mi predilecto. Escuchadle”
Contemplamos en el evangelio de
este Segundo Domingo de Cuaresma, la Transfiguración del Señor, escena que nos
habla de la Resurrección que tendrá lugar en la Pascua, pero también de la
autoridad de Jesús con el que hablan Moisés y Elías –la Ley y los Profetas-.
Nos habla también de la cercanía de Jesús con sus amigos –los más cercanos,
Pedro, Santiago y Juan- y sobre todo nos habla de las promesas de vida y
plenitud que la Buena Nueva de Jesús trae al mundo. Sin embargo, en cristiano,
para alcanzar esas promesas de Vida, para llegar a la Resurrección, es
inevitable pasar por la Pasión, y para llegar con buen temple a ella, está la
Cuaresma… que no hay otra manera de verla que como el mensaje que dirige Dios a
Abrahán en la primera lectura, del libro del Génesis, que hoy se nos lee: sal
de tu tierra, de lo conocido, de hacer las cosas como siempre, para dejarse
encontrar por la sorpresa de Dios, que amplía la vida de cada uno si nos
atrevemos a salir de nuestra tierra, de nosotros mismos, para escuchar a Jesús
y seguirle.
CONTEMPLAMOS LA PALABRA
I
LECTURA
Abrahám
sintió en su corazón el llamado de Dios, por eso hizo de sus búsquedas una
vocación. ¿Qué fue primero: el llamado o la búsqueda que hace que escuche el
llamado? Es imposible distinguirlos, pero es allí donde Abrahám se transforma
en modelo. No por renunciar a su tierra paterna, porque eso ya lo había
aprendido, ni por ir hacia mejores tierras, porque era parte de su cultura. En
eso no hay nada nuevo. Lo nuevo, lo totalmente nuevo, está en darle un sentido
religioso a lo que era puramente humano. Y así lo humano se transforma en
camino de fe, y búsqueda de Dios.
Lectura
del libro del Génesis 12, 1-4ª
El Señor dijo a Abrám: “Deja tu
tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de
ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una
bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por
ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”. Abrám partió, como el Señor
se lo había ordenado.
Palabra
de Dios.
Salmo
32, 4-5. 18-20. 22
R.
Señor, que descienda tu amor sobre nosotros.
La palabra del Señor es recta y él
obra siempre con lealtad; él ama la justicia y el derecho, y la tierra está
llena de su amor. R.
Los ojos del Señor están fijos
sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus
vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.
Nuestra alma espera en el Señor: Él
es nuestra ayuda y nuestro escudo. Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza que tenemos en ti. R.
II
LECTURA
Ser
“llamados a una vida santa” es la respuesta generosa a nuestro compromiso
bautismal. Llevar una vida santa es asumir la realidad de nuestra vida y hacer
las cosas ordinarias de cada día de manera extraordinarias.
Lectura
de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 8b-10
Querido hijo: Comparte conmigo los
sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la
fortaleza de Dios. Él nos salvó y nos eligió con su santo llamado, no por
nuestras obras, sino por su propia iniciativa y por la gracia: esa gracia que
nos concedió en Cristo Jesús, desde toda la eternidad, y que ahora se ha
revelado en la manifestación de nuestro Salvador Jesucristo. Porque él destruyó
la muerte e hizo brillar la vida incorruptible, mediante la Buena Noticia.
Palabra
de Dios.
EVANGELIO
No
está mal disfrutar de los momentos de paz, contemplación y serenidad. Pero esos
momentos no pueden ser una huida del mundo. Dios nos hace esos regalos para que
sigamos anunciando su evangelio con un corazón renovado.
Ì
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 17, 1-9
Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a
su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en
presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se
volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías,
hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si
quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra
para Elías”. Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con
su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: “Este es mi Hijo muy
querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. Al oír esto, los
discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a
ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Cuando alzaron
los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte,
Jesús les ordenó: “No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del
hombre resucite de entre los muertos”.
Palabra
del Señor.
COMPARTIMOS
LA PALABRA
…Jesús
tomo consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a
una montaña alta…
Los momentos más significativos de
la vida de Jesús –quitando quizás el momento de las tentaciones y el del
Bautismo- Jesús los vive con sus discípulos más cercanos, con los que quiere y
a quien quiere. En un gesto así, tengo yo que se nos invita a nosotros a
reconocernos en ellos, pero no sólo en una clave imaginativa de representarnos
lo que ellos vivieron, sino como un auténtico ponernos en su lugar, tratar de
tener los mismos sentimientos y emociones que ellos… ¿qué sentían Pedro,
Santiago y Juan? A la montaña iba Jesús a orar, y ellos, pendientes y ansiosos
de saber, de estar con él, de aprender, de pasar su tiempo con el Maestro, con
gusto irían acompañándole, dejándose guiar por su amor por él. Esa actitud es
clave para el discípulo, para el cristiano, la de quien ha visto y oído y
sentido, que ahí, en esa persona, hay alguien que tiene palabras de vida. La
cuaresma pues ha de tener un mucho de eso, de buscar los mismos sentimientos
que aquellos que seguían a Jesús, renovar nuestro amor, nuestra esperanza,
nuestra ilusión en el mensaje de Jesús de Nazaret, la pasión por hacerlo vida
en nuestra vida, nuestros deseos de plenitud y de vida, como los discípulos más
cercanos del Maestro.
…Se
transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus
vestidos se volvieron blancos como la luz…
La Transfiguración, dicen los
expertos biblistas, es un anticipo, una prefiguración, un anuncio de lo que la
Resurrección sería, del verdadero ser y la verdadera identidad de Jesús como
Hijo de Dios, que se muestra en la gloria de su identidad. Es esa transfiguración
que muestra a Jesús como la plenitud de Dios, como el Hijo amado, la que nos
habla de las promesas de vida y plenitud del evangelio, la garantía, el
anticipo, de que el mensaje de vida y libertad de la Buena Nueva son reales y
posibles… Jesús como Hijo de Dios, muestra también la plenitud humana, lo que
todo ser humano está llamado a ser, la identidad divina de Jesús nos habla
también de la verdadera identidad humana, la que buscar y la que ir haciendo
vida en el seguimiento de Jesús, la identidad que es plenitud cuando nos
hacemos don, y cuidado, y liberación para los otros. Otra clave a tener
presente en la cuaresma.
…Y
se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él…
De nuevo dicen los expertos que en
esa conversación que mantienen con Jesús dos grandes personajes del Antiguo
Testamento -Moisés como imagen de la Ley que tenía el pueblo de Israel como
norma de conducta; y Elías como imagen de los Profetas que fueron en su
historia y que recordaron las palabras de justicia de Dios-, en esa conversación
se muestra la autoridad y superioridad del nazareno sobre ellos. Jesús trae la
nueva Ley, la del amor, y hace presente la verdadera Justicia, la de la
compasión y la misericordia. Pero esa superioridad está hecha de respeto y de
consideración, de cumplimiento, una conversación como esa nos hace ver en
imagen como Jesús, vinculado a la historia de la Revelación, a la Alianza de
Dios con el pueblo de Israel, las trasciende y les da completo cumplimiento,
haciéndola real en el amor y la misericordia, llevando a su perfección la
historia de Dios con Israel, las promesas de la Alianza, hasta el amor y la
misericordia, centro de su mensaje, y real camino de vida para el cristiano.
…Señor,
¡qué hermoso es estar aquí!...
Es por eso que los discípulos
pueden afirmar su contento en esa situación, porque son capaces de atisbar algo
del cumplimiento de esas promesas de plenitud, son capaces de experimentar la
hondura y la realidad de las promesas de amor y misericordia de Dios para el
mundo que muestra su Hijo, Jesucristo. Esas promesas, que en este pasaje se
muestra en imagen de gloria y en un lenguaje profundamente mítico, como una
teofanía -una manifestación de la gloria de Dios-, nos hablan de realidades muy
humanas, de los profundos deseos de cada uno… deseos profundos de paz, de
hermosura, de bondad, de amor, de fraternidad, de plenitud, de conocimiento, de
verdad… Deseos a los que es el amor y la misericordia los que responden, deseos
que sólo son posibles alcanzar atendiendo a todas las dimensiones humanas,
desarrollando todas las posibilidades humanas, teniendo en el centro de todas
ellas, la sed de trascendencia, la sed de Dios, de más… Pero siendo también
conscientes que en la profunda paradoja que es el ser humano, para alcanzarlas
hay que vaciarse de ellas… en la paradoja que para encontrarse, hay primero que
darse por entero, en la paradoja de que a la vida plena, sólo se llega a través
de la muerte… la muerte de todo lo que nos encierra sobre nosotros mismos, la muerte
de lo que nos centra en el yo, para poder abrirnos al otro y al Otro absoluto…
la paradoja de que dándonos por entero, es como nos llenamos por entero…
…Este es mi Hijo, el amado, mi
predilecto. Escuchadle…
Por eso la voz de Dios señala
precisamente a su Hijo, porque ese es el mensaje central del amor y la
misericordia que Jesús de Nazaret muestra, que es en la entrega más radical,
como se alcanza la vida más plena, por eso la voz de Dios apunta a escuchar a
su Hijo, nos apunta a que es escuchándole como se alcanza esa plenitud y esas
promesas… Escuchándole y no sólo oyéndole… escuchar implica no sólo atención,
sino también acción, poner por obra lo escuchado, interiorizarlo, meditarlo,
hacerlo parte de uno, hacer vida lo escuchado… Y escucharle es atender a toda
su vida, a sus gestos, sus palabras, sus enseñanzas, su testimonio… y su
entrega, su entrega hasta la muerte y una muerte de cruz, su entrega por amor.
…Levantaos, no temáis…
Y precisamente ese “levantaos” es
lo primero que escuchan los discípulos de Jesús tras la voz del Padre. Un
levantaos que es un ánimo a ponerse en camino, a hacer vida de esa experiencia
de plenitud, de esa promesa atisbada, un ánimo para hacer vida lo escuchado en
la vida de Jesús… con la prueba de que merece la pena ese camino. Un levantaos
que enlaza con la primera lectura de hoy y el mensaje de Dios a Abrahán para
salir de su tierra hacia las promesas de vida que el Señor le tiene preparadas.
Salir de la propia tierra en cuaresma bien podemos leerlo como dejar atrás lo
común, lo conocido, lo habitual, lo que hacemos siempre, lo que nos tiene
atados a lo que hay de conocido y banal en nuestra vida, para dejarnos
sorprender por Dios, para ir en búsqueda de esas promesas de vida.
ESTUDIO
BÍBLICO
Iª Lectura: Génesis (12,1-4): La
confianza en Dios, base de la religión
I.1. El relato de la vocación de
Abrahán abre las lecturas de este segundo domingo de cuaresma. Es un relato que
viene a manifestar la promesa de Dios que nunca abandonará a la humanidad. En
Gn 1-11 se ha repasado, sucintamente, con alardes literarios y casi míticos, el
misterio de la humanidad en general, que poco a poco ha querido emprender un
camino independiente de Creador. Si debemos reconocer que lo allí descrito no
puede ser “historia pura”, la verdad de todo está en llegar a la situación en
la que es necesaria de nuevo la mano de Dios para poner su obra creadora en
armonía con su proyecto de salvación. Es por eso que Gn 12 es tan importante
desde el punto de vista de la “historia de la salvación”. Dios siempre
encuentra hombres o grupos para que su obra pueda seguir teniendo esa categoría
creacional buena.
I.2. Ya en esos capítulos
anteriores se ponía de manifiesto, puntualmente, el proyecto salvífico de Dios,
que nunca podía guardar silencio ante las acciones de los hombres; pero quizás
las cosas se presentan allí con una cierta mentalidad pesimista. Ahora ese
proyecto salvífico del Creador se va a hacer muy concreto con el “padre de los
creyentes”, con Abrahán. Este personaje, al que se hace originario de la cuenca
de los dos ríos de Mesopotamia, de Caldea, donde existía una cultura muy
antigua, se le pide abandonar la tierra, los lazos de siempre, porque Dios
quiere comenzar algo nuevo en un sitio menos deslumbrante ¡no olvidemos este
detalle!. De entre aquellos nombres oscuros y sin grandeza enumerados en las
páginas precedentes del Génesis, surge Abrahán y con él se pone de manifiesto
la virtud del creyente que se fía rotundamente de Dios y que busca una luz
nueva.
I.3. La carta a los Hebreos (11,8-10)
describe profundamente ese momento: se fue a una tierra extraña, sin saber
adónde iba. Pero Dios no falla nunca; pide, pero siempre responde. Abrahán debe
dejar detrás la cultura de los ziggurat, la grandiosidad de los dioses
mesopotámicos que no han llenado, a pesar de todo, la vida de los hombres.
Atrás queda Babel, los intereses de los pueblos y ciudades, sus confusiones y
orgullos..., porque Dios, un Dios con corazón, le quiere brindar a él, y con él
a la humanidad, una vida con más sentido. Babilonia es la encarnación de todas
las potencias políticas que han hecho derramar sangre y lágrimas a la
humanidad. Dios, el Dios creador, no quiere eso para la humanidad… y Abrahán
emprender, según nuestro relato, el camino de la fe, de la confianza (emunah)
absoluta en Dios. Comienza así, idílicamente si queremos, una nueva manera de
entender la religión como experiencia de confianza en Dios creador y salvador.
Esta es la clave de la fe de Israel. Los dioses babilónicos serían “muy
cultos”, pero nunca quisieron la confianza de los hombres, sino el someterlos.
IIª Lectura: IIª Timoteo (1,8-10):
La pasión del evangelio como salvación
II.1. El autor de este texto
epistolar, presuntamente Pablo, recomienda a su discípulo Timoteo que se haga
cargo de la misión y vocación que ha recibido de parte de Dios: anunciar el
evangelio. Es un texto hermoso, de un buen discípulo de Pablo si es que
aceptamos, como máxima probabilidad, que Pablo no lo escribiera. La mímesis o
adaptación al pensamiento paulino es encomiable. Conceptos como testimonio
(martyrion), fuerza de Dios (dynamis theou), el verbo salvar y llamar
(sôsantos… kai kalésatos), obras frente a gracia (erga-charis). Todo esto tiene
como objetivo final destruir la muerte (thánatos) y ofrecernos la inmortalidad (aphtharsía)
por medio del evangelio. Muchas cosas son de Pablo, otras suponen un evolución
de su pensamiento. Pero las afirmaciones, todas, son un buen ejemplo del
kerygma cristiano, de aquello que se debe proclamar al mundo.
II.2. Es la tarea más arriesgada de
un hombre comprometido con una comunidad. Por ello, anunciar el evangelio no es
relatar cosas o doctrinas carentes de sentido. Al contrario, como buena noticia
que es, y como los hombres necesitan estas buenas noticias para vivir, se debe
poner de manifiesto que Dios nos ha salvado. Eso, independientemente de
nosotros; porque el plan de Dios, como se expresa el autor de Timoteo, es un
proyecto de gracia. Y ese plan tiene un nombre concreto, una historia que puede
conocer toda la humanidad; se trata de Jesús de Nazaret, el Mesías cristiano,
quien ha venido para destruir la muerte, el pecado, el odio... y para darnos
una esperanza nueva. El cristianismo se fundamenta en esto, y como Abrahán
debemos poner en ello toda nuestra “confianza”, porque tenemos, además, la
garantía de Cristo.
Evangelio: Mateo (17,1-9): La
Transfiguración, la transformación de lo divino en lo humano
III.1. Todos los años, en el
segundo domingo de cuaresma, leemos el relato de la transfiguración.
Corresponde, pues, en este domingo leer el texto de Mateo. Los pormenores del
este relato mateano no nos alejaría mucho de su fuente, que es Marcos (9,2ss).
Lucas (9,28ss) sí se ha permitido una autonomía más personal (como la oración,
por dos veces, que es tan importante en el tercer evangelista y otros
pormenores, como cuando Moisés y Elías hablan de su “éxodo”). Para el
evangelista Marcos es el momento de emprender el viaje a Jerusalén y este es el
punto de partida; Lucas ha querido adelantar la Transfiguración antes de
emprender de una forma decisiva el “viaje” (9,51ss). Por tanto, Mateo es el más
dependiente de Marcos a todos los efectos literarios. Deberíamos pensar que una
experiencia muy intensa vivida por Jesús con algunos de sus discípulos, ha
marcado la tradición de esta narración.
III.2. El hecho de que esté en este
momento, tras la predicación de Jesús en Galilea y ya a las puertas de
emprender el viaje definitivo a Jerusalén, resulta elocuente. No podemos negar
que esta narración está concebida con el tono apocalíptico y con el lenguaje
veterotestamentario pertinentes. Las dos columnas del AT, Moisés y Elías son
testigos privilegiados de esta “experiencia”, en el monte (que nosotros lo
conocemos como el Tabor, pero que no está identificado en el texto, y no es
necesario). Porque el “monte” en cuestión es un símbolo, un lugar sagrado, un
templo, el cielo… Precisamente esos dos personajes del AT tuvieron con Dios su
experiencia en el monte, el Sinaí o el Horeb que es lo mismo. Por tanto, ya
podemos llegar a percibir unas claves concretas de lectura a partir de estas
semejanzas con los personajes mencionados. Por una parte están esos personajes
para ser testigos de la “intimidad” de Jesús, el Hijo de Dios, pero en su
necesidad más humana… Jesús, no es un impostor que habla del Reino a los
hombres sin autoridad. Moisés y Elías testifican que no es así… si “conversan”
con él es porque ellos le conceden a Jesús el “testigo” definitivo de la
revelación. Pero este no es solamente un nuevo Moisés o un nuevo Elías… es el
Hijo, como hace notar la voz celeste: escuchadlo!
III.3. Independientemente de la
fisonomía literaria y teológica del relato, con las cartas marcadas por la
cristología que respira la narración, nos preguntamos: ¿Qué significa la
transfiguración? La transformación luminosa de Jesús delante de sus discípulos,
ya camino de Jerusalén y de la pasión, es como un respiro que se concede Jesús
para ponerse en comunicación con lo más profundo de su ser y de su obediencia a
Dios. Jesús lee, digamos, su propia historia a la luz de su obediencia a Dios
con objeto de llevar adelante ese plan de salvación para todos los hombres.
Jesús no sube al monte de la transfiguración siendo el Hijo de Dios de la alta
cristología, sino el hombre-profeta de Galilea que pregunta a Dios si el camino
que ha emprendido se cumplirá. Por eso Lucas pone tanto interés en la oración,
porque estas cosas se preguntan y se viven en la oración. Y las respuestas de
Dios se escuchan también en la experiencia de la oración. De esa manera, los
dos personajes que se presentan acompañando a la nube divina, Moisés y Elías,
representantes cualificados del Antiguo Testamento, indican que ahora es Jesús
quien revela a Dios y a su mundo. Los discípulos le acompañan, pero no pueden
percibir más que una especie de sosiego que les lleva a pedir y desear
“plantarse” allí, construir tiendas en lo alto del monte.
III.4. Pero los hombres están
abajo, en la tierra, en la historia, y se les invita a bajar, como una especie
de vocación; deben acompañar a Jesús, recorrer con él el camino de Jerusalén,
porque un día ellos deben anunciar la salvación a todos los hombres. Jesús
decide bajar de ese monte y pide a los suyos que le acompañen. Viene de
“arriba” con la confianza absoluta de que su Dios lo ama… y ama a los hombres.
Pero en Jerusalén no le otorgarán la autoridad que ahora le han concedido
Moisés y Elías. También un día Moisés tuvo que bajar del Sinaí y se encontró
con la realidad de un pueblo que se había fabricado un becerro de oro (Ex
32,1-35); Elías también descendió del Horeb (1Re 19), sabiendo que lo
perseguirían las huestes de Jezabel que querían imponer a los dioses cananeos.
Jesús tuvo que aclarar en el “monte” si su mensaje y su vida eran la voluntad
de Dios. La voz celeste, por muy apocalíptica que suene, lo deja claro.
III.5. ¿Se debe o no se debe subir
al monte de la transfiguración? Desde luego que sí. Y este es un relato que nos
habla de la búsqueda de Dios y de su voluntad en la “contemplación” y en la
“oración”. Esta es una de las razones por las que el relato de la
transfiguración figura en la liturgia de la Cuaresma. No obstante, la enseñanza
es palmaria: lo contemplado debe ser llevado a la vida de cada día, de cada
hombre. Como Abrahán tuvo que dejar su tierra, los discípulos deben dejar la
“altura infinita” del monte para abajarse, porque ese evangelio que ellos han
vivido, deben anunciarlo a todos los hombres cuando Jesús resucite de entre los
muertos. Probablemente Jesús vivió e hizo vivir a los suyos experiencias
profundas que se describen como aquí, simbólicamente, pero siempre estuvo muy
cerca de las realidades más cotidianas. No obstante, ello le valió para ir
vislumbrando, como profeta, que tenía que llegar hasta dar la vida por el
Reino. Se debe subir, pues, al monte de la transfiguración, para bajar a
iluminar la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario