“Amarás a tu
prójimo como a ti mismo”.
Los "Otros" son el principal mandamiento.
Hoy también nos preguntamos por el
núcleo, lo más importante en nuestra relación con Dios, ¿qué hacer para acertar
con una vida verdaderamente cristiana?, ¿cómo superar la insatisfacción que
produce la mediocridad de vida cristiana, que dificulta el conocimiento y la
identificación con Jesús? Si en tiempos de Jesús, la maraña de leyes, normas,
preceptos, mandamientos y obligaciones de la religión judía no dejaban ver, ni
focalizaban lo esencial de la relación con Dios, hoy no pocos cristianos
sufrimos: el peso de nuestra formación, más bien, deformación; el desconcierto
en la iglesia de jerarcas y de predicadores tan plurales y hasta contrarios,
que ni se acercan al evangelio; los vaivenes en lo moral con un amplio arco de
oscilación, según qué convenga; tantas variadas maneras de decir que se vive a
Jesús, a veces hasta contrarias; la identificación de la vivencia religiosa con
un individualismo que se traduce en un sentirse bien en todos los sentidos, no
meterse en la vida de nadie, todo es bueno si no me hace daño, si me va o no me
va esto que dice la iglesia. Esto es una vida religiosa políticamente correcta,
pero sin referencias a Dios y a los demás.
Jesús simplifica y hace una reducción
importante y sencilla, respondiendo a lo que le preguntan sobre qué es
importante (amar a Dios) y explicando lo que no le preguntan: que el amor a
Dios se verifica con el amor al prójimo, a los demás y, por tanto, lo primero e
importante son los demás. Olvidar esta referencia esencial de la vida de Jesús
en su relación con Dios, ha hecho al cristiano entrar en una mediocridad de
vida, una vida sin significatividad.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
El
amor al prójimo se vuelve más exigente cuando nos hallamos frente a los más
desprotegidos y vulnerables. El recuerdo de las propias necesidades (“fuiste
inmigrante en Egipto”) debe mover el corazón para sensibilizarse ante las
necesidades de los otros. Y esto se manifiesta en lo cotidiano: la comida, el
abrigo y el lugar de reposo.
Lectura
del libro del Éxodo 22, 20-26
Estas son las normas que el Señor dio a
Moisés: No maltratarás al extranjero ni lo oprimirás, porque ustedes fueron
extranjeros en Egipto. No harás daño a la viuda ni al huérfano. Si les haces
daño y ellos me piden auxilio, yo escucharé su clamor. Entonces arderá mi ira,
y yo los mataré a ustedes con la espada; sus mujeres quedarán viudas, y sus
hijos huérfanos. Si prestas dinero a un miembro de mi pueblo, al pobre que vive
a tu lado, no te comportarás con él como un usurero, no le exigirás interés. Si
tomas en prenda el manto de tu prójimo, devuélveselo antes que se ponga el sol,
porque ese es su único abrigo y el vestido de su cuerpo. De lo contrario, ¿con
qué dormirá? Y si él me invoca, yo lo escucharé, porque soy compasivo.
Palabra
de Dios.
SALMO
Salmo
17, 2-4. 47. 51ab
R.
Yo te amo, Señor, mi fortaleza.
Yo te amo, Señor, mi fuerza, Señor, mi
Roca, mi fortaleza y mi libertador. R.
Mi Dios, el peñasco en que me refugio,
mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoqué al Señor, que es digno de
alabanza y quedé a salvo de mis enemigos. R.
¡Viva el Señor! ¡Bendita sea mi Roca!
¡Glorificado sea el Dios de mi salvación! Él concede grandes victorias a su rey
y trata con fidelidad a su Ungido. R.
II
LECTURA
La
fe es contagiosa, comunicativa, expansiva, como la “buena onda”. San Pablo
puede dar gracias a Dios porque el testimonio de una comunidad estimula a otra.
Y esta forma de comunicación se daba en tiempos en que no existían los medios
modernos ni la tecnología actual. Hoy tenemos en nuestras manos muchas
herramientas para difundir la fe. Solo necesitamos el ímpetu que movió a los
primeros cristianos. Esto podemos pedirle al Espíritu Santo.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica 1,
5c-10
Hermanos: Ya saben cómo procedimos
cuando estuvimos allí al servicio de ustedes. Y ustedes, a su vez, imitaron
nuestro ejemplo y el del Señor, recibiendo la Palabra en medio de muchas
dificultades, con la alegría que da el Espíritu Santo. Así llegaron a ser un
modelo para todos los creyentes de Macedonia y Acaya. En efecto, de allí partió
la Palabra del Señor, que no sólo resonó en Macedonia y Acaya: en todas partes
se ha difundido la fe que ustedes tienen en Dios, de manera que no es necesario
hablar de esto. Ellos mismos cuentan cómo ustedes me han recibido y cómo se convirtieron
a Dios, abandonando los ídolos para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar
a su Hijo, que vendrá desde el cielo: Jesús, a quien él resucitó de entre los
muertos y que nos libra de la ira venidera.
Palabra
de Dios.
ALELUYA
Jn 14, 23
Aleluya.“El que me ama será fiel a mi
palabra, y mi Padre lo amará e iremos a él”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
“Los
maestros distinguían en la ley 613 preceptos, y los clasificaban en graves y
leves. La respuesta de Jesús unifica. El amor es la clave de la Ley, el
indispensable principio unificador que elimina toda posible dispersión. No se
puede observar de veras la Ley si falla el amor. Este amor a Dios se expresa
con todas las facultades del ser humano (corazón, alma y mente), y el
mandamiento del amor al prójimo es semejante al primero porque es tan
importante uno como el otro”.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Mateo 22, 34-40
Cuando los fariseos se enteraron de que
Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron con él, y uno de ellos,
que era doctor de la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es
el mandamiento más grande de la Ley?”. Jesús le respondió: “Amarás al Señor, tu
Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el
más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás
a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y
los Profetas”.
Palabra
del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA
Amar a Jesús no es tener sentimientos o
un estado de ánimo especial en nosotros, sin más, sino sentir a los que están
cerca.
¿Qué nos explica Jesús sencillamente y
sin complicaciones? ¿Qué quiere decirnos la palabra de Jesús? ¿Por qué no
acertamos a construir una sociedad más humana, más feliz? ¿Qué nos falta? Amar
a quien ni siquiera vemos es imposible. Jesús, sin preguntarle fija en qué
consiste el amor a Dios, pues en la vida de los hombres, de los cristianos no
hay un espacio reservado para las cosas de Dios y otro para la relación con los
hermanos y las cosas. ¿Cómo decir que amamos a Dios si no amamos lo que él ama?
Jesús tuvo la valentía de equiparar el amor a Dios y a los hombres, sin
separarlos, ni poner el amor a Dios en una primacía absoluta y después el amor
a los hombres. Para Jesús las normas se pueden cambiar si no sirven para hacer
bien a los hombres.
Amar a Dios no es rezar, ni
espiritualizarnos tanto que nos olvidemos de los demás. Jesús, su reino no es
una religión de normas, cumplimientos y ritos. Lo que él quiere va más allá de
la aceptación de las creencias, preceptos y ritos de una religión. Es una
experiencia nueva. Amar tiene que ver con poner la vida al lado de Jesús,
centrarla en él para ser, vivir y pensar la vida, en los demás y las cosas como
él las ve y las piensa. Amar es sentir el amor de Dios y el amor por los
hombres, viviendo en continuo agradecimiento por la vida, por lo bueno, lo
grande y bello que nos rodea; es ponernos al lado del defensor de la vida y la
dignidad de sus hijos (nuestros hermanos); es tener y optar por una actitud,
aprendida de Jesús, de sensibilidad por el dolor y sufrimiento que causamos,
una actitud de ponernos al servicio de la humanización de nuestro entorno; es
regirnos por mirar lo que es más humano y no por las ganancias; es aparcar
nuestras actitudes intolerantes ante los demás.
Pero hasta los que nos decimos más
cristianos nos gusta colgarnos el título de “cumplidores”. No cabe duda que los
fariseos tenían inquietud por conocer más su religión y por buscar cómo agradar
mejor a Dios, pero esta actitud les llevó a quedar presos en una trampa: el
hacer de la religión un conjunto de normas, aunque estuvieran bien escalonadas
y puestas preferentemente para su cumplimiento. Ellos querían encontrarse con
Dios, pero por el camino tortuoso de la norma. Tortuoso porque las normas
terminan por ahogar la espiritualidad y no atender a los otros. La insistencia
y el desfilar de grupos interrogando a Jesús demuestra el rechazo que su vida y
la propuesta de su reino produjeron. Lo mismo nos pasa a nosotros cuando
nuestro interés es, más que nada, por lo moral y no por la relación con Jesús;
cuando nos preocupa más cumplir lo establecido que la vivencia cercana de
Jesús; nos da más seguridad el hacer automáticamente ritos que el vivir con
incertidumbre la presencia de Jesús, pues nos cuesta descubrirle como
acompañante y cercano en el camino de nuestra vida.
Es importante creer en Dios, pero más
importante todavía saber en que Dios creemos. ¿en el que se nos ha manifiesta
en Jesús?
Las pasiones de Jesús no pueden dejarnos
impasibles a los creyentes. Ser cristiano es vivir el amor que Dios nos ha
regalado en la vida, las actitudes y valores, el camino nuevo que Jesús ha
recorrido. Por eso él es nuestro Salvador, siempre preocupado de lo que nos
pasa y el sujeto de nuestro seguimiento.
Nosotros necesitamos que nos quieran y
querer a los demás. El amor que recibimos de él se hace en nosotros, amor a los
demás. El amor de Dios mismo, sus mismos sentimientos se reflejan en nosotros.
¿Dónde quedan o para qué sirven los preceptos, las normas y leyes en estos
planteamientos? ¿Qué hacemos con nuestros cumplimientos si, ni nos sirven para
relacionarnos con Dios, ni tienen referencia a los demás?
Nuestra sociedad poderosa y rica de
cosas, de objetos, de comunicación, presumida en todo, pues fabrica e inventa
todo, va creciendo más y más en el anonimato, el vacío, la sinrazón y la
soledad; va desluciendo y distorsionando el nombre de lo que necesita (para
decir que tiene sin tener): el amor. Así se conforma con sentimientos,
atracción, sensaciones, sexo, …, aunque lo llame amor. Así el amor es un juego
de quita y pon, que se rompe y compone con facilidad. Jesús sabe lo que
necesitamos y nos propone un Padre amoroso, que le duele nuestra realidad y
quiere devolverle los derechos que hemos perdido o hipotecado por comodidad o
pereza; sabe que necesitamos justicia y amor, pues la falta de amor deshumaniza
y trastoca todo; sabe que no solo es necesario reformar las estructuras, sino
acrecentar la capacidad de amar.
Necesitamos otra experiencia con Jesús
que lo resitúa todo de manera nueva, en la propia realidad de la vida. Cuando
vemos a tantos ancianos impedidos, un joven tetrapléjico o con montones de
problemas porque no encuentran sentido a la vida, con situaciones desgarradoras
de convivencia, laborales, de integración en la sociedad, ese es nuestro
compromiso de amar. Cuando vemos a nuestros hermanos colgados de las vallas de
Ceuta, entre los escombros de Irak, luchando por sobrevivir en tantos países de
África, padeciendo con las injusticias venezolanas, ese es nuestro compromiso
de amar. Es difícil vivir el amor de Dios sin entender, sin que nos duelan
ciertas realidades. ¿Cómo entender a la madre que es capaz de atravesar la
ciudad todos los días para trabajar, la madre que llegan las horas de las
comidas y no pueden ofrecer algo a los hijos? ¿Cómo entender la vida cristiana,
los seguidores de Jesús, si no hacemos lo que él haría en circunstancias bien
concretas? ¿Amamos a alguien o nos amamos a nosotros mismos?
Estaría bien que los cristianos, tan
educados en la norma y su imposición a los demás, fuéramos un poco
transgresores porque la libertad y la creatividad son fuentes de vida
insospechadas, sobre todo cuando ya hemos visto los resultados en la vida de
Jesús.
ESTUDIO
BÍBLICO
Iª
Lectura: Éxodo 22, 21-27: La religión defiende a los pobres
I.1. Esta lectura del Éxodo no es
homogénea, entre otras razones, porque se trata de un conjunto de
prescripciones del famoso Código de la Alianza (Ex 20,22-23,19), que, con el
Decálogo (Ex 20,1-17), pretende dar una identidad propia al pueblo que ha
salido de Egipto. En ese código podemos rastrear leyes antiguas en las que todavía
se perfilan las costumbre y tradiciones de los clanes y familias, probablemente
del tiempo de los Jueces (s. XII), como la de los pueblos circunvecinos y otras
mucho más recientes. La preocupación social es manifiesta. En el caso de la
lectura de este domingo podemos subrayar un denominador común: el cuidado de
los más necesitados: huérfanos, viudas y pobres. Aparecen, pues, las exigencias
de un Dios misericordioso.
I.2. El mundo de las leyes es muy
complicado, tanto por su origen, como por su significación. Así, el problema
del préstamo y la usura obliga a promulgar leyes como las de nuestra lectura.
Son leyes éticas que todos los pueblos y culturas se han dado para poder
convivir. En el caso del Antiguo Testamento, de la ética veterotestamentaria se
pretende que el hombre actúe en presencia de Dios. El hecho de que estas
prescripciones se hayan establecido en el contexto de la Alianza de Dios con su
pueblo le dan una dimensión religiosa y teológica incuestionable: se nos
muestra cómo puede realizarse la comunión con Dios en la existencia de los
humildes y con el prójimo necesitado.
IIª
Lectura: Tesalonicenses (1,5-10): Dios es nuestra vida, no un ídolo.
II.1. Se prosigue con la carta a los
Tesalonicenses la lectura continua de la misma, que comenzaba el domingo
pasado. El pasaje está lleno de afirmaciones teológicas que muestran, sin duda,
lo que Pablo ha trasmitido a esta comunidad con alma, corazón y vida. Muestra
una seguridad asombrosa en la fe de esta comunidad nueva, ejemplo para las
provincias romanas de Macedonia y Acaya, cuando han debido llevar a cabo una
«catarsis» que no es otra que abandonar a los ídolos por el Dios vivo y
verdadero. Esto, dicho así, es como el día y la noche, como el ser y la nada,
pero para ello hay que cerrar los ojos y no caer en el abismo. Esta es la fe
cristiana en su esencia que hace crecer la palabra de Dios como lo que es, nada
de palabras vacías, sino palabra de vida, de luz, de profundidad que tiene su
tono más alto en aceptar la resurrección de Jesucristo y la nuestra.
II.2. Hoy, que tanto se tiene en cuenta
la "interculturalidad" o más todavía la interculturalidad religiosa,
no deberíamos avergonzarnos de estas afirmaciones de "abandonar" los
ídolos y los dioses paganos. Porque todo aquello que no ofrece vida verdadera
al cualquier persona no puede ampararse en el diálogo
"intercultural". El cristianismo paulino es un reto, una llamada a la
esperanza. Pronto serían acusados los cristianos de creer en "una
depravada superstición llevada hasta el exceso"; el exceso era el amor por
los hombres que fundamentaban en un "crucificado" (¡inaudito!) que
vive una vida nueva y está presente con los suyos para transformar el mundo.
Los ídolos, se quiera o no, los fabrican los hombres y no tienen corazón, no acompañan,
ni se inmutan. Los cristianos no fabricaron un ídolo, sino que dieron un salto
a la vida nueva en ese crucificado que es el Señor. En eso consiste la
acusación de "superstitio" que los "aristócratas" romanos
combatieron con su pluma.
III.
Evangelio: Mateo (22,34-40): La ética del amor
III.1. El evangelio de Mateo de este
domingo nos ofrece la disputa sobre el mandamiento más importante. Sabemos que
se unen o se juntan dos textos Dt 6,5 y Lv 19,18 que eran citados
frecuentemente en discusiones éticas rabínicas, pero la idea de unirlos tan
estrechamente a manera de resumen de toda la Ley y los Profetas fue una idea
creativa no solamente brillante, sino, de nuevo, profética, como sucede en
todas estas disputas concluyentes en Jerusalén. Lo que asombra en el texto
evangélico es la seguridad soberana con que afirma que no hay preceptos como
estos, porque en ellos se apoya toda la ley y los profetas. El texto dice que
el amor al prójimo es "semejante" (homoía) al primero, dando a
entender un orden lógico, pero sin disminuir su importancia. Es más, aquí Jesús
nos está llevando a la conclusión de que aunque Dios no es el hombre, lo que
podemos llamar la experiencia del amor no es distinta, aunque sean distintos
los objetos o las personas amadas. Lo que le da gloria a Dios, precisamente, es
que amemos al hombre como lo amamos a El; tendríamos que decir que no es
posible amar a Dios más que al hombre.
III.2. Todo lo que no sea eso,
evangélicamente hablando, es una falacia. Ya lo veía así el autor de la 1ª Jn 4
donde plantea con una radicalidad teológica inigualable lo que es la identidad
cristiana del amor. Si Dios nos ha amado, entonces, entre otras cosas, no se
dice que debemos amarlo a El, sino que debemos amarnos los unos a los otros. Es
verdad que Dios quiere ser amado, necesita ser amado, como lo necesitamos cada
uno de nosotros. Y es desde esa dimensión religiosa desde la que hablaba Jesús,
quien con su predicación y con su praxis se empeñó tanto en descubrir a Dios
como Abba, porque él y nosotros lo necesitamos así.
III.3. Por lo tanto, la praxis
evangelizadora de Jesús nos descubre un Dios nuevo y a la vez, y por ello
mismo, nos descubre un hombre nuevo. Es verdad que Jesús de Nazaret lo
descubrió desde Dios. Esto es absolutamente irrefutable. Esta fontalidad nos
expresa pues, que evangelizar es humanizar en todos los órdenes y desde todas
las perspectivas. Jesús hizo coincidir con su evangelización la gloria de Dios
y la del hombre. El hecho, pues, de que hoy se insista tanto en la humanización
no depende de que vivimos en el siglo en el que el hombre está enamorado de sí
mismo, de lo que ha hecho y de lo que tiene que hacer, sino que la misma
esencia de la fe y de la identidad cristiana, en el Nuevo Testamento como
totalidad, son todavía mucho más humanizantes y humanizadoras que lo que hoy se
nos propone. (Fray Miguel de Burgos Núñez).
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