domingo, 16 de agosto de 2015

DOMINGO 20º DEL TIEMPO ORDINARIO


“El que coma de este pan vivirá para siempre.”

Jesús en numerosas ocasiones aparece en el Evangelio compartiendo la mesa con la gente sencilla y con los pecadores. Se mezcla con la gente del pueblo y comparte su vida. Por eso es criticado por aquellos que se creen mejores que los demás. Pero Jesús ha venido a curar y a traer la salvación a los pequeños, a los débiles y a los pecadores que se sienten necesitados del amor incondicional de Dios. Un amor que se manifiesta en el Jesús que comparte con ellos el pan, el vino.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

La sabiduría de Dios es como un alimento nutritivo y el vino gustoso. Podemos saborear este don de Dios, que nos hace conocerlo no como fórmula teórica, sino desde la experiencia. Nuestra vida se renueva y se energiza con el pan y el vino de la sabiduría.

Lectura del libro de los Proverbios 9, 1-6

La Sabiduría edificó su casa, talló sus siete columnas, inmoló sus víctimas, mezcló su vino, y también preparó su mesa. Ella envió a sus servidoras a proclamar sobre los sitios más altos de la ciudad: “El que sea incauto, que venga aquí”. Y al falto de entendimiento, le dice: “Vengan, coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé. Abandonen la ingenuidad, y vivirán, y sigan derecho por el camino de la inteligencia”.
Palabra de Dios.

Salmo 33, 2-3. 10-15

R. ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!

Bendeciré al Señor en todo tiempo, su alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor; que lo oigan los humildes y se alegren. R.

Teman al Señor, todos sus santos, porque nada faltará a los que lo temen. Los ricos se empobrecen y sufren hambre, pero los que buscan al Señor no carecen de nada. R.

Vengan, hijos, escuchen: voy a enseñarles el temor del Señor. ¿Quién es el hombre que ama la vida y desea gozar de días felices? R.

Guarda tu lengua del mal, y tus labios de palabras mentirosas. Apártate del mal y practica el bien, busca la paz y sigue tras ella. R.

II LECTURA

Cantar los salmos, rezar oraciones y dar gracias a Dios con nuestros labios y nuestro corazón, todo esto nos hace vivir unidos a él. De esta manera, nuestra vida se santifica y no dejamos lugar para las cosas vanas.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 5, 15-20

Hermanos: Cuiden mucho su conducta y no procedan como necios, sino como personas sensatas que saben aprovechar bien el momento presente, porque estos tiempos son malos. No sean irresponsables, sino traten de saber cuál es la voluntad del Señor. No abusen del vino que lleva al libertinaje; más bien, llénense del Espíritu Santo. Cuando se reúnan, reciten salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y celebrando al Señor de todo corazón. Siempre y por cualquier motivo, den gracias a Dios, nuestro Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Jn 6, 5 6

Aleluya. “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”, dice el Señor. Aleluya.


EVANGELIO

 “El pan de vida es el don de la salvación. Su origen celestial nos asegura su fuerza salvífica. El hombre tiene acceso a ese don, encarnado ahora en la persona de Jesús, siempre que crea en él. Las dos expresiones –’el que viene a mí’ y ‘el que cree en mí’– son sinónimas. El hambre y la sed se complementan como signos de la realidad humana en su finitud y fragilidad. Lo que el hombre necesita para vivir lo recibe en el don del pan de vida”.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 51-59

Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”. Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS

Los humanos necesitamos celebrar. La celebración es parte de nuestra vida. Quien no siente la necesidad de celebrar no podemos decir que está realmente vivo. Nos reunimos con las personas a las que queremos y con las que compartimos nuestra alegría. Y todo lo celebramos comiendo y bebiendo. Comer y beber con alguien no es cualquier cosa. Compartir la mesa es signo de compartir la vida.

La comunidad de Jesús ha de ser una comunidad en la que nos sintamos llamados a compartir la vida, teniéndole a él como centro. Si no es así, no hemos entendido del todo el mensaje del Maestro. En eso consiste buena parte de lo que significa ser discípulo.

Jesús en numerosas ocasiones aparece en el Evangelio compartiendo la mesa con la gente sencilla y con los pecadores. Se mezcla con la gente del pueblo y comparte su vida. Por eso es criticado por aquellos que se creen mejores que los demás. Pero Jesús ha venido a curar y a traer la salvación a los pequeños, a los débiles y a los pecadores que se sienten necesitados del amor incondicional de Dios. Un amor que se manifiesta en el Jesús que comparte con ellos el pan, el vino.

El Evangelio de hoy nos invita a pensar en la Eucaristía. En la última cena Jesús manda a sus discípulos haced lo mismo en memoria suya, hasta que vuelva. No les invita a un mero gesto cultual. De los que se sientan con él a la mesa espera que entreguen la vida en el servicio a los demás, como lo ha expresado de un modo plástico levantándose de la mesa, quitándose el manto, arrodillándose ante cada uno y lavándoles los pies.

En el banquete de la Eucaristía, es Jesús el que se nos da como pan y como vino, su cuerpo y su sangre que nos alimenta a los creyentes. Comer su cuerpo y beber su sangre nos identifica con él y nos da las fuerzas que necesitamos para hacer vida su palabra.

Acercarnos a comer su cuerpo y beber su sangre puede parecernos algo incluso sencillo. Reconocemos que no somos dignos de recibirle, como el centurión, en nuestra casa. Nos tenemos que acoger siempre a su misericordia. Una misericordia que no tiene límites. Pero entrar verdaderamente en comunión con Jesús significa comulgar con el Evangelio, nuevo modo de ser y de vivir, que nos propone como un verdadero reto. Quien come y bebe con Jesús, pero no comulga con la causa del Evangelio, sigue estando en ayunas.

Comer y beber con Jesús nos hace entrar en comunión con él y con los demás cristianos, formando un solo cuerpo: la Iglesia comunidad. Es la Acción de Gracias de la que nos habla Pablo en la carta a los cristianos de Éfeso. A ellos y a nosotros nos exhorta a celebrarla.

La Eucaristía es como el maná del nuevo Pueblo de Dios, que camina hacia la plenitud del Reino. Es el mejor de los alimento. Nos robustece en la fe con la fuerza del Espíritu, que nos anima en el camino y el esfuerzo cotidiano.

Demasiadas veces hemos hecho de la Eucaristía un simple acto de culto. Veneramos, adoramos… nos preocupamos por seguir unas determinadas rúbricas, pero tal vez no celebramos en toda su riqueza y plenitud.

Creo que tenemos la obligación de preguntarnos el motivo por el que en nuestras Eucaristías cada vez hay más sitios vacíos. ¿Podemos siempre llamarlas con propiedad celebraciones de la fe? ¿Conectamos de verdad con la necesitad celebrativa de los creyentes de hoy? ¿Sacian nuestra hambre de Dios?

Los cristianos de nuestro siglo estamos llamados a redescubrir juntos el significado profundo de la Eucaristía y la dimensión que entraña de compromiso en la construcción del Reino. Los que comemos y bebemos con Jesús nos sentimos comprometidos, como comunidad, en la tarea de prolongar y actualizar su presencia salvadora y redentora en medio del mundo y de la historia.


ESTUDIO BÍBLICO

El Pan de Vida, sabiduría y donación de resurrección

Iª Lectura: Proverbios (9,1-6): El banquete de la Sabiduría

I.1. La primera lectura nos presenta a la Sabiduría, casi personalizada, que ha preparado un banquete para inaugurar una casa que, sobre siete columnas (número perfecto en la Biblia), es un dechado de solidez y de inteligencia. La Sabiduría en el AT es la experiencia más profunda de la vida. Es como Dios; su mejor asistente en todo lo que hace, hasta el punto que en los extremos de monoteísmo de la religión judía debemos entender que cuando se habla de la Sabiduría se está hablando de acciones divinas, de lo que Dios hace con los que son inexpertos y los necios. Si se fían de El asistirán a un banquete de vida.

I.2. El pan y el vino son los signos más sencillos, los más reales para compartir lo mejor de la Sabiduría. Por lo tanto es todo un canto, bajo el símbolo de un banquete, para compartir la vida de Dios. Aunque no parezca un texto de tipo cultual, viene a ser una especie de adelanto del banquete eucarístico. No es un banquete para sabios de este mundo y según la inteligencia de este mundo, sino precisamente para los que con menos capacidad se sienten en este mundo. Así es de generosa la Sabiduría, porque se está hablando de la generosidad de Dios.

IIª Lectura: Efesios (5,12-20): Vivir en la luz e iluminados

II.1. La segunda lectura es una invitación a la comunidad, en primer lugar, a actuar como envuelta en la luz, concretamente, en la luz de Cristo. Es un canto, pues, a Cristo luz en que resuenan ciertos elementos del libro de Isaías (26,19; 51,17; 52,1; 60,1). Es un canto que se cita como apoyo al planteamiento ético de cómo tienen que vivir los cristianos, ya que han sido iluminados en el bautismo, y no pueden andar por el mundo como personas que no tuvieran luz, ni sabiduría, ni Espíritu.

II.2. El tema de la sabiduría cristiana es contemplado de nuevo como praxis de los que han sido bautizados y no pueden vivir en el mundo de cualquier manera, cegados por lo que quita la razón, el juicio y el discernimiento (por ello se usa el simbolismo negativo del vino, la embriaguez como necedad), sino que deben estar abiertos a una esperanza en que, unidos, alaban a su Dios con cánticos, himnos y salmos.

Evangelio: Juan (6,51-58): La comunión de vida con el Hijo

III.1. El evangelio de Juan lleva a su punto culminante del discurso del pan de vida, porque aparecen con un realismo indiscutible los elementos sacramentales de la eucaristía. Es, probablemente, el texto más explícito sobre este sacramento que se practicaba en la comunidad, por el que probablemente eran criticados los cristianos. Juan no nos describe la institución de la eucaristía en la última cena; por ello, los especialistas han visto aquí el momento elegido por el evangelista para poner de manifiesto sus ideas teológicas sobre este sacramento que hace a la comunidad. En este momento se usa el verbo “trogein” (comer; en el tema del maná, en los versículos anteriores, se ha usado el verbo fagein) que tiene un verdadero sentido sacramental, ya que comer “la carne” y beber “la sangre” no pueden hacerlo los humanos (está prohibido cf Lv 17,10) más que en sentido simbólico-sacramental. El valor semítico del la palabra “carne” sirve para designar la condición humana, la vida humana, del Hijo del Dios.

III.2. Nos encontramos ante la radicalización del discurso de Cafarnaún: la carne, en este caso es lo mismo que el cuerpo, y el cuerpo representa a la persona y la historia misma de Jesús que se ha sacrificado y entregado por “el mundo”. El autor nos pone frente al sacrificio redentor de la cruz, sin mencionarlo directamente, más que por medio de “dar” o “entregar”. El sentido del “comer” al Hijo del hombre es una expresión de muchos quilates que apunta a poseer su vida, su palabra, sus opciones, sus sentimientos filiales. Este es el desarrollo lógico y teológico de todo lo anterior, aunque bien ha podido ser añadido en un segundo momento de la reflexión de este evangelio, que no se ha compuesto de una sola vez.

III.3. Es una comunión con su vida, esa vida que entrega por todos los hombres y que en la eucaristía vuelve a entregar como el resucitado. Si El Hijo vive por el Padre que le entrega su vida, nosotros vivimos por Jesús que nos entrega la que ha recibido. Es todo, pues, un misterio de donación el que acontece en la realización de la eucaristía. De ahí que sea el sacramento que nos va resucitando día a día, para que la muerte no sea nuestro destino, sino que nuestra meta es tener la vida que Jesús posee ahora como Señor de la muerte. Ahí reside la sabiduría del misterio de la eucaristía en la comunidad: ser una donación sin medida. En Juan este discurso está en sintonía con el mismo misterio de la Encarnación. Es posible que muchas expresiones muestren un “realismo” exagerado para explicar lo que siendo real, se lleva a cabo de forma sacramental. Porque es real la donación de la vida. (Fray Miguel de Burgos Núñez O. P.).


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