"Este
hombre recibe a los pecadores y come con ellos"
Las lecturas de hoy nos hacen caer una vez más en la tendencia que tenemos las personas a tropezar, a errar haciendo las cosas mal, dañando a los demás y en contra de la Creación. Sin embargo los cristianos/as encontramos y experimentamos una gran esperanza: la infinita Gracia que Dios padre/madre misericordioso, derrocha sobre nosotros/as. Así es como nos lo presentarán hoy en los distintos libros de la Biblia: arrepentidos, encontramos su compasión y nos acoge de nuevo en su seno.
CONTEMPLAMOS LA PALABRA
I LECTURA
A
pesar de que el pecado del pueblo ha sido muy grande, Moisés confía en que Dios
puede perdonar. En su oración apela a la memoria de Dios: "Acuérdate de
nuestros padres, acuérdate de tus promesas". Moisés sabe, por la
experiencia de su pueblo, qué bueno es Dios. Esto le da confianza para pedir. Y
nos da a nosotros un hermoso modelo de oración de intercesión.
Lectura
del libro del Éxodo 32, 7-11. 13-14
El Señor dijo a Moisés: "Baja
en seguida, porque tu pueblo, ése que hiciste salir de Egipto, se ha
pervertido. Ellos se han apartado rápidamente del camino que yo les había
señalado, y se han fabricado un ternero de metal fundido. Después se postraron
delante de él, le ofrecieron sacrificios y exclamaron: 'Este es tu Dios,
Israel, el que te hizo salir de Egipto'". Luego le siguió diciendo:
"Ya veo que éste es un pueblo obstinado. Por eso, déjame obrar: mi ira
arderá contra ellos y los exterminaré. De ti, en cambio, suscitaré una gran
nación". Pero Moisés trató de aplacar al Señor con estas palabras:
"¿Por qué, Señor, arderá tu ira contra tu pueblo, ese pueblo que tú mismo
hiciste salir de Egipto con gran firmeza y mano poderosa? Acuérdate de Abraham,
de Isaac y de Jacob, tus servidores, a quienes juraste por ti mismo diciendo:
'Yo multiplicaré su descendencia como las estrellas del cielo, y les daré toda
esta tierra de la que hablé, para que la tengan siempre como herencia'". Y
el Señor se arrepintió del mal con que había amenazado a su pueblo.
Palabra
del Señor.
SALMO
Salmo
50, 3-4. 12-13. 17. 19
R.
Iré a la casa de mi Padre.
¡Ten piedad de mí, Señor, por tu
bondad, por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa
y purifícame de mi pecado! R.
Crea en mí, Dios mío, un corazón
puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me arrojes lejos de tu presencia
ni retires de mí tu santo espíritu. R.
Abre mis labios, Señor, y mi boca
proclamará tu alabanza. Mi sacrificio es un espíritu contrito, tú no desprecias
el corazón contrito y humillado. R.
SEGUNDA LECTURA
Podemos
releer este pasaje y hacer nuestra cada una de estas palabras. San Pablo
recuerda su propio pecado como perseguidor de la Iglesia. Cada uno de nosotros
tendremos algún pecado que recordar. Y también cada uno de nosotros tiene una
misión en el plan de Dios. Hagamos con este texto esta oración de
reconocimiento y alabanza.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 12-17
Querido hijo: Doy gracias a nuestro
Señor Jesucristo, porque me ha fortalecido y me ha considerado digno de
confianza, llamándome a su servicio a pesar de mis blasfemias, persecuciones e
insolencias anteriores. Pero fui tratado con misericordia, porque cuando no
tenía fe, actuaba así por ignorancia. Y sobreabundó en mí la gracia de nuestro
Señor, junto con la fe y el amor de Cristo Jesús. Es doctrina cierta y digna de
fe que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el peor
de ellos. Si encontré misericordia, fue para que Jesucristo demostrara en mí
toda su paciencia, poniéndome como ejemplo de los que van a creer en él para
alcanzar la Vida eterna. ¡Al Rey eterno y universal, al Dios incorruptible,
invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos! Amén.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
El
padre de la parábola vio llegar a su hijo y se conmovió. La expresión literal
es "se conmocionó hasta las entrañas". Ya Zacarías, el padre de Juan
Bautista, había hablado de "las entrañas de misericordia de nuestro
Dios" (Lc 1, 78). Así es la misericordia de Dios, honda y visceral. En las
parábolas, Jesús nos transmite su experiencia del amor de Dios. Como Moisés,
Jesús sabe que Dios se deja conmover, que podemos tocarlo en su fibra más
íntima, que podemos estremecerlo hasta las entrañas, cuando con sencillez nos
presentamos delante de él.
Ì
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 15, 1-32
Todos los publicanos y pecadores se
acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban,
diciendo: "Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola: "Si alguien tiene cien ovejas y
pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que
se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus
hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos,
y les dice: 'Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había
perdido'. Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por
un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no
necesitan convertirse". Y les dijo también: "Si una mujer tiene diez
dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con
cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas,
y les dice: 'Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había
perdido'. Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios
por un solo pecador que se convierte". Jesús dijo también: "Un hombre
tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de
herencia que me corresponde'. Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días
después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano,
donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando
sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces
se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su
campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas
que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo:
'¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí
muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre,
pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame
como a uno de tus jornaleros'. Entonces partió y volvió a la casa de su padre.
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió
a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: 'Padre, pequé contra el
Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo'. Pero el padre dijo a sus
servidores: 'Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en
el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo.
Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y fue encontrado'. Y comenzó la fiesta. El hijo mayor estaba en
el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que
acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que
significaba eso. Él le respondió: 'Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo
matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo'. Él se enojó y
no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió:
'Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus
órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y
ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con
mujeres, haces matar para él el ternero engordado!'. Pero el padre le dijo:
'Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya
fiesta y alegría, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y ha sido encontrado'".
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS LA PALABRA
El Señor se fía y se confía de
nosotros
En la segunda lectura San Pablo,
con harta pasión, nos transmite su experiencia de conversión. Una experiencia
de conversión profunda que le lleva a pasar de perseguidor de cristianos a
cristiano perseguido. El Señor puso su confianza en él y él aceptó llevar a
cabo el ministerio del apostolado. Llama la atención que la experiencia de Dios
de Pablo es una experiencia de Jesús resucitado, alguien a quien él no ha
conocido en vida pero a quien sí ha experimentado y de quien ha recibido la
redención. Una experiencia de redención tal que le hace llevar una vida de
entrega. Es esta lectura una invitación a cada uno de nosotros mismos a cerrar
los ojos y recordar el momento de nuestra vida, quizás más de uno, en el que
hemos sentido esa experiencia extrema de Dios, el momento o momentos en los que
recordamos haber sentido con fuerza esa confianza de Dios en nosotros y nuestra
respuesta de mutua confianza y compromiso en la construcción del Reino.
¿Cuáles son nuestros becerros de
oro?
No hace falta que expliquemos aquí
qué es el pecado. Cada uno de nosotros tenemos la experiencia personal, quizás
demasiado frecuente, de vernos impulsados a cometer el mal, incluso en contra,
muchas veces, de nuestra voluntad más profunda, como se lamenta San Pablo en
alguna ocasión. En la lectura del Éxodo se nos muestra un pueblo enfervorizado
que ha sustituido a su Dios por un objeto de metal. Hoy tenemos que
preguntarnos nosotros cuántos becerros nos separan cada día de honrar,
enaltecer, hacer grande con nuestros actos, a nuestro Dios, y a quién rendimos
pleitesía en su lugar. Si estamos poniendo por delante nuestras cosas, objetos,
rutinas, proyectos materiales, antes que las personas o el propio sentido que
las crearon o por las que surgieron o están ahí.
Puede ser ésta una pregunta para
hacernos de forma individual, en lo que atañe a nuestra relación personal con
Dios, pero también una pregunta que nos hagamos de forma comunitaria en lo que
respecta a determinados enfoques u orientaciones que puedan estar alejándonos
de una verdadera espiritualidad cristiana.
Siendo humildes para reconocer y
reparar el error cometido, y misericorddiosos con el hermano que vuelve a la
casa del Padre, construimos el Reino
En el Evangelio de hoy Jesús nos
muestra con imágenes cotidianas el empeño que Dios pone en cada uno de nosotros.
Nos lo presenta como un pastor preocupado por todas y cada una de sus ovejas,
como una mujer empeñada en conservar hasta la última moneda de su patrimonio, o
como un padre amoroso que se goza en la vuelta a casa del hijo que se había
marchado renunciando a su familia. Porque, y esto es lo que quiere significar,
todos y cada uno de nosotros, sus hijos e hijas, somos importantes, valiosos y
amados para el Señor.
Démonos cuenta de que Jesús
comienza estas parábolas porque está siendo cuestionado en su actitud frente a
los pecadores: “Ese acoge a los pecadores y come con ellos”. Critican que Jesús
se sale del orden establecido en la sociedad judía de la época porque trata de
tú a tú con recaudadores de impuestos, con prostitutas, con enfermos a los que
se creían así a causa del pecado, o con los que su propio origen o profesión
les hacía indignos de relación con ellos e incluso sin posibilidad de salvación
divina, los no pertenecientes al pueblo judío: samaritanos, romanos,… A todos
ellos Jesús, con la parábola del hijo pródigo, les hace saber que también son
amados por Dios. Que la Gracia de Dios y el amor del padre/madre es tan grande,
y su misericordia tal, que no tiene en cuenta cuán imperfectos seamos, o cuán
importantes hayan sido nuestros pecados a los ojos de las personas, pues somos
dignos de implorar su perdón. Ser humildes para reconocer nuestros errores y
volver a su casa, que siempre nos está esperando y nos va a acoger. ¡Qué gran
experiencia la de saberse perdonado! Pero hace falta mucha humildad para
postrarse primero ante Él y reconocerse pecador. No sucede así con el hermano
mayor. Nos encontramos frente a quien se siente perfecto ante Dios. Cumplidor
de todas las normas, obediente de los preceptos pero que, incapaz de llevarlos
a cabo con amor, no puede sentir compasión por el sufrimiento de su hermano que
regresa. Es incapaz, por tanto, de mostrar misericordia. La respuesta del padre
a su reclamo, “Hijo, tu siempre estás conmigo”, le da la clave: está haciendo
lo que se espera de él, pero sin “vivir con el padre” sin sentir de verdad la
salvación, sin sentir el Reino, sin sentir al padre. Quizás encontremos aquí un
paralelismo con la común actitud de cifrar la buena conducta con el
cumplimiento de ciertas prácticas religiosas, como la comunión o confesión
frecuentes, la misa dominical, y evitar después el encuentro sincero y
dialogante con hermanos nuestros que viven situaciones sociales de marginación,
defienden posicionamientos ideológicos y políticos discordantes, o que afrontan
orientaciones sexuales divergentes, entre otros, añadiendo el alejamiento y la
hostilidad de nuestras comunidades a los de la propia sociedad.
No tiene cabida, a la luz de esta
parábola, el rencor ni el resentimiento en la comunidad cristiana. Sólo la
alegría y el festejo cada vez que uno de nosotros busca reconciliarse,
congeniarse, con el Señor. No habrá reconciliación verdadera sin esa
aproximación primera, sin la actitud de reparación del daño, en donde se
incluye el acercamiento y la reconciliación con el resto de nuestros hermanos.
La actitud de vuelta del hijo menor es humilde, con disposición de entrar al
servicio, como jornalero de la casa. Y el ambiente que proclama el padre ante
tal actitud es de jovialidad, alegría banquete y fiesta.
Cabe pues preguntarnos ahora cuál
es nuestra actitud. Primero frente al pecado personal: arrepentimiento
verdadero, sin condiciones, actitud de reparación, poniéndonos al servicio,
implorando misericordia. En segundo lugar nuestra actitud como hermanos mayores
de la parábola, como cristianos/as implicados/as en la construcción del Reino:
¿cómo ponemos en práctica la corrección fraterna en nuestros grupos y
comunidades, para procurar un mejor ambiente y vivir una continua fiesta de
reconciliación? ¿Cómo llevamos a cabo la acogida que Dios padre/madre nos pide
que tengamos ante quienes se acercan a nuestras comunidades queriendo vivir una
experiencia de Dios, desde sus propias realidades particulares, sin
condiciones, en paz y dignidad, como hijos/as suyos que son?
ESTUDIO BÍBLICO
La generosidad de Dios con los
pecadores
Iª Lectura: Éxodo (32,7-14): No nos
hagamos un dios inferior a nosotros
I.1. En esta lectura podemos
percibir resonancias especiales. Moisés está en la montaña del Sinaí dialogando
con Dios y recibiendo instrucciones para desarrollar el código de la Alianza, y
esas resonancias son valoradas de forma variada en una lectura crítica del
texto. En realidad desde el c. 24 del Éxodo hasta este capítulo 32 que leemos
hoy, se nos ofrece un ciclo sobre el culto que deja al pueblo sin el apoyo del
profeta Moisés. Entonces el pueblo, alentado por Aarón, se hace un becerro de
oro. Ya es significativa esa separación, ese momento de Moisés lejos del
pueblo; sin la voz profética que le señale el camino, el pueblo se pierde.
I.2. Dios le reprocha a Moisés la
actitud del pueblo, y Moisés, sin bajar a conocer la realidad, intercede ante
Dios y éste perdona al pueblo de la Alianza. ¿Qué significa todo esto? Son
muchas las corrientes y actitudes que se quiere representar en esta lectura.
¿Quién es el Dios de Israel? ¡Un ser libre, absolutamente libre! El pueblo se
hace un dios a su antojo, recurre a un dios tangible, manipulable, como una
estatua, para poderlo manejar. Cuando no se escucha la voz de Dios cercana, el
hombre se pierde. Se hace un dios, pero un dios que ni siente ni padece. Sin
duda que todo esto está presente en esa escena famosa del becerro de oro. Este
fue el primer pecado del pueblo de la Alianza, después de ese gran
acontecimiento liberador del Éxodo. Pero el Dios de Israel sabe perdonar,
aunque exija fidelidad.
IIª Lectura: Iª Timoteo (1,12-17):
Apóstol, para predicar la gracia
La segunda lectura es una densa
presentación de la vocación apostólica de Pablo, el que persiguió a la Iglesia,
por ignorancia de que en Cristo Jesús estaba la salvación del hombre y la suya
propia. El autor de esta carta, identificándose con Pablo hasta los tuétanos,
resalta una cosa muy particular y que no debemos olvidar nunca en la
proclamación del mensaje cristiano: que Cristo vino al mundo para salvar a los
pecadores. Es lo que se ha llamado siempre, y muy especialmente en la Orden de
Predicadores y de su fundador Santo Domingo, la “predicación de la gracia”. Eso
es lo que siempre debe proclamar la Iglesia y tenemos que tener presente
continuamente los evangelizadores.
Evangelio: Lucas (15): Jesús habla
de Dios
III.1. El evangelio del día nos
lleva a lo que se ha llamado, con razón, el corazón del evangelio de Lucas (c.
15). Tres parábolas componen este capítulo. Hoy, a elección, se puede o no leer
la última también, sin duda la más famosa y admirada, la parábola conocida como
la del “hijo pródigo”. Pero en realidad esa parábola se lee mejor en el tiempo
de Cuaresma como preparación a la Pascua. En todo caso queda de manifiesto que
Lucas 15 es un capítulo clave en la narración de este evangelista. Como
corazón, es el que impulsa la vida, el ardor, la fuerza del evangelio o de la
predicación de Jesús. Es un capítulo que se confecciona para responder a las
acusaciones críticas de los que escuchan y ven a Jesús actuar de una forma que
pone en evidencia su concepción de Dios y de la religión.
III.2. Las dos parábolas “gemelas”
(de la oveja y la dracma perdidas, respectivamente), que preceden a la del hijo
pródigo (que debería llamarse del padre misericordioso), vienen a introducir el
tema de la generosidad y misericordia de Dios con los pecadores y abandonados.
En los dos narraciones, la del pastor que busca a su oveja perdida (una frente
a noventa y nueva) y la de la mujer que por una moneda perdida (que no vale
casi nada), pone patas arriba toda la casa hasta encontrarla, se pone de
manifiesto una cosa: la alegría por el encuentro. Estas parábolas, junto a la
gran parábola del padre y sus dos hijos, intentan contradecir muchos
comportamientos que parecen legales o religiosos, e incluso lógicos, pero que
ni siquiera son humanos. El Reino de Dios llega por Jesús a todos, pero muy
especialmente a los que no tienen oportunidad de ser algo. Jesús, con su
comportamiento, y con este tipo de predicación profética en parábolas, trasmite
los criterios de Dios. Los que se escandalizan, pues, no entienden de
generosidad y misericordia.
III.3. Comienza todo con esa
afirmación: “se acercaba a él todos los publicanos y pecadores”. Es muy propio
de Lucas subrayar el “todos”, como en 14,33 cuando decía que quien no se
distancia (apotássomai) de todos los bienes… Y también merece la pena tener en
cuenta para qué: “para escucharle”. Escuchar a Jesús, para aquellos que todo lo
tienen perdido, debe ser una delicia. También se acercaban, como es lógico, los
escribas de los fariseos, pero para “espiar”. Serían éstos, según las palabras
de Is 6,9-10, los que escuchaban pero no podían entender, porque su corazón
estaba cerrado al nuevo acontecimiento del Reino que Jesús anunciaba en nombre
de su Dios, el Dios de Israel. Con esas palabras se despide Pablo del judaísmo
oficial romano de la sinagoga en Hch 28. No debemos olvidar que en las tres
parábolas de Lc 15 se quiere hablar expresamente del Dios de Jesús. Por tanto,
no solamente en la parábola del padre de los dos hijos (entre ellos el pródigo),
sino también en la del pastor y en la de la pobre mujer que pierde su dracma.
III.4. Así, pues, se acercaban a
él, para escucharlo, los publicanos y pecadores, porque Jesús les presentaba a
un Dios del que no les hablaban los escribas y doctores de la ley. Un Dios que
siente una inmensa alegría cuando recupera a los perdidos es un Dios del que
pueden fiarse todos los hombres. Un Dios que se preocupa personalmente de cada
uno (como es una oveja o una dracma) es un Dios que merece confianza. El Dios
de la religión oficial siempre ha sido un Dios sin corazón, sin entrañas, sin
misericordia, sin poder entender las razones por las cuales alguien se ha
perdido o se ha desviado. Es curioso que eso lo tengan que hacer ahora las
terapias psicológicas y no esté presente en la experiencia religiosa oficial.
No se trata de decir que Dios ama más a los malos que a los buenos. Eso sería
una infamia del un fundamentalismo religioso irracional. Lo que Dios hace,
según Jesús, según el evangelista Lucas, es comprender por qué. La terapia del
reino debería ser la clave del cristianismo. Y la mejor manera para abandonar
la vida sin sentido no es hablar de un Dios inmisericorde, sino del Dios real
de Jesús que espera siempre sentir alegría por la vuelta, por la recomposición de
la existencia y de la dignidad personal.
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