“Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré”
Entre las categorías que utiliza la
Teoría del Arte existe una de particular interés, la categoría de lo sublime.
Esta categoría trata de aprehender en un mismo término la idea de lo excelso
inexpresable y lo terrible nefando, captando la experiencia de que, en su
extremo, lo mejor y lo peor se tocan formado dos caras de una misma realidad.
Así, en lo sublime, entre la suma belleza y la suma fealdad, entre el sumo bien
y el sumo mal, no hay apenas salto.
La religión es lo sublime por
excelencia: recoge y expresa en sí lo más excelso de la experiencia del hombre
(la experiencia de lo divino); pero también puede recoger la perversión mayor
de esa experiencia, sin apenas apercibirlo.
Guiados por el evangelio de hoy, el
periodo cuaresmal puede ser un momento adecuado para hacer un discernimiento
personal y comunitario acerca de la misma religión.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I LECTURA
El
decálogo comienza afirmando quién es Dios: El que te hizo “salir de Egipto, de
un lugar de esclavitud”. Todos los mandamientos que siguen son consecuencia de
este primero. Dios nos quiere libres y felices. Las normas básicas que nos da
para lograrlo están orientadas a procurar la vida de todos los miembros de la
comunidad.
Lectura del libro del Éxodo 20, 1-17
Dios
pronunció estas palabras: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de
Egipto, de un lugar de esclavitud. No tendrás otros dioses delante de mí. No te
harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o
abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas. No te postrarás ante
ellas, ni les rendirás culto, porque yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso,
que castigo la maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta
generación, si ellos me aborrecen; y tengo misericordia a lo largo de mil
generaciones, si me aman y cumplen mis mandamientos. No pronunciarás en vano el
Nombre del Señor, tu Dios, porque él no dejará sin castigo al que lo pronuncie
en vano. Acuérdate del día sábado para santificarlo. Durante seis días
trabajarás y harás todas tus tareas; pero el séptimo es día de descanso en
honor del Señor, tu Dios. En él no harán ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni
tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni el extranjero que
reside en tus ciudades. Porque en seis días, el Señor hizo el cielo, la tierra,
el mar y todo lo que hay en ellos, pero el séptimo día descansó. Por eso el
Señor bendijo el día sábado y lo declaró santo. Honra a tu padre y a tu madre,
para que tengas una larga vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te da. No
matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio contra
tu prójimo. No codiciarás la casa de tu prójimo: No codiciarás la mujer de tu
prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni ninguna otra
cosa que le pertenezca”.
Palabra de Dios.
Salmo 18, 8-11
R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
La ley del
Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da
sabiduría al simple. R.
Los preceptos
del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son
claros, iluminan los ojos. R.
La palabra
del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad,
enteramente justos. R.
Son más
atrayentes que el oro, que el oro más fino; más dulces que la miel, más que el
jugo del panal. R.
II LECTURA
En
Cristo, Dios se ha hecho débil, terrenal, limitado. Y en esta solidaridad con
toda la pobreza humana, puso el inicio de nuestra redención. Esta es la locura
de Dios: amarnos tanto como para llegar a hacerse semejante a nosotros.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a
los cristianos de Corinto 1, 22-25
Hermanos:
Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría,
nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los
judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que
han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más
sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que
la fortaleza de los hombres.
Palabra de Dios.
Aclamación Jn 3, 16
Dios amó
tanto al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él
tenga Vida eterna.
EVANGELIO
Los
hebreos pensaban que el templo de Jerusalén era el lugar donde moraba la gloria
de Dios. Jesús trae la plenitud a este “morar de Dios” en medio de la
humanidad. Reconocer a Jesús como el enviado es descubrir en él la presencia
amorosa de Dios. No hay que buscar a Dios en lo externo. Jesús hace presente en
nuestra vida al Dios liberador que quiere morar en medio de nosotros.
Ì Evangelio de nuestro
Señor Jesucristo según san Juan 2, 13-25
Se acercaba
la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los
vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de
sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con
sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus
mesas y dijo a los vendedores de palomas: “Saquen esto de aquí y no hagan de la
casa de mi Padre una casa de comercio”. Y sus discípulos recordaron las
palabras de la Escritura: “El celo por tu Casa me consume”. Entonces los judíos
le preguntaron: “¿Qué signo nos das para obrar así?”. Jesús les respondió:
“Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”. Los judíos le
dijeron: “Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo,
¿y tú lo vas a levantar en tres días?”. Pero él se refería al templo de su
cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había
dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.
Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en
su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos,
porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie:
Él sabía lo que hay en el interior del hombre.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA
Si la Cuaresma era en su origen un
tiempo de preparación previa al bautismo de los nuevos convertidos al
cristianismo, ¿qué sentido tiene que la repitamos todos los años los que ya
hemos sido bautizados? ¿Tal vez no nos descubrimos convertidos, pues todos los
años nos repetimos la necesidad de conversión? ¿Esperamos, pues, que acontezca
algún signo especial en nuestras vidas que nos dé señales fehacientes de haber
alcanzado la conversión? ¿O tal vez, esperamos experimentar una conversión
milagrosa?
Por otro lado, se nos recuerda que la
conversión cuaresmal involucra una serie de actitudes y acciones voluntaristas
de la persona – las condensamos típicamente en oración, abstinencia, limosna-,
que parecen necesitar de una continua justificación y atribución de sentido en
la vida cristiana; de ahí, que habitualmente recurramos a argumentos de
universalidad basados en la sabiduría natural del hombre (el ayuno ha probado
ser una acción saludable para regenerar el cuerpo y liberar el espíritu, la
oración es un efectivo medio de encontrarse a uno mismo y favorecer una vida
psicológica sana, la abstinencia se actualiza a todo tipo de dependencias
viciosas – consumismo, tecnología, ….-, etc.).
Ni signos (milagros traduce la lectura litúrgica
la palabra griega semeion) ni sabiduría humana (nos responde Pablo), la
conversión cristiana no puede apoyarse ni buscarse en signos extraordinarios en
nuestra vida, ni tampoco en el voluntarismo del hombre: tanto lo uno como lo
otro se pierde en la interpretación de la ambigüedad que los caracteriza, y en
la conversión cristiana no cabe ambigüedad (“muchos creyeron al ver los signos
que realizaba, pero Jesús no se fiaba de ellos”).
El pueblo de la Alianza expresaba sin
ambages la conversión en el cumplimiento del pacto del Sinaí, objetivado en la
Ley, condesada, a su vez, en el Decálogo. ¿Es el Decálogo signo de Dios o
sabiduría humana? El Decálogo – como todo Código – es expresión de la sabiduría
humana fundada en la experiencia y deseo de la misma existencia y convivencia
entre los hombres, pero existencia y convivencia que se descubre posible sólo
fundamentada en la misma sabiduría y voluntad de Dios, que quiere que su pueblo
viva. “¿Qué signo nos das para obrar así?”, ¿qué signo nos das de que quieres
nuestra vida?; ¿qué signo nos das para que seamos tu pueblo? Y Yahvé da un
signo, el signo: “Yo te hice salir de la esclavitud”. Ese será para siempre el
signo de Dios. El signo de Dios es liberar de toda esclavitud.
Dos formas son la expresión extrema de
la esclavitud, de las que sólo Dios mismo puede liberar: la que la persona
ejerce sobre sí misma y la que se ejerce en nombre de Dios mismo. Son las
máximas expresiones porque ante ellas el hombre está ciego, es incapaz de
verlas. El evangelio de hoy nos muestra que ambas se pueden dar unidas en la
relación del hombre con Dios: el que el mismo hombre puede encadenarse a sí
mismo a través de las estructuras religiosas que ha creado para mediar su
relación con Dios. De esta forma, el signo mismo de Dios hacia el hombre – la
liberación de la esclavitud – queda pervertido, y con ello, el mismo sentido de
la religión: la relación de Dios con el hombre. El vínculo cultual – la
mediación entre Dios y el hombre– ha devenido cadena. El culto ha encadenado al
hombre en su relación con Dios, porque ha suplantado y desvirtuado la vía
experiencial de acceso del hombre a Dios (y de Dios al hombre -“sabe lo que hay
en el interior del hombre”-), sin la cual el culto carece de espíritu.
Hombre como es - al declararse a sí
mismo estructura fundamental de la mediación de Dios con los hombres - Jesús
sanea esa relación, y lo hace bajo el signo mismo de Dios: la liberación de
aquello que ha quedado encadenado. Así, al ofrecer su humanidad al sacrificio
(“Cristo crucificado”), destruye la atadura cultual liberando ambos extremos:
de un lado, al hombre; de otro lado, a Dios mismo. Al destruir la carne humana
(“este templo”) en el sacrificio cultual ha liberado el espíritu del hombre
para que pueda adorar a Dios en espíritu y verdad. Al destruir el Templo de
piedra (“la casa de mi Padre”), ha liberado el Espíritu para que pueda ser
adorado en espíritu y verdad.
Jesús ha liberado a Dios mismo para que
Dios pueda liberar al hombre; Jesús ha liberado al hombre para que el hombre
pueda salir al desierto a adorar a su Dios.
¿Buscas signos de tu conversión? Mira si
eres libre de ti mismo; mira si dejas libre a tu Dios; mira si dejas a Dios
liberarte. Para ser libres nos liberó Jesucristo; también, de la misma
religión.
ESTUDIO
BÍBLICO
La religión verdadera es dar la vida por
los otros
1ª Lectura: Éxodo (20,1-17): Dios y el
hombre se encuentran en la Alianza
I.1. La primera lectura es el famoso
Decálogo, corazón de un «código de la alianza» que ha venido a ser la expresión
más definida de la teología sacerdotal (a diferencia del Decálogo de Dt 5,6-21)
y que ha jugado un papel considerable en la evolución ética de la humanidad.
Aún expresado en forma negativa y absoluta, tiene unos objetivos bien
determinados: proteger a la comunidad, al pueblo de la Alianza, para darle una
identidad y que no vuelvan a la esclavitud. Es eso lo que le espera al pueblo
si adoran a otros dioses extraños ya que todos los imperios tenían sus dioses
protectores y los dominadores los imponían como signo de victoria.
I.2. Pero, además, es un código en diez
Palabras que expresa una relación dialogal, interpersonal. El Decálogo intenta
expresar unos derechos fundamentales, como hoy defendemos en el ámbito de la
comunidad internacional. Por ello debemos valorarlo como una propuesta, en
aquella época, que se adelanta siglos y siglos a muchas conquistas humanas de
nuestra época. Pretende que las relaciones entre Dios y el hombre, y la de los
hombres entre sí, estén dominadas por la adoración y la religión verdadera, la
justicia, en cuanto todo pecado contra el prójimo es un pecado contra Dios. Es
verdad que el decálogo es como un “escudo” que protege la santidad de Dios,
pero también la dignidad de todos los hombres, del prójimo en concreto.
I.3. Detrás de estas expresiones
formuladas en esa teología sacerdotal, debemos ver la acción del Dios salvador
que ha hecho alianza con el pueblo. Éste, por su parte, debe ser no solamente
un buen intermediario, sino un verdadero misionero de este proyecto salvador de
Dios. Se ha dicho que en el fondo de todo debemos saber ver la gratitud de
Dios. Antes, pues, de que la humanidad se haya dotado de los derechos
fundamentales, estos intentos del “decálogo” muestran el anhelo de Israel por
ser un pueblo fiel, un pueblo justo, aunque dependiente de Dios. Pero es que en
Dios está la fuente de toda la justicia y dignidad humana, según la mejor
teología bíblica.
2ª Lectura: Iª Corintios (1,22-25): Dios
habla desde la sabiduría de la cruz
II.1 La segunda lectura nos propone la
sabiduría de la cruz. Es un pasaje de la carta en donde Pablo afronta el
problema de la división de la comunidad en distintas facciones que se remiten a
personajes del cristianismo primitivo; unos a Pablo, otros a Pedro, otros a
Apolo; e incluso otros (muy probablemente el mismo Pablo) a Cristo como el
único que puede dar consistencia a nuestra fe. El texto de hoy forma parte de
un gran conjunto (1Cor 1-4) que el apóstol afronta por informaciones de las
“gentes de Cloe”, quizás una de las comunidades domésticas. Y en vez de una
reprimenda moralizante y sin sentido propone, para la unidad y la comunión de
la comunidad, que “crux sola nostra theologia”, como decía Lutero. En la cruz,
las divisiones, los partidos, los grupos de élite de una comunidad, quedan a la
altura de nuestras propias miserias.
II.2. Pablo habla del Cristo crucificado
frente al que no caben las divisiones, el valer más o menos, el ser los
primeros o los últimos, porque en la cruz de Cristo se revela el Dios que se ha
“abajado” a nosotros. Ese Cristo crucificado, revelación del verdadero Dios, es
locura para los judíos que siempre conciben a Dios desde la grandeza; locura para
la sabiduría de este mundo que es también una sabiduría de prepotencia
inaudita. La religión de la cruz, no obstante, no es la religión de la
ignominia, sino de la condescendencia con los débiles y con los que no cuentan
en este mundo. Aunque algunos hayan tachado este planteamiento paulino como la
decadencia de la sociedad (Nietzsche) , ése es el único camino donde podemos
reconocer a nuestro Salvador. Con un estilo retórico, usando la “diatriba” de
una forma clásica, pregunta Pablo con insistencia si los sabios, los
entendidos, los investigadores pueden ofrecer el sentido profundo y radical de
nuestra vida. Porque nuestra vida verdadera es mucho más que conocer el “genoma
humano”.
II.3. No obstante, no se trata de la
condena la sabiduría humana en sí, ni de la investigación y de la filosofía.
Tampoco se ha de entender la “theologia crucis” como la religión del
masoquismo. ¡Nada de eso! No es así como Pablo argumenta, sino de cómo es
posible que nuestros criterios y nuestras decisiones humanas estén a la altura
de quien nos da vida y Espíritu. Por eso, su afirmación decisiva es que Dios ha
hecho a Cristo, el crucificado, no lo olvidemos, “poder y sabiduría de Dios”. Y
conocemos que ese es un “poder sin-poder” y una “sabiduría sin la lógica fría
de este mundo”. Es el poder y la sabiduría de quien se ha entregado “por
nosotros”. Es ahí donde se construye la “theologia crucis” en la
“pro-existencia”, en saber vivir para los demás, como hace nuestro Dios. Desde
ahí Pablo quiere curar la locura de las divisiones y de las arrogancias humanas
que existen en la comunidad de Corinto.
Evangelio: Juan (2,13-25): Jesús busca
una religión de vida
III.1. El relato de la expulsión de los
vendedores del templo, en la primera Pascua “de los judíos” que Juan menciona
en su obra, es un marco de referencia obligado del sentido de este texto
joánico. En el trasfondo también debemos saber ver las claves mesiánicas con
las que Juan ha querido presentar este relato, teniendo en cuenta un texto como
el de Zac 14,21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el día del Señor. Es de esa
manera como se construyen algunas ideas de nuestro evangelio: Pascua, religión,
mesianismo, culto, relación con Dios, vida, sacrificios. Jesús expulsa
propiamente a los animales del culto. No debemos pensar que Jesús la emprende a
latigazos con las personas, sino con los animales; Juan es el que subraya más
este aspecto. Los animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios. Por
tanto, sin animales, el sentido del texto es más claro: Jesús quiere anunciar,
proféticamente, una religión nueva, personal, sin necesidad de “sustituciones”.
Por eso dice: “Quitad esto de aquí”. No se ha de interpretar, pues, como un
acto político-militar como se hizo en el pasado. Es, consideramos, una profecía
“en acto”.
III.2. El evangelio de Juan, pues, nos
presenta esa escena de Jesús que cautiva a mentes proféticas y renovadoras.
Desde luego, es un acto profético y no podemos menos de valorarlo de esa forma:
en el marco de la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte
de los judíos piadosos a Jerusalén. Esta es una escena que no debemos permitir
se convierta en tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla asequiblemente
normal. Está ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra
“religión” sin corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la
condena de ese tipo de religión sin fe y sin espiritualidad que se ha dado
siempre y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7,11) había clamado
contra el templo porque con ello se usaba el nombre de Dios para justificar
muchas cosas. Ahora, Jesús, con esta acción simbólico-profética, como hacían
los antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere llevar a
sus últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se adora a Dios,
no sea una religión de vida sino de… vacío. Por eso mismo, no está condenando
el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya vaciado de contenido y
después no tenga incidencia en la vida.
III.3. No olvidemos que este episodio ha
quedado marcado en la tradición cristiana como un hito, por considerarse como
acusación determinante para condenar a muerte a Jesús, unas de las causas
inmediatas de la misma. Aunque Juan ha adelantado al comienzo de su actividad
lo que los otros evangelios proponen al final (Mc 11,15-17; Mt 21,12-13; Lc
19,45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos el enfrentamiento que los
judíos van a tener con Jesús. Este episodio no es otra cosa que la propuesta de
Jesús de una religión humana, liberadora, comprometida e incluso verdaderamente
espiritual. Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente hablando, se está
anunciando el cambio de una religión de culto por una religión en la que lo
importante es dar la vida los unos por los otros, como se hace al mencionar el
«cuerpo» del Jesús que sustituirá al templo. Aquí, con este episodio (aunque no
sólo), lo sabemos, Jesús se jugó su vida en “nombre de Dios” y le aplicaron la
ley también “en nombre de Dios”. ¿Quién llevaba razón? Como en el episodio se
apela a la resurrección (“en tres días lo levantaré”), está claro que era el
Dios de Jesús el verdadero y no el Dios de la ley. Esta es una diferencia
teológica incuestionable, porque si Dios ha resucitado a Jesús es porque no
podía asumir esa muerte injusta. Pero sucede que, a pesar de ello, los hombres
seguimos prefiriendo el Dios de la ley y la religión del templo y de los
sacrificios de animales. Jesús, sin embargo, nos ofreció una religión de vida.
(Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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