domingo, 30 de agosto de 2015
DOMINGO 22º DEL TIEMPO ORDINARIO
“No basta la
sola práctica externa, la apariencia”
Se dice “aparentar” a la actitud de
aquella persona o grupo que creen o dicen tener unas características,
cualidades, valores… que en realidad no poseen.
Las apariencias son muy humanas y las
utilizamos para nuestras relaciones humanas, pero ante Dios no sirven de nada.
¿Cuántas veces hablamos sobre otras
personas fijándonos en apariencias…? Es fácil recordar esa frase de Antoine de
Saint-Exupery, en el Principito: “lo esencial es invisible a los ojos, sólo se
ve bien con el corazón…”.
Pues la liturgia de la Palabra
precisamente nos quiere hacer ver con el corazón, que no nos fijemos en las
apariencias o gestos externos. Dios si se fija en el corazón del hombre…
Y hoy Jesús, una vez más, no se queda en
las apariencias de las personas sino que va al corazón, a las obras. Denuncia
la práctica formalista de la Ley, la charlatanería sin las obras. Él quiere
vida y nosotros le damos ritos.
Las palabras del profeta Isaías, citadas
por Jesús para criticar tantos ceremonias y ritos celebrados de manera
rutinaria y vacía, para aparentar, en la sociedad judía: “así dice Yahvé: este
pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí. El culto que
me dan está vacío”.
Han pasado generaciones y generaciones…
¿y seguimos… aparentando…?
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
En
la ley de Dios está la sabiduría para comportarnos en la vida cotidiana y vivir
en santidad. No hace falta agregar mandatos ni complicar las normas, como
hicieron algunos fariseos en el tiempo de Jesús. Viviendo con sencillez y
teniendo como regla suprema el amor, estaremos cumpliendo la voluntad de Dios.
Lectura
del libro del Deuteronomio 4, 1-2. 6-8
Moisés habló al pueblo, diciendo: Y
ahora, Israel, escucha los preceptos y las leyes que yo les enseño para que las
pongan en práctica. Así ustedes vivirán y entrarán a tomar posesión de la
tierra que les da el Señor, el Dios de sus padres. No añadan ni quiten nada de
lo que yo les ordeno. Observen los mandamientos del Señor, su Dios, tal como yo
se los prescribo. Obsérvenlos y pónganlos en práctica, porque así serán sabios
y prudentes a los ojos de los pueblos, que al oír todas estas leyes, dirán:
“¡Realmente es un pueblo sabio y prudente esta gran nación!”. ¿Existe acaso una
nación tan grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro
Dios, está cerca de nosotros siempre que lo invocamos? ¿Y qué gran nación tiene
preceptos y costumbres tan justas como esta Ley que hoy promulgo en presencia
de ustedes?
Palabra de Dios.
Salmo
14, 2-5
R.
Señor, ¿quién habitará en tu Casa?
El que procede rectamente y practica la
justicia; el que dice la verdad de corazón y no calumnia con su lengua. R.
El que no hace mal a su prójimo ni
agravia a su vecino, el que no estima a quien Dios reprueba y honra a los que
temen al Señor. R.
El que no se retracta de lo que juró,
aunque salga perjudicado. El que no presta su dinero a usura ni acepta soborno
contra el inocente. El que procede así, nunca vacilará. R.
II
LECTURA
¿Qué
efecto produce en nosotros la Palabra de Dios? Hace que nos movamos hacia las
obras buenas y, en especial, que tomemos en cuenta a los más desposeídos y
necesitados. Pidamos al Espíritu Santo que suscite en nosotros, con creatividad
y decisión, la forma de poner en práctica la Palabra de Dios.
Lectura
de la carta de Santiago 1, 17-18. 21b-22. 27
Queridos hermanos: Todo lo que es bueno
y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre de los astros luminosos,
en quien no hay cambio ni sombra de declinación. Él ha querido engendrarnos por
su Palabra de verdad, para que seamos como las primicias de su creación.
Reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes, que es capaz de
salvarlos. Pongan en práctica la Palabra y no se contenten solo con oírla, de
manera que se engañen a ustedes mismos. La religiosidad pura y sin mancha
delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las
viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con el mundo.
Palabra de Dios.
ALELUYA Sant 1, 18
Aleluya. El Padre ha querido
engendrarnos por su Palabra de verdad, para que seamos como las primicias de su
creación. Aleluya.
EVANGELIO
Jesús
se vuelve radicalmente contra las leyes y las tradiciones que no están
enraizadas en el centro del mandamiento del amor a Dios y al prójimo, sino
originadas simplemente por egocentrismo “humano” y que buscan ventajas
personales a costa de los demás. Con mayor razón, Jesús condena el fingimiento
y la falsedad de las personas que buscan fundamentar esas ventajas “en nombre
del templo”, es decir, de la fe. Definitivamente, lo más importante es educar
el propio corazón en lo principal: el amor a Dios y al prójimo.
✜
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23
Los fariseos con algunos escribas
llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus
discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en
efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las
manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no
comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a
las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las
jarras, de la vajilla de bronce y de las camas. Entonces los fariseos y los
escribas preguntaron a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo
con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos
impuras?”. Él les respondió: “¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en
el pasaje de la Escritura que dice: “Este pueblo me honra con los labios, pero
su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan
no son sino preceptos humanos”. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios,
por seguir la tradición de los hombres”. Y Jesús, llamando otra vez a la gente,
les dijo: “Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra
en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del
hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen
las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los
adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la
envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas
proceden del interior y son las que manchan al hombre”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS
Una religión de amor y no de leyes
El pueblo de Israel pensaba que con el
solo cumplimiento externo de la ley, podrían salvarse. Nada les decía lo que
tenían en su interior, en su corazón, en sus actitudes… Solamente la fiel
observancia de la ley de Moisés podía obtenerles la salvación.
Pero Jesús quiere una religión distinta,
una religión de personas libres, frente a una religión judía, caracterizada por
el formalismo en la que todo estaba perfectamente determinado, desde la anchura
de las filacterias y colgantes que llevaban en sus atuendos, hasta los pasos
que se podían recorrer en el sábado. Y Jesús se empeña en enseñar a los suyos
que todas esas prescripciones para nada constituyen el meollo de la relación
que cada uno debe tener con Dios, tal como él la entiende y vino a explicarla a
la tierra.
El relato evangélico de hoy refleja uno
de los momentos en que Jesús pone de relieve este estilo de hombre libre frente
a la norma estricta, que deberá caracterizar al que quiera ser discípulo del
Maestro.
Y los fariseos, en su afán de ridiculizar
a Jesús, enfrentándolo con su pueblo, tenían montado un tinglado de espionaje a
su alrededor para ver si cumplía con lo preceptuado en la ley mosaica.
Con ese planteamiento, nos situamos en
el evangelio que acabamos de leer en este domingo. Todo un encadenamiento de
situaciones conflictivas a las que conduce una religión que se fija solo en las
leyes y en lo externo… no es de extrañar que Jesús recuerde lo que decía el
profeta Isaías: “este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos
de mi…”
En el fondo, lo que Jesús quería dejar
en manifiesto, era toda su concepción de la vida religiosa de la que los
fariseos, y así lo practicaban y enseñaban, se habían formado un concepto
erróneo.
Hoy también hay muchos cristianos que
reducen su vivencia religiosa, su fe… a lo meramente externo, que se limitan a
cumplir ritos, obligaciones, prácticas… y que piensan que con su cumplimiento
ya realizan lo que Dios espera de ellos. Y aún más, que desde esa atalaya
juzgan a todos los demás cristianos.
Sí que es cierto que no se trata de
ignorar y abandonar toda práctica religiosa o dejar de lado los signos
externos. Hay prácticas que, a veces, tanto significan en ciertos ambientes,
pero que no pueden convertirse en la esencia de nuestra vivencia religiosa,
porque ellas no son suficientes para justificar nuestra fe personal. Es preciso
formar e informar, dar vida, calor y color a nuestra vivencia externa para que
sirva de provecho a aquellos que lo viven y a los que están a nuestro
alrededor… porque debemos predicar con el ejemplo.
Jesús quiere vida y nosotros con
frecuencia sólo le damos ritos: “dejáis a un lado el mandamiento de Dios para
aferraros a la tradición de los hombres”.
Es, precisamente el apóstol Santiago,
quien hoy, en la segunda lectura, nos exhorta a “llevar a la práctica la
palabra, no limitándonos a escucharla, engañándonos a nosotros mismos”.
Y llevar a la práctica la palabra de
Dios es obrar conforme a su querer… El mismo apóstol cita unas cuantas obras de
misericordia, pero ¡cuántas podríamos añadir…! es entregar a Dios nuestro
corazón en la fe y en el amor.
No olvidemos que la vida cristiana está
basada en el amor, y en vez de minucias y legalismos pide verdad, justicia y
amor, porque “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado”
(Mc 2,27).
La palabra de Dios que se nos ofrece es
un regalo que nos viene de lo alto y a nosotros nos toca meditarla para cambiar
de mentalidad y de conducta, porque todos hemos vivido y vivimos ¿algo… mucho?
de ritualismo, pero ojalá sepamos “ver más con el corazón”, de lo contrario…
seguimos con las apariencias.
ESTUDIO
BÍBLICO
Iª Lectura: Deuteronomio (4,1-8): La
grandeza de los mandamientos
I.1. El libro del Deuteronomio, que es
uno de los más famosos de la Torá judía, el Pentateuco cristiano, nos ofrece
una bella lectura que nos habla de la grandeza de los mandamientos de Dios. Este
libro tuvo una historia muy movida, ya que parece que estuvo escondido (al
menos una parte) en el Templo de Jerusalén por miedo a las actitudes
antiproféticas de algún rey de Judá, hasta que Josías (s. VII a. C), un gran
rey, abrió las puertas de la reforma religiosa. Entonces, los círculos
proféticos volvieron sus ojos a este libro, que recogía tradiciones religiosas
muy importantes.
I.2. La lectura de hoy era el comienzo
del libro en aquella época y se invita al pueblo a considerar con sabiduría los
mandamientos de Dios. Porque los mandamientos no deben ser considerados como
prohibiciones, sino como la forma en que Dios está cerca de su pueblo y por
ello éste debe escucharlo, servirlo y buscarlo. La lectura nos invita, pues, a
no avergonzarnos de los mandamientos cuando en ellos se expresa su voluntad
salvífica. Es verdad que los mandamientos se entienden, a veces, en sentido
demasiado legalista y, entonces, a algunos, les parecen insoportables. Y será
Jesús quien libere los mandamientos de Dios de ser una carga pesada, con objeto
de acercar a Dios a todos nosotros.
IIª Lectura: Santiago (1,17-27): Abrirse
a los dones divinos
II.1. La carta de Santiago recoge la
enseñanza de los dones de Dios. Su comparación con los astros del cielo que se
eclipsan en momentos determinados, no afecta al Padre de las luces. Es un texto
lleno de claves sapienciales en la mejor tradición de la teología judía. Dios
ha querido darnos los dones verdaderos y se revelan, para el autor de la carta,
en la palabra de Dios.
II.2. Valoramos aquí una legítima
teológica de la palabra, ya que en ella está la salvación. Es una palabra que
opera la salvación de nuestro corazón y de nuestras mentes. Es verdad que pide,
para que pueda salvarnos, ponerla en práctica. Sabemos que la carta de Santiago
es de una efectividad incomparable, como sucede en su discusión sobre la fe y
las obras. ¿Cómo es posible ponerla en práctica? Atendiendo a los que nos
necesitan: a los huérfanos, viudas y los que no tienen nada. Y eso, por otra
parte, es la verdadera religión, es decir, la verdadera adoración de Dios.
Evangelio: Marcos (7,1-23): La voluntad
de Dios humaniza
III.1. El evangelio, después de cinco
domingos en que hemos estado guiados por Jn 6, retoma la lectura continua del
segundo evangelio. El tema es la oposición entre mandamientos de Dios y
tradiciones humanas. La cuestión es muy importante para definir la verdadera
religión, como se ha puesto de manifiesto en la carta de Santiago. El pasaje se
refiere a la pregunta que los fariseos (cumplidores estrictos de la tradiciones
de los padres) plantean a Jesús, porque algunos seguidores suyos no se lavan
las manos antes de comer. La verdad es que esta es una buena tradición
sanitaria, pero convertida en precepto religioso, como otras, puede llegar a
ser alarmante. Es el conflicto entre lo esencial y lo que no lo es; entre lo
que es voluntad de Dios y lo que es voluntad de los hombres en situaciones
religiosas y sociales distintas.
III.2. Este conjunto de Mc 7,1-23 es
bastante complejo y apunta claramente a una redacción y unificación de
tradiciones distintas: unas del tiempo de Jesús y otras posteriores. Son dos
cuestiones las que se plantean: 1) la fidelidad a las tradiciones antiguas; 2)
el lavarse las manos. En realidad es lo primero más importante que lo segundo.
El ejemplo que mejor viene al caso es el de Qorbán (vv.9-13): el voto que se
hace a Dios de una cosa, por medio del culto, lo cual ya es sagrado e
intocable, si no irreemplazable. Si esto se aplica a algo necesario a los
hombres, a necesidades humanas y perentorias, parece un “contra-dios” que nadie
pueda dispensar de ello. Si alguien promete algo a Dios que nos ha de ser
necesario para nosotros y los nuestros en tiempos posteriores no tendría
sentido que se mantenga bajo la tradición del Qorbán. Los mismos rabinos
discutían a fondo esta cuestión. La respuesta de Jesús pone de manifiesto la
contradicción entre el Qorbán del culto y el Decálogo (voluntad de Dios),
citando textos de la Ley: Ex 20,12;21,17;Dt5,16;Lv 20,9). Dios, el Dios de
Jesús, no es un ser inhumano que quiera para sí algo necesario a los hombres.
Dios no necesita nada de esas cosas que se ponen bajo imperativos
tradicionales. La religión puede ser una fábrica inhumana de lo que Dios no
quiere, pero si lo quieren los que reemplazan la voluntad de Dios para imponer
la suya.
III.3. Los mandamientos de Dios hay que
amarlos, porque los verdaderos mandamientos de Dios son los que liberan
nuestras conciencias oprimidas. Pero toda religión que no lleva consigo una
dimensión de felicidad, liberadora, de equilibrio, no podrá prevalecer. Si la
religión, de alguna manera, nos ofrece una imagen de Dios, y si en ella no
aparece el Dios salvador, entonces los hombres no podrán buscar a ese Dios con
todo el corazón y con toda el alma. La especulación de adjudicar cosas que se
presentan como de Dios, cuando responden a intereses humanos de clases, de
ghettos, es todo un reto para discernir la cuestión que se plantea en el
evangelio de hoy. Esta es una constante cuando la religión no es bien
comprendida. Jesús lo deja claro: lo que mancha es lo que sale de un corazón
pervertido, egoísta y absurdo. La verdadera religión nace de un corazón abierto
y misericordioso con todos los hermanos. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
domingo, 23 de agosto de 2015
DOMINGO 21º DEL TIEMPO ORDINARIO
“Tú tienes
palabras de vida eterna”
La liturgia de los domingos anteriores
fijaba la atención en los signos que hacía Jesús: tomar, bendecir y repartir.
Signos propios eucarísticos del capítulo del Pan de Vida.
En este domingo, el evangelio invita a
manifestar públicamente las declaraciones de intenciones personales, familiares
y sociales (1ª lectura).
Las palabras de Jesús son un revulsivo
para el auditorio, crean una profunda crisis en el ambiente y obliga a los
presentes a tomar una decisión: revisar la hoja de ruta de las relaciones con
Dios y con los demás. Aceptar o rechazar a Cristo.
“¿También ustedes quieren irse?”, es la
pregunta de Jesús que tiene como respuesta el dicho de Pedro: ¿a quién vamos a
acudir?, y el de los israelitas: “Lejos de nosotros abandonar al Señor” y
recordatorio de la Alianza: “Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo”.
Las preguntas de Josué y de Jesús,
sirven para desenmascarar las ambigüedades en la relación con Dios y el
prójimo.
El miedo a lo desconocido, al futuro, a
la libertad y la responsabilidad que conlleva, obligan al cristiano de
“siempre” a sumarse, al menos numéricamente, al seguimiento del Señor Jesús.
En cada historia está la presencia
amorosa de Dios, (relación familiar, 2ª Lect.) y que para encontrarla basta con
hacer un alto en el camino, repasar el paso histórico de Dios en la vida y
asentir dicha presencia aceptando el modo de hablar de Cristo y responderle
como Pedro: “Tú tienes palabras de vida eterna”.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
En
el antiguo contexto politeísta, había muchos dioses para elegir. ¿Por qué elegir
entonces al Señor Yavéh? En la respuesta del pueblo, aparece la historia de
liberación; ellos ya tienen experiencia de quién es este Dios. Así, la Alianza
es un pacto con este Dios al cual conocemos no por haber oído de él, sino por
haber experimentado su presencia y sus acciones. Por esta experiencia podemos
decir que este es el Dios que libera.
Lectura
del libro de Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b
Josué reunió en Siquém a todas las
tribus de Israel, y convocó a los ancianos de Israel, a sus jefes, a sus jueces
y a sus escribas, y ellos se presentaron delante del Señor. Entonces Josué dijo
a todo el pueblo: “Si no están dispuestos a servir al Señor, elijan hoy a quién
quieren servir: si a los dioses a quienes sirvieron sus antepasados al otro
lado del Río, o a los dioses de los amorreos, en cuyo país ustedes ahora
habitan. Yo y mi familia serviremos al Señor”. El pueblo respondió: “Lejos de
nosotros abandonar al Señor para servir a otros dioses. Porque el Señor,
nuestro Dios, es el que nos hizo salir de Egipto, de ese lugar de esclavitud, a
nosotros y a nuestros padres, y el que realizó ante nuestros ojos aquellos
grandes prodigios. Él nos protegió en todo el camino que recorrimos y en todos
los pueblos por donde pasamos. Por eso, también nosotros serviremos al Señor,
ya que él es nuestro Dios”.
Palabra de Dios.
Salmo
33, 2-3. 16-23
R.
¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
Bendeciré al Señor en todo tiempo, su
alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo
oigan los humildes y se alegren. R.
Los ojos del Señor miran al justo y sus
oídos escuchan su clamor; pero el Señor rechaza a los que hacen el mal para
borrar su recuerdo de la tierra. R.
Cuando ellos claman, el Señor los
escucha y los libra de todas sus angustias. El Señor está cerca del que sufre y
salva a los que están abatidos. R.
El justo padece muchos males, pero el
Señor lo libra de ellos. Él cuida todos sus huesos, no se quebrará ni uno solo.
R.
La maldad hará morir al malvado, y los
que odian al justo serán castigados; pero el Señor rescata a sus servidores, y
los que se refugian en él no serán castigados. R.
II
LECTURA
Estas
palabras tienen una fuerte carga de la organización patriarcal de la época,
donde el varón era considerado cabeza de familia. Sin embargo, al situar a
ambos cónyuges en la dinámica del amor cristiano, la carta impulsa a vivir las
relaciones familiares no desde la organización jerárquica, sino desde un
sentido comunitario y de reciprocidad.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 5, 21-33
Hermanos: Sométanse los unos a los
otros, por consideración a Cristo. Las mujeres a su propio marido como al
Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza y el
Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo. Así como la Iglesia está sometida a
Cristo, de la misma manera las mujeres deben respetar en todo a su marido. Los
maridos amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella
para santificarla. Él la purificó con el bautismo del agua y la palabra, porque
quiso para sí una Iglesia resplandeciente, sin mancha ni arruga y sin ningún
defecto, sino santa e inmaculada. Del mismo modo, los maridos deben amar a su
mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo. Nadie
menosprecia a su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida. Así hace
Cristo por la Iglesia, por nosotros, que somos los miembros de su Cuerpo. “Por
eso, el hombre dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer, y los dos
serán una sola carne”. Éste es un gran misterio: y yo digo que se refiere a
Cristo y a la Iglesia. En cuanto a ustedes, cada uno debe amar a su propia
mujer como a sí mismo, y la esposa debe respetar a su marido.
Palabra de Dios.
ALELUYA cf Jn 6, 63. 68
Aleluya. Tus palabras, Señor, son
Espíritu y Vida; tú tienes palabras de Vida eterna. Aleluya.
EVANGELIO
¿Qué
nos llevará a optar entre seguir a Jesús o dejarlo? Pedro, en nombre de los
Doce, responde desde su profunda convicción: no hay otro en quien encontrar
palabras de Vida Eterna. Muchas otras palabras que se dicen por ahí, solo traen
tristeza y muerte. Pero nosotros optamos por estar con Jesús y seguir
alimentándonos con su palabra sanadora y salvadora.
✜
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan 6, 60-69
Después de escuchar la enseñanza de
Jesús, muchos de sus discípulos decían: “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede
escucharlo?”. Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo:
“¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre
subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada
sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes
algunos que no creen”. En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes
eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: “Por eso
les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede”. Desde
ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de
acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: “¿También ustedes quieren
irse?”. Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras
de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS.
“Este
modo de hablar es inaceptable”
Hoy en día muchos modos de hablar (por
no decir todos) son “aceptables” dando como fruto pérdida de credibilidad en la
palabra y de falta de coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
La confianza, consecuencia lógica de la
coherencia entre dicho y hecho, mide el índice de adhesión a una causa,
fortalece la fe en ella y aumenta el creer.
Los signos que Jesús hacía (y no
olvidemos que sigue haciéndolos hoy) no bastó para que le siguieran sin dudas.
En el mundo de hoy el ruido, externo e
interno (éste de manera más intensa) ahogan la palabra y consecuentemente la
confianza y la credibilidad en ella.
Muchos, que dicen ser cristianos, no
oyen ni escuchan esa palabra de Dios y no se plantean ni aceptarla ni
rechazarla.
La escucha atenta (léase
oración-estudio) del modo de hablar de Dios, origina en el oyente confianza en
la persona que habla (Jesús y Josué) y en aquello que dice. Rompe la
indiferencia.
En algún momento de la vida hay un Siquén
donde se tiene forzosamente que tomar conciencia (individual y
comunitariamente) de la liberación de toda esclavitud por medio de los “grandes
signos” de ternura y misericordia de Dios y dar una respuesta consecuente a la
pregunta “¿también vosotros queréis marcharos?” respondiendo “lejos de nosotros
abandonar al Señor”, pues “Tú tienes palabras de vida eterna”.
No es tanto en el plano intelectual
donde existe la dificultad de respuesta a las cuestiones del Señor, sino en el
plano moral, en la demanda moral de Cristo, que obliga al cristiano a aceptar
algo que puede (mejor dicho, casi seguro) complicarle la vida de manera
existencial. La confianza en las palabras de Jesús, el paso de su vida por la
historia del discípulo, impulsan a éste a un verdadero salto mortal, (con
tentaciones de vacío) que únicamente al hacerlos vida compartida, notará apoyo
en tierra firme en el salto.
El cristiano puede y debe ser fiel y
leal con Dios; puede vivir con dignidad, a pesar de su debilidad; puede vivir
bien la vocación que Dios le ha dado; puede ir alcanzando poco a poco la
santidad, a la que está llamado. Con sus solas fuerzas, no puede, con la ayuda,
que Dios, sí.
Decidido firmemente a no abandonar al
Señor, el cristiano ha de evaluar periódicamente su hoja de ruta y corregir los
desvíos que el mundanal ruido haya podido introducir. Revisar periódicamente la
relación con Dios, la calidad de los lazos familiares, el comportamiento ético
y moral, la solidaridad con los más necesitados, es no servir a dioses extranjeros
y sí vivir el evangelio del espíritu que da vida.
“Tú tienes palabras de vida eterna;
nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios” y por ello
nuestra fe, la de la Iglesia, es una fe creativa, amasada con la humildad y la
docilidad, que nos hace decir como a los israelitas “nosotros serviremos al
Señor” (Josué, 24, 18).
La respuesta sincera de Pedro es señal
inequívoca de un conocimiento profundo del apóstol hacia el Maestro. No son
palabras huecas las de Jesús, a pesar de la dificultad de entenderlas, sino
palabras que se prenden en esa hoja de ruta para convertirlas en normas de
vida.
La convivencia con Jesús abre el
misterio de Dios a la humanidad para engendrar vida en el mundo de la misma
manera que el amor conyugal fundado en el amor de Cristo a su Iglesia (2ª
Lect.) engendra vida en el mundo.
Cristo es el único que puede darnos el
verdadero propósito para nuestra vida, si es aceptado y desarrollado por la
moción del Espíritu de Dios en cada uno de nosotros.
Es necesario tomar una decisión
fundamentada en la propia experiencia. Muchos abandonan lo religioso porque
piensan que les irá mejor.
Y tú, ¿también quieres marcharte?
O ¿sigues a Cristo porque no tienes a
quién acudir?
En cualquiera de los casos Él es la vida
eterna.
ESTUDIO
BÍBLICO.
La Eucaristía, Pacto de Vida
Iª
Lectura: Josué (24,1-18): Israel en las manos de Dios
I.1. La primera lectura nos habla del
famoso pacto de Siquén en el que el sucesor de Moisés al frente del pueblo
liberado de la esclavitud de Egipto, y ya introducido y poseedor de la tierra
prometida, convoca a todas las tribus para hacer un pacto, una alianza con
Yahvé. ¿Por qué? Cuando los israelitas llegaron a Canaá se encuentran con que
sus habitantes tienen sus dioses, sus santuarios, lo cual ha de influir
bastante en los advenedizos; no se cambia de la noche a la mañana una cultura
religiosa acendrada en la situación social y antropológica de ese pequeño
territorio. Este pacto, desde luego, es presentado en la Biblia como el
prototipo de la unidad de tribus, cada una de las cuales tenía sus intereses
sociales y políticos; e incluso, lo más probable, es que no todas las tribus
hubieran tenido la experiencia de la esclavitud de Egipto y del paso por el
desierto.
I.2. Habría que considerar en el marco
de la lectura de este texto de Josué una serie de propuestas sobre el origen de
“Israel” en la tierra prometida, que hoy se proponen desde la arqueología y
desde un planteamiento de sociología religiosa. Se ha llegado a hablar que el
origen de Israel en Palestina es el fruto de una “revuelta campesina” (cito los
autores más famosos: G. Mendenhall y N. K. Gottwald) que se ha trasmitido a la
posteridad bajo un pacto religioso de las tribus para dar coherencia y unidad.
No quiere decir que las tesis tradicionales de la Biblia: un grupo de esclavos
que sale de Egipto bajo el liderazgo de Moisés se deba descartar. Pero la forma
en que la Biblia narra las cosas no han de ser aceptadas sin tener en cuenta
los datos de la arqueología, la antropología y la sociología religiosa. La
Biblia ha escrito su “historia” desde arriba, desde el proyecto de Dios, eso es
lo importante. Pero eso no significa que “Israel” sea un puro proyecto divino
en sus pormenores.
I.3. El autor de este relato quiere
decir que la unidad de las tribus había que conseguirla con un pacto religioso
con el que se comprometían en servir a Yahvé y abandonar a los dioses cananeos.
Es lo que algunos han llamado la “anfictionía” a imagen de lo que se conoce de
Grecia e Italia, en torno a un santuario común. No está claro este asunto y hoy
es históricamente menos interesante. Lo que importa para el autor deuteronomista,
es el reto constante de la religión de Israel, nunca conseguido, como combaten
frecuentemente los profetas y los encargados de la ortodoxia religiosa de
Israel y Judá. El texto de hoy es propio de una escuela teológico-catequética,
llamada deuteronomista (porque se inspira en el libro de Deuteronomio),
idealizando los orígenes y las fidelidades del pueblo a su Dios. Es una
propuesta, además, de futuro: sólo Dios puede salvar a su pueblo en todas las
situaciones. ¿Es eso así? Para un pueblo que ha construido su vida en torno a
Yahvé como identidad no es y no debe ser nada extraño. Desde el punto de vista
teológico y espiritual tener confianza (emunah) en Dios es decisivo.
IIª
Lectura: Efesios (5,21-32): La familia cristiana vive en el amor de entrega
II.1. La segunda lectura es uno de los
textos más expresivos y polémicos del NT, ya que el simbolismo de la cabeza y
el cuerpo (Cristo y la Iglesia), aplicado a las relaciones hombre y mujer en el
matrimonio, ha dado mucho que hablar en estos tiempos de reivindicaciones de
los derechos de la mujer. Pero este texto no está escrito en esos términos
polémico-reivindicativos. Se trata de hacer una lectura de la familia
(técnicamente se le conoce como «código familiar») aplicando los principios de
la eclesiología: la Iglesia no es nada sin su Señor, que ha dado su vida por
ella. Eso no es lo mismo en el matrimonio, donde hombre y mujer están en el
mismo plano de igualdad, pero donde cada uno desempeña su papel y su misión. La
sumisión es de uno a otro si se entiende positivamente, ya que en el matrimonio
no hay sumisión, sino entrega mutua.
II.2. Pues a pesar de todo, como el
prototipo de esta forma de hablar es el romance de Cristo con su Iglesia, el
matrimonio debe entenderse así en su realidad radical; es un romance de amor,
de entrega, de generosidad, de dar la vida el uno por el otro, como Cristo y la
Iglesia. Este romance de amor tiene todo su sentido si el amor de los esposos toma
como prototipo el de Cristo a su Iglesia. Quiere eso decir que el amor del que
aquí se habla no es el erótico, ni el de pura amistad, ni siquiera el amor
“familiar” que es un amor específico. Los cristianos viven, pueden vivir todos
esos amores, sin duda, y los necesitan. Pero el que da sentido al matrimonio
“cristiano” es el amor de entrega absoluta a ejemplo de cómo Cristo se ha
entregado por la Iglesia.
Evangelio:
Juan (6,60-69): Eucaristía y vida
III.1. El evangelio del día es la última
parte del capítulo sobre el pan de vida y la eucaristía. Como momento
culminante, y ante las afirmaciones tan rotundas de la teología joánica sobre
Jesús y la eucaristía, la polémica está servida ante los oyentes que no aceptan
que Jesús pueda dar la vida eterna. Se habla, incluso, de discípulos que,
escandalizados, abandonan a Jesús. Deberíamos entender, a su vez, que abandonan
la comunidad que defendía esa forma de comunicación tan íntima de la vida del
Señor resucitado. Pero la eucaristía es solamente un anticipo, no es toda la
realidad de lo que nos espera en la comunión con la vida de Cristo. Por ello se
recurre al símil del Hijo del hombre que ha de ser glorificado, como nosotros
hemos de ser resucitados.
III.2. Ahora, el autor o los autores, se
permite una contradicción con las afirmaciones anteriores de la “carne”: “el
Espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada”. Nunca se han podido
explicar bien estas palabras en todo el contexto del discurso de pan de vida,
donde la identidad “carne” es el equivalente a la vida concreta que vivimos en
este mundo. Es la historia del Hijo del hombre, de Jesús, en este mundo. ¿Por
qué ahora se descarta en el texto? Porque en este final del discurso se carga
el horizonte de acentos escatológicos, de aquello que apunta a la vida después
de la muerte, a la resurrección y la vida eterna. Y la vida eterna, la de la
resurrección, no es como vivir en este mundo y en esta historia. Tiene que ser
algo nuevo y “recreado”. Es una afirmación muy en la línea de 1Cor 15,50: “la
carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos”.
III.3. Este es uno de los grandes
valores de la eucaristía cristiana y en este caso de la teología joánica. La
Eucaristía no se celebra desde la memoria del pasado solamente: la muerte de
Jesús en la cruz. Es también un sacramento escatológico que adelanta la vida
que no espera tras la muerte. Esto es lo admirable de la eucaristía. Jesús,
pues, les pide a sus discípulos, a los que le quedan, si están dispuestos a
llegar hasta el final, a estar con El siempre, más allá de esta vida. E incluso
les da la oportunidad de poderse marchar libremente. Las palabras de Pedro, que
son una confesión de fe en toda regla, descubren la verdadera respuesta
cristiana: ¿A dónde iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! Todo esto
acontece en la eucaristía cuando se celebra como mímesis real y verdadera de lo
que Jesús quiere entregar a los suyos, por ello es un pacto de vida eterna. (Fray Miguel de Burgos Núñez O. P.).
domingo, 16 de agosto de 2015
DOMINGO 20º DEL TIEMPO ORDINARIO
Jesús en numerosas ocasiones aparece en
el Evangelio compartiendo la mesa con la gente sencilla y con los pecadores. Se
mezcla con la gente del pueblo y comparte su vida. Por eso es criticado por
aquellos que se creen mejores que los demás. Pero Jesús ha venido a curar y a
traer la salvación a los pequeños, a los débiles y a los pecadores que se
sienten necesitados del amor incondicional de Dios. Un amor que se manifiesta
en el Jesús que comparte con ellos el pan, el vino.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
La
sabiduría de Dios es como un alimento nutritivo y el vino gustoso. Podemos
saborear este don de Dios, que nos hace conocerlo no como fórmula teórica, sino
desde la experiencia. Nuestra vida se renueva y se energiza con el pan y el
vino de la sabiduría.
Lectura
del libro de los Proverbios 9, 1-6
La Sabiduría edificó su casa, talló sus
siete columnas, inmoló sus víctimas, mezcló su vino, y también preparó su mesa.
Ella envió a sus servidoras a proclamar sobre los sitios más altos de la ciudad:
“El que sea incauto, que venga aquí”. Y al falto de entendimiento, le dice:
“Vengan, coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé. Abandonen la
ingenuidad, y vivirán, y sigan derecho por el camino de la inteligencia”.
Palabra de Dios.
Salmo
33, 2-3. 10-15
R.
¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
Bendeciré al Señor en todo tiempo, su
alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor; que lo
oigan los humildes y se alegren. R.
Teman al Señor, todos sus santos, porque
nada faltará a los que lo temen. Los ricos se empobrecen y sufren hambre, pero
los que buscan al Señor no carecen de nada. R.
Vengan, hijos, escuchen: voy a
enseñarles el temor del Señor. ¿Quién es el hombre que ama la vida y desea
gozar de días felices? R.
Guarda tu lengua del mal, y tus labios
de palabras mentirosas. Apártate del mal y practica el bien, busca la paz y
sigue tras ella. R.
II
LECTURA
Cantar
los salmos, rezar oraciones y dar gracias a Dios con nuestros labios y nuestro
corazón, todo esto nos hace vivir unidos a él. De esta manera, nuestra vida se
santifica y no dejamos lugar para las cosas vanas.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 5, 15-20
Hermanos: Cuiden mucho su conducta y no
procedan como necios, sino como personas sensatas que saben aprovechar bien el
momento presente, porque estos tiempos son malos. No sean irresponsables, sino
traten de saber cuál es la voluntad del Señor. No abusen del vino que lleva al
libertinaje; más bien, llénense del Espíritu Santo. Cuando se reúnan, reciten
salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y celebrando al Señor de todo
corazón. Siempre y por cualquier motivo, den gracias a Dios, nuestro Padre, en
nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Palabra de Dios.
ALELUYA Jn 6, 5 6
Aleluya. “El que come mi carne y bebe mi
sangre permanece en mí y yo en él”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
“El pan de vida es el don de la salvación. Su
origen celestial nos asegura su fuerza salvífica. El hombre tiene acceso a ese
don, encarnado ahora en la persona de Jesús, siempre que crea en él. Las dos
expresiones –’el que viene a mí’ y ‘el que cree en mí’– son sinónimas. El
hambre y la sed se complementan como signos de la realidad humana en su finitud
y fragilidad. Lo que el hombre necesita para vivir lo recibe en el don del pan
de vida”.
✜
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan 6, 51-59
Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan
vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que
yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Los judíos discutían entre sí,
diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les
respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben
su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la
verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe
mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el
Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come
vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus
padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”. Jesús enseñaba
todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS
Los humanos necesitamos celebrar. La
celebración es parte de nuestra vida. Quien no siente la necesidad de celebrar
no podemos decir que está realmente vivo. Nos reunimos con las personas a las
que queremos y con las que compartimos nuestra alegría. Y todo lo celebramos
comiendo y bebiendo. Comer y beber con alguien no es cualquier cosa. Compartir
la mesa es signo de compartir la vida.
La comunidad de Jesús ha de ser una
comunidad en la que nos sintamos llamados a compartir la vida, teniéndole a él
como centro. Si no es así, no hemos entendido del todo el mensaje del Maestro.
En eso consiste buena parte de lo que significa ser discípulo.
Jesús en numerosas ocasiones aparece en
el Evangelio compartiendo la mesa con la gente sencilla y con los pecadores. Se
mezcla con la gente del pueblo y comparte su vida. Por eso es criticado por
aquellos que se creen mejores que los demás. Pero Jesús ha venido a curar y a
traer la salvación a los pequeños, a los débiles y a los pecadores que se
sienten necesitados del amor incondicional de Dios. Un amor que se manifiesta
en el Jesús que comparte con ellos el pan, el vino.
El Evangelio de hoy nos invita a pensar
en la Eucaristía. En la última cena Jesús manda a sus discípulos haced lo mismo
en memoria suya, hasta que vuelva. No les invita a un mero gesto cultual. De
los que se sientan con él a la mesa espera que entreguen la vida en el servicio
a los demás, como lo ha expresado de un modo plástico levantándose de la mesa,
quitándose el manto, arrodillándose ante cada uno y lavándoles los pies.
En el banquete de la Eucaristía, es
Jesús el que se nos da como pan y como vino, su cuerpo y su sangre que nos
alimenta a los creyentes. Comer su cuerpo y beber su sangre nos identifica con
él y nos da las fuerzas que necesitamos para hacer vida su palabra.
Acercarnos a comer su cuerpo y beber su
sangre puede parecernos algo incluso sencillo. Reconocemos que no somos dignos
de recibirle, como el centurión, en nuestra casa. Nos tenemos que acoger
siempre a su misericordia. Una misericordia que no tiene límites. Pero entrar
verdaderamente en comunión con Jesús significa comulgar con el Evangelio, nuevo
modo de ser y de vivir, que nos propone como un verdadero reto. Quien come y
bebe con Jesús, pero no comulga con la causa del Evangelio, sigue estando en
ayunas.
Comer y beber con Jesús nos hace entrar
en comunión con él y con los demás cristianos, formando un solo cuerpo: la
Iglesia comunidad. Es la Acción de Gracias de la que nos habla Pablo en la
carta a los cristianos de Éfeso. A ellos y a nosotros nos exhorta a celebrarla.
La Eucaristía es como el maná del nuevo
Pueblo de Dios, que camina hacia la plenitud del Reino. Es el mejor de los
alimento. Nos robustece en la fe con la fuerza del Espíritu, que nos anima en
el camino y el esfuerzo cotidiano.
Demasiadas veces hemos hecho de la
Eucaristía un simple acto de culto. Veneramos, adoramos… nos preocupamos por
seguir unas determinadas rúbricas, pero tal vez no celebramos en toda su
riqueza y plenitud.
Creo que tenemos la obligación de preguntarnos
el motivo por el que en nuestras Eucaristías cada vez hay más sitios vacíos.
¿Podemos siempre llamarlas con propiedad celebraciones de la fe? ¿Conectamos de
verdad con la necesitad celebrativa de los creyentes de hoy? ¿Sacian nuestra
hambre de Dios?
Los cristianos de nuestro siglo estamos
llamados a redescubrir juntos el significado profundo de la Eucaristía y la
dimensión que entraña de compromiso en la construcción del Reino. Los que
comemos y bebemos con Jesús nos sentimos comprometidos, como comunidad, en la
tarea de prolongar y actualizar su presencia salvadora y redentora en medio del
mundo y de la historia.
ESTUDIO
BÍBLICO
El Pan de Vida, sabiduría y donación de
resurrección
Iª
Lectura: Proverbios (9,1-6): El banquete de la Sabiduría
I.1. La primera lectura nos presenta a
la Sabiduría, casi personalizada, que ha preparado un banquete para inaugurar
una casa que, sobre siete columnas (número perfecto en la Biblia), es un
dechado de solidez y de inteligencia. La Sabiduría en el AT es la experiencia
más profunda de la vida. Es como Dios; su mejor asistente en todo lo que hace,
hasta el punto que en los extremos de monoteísmo de la religión judía debemos
entender que cuando se habla de la Sabiduría se está hablando de acciones
divinas, de lo que Dios hace con los que son inexpertos y los necios. Si se
fían de El asistirán a un banquete de vida.
I.2. El pan y el vino son los signos más
sencillos, los más reales para compartir lo mejor de la Sabiduría. Por lo tanto
es todo un canto, bajo el símbolo de un banquete, para compartir la vida de
Dios. Aunque no parezca un texto de tipo cultual, viene a ser una especie de
adelanto del banquete eucarístico. No es un banquete para sabios de este mundo
y según la inteligencia de este mundo, sino precisamente para los que con menos
capacidad se sienten en este mundo. Así es de generosa la Sabiduría, porque se
está hablando de la generosidad de Dios.
IIª
Lectura: Efesios (5,12-20): Vivir en la luz e iluminados
II.1. La segunda lectura es una
invitación a la comunidad, en primer lugar, a actuar como envuelta en la luz,
concretamente, en la luz de Cristo. Es un canto, pues, a Cristo luz en que
resuenan ciertos elementos del libro de Isaías (26,19; 51,17; 52,1; 60,1). Es
un canto que se cita como apoyo al planteamiento ético de cómo tienen que vivir
los cristianos, ya que han sido iluminados en el bautismo, y no pueden andar
por el mundo como personas que no tuvieran luz, ni sabiduría, ni Espíritu.
II.2. El tema de la sabiduría cristiana
es contemplado de nuevo como praxis de los que han sido bautizados y no pueden
vivir en el mundo de cualquier manera, cegados por lo que quita la razón, el
juicio y el discernimiento (por ello se usa el simbolismo negativo del vino, la
embriaguez como necedad), sino que deben estar abiertos a una esperanza en que,
unidos, alaban a su Dios con cánticos, himnos y salmos.
Evangelio:
Juan (6,51-58): La comunión de vida con el Hijo
III.1. El evangelio de Juan lleva a su
punto culminante del discurso del pan de vida, porque aparecen con un realismo
indiscutible los elementos sacramentales de la eucaristía. Es, probablemente,
el texto más explícito sobre este sacramento que se practicaba en la comunidad,
por el que probablemente eran criticados los cristianos. Juan no nos describe
la institución de la eucaristía en la última cena; por ello, los especialistas
han visto aquí el momento elegido por el evangelista para poner de manifiesto
sus ideas teológicas sobre este sacramento que hace a la comunidad. En este
momento se usa el verbo “trogein” (comer; en el tema del maná, en los
versículos anteriores, se ha usado el verbo fagein) que tiene un verdadero
sentido sacramental, ya que comer “la carne” y beber “la sangre” no pueden
hacerlo los humanos (está prohibido cf Lv 17,10) más que en sentido
simbólico-sacramental. El valor semítico del la palabra “carne” sirve para
designar la condición humana, la vida humana, del Hijo del Dios.
III.2. Nos encontramos ante la
radicalización del discurso de Cafarnaún: la carne, en este caso es lo mismo
que el cuerpo, y el cuerpo representa a la persona y la historia misma de Jesús
que se ha sacrificado y entregado por “el mundo”. El autor nos pone frente al
sacrificio redentor de la cruz, sin mencionarlo directamente, más que por medio
de “dar” o “entregar”. El sentido del “comer” al Hijo del hombre es una
expresión de muchos quilates que apunta a poseer su vida, su palabra, sus
opciones, sus sentimientos filiales. Este es el desarrollo lógico y teológico
de todo lo anterior, aunque bien ha podido ser añadido en un segundo momento de
la reflexión de este evangelio, que no se ha compuesto de una sola vez.
III.3. Es una comunión con su vida, esa
vida que entrega por todos los hombres y que en la eucaristía vuelve a entregar
como el resucitado. Si El Hijo vive por el Padre que le entrega su vida,
nosotros vivimos por Jesús que nos entrega la que ha recibido. Es todo, pues,
un misterio de donación el que acontece en la realización de la eucaristía. De
ahí que sea el sacramento que nos va resucitando día a día, para que la muerte
no sea nuestro destino, sino que nuestra meta es tener la vida que Jesús posee
ahora como Señor de la muerte. Ahí reside la sabiduría del misterio de la
eucaristía en la comunidad: ser una donación sin medida. En Juan este discurso
está en sintonía con el mismo misterio de la Encarnación. Es posible que muchas
expresiones muestren un “realismo” exagerado para explicar lo que siendo real,
se lleva a cabo de forma sacramental. Porque es real la donación de la vida. (Fray Miguel de Burgos Núñez O. P.).
martes, 11 de agosto de 2015
domingo, 9 de agosto de 2015
DOMINGO 19º DEL TIEMPO ORDINARIO
“El que cree tiene vida eterna”
Son muchas las dificultades que tenemos
que atravesar en la vida. Muchos desiertos, como el que atraviesa Elías.
Algunas pueden hacernos flaquear. Unas veces surgen de manera accidental, otras
veces son provocadas. Recordemos, especialmente hoy, a tantos cristianos en el
mundo que sufren desprecio, persecución y muerte a causa de su fe. La Palabra
de Dios que escuchamos hoy es una llamada a la esperanza.
La esperanza cristiana tiene su
fundamento en Jesucristo. No consiste en esperar con los brazos cruzados a que
“esta” vida acabe, aguantando lo que venga, para llegar a entrar en la “otra”.
Por la fe en Cristo vivimos ya, anticipadamente, la vida eterna, que es vivir
en Dios, vivir en el Amor.
Sólo en la medida en que nos dejamos
transformar aquí y ahora por el amor de Dios podemos vivir y transmitir
esperanza.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Elías
se sentía agotado, deprimido y desilusionado. Consideraba que su vida carecía
de sentido y que lo único que le quedaba era esperar la muerte. ¿No le pasa
algo similar a muchos hermanos o hermanas nuestros? ¿Podría pasarnos a
nosotros? Ante esto, debemos escuchar o anunciar la voz del Señor: “Anda,
camina”, y seguir adelante o ayudar a otro a caminar. En esa circunstancia,
está justamente el sentido de la propia vida.
Lectura
del primer libro de los Reyes 19, 1-8
El rey Ajab contó a Jezabel todo lo que
había hecho Elías y cómo había pasado a todos los profetas al filo de la
espada. Jezabel envió entonces un mensajero a Elías para decirle: “Que los
dioses me castiguen si mañana, a la misma hora, yo no hago con tu vida lo que
tú hiciste con la de ellos”. Él tuvo miedo, y partió en seguida para salvar su
vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su sirviente. Luego Elías caminó un
día entero por el desierto, y al final se sentó bajo una retama. Entonces se
deseó la muerte y exclamó: “¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no
valgo más que mis padres!”. Se acostó y se quedó dormido bajo la retama. Pero
un ángel lo tocó y le dijo: “¡Levántate, come!”. Él miró y vio que había a su
cabecera una galleta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió,
bebió y se acostó de nuevo. Pero el Ángel del Señor volvió otra vez, lo tocó y
le dijo: “¡Levántate, come, porque todavía te queda mucho por caminar!”. Elías
se levantó, comió y bebió, y fortalecido por ese alimento caminó cuarenta días
y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb.
Palabra de Dios.
Salmo
33, 2-9
R.
¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
Bendeciré al Señor en todo tiempo, su
alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo
oigan los humildes y se alegren. R.
Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos
su Nombre todos juntos. Busqué al Señor: Él me respondió y me libró de todos
mis temores. R.
Miren hacia él y quedarán
resplandecientes, y sus rostros no se avergonzarán. Este pobre hombre invocó al
Señor: Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R.
El Ángel del Señor acampa en torno de
sus fieles, y los libra. ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor! ¡Felices los que
en él se refugian! R.
II
LECTURA
Hermosos
consejos para vivir en comunidad y, por supuesto, en nuestras familias. Vivir
en Cristo debe modificar nuestros compartimientos y reacciones. No podemos
pasar por la vida como si nada hubiera ocurrido. Jesús nos salvó, y por eso
debemos vivir y anunciar esta vida nueva.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 4, 30—5, 2
Hermanos: No entristezcan al Espíritu
Santo de Dios, que los ha marcado con un sello para el día de la redención.
Eviten la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda
clase de maldad. Por el contrario, sean mutuamente buenos y compasivos,
perdonándose los unos a los otros como Dios los ha perdonado en Cristo. Traten
de imitar a Dios, como hijos suyos muy queridos. Practiquen el amor, a ejemplo
de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio
agradable a Dios.
Palabra de Dios.
ALELUYA Jn 6, 51
Aleluya. “Yo soy el pan vivo bajado del
cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
“Ese
pan bajado del cielo que al comienzo del relato se revela como el Pan de Vida
se revela finalmente como el Pan Vivo, el pan que actúa a favor del Cosmos. Ese
pan, para escándalo de aquellos que tenían miles de tabúes culturales y
precientíficos con relación a la sangre y a la carne, les anuncia para
escándalo de los buenos, piadosos y simpáticos lectores equivocados de las Escrituras
que será carne para Vida del Cosmos.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 41-51
Los judíos murmuraban de Jesús, porque
había dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”. Y decían: “¿Acaso este no es
Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede
decir ahora: ‘Yo he bajado del cielo?’”. Jesús tomó la palabra y les dijo: “No
murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me
envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los
Profetas: ‘Todos serán instruidos por Dios’. Todo el que oyó al Padre y recibe
su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de
Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida
eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y
murieron. Pero éste es el pan que desciende del cielo, para que aquél que lo
coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan
vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS.
Alimentar la esperanza
¿Qué puede llevar a un ser humano a
desear la propia muerte? Parece claro que nadie desea realmente morir. Lo que
deseamos es vivir en mejores condiciones. Pero cuando el dolor ensombrece por
completo nuestro corazón hasta el punto de no dejarnos ver salida alguna, es
entonces cuando podemos llegar a desear no haber nacido o incluso morir.
Elías, el gran profeta con quien algunos
compararon a Jesús, llega a verse en una situación de sufrimiento de estas
características. Las dificultades a las que se enfrenta son tan grandes que le
hacen perder toda esperanza. Tal es así, que le pide a Dios que le quite la
vida. No ha perdido la fe, pero sí la esperanza.
¿Qué hace Dios ante la angustia del ser
humano? Alimentar su esperanza. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
y lo salva de sus angustias”, nos dice el Salmo de hoy.
Elías es un “hombre de Dios” que ha
permanecido y permanece fiel a Él a pesar de la persecución que padece por los
adoradores de otros dioses (Baal). Precisamente su fidelidad a Dios le ha
llevado a esta situación extrema: huye porque Jezabel, seguidora de Baal y
esposa de Ajab, rey de Israel, ha ordenado su muerte. Se dirige al monte Horeb
(o Sinaí), al encuentro de Dios, buscando instintivamente en Él ayuda y
consuelo. Al fin y al cabo, está en esta situación por su causa. Pero en el
trayecto, a través del desierto, siente que le abandonan las fuerzas, como al
pueblo de Israel cuando Dios, por medio de Moisés, lo sacó de Egipto. Y, como
entonces, Dios permanece fiel. Envía un ángel, un mediador suyo, para que lo
alimente, recobre las fuerzas y pueda seguir caminando hacia su encuentro. Y lo
conseguirá, después de cuarenta días y cuarenta noches por el desierto. Un
episodio que recuerda las tentaciones de Jesús y también su angustia en
Getsemaní, con una diferencia: Jesús nunca perdió la esperanza.
¿Cómo
alimenta Dios nuestra esperanza? El evangelio de hoy nos responde.
Sed imitadores de Dios
Escuchamos a lo largo de estos domingos
el llamado discurso del pan de vida pronunciado por Jesús en la sinagoga de
Cafarnaúm y expuesto en el capítulo 6 del evangelio de San Juan. Como sabemos,
el evangelio de Juan tiene un estilo literario muy característico. A diferencia
de los sinópticos, Juan no narra la institución de la eucaristía en la última
cena. En su lugar introduce el relato del lavatorio de los pies, que también
tiene un fuerte significado eucarístico. A Juan no le interesa tanto el relato
de los hechos cuanto su significado. Por eso, su evangelio está repleto de
referencias implícitas al misterio de la eucaristía. El discurso del pan de
vida es una de ellas.
En el evangelio de hoy, Jesús se dirige
a personas que buscan la felicidad, que buscan una vida plenamente realizada en
Dios, pero que no acaban de creer en él y en su mensaje. Jesús les resulta
demasiado familiar como para creer que en él hay algo divino. Lo divino,
piensan, debería ser extraordinario, suprahumano. Por eso siguen esperando
signos y portentos. Pero están buscando a Dios donde nunca lo encontrarán.
Murmuran contra Jesús, como hicieran los
israelitas contra Moisés antes de recibir el maná enviado por Dios. Sus
críticas recuerdan también las que mencionan los sinópticos cuando Jesús
predica, esta vez, en la sinagoga de su propio pueblo, Nazaret: “¿No es éste el
carpintero, el hijo de María?” (Mc 6, 3). Jesús responde: el Padre me ha
enviado, yo conozco al Padre porque procedo de Dios y nadie puede venir a mí,
si no lo atrae el Padre.
El evangelio de Juan nos recuerda lo que
aparece en él como una constante: Dios es, en sí mismo, amor, relación de amor
entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En la última cena las palabras de
Jesús serán “nadie va al Padre sino por mí”, pero ahora nos está diciendo
“nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre” y “todo el que escucha lo que
dice el Padre y aprende viene a mí”. La reciprocidad es plena. No es ya un
ángel quien viene a visitarnos, como a Elías, sino Dios mismo que se ha hecho
compañero de camino. No es ya pan o maná el alimento que Dios envía, sino Dios
mismo entregándose para que tengamos vida plena. Así, por medio de Jesucristo,
es como Dios alimenta nuestra vida y nuestra esperanza.
San Pablo nos exhorta a ser imitadores
de Dios, que no es otra cosa que vivir en el amor. Alimentados con la misma
vida de Dios, que se nos da por Jesucristo, somos enviados a llevar esa misma
vida a los demás, enviados a hacerle presente en el mundo aliviando angustias y
alimentando esperanzas.
La vida eterna empieza aquí y ahora
Moisés y Elías representan la esencia de
la fe judía: la Ley y los profetas. Es característico en Juan contraponer
Antigua y Nueva Alianza mostrando cómo la Nueva se apoya en la Antigua pero la
supera. Jesús lleva a plenitud lo que Dios había comunicado a través de Moisés
y Elías. La liberación que alcanzamos por Jesús no es solamente una liberación
de la esclavitud, es la liberación plena: del pecado y de la muerte. Por eso
dice Jesús de quien va a él atraído por el Padre: “yo lo resucitaré el último
día”. Y las promesas de los profetas de que llegaría un tiempo mesiánico por
fin se han cumplido. Por eso Jesús cita un pasaje de Isaías referido a la nueva
Jerusalén: “Todos tus hijos serán discípulos de Yavé” (Is 54, 13).
Hay aquí algo muy importante que no se
nos puede escapar de ninguna de las maneras si no queremos desvirtuar
completamente el mensaje del Evangelio: “el que cree tiene vida eterna”.
Con idénticas palabras lo encontramos en
1 Jn 5, 13. Es así como San Juan expresa, con una elaboración teológica propia,
la idea de Reino de Dios que encontramos en los sinópticos. No hay que morir
para tener la vida eterna, no hay que morir para entrar en el Reino de Dios.
Quien cree en Jesucristo y, por lo tanto, vive desde el amor, ya está viviendo
anticipadamente una vida eterna, una vida nueva, transformada, que por la
resurrección llegará a plenitud.
El pan de vida es Jesús, que se da en la
eucaristía, en el pan y la Palabra cuando son acogidos desde la fe. Confiando
en Jesús, creyendo en él, ya vivimos una vida nueva, plena y eterna.
De
la sabiduría a la Eucaristía
Iª Lectura: 1Reyes (19,4-8): La fuerza
de Dios en el corazón del profeta
I.1. La primera lectura nos narra una de
las escenas más maravillosas y excepcionales del profeta Elías, el prototipo
del profetismo del Antiguo Testamento, quien en tiempo de Ajaz y la reina
fenicia Jezabel, su esposa (en el reino del norte, Israel), luchó a muerte por
el yahvismo (la religión judía) que la reina quería “sincretizar” con sus
creencias paganas. El profeta Elías, un defensor a ultranza del monoteísmo
(sólo existe un Dios, Yahvé, y ninguno más) y de sus exigencias éticas, se
enfrenta con la reina y sus lacayos. Sabemos que, en el fondo, es una guerra de
religión, un enfrentamiento de culturas, donde el profeta Elías había derrotado
a espada a los profetas de Baal (dios cananeo-fenicio) y eso le hace huir hacia
el Horeb, que es el monte Sinaí en una tradición bíblica.
I.2. Elías va al encuentro de las
verdaderas raíces del yahvismo, como podemos encontrar en Ex 19. El ángel de
Dios le anima, le pone un pan y agua para que prosiga en esta huida, como
Moisés, hacia el monte de Dios (en el Horeb), para beber en la verdadera fuente
del yahvismo. Hay mucho de simbólico en esta narración, como se ha reconocido
en la interpretación de los expertos. No todo lo que hay en la historia de
Elías y su lucha por el yahvismo es hoy aceptable desde el punto de vista
teológico, aunque defender los principios de una religión que se fundamenta en
la justicia, como hace Elías en otras ocasiones, sí es ejemplo de radicalidad.
Dios viene en ayuda del profeta, porque la lucha es “a muerte”. Defender una
causa justa en nombre de Dios, no es apologética o fundamentalismo, o no debe
serlo al menos, sino que es humanizar la religión.
IIª Lectura: Efesios (4,30-5,2): Dios,
inspirador de nuestra vida
II.1. La segunda lectura prosigue con la
exhortación a la vida nueva que lleva consigo el sello del Espíritu que deben
poseer los cristianos. Lo que el autor pide, como consecuencia de esta
identidad cristiana en el Espíritu, es determinante para conocer lo que hay que
hacer como cristianos; es lo que se llama la praxis: evitar la agresividad, el
rencor, la ira, la indignación, las injurias, y toda esa serie de maldades o
miserias.
II.2. La alternativa es ser imitadores
de Dios, es decir, bondadosos, compasivos y perdonadores. No es un imposible lo
que se propone en el sentido de que Él sea nuestra vara de medir, sino tener
los mismos sentimientos que Dios, como Padre, tiene con todos nosotros; así los
debemos tener los unos con los otros. Nos recuerda algunos aspectos del Cristo
joánico: como el Padre me ha amado, así os amo yo.
Evangelio: Juan (6,41-51): “Yo soy” el
pan de vida
III.1. El contraste entre la Ley del AT
y la persona de Jesús es una constante en el evangelio de Juan. Frente a la Ley
y su mundo, y especialmente frente a la interpretación y manipulación que
hacían los judíos, el evangelio propone a Jesús como verdadera “verdad” de la
vida. Por eso mismo, los autores de San Juan se inspiran en la Sabiduría divina
a la hora de interpretar el AT y de lo que Jesús ha venido hacer como Palabra
encarnada. En el AT se hablaba de la Sabiduría divina que habría de venir a
este mundo (cf Pro 1,20ss; 8; 9,1ss; Eclo 24,3ss.22ss; Sab 7,22-8,8; 9,10.17)
como Palabra para iluminar en enseñar la forma de llevar a cabo el proyecto
salvífico de Dios. Por eso mismo, en este discurso de Jn 6 se tienen muy en
cuenta estas tradiciones sapienciales como de más alto valor que el mismo cumplimiento
de los preceptos de la Ley. Y en Jn 6 se está pensando que Jesús, la Palabra
encarnada, es la realización de ese proyecto sapiencial de Dios.
III.2. El evangelio de hoy nos introduce
en un segundo momento del discurso del pan de vida. Como es lógico, Juan está
discutiendo con los «judíos» que no aceptan el cristianismo, y el evangelista
les propone las diferencias que existen, no solamente ideológicas, sino también
prácticas. Su cristología pone de manifiesto quién fue Jesús: un hombre de
Galilea, de Nazaret, hijo de José según se creía ¿cómo puede venir del cielo?
Es la misma oposición que Jesús encuentra cuando fue a Nazaret y sus paisanos
no lo aceptaron (Mc 6,1ss). Las protestas de los oyentes le da ocasión al Jesús
joánico, no de responder directamente a las objeciones, sino de profundizar más
en el significado del pan de vida (que al final se definirá como la
eucaristía). Pero ahí aparece una de las fórmulas teológicas joánicas de más
densidad: yo soy el pan de vida. Y así, el discurso sapiencial se hace discurso
eucarístico.
III.3. La presencia personal de Jesús en
la eucaristía, pues, es la forma de ir a Jesús, de vivir con El y de El, y que
nos resucite en el último día. El pan de vida nos alimenta, pues, de la vida
que Jesús tiene ahora, que es una vida donde ya no cabe la muerte. Y aunque se
use una terminología que nos parece inadecuada, como la carne, la «carne»
representa toda la historia de Jesús, una historia de amor entregada por
nosotros. Y es en esa historia donde Dios se ha mostrado al hombre y les ha
entregado todo lo que tiene. Por eso Jesús es el pan de vida. Harían falta
muchas más páginas para poder exponer todo lo que el texto del evangelio de hoy
proclama como “discurso de revelación”. El pan de vida, hace vivir. Esta es la
consecuencia lógica. Casi todos los autores reconocen que estamos ya ante la
parte eucarística de Jn 6.
III.4. Aparece aquí, además, uno de los
puntos más discutidos de la teología joánica: la escatología, que es
presentista y futura a la vez. La vida ya se da, ya se ha adelantado para los
que escuchan y “comen” la “carne” (participación eucarística”). Pero se dice, a
la vez, que será “en el último día”. Esto ha traído de cabeza a muchos a la
hora de definir qué criterios escatológicos se usan. Pero podemos,
simplificando, proponiendo una cosa que es muy importante. La vida que se nos
da en la eucaristía como participación en la vida, muerte y resurrección de
Jesús no es un simulacro de vida eterna, sino un adelanto real y verdadero.
Nosotros no podemos gustarla en toda su radicalidad por muchas circunstancias
de nuestra vida histórica. La eucaristía, como presencia de la vida nueva que
Jesús tiene como resucitado, es un adelanto sacramental en la vida eterna.
Tendremos que pasar por la muerte biológica, pero, desde la fe, consideramos
que esta muerte es el paso a la vida eterna. Y en la eucaristía se puede
“gustar” este misterio. (Fray Miguel de
Burgos Núñez O. P.).
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