“Señor,
dame de esa agua; así no tendré más sed”
En el camino de la Cuaresma, Moisés
representa la etapa del Éxodo, de aquella Pascua que fue imagen y anticipo de
la que se cumplió en Jesús. Aquella salida de la esclavitud de Egipto se
convierte en profecía de la resurrección y ascensión de Jesús de este mundo al
Padre, y anuncio de nuestra propia liberación del mal, del pecado y de la
muerte.
Este tercer domingo de Cuaresma,
junto a las figuras relevantes de Moisés, Jesús y la samaritana, cabe destacar
el especial simbolismo del camino, la sed y el agua. En el evangelio se nos da
cuenta de que Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, camina por la vida. También
se cansa y se fatiga como nosotros. Y tiene sed. Pero Él ha venido a eso. A ser
como nosotros y a encontrarse con cada uno, también tantas veces fatigados en
la vida, cansados de caminar, sedientos.
La Palabra de Dios nos invita hoy a
tomar conciencia una vez más, de que Dios sigue con nosotros, camina a nuestro
lado, ofreciéndonos siempre el reposo y aliento que precisamos para continuar
con una vida más digna y plena. Reconocemos que muchas veces no acudimos a Él
como el mejor pozo, el mejor manantial, la mejor agua para experimentar ya aquí
la vida eterna, para vivir para siempre.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
“Para
comprender toda la belleza de esta figura, hay que tener el marco histórico en
que sucedió. Fue cuando los israelitas huyendo de Egipto se encuentran en el
desierto sedientos y casi blasfeman: ‘¿Está o no está Dios con nosotros? ¿Nos
vas a dejar morir de sed? Mejor no nos hubieras sacado de aquel cautiverio’.
¡Qué difíciles son los pueblos ante los que los quieren redimir! Y Moisés se
dirige a Dios ?orar es el escape de todo profeta?: ‘¡Señor! ¿Qué hago con este
pueblo? ¡Me van a apedrear, me van a matar!’. Y Dios, con la serenidad de la
omnipotencia, él que va guiando por pasos difíciles que parecen imposibles a
los pueblos, calma a Moisés” (Mons. O. Romero, 26/2/1978).
Lectura
del libro del Éxodo 17, 1-7
Toda la comunidad de los israelitas
partió del desierto de Sin y siguió avanzando por etapas, conforme a la orden
del Señor. Cuando acamparon en Refidim, el pueblo no tenía agua para beber.
Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: “Danos agua para que podamos beber”.
Moisés les respondió: “¿Por qué me acusan? ¿Por qué provocan al Señor?”. El
pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: “¿Para qué nos
hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros
hijos y nuestro ganado?”. Moisés pidió auxilio al Señor, diciendo: “¿Cómo tengo
que comportarme con este pueblo, si falta poco para que me maten a pedradas?”.
El Señor respondió a Moisés: “Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos
ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas
del Nilo. Ve, porque yo estaré delante de ti, allá sobre la roca, en Horeb. Tú
golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo”. Así lo hizo
Moisés, a la vista de los ancianos de Israel. Aquel lugar recibió el nombre de
Masá –que significa “Provocación”– y de Meribá –que significa “Querella”– a
causa de la acusación de los israelitas, y porque ellos provocaron al Señor,
diciendo: “¿El Señor está realmente entre nosotros, o no?”.
Palabra
de Dios.
Salmo
94, 1-2. 6-9
R.
Cuando escuchen la voz del Señor, no endurezcan el corazón.
¡Vengan, cantemos con júbilo al
Señor, aclamemos a la Roca que nos salva! ¡Lleguemos hasta él dándole gracias,
aclamemos con música al Señor! R.
¡Entren, inclinémonos para
adorarlo! ¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó! Porque él es nuestro
Dios, y nosotros, el pueblo que él apacienta, las ovejas conducidas por su
mano. R.
Ojalá hoy escuchen la voz del
Señor: “No endurezcan su corazón como en Meribá, como en el día de Masá, en el
desierto, cuando sus padres me tentaron y provocaron, aunque habían visto mis
obras”. R.
II
LECTURA
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 5, 1-2. 5-8
La
Pascua no es “para los que se portan bien” o un premio “por no haber pecado”.
Es justamente al revés: en la Pascua, celebramos la salvación de quienes somos
pecadores, y por eso es fundamentalmente Acción de Gracias.
Hermanos: Justificados por la fe,
estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos
alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos
gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y la esperanza no quedará
defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. En efecto, cuando todavía éramos
débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores. Difícilmente
se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea
capaz de morir por un bienhechor. Pero la prueba de que Dios nos ama es que
Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
Señor,
nosotros te pedimos, “danos de beber”. Tu agua calma la sed de nuestra alma, de
nuestras búsquedas, de nuestros dolores y angustias. Señor, caminamos en un
desierto, y muchas veces nos queremos quedar tirados, porque se nos van las
fuerzas. Por eso, tu agua es fundamental para que podamos seguir caminando.
Ì
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 4, 5-42
Jesús llegó a una ciudad de Samaría
llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí
se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado
junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua,
y Jesús le dijo: “Dame de beber”. Sus discípulos habían ido a la ciudad a
comprar alimentos. La samaritana le respondió: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me
pides de beber a mí, que soy samaritana?”. Los judíos, en efecto, no se
trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios
y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’ tú misma se lo hubieras pedido, y él
te habría dado agua viva”. “Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el
agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más
grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo
mismo que sus hijos y sus animales?”. Jesús le respondió: “El que beba de esta
agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más
volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial
que brotará hasta la Vida eterna”. “Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua
para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla”. Jesús le
respondió: “Ve, llama a tu marido y vuelve aquí”. La mujer respondió: “No tengo
marido”. Jesús continuó: “Tienes razón al decir que no tienes marido, porque
has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la
verdad”. La mujer le dijo: “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres
adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe
adorar”. Jesús le respondió: “Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta
montaña ni en Jerusalén ustedes adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no
conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los
judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los
adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben
hacerlo en espíritu y en verdad”. La mujer le dijo: “Yo sé que el Mesías,
llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo”. Jesús le
respondió: “Soy yo, el que habla contigo”. En ese momento llegaron sus
discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo,
ninguno le preguntó: “¿Qué quieres de ella?” o “¿Por qué hablas con ella?”. La
mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: “Vengan a
ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?”.
Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los
discípulos le insistían a Jesús, diciendo: “Come, Maestro”. Pero él les dijo:
“Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos se
preguntaban entre sí: “¿Alguien le habrá traído de comer?”. Jesús les
respondió: “Mi comida es hacer la voluntad de Aquel que me envió y llevar a
cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero
yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la
siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna;
así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto
se cumple el proverbio: “Uno siembra y otro cosecha”. Yo los envié a cosechar
adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el
fruto de sus esfuerzos”. Muchos samaritanos de esa ciudad habían creído en él
por la palabra de la mujer, que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que hice”.
Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara
con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de
su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has dicho;
nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador
del mundo”.
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
Torturados por la sed
Para la mayoría de nosotros, el
agua es una realidad cotidiana y abundante. Tanto que hasta llegamos a
desperdiciarla. Se abre el grifo y ya está. No tenemos la experiencia verdadera
y radical de pasar sed. Pero aún hoy, tantos seres humanos, tantas mujeres
también, en muchos lugares y países de la tierra han de recorrer distancias
enormes, kilómetros, en busca de agua.
Donde se puede tener la experiencia
más radical de lo indispensable que es el agua para la vida es en el desierto.
Todos hemos experimentado la sed, pero estar “torturados por la sed”… ¿Cómo
será esa experiencia? Es la realidad que vivió Israel y nos cuenta el pasaje
del Éxodo de este domingo. Por eso Dios se reveló a sí mismo como el salvador
de su pueblo elegido haciendo manar el agua de la roca por mediación de Moisés.
Pero sí hay otras clases de sed que
todos experimentamos en la vida, a las que nos remite hoy la Palabra de Dios.
El ser humano busca constantemente llenar sus vacíos, colmar sus anhelos
infinitos de amar y ser amado, superar sus deficiencias y limitaciones, vivir
más y cada vez más plenamente; y este tipo de sed puede, a veces, torturarnos,
si no logramos acercarnos a los verdaderos manantiales donde encontrar la
alegría, la paz, el amor, la vida auténtica, en definitiva.
Cuando un hombre pasa sed y agua
nos da
El recorrido cuaresmal que hacemos
cada año es una imagen de nuestro propio éxodo. En el camino de la vida todos
experimentamos el cansancio, las dificultades de todo tipo, desorientación,
soledad, hambre y sed. Jesús también tuvo estas experiencias, como nosotros. El
relato del evangelio de san Juan de este domingo nos presenta a Jesús cansado,
“fatigado del camino”. Hace la ruta de Galilea a Jerusalén (Judea), que es
dura, cuesta arriba. Y además, en ese recorrido hay que cruzar una tierra
pagana, un pueblo impuro: los samaritanos.
Jesús hace un alto en el camino,
busca el descanso y tiene sed. Necesita recobrar fuerzas y lo hace junto a un
pozo, el manantial de Jacob. El pozo es imagen de manantial, de agua. Pero
también un pozo nos remite a la idea de profundidad y hondura. Resulta muy
sugerente esta referencia al pozo en nuestra vida: ¿a qué pozos o fuentes
acudimos? ¿A quién acudimos cuando estamos cansados, cuando nos puede la sed,
cuando no podemos seguir? ¿Dónde buscamos fundamento para nuestro existir,
creer, esperar, luchar… vivir, en definitiva?
El texto nos da cuenta de que Jesús
no sólo busca un manantial, un pozo. Jesús se dirige a una mujer que se acerca,
una mujer samaritana. Rompe esa barrera, ese tabú de que un buen judío debía
evitar todo contacto con los samaritanos. Una vez más el actuar de Jesús es una
muestra de que ha venido a la tierra enviado por el Padre, para acercarse a
todos, hablar y encontrarse con todo ser humano. Nosotros, sin embargo, muchas
veces hacemos distinción de personas, ponemos barreras, marginamos, excluimos,
despreciamos…
Llama la atención que lo primero
que hace Jesús en este diálogo es pedir de beber, mostrarse sediento,
necesitado de los demás, como nosotros. La mujer samaritana enseguida va a
comprender que aquél que le pide de beber es portador de un agua nueva,
diferente, de otra clase. Como en otros pasajes del evangelio, Jesús pide algo
antes de devolver con creces. “Señor, dame de esa agua”. Se pasa de un agua que
quita la sed a esa otra agua que da la Vida.
Si vienes conmigo de camino, jamás
yo tendré sed
Al escuchar las palabras de Jesús,
en ese diálogo intenso y profundo, la samaritana reconoce en él al Salvador y
comprende que es la fuente de una vida nueva, la vida más hermosa, la que no
tiene fin porque viene de Dios. Caminar al descubrimiento de Dios es como ir al
pozo a buscar agua: hay que hacer un esfuerzo y tener sed de encontrarlo. ¿Cómo
está nuestro deseo y nuestras ganas de seguir buscando y conociendo más a Dios?
Como la samaritana, es preciso que
también nosotros nos preguntemos dónde está el Dios verdadero, en qué monte, en
qué templo, en qué pozo… La respuesta de Jesús es la clave. Para encontrar a
Dios hay que darle culto, adorarle en “Espíritu y Verdad”. Se abre un nuevo
horizonte. Esa agua que da la vida nos lleva más allá de los sacrificios,
liturgias, normas, cánones… ¿Cómo llegamos a encontrarnos verdaderamente con
Dios y a experimentarlo como hijos? Respondiendo a la llamada de su amor
incondicional de Padre. Y recibiendo el agua viva del bautismo que representa y
contiene el don del Espíritu Santo.
Jesús, el Mesías, aparece como el
Moisés de la Nueva Alianza que da agua viva a su pueblo. Un agua profunda es la
palabra en el corazón de la persona, un río que brota, una fuente de vida. El
agua que nos ofrece Jesús es su Palabra, su enseñanza llena de sabiduría
divina. El que guarda esta Palabra no verá la muerte jamás, vivirá para
siempre. Esta agua tan especial simboliza y representa el Espíritu. Sólo esta
agua que nos da el Hijo sacia y satisface nuestra alma inquieta e insatisfecha,
nuestros anhelos, carencias y búsquedas.
La samaritana, apenas salió de su
diálogo y encuentro con Jesús, se convirtió en misionera, en testigo, en
predicadora; y muchos samaritanos creyeron en Jesús “por la palabra de la
mujer”. ¿A qué esperamos nosotros?
Señor Jesús, danos tu Espíritu,
para vivir y darte el culto que realmente quieres. El Espíritu, principio del
nuevo nacimiento, es también principio del nuevo culto espiritual, culto en
“verdad”: la entrega de nuestra vida a diario, a hacer el bien a todos nuestros
hermanos; a promover sin cesar la dignidad, la justicia, la fraternidad y el
cuidado y respeto a todos y a todo cuanto nos rodea.
“Señor, cuando tenga sed, envíame a
alguien que necesite agua” (Oración M. Teresa de Calcuta)
ESTUDIO
BÍBLICO
Iª Lectura: Éxodo (17,3-7): Masá y
Meriba: Dios siempre da de beber
I.1. Los nombres de Masá y Meribá
-en los que se ha establecido una relación etimológica con el hecho “de tentar
y de contender” (reyerta y tentación), de que habla el relato-, son con toda
seguridad nombres de lugares antiguos que se han cargado de mito y leyenda.
Pero también ha venido a tener su simbología en la actitud por la que pasa el
pueblo y por la que pasan por los todos los creyentes; por eso no importa mucho
si ignoramos en dónde están y en qué desierto. La leyenda judía ideó que esa
roca iba siguiendo a los israelitas por el desierto. Y de ahí tomó pie Pablo
para hacer una lectura midráshica, como han puesto de manifiesto los
especialistas y glosar, desde la perspectiva del cristiano que ve en Cristo el
gran signo de Dios: "Y la roca era Cristo" (1 Cor 10,4).
I.2. La roca del Horeb sobre la que
debía golpear Moisés para dar agua al pueblo en el desierto, en las fuentes de
Meribá, ha tenido una gran tradición en el Antiguo Testamento, especialmente en
los Salmos (78; 95; 105; 106; Sab 11,4). Ya se sabe que el desierto es el lugar
de la prueba, especialmente por la necesidad de beber. El agua, en Israel, era
y es un tesoro, porque es una pequeña región rodeada de desierto. Un poco de
agua es como un milagro y toda sequía es como un castigo y una tentación. Al
pueblo, en el desierto, no le compensa su libertad frente a los faraones; no
quieren morir en el desierto, aunque podían haber muerto esclavos y explotados
cerca de la pirámides de Egipto. Pero así es el sino de todo tipo de
liberación.
I.3. “¿Está o no está el Señor en
medio de nosotros?” Es la pregunta del pueblo sediento… ¿de qué vale la
libertad conquistada? El texto quiere reafirmar la fe de un pueblo en Dios,
pase lo que pase y suceda lo que suceda. Es más, las dificultades y
adversidades deben ser las que ponga de manifiesto la fe en Dios, porque
siempre Él, de una manera o de otra, nos “da del agua de la roca”… Dios está en
medio de nosotros, pero no podemos exigirle que lo muestre como nosotros
queremos, sino que sepamos buscar “el agua” que nos proporciona de rocas que en
su entraña llevan una fuente. Sin la vara de Moisés, sin el milagro de la
magia, sino con la confianza y la fortaleza de ánimo, porque Dios ¡sí está en
medio de nosotros!
IIª Lectura: Romanos (5,1-8): Dios
nos ofrece la salvación "por amor"
II.1. La segunda lectura nos ofrece
una enseñanza clave en esta carta paulina. La verdad es que la liturgia no ha
tomado la totalidad de este conjunto, uno de los más fuertes y densos de este
escrito paulino. El apóstol comienza en este instante el meollo de su carta
(5,1-8,39) y lo hace con una significativa proclamación kerygmática de lo que
Dios ha hecho por la humanidad, por medio de Cristo que “lo ha llevado” hasta
dar la vida por todos. Esto es básico en el pensamiento de Pablo y en la
proclamación de la condición de la religión cristiana. Vemos aquí que es Dios
el que sale al encuentro del hombre, no el hombre el que sale a la búsqueda de
Dios. Por eso debemos seguir afirmando que el cristianismo es la religión de la
gracia, de la oferta, del milagro de la misericordia y gratuidad divina.
II.2. Pablo, aquí, centra su
pensamiento en lo que significa en la vida presente para los creyentes ser
justificados por la fe. La salvación, pues, es una gracia de Dios que se nos
otorga mediante nuestra confianza en Jesucristo. El enunciado de esto es de un
calado teológico sin precedentes, dicho, además, por alguien que procede del
judaísmo, como Pablo. Esta gracia es lo que define la justicia de Dios y la
vida cristiana. De esto es de lo que debe gloriarse el cristiano, de creer y
experimentar la gracia que nos llega por medio del Espíritu de Dios. Pablo está
queriendo decir que no hay que gloriarse del esfuerzo que debemos hacer para
salvarnos, porque entiende que la salvación es una gracia, un regalo; pero
también los regalos hay que saber acogerlos y agradecerlos.
II.3. ¿Qué significa, pues, la
proclamación kerygmática de Rom 5,1-11? Pues que la justificación ó si queremos
la salvación, para ser más directos, tiene una estrategia que ha establecido el
mismo Dios, por medio de Cristo. Aunque Pablo no se va a poder liberar del
lenguaje propio del AT, de los sacrificios y de la muerte, no debemos quedarnos
en eso, sino en lo que se afirma. Cristo murió por los “impíos”… y puesto que
Dios nos ama (v. 8), Cristo dio su vida por nosotros. ¿Era necesaria esa
muerte? Para Dios no era necesaria, y no es Dios quien entrega a la muerte a
Jesús, sino los hombres. Pero la formulación de Pablo quiere dejar clara la
iniciativa divina. Esto ha ocurrido porque Dios nos “ha amado” y nos ama…
Evangelio: Juan (4): El agua viva
de una religión de gracia
III.1. El evangelio, de san Juan
(en este domingo se prescinde de Mateo), nos ofrece una de las escenas y
diálogos mejor construidos del cuarto evangelista. Todo hemos escuchado alguna
vez esta narración de Jesús y la samaritana; aunque no siempre hayamos podido
abarcar todo su significado y profundidad. Puede que hoy no la oigamos
completa, pero su sentido es el mismo que exponemos. Jesús pasa por territorio
de herejes, como eran considerados los samaritanos por los judíos ortodoxos. Es
una vieja historia de odios y rencores a causa de la religión. Los samaritanos
se consideraban herederos de los patriarcas, tenían su Pentateuco, creían en
Yahvé, en Dios, pero unos y otros pensaban que su “dios” era mejor que el otro,
y su templo, y su monte santo, y su agua y sus fuentes. La escena se sitúa en
Samaría.
III.2. Los samaritanos proceden de
la unión de tribus asirias y de judíos del reino del Norte antes de su
destrucción en el año 721 a. C.. Después se llegó a un verdadero cisma entre
judíos y samaritanos, como rigorismo de la reforma judía que sigue al destierro
de Babilonia. Los samaritanos se opusieron a la construcción del nuevo Templo
de los judíos. Construyeron otro santuario para ellos en el monte Garizim que
fue destruido en el año 129 a C.. Los samaritanos se consideran descendientes
de los Patriarcas, y estaban orgullosos del pozo que -decían- les había dejado
su padre Jacob por medio de José (Gn 33,19;48,22; Jos 24,32). Los samaritanos solamente
creen en los cinco libros del Pentateuco; aún hoy existen tribus samaritanas.
Un judío religioso debía evitar todo contacto con los samaritanos, no solamente
impuros, sino herejes, y lo que menos se podía pensar era en pedirle a ellos de
comer o beber (Cf. Eclo 50,25-26; Lc 9,52; 10,33; Mt 10,5). En este relato van
a coincidir una serie de factores, muchos tipológicos, para enseñar verdades
que nunca deberíamos olvidar. Jesús fatigado del camino, deja Jerusalén, va
hacia Galilea y pasa por Samaría que era un lugar que evitaban los judíos
piadosos. El, Jesús, un hombre, un judío, y si queremos Dios «pide» a una mujer
pecadora y herética. Jesús, a una samaritana, a una persona que por herejía
solo podía dar hastío y maldición, le pide. Ya sabemos que Jesús le pide para
dar él mucho más. El diálogo es sabroso, es un diálogo con alguien maldito. Y
Jesús ofrece a cambio «agua viva». Esta expresión en el AT significaba: los
valores de la vida, la revelación, la Sabiduría divina y la Ley (Cf: Jer 2,13;
Zac 14,8; Ez 47,9; Prov 13,14; Is 44,3; Jl 3,1). En nuestro caso, a cambio,
Jesús ofrece por el agua del pozo (que puede significar el judaísmo con lo que
prometía y no daba, ya que los samaritanos también eran judíos), «agua viva»
que según el mismo Juan es el Espíritu que da la vida eterna (cf: Jn 7, 37-39).
III.3. Jesús no pasa por casualidad
por aquél camino, ya que a la ida o vuelta de Jerusalén, había que evitar este
territorio central de Tierra Santa; había elegido él mismo el camino por el que
debía pasar; se siente cansado, pero, más bien que por el camino, a causa de
estas disputas religiosas sin sentido y le pide a la mujer (representante de
todo un pueblo odiado y condenado) agua, llega pidiendo, no ofreciendo. Existe
desconfianza, aunque Jesús ha venido para ofrecer a estos herejes un espíritu
nuevo, un agua viva, un culto nuevo, un Dios verdadero. El agua del pozo estaba
encerrada y el pozo era hondo; representa el judaísmo y el samaritanismo. Es
una crítica a las religiones que ponen tanto empeño en sus cosas, en sus
tradiciones, en sus costumbres y en sus normas. A una y otra religión les
faltaba el agua viva, carecían de Espíritu y verdadera adoración. Vemos a Jesús
que escucha las quejas de la mujer samaritana contra los judíos; pero Jesús, en
el evangelio no representa a los judíos, aunque sea confundido con uno de
ellos. Advirtamos que Jesús pide, para dar; pregunta, para responder; siente
sed, para ofrecerse como agua viva.
III.4. Con esa dinámica de
contraste, la teología joánica de este pasaje, emblemático a todas luces,
propone una religión nueva y un culto nuevo: el culto en Espíritu y verdad. El
Espíritu dará a conocer cuál es el culto que tiene sentido: el conocer a Dios y
el adorarlo como Padre. Pero los judíos y los samaritanos no adoran
precisamente a un Dios como Padre, sino a un dios que ellos mismos se han
creado a su modo y manera; el dios que justifica sus odios y rencores. Esa
religión, que muchas veces sigue siendo la dinámica de nuestras religiones
actuales es un contra-Dios y anti-evangelio. Hoy, pues, también podemos
aprender mucho desde el punto de vista ecuménico en la celebración de la
eucaristía con este evangelio joánico. Ese no pasar de lejos por el terreno,
por el mundo o la vida de los malditos; ese pedir para dar y ofrecer en nombre
del Dios vivo la felicidad y la vida verdadera… es lo propio de la “religión”
de Cristo. Son muchos los desafíos que esta narración evangélica nos sugiere.
El relato nos muestra a un Jesús que en este caso no es un simple judío, sino
el Logos de Dios, que habla y dialoga con una mujer (que representa a un pueblo
con sus influencias sincretistas, pero al fin y al cabo una mujer)… que
descubre algo nuevo que viene de Dios. Y entonces todo cambia… se dejan de lado
historias pasadas, reglas que atan el corazón y el alma de la gente religiosa…
y hacen posible descubrir a Dios como Padre.
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