“Ha llegado la
hora de que sea glorificado el Hijo del hombre.”
Desde que se inició el tiempo cuaresmal,
y de la mano de la pedagogía de las lecturas del ciclo B, hemos sido conducidos
por diversos escenarios emparentados con lugares especialmente significativos
para la fe bíblica.
Todo comenzó en el desierto, lugar de la
prueba y de la tentación. A continuación fuimos conducidos al monte de la
Transfiguración para vivir una experiencia anticipada de la Pascua. El tercer
domingo nos ubicó en el espacio espiritual de Israel sostenido por la Ley y por
el Templo. El cuarto domingo centró la atención en la fiesta de la Pascua. Allí
nos sitúa también este quinto domingo, subrayando así, mucho más nítidamente,
la cercanía de nuestra propia celebración pascual de 2015.
Visto así, estos escenarios bíblicos
(Desierto, Monte, Ley, Templo y Pascua) son hitos que dan qué pensar a los que
ajustan su paso al ritmo de la liturgia cuaresmal dominical. Una clave se
vislumbra en esta didáctica. Una clave que hace suya la palabra de Dios en este
quinto domingo y que, además, sirve también para interpretar la Escritura:
Desierto, Monte, Ley, Templo y Pascua se han de leer a la luz de Jesucristo.
Dicho de manera comprensible y aplicada a los textos de este V Domingo: la Alianza
y la misma Pascua adquieren en Jesús un significado nuevo; en Él se cumplen de
una manera única y significativa; se trata, claro, del sentido cristiano que,
como Iglesia, celebramos los seguidores de Jesús en este tiempo cuaresmal que
ya está llegando a su término.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Si
viviésemos en verdad la alianza del Señor, escucharíamos en nuestro interior su
voz, su ley, su Palabra. Y eso mismo nos haría vivir de acuerdo con su
voluntad.
Lectura
del libro de Jeremías 31, 31-34
Llegarán los días –oráculo del Señor– en
que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No
será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la
mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron,
aunque yo era su dueño –oráculo del Señor–. Esta es la Alianza que estableceré
con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: Pondré mi
Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos
serán mi Pueblo. Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al
otro: “Conozcan al Señor”. Porque todos me conocerán, del más pequeño al más
grande –oráculo del Señor–. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré
más de su pecado.
Palabra de Dios.
Salmo
50, 3-4. 12-15
R.
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro.
¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
por tu gran compasión, borra mis faltas! ¡Lávame totalmente de mi culpa y
purifícame de mi pecado! R.
Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y
renueva la firmeza de mi espíritu. No me arrojes lejos de tu presencia ni
retires de mí tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
que tu espíritu generoso me sostenga: yo enseñaré tu camino a los impíos y los
pecadores volverán a ti. R.
II
LECTURA
El
autor de la carta a los Hebreos reconoce que Jesús atravesó por la escuela del
dolor. Esto no porque el Padre fuese cruel con él, sino porque no le negó nada
de la humanidad de la que es heredero. Jesús tuvo que aprender a sufrir, a
darle sentido al dolor, a aceptarlo y encontrar en el mismo dolor el camino de
sanación.
Lectura
de la carta a los Hebreos 5, 7-9
Hermanos: Cristo dirigió durante su vida
terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a Aquel que podía
salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era
Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa
obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación
eterna para todos los que le obedecen.
Palabra de Dios.
Aclamación Jn 12, 26
“El que quiera servirme, que me siga, y
donde yo esté, estará también mi servidor”, dice el Señor.
EVANGELIO
Jesús
se siente trigo, se sabe pan, se reconoce alimento. Así le da sentido a su vida
y a su muerte, porque en ambas situaciones se puede ser alimento para el mundo.
Jesús murió como vivió: entregando su vida como pan.
Ì Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo según san Juan 12, 20-33
Había unos griegos que habían subido a
Jerusalén para adorar a Dios durante la fiesta de Pascua. Estos se acercaron a
Felipe de Betsaida de Galilea, y le dijeron: “Señor, queremos ver a Jesús”.
Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. Él les
respondió: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.
Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo;
pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el
que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.
El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi
servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está
turbada. ¿Y qué diré: “Padre, líbrame de esta hora”? ¡Si para eso he llegado a
esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!”. Entonces se oyó una voz del cielo:
“Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar”. La multitud, que estaba
presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: “Le ha
hablado un ángel”. Jesús respondió: “Esta voz no se oyó por mí, sino por
ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este
mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra,
atraeré a todos hacia mí”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS.
Tanto para el aprovechamiento espiritual
de la Palabra de Dios de este V Domingo de cuaresma, como para la orientación
de la predicación en torno a ella ofrecemos tres pautas íntimamente conectadas:
1. La
Pascua: la oferta salvífica definitiva y universal de Dios en Jesús
2. El
secreto del camino que conduce a la vida: la entrega, la donación de uno mismo
3. Dios
siempre cumple lo que promete
La Pascua: la oferta salvífica
definitiva y universal de Dios en Jesús.
El Evangelio de Juan de este domingo
(12, 20-33) ubica su narración en la celebración de la Fiesta de Pascua. La
Pascua de los judíos, claro. Celebración que actualizaba la acción salvadora de
Dios a favor de Israel. Se nos informa que mucha gente acude a participar en
ella. Lo más interesante de esta información es que no sólo se hacen presentes
judíos, también van a la misma “algunos gentiles” (o, quizás, “temerosos de
Dios”). Este detalle es altamente significativo. Por tanto, la Pascua, la
fiesta por excelencia del Pueblo de Israel, posee un valor desbordante. Se
trata de una celebración trascendente que rompe fronteras. Su valor se
universaliza. La salvación que en ella se celebra y se anuncia adquiere una
dimensión más amplia, más ancha. Con todo, para ser veraces, hemos de advertir
que, en el texto, esta perspectiva universal, en verdad, guarda relación
directa con Jesús. Son los gentiles quienes, en el contexto pascual, quieren
ver al hijo de María. La presencia de éstos en la pascua parece decantarse por
el Maestro de Nazaret. La fiesta pascual, así, conduce hacia él de modo
natural. De este modo, desde un contexto Pascual amplio se dibuja otro de mayor
tamaño. Jesús es quien explica este fenómeno. Él es la nueva Pascua. Nuestro
texto lo anuncia de forma velada hacia el final: “y cuando yo sea elevado
atraeré a todos hacia mí”. Esta universalidad de la Pascua cristiana, no lo
olvidemos, se emparenta con su sentido salvífico o soteriológico. Si la Pascua
judía era ya expresión del amor de Dios que salva, la Pascua de Jesús es su
expresión máxima.
El secreto del camino que conduce a la
vida: la entrega, la donación de uno mismo.
Jesús es la nueva Pascua. Él aporta a la
misma un valor salvífico universal. Con todo, las lecturas de este domingo,
además, detallan con cierto detenimiento la manera, el modo, el camino por el
que la Pascua de Jesús ofrece tal perspectiva. Lo hallamos, por ejemplo, cuando
el evangelio nos habla de la “hora” de la glorificación de Jesús. Esta hora
glorificadora se identifica con la pasión muerte y resurrección de Jesús (su
singular Pascua). Pero en las lecturas de este domingo tiene unos matices muy
concretos. La comparación con el grano de trigo es muy ilustrativa. Para dar
vida, para que la vida sea verdaderamente fecunda, se ha de morir; hay que
darlo todo por amor. Por eso, “el que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se
aborrece a sí mismo en este mundo se guarda para la vida eterna”. Todo encaja
desde esta óptica. No extrañe que Juan refiera en este momento la oración de Jesús
en Getsemaní (“Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para
esta hora”) con respuesta del Padre incluida. La segunda lectura, de la carta a
los Hebreos, insiste en este momento clave (5, 7-9). No se ha de olvidar que,
desde el bautismo de Jesús, tal y como las tentaciones del Primer Domingo de
Cuaresma recuerdan, el Hijo de Dios y el Mesías va a vivir su identidad, lo que
es, ajustándose a la senda del Siervo de Yahveh. ¿Es posible hallar a Dios y su
salvación en el camino del servicio, del desprendimiento más radical? En este
domingo, una vez más, la cuaresma nos recuerda que el secreto del itinerario
que conduce a la vida es la entrega, la donación generosa de uno mismo. Jesús
así lo ha vivido y enseñado.
Dios siempre cumple lo que promete.
La última de las pautas que ofrecemos
coincide con un esquema que recorre la historia de la salvación: Dios cumple lo
que promete. Es una clave neurálgica de la comprensión de Dios. En nuestro V
Domingo la encontramos en la relación que la liturgia de la Palabra establece
entre la primera lectura y el texto evangélico. Jeremías (31, 31-34) anuncia
para el porvenir el establecimiento de una nueva y definitiva. Sus
características son: Dios mismo la escribirá en los corazones y la meterá en el
pecho del pueblo, y será tan evidente que todos (la pauta de la universalidad
de la Pascua y de la salvación) conocerán a Dios. El evangelio de Juan muestra
el lado del cumplimiento de lo prometido. Jesús, en su persona, es la nueva y
definitiva alianza. Y es verdad que, en él, la nueva ley está escrita en su
corazón y en el desarrollo de su existencia gracias al Espíritu que lo unge y
conduce. Y a través de Jesús, el Hijo de Dios encarnado, y por el Espíritu,
esta nueva alianza nueva preside la vida de la Iglesia, de los discípulos.
¡Dios cumple siempre lo que promete!
ESTUDIO
BÍBLICO.
Iª Lectura: Jeremías (31,31-34): Dios
nos renueva
I.1. El texto de Jeremías está inserto
en un bloque literario y teológico que se ha llamado el «libro de la
consolación» (Jr 30-33); y concretamente el de nuestra lectura litúrgica es una
de las afirmaciones más rotundas del AT sobre la necesidad de una alianza
nueva. Jeremías fue un profeta que le tocó vivir la situación más dramática de
su pueblo (los babilonios estaban a las puertas de Jerusalén para destruirla) y
al que la vocación de ser profeta no le vino precisamente como anillo al dedo,
sino que fue lo más contrario a su alma («no quería arrancar para plantar»). La
lectura del profeta Jeremías, en estos términos, se muestra como si solamente
se hubiera empeñado en «arrancar», pero no en «plantar». No obstante, este
libro de la consolación es una llamada a la esperanza y nuestro texto el cenit
teológico de esa esperanza contra toda esperanza. El texto de hoy viene a
continuación de una llamada a la responsabilidad personal (Jr 31,29-30) para
poner de manifiesto que aunque cambien las cosas Dios mantendrá su promesa de
salvación.
I.2. Por tanto, Dios, a pesar de todo,
no se echa atrás, sino que está dispuesto a poner la Alianza en el corazón de
cada uno de nosotros; es una forma de comprometerse más profundamente en su
proyecto de salvación. Es una llamada a la responsabilidad más personal, pero
sin descartar el sentido comunitario de todo ello, porque todos los que sientan
esa Alianza en su corazón, se sentirán del pueblo, de la comunidad del Dios
vivo y verdadero. El problema de una alianza nueva podría parecer un atentado
al “dogma” de la Alianza del Sinaí, donde Israel encontró su identidad. Pero ya
se sabe que los dogmas los usan los poderosos para ocupar el lugar de Dios y
para cosas peores. Al pueblo sencillo lo pueden engañar, pero a un profeta no,
porque siempre está alerta a la voz de Dios. Por eso el profeta, con este
mensaje, no solamente le concede a Dios toda su autonomía y libertad, sino que
con ello defiende al pueblo para que también se sienta libre. La ley del
corazón quiere decir que es una “ley humana” lo que Dios pide, humana y a la
par con nuestras debilidades.
I.3. El profeta describe esta nueva
situación como algo que antes ha echado muy en falta, un nuevo “conocimiento de
Dios” (cf Jr 2,8; 4,22; 9,2), por tanto la nueva Alianza no estará en ritos y
ceremonias o sacrificios nuevos, sino en una “experiencia” nueva de Dios: más
humana, más entrañable y misericordiosa que se sienta en el corazón y que se
exprese en la praxis de la justicia y la fraternidad con los que han sido
ignorados. Poner en el corazón “leb” (en hebreo), tiene mucha entraña y
radicalidad en los profetas; es lo que el cerebro para la antropología actual,
porque todo se mueve desde ahí. Pero es más que el cerebro: tener corazón o no
tenerlo, todos sabemos lo que significa al nivel más popular; a nivel bíblico
es como tener espíritu, alma o no tenerla. La ley, sin alma, esclaviza; con
alma libera. El profeta está hablando, pues, de una Alianza que estará plasmada
en la experiencia más profunda y humana de Dios en cada uno de los suyos.
IIª Lectura: Hebreos (5,7-9): Cristo,
sacerdote solidario de la humanidad
II.1. Nuestra lectura forma parte de una
sección que, comenzando en Heb 4,15, nos muestra a Jesucristo como Sumo
Sacerdote. Esta carta tan peculiar del Nuevo Testamento, que no es de San
Pablo, aunque durante mucho tiempo se la atribuyó la tradición, nos ofrece en
este caso una teología del papel de Jesucristo. El sacerdocio de Jesús, no
obstante, tiene la innovación de no heredarse (como el de Melquisedec), sino
que es nuevo, recién estrenado, capaz de conseguir gracia y salvación, para lo
que el sacerdocio hereditario y ritual no era válido. Es el sacerdocio del Hijo
de Dios, pero que habiéndose hecho uno de nosotros, padeciendo, llorando,
comprendiendo nuestras miserias, siendo absoluta y radicalmente humano, en
contacto con nuestra debilidad, nos introduce en el misterio misericordioso y
amoroso de Dios.
II.2. La figura del Melquisedec, pues,
escogida como modelo para el sacerdocio de Cristo sirve para poner de
manifiesto que Cristo es un sacerdote original: no se hereda, no se aprende el
oficio y no se cansa de atender a los que lo necesitan. El autor construye una
cristología del sacerdocio de Cristo con citas de los Salmos 2,7 y 110,4. No es
alguien que busque lo propio, que se glorifique personalmente: está para los
demás. Y lo más humano de todo: aprender a sufrir, como sufren los hombres. Es
esto lo que lo hace digno de fe. La Pasión, de la cual está hablando, se
entiende como una prueba de solidaridad con la humanidad. Así, pues, nuestro
autor evoca la existencia humana de Jesús y nos da a comprender que esa
existencia la pone al mismo nivel que los demás hombres, frágiles y abocados a
la muerte. De ahí que se diga que aprendió a “obedecer” o la “obediencia”. Yo
creo que quiere decir que aceptó, siendo perfecto moralmente, que debía ser
sufriente, porque todos los hombres lo somos.
III.ª Evangelio (Juan 12,20-33): La hora
de la verdad es la hora de la muerte y ésta, de la gloria
III.1. El texto de Juan nos ofrece hoy
una escena muy significativa que debemos entender en el contexto de toda la
«teología de la hora» de este evangelista. La suerte de Jesús está echada, en
cuanto los judíos, sus dirigentes, ya han decidido que debe morir. La
resurrección de Lázaro (Jn 11), con lo que ello significa de dar vida, ha sido
determinante al respecto. Los judíos, para Juan, dan muerte. Pero el Jesús del
evangelio de Juan no se deja dar muerte de cualquier manera; no le roban la
vida, sino que la quiere entregar El con todas sus consecuencias. Por ello se
nos habla de que habían subido a la fiesta de Pascua unos griegos, es decir,
unos paganos simpatizantes del judaísmo, “temerosos de Dios”, como se les
llamaba, que han oído hablar de Jesús y quieren conocerle, como le comunican a
Felipe y a Andrés. Es entonces cuando Jesús, el Jesús de san Juan, se decide
definitivamente a llegar hasta las últimas consecuencias de su compromiso. El
judaísmo, su mundo, su religión, su cerrazón a abrirse a una nueva Alianza
había agotado toda posibilidad. Una serie de “dichos”: sobre el grano de trigo
que muere y da fruto (v.24); sobre el amar y perder la vida (v. 25) (como en Mc
8,35; Mt 10,39; 16,25; Lc 9,24; 17,33) y sobre destino de los servidores junto
con el del Maestro, abren el camino de una “revelación” sobre el momento y la
hora de Jesús.
III.2. Efectivamente las palabras que
podemos leer sobre una experiencia extraordinaria de Jesús, una experiencia
dialéctica, como en la Transfiguración y, en cierta manera, como la experiencia
de Getsemaní (Mc 14,32-42; Mt 26,36-46; Lc 22,39-46) son el centro de este
texto joánico, que tiene como testigos no solamente a los discípulos que eran
judíos, sino a esos griegos que llegaron a la fiesta e incluso la multitud que
escuchó algo extraordinario. Muchos comentaristas han visto aquí, adelantado,
el Getsemaní de Juan que no está narrado en el momento de la Pasión. En eso caso
puede ser considerado como la preparación para la “hora” que en Juan es la hora
de la muerte y esta, a su vez, la hora de la gloria. El evangelista, después de
la opinión de Caifás tras la resurrección de Lázaro de que uno debía morir por
el pueblo (Jn 11,50s), está preparando todo para este momento que se acerca. Ya
está decidida la muerte, pero esa muerte no llega como ellos creen que debe
llegar, sino con la libertad soberana que Jesús quiere asumir en ese momento.
III.3. Por tanto, era como si se Él
esperara un momento como este para ir a la muerte: ha llegado la hora que se ha
venido preparando desde el comienzo del evangelio, es la hora de la verdad, de
la pasión-glorificación. Y Jesús, con una conciencia absoluta de su misión, nos
habla del grano de trigo, que si no cae en tierra y muere, no puede dar fruto.
La vida verdadera solamente se consigue muriendo, dándola a los demás. Es
verdad que esta decisión, hablando desde la psicología de Jesús, no se toma
olímpicamente o con desprecio; le cuesta entregarse a la muerte en aquellas
condiciones. Por eso recibe el consuelo de lo alto para ir hasta el final, y
antes de que le secuestren su vida, la entrega como el grano de trigo. El ama
su vida entregándola a los demás, poniéndola en las manos de Dios y de los
hombres. Todo parece demasiado extraordinario; en Juan no puede ser de otra
manera, pero también es muy humano. Jesús no tiene miedo a la hora de la
verdad, porque confía plenamente en el Padre, y advierte que los suyos tenga
también esta misma disposición.
III.4. Los vv. 31-33 nos describen, con
un lenguaje apocalíptico, la victoria sobre la muerte en la cruz. Esta es una
teología muy propia de Juan que no ha visto en la cruz fracaso alguno de Jesús;
al contrario, es desde la cruz desde donde “atraerá” al mundo entero (cf Jn
3,14-15; 8,28). Y ello no porque Juan pensara que Jesús resucitaba en la cruz,
en el mismo momento de la muerte, como actualmente se está defendiendo,
razonablemente, en muchos escritos teológicos. Sino porque la muerte de Jesús
le confiere un poderío inconmensurable. La muerte no se la imponen, no es la
consecuencia de un juicio injusto o inhumano, sino porque es el mismo Jesús
quien la “busca” como el grano de trigo que necesita morir para “tener vida” y
porque provoca el juicio sobre el mundo, sobre la falsedad del poder y la
mentira del mundo. La hora de Jesús es la hora de la cruz, porque es la hora de
la verdad de Dios. Y entonces, la mentira del mundo quedará al descubierto.
Pero Jesús “atraerá” a todos los hombres hacia El, hacía su hora, hacia su
verdad, hacia su vida nueva. (Fr. Miguel de Burgos Núñez O. P.).
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