos versos está recogida la "tesis" que se defiende con todas sus fuerzas en esta carta de Pablo. Son los versos que concluyen el c. 2, después de toda una serie de datos biográficos imprescindibles; su oposición a los judaizantes que llegaron a Antioquía en nombre de Santiago y de enfrentarse al mismo Pedro por tal de no perder la libertad que los cristianos han conquistado en Cristo Jesús.

II.2. La dialéctica entre vivir en Dios y vivir en la Ley es descomunal. Se trata, muy probablemente, de una de las expresiones más fuertes y logradas de Pablo. Antes, cuando vivía según la Ley, pensaba que vivía en Dios y con Dios; vivía en la Alianza y en la fidelidad de un buen judío. Ahora todo ha cambiado al descubrir a Cristo, el Hijo crucificado. Ahora es cuando se ha encontrado verdaderamente con Dios. ¿Es esta una ruptura? Sí, es una ruptura definitiva. La cuestión no está, pues, en aceptar o no aceptar la Ley, sino en este planteamiento cristológico. Si los oponentes hubieran podido pedir una fórmula de compromiso o conciliación, Pablo por el contrario, plantea las cosas como alternativa y contraposición. Se debe de elegir, pues, entre la Ley o Cristo. Y está claro cómo se expresa Pablo: solamente es posible elegir a Cristo, es decir, crucificarse con él, como exigencia radical del evangelio.

II.3. La cuestión se centra en el hecho de que compara lo que es vivir según la Ley, y lo que es vivir crucificado con Cristo. Y la conclusión es nítida: prefiere estar crucificado con Cristo, a vivir según la Ley. Viviendo en la Ley él sabe que no le espera más que la muerte espiritual sin sentido. Por el contrario, viviendo crucificado le espera una vida verdadera. Viviendo según la Ley no es posible, para Pablo, encontrarse con el Dios vivo y verdadero, con el Dios salvador. Viviendo «crucificado» uno se encuentra con el Dios vivo y verdadero, el Dios salvador y liberador, porque Dios se ha revelado realmente en la vida del crucificado. ¿Por qué? nos preguntamos todavía. La respuesta está en Gal 2,20, porque es en la cruz donde el Hijo le ha mostrado su amor y su entrega. Y si el Hijo es la revelación de Dios, entonces es en la cruz donde el Dios real se entrega a todos los hombres, independientemente de su raza y religión.

III. Evangelio: Lucas (7,36-8,3): Jesús, profeta del perdón y la misericordia

III.1. Esta escena, una de las más hermosas y significativas del evangelio de Lucas ha sido muy valorada, reinventada varias veces, evocada en la poesía, la pintura y el drama. La verdad es que estamos ante un "capolavoro" del arte narrativo. En el marco de una comida a la que es invitado Jesús, se enfrentan un fariseo (en realidad muchos fariseos) y una mujer pecadora. Es el fariseo el que hace pública esa maldad. Esta pecadora anónima (no identificada, de ninguna manera, con María Magdalena, aunque de ella se nos hable a continuación) parece que sea una prostituta. Es lo que exige el guión moralista y así se ha tratado casi siempre el pecado de ésta; parece que es lo que pega. Pero en verdad no tiene por qué estar marcada con esa indignidad que afecta tan marginalmente a la mujer. Y si en realidad lo fuera, ¡mejor!, porque de esa manera Jesús se cubre de gloria profética. Jesús desde luego, no es un invitado de piedra, aunque se trata de un enfrentamiento, entre un hombre y una mujer; un puritano, uno que tiene conciencia de que no se contamina como el profeta que se deja secar los pies por una mujer pecadora. Enfrente, o mejor, postrada, esa mujer sin nombre (el hombre curiosamente tiene nombre, Simón, y con ello dignidad social y religiosa). Ya esto es significativo.

III.2. Está claro que el fariseo pretende desacreditar a su invitado, quizás porque su invitación obedecía más bien a cierta buena fama de profeta de la que Jesús gozaba en Galilea entre la gente. No interviene, en primera instancia, porque todo va saliendo según ciertas previsiones; todo esto vale para dejar en evidencia al profeta. Parece que aquí, en el marco de una comida, y con testigos presenciales, todo eso va a acabar. Ya sabemos que Jesús tiene fama de comedor y ser amigo de publicanos y pecadores; se ha afirmado un momento antes (Lc 7,34). Pero Jesús no se dirige primeramente a la mujer, sino a Simón, con esa breve parábola de los dos deudores con deudas desproporcionadas. La enseñanza es meridiana: a quien más se le perdona más agradece. Los gestos de la mujer pueden ser todo lo ambiguos que queramos, pero no para Jesús, ni para el fariseo, que representa todo un mundo religioso y una mentalidad. Para los rabinos de la época… ¡no digamos!

III.3. Jesús, este Jesús de Lucas, que se nos presenta tan cercano a la mujer, a los débiles, tan abierto a la misericordia… después de haber dejado bien claro en la parábola hasta dónde quiere llegar, se pone de parte de la mujer. Lo que le reprocha a Simón, lo pone a cuenta de la mujer, de la pecadora, ¡algo inaudito! En realidad, la narración parece insinuar que Jesús no ha sido invitado con buenas intenciones a casa del fariseo. Al final son dos mundos los que se enfrentan: el de los fariseos y el de Jesús. Y quien dictamina este enfrentamiento, la juez, es una mujer pecadora. No ha sido tratado Jesús con dignidad por parte de los fariseos, de hombres. Y resulta que esta mujer viene a restituir toda la dignidad para este profeta amigo de publicanos y pecadores. Parece como si la mujer si hubiera enterado que Jesús no ha sido tratado con toda la dignidad que merece y ella viene a suplirlo. Es verdad que se trata de una pecadora en toda regla (por lo que sea, ¡es igual!), porque Jesús le perdona sus pecados y por ello explota el auditorio de hombres y de fariseos: ¡solamente Dios puede perdonar pecados!

III.4. El fariseo, los fariseos, los puritanos, no se sienten perdonados… porque no sienten necesidad y no pueden agradecer. La mujer sí siente la necesidad de comprensión, de perdón, de misericordia y, consiguientemente, ama mucho. Debemos resaltar la fuerza del v. 47, incluso en una buena traducción: no es su amor lo que provoca el perdón, sino el perdón de Jesús lo que le lleva a amar con toda el alma y todo el corazón. Ella ha pedido comprensión, perdón, misericordia… y se le ha concedido. Ella lo necesitaba y ha llevado a cabo todo aquello que le acercaba a quien consideraba que se lo podía ofrecer de parte de Dios. Los "fariseos" (no solamente Simón, aunque éste los representa) no se acercan a Jesús, no le ofrecen ni siquiera la hospitalidad dignificadora, sino una hospitalidad para ser cazado y ser juzgado. El profeta, amigo de publicanos y pecadores, de la mujer y de gente sencilla y necesitada, ha salido ileso… pero no sin escándalo de los que no se sienten pecadores. Y no saben que esa dignidad estirada y legal… puede ser también pecado. Y podrían tener el mismo perdón como la mujer. Pero eso sería rebajarse a una moral débil que no pueden soportar.


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