Vale la pena morir…cuando se espera que Dios mismo nos resucitará
La polémica entre saduceos (que no esperaban nada
más allá de la muerte) y otros grupos que sí creían en la resurrección entre
los que se encontraban los “fariseos” y el propio Jesús, es una polémica
actual. Si se me permite dar un salto, este debate hoy, es el debate entre los
creyentes en Cristo y los que ven en Dios el enemigo de su libertad. Dios es
“amigo de los hombres” incluso si las religiones desfiguran esta amistad.
Cuando observamos con pena cómo avanzan los
extremismos entre quienes niegan a Dios o reniegan de la Iglesia y quienes
confían en Dios, recordamos la urgencia de convertir los desencuentros en
encuentros, porque está en juego velar por la identidad de lo genuinamente
humano y de nuestro futuro como humanidad. Los encuentros maduran a través del
diálogo.
CONTEMPLAMOS LA PALABRA
PRIMERA
LECTURA
En
el año 167 a.C., el gobernador griego que ocupaba en aquel entonces el país de
los judíos, les prohibió practicar su religión. Muchos judíos creyentes, como
estos hermanos sobre los que leemos hoy, murieron mártires por no haber
renegado de su fe. El convencimiento que los sostuvo fue saber que la muerte no
es el fin y que Dios nos tiene reservado el gran regalo de la resurrección.
Lectura
del segundo libro de los Macabeos 6, 1; 7, 1-2. 9-14
El rey Antíoco envió a un consejero
ateniense para que obligara a los judíos a abandonar las costumbres de sus
padres y a no vivir conforme a las leyes de Dios. Fueron detenidos siete
hermanos, junto con su madre. El rey, flagelándolos con azotes y tendones de
buey, trató de obligarlos a comer carne de cerdo prohibida por la Ley. Pero uno
de ellos, hablando en nombre de todos, le dijo: "¿Qué quieres preguntar y
saber de nosotros? Estamos dispuestos a morir, antes que violar las leyes de
nuestros padres". Una vez que el primero murió, llevaron al suplicio al
segundo. Y cuando estaba por dar su último suspiro dijo: "Tú, malvado, nos
privas de la vida presente, pero el Rey del universo nos resucitará a una vida
eterna, ya que nosotros morimos por sus leyes". Después de éste fue
castigado el tercero. Apenas se lo pidieron, presentó su lengua, extendió
decididamente sus manos y dijo con valentía: "Yo he recibido estos
miembros como un don del cielo, pero ahora los desprecio por amor a sus leyes y
espero recibirlos nuevamente de él". El rey y sus acompañantes estaban
sorprendidos del valor de aquel joven, que no hacía ningún caso de sus
sufrimientos. Una vez que murió éste, sometieron al cuarto a la misma tortura y
a los mismos suplicios. Y cuando ya estaba próximo a su fin, habló así:
"Es preferible morir a manos de los hombres, con la esperanza puesta en
Dios de ser resucitados por él. Tú, en cambio, no resucitarás para la
vida".
Palabra
de Dios.
SALMO
Salmo
16, 1. 5-6. 8. 15
R.
¡Señor, al despertar, me saciaré de tu presencia!
Escucha, Señor, mi justa demanda,
atiende a mi clamor; presta oído a mi plegaria, porque en mis labios no hay
falsedad. R.
Mis pies se mantuvieron firmes en
los caminos señalados: ¡mis pasos nunca se apartaron de tus huellas! Yo te
invoco, Dios mío, porque tú me respondes: inclina tu oído hacia mí y escucha
mis palabras. R.
Escóndeme a la sombra de tus alas.
Pero yo, por tu justicia, contemplaré tu rostro, y al despertar me saciaré de
tu presencia. R.
SEGUNDA
LECTURA
Como
pide esta carta, oremos por los que difunden la Palabra de Dios. Que esa
Palabra llegue a muchas mentes y a muchos corazones, para iluminar y convertir.
Que la Palabra transforme y renueve la vida, propagando la libertad de los
hijos de Dios.
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica 2, 16-3,
5
Hermanos: Que nuestro Señor
Jesucristo y Dios nuestro Padre, que nos amó y nos dio gratuitamente un
consuelo eterno y una feliz esperanza, los reconforte y fortalezca en toda obra
y en toda palabra buena. Finalmente, hermanos, rueguen por nosotros, para que
la Palabra del Señor se propague rápidamente y sea glorificada como lo es entre
ustedes. Rueguen también para que nos veamos libres de los hombres malvados y
perversos, ya que no todos tienen fe. Pero el Señor es fiel: él los fortalecerá
y los preservará del Maligno. Nosotros tenemos plena confianza en el Señor de
que ustedes cumplen y seguirán cumpliendo nuestras disposiciones. Que el Señor
los encamine hacia el amor de Dios y les dé la perseverancia de Cristo.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Dios
es un Dios viviente y es el Dios de los vivientes. Nuestra fe afirma que
estaremos con él, compartiendo esa vida definitiva. La resurrección ocurre de
una vez para siempre, por eso, es pasar a un nuevo estado, donde se revelará en
nosotros plenamente la condición de hijos e hijas de Dios. Seguramente tenemos
muchas preguntas sobre la vida eterna, porque, en nuestra actual condición, en
esta realidad mortal, apenas llegamos a imaginar lo que será esa vida. Sin
embargo, ya desde ahora la esperamos con alegría, porque compartiremos la
condición que ya tiene Jesucristo Resucitado.
Ì
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 20, 27-38
Se acercaron a Jesús algunos
saduceos que niegan la resurrección y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha
ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para
darle descendencia se case con la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El
primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda y
luego, el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente,
también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos ¿de quién será esposa ya
que los siete la tuvieron por mujer?". Jesús les respondió: "En este
mundo, los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de
participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casan. Ya no pueden
morir porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de
la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender
en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, 'el Dios de
Isaac y el Dios de Jacob'. Porque él no es un Dios de muertos, sino de
vivientes; todos, en efecto, viven para él".
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS LA PALABRA
El Papa emérito Benedicto XVI gustaba reflexionar
sobre la racionalidad de la fe, su relación con la libertad. Escribía: “Dios es
el origen de nuestro ser y cimiento, cúspide de nuestra libertad; no su
oponente (la fe verdadera potencia lo verdaderamente humano, no lo degrada ni
lo limita). Los hombres no podemos vivir a oscuras, sin ver la luz del sol. Y,
entonces, ¿cómo es posible que se le niegue a Dios, sol de las inteligencias,
fuerza de las voluntades e imán de nuestros corazones, el derecho de proponer
esa luz que disipa toda tiniebla?”
Cuando se plantean debates a cerca de los
contenidos de la laicidad o del espacio público de la religión católica, la
comunidad de discípulos de Jesús debiera situarse en la sociedad transmitiendo
la intuición original de Cristo. Esa experiencia del Dios de vivos que no se
cansa de insistir en reproducir en las relaciones sociales el modelo relacional
trinitario: Una relación que transciende los límites de la muerte. La comunión
de amor y vida que deja espacio al otro. De ahí que: “La Iglesia es ese abrazo
de Dios en el que los hombres aprenden también a abrazar a sus hermanos”. Ese
abrazo incluye un sentido de fraternidad universal, incluye a los no creyentes.
Si queremos ser fieles a Cristo no nos cansaremos de buscar por todos los
medios, hacer de la Iglesia una escuela donde aprender a abrazarnos…y donde
aprender a abrazar la VIDA con sus tensiones y su cruz. Conviene presentar
nuestra fe y nuestra propuesta de sentido, sabiéndonos aprendices, y no sólo
maestros. Hasta el momento de espirar nuestro último aliento estaremos
aprendiendo a vivir de la confianza en el Dios Trinidad. Esa confianza no es
ciega, por más que se oscurezca en algunas ocasiones.
La fe en la resurrección conlleva un modo de vida
La fe en la resurrección es ante todo un acto de fe
en Dios Creador y “amigo de la vida”, un Dios que nos ha hecho para la vida.
“Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón estará inquieto hasta que no
descanse en Ti”. “El que te creo sin ti, no te salvará sin ti” (S. Agustín). Es
al mismo tiempo un acto de fe en la capacidad humana para la libertad y la
autonomía (somos libres cuando escogemos el bien). Es fe en la presencia
amorosa de Dios en la historia de los humanos que culmina en la Encarnación,
muerte y resurrección del mismo Hijo de Dios.
¿Qué pasa cuando no se cree en la vida eterna? Que
no se cree en Dios. Esto tiene implicaciones en la vida terrena. Si sólo
contamos con lo que podamos “acumular” al cabo de nuestros años…hay que
afanarse; o disfrutar a tope, o deprimirse o frustrarse si uno no cumple sus
“sueños”, o aceptar con serenidad la condición humana limitada y sin horizonte.
Pero entonces, como ya se preguntaba el autor del libro de los Macabeos ¿qué
pasa con las víctimas inocentes? ¿Mala suerte? ¿Quién y cómo les hará justicia?
Las preguntas se propagan también entre los creyentes: ¿Qué pasa cuando se
olvida el artículo del Credo que Jesús menciona en el evangelio de hoy?
“creemos que ha de venir a juzgar a vivos y muertos”. ¿Qué significa el juicio
de Dios?
Responderlas requiere superar la escisión entre
conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo
temporal y apertura a una vida eterna, entre belleza de las cosas y Dios como
Belleza. Para ello podemos leer en los libros de la Naturaleza, la Sagrada
Escritura y la Liturgia.
Lo que podemos esperar ahora y en la eternidad
Cuando Cristo en el evangelio apela al “juicio” en
la hora postrera, esa hora confesada en el Credo, ¿qué nos querrá decir? Que
debemos asumir la responsabilidad de las propias decisiones. Más allá de la
imagen de un tribunal con juez, fiscal y abogado, significa que no todo da
igual. Hablar del juicio de Dios supone confrontarnos con nuestra verdad, con
nuestras acciones y deseos; pero también con nuestra capacidad de acoger el
amor y la gracia, el perdón y la misericordia. Ni la justicia ni la
misericordia menoscaban el acto de fe en el amor infinito de Dios.
Existe la posibilidad de malograr la vida. Pero
existe sobre todo la capacidad de reaccionar a tiempo y ahondar en la
conciencia hasta hallar la paz. Para los cristianos creer es antes que nada
sentirse amado por Dios en Cristo. Quien se siente amado confía en su Creador
como Redentor y Padre de la misericordia.
Estar vivos es lo que importa, (pero no a cualquier
precio o de cualquier modo), estar vivo implica mucho. No se trata sólo de
tener buena salud, sino de dejar una huella de bondad en el género humano:
agradecimiento, perdón, solidaridad, compasión, deseo, paciencia, capacidad de
goce y de resistencia. Ser cristiano significa “saber lo que puedo esperar”…
ahora y en la eternidad.
ESTUDIO BÍBLICO
Hemos sido creados para la vida no para la muerte
Iª Lectura: 2º Macabeos (7,1-14): El martirio como
experiencia de vida
I.1. Desde la fiesta de Todos los Santos, la
liturgia del año comienza a introducirnos en los temas llamados escatológicos,
los que se preocupan de las últimas cosas de la vida y de la fe, del futuro
personal y de esta historia. Y hay que poner de manifiesto que sobre esas
ultimidades es necesario preguntarse, y debemos relacionarnos con ellas como
planteamiento base de la existencia cristiana: ¿Qué nos espera? ¿En quién está
nuestro futuro? ¿Será posible la felicidad que aquí ha sido imposible? La
liturgia de hoy quiere ofrecernos respuesta, más bien aproximaciones, de lo que
fue uno de los descubrimientos más grandes de la fe de Israel y de los mismos
planteamientos personales de Jesús, el Señor.
I.2. Esta lectura de los Macabeos nos cuenta la
historia del martirio de una familia piadosa judía del s. II a. Cristo que no
consintió en renunciar a sus tradiciones religiosas de comer algo impuro y
someterse a la mentalidad pagana de los griegos. Es una de las epopeyas
religiosas en que se descubre que, cuando se da la vida por algo, siempre se
hace porque se considera que la vida aquí en la tierra no lo es todo, que debe
haber otra vida. Esta creencia le costó mucho descubrirla al pueblo de Dios.
Durante mucho tiempo se creía en Dios, pero no fue fácil dar un paso hacia la
afirmación de que ese Dios nos ha creado para la vida y no para la muerte.
IIª Lectura: 2ª Tesalonicenses (2,15 -3,5): Dios,
nuestro consuelo y esperanza
La segunda lectura nos ofrece un texto de
consolación. El autor, en este caso puede ser un discípulo de Pablo, más que
Pablo mismo, habla de un consuelo eterno y una esperanza espléndida. Sin duda
que se refiere a lo que se trata en la carta: el final de los tiempos y la
suerte de los que han muerto. La Palabra del Señor trae a los hombres esa
esperanza, esa posibilidad, esa opción que hay que hacer frente a ella. Porque
en este mundo, en lo más radical de nosotros mismos, debemos elegir entre la
nada o esa esperanza que Dios nos ofrece. El autor se apoya precisamente en que
Dios es fiel y nunca falta a sus promesas; si Él ha prometido la vida, debemos
vivir con esa esperanza espléndida.
Evangelio: Lucas (20,27-38): Nadie, desde su
muerte, vive en la "nada"
III.1. En el evangelio de este día es donde
encontramos una de las páginas magistrales de lo que Jesús pensaba sobre esas
ultimidades de la vida. El profeta Jesús, como persona, como ser humano, se
pregunta, y le preguntaban, enseñaba y respondía a las trampas que le
proponían. La ley de la halizah (Dt 25,9-19) es a todas luces inhumana, no
solamente antifeminista. La ridiculez de la trampa saducea para ver de quién
será esposa la mujer de los siete hermanos no hará dudar a Jesús. En este caso
son los saduceos, el partido de la clase dirigente de Israel, que se
caracterizaba, entre otras cosas, por una negación de la vida después de la
muerte, los que pretenden ponerle en ridículo. En ese sentido, los fariseos
eran mucho más coherentes con la fe en el Dios de la Alianza. Es verdad que la
concepción de los fariseos era demasiado prosaica y pensaban que la vida
después de la muerte sería como la de ahora; de ello se burlaban los saduceos
que solamente creían en esta vida. En todo caso, su pensamiento escatológico
podría ceñirse a la supervivencia del pueblo de Dios en este mundo, en
definitiva… un mundo sin fin, sin consumación. Y, por lo mismo, donde el
sufrimiento, la muerte y la infelicidad, nunca serían vencidas. Sabemos que
Lucas ha seguido aquí el texto de Marcos, como lo hizo también Mateo.
III.2. Jesús es más personal y comprometido que los
fariseos y se enfrenta con los materialistas saduceos; lo que tiene que decir
lo afirma rotundamente, recurre a las tradiciones de su pueblo, a los padres:
Abrahán, Isaac y Jacob. Pero es justamente su concepción de Dios como Padre,
como bondad, como misericordia, lo que le llevaba a enseñar que nuestra vida no
termina con la muerte. Un Dios que simplemente nos dejara morir, o que nos
dejara en la insatisfacción de esta vida y de sus males, no sería un Dios
verdadero. Y es que la cuestión de la otra vida, en el mensaje de Jesús, tiene
que ver mucho con la concepción de quién es Dios y quiénes somos nosotros.
Jesús tiene un argumento que es inteligente y respetuoso a la vez: no tendría
sentido que los padres hubieran puesto se fe en un Dios que no da vida para
siempre. El Dios que se reveló en la zarza ardiendo de Sinaí a Moisés es un
Dios de una vez, porque es liberador; es liberador del pueblo de la esclavitud
y es liberador de la esclavitud que produce la muerte. De ahí que Jesús
proclame con fuerza que Dios es un Dios de vivos, no de muertos. Para Él “todos
están vivos”, dice Jesús afirmando algo (según Lucas lo entiende) que debe ser
el testimonio más profundo de su pensamiento escatológico, de lo que le ha
preocupado al ser humano desde que tiene uso de razón: hemos sido creados para
la vida y no para la muerte.
III.3. Es verdad que sobre la otra vida, sobre la
resurrección, debemos aprender muchas cosas y, sobre todo, debemos “repensar”
con radicalidad este gran misterio de la vida cristiana. No podemos hacer
afirmaciones y proclamar tópicos como si nada hubiera cambiado en la teología y
en la cultura actual. Jesús, en su enfrentamiento con los saduceos, no
solamente se permite desmontarles su ideología cerrada y tradicional,
materialista y “atea” en cierta forma. También corrige la mentalidad de los
fariseos que pensaban que en la otra vida todo debía ser como en ésta o algo
parecido. Debemos estar abiertos a no especular con que la resurrección tiene
que ocurrir al final de los tiempos y a que se junten las cenizas de millones y
millones de seres. Debemos estar abiertos que creer en la resurrección como un
don de Dios, como un regalo, como el final de su obra creadora en nosotros, no
después de toda una eternidad, de años sin sentido, sino en el mismo momento de
la muerte. Y debemos estar abiertos a “repensar”, como Jesús nos enseña en este
episodio, que nuestra vida debe ser muy distinta a ésta que tanto nos seduce,
aunque seamos las mismas personas, nosotros mismos, los que hemos de ser
resucitados y no otros. Debemos, a su vez, “repensar” cómo debemos relacionarnos
con nuestros seres queridos que ya no están con nosotros y hacer del
cristianismo una religión coherente con la posibilidad de una vida después de
la muerte. Y esto, desde luego, no habrá teoría científica que lo pueda
explicar. Será la fe, precisamente la fe, lo que le faltaba a los saduceos, el
gran reto a nuestra cultura y a nuestra mentalidad deshumanizada. No seremos,
de verdad, lo que debemos de ser hasta que no sepamos pasar por la muerte como
el verdadero nacimiento. Si negamos la resurrección, negamos a nuestro Dios, al
Dios de Jesús que es un Dios de vivos y que da la vida verdadera en la
verdadera muerte.
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