Jesús en numerosas ocasiones aparece en
el Evangelio compartiendo la mesa con la gente sencilla y con los pecadores. Se
mezcla con la gente del pueblo y comparte su vida. Por eso es criticado por
aquellos que se creen mejores que los demás. Pero Jesús ha venido a curar y a
traer la salvación a los pequeños, a los débiles y a los pecadores que se
sienten necesitados del amor incondicional de Dios. Un amor que se manifiesta
en el Jesús que comparte con ellos el pan, el vino.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
La
sabiduría de Dios es como un alimento nutritivo y el vino gustoso. Podemos
saborear este don de Dios, que nos hace conocerlo no como fórmula teórica, sino
desde la experiencia. Nuestra vida se renueva y se energiza con el pan y el
vino de la sabiduría.
Lectura
del libro de los Proverbios 9, 1-6
La Sabiduría edificó su casa, talló sus
siete columnas, inmoló sus víctimas, mezcló su vino, y también preparó su mesa.
Ella envió a sus servidoras a proclamar sobre los sitios más altos de la ciudad:
“El que sea incauto, que venga aquí”. Y al falto de entendimiento, le dice:
“Vengan, coman de mi pan, y beban del vino que yo mezclé. Abandonen la
ingenuidad, y vivirán, y sigan derecho por el camino de la inteligencia”.
Palabra de Dios.
Salmo
33, 2-3. 10-15
R.
¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
Bendeciré al Señor en todo tiempo, su
alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor; que lo
oigan los humildes y se alegren. R.
Teman al Señor, todos sus santos, porque
nada faltará a los que lo temen. Los ricos se empobrecen y sufren hambre, pero
los que buscan al Señor no carecen de nada. R.
Vengan, hijos, escuchen: voy a
enseñarles el temor del Señor. ¿Quién es el hombre que ama la vida y desea
gozar de días felices? R.
Guarda tu lengua del mal, y tus labios
de palabras mentirosas. Apártate del mal y practica el bien, busca la paz y
sigue tras ella. R.
II
LECTURA
Cantar
los salmos, rezar oraciones y dar gracias a Dios con nuestros labios y nuestro
corazón, todo esto nos hace vivir unidos a él. De esta manera, nuestra vida se
santifica y no dejamos lugar para las cosas vanas.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 5, 15-20
Hermanos: Cuiden mucho su conducta y no
procedan como necios, sino como personas sensatas que saben aprovechar bien el
momento presente, porque estos tiempos son malos. No sean irresponsables, sino
traten de saber cuál es la voluntad del Señor. No abusen del vino que lleva al
libertinaje; más bien, llénense del Espíritu Santo. Cuando se reúnan, reciten
salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y celebrando al Señor de todo
corazón. Siempre y por cualquier motivo, den gracias a Dios, nuestro Padre, en
nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Palabra de Dios.
ALELUYA Jn 6, 5 6
Aleluya. “El que come mi carne y bebe mi
sangre permanece en mí y yo en él”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
“El pan de vida es el don de la salvación. Su
origen celestial nos asegura su fuerza salvífica. El hombre tiene acceso a ese
don, encarnado ahora en la persona de Jesús, siempre que crea en él. Las dos
expresiones –’el que viene a mí’ y ‘el que cree en mí’– son sinónimas. El
hambre y la sed se complementan como signos de la realidad humana en su finitud
y fragilidad. Lo que el hombre necesita para vivir lo recibe en el don del pan
de vida”.
✜
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Juan 6, 51-59
Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan
vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que
yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. Los judíos discutían entre sí,
diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les
respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben
su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre
tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la
verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe
mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el
Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come
vivirá por mí. Éste es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus
padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”. Jesús enseñaba
todo esto en la sinagoga de Cafarnaún.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS
Los humanos necesitamos celebrar. La
celebración es parte de nuestra vida. Quien no siente la necesidad de celebrar
no podemos decir que está realmente vivo. Nos reunimos con las personas a las
que queremos y con las que compartimos nuestra alegría. Y todo lo celebramos
comiendo y bebiendo. Comer y beber con alguien no es cualquier cosa. Compartir
la mesa es signo de compartir la vida.
La comunidad de Jesús ha de ser una
comunidad en la que nos sintamos llamados a compartir la vida, teniéndole a él
como centro. Si no es así, no hemos entendido del todo el mensaje del Maestro.
En eso consiste buena parte de lo que significa ser discípulo.
Jesús en numerosas ocasiones aparece en
el Evangelio compartiendo la mesa con la gente sencilla y con los pecadores. Se
mezcla con la gente del pueblo y comparte su vida. Por eso es criticado por
aquellos que se creen mejores que los demás. Pero Jesús ha venido a curar y a
traer la salvación a los pequeños, a los débiles y a los pecadores que se
sienten necesitados del amor incondicional de Dios. Un amor que se manifiesta
en el Jesús que comparte con ellos el pan, el vino.
El Evangelio de hoy nos invita a pensar
en la Eucaristía. En la última cena Jesús manda a sus discípulos haced lo mismo
en memoria suya, hasta que vuelva. No les invita a un mero gesto cultual. De
los que se sientan con él a la mesa espera que entreguen la vida en el servicio
a los demás, como lo ha expresado de un modo plástico levantándose de la mesa,
quitándose el manto, arrodillándose ante cada uno y lavándoles los pies.
En el banquete de la Eucaristía, es
Jesús el que se nos da como pan y como vino, su cuerpo y su sangre que nos
alimenta a los creyentes. Comer su cuerpo y beber su sangre nos identifica con
él y nos da las fuerzas que necesitamos para hacer vida su palabra.
Acercarnos a comer su cuerpo y beber su
sangre puede parecernos algo incluso sencillo. Reconocemos que no somos dignos
de recibirle, como el centurión, en nuestra casa. Nos tenemos que acoger
siempre a su misericordia. Una misericordia que no tiene límites. Pero entrar
verdaderamente en comunión con Jesús significa comulgar con el Evangelio, nuevo
modo de ser y de vivir, que nos propone como un verdadero reto. Quien come y
bebe con Jesús, pero no comulga con la causa del Evangelio, sigue estando en
ayunas.
Comer y beber con Jesús nos hace entrar
en comunión con él y con los demás cristianos, formando un solo cuerpo: la
Iglesia comunidad. Es la Acción de Gracias de la que nos habla Pablo en la
carta a los cristianos de Éfeso. A ellos y a nosotros nos exhorta a celebrarla.
La Eucaristía es como el maná del nuevo
Pueblo de Dios, que camina hacia la plenitud del Reino. Es el mejor de los
alimento. Nos robustece en la fe con la fuerza del Espíritu, que nos anima en
el camino y el esfuerzo cotidiano.
Demasiadas veces hemos hecho de la
Eucaristía un simple acto de culto. Veneramos, adoramos… nos preocupamos por
seguir unas determinadas rúbricas, pero tal vez no celebramos en toda su
riqueza y plenitud.
Creo que tenemos la obligación de preguntarnos
el motivo por el que en nuestras Eucaristías cada vez hay más sitios vacíos.
¿Podemos siempre llamarlas con propiedad celebraciones de la fe? ¿Conectamos de
verdad con la necesitad celebrativa de los creyentes de hoy? ¿Sacian nuestra
hambre de Dios?
Los cristianos de nuestro siglo estamos
llamados a redescubrir juntos el significado profundo de la Eucaristía y la
dimensión que entraña de compromiso en la construcción del Reino. Los que
comemos y bebemos con Jesús nos sentimos comprometidos, como comunidad, en la
tarea de prolongar y actualizar su presencia salvadora y redentora en medio del
mundo y de la historia.
ESTUDIO
BÍBLICO
El Pan de Vida, sabiduría y donación de
resurrección
Iª
Lectura: Proverbios (9,1-6): El banquete de la Sabiduría
I.1. La primera lectura nos presenta a
la Sabiduría, casi personalizada, que ha preparado un banquete para inaugurar
una casa que, sobre siete columnas (número perfecto en la Biblia), es un
dechado de solidez y de inteligencia. La Sabiduría en el AT es la experiencia
más profunda de la vida. Es como Dios; su mejor asistente en todo lo que hace,
hasta el punto que en los extremos de monoteísmo de la religión judía debemos
entender que cuando se habla de la Sabiduría se está hablando de acciones
divinas, de lo que Dios hace con los que son inexpertos y los necios. Si se
fían de El asistirán a un banquete de vida.
I.2. El pan y el vino son los signos más
sencillos, los más reales para compartir lo mejor de la Sabiduría. Por lo tanto
es todo un canto, bajo el símbolo de un banquete, para compartir la vida de
Dios. Aunque no parezca un texto de tipo cultual, viene a ser una especie de
adelanto del banquete eucarístico. No es un banquete para sabios de este mundo
y según la inteligencia de este mundo, sino precisamente para los que con menos
capacidad se sienten en este mundo. Así es de generosa la Sabiduría, porque se
está hablando de la generosidad de Dios.
IIª
Lectura: Efesios (5,12-20): Vivir en la luz e iluminados
II.1. La segunda lectura es una
invitación a la comunidad, en primer lugar, a actuar como envuelta en la luz,
concretamente, en la luz de Cristo. Es un canto, pues, a Cristo luz en que
resuenan ciertos elementos del libro de Isaías (26,19; 51,17; 52,1; 60,1). Es
un canto que se cita como apoyo al planteamiento ético de cómo tienen que vivir
los cristianos, ya que han sido iluminados en el bautismo, y no pueden andar
por el mundo como personas que no tuvieran luz, ni sabiduría, ni Espíritu.
II.2. El tema de la sabiduría cristiana
es contemplado de nuevo como praxis de los que han sido bautizados y no pueden
vivir en el mundo de cualquier manera, cegados por lo que quita la razón, el
juicio y el discernimiento (por ello se usa el simbolismo negativo del vino, la
embriaguez como necedad), sino que deben estar abiertos a una esperanza en que,
unidos, alaban a su Dios con cánticos, himnos y salmos.
Evangelio:
Juan (6,51-58): La comunión de vida con el Hijo
III.1. El evangelio de Juan lleva a su
punto culminante del discurso del pan de vida, porque aparecen con un realismo
indiscutible los elementos sacramentales de la eucaristía. Es, probablemente,
el texto más explícito sobre este sacramento que se practicaba en la comunidad,
por el que probablemente eran criticados los cristianos. Juan no nos describe
la institución de la eucaristía en la última cena; por ello, los especialistas
han visto aquí el momento elegido por el evangelista para poner de manifiesto
sus ideas teológicas sobre este sacramento que hace a la comunidad. En este
momento se usa el verbo “trogein” (comer; en el tema del maná, en los
versículos anteriores, se ha usado el verbo fagein) que tiene un verdadero
sentido sacramental, ya que comer “la carne” y beber “la sangre” no pueden
hacerlo los humanos (está prohibido cf Lv 17,10) más que en sentido
simbólico-sacramental. El valor semítico del la palabra “carne” sirve para
designar la condición humana, la vida humana, del Hijo del Dios.
III.2. Nos encontramos ante la
radicalización del discurso de Cafarnaún: la carne, en este caso es lo mismo
que el cuerpo, y el cuerpo representa a la persona y la historia misma de Jesús
que se ha sacrificado y entregado por “el mundo”. El autor nos pone frente al
sacrificio redentor de la cruz, sin mencionarlo directamente, más que por medio
de “dar” o “entregar”. El sentido del “comer” al Hijo del hombre es una
expresión de muchos quilates que apunta a poseer su vida, su palabra, sus
opciones, sus sentimientos filiales. Este es el desarrollo lógico y teológico
de todo lo anterior, aunque bien ha podido ser añadido en un segundo momento de
la reflexión de este evangelio, que no se ha compuesto de una sola vez.
III.3. Es una comunión con su vida, esa
vida que entrega por todos los hombres y que en la eucaristía vuelve a entregar
como el resucitado. Si El Hijo vive por el Padre que le entrega su vida,
nosotros vivimos por Jesús que nos entrega la que ha recibido. Es todo, pues,
un misterio de donación el que acontece en la realización de la eucaristía. De
ahí que sea el sacramento que nos va resucitando día a día, para que la muerte
no sea nuestro destino, sino que nuestra meta es tener la vida que Jesús posee
ahora como Señor de la muerte. Ahí reside la sabiduría del misterio de la
eucaristía en la comunidad: ser una donación sin medida. En Juan este discurso
está en sintonía con el mismo misterio de la Encarnación. Es posible que muchas
expresiones muestren un “realismo” exagerado para explicar lo que siendo real,
se lleva a cabo de forma sacramental. Porque es real la donación de la vida. (Fray Miguel de Burgos Núñez O. P.).
No hay comentarios:
Publicar un comentario