domingo, 29 de marzo de 2015
domingo, 22 de marzo de 2015
DOMINGO 5° DE CUARESMA
“Ha llegado la
hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.”
Desde que se inició el tiempo cuaresmal,
y de la mano de la pedagogía de las lecturas del ciclo B, hemos sido conducidos
por diversos escenarios emparentados con lugares especialmente significativos
para la fe bíblica.
Todo comenzó en el desierto, lugar de la
prueba y de la tentación. A continuación fuimos conducidos al monte de la
Transfiguración para vivir una experiencia anticipada de la Pascua. El tercer
domingo nos ubicó en el espacio espiritual de Israel sostenido por la Ley y por
el Templo. El cuarto domingo centró la atención en la fiesta de la Pascua. Allí
nos sitúa también este quinto domingo, subrayando así, mucho más nítidamente,
la cercanía de nuestra propia celebración pascual de 2015.
Visto así, estos escenarios bíblicos
(Desierto, Monte, Ley, Templo y Pascua) son hitos que dan qué pensar a los que
ajustan su paso al ritmo de la liturgia cuaresmal dominical. Una clave se
vislumbra en esta didáctica. Una clave que hace suya la palabra de Dios en este
quinto domingo y que, además, sirve también para interpretar la Escritura:
Desierto, Monte, Ley, Templo y Pascua se han de leer a la luz de Jesucristo.
Dicho de manera comprensible y aplicada a los textos de este V Domingo: la Alianza
y la misma Pascua adquieren en Jesús un significado nuevo; en Él se cumplen de
una manera única y significativa; se trata, claro, del sentido cristiano que,
como Iglesia, celebramos los seguidores de Jesús en este tiempo cuaresmal que
ya está llegando a su término.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Si
viviésemos en verdad la alianza del Señor, escucharíamos en nuestro interior su
voz, su ley, su Palabra. Y eso mismo nos haría vivir de acuerdo con su
voluntad.
Lectura
del libro de Jeremías 31, 31-34
Llegarán los días –oráculo del Señor– en
que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No
será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la
mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron,
aunque yo era su dueño –oráculo del Señor–. Esta es la Alianza que estableceré
con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: Pondré mi
Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos
serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al
otro: “Conozcan al Señor”. Porque todos me conocerán, del más pequeño al más
grande –oráculo del Señor–. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré
más de su pecado.
Palabra de Dios.
Salmo
50, 3-4. 12-15
R.
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro.
¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y
purifícame de mi pecado! R.
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y
renueva la firmeza de mi espíritu. No me arrojes lejos de tu presencia ni
retires de mí tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
que tu espíritu generoso me sostenga: yo enseñaré tu camino a los impíos y los
pecadores volverán a ti. R.
II
LECTURA
El
autor de la carta a los Hebreos reconoce que Jesús atravesó por la escuela del
dolor. Esto no porque el Padre fuese cruel con él, sino porque no le negó nada
de la humanidad de la que es heredero. Jesús tuvo que aprender a sufrir, a
darle sentido al dolor, a aceptarlo y encontrar en el mismo dolor el camino de
sanación.
Lectura
de la carta a los Hebreos 5, 7-9
Hermanos: Cristo dirigió durante su vida
terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a Aquel que podía
salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era
Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa
obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación
eterna para todos los que le obedecen.
Palabra de Dios.
Aclamación Jn 12, 26
“El que quiera servirme, que me siga, y
donde yo esté, estará también mi servidor”, dice el Señor.
EVANGELIO
Jesús
se siente trigo, se sabe pan, se reconoce alimento. Así le da sentido a su vida
y a su muerte, porque en ambas situaciones se puede ser alimento para el mundo.
Jesús murió como vivió: entregando su vida como pan.
Ì Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo según san Juan 12, 20-33
Había unos griegos que habían subido a
Jerusalén para adorar a Dios durante la fiesta de Pascua. Estos se acercaron a
Felipe de Betsaida de Galilea, y le dijeron: “Señor, queremos ver a Jesús”.
Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. Él les
respondió: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.
Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo;
pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el
que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.
El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi
servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está
turbada. ¿Y qué diré: “Padre, líbrame de esta hora”? ¡Si para eso he llegado a
esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!”. Entonces se oyó una voz del cielo:
“Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar”. La multitud, que estaba
presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: “Le ha
hablado un ángel”. Jesús respondió: “Esta voz no se oyó por mí, sino por
ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este
mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra,
atraeré a todos hacia mí”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS.
Tanto para el aprovechamiento espiritual
de la Palabra de Dios de este V Domingo de cuaresma, como para la orientación
de la predicación en torno a ella ofrecemos tres pautas íntimamente conectadas:
1. La
Pascua: la oferta salvífica definitiva y universal de Dios en Jesús
2. El
secreto del camino que conduce a la vida: la entrega, la donación de uno mismo
3. Dios
siempre cumple lo que promete
La Pascua: la oferta salvífica
definitiva y universal de Dios en Jesús.
El Evangelio de Juan de este domingo
(12, 20-33) ubica su narración en la celebración de la Fiesta de Pascua. La
Pascua de los judíos, claro. Celebración que actualizaba la acción salvadora de
Dios a favor de Israel. Se nos informa que mucha gente acude a participar en
ella. Lo más interesante de esta información es que no sólo se hacen presentes
judíos, también van a la misma “algunos gentiles” (o, quizás, “temerosos de
Dios”). Este detalle es altamente significativo. Por tanto, la Pascua, la
fiesta por excelencia del Pueblo de Israel, posee un valor desbordante. Se
trata de una celebración trascendente que rompe fronteras. Su valor se
universaliza. La salvación que en ella se celebra y se anuncia adquiere una
dimensión más amplia, más ancha. Con todo, para ser veraces, hemos de advertir
que, en el texto, esta perspectiva universal, en verdad, guarda relación
directa con Jesús. Son los gentiles quienes, en el contexto pascual, quieren
ver al hijo de María. La presencia de éstos en la pascua parece decantarse por
el Maestro de Nazaret. La fiesta pascual, así, conduce hacia él de modo
natural. De este modo, desde un contexto Pascual amplio se dibuja otro de mayor
tamaño. Jesús es quien explica este fenómeno. Él es la nueva Pascua. Nuestro
texto lo anuncia de forma velada hacia el final: “y cuando yo sea elevado
atraeré a todos hacia mí”. Esta universalidad de la Pascua cristiana, no lo
olvidemos, se emparenta con su sentido salvífico o soteriológico. Si la Pascua
judía era ya expresión del amor de Dios que salva, la Pascua de Jesús es su
expresión máxima.
El secreto del camino que conduce a la
vida: la entrega, la donación de uno mismo.
Jesús es la nueva Pascua. Él aporta a la
misma un valor salvífico universal. Con todo, las lecturas de este domingo,
además, detallan con cierto detenimiento la manera, el modo, el camino por el
que la Pascua de Jesús ofrece tal perspectiva. Lo hallamos, por ejemplo, cuando
el evangelio nos habla de la “hora” de la glorificación de Jesús. Esta hora
glorificadora se identifica con la pasión muerte y resurrección de Jesús (su
singular Pascua). Pero en las lecturas de este domingo tiene unos matices muy
concretos. La comparación con el grano de trigo es muy ilustrativa. Para dar
vida, para que la vida sea verdaderamente fecunda, se ha de morir; hay que
darlo todo por amor. Por eso, “el que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se
aborrece a sí mismo en este mundo se guarda para la vida eterna”. Todo encaja
desde esta óptica. No extrañe que Juan refiera en este momento la oración de Jesús
en Getsemaní (“Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para
esta hora”) con respuesta del Padre incluida. La segunda lectura, de la carta a
los Hebreos, insiste en este momento clave (5, 7-9). No se ha de olvidar que,
desde el bautismo de Jesús, tal y como las tentaciones del Primer Domingo de
Cuaresma recuerdan, el Hijo de Dios y el Mesías va a vivir su identidad, lo que
es, ajustándose a la senda del Siervo de Yahveh. ¿Es posible hallar a Dios y su
salvación en el camino del servicio, del desprendimiento más radical? En este
domingo, una vez más, la cuaresma nos recuerda que el secreto del itinerario
que conduce a la vida es la entrega, la donación generosa de uno mismo. Jesús
así lo ha vivido y enseñado.
Dios siempre cumple lo que promete.
La última de las pautas que ofrecemos
coincide con un esquema que recorre la historia de la salvación: Dios cumple lo
que promete. Es una clave neurálgica de la comprensión de Dios. En nuestro V
Domingo la encontramos en la relación que la liturgia de la Palabra establece
entre la primera lectura y el texto evangélico. Jeremías (31, 31-34) anuncia
para el porvenir el establecimiento de una nueva y definitiva. Sus
características son: Dios mismo la escribirá en los corazones y la meterá en el
pecho del pueblo, y será tan evidente que todos (la pauta de la universalidad
de la Pascua y de la salvación) conocerán a Dios. El evangelio de Juan muestra
el lado del cumplimiento de lo prometido. Jesús, en su persona, es la nueva y
definitiva alianza. Y es verdad que, en él, la nueva ley está escrita en su
corazón y en el desarrollo de su existencia gracias al Espíritu que lo unge y
conduce. Y a través de Jesús, el Hijo de Dios encarnado, y por el Espíritu,
esta nueva alianza nueva preside la vida de la Iglesia, de los discípulos.
¡Dios cumple siempre lo que promete!
ESTUDIO
BÍBLICO.
Iª Lectura: Jeremías (31,31-34): Dios
nos renueva
I.1. El texto de Jeremías está inserto
en un bloque literario y teológico que se ha llamado el «libro de la
consolación» (Jr 30-33); y concretamente el de nuestra lectura litúrgica es una
de las afirmaciones más rotundas del AT sobre la necesidad de una alianza
nueva. Jeremías fue un profeta que le tocó vivir la situación más dramática de
su pueblo (los babilonios estaban a las puertas de Jerusalén para destruirla) y
al que la vocación de ser profeta no le vino precisamente como anillo al dedo,
sino que fue lo más contrario a su alma («no quería arrancar para plantar»). La
lectura del profeta Jeremías, en estos términos, se muestra como si solamente
se hubiera empeñado en «arrancar», pero no en «plantar». No obstante, este
libro de la consolación es una llamada a la esperanza y nuestro texto el cenit
teológico de esa esperanza contra toda esperanza. El texto de hoy viene a
continuación de una llamada a la responsabilidad personal (Jr 31,29-30) para
poner de manifiesto que aunque cambien las cosas Dios mantendrá su promesa de
salvación.
I.2. Por tanto, Dios, a pesar de todo,
no se echa atrás, sino que está dispuesto a poner la Alianza en el corazón de
cada uno de nosotros; es una forma de comprometerse más profundamente en su
proyecto de salvación. Es una llamada a la responsabilidad más personal, pero
sin descartar el sentido comunitario de todo ello, porque todos los que sientan
esa Alianza en su corazón, se sentirán del pueblo, de la comunidad del Dios
vivo y verdadero. El problema de una alianza nueva podría parecer un atentado
al “dogma” de la Alianza del Sinaí, donde Israel encontró su identidad. Pero ya
se sabe que los dogmas los usan los poderosos para ocupar el lugar de Dios y
para cosas peores. Al pueblo sencillo lo pueden engañar, pero a un profeta no,
porque siempre está alerta a la voz de Dios. Por eso el profeta, con este
mensaje, no solamente le concede a Dios toda su autonomía y libertad, sino que
con ello defiende al pueblo para que también se sienta libre. La ley del
corazón quiere decir que es una “ley humana” lo que Dios pide, humana y a la
par con nuestras debilidades.
I.3. El profeta describe esta nueva
situación como algo que antes ha echado muy en falta, un nuevo “conocimiento de
Dios” (cf Jr 2,8; 4,22; 9,2), por tanto la nueva Alianza no estará en ritos y
ceremonias o sacrificios nuevos, sino en una “experiencia” nueva de Dios: más
humana, más entrañable y misericordiosa que se sienta en el corazón y que se
exprese en la praxis de la justicia y la fraternidad con los que han sido
ignorados. Poner en el corazón “leb” (en hebreo), tiene mucha entraña y
radicalidad en los profetas; es lo que el cerebro para la antropología actual,
porque todo se mueve desde ahí. Pero es más que el cerebro: tener corazón o no
tenerlo, todos sabemos lo que significa al nivel más popular; a nivel bíblico
es como tener espíritu, alma o no tenerla. La ley, sin alma, esclaviza; con
alma libera. El profeta está hablando, pues, de una Alianza que estará plasmada
en la experiencia más profunda y humana de Dios en cada uno de los suyos.
IIª Lectura: Hebreos (5,7-9): Cristo,
sacerdote solidario de la humanidad
II.1. Nuestra lectura forma parte de una
sección que, comenzando en Heb 4,15, nos muestra a Jesucristo como Sumo
Sacerdote. Esta carta tan peculiar del Nuevo Testamento, que no es de San
Pablo, aunque durante mucho tiempo se la atribuyó la tradición, nos ofrece en
este caso una teología del papel de Jesucristo. El sacerdocio de Jesús, no
obstante, tiene la innovación de no heredarse (como el de Melquisedec), sino
que es nuevo, recién estrenado, capaz de conseguir gracia y salvación, para lo
que el sacerdocio hereditario y ritual no era válido. Es el sacerdocio del Hijo
de Dios, pero que habiéndose hecho uno de nosotros, padeciendo, llorando,
comprendiendo nuestras miserias, siendo absoluta y radicalmente humano, en
contacto con nuestra debilidad, nos introduce en el misterio misericordioso y
amoroso de Dios.
II.2. La figura del Melquisedec, pues,
escogida como modelo para el sacerdocio de Cristo sirve para poner de
manifiesto que Cristo es un sacerdote original: no se hereda, no se aprende el
oficio y no se cansa de atender a los que lo necesitan. El autor construye una
cristología del sacerdocio de Cristo con citas de los Salmos 2,7 y 110,4. No es
alguien que busque lo propio, que se glorifique personalmente: está para los
demás. Y lo más humano de todo: aprender a sufrir, como sufren los hombres. Es
esto lo que lo hace digno de fe. La Pasión, de la cual está hablando, se
entiende como una prueba de solidaridad con la humanidad. Así, pues, nuestro
autor evoca la existencia humana de Jesús y nos da a comprender que esa
existencia la pone al mismo nivel que los demás hombres, frágiles y abocados a
la muerte. De ahí que se diga que aprendió a “obedecer” o la “obediencia”. Yo
creo que quiere decir que aceptó, siendo perfecto moralmente, que debía ser
sufriente, porque todos los hombres lo somos.
III.ª Evangelio (Juan 12,20-33): La hora
de la verdad es la hora de la muerte y ésta, de la gloria
III.1. El texto de Juan nos ofrece hoy
una escena muy significativa que debemos entender en el contexto de toda la
«teología de la hora» de este evangelista. La suerte de Jesús está echada, en
cuanto los judíos, sus dirigentes, ya han decidido que debe morir. La
resurrección de Lázaro (Jn 11), con lo que ello significa de dar vida, ha sido
determinante al respecto. Los judíos, para Juan, dan muerte. Pero el Jesús del
evangelio de Juan no se deja dar muerte de cualquier manera; no le roban la
vida, sino que la quiere entregar El con todas sus consecuencias. Por ello se
nos habla de que habían subido a la fiesta de Pascua unos griegos, es decir,
unos paganos simpatizantes del judaísmo, “temerosos de Dios”, como se les
llamaba, que han oído hablar de Jesús y quieren conocerle, como le comunican a
Felipe y a Andrés. Es entonces cuando Jesús, el Jesús de san Juan, se decide
definitivamente a llegar hasta las últimas consecuencias de su compromiso. El
judaísmo, su mundo, su religión, su cerrazón a abrirse a una nueva Alianza
había agotado toda posibilidad. Una serie de “dichos”: sobre el grano de trigo
que muere y da fruto (v.24); sobre el amar y perder la vida (v. 25) (como en Mc
8,35; Mt 10,39; 16,25; Lc 9,24; 17,33) y sobre destino de los servidores junto
con el del Maestro, abren el camino de una “revelación” sobre el momento y la
hora de Jesús.
III.2. Efectivamente las palabras que
podemos leer sobre una experiencia extraordinaria de Jesús, una experiencia
dialéctica, como en la Transfiguración y, en cierta manera, como la experiencia
de Getsemaní (Mc 14,32-42; Mt 26,36-46; Lc 22,39-46) son el centro de este
texto joánico, que tiene como testigos no solamente a los discípulos que eran
judíos, sino a esos griegos que llegaron a la fiesta e incluso la multitud que
escuchó algo extraordinario. Muchos comentaristas han visto aquí, adelantado,
el Getsemaní de Juan que no está narrado en el momento de la Pasión. En eso caso
puede ser considerado como la preparación para la “hora” que en Juan es la hora
de la muerte y esta, a su vez, la hora de la gloria. El evangelista, después de
la opinión de Caifás tras la resurrección de Lázaro de que uno debía morir por
el pueblo (Jn 11,50s), está preparando todo para este momento que se acerca. Ya
está decidida la muerte, pero esa muerte no llega como ellos creen que debe
llegar, sino con la libertad soberana que Jesús quiere asumir en ese momento.
III.3. Por tanto, era como si se Él
esperara un momento como este para ir a la muerte: ha llegado la hora que se ha
venido preparando desde el comienzo del evangelio, es la hora de la verdad, de
la pasión-glorificación. Y Jesús, con una conciencia absoluta de su misión, nos
habla del grano de trigo, que si no cae en tierra y muere, no puede dar fruto.
La vida verdadera solamente se consigue muriendo, dándola a los demás. Es
verdad que esta decisión, hablando desde la psicología de Jesús, no se toma
olímpicamente o con desprecio; le cuesta entregarse a la muerte en aquellas
condiciones. Por eso recibe el consuelo de lo alto para ir hasta el final, y
antes de que le secuestren su vida, la entrega como el grano de trigo. El ama
su vida entregándola a los demás, poniéndola en las manos de Dios y de los
hombres. Todo parece demasiado extraordinario; en Juan no puede ser de otra
manera, pero también es muy humano. Jesús no tiene miedo a la hora de la
verdad, porque confía plenamente en el Padre, y advierte que los suyos tenga
también esta misma disposición.
III.4. Los vv. 31-33 nos describen, con
un lenguaje apocalíptico, la victoria sobre la muerte en la cruz. Esta es una
teología muy propia de Juan que no ha visto en la cruz fracaso alguno de Jesús;
al contrario, es desde la cruz desde donde “atraerá” al mundo entero (cf Jn
3,14-15; 8,28). Y ello no porque Juan pensara que Jesús resucitaba en la cruz,
en el mismo momento de la muerte, como actualmente se está defendiendo,
razonablemente, en muchos escritos teológicos. Sino porque la muerte de Jesús
le confiere un poderío inconmensurable. La muerte no se la imponen, no es la
consecuencia de un juicio injusto o inhumano, sino porque es el mismo Jesús
quien la “busca” como el grano de trigo que necesita morir para “tener vida” y
porque provoca el juicio sobre el mundo, sobre la falsedad del poder y la
mentira del mundo. La hora de Jesús es la hora de la cruz, porque es la hora de
la verdad de Dios. Y entonces, la mentira del mundo quedará al descubierto.
Pero Jesús “atraerá” a todos los hombres hacia El, hacía su hora, hacia su
verdad, hacia su vida nueva. (Fr. Miguel de Burgos Núñez O. P.).
domingo, 15 de marzo de 2015
DOMINGO 4° DE CUARESMA
Cuaresma es el “tiempo de la
misericordia”. Unas semanas para caer en la cuenta de la realidad que
continuamente origina y da sentido a nuestra existencia humana: el amor de Dios
revelado en Jesucristo. No es una divinidad alejada o apática, inventada por
nuestros miedos sino Dios con nosotros y falsas apoyaturas sino Dios-con
nosotros- que nos ama incondicionalmente hasta la muerte de cruz y hasta vencer
a la muerte en con nuestra humanidad.
En el primer domingo de cuaresma la
liturgia celebró a Jesucristo como nuevo Adán, humanidad realizada en el
paraíso: en convivencia pacífica con los demás vivientes, pero “servido por
ángeles”, es decir en intimidad con el Creador que es “Abba”, ternura infinita.
En el segundo domingo la liturgia
proclamó la fe de la comunidad cristiana que aún debe soportar los conflictos y
crisis de la vida: Jesús tiene que enfrentarse con el sufrimiento y la muerte,
los discípulos no lo entienden, “están dormidos”, pero en la transfiguración es
confesado como el Hijo amado, con el vestido resplandeciente del Resucitado.
En el tercer domingo el gesto profético
de Jesús echando fuera del templo a los vendedores del templo que, con su
lógica mercantilista, prostituían el lugar de oración o atrio de los gentiles,
sugirió que la liturgia cristiana no se reduce a prácticas religiosas sino que
implica una conducta existencial para construir la fraternidad o reinado de
Dios; un culto en espíritu y en verdad.
Y en esa misma línea la Palabra en este
domingo 4º de cuaresma da un paso más: hacer la verdad de Dios y la verdad del
ser humano en la verdad del mundo.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA
I LECTURA
El
texto resume en pocas líneas lo que fue la caída y restauración de Jerusalén y
del Templo. Después de la destrucción de la ciudad, la población fue deportada,
hasta que Ciro autorizó el regreso y la reconstrucción. En todos esos
acontecimientos, los dolorosos y los alegres, el pueblo debe encontrar la
voluntad de Dios para cada momento.
Lectura
del segundo libro de las Crónicas 36, 14-16. 19-23
Todos los
jefes de Judá, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades,
imitando todas las abominaciones de los paganos, y contaminaron el Templo que
el Señor se había consagrado en Jerusalén. El Señor, el Dios de sus padres, les
llamó la atención constantemente por medio de sus mensajeros, porque tenía
compasión de su pueblo y de su Morada. Pero ellos escarnecían a los mensajeros
de Dios, despreciaban sus palabras y ponían en ridículo a sus profetas, hasta
que la ira del Señor contra su pueblo subió a tal punto, que ya no hubo más
remedio. Los caldeos quemaron la Casa de Dios, demolieron las murallas de
Jerusalén, prendieron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus
objetos preciosos. Nabucodonosor deportó a Babilonia a los que habían escapado
de la espada, y estos se convirtieron en esclavos del rey y de sus hijos hasta
el advenimiento del reino persa. Así se cumplió la palabra del Señor,
pronunciada por Jeremías: “La tierra descansó durante todo el tiempo de la
desolación, hasta pagar la deuda de todos sus sábados, hasta que se cumplieron
setenta años”. En el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, para que se
cumpliera la palabra del Señor pronunciada por Jeremías, el Señor despertó el
espíritu de Ciro, el rey de Persia, y este mandó proclamar de viva voz y por
escrito en todo su reino: “Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios del
cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y él me ha encargado que le
edifique una Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes pertenece a ese
pueblo, ¡que el Señor, su Dios, lo acompañe y que suba!”.
Palabra de Dios.
SALMO 136, 1-6
R. ¡Que
no me olvide de ti, ciudad de Dios!
Junto a los
ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sión. En los sauces
de las orillas teníamos colgadas nuestras cítaras. R.
Allí nuestros
carceleros nos pedían cantos, y nuestros opresores, alegría: “¡Canten para
nosotros un canto de Sión!”.R.
¿Cómo
podríamos cantar un canto del Señor en tierra extranjera? Si me olvidara de ti,
Jerusalén, que se paralice mi mano derecha. R.
Que la lengua
se me pegue al paladar si no me acordara de ti, si no pusiera a Jerusalén por
encima de todas mis alegrías. R.
II LECTURA
Dios
“nos primereó”, como le gusta decir al papa Francisco. No esperó a que nosotros
fuéramos santos para luego amarnos. “Cuando estábamos muertos a causa de
nuestros pecados”, él se nos adelantó y nos amó primero. Así de importantes
somos para él.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso
2, 4-10
Hermanos:
Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó,
precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo
revivir con Cristo –¡ustedes han sido salvados gratuitamente!– y con Cristo
Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con él en el cielo. Así, Dios ha querido
demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que
nos tiene en Cristo Jesús. Porque ustedes han sido salvados por su gracia,
mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que es un don de Dios; y no
es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe. Nosotros somos creación
suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras,
que Dios preparó de antemano para que las practicáramos.
Palabra de Dios.
Aclamación Jn 3, 16
Dios amó
tanto al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él
tenga Vida eterna.
EVANGELIO
“Hemos creído en el amor de Dios: así puede
expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser
cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un
acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con
ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este
acontecimiento con las siguientes palabras: ‘Tanto amó Dios al mundo, que
entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida
eterna’” (Benedicto XVI, Encíclica Dios es amor).
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan
3, 14-21
Dijo Jesús:
"De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el
desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al
mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera,
sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al
mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es
condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el Nombre
del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: La luz vino al mundo, y los
hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo
el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras
sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la
luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en
Dios".
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS
La
verdad de Dios: Primera lectura (segundo libro de las Crónicas 36. 14-16:
19-23)
Según la historia bíblica, los antiguos
esclavos en Egipto entraron en la región de Canaán con la experiencia de Dios
que, “movido a compasión”, intervino para liberarlos. Esa memoria les impulsó a
combatir la idolatría o falsos dioses que amparaban y encubrían la codicia de
los poderosos generando en aquellos pueblos cananeos la injusticia y
explotación de los pobres. El monoteísmo surgió no como fruto de un discurso
metafísico sino desde la experiencia en un Dios ético. Ello explica que, a la
hora de organizarse dentro de la región, se repartirá la tierra según el número
de miembros en cada tribu y no hubiera jefes ni reyes; la primera legislación
de aquel pueblo buscaba una sociedad justa donde todos gozaran de los mismos
derechos, y los pobres no quedasen abandonados. A pesar de los saludables
avisos del profeta Samuel sobre los males acarreados por la monarquía, el
pueblo hebreo influenciado por los otros pueblos quiso tener sus reyes. En
efecto, con la monarquía vino la corrupción del poder, la invasión de de los
caldeos, la destrucción del templo de Jerusalén la deportación de sus líderes
al destierro. Pero llegó el imperio persa y su rey Ciro a quien “el Señor, rey
de los cielos”, encarga edificar el templo de Jerusalén.
¿Cuál la lectura teológica de estos
acontecimientos? Lo peculiar de la historia bíblica es la revelación de Dios,
misterio inefable siempre mayor, es que acompaña siempre a los seres humanos y
a la creación entera en su andadura por el tiempo. La verdad Dios en la Biblia
es el amor fiel y estable, la compasión. Es alguien que no se impone nunca por
la fuerza; que acompaña siempre con entrañas de misericordia; que no es
hipócrita, que se mantiene fiel en el amor, que es digno de confianza. Dios
expresa su verdad en acontecimientos y palabras. Su manifestación última en la historia
es Jesucristo a quienes sus mismos adversarios reconocen: “Maestro, sabemos que
eres veraz, que no temes a nadie, que no te fijas en el rango social y
apariencia de las personas, sino que enseñas el camino de Dios en verdad” (Mc
12,14). En la convicción firme de que Dios es compasivo y protector de su
pueblo, símbolo de toda la humanidad, está presente y activo en todos los
momentos y en todas las situaciones de la vida humana, se comprende la
interpretación teologal incluso de un mal como fue el destierro para que
despertara el pueblo a su vocación original. La verdad de Dios se manifiesta no
sólo en sus enviados o portavoces como son los jueces y profetas del pueblo
hebreo. También, como es el caso de Ciro el emperador persa, en todos los seres
humanos que se abren a esa presencia misericordiosa de Dios y son portadores de
liberación para los otros.
José Saramago, premio nobel en
literatura, escribió una breve novela “Ensayo sobre la Ceguera”, destacando que
la cultura actual, va creando un modelo de persona, productora, consumidora y
depredadora que se instala en la superficialidad. No tiene lesión fisiológica
en los ojos, pero su mirada se pierde como en un mar de leche y está sufriendo
“•una ceguera blanca” que le impide ver la realidad tal cual es. Pues bien, lo
más real de la real de la realidad es la presencia de Dios, tantas veces
ignorada. Una presencia de misericordia que a todo da vida y aliento. Y esa
verdad de Dios está presente incluso en nuestros males y en los lados oscuros
de nuestra existencia. Siempre como “Abba”, poder invencible que se manifiesta
como misericordia. Es decisiva esta fe o experiencia, que Jesús de Nazaret
plasmó de modo único en su conducta, y así es Primogénito de los creyentes.
Escuchando lo que nos dice el papa Francisco en la exhortación “El gozo del
Evangelio”, en este tiempo de Cuaresma vivamos el gozo de que la verdad de Dios
“su ternura no se ha agotado, se renueva cada día”
La
verdad del ser humano (Segunda lectura: de la Carta de la Carta a los Efesios,
2,4¬-10)
Por cultura entendemos un modo de
interpretar y organizar la vida. En cada cultura hay unas creencias y unos
criterios valorativos de las personas. En los inicios de la cultura moderna, la
persona fue valorada por su mayoría de edad a la hora de tener juicios propios
sin bajar la cabeza sin más ante lo que otros dicen. Ya es conocido el lema del
pensador Descartes en el s. XVII: “pienso, luego existo”. Después, sobre todo
en esa etapa de la modernidad incapaz de darse nombre y por llamada
“postmodernidad”, se destaca más bien la dimensión afectiva: “amo, tengo
fuertes sensaciones gratificantes, luego existo”. En una sociedad adiestrada
para el consumo desenfrenado, el eslogan más o menos consciente sería “compro y
gasto, luego existo”.
Según lo que dice esta segunda lectura
de la misa, las personas valen y tienen una dignidad inviolable “por el gran
amor con que Dios nos ama”, “por su bondad para nosotros en Cristo Jesús”. Bien
podemos decir: “soy amado, luego existo; “el profundo estupor ante la dignidad del
ser humano se llama evangelio”. No es sólo que seamos perdonados. Lo radical y
primero en los seres humanos es el amor, el ser llamados y amados
gratuitamente. Fue la experiencia que, siguiendo a Jesucristo, tan intensamente
vivió Pablo de Tarso. Todos son gratuitamente llamados pues la voz de Dios que
habla en el sagrario de su conciencia. Los cristianos hemos percibido esa voz
en la conducta histórica de Jesús, y nuestra experiencia más original es que
somos amados incondicionalmente, incluso cuando somos pecadores. Como dice el
papa Francisco, aún en los momentos más oscuros y difíciles permanece “al menos
como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente
amados más allá de todo”.
Todos necesitamos ser amados y
reconocidos. Cuando nadie nos ama, nuestra vida pierde sentido, y cuando ni
siquiera nos amamos a nosotros mismos, parece que la vida hay no merece la
pena. Hoy tenemos la facilidad de amontonar placeres de todo tipo, pero en
medio de tantas oportunidades, la falta de sentido que de algún modo anime
todos nuestros pasos, incluidos los duros trances de sufrimiento y de muerte,
es el cáncer que nos está matando. Vivimos en una cultura des-animada.
Cuaresma es tiempo de conversión. Pero
conversión ¿a quién o a qué? Jesús de Nazaret inicia su misión profética
invitando: “convertíos porque ya está irrumpiendo el reino de Dios” (Mc
1,14-15). No es conversión a una divinidad ofendida por nuestros pecados, a fin
de aplacar su ira para evitar el castigo que merecemos. Eso no es tan buena
noticia. La predicación del Bautista era muy amenazante, y más aún la de
algunos predicadores cuaresmeros que te metían el miedo en el cuerpo y
enseguida ibas a confesar para evitar posibles represalias. Jesús más bien
presenta la buena noticia: Dios está interviniendo ya como amor construyendo
con y desde dentro de la humanidad esa sociedad fraterna, simbolizada en un
banquete de bodas al que todos somos invitados para sentarnos a la mesa común
de la creación como personas libres, y participar como hermanos y amigos en la
alegría de la fiesta. La conversión cuaresmal no es por miedo al castigo. Es
por haber descubierto un tesoro escondido, algo que nos hace felices, y para
conseguirlo, “con alegría” empeñamos todos nuestros recursos para encontrar ese
tesoro que nos hace felices.
El papa Francisco hace una sugerente
observación: “Hay cristianos cuya opción parece la de una Cuaresma sin Pascua”.
Ya filósofos del s. XIX se declararon ateos en buena parte porque los
cristianos que creían en Dios, andaban por el mundo con la cara de poco
redimidos. Si de verdad creemos que el amor incondicional de Dios en favor de
la humanidad ha llegado hasta soportan la cruz donde ha vencido a la muerte ¿no
deberemos vivir con profundo gozo nuestra conversión cuaresmal? Según el ritual
antiguo en la imposición de la ceniza se decía: “recuerda que eres polvo y al
polvo volverás”. La fórmula está bien y es interpelante para denunciar nuestras
muchas vanidades, pero más que buena noticia, es constatación de las
limitaciones que todos experimentamos. Según el ritual renovado, ahora se dice:
“convertíos y creed en el evangelio”. La verdadera conversión o fe cristiana es
abrirse con amor a la buena noticia de Jesucristo: Dios nos ama gratuitamente a
todos sin discriminaciones. Cuando nos hacemos permeables a ese amor de Dios
encarnado en la conducta histórica de Jesús, estamos en camino de la verdadera
conversión cristiana.
En este tiempo de cuaresma somos
invitados a vivir la verdad del ser humano y nuestra propia verdad con “la certeza
personal” de que todas las personas, incluidos nosotros mismos, estamos
sostenidos y afirmados “por una amor más allá de todo”. En consecuencia, no
sólo somos amados y llamados cada uno en particular. Jesús llamó “a los que
quiso para que estuvieran con él y pare enviarles a evangelizar” (Mc 3,14).
Luego los cristianos somos llamados y convocados. No hay vocación cristiana sin
convocación. Y si realmente creemos que Jesucristo es Palabra que ilumina a
todas las personas, el bautizado tiene una vocación católica. Se siente
convocado con todos los hombres y mujeres de buena voluntad y sincero corazón.
No hay nada más opuesto a la vocación cristiana que el espíritu sectario.
Cuaresma es el tiempo de la
misericordia. Para celebrar y dejarnos transformar por la misericordia de Dios,
siendo compasivos y misericordiosos con todos los seres humanos y con toda la
creación que continuamente brotan y se mantienen por esa misericordia. Como
dice la segunda lectura de hoy “todos somos obra suya”. En una sociedad cada
vez más agresiva y en una economía individualista deformada por la fiebre
posesiva en todos los ámbitos se ha puesto la lógica de la comercialización, la
comunidad cristiana debe actuar con entrañas de misericordia escuchando,
dejándose convertir, por la invitación de Jesucristo: “dadles vosotros de
comer”. Ofreced de modo creíble una conducta de la misericordia que se hace
compasión eficaz ante las víctimas y compromiso con la justicia en situaciones
de injusticia. En cuaresma tenemos la oportunidad de convertirnos. De
interpretar y organizar nuestra existencia como servicio a la verdad o dignidad
del ser humano, y de así vivir nuestra propia verdad. De tener como criterios:
compartir en vez de acaparar, valorar a las personas polo lo que son y no por lo
que aparentan o económicamente aportan; de ejercer el poder momo servicio a los
demás y no como medio para asegurarnos sólo nosotros y nuestro gripo; para ser
solidarios y no individualistas en la organización social. Por ahí tiene que ir
la conversión en cuaresma.
En
la verdad del mundo (Evangelio 3,14-21: encuentro de Jesús con Nicodemo)
El encuentro de Jesús con Nicodemo, es
la confrontación de la verdad de Dios y la verdad del ser humano, con la verdad
o realidad del mundo aquí representada por el rabinismo infectado de
hipocresías o apariencias.
En sus escritos el cuarto evangelista
presenta dos dimensiones reales en la verdad del mundo. Por una parte una
dimensión positiva: “tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Unigénito”
(Jn 3,16). Es decir, tanto ama Dios a este mundo que continua y gratuitamente
se está autocomunicando “como amigo” (Vaticano II). Por tanto cabe una mirada
de simpatía y de amor al mundo. Pero también destaca otra dimensión negativa:
“no améis al mundo ni lo que hay en el mundo- la concupiscencia de la carne, la
concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas-no viene de Dios sino
del mundo” (1 Jn , 2,15-16). Esta es la verdad o realidad del mundo.
Nicodemo está viviendo esta verdad del
mundo. Por una parte vive de miedos al qué dirán, de apariencias. Por eso se
acerca a Jesús “de noche”, para que no le vean. Por otra parte siente atracción
por el evangelio de Jesús en quien vislumbraba la presencia de Dios ¿Cómo hacer
la verdad de Dios misericordia entrañable y la verdad del ser humano
inseparable de Dios, en la verdad o ambigüedad de este mundo?
Jesús habla de un nuevo nacimiento en el
Espíritu. El verbo griego empleado significa “nace de nuevo” y “nacer de
arriba”. Un nuevo nacimiento para entrar “en el reino de los cielos”. La
expresión es de los evangelios sinópticos y concretamente del evangelista
Mateo. Nicodemo representa al rabinismo cerrado en sí mismo, integrado por
ciegos que aparentar ser los únicos que ven. Lo explicita bien el relato sobre
la curación del ciego de nacimiento (Jn c.9). Esos rabinos –cuando Juan escribe
su evangelio son los fariseos- se creen dueños de la verdad e impiden que el
ciego vea, es decir que sea él mismo. En ese mundo de la hipocresía y del
poderío, Jesús curando al ciego de nacimiento, defiende la verdad del ser
humano, su vocación creacional; es significativo el gesto de amasar un poco de
barro con saliva para curar al ciego evocando lo que cuenta el relato bíblico
sobre la creación del ser humano: “he venido a este mundo para que los que no
ven vean” (Jn 9,39).
Y Jesús acentúa la dimensión positiva
del mundo: “Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que no
perezca ninguno de los que creen en él sino que tenga vida eterna”. Según esta
revelación debe cambiar nuestra forma de mirar al mundo. Está sostenido y
arropado por el amor de Dios ¿por qué vamos a condenarlo sin más? El Vaticano
II ratificó la alianza y la solidaridad de la Iglesia con el mundo. Y en la
clausura del concilio habló de la actitud samaritana de la respecto al mundo
contemporáneo.
Pero la Palabra que es luz y a todos los
seres humano ilumina, no es recibida por todos los seres sino frecuentemente
rechazada. Fue la conducta de aquel rabinismo cerrado que rechazó la luz del
evangelio: “vino a los suyos pero los suyos no lo recibieron”. Y aquí tenemos
también la verdad del mundo, su lado sombrío, generado por la concupiscencia de
los ojos y la arrogancia del prepotente que cada uno llevamos dentro. ¿Cómo
hacer la verdad de Dios y la verdad del ser humano en esta verdad ambigua del
mundo?
“El que cree en mi no será condenado; el
que no cree ya está condenado”. La fe no es sólo admitir verdades formuladas
con autoridad por otros. Es ante todo y sobre todo apertura incondicional de la
persona a esa presencia del “Abba” revelado en Jesucristo. Un acto complejo que
implica sintonía espiritual profunda, confianza gozosa y sumisión. Sobre todo
en el cuarto evangelio, creer es consentir con todo lo somos hacemos a
Jesucristo, en quien la humanidad se ha hecho totalmente permeable a la
presencia de Dios que es amor y no sabe más que amar.
“El que hace la verdad llega a la luz”.
No se trata de ortodoxias: formular y aceptar verdades formuladas. Se trata de
hacer la verdad de Dios y la verdad del ser humano en la verdad del mundo. El
cristianismo es una práctica, un estilo nuevo de vivir, re-crear y actualizar
en nuestra propia historia la conducta histórica de Jesús, “el que hace la
verdad”. Es decir el que cada día se empeña en escuchar y poner en práctica lo
que el Espíritu le sugiere en su conciencia mirando a la conducta de Jesús.
El evangelio de San Juan relatando el
encuentro de Nicodemo con Jesús habla del nacimiento “del agua y del Espíritu”
aludiendo al sacramento del bautismo. Se trata de un punto de partida pues toda
la vida cristiana es bautismal. Necesitamos renovar cada día nuestro bautismo,
nacimiento del Espíritu, memoria de Jesús que pasó por el mundo haciendo el
bien y curando a los oprimidos por las fuerzas malignas. La fe cristiana no
existe en abstracto sino en los creyentes que caminamos en el tiempo y cada día
tenemos que renovar nuestra vocación bautismal. Pero el Espíritu actúa también
en todas las personas que se dejan alcanzar por su luz, muchos que no son
cristianos, tienen otras creencias religiosas, o no tienen ninguna religión. En
el sagrario de su conciencia, trabajada por el Espíritu, son invitados a este
nuevo nacimiento.
Cuando los cristianos con todas las
personas de buena voluntad que actúan según su recta conciencia, tratamos de
hacer la verdad, se está fraguando ya en nuestro mundo “la vida eterna”. No es
sólo para después de la muerte. La vida que nace del Espíritu es una nueva
forma de vivir que significa intimidad con Dios, apasionamiento por la
fraternidad, compasión eficaz ante las víctimas. Una vida inspirada y tejida en
el amor que es más fuerte que la muerte: “Yo soy la resurrección; el que cree
en mí aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás”
(Jn 11,26).
ESTUDIO
BÍBLICO
Primera lectura: Segundo libro de las
Crónicas 36,14 16.
Marco: Situación de Israel (Judá) al
final de la monarquía. Se trata de un conjunto que es descrito más
detalladamente en 2Re 23,31 25,30. El historiador Cronista pasa así rápidamente
sobre el período sombrío que corre entre la reforma religiosa de Josías (muerto
el 609 a.C.) y la restauración nacional y religiosa de la vuelta del exilio de
Babilonia.
Reflexiones:
1ª) ¡Multiplicaron sus infidelidades!
En aquellos días, todos los jefes de los
sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres
abominables de los gentiles. La historia
de la salvación se podría definir como el encuentro de un pueblo que no
acertaba a ser fiel y un Dios que no dejaba de serlo nunca. Es la
característica fundamental de la religión revelada: que es histórica, real y
crudamente humana. La grandeza de Dios en su pedagogía fue el intento repetido
y mantenido por llevar a su pueblo a la salvación; a la experiencia de su amor
generoso; a su designio de devolverle su dignidad de hombre. Este fragmento del
Libro de las Crónicas no puede ser más escueto y revelador de la situación a
que llegó Israel seis siglos después de la liberación de Egipto, tejidos por las
dificultades de un pueblo para entender a su Dios y Soberano que se comprometió
con él en un solemne pacto de superior a inferior (que eso fue la alianza del
Sinaí) y que no ha recibido la contrapartida de la respuesta del hombre
necesaria para que se lograse su proyecto en él. Estos textos siguen iluminando
nuestra propia historia personal y eclesial. Seguimos en camino, seguimos en el
empeño de Dios y seguimos contando con hombres envueltos en debilidades.
2ª) ¡La fidelidad de Dios a su palabra!
El Señor, Dios de sus padres, les envió
desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión
de su pueblo y de su Morada. Pero Dios Fiel, en atención a los padres (Abraham,
Isaac y Jacob) sigue empeñado en su oferta. Y este proyecto de Dios se traduce
en que nunca faltaron a Israel mensajeros suyos que les recordasen las
cláusulas de la Alianza. Porque esa fue la misión principal de los profetas:
dirigirse a los hombres de su tiempo para intentar que sus vidas se adaptasen a
las exigencias de la alianza. Este era el único camino que conducía a la
salvación. Por eso los profetas representaron lo mejor de las intervenciones de
Dios. Hablaban para los hombres de su tiempo: denunciaban exhortaban,
alertaban. Eran como vigías en la noche. El futuro sólo sería posible si se
daba una mirada auténtica al pasado de los padres y del Sinaí donde se hizo
particularmente presente su Dios y Soberano. Era necesario volver a la roca de
donde habían sido tallados.
Segunda lectura: Efesios 2,4 10.
Marco: La carta a los Efesios tiene dos
partes o centros de interés más sobresalientes: el misterio de la salvación y
de la Iglesia (1 3) y una exhortación a la unidad y a una vida coherente con la
fe (4 6). El fragmento pertenece a la primera parte. Y, más en concreto, se
afirma que la salvación por Cristo es totalmente gratuita y cuyo resultado el
derribo de todas las fronteras que dividen a los judíos de los gentiles
haciendo un sólo pueblo nuevo.
Reflexiones:
1ª) ¡Amor y misericordia desbordantes de
Dios!.
Dios, rico en misericordia, por el gran
amor con que nos amó: estando nosotros muertos por el pecado, nos ha hecho
vivir con Cristo (por pura gracia estáis salvados). Sólo puede comprender a
Dios realmente el que se encuentra con su misericordia. Una misericordia que
tiene dos vertientes ya indicadas en el Antiguo Testamento. Para expresar a
Dios movido por su misericordia, el hebreo utiliza dos expresiones
complementarias: janun y rajum. Dios es misericordioso (janún) cuando se acerca
al hombre para perdonarlo, para romper la barrera que le impide acercarse a su
Padre. El Dios que perdona lo hace porque sabe de qué masa hemos sido formados.
Pero Dios es también misericordioso (rajum) cuando se acera a los hombres con
ternísimo afecto, conmovido en sus entrañas como una madre auténtica. Lo que
mejor expresa esta actitud de Dios lo encontramos en dos escenas de la
Escritura: la primera, Oseas 11: Cuando Israel era niño, yo le amé...Yo enseñé
a Efraím a caminar, tomándole por los brazos...Era para ellos como los que alzan
a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer (Os
11,1.3.4). Y la otra escena nos la narra Lucas (el hijo pródigo): Estando él
todavía lejos, le vio su padre y,conmovido, corrió, se echó a su cuello y le
besó efusivamente (Lc 15,20). ¡Dios es así! ¿Queréis reprocharle su conducta,
preguntaba Jesús a los escribas y fariseos que criticaban su comportamiento con
los pecadores? ¡Dios es lo totalmente otro, el que nos desborda, el que nos
supera, el que nos desconcierta y rompe nuestras categorías superándolas!
2ª) Compartiendo profundamente el mismo
destino.
Nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos
ha sentado en el cielo con él. Así muestra a todos los tiempos la inmensa
riqueza de su gracia. Pablo se ve obligado a inventar expresiones griegas
(verbos compuestos que no existían, vg. conresucitar y cosentarse) porque la
profunda realidad de lo que Cristo ofrece al hombre no se podía expresar de
otra manera. La realidad rompía los límites de un lenguaje correcto. Lo
acontecido en Cristo en favor de los hombres desbordaba por todas partes. Por
eso recurrió a una nueva formulación. Lo totalmente nuevo exige un lenguaje
distinto, porque en cierto modo es inefable (no fácil de decir y expresar).
Volver la mirada constantemente a la profunda novedad que es Cristo, para el
hombre concreto e histórico. Hoy como ayer es necesario ahondar en esta
realidad humanizadora del hombre en su profunda dignidad humana y en su
profunda necesidad de restaurarla y recuperarla.
3ª) ¡Nadie puede presumir ni despreciar
a su semejante!
Estáis salvados por su gracia y mediante
la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a
las obras, para que nadie pueda presumir. Ya el comportamiento histórico de
Jesús fue desconcertante. Provocó, la "comensalidad abierta", la
igualdad de todos en el reino de Dios y en la sociedad actual. Aquello provocó
el escándalo, el estupor y finalmente la persecución. Los dones de la gracia
son sustancialmente los mismos para todos. Sólo nos diferenciamos, en la
familia de Dios, por los dones carismáticos que se nos conceden para servir a
los demás. Lo que nos constituye en hijos de Dios y hermanos unos de otros son
dones comunes e iguales para todos. ¡Otra cosa sería la Iglesia, sacramento de
salvación para todo el mundo, si estas verdades básicas e irrenunciables se
hicieran realidad! ¡Cuántas diferencias creamos sin fundamento! Todos somos
iguales, porque nos ha igualado y hermanado el propio Jesús.
Tercera lectura: Jn 3,14-21.
Nota: este evangelio puede sustituirse
por el correspondiente del ciclo A: Jn 9,1-41.
Marco: Jn 9-10 constituye el quinto
episodio o escena del relato joánico, con un único tema central: Jesús es la
luz del mundo. Y como todos los episodios se construye con un signo y discursos
que desarrollan lo apuntado en el signo. El signo milagroso es la curación de
un ciego de nacimiento. El discurso se compone de una serie de pequeñas
unidades que desarrollan el tema.
Reflexiones.
1ª) ¿Por qué ha nacido ciego?
El signo milagroso es la curación de un
ciego de nacimiento. El relato, sobrio pero denso, arranca con esta pregunta
planteada por los discípulos a Jesús: "Maestro ¿quién pecó: éste o sus
padres, para que naciera ciego?" En la tradición bíblica se suponía con
toda normalidad que la enfermedad era el resultado de un pecado. Pero es un
ciego de nacimiento, de ahí la pregunta. Para nuestra sensibilidad y cultura
nos extraña la primera parte de la pregunta. Si es ciego de nacimiento, ¿pudo
tener responsabilidad personal? Sorprendentemente los rabinos enseñaban en
tiempos de Jesús que también en el seno de la madre podía pecar alguien. Aunque
incomprensible, es necesario contar con este dato para entender correctamente
la pregunta. Jesús corrige la tradición judía de enfermedad como efecto de un pecado.
Este caso es una oportunidad para manifestar las obras de Dios. Se lavó en
Siloé (que significa Enviado) y recobró la vista.
2ª) ¿Es justo y se atreve a quebrantar
el sábado?
Jesús ha realizado este milagro en día
de sábado. Surge una dura discusión y enfrentamiento entre los judíos
(fariseos) y Jesús, pero a través del ciego de nacimiento. En un estilo
hondamente dramático se plantean varios problemas: ¿cómo es posible que un
hombre de Dios quebrante el descanso sabático? En los diálogos se plantean algunos
interrogantes: ¿Es verdad que este hombre era ciego? ¿es verdad que se ha
realizado el milagro?
El ciego es acosado una y otra vez,
incluso el recurso a sus padres, para asegurarse del hecho. El ciego responde
una y otra vez que él era ciego y ahora ve. El no entiende demasiado los
sutiles planteamientos de los juristas judíos. Pero él parte de algo
irrefutable: era ciego y ahora ve.
3ª) El ciego curado es el creyente en
Jesús.
Es texto es claramente bautismal. La
fórmula "abrir los ojos" se utiliza siete veces. El autor joánico
quiere expresar que el ciego está "totalmente" curado. La séptima vez
(9,32) refleja los tres temas: ceguera, totalidad y pecado están estrechamente
unidos. En ese caso la totalidad significa lo siguiente: que el ciego recobra
la vista, que es purificado también de su pecado. Está ya presto para recibir
la iluminación de la fe en Jesús, Hijo del hombre (9,35-37). La misma
problemática era ya reconocida a propósito del relato de la curación del
enfermo en la piscina de Betzatá (Jn 5).
4ª) El camino pedagógico de la fe.
En la perspectiva de esta interpretación
bautismal, parece que el autor evoca las diferentes etapas de la fe de todo
neófito: (a) el primer título que el antiguo ciego da a su bienhechor es
puramente humano: "ése hombre llamado Jesús" (v.11). (b) El antiguo
ciego confiesa inconscientemente una total ignorancia del misterio que rodea a
aquel que llama salvándole; la reflexión suscitada por las dudas de los
fariseos (9,16) le introduce en una luz más clara y reconoce que Jesús es
"un profeta" (9,17); (c) poco más tarde se concreta más: Jesús
"viene de parte de Dios" (9,33), expresión ambigua que puede
significar o que Jesús ha sido enviado por Dios, como todo profeta, o más
profundamente que tiene origen celeste; (d) al término de su formación simbolizada
por la controversia, el neófito está preparado, en el último encuentro con
aquel que busca, reconociéndolo como "el Hijo del hombre", como Aquél
que viene del cielo (9,35; cf.3,13); (e) finalmente, se recoge la meta de su
proceso de fe: "Creo, Señor. Y le adoró". (Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
O.P.).
domingo, 8 de marzo de 2015
DOMINGO 3° DE CUARESMA
“Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré”
Entre las categorías que utiliza la
Teoría del Arte existe una de particular interés, la categoría de lo sublime.
Esta categoría trata de aprehender en un mismo término la idea de lo excelso
inexpresable y lo terrible nefando, captando la experiencia de que, en su
extremo, lo mejor y lo peor se tocan formado dos caras de una misma realidad.
Así, en lo sublime, entre la suma belleza y la suma fealdad, entre el sumo bien
y el sumo mal, no hay apenas salto.
La religión es lo sublime por
excelencia: recoge y expresa en sí lo más excelso de la experiencia del hombre
(la experiencia de lo divino); pero también puede recoger la perversión mayor
de esa experiencia, sin apenas apercibirlo.
Guiados por el evangelio de hoy, el
periodo cuaresmal puede ser un momento adecuado para hacer un discernimiento
personal y comunitario acerca de la misma religión.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I LECTURA
El
decálogo comienza afirmando quién es Dios: El que te hizo “salir de Egipto, de
un lugar de esclavitud”. Todos los mandamientos que siguen son consecuencia de
este primero. Dios nos quiere libres y felices. Las normas básicas que nos da
para lograrlo están orientadas a procurar la vida de todos los miembros de la
comunidad.
Lectura del libro del Éxodo 20, 1-17
Dios
pronunció estas palabras: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de
Egipto, de un lugar de esclavitud. No tendrás otros dioses delante de mí. No te
harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o
abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas. No te postrarás ante
ellas, ni les rendirás culto, porque yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso,
que castigo la maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta
generación, si ellos me aborrecen; y tengo misericordia a lo largo de mil
generaciones, si me aman y cumplen mis mandamientos. No pronunciarás en vano el
Nombre del Señor, tu Dios, porque él no dejará sin castigo al que lo pronuncie
en vano. Acuérdate del día sábado para santificarlo. Durante seis días
trabajarás y harás todas tus tareas; pero el séptimo es día de descanso en
honor del Señor, tu Dios. En él no harán ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni
tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni el extranjero que
reside en tus ciudades. Porque en seis días, el Señor hizo el cielo, la tierra,
el mar y todo lo que hay en ellos, pero el séptimo día descansó. Por eso el
Señor bendijo el día sábado y lo declaró santo. Honra a tu padre y a tu madre,
para que tengas una larga vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te da. No
matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio contra
tu prójimo. No codiciarás la casa de tu prójimo: No codiciarás la mujer de tu
prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni ninguna otra
cosa que le pertenezca”.
Palabra de Dios.
Salmo 18, 8-11
R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
La ley del
Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da
sabiduría al simple. R.
Los preceptos
del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son
claros, iluminan los ojos. R.
La palabra
del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad,
enteramente justos. R.
Son más
atrayentes que el oro, que el oro más fino; más dulces que la miel, más que el
jugo del panal. R.
II LECTURA
En
Cristo, Dios se ha hecho débil, terrenal, limitado. Y en esta solidaridad con
toda la pobreza humana, puso el inicio de nuestra redención. Esta es la locura
de Dios: amarnos tanto como para llegar a hacerse semejante a nosotros.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a
los cristianos de Corinto 1, 22-25
Hermanos:
Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría,
nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los
judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que
han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más
sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que
la fortaleza de los hombres.
Palabra de Dios.
Aclamación Jn 3, 16
Dios amó
tanto al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él
tenga Vida eterna.
EVANGELIO
Los
hebreos pensaban que el templo de Jerusalén era el lugar donde moraba la gloria
de Dios. Jesús trae la plenitud a este “morar de Dios” en medio de la
humanidad. Reconocer a Jesús como el enviado es descubrir en él la presencia
amorosa de Dios. No hay que buscar a Dios en lo externo. Jesús hace presente en
nuestra vida al Dios liberador que quiere morar en medio de nosotros.
Ì Evangelio de nuestro
Señor Jesucristo según san Juan 2, 13-25
Se acercaba
la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los
vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de
sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con
sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus
mesas y dijo a los vendedores de palomas: “Saquen esto de aquí y no hagan de la
casa de mi Padre una casa de comercio”. Y sus discípulos recordaron las
palabras de la Escritura: “El celo por tu Casa me consume”. Entonces los judíos
le preguntaron: “¿Qué signo nos das para obrar así?”. Jesús les respondió:
“Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”. Los judíos le
dijeron: “Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo,
¿y tú lo vas a levantar en tres días?”. Pero él se refería al templo de su
cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había
dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en
su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos,
porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie:
Él sabía lo que hay en el interior del hombre.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA
Si la Cuaresma era en su origen un
tiempo de preparación previa al bautismo de los nuevos convertidos al
cristianismo, ¿qué sentido tiene que la repitamos todos los años los que ya
hemos sido bautizados? ¿Tal vez no nos descubrimos convertidos, pues todos los
años nos repetimos la necesidad de conversión? ¿Esperamos, pues, que acontezca
algún signo especial en nuestras vidas que nos dé señales fehacientes de haber
alcanzado la conversión? ¿O tal vez, esperamos experimentar una conversión
milagrosa?
Por otro lado, se nos recuerda que la
conversión cuaresmal involucra una serie de actitudes y acciones voluntaristas
de la persona – las condensamos típicamente en oración, abstinencia, limosna-,
que parecen necesitar de una continua justificación y atribución de sentido en
la vida cristiana; de ahí, que habitualmente recurramos a argumentos de
universalidad basados en la sabiduría natural del hombre (el ayuno ha probado
ser una acción saludable para regenerar el cuerpo y liberar el espíritu, la
oración es un efectivo medio de encontrarse a uno mismo y favorecer una vida
psicológica sana, la abstinencia se actualiza a todo tipo de dependencias
viciosas – consumismo, tecnología, ….-, etc.).
Ni signos (milagros traduce la lectura litúrgica
la palabra griega semeion) ni sabiduría humana (nos responde Pablo), la
conversión cristiana no puede apoyarse ni buscarse en signos extraordinarios en
nuestra vida, ni tampoco en el voluntarismo del hombre: tanto lo uno como lo
otro se pierde en la interpretación de la ambigüedad que los caracteriza, y en
la conversión cristiana no cabe ambigüedad (“muchos creyeron al ver los signos
que realizaba, pero Jesús no se fiaba de ellos”).
El pueblo de la Alianza expresaba sin
ambages la conversión en el cumplimiento del pacto del Sinaí, objetivado en la
Ley, condesada, a su vez, en el Decálogo. ¿Es el Decálogo signo de Dios o
sabiduría humana? El Decálogo – como todo Código – es expresión de la sabiduría
humana fundada en la experiencia y deseo de la misma existencia y convivencia
entre los hombres, pero existencia y convivencia que se descubre posible sólo
fundamentada en la misma sabiduría y voluntad de Dios, que quiere que su pueblo
viva. “¿Qué signo nos das para obrar así?”, ¿qué signo nos das de que quieres
nuestra vida?; ¿qué signo nos das para que seamos tu pueblo? Y Yahvé da un
signo, el signo: “Yo te hice salir de la esclavitud”. Ese será para siempre el
signo de Dios. El signo de Dios es liberar de toda esclavitud.
Dos formas son la expresión extrema de
la esclavitud, de las que sólo Dios mismo puede liberar: la que la persona
ejerce sobre sí misma y la que se ejerce en nombre de Dios mismo. Son las
máximas expresiones porque ante ellas el hombre está ciego, es incapaz de
verlas. El evangelio de hoy nos muestra que ambas se pueden dar unidas en la
relación del hombre con Dios: el que el mismo hombre puede encadenarse a sí
mismo a través de las estructuras religiosas que ha creado para mediar su
relación con Dios. De esta forma, el signo mismo de Dios hacia el hombre – la
liberación de la esclavitud – queda pervertido, y con ello, el mismo sentido de
la religión: la relación de Dios con el hombre. El vínculo cultual – la
mediación entre Dios y el hombre– ha devenido cadena. El culto ha encadenado al
hombre en su relación con Dios, porque ha suplantado y desvirtuado la vía
experiencial de acceso del hombre a Dios (y de Dios al hombre -“sabe lo que hay
en el interior del hombre”-), sin la cual el culto carece de espíritu.
Hombre como es - al declararse a sí
mismo estructura fundamental de la mediación de Dios con los hombres - Jesús
sanea esa relación, y lo hace bajo el signo mismo de Dios: la liberación de
aquello que ha quedado encadenado. Así, al ofrecer su humanidad al sacrificio
(“Cristo crucificado”), destruye la atadura cultual liberando ambos extremos:
de un lado, al hombre; de otro lado, a Dios mismo. Al destruir la carne humana
(“este templo”) en el sacrificio cultual ha liberado el espíritu del hombre
para que pueda adorar a Dios en espíritu y verdad. Al destruir el Templo de
piedra (“la casa de mi Padre”), ha liberado el Espíritu para que pueda ser
adorado en espíritu y verdad.
Jesús ha liberado a Dios mismo para que
Dios pueda liberar al hombre; Jesús ha liberado al hombre para que el hombre
pueda salir al desierto a adorar a su Dios.
¿Buscas signos de tu conversión? Mira si
eres libre de ti mismo; mira si dejas libre a tu Dios; mira si dejas a Dios
liberarte. Para ser libres nos liberó Jesucristo; también, de la misma
religión.
ESTUDIO
BÍBLICO
La religión verdadera es dar la vida por
los otros
1ª Lectura: Éxodo (20,1-17): Dios y el
hombre se encuentran en la Alianza
I.1. La primera lectura es el famoso
Decálogo, corazón de un «código de la alianza» que ha venido a ser la expresión
más definida de la teología sacerdotal (a diferencia del Decálogo de Dt 5,6-21)
y que ha jugado un papel considerable en la evolución ética de la humanidad.
Aún expresado en forma negativa y absoluta, tiene unos objetivos bien
determinados: proteger a la comunidad, al pueblo de la Alianza, para darle una
identidad y que no vuelvan a la esclavitud. Es eso lo que le espera al pueblo
si adoran a otros dioses extraños ya que todos los imperios tenían sus dioses
protectores y los dominadores los imponían como signo de victoria.
I.2. Pero, además, es un código en diez
Palabras que expresa una relación dialogal, interpersonal. El Decálogo intenta
expresar unos derechos fundamentales, como hoy defendemos en el ámbito de la
comunidad internacional. Por ello debemos valorarlo como una propuesta, en
aquella época, que se adelanta siglos y siglos a muchas conquistas humanas de
nuestra época. Pretende que las relaciones entre Dios y el hombre, y la de los
hombres entre sí, estén dominadas por la adoración y la religión verdadera, la
justicia, en cuanto todo pecado contra el prójimo es un pecado contra Dios. Es
verdad que el decálogo es como un “escudo” que protege la santidad de Dios,
pero también la dignidad de todos los hombres, del prójimo en concreto.
I.3. Detrás de estas expresiones
formuladas en esa teología sacerdotal, debemos ver la acción del Dios salvador
que ha hecho alianza con el pueblo. Éste, por su parte, debe ser no solamente
un buen intermediario, sino un verdadero misionero de este proyecto salvador de
Dios. Se ha dicho que en el fondo de todo debemos saber ver la gratitud de
Dios. Antes, pues, de que la humanidad se haya dotado de los derechos
fundamentales, estos intentos del “decálogo” muestran el anhelo de Israel por
ser un pueblo fiel, un pueblo justo, aunque dependiente de Dios. Pero es que en
Dios está la fuente de toda la justicia y dignidad humana, según la mejor
teología bíblica.
2ª Lectura: Iª Corintios (1,22-25): Dios
habla desde la sabiduría de la cruz
II.1 La segunda lectura nos propone la
sabiduría de la cruz. Es un pasaje de la carta en donde Pablo afronta el
problema de la división de la comunidad en distintas facciones que se remiten a
personajes del cristianismo primitivo; unos a Pablo, otros a Pedro, otros a
Apolo; e incluso otros (muy probablemente el mismo Pablo) a Cristo como el
único que puede dar consistencia a nuestra fe. El texto de hoy forma parte de
un gran conjunto (1Cor 1-4) que el apóstol afronta por informaciones de las
“gentes de Cloe”, quizás una de las comunidades domésticas. Y en vez de una
reprimenda moralizante y sin sentido propone, para la unidad y la comunión de
la comunidad, que “crux sola nostra theologia”, como decía Lutero. En la cruz,
las divisiones, los partidos, los grupos de élite de una comunidad, quedan a la
altura de nuestras propias miserias.
II.2. Pablo habla del Cristo crucificado
frente al que no caben las divisiones, el valer más o menos, el ser los
primeros o los últimos, porque en la cruz de Cristo se revela el Dios que se ha
“abajado” a nosotros. Ese Cristo crucificado, revelación del verdadero Dios, es
locura para los judíos que siempre conciben a Dios desde la grandeza; locura para
la sabiduría de este mundo que es también una sabiduría de prepotencia
inaudita. La religión de la cruz, no obstante, no es la religión de la
ignominia, sino de la condescendencia con los débiles y con los que no cuentan
en este mundo. Aunque algunos hayan tachado este planteamiento paulino como la
decadencia de la sociedad (Nietzsche) , ése es el único camino donde podemos
reconocer a nuestro Salvador. Con un estilo retórico, usando la “diatriba” de
una forma clásica, pregunta Pablo con insistencia si los sabios, los
entendidos, los investigadores pueden ofrecer el sentido profundo y radical de
nuestra vida. Porque nuestra vida verdadera es mucho más que conocer el “genoma
humano”.
II.3. No obstante, no se trata de la
condena la sabiduría humana en sí, ni de la investigación y de la filosofía.
Tampoco se ha de entender la “theologia crucis” como la religión del
masoquismo. ¡Nada de eso! No es así como Pablo argumenta, sino de cómo es
posible que nuestros criterios y nuestras decisiones humanas estén a la altura
de quien nos da vida y Espíritu. Por eso, su afirmación decisiva es que Dios ha
hecho a Cristo, el crucificado, no lo olvidemos, “poder y sabiduría de Dios”. Y
conocemos que ese es un “poder sin-poder” y una “sabiduría sin la lógica fría
de este mundo”. Es el poder y la sabiduría de quien se ha entregado “por
nosotros”. Es ahí donde se construye la “theologia crucis” en la
“pro-existencia”, en saber vivir para los demás, como hace nuestro Dios. Desde
ahí Pablo quiere curar la locura de las divisiones y de las arrogancias humanas
que existen en la comunidad de Corinto.
Evangelio: Juan (2,13-25): Jesús busca
una religión de vida
III.1. El relato de la expulsión de los
vendedores del templo, en la primera Pascua “de los judíos” que Juan menciona
en su obra, es un marco de referencia obligado del sentido de este texto
joánico. En el trasfondo también debemos saber ver las claves mesiánicas con
las que Juan ha querido presentar este relato, teniendo en cuenta un texto como
el de Zac 14,21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el día del Señor. Es de esa
manera como se construyen algunas ideas de nuestro evangelio: Pascua, religión,
mesianismo, culto, relación con Dios, vida, sacrificios. Jesús expulsa
propiamente a los animales del culto. No debemos pensar que Jesús la emprende a
latigazos con las personas, sino con los animales; Juan es el que subraya más
este aspecto. Los animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios. Por
tanto, sin animales, el sentido del texto es más claro: Jesús quiere anunciar,
proféticamente, una religión nueva, personal, sin necesidad de “sustituciones”.
Por eso dice: “Quitad esto de aquí”. No se ha de interpretar, pues, como un
acto político-militar como se hizo en el pasado. Es, consideramos, una profecía
“en acto”.
III.2. El evangelio de Juan, pues, nos
presenta esa escena de Jesús que cautiva a mentes proféticas y renovadoras.
Desde luego, es un acto profético y no podemos menos de valorarlo de esa forma:
en el marco de la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte
de los judíos piadosos a Jerusalén. Esta es una escena que no debemos permitir
se convierta en tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla asequiblemente
normal. Está ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra
“religión” sin corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la
condena de ese tipo de religión sin fe y sin espiritualidad que se ha dado
siempre y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7,11) había clamado
contra el templo porque con ello se usaba el nombre de Dios para justificar
muchas cosas. Ahora, Jesús, con esta acción simbólico-profética, como hacían
los antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere llevar a
sus últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se adora a Dios,
no sea una religión de vida sino de… vacío. Por eso mismo, no está condenando
el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya vaciado de contenido y
después no tenga incidencia en la vida.
III.3. No olvidemos que este episodio ha
quedado marcado en la tradición cristiana como un hito, por considerarse como
acusación determinante para condenar a muerte a Jesús, unas de las causas
inmediatas de la misma. Aunque Juan ha adelantado al comienzo de su actividad
lo que los otros evangelios proponen al final (Mc 11,15-17; Mt 21,12-13; Lc
19,45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos el enfrentamiento que los
judíos van a tener con Jesús. Este episodio no es otra cosa que la propuesta de
Jesús de una religión humana, liberadora, comprometida e incluso verdaderamente
espiritual. Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente hablando, se está
anunciando el cambio de una religión de culto por una religión en la que lo
importante es dar la vida los unos por los otros, como se hace al mencionar el
«cuerpo» del Jesús que sustituirá al templo. Aquí, con este episodio (aunque no
sólo), lo sabemos, Jesús se jugó su vida en “nombre de Dios” y le aplicaron la
ley también “en nombre de Dios”. ¿Quién llevaba razón? Como en el episodio se
apela a la resurrección (“en tres días lo levantaré”), está claro que era el
Dios de Jesús el verdadero y no el Dios de la ley. Esta es una diferencia
teológica incuestionable, porque si Dios ha resucitado a Jesús es porque no
podía asumir esa muerte injusta. Pero sucede que, a pesar de ello, los hombres
seguimos prefiriendo el Dios de la ley y la religión del templo y de los
sacrificios de animales. Jesús, sin embargo, nos ofreció una religión de vida.
(Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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