“El que cree tiene vida eterna”
Son muchas las dificultades que tenemos
que atravesar en la vida. Muchos desiertos, como el que atraviesa Elías.
Algunas pueden hacernos flaquear. Unas veces surgen de manera accidental, otras
veces son provocadas. Recordemos, especialmente hoy, a tantos cristianos en el
mundo que sufren desprecio, persecución y muerte a causa de su fe. La Palabra
de Dios que escuchamos hoy es una llamada a la esperanza.
La esperanza cristiana tiene su
fundamento en Jesucristo. No consiste en esperar con los brazos cruzados a que
“esta” vida acabe, aguantando lo que venga, para llegar a entrar en la “otra”.
Por la fe en Cristo vivimos ya, anticipadamente, la vida eterna, que es vivir
en Dios, vivir en el Amor.
Sólo en la medida en que nos dejamos
transformar aquí y ahora por el amor de Dios podemos vivir y transmitir
esperanza.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Elías
se sentía agotado, deprimido y desilusionado. Consideraba que su vida carecía
de sentido y que lo único que le quedaba era esperar la muerte. ¿No le pasa
algo similar a muchos hermanos o hermanas nuestros? ¿Podría pasarnos a
nosotros? Ante esto, debemos escuchar o anunciar la voz del Señor: “Anda,
camina”, y seguir adelante o ayudar a otro a caminar. En esa circunstancia,
está justamente el sentido de la propia vida.
Lectura
del primer libro de los Reyes 19, 1-8
El rey Ajab contó a Jezabel todo lo que
había hecho Elías y cómo había pasado a todos los profetas al filo de la
espada. Jezabel envió entonces un mensajero a Elías para decirle: “Que los
dioses me castiguen si mañana, a la misma hora, yo no hago con tu vida lo que
tú hiciste con la de ellos”. Él tuvo miedo, y partió en seguida para salvar su
vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su sirviente. Luego Elías caminó un
día entero por el desierto, y al final se sentó bajo una retama. Entonces se
deseó la muerte y exclamó: “¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no
valgo más que mis padres!”. Se acostó y se quedó dormido bajo la retama. Pero
un ángel lo tocó y le dijo: “¡Levántate, come!”. Él miró y vio que había a su
cabecera una galleta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió,
bebió y se acostó de nuevo. Pero el Ángel del Señor volvió otra vez, lo tocó y
le dijo: “¡Levántate, come, porque todavía te queda mucho por caminar!”. Elías
se levantó, comió y bebió, y fortalecido por ese alimento caminó cuarenta días
y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb.
Palabra de Dios.
Salmo
33, 2-9
R.
¡Gusten y vean qué bueno es el Señor!
Bendeciré al Señor en todo tiempo, su
alabanza estará siempre en mis labios. Mi alma se gloría en el Señor: que lo
oigan los humildes y se alegren. R.
Glorifiquen conmigo al Señor, alabemos
su Nombre todos juntos. Busqué al Señor: Él me respondió y me libró de todos
mis temores. R.
Miren hacia él y quedarán
resplandecientes, y sus rostros no se avergonzarán. Este pobre hombre invocó al
Señor: Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. R.
El Ángel del Señor acampa en torno de
sus fieles, y los libra. ¡Gusten y vean qué bueno es el Señor! ¡Felices los que
en él se refugian! R.
II
LECTURA
Hermosos
consejos para vivir en comunidad y, por supuesto, en nuestras familias. Vivir
en Cristo debe modificar nuestros compartimientos y reacciones. No podemos
pasar por la vida como si nada hubiera ocurrido. Jesús nos salvó, y por eso
debemos vivir y anunciar esta vida nueva.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 4, 30—5, 2
Hermanos: No entristezcan al Espíritu
Santo de Dios, que los ha marcado con un sello para el día de la redención.
Eviten la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda
clase de maldad. Por el contrario, sean mutuamente buenos y compasivos,
perdonándose los unos a los otros como Dios los ha perdonado en Cristo. Traten
de imitar a Dios, como hijos suyos muy queridos. Practiquen el amor, a ejemplo
de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio
agradable a Dios.
Palabra de Dios.
ALELUYA Jn 6, 51
Aleluya. “Yo soy el pan vivo bajado del
cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
“Ese
pan bajado del cielo que al comienzo del relato se revela como el Pan de Vida
se revela finalmente como el Pan Vivo, el pan que actúa a favor del Cosmos. Ese
pan, para escándalo de aquellos que tenían miles de tabúes culturales y
precientíficos con relación a la sangre y a la carne, les anuncia para
escándalo de los buenos, piadosos y simpáticos lectores equivocados de las Escrituras
que será carne para Vida del Cosmos.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 6, 41-51
Los judíos murmuraban de Jesús, porque
había dicho: “Yo soy el pan bajado del cielo”. Y decían: “¿Acaso este no es
Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede
decir ahora: ‘Yo he bajado del cielo?’”. Jesús tomó la palabra y les dijo: “No
murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me
envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los
Profetas: ‘Todos serán instruidos por Dios’. Todo el que oyó al Padre y recibe
su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de
Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida
eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y
murieron. Pero éste es el pan que desciende del cielo, para que aquél que lo
coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan
vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS.
Alimentar la esperanza
¿Qué puede llevar a un ser humano a
desear la propia muerte? Parece claro que nadie desea realmente morir. Lo que
deseamos es vivir en mejores condiciones. Pero cuando el dolor ensombrece por
completo nuestro corazón hasta el punto de no dejarnos ver salida alguna, es
entonces cuando podemos llegar a desear no haber nacido o incluso morir.
Elías, el gran profeta con quien algunos
compararon a Jesús, llega a verse en una situación de sufrimiento de estas
características. Las dificultades a las que se enfrenta son tan grandes que le
hacen perder toda esperanza. Tal es así, que le pide a Dios que le quite la
vida. No ha perdido la fe, pero sí la esperanza.
¿Qué hace Dios ante la angustia del ser
humano? Alimentar su esperanza. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
y lo salva de sus angustias”, nos dice el Salmo de hoy.
Elías es un “hombre de Dios” que ha
permanecido y permanece fiel a Él a pesar de la persecución que padece por los
adoradores de otros dioses (Baal). Precisamente su fidelidad a Dios le ha
llevado a esta situación extrema: huye porque Jezabel, seguidora de Baal y
esposa de Ajab, rey de Israel, ha ordenado su muerte. Se dirige al monte Horeb
(o Sinaí), al encuentro de Dios, buscando instintivamente en Él ayuda y
consuelo. Al fin y al cabo, está en esta situación por su causa. Pero en el
trayecto, a través del desierto, siente que le abandonan las fuerzas, como al
pueblo de Israel cuando Dios, por medio de Moisés, lo sacó de Egipto. Y, como
entonces, Dios permanece fiel. Envía un ángel, un mediador suyo, para que lo
alimente, recobre las fuerzas y pueda seguir caminando hacia su encuentro. Y lo
conseguirá, después de cuarenta días y cuarenta noches por el desierto. Un
episodio que recuerda las tentaciones de Jesús y también su angustia en
Getsemaní, con una diferencia: Jesús nunca perdió la esperanza.
¿Cómo
alimenta Dios nuestra esperanza? El evangelio de hoy nos responde.
Sed imitadores de Dios
Escuchamos a lo largo de estos domingos
el llamado discurso del pan de vida pronunciado por Jesús en la sinagoga de
Cafarnaúm y expuesto en el capítulo 6 del evangelio de San Juan. Como sabemos,
el evangelio de Juan tiene un estilo literario muy característico. A diferencia
de los sinópticos, Juan no narra la institución de la eucaristía en la última
cena. En su lugar introduce el relato del lavatorio de los pies, que también
tiene un fuerte significado eucarístico. A Juan no le interesa tanto el relato
de los hechos cuanto su significado. Por eso, su evangelio está repleto de
referencias implícitas al misterio de la eucaristía. El discurso del pan de
vida es una de ellas.
En el evangelio de hoy, Jesús se dirige
a personas que buscan la felicidad, que buscan una vida plenamente realizada en
Dios, pero que no acaban de creer en él y en su mensaje. Jesús les resulta
demasiado familiar como para creer que en él hay algo divino. Lo divino,
piensan, debería ser extraordinario, suprahumano. Por eso siguen esperando
signos y portentos. Pero están buscando a Dios donde nunca lo encontrarán.
Murmuran contra Jesús, como hicieran los
israelitas contra Moisés antes de recibir el maná enviado por Dios. Sus
críticas recuerdan también las que mencionan los sinópticos cuando Jesús
predica, esta vez, en la sinagoga de su propio pueblo, Nazaret: “¿No es éste el
carpintero, el hijo de María?” (Mc 6, 3). Jesús responde: el Padre me ha
enviado, yo conozco al Padre porque procedo de Dios y nadie puede venir a mí,
si no lo atrae el Padre.
El evangelio de Juan nos recuerda lo que
aparece en él como una constante: Dios es, en sí mismo, amor, relación de amor
entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En la última cena las palabras de
Jesús serán “nadie va al Padre sino por mí”, pero ahora nos está diciendo
“nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre” y “todo el que escucha lo que
dice el Padre y aprende viene a mí”. La reciprocidad es plena. No es ya un
ángel quien viene a visitarnos, como a Elías, sino Dios mismo que se ha hecho
compañero de camino. No es ya pan o maná el alimento que Dios envía, sino Dios
mismo entregándose para que tengamos vida plena. Así, por medio de Jesucristo,
es como Dios alimenta nuestra vida y nuestra esperanza.
San Pablo nos exhorta a ser imitadores
de Dios, que no es otra cosa que vivir en el amor. Alimentados con la misma
vida de Dios, que se nos da por Jesucristo, somos enviados a llevar esa misma
vida a los demás, enviados a hacerle presente en el mundo aliviando angustias y
alimentando esperanzas.
La vida eterna empieza aquí y ahora
Moisés y Elías representan la esencia de
la fe judía: la Ley y los profetas. Es característico en Juan contraponer
Antigua y Nueva Alianza mostrando cómo la Nueva se apoya en la Antigua pero la
supera. Jesús lleva a plenitud lo que Dios había comunicado a través de Moisés
y Elías. La liberación que alcanzamos por Jesús no es solamente una liberación
de la esclavitud, es la liberación plena: del pecado y de la muerte. Por eso
dice Jesús de quien va a él atraído por el Padre: “yo lo resucitaré el último
día”. Y las promesas de los profetas de que llegaría un tiempo mesiánico por
fin se han cumplido. Por eso Jesús cita un pasaje de Isaías referido a la nueva
Jerusalén: “Todos tus hijos serán discípulos de Yavé” (Is 54, 13).
Hay aquí algo muy importante que no se
nos puede escapar de ninguna de las maneras si no queremos desvirtuar
completamente el mensaje del Evangelio: “el que cree tiene vida eterna”.
Con idénticas palabras lo encontramos en
1 Jn 5, 13. Es así como San Juan expresa, con una elaboración teológica propia,
la idea de Reino de Dios que encontramos en los sinópticos. No hay que morir
para tener la vida eterna, no hay que morir para entrar en el Reino de Dios.
Quien cree en Jesucristo y, por lo tanto, vive desde el amor, ya está viviendo
anticipadamente una vida eterna, una vida nueva, transformada, que por la
resurrección llegará a plenitud.
El pan de vida es Jesús, que se da en la
eucaristía, en el pan y la Palabra cuando son acogidos desde la fe. Confiando
en Jesús, creyendo en él, ya vivimos una vida nueva, plena y eterna.
De
la sabiduría a la Eucaristía
Iª Lectura: 1Reyes (19,4-8): La fuerza
de Dios en el corazón del profeta
I.1. La primera lectura nos narra una de
las escenas más maravillosas y excepcionales del profeta Elías, el prototipo
del profetismo del Antiguo Testamento, quien en tiempo de Ajaz y la reina
fenicia Jezabel, su esposa (en el reino del norte, Israel), luchó a muerte por
el yahvismo (la religión judía) que la reina quería “sincretizar” con sus
creencias paganas. El profeta Elías, un defensor a ultranza del monoteísmo
(sólo existe un Dios, Yahvé, y ninguno más) y de sus exigencias éticas, se
enfrenta con la reina y sus lacayos. Sabemos que, en el fondo, es una guerra de
religión, un enfrentamiento de culturas, donde el profeta Elías había derrotado
a espada a los profetas de Baal (dios cananeo-fenicio) y eso le hace huir hacia
el Horeb, que es el monte Sinaí en una tradición bíblica.
I.2. Elías va al encuentro de las
verdaderas raíces del yahvismo, como podemos encontrar en Ex 19. El ángel de
Dios le anima, le pone un pan y agua para que prosiga en esta huida, como
Moisés, hacia el monte de Dios (en el Horeb), para beber en la verdadera fuente
del yahvismo. Hay mucho de simbólico en esta narración, como se ha reconocido
en la interpretación de los expertos. No todo lo que hay en la historia de
Elías y su lucha por el yahvismo es hoy aceptable desde el punto de vista
teológico, aunque defender los principios de una religión que se fundamenta en
la justicia, como hace Elías en otras ocasiones, sí es ejemplo de radicalidad.
Dios viene en ayuda del profeta, porque la lucha es “a muerte”. Defender una
causa justa en nombre de Dios, no es apologética o fundamentalismo, o no debe
serlo al menos, sino que es humanizar la religión.
IIª Lectura: Efesios (4,30-5,2): Dios,
inspirador de nuestra vida
II.1. La segunda lectura prosigue con la
exhortación a la vida nueva que lleva consigo el sello del Espíritu que deben
poseer los cristianos. Lo que el autor pide, como consecuencia de esta
identidad cristiana en el Espíritu, es determinante para conocer lo que hay que
hacer como cristianos; es lo que se llama la praxis: evitar la agresividad, el
rencor, la ira, la indignación, las injurias, y toda esa serie de maldades o
miserias.
II.2. La alternativa es ser imitadores
de Dios, es decir, bondadosos, compasivos y perdonadores. No es un imposible lo
que se propone en el sentido de que Él sea nuestra vara de medir, sino tener
los mismos sentimientos que Dios, como Padre, tiene con todos nosotros; así los
debemos tener los unos con los otros. Nos recuerda algunos aspectos del Cristo
joánico: como el Padre me ha amado, así os amo yo.
Evangelio: Juan (6,41-51): “Yo soy” el
pan de vida
III.1. El contraste entre la Ley del AT
y la persona de Jesús es una constante en el evangelio de Juan. Frente a la Ley
y su mundo, y especialmente frente a la interpretación y manipulación que
hacían los judíos, el evangelio propone a Jesús como verdadera “verdad” de la
vida. Por eso mismo, los autores de San Juan se inspiran en la Sabiduría divina
a la hora de interpretar el AT y de lo que Jesús ha venido hacer como Palabra
encarnada. En el AT se hablaba de la Sabiduría divina que habría de venir a
este mundo (cf Pro 1,20ss; 8; 9,1ss; Eclo 24,3ss.22ss; Sab 7,22-8,8; 9,10.17)
como Palabra para iluminar en enseñar la forma de llevar a cabo el proyecto
salvífico de Dios. Por eso mismo, en este discurso de Jn 6 se tienen muy en
cuenta estas tradiciones sapienciales como de más alto valor que el mismo cumplimiento
de los preceptos de la Ley. Y en Jn 6 se está pensando que Jesús, la Palabra
encarnada, es la realización de ese proyecto sapiencial de Dios.
III.2. El evangelio de hoy nos introduce
en un segundo momento del discurso del pan de vida. Como es lógico, Juan está
discutiendo con los «judíos» que no aceptan el cristianismo, y el evangelista
les propone las diferencias que existen, no solamente ideológicas, sino también
prácticas. Su cristología pone de manifiesto quién fue Jesús: un hombre de
Galilea, de Nazaret, hijo de José según se creía ¿cómo puede venir del cielo?
Es la misma oposición que Jesús encuentra cuando fue a Nazaret y sus paisanos
no lo aceptaron (Mc 6,1ss). Las protestas de los oyentes le da ocasión al Jesús
joánico, no de responder directamente a las objeciones, sino de profundizar más
en el significado del pan de vida (que al final se definirá como la
eucaristía). Pero ahí aparece una de las fórmulas teológicas joánicas de más
densidad: yo soy el pan de vida. Y así, el discurso sapiencial se hace discurso
eucarístico.
III.3. La presencia personal de Jesús en
la eucaristía, pues, es la forma de ir a Jesús, de vivir con El y de El, y que
nos resucite en el último día. El pan de vida nos alimenta, pues, de la vida
que Jesús tiene ahora, que es una vida donde ya no cabe la muerte. Y aunque se
use una terminología que nos parece inadecuada, como la carne, la «carne»
representa toda la historia de Jesús, una historia de amor entregada por
nosotros. Y es en esa historia donde Dios se ha mostrado al hombre y les ha
entregado todo lo que tiene. Por eso Jesús es el pan de vida. Harían falta
muchas más páginas para poder exponer todo lo que el texto del evangelio de hoy
proclama como “discurso de revelación”. El pan de vida, hace vivir. Esta es la
consecuencia lógica. Casi todos los autores reconocen que estamos ya ante la
parte eucarística de Jn 6.
III.4. Aparece aquí, además, uno de los
puntos más discutidos de la teología joánica: la escatología, que es
presentista y futura a la vez. La vida ya se da, ya se ha adelantado para los
que escuchan y “comen” la “carne” (participación eucarística”). Pero se dice, a
la vez, que será “en el último día”. Esto ha traído de cabeza a muchos a la
hora de definir qué criterios escatológicos se usan. Pero podemos,
simplificando, proponiendo una cosa que es muy importante. La vida que se nos
da en la eucaristía como participación en la vida, muerte y resurrección de
Jesús no es un simulacro de vida eterna, sino un adelanto real y verdadero.
Nosotros no podemos gustarla en toda su radicalidad por muchas circunstancias
de nuestra vida histórica. La eucaristía, como presencia de la vida nueva que
Jesús tiene como resucitado, es un adelanto sacramental en la vida eterna.
Tendremos que pasar por la muerte biológica, pero, desde la fe, consideramos
que esta muerte es el paso a la vida eterna. Y en la eucaristía se puede
“gustar” este misterio. (Fray Miguel de
Burgos Núñez O. P.).
No hay comentarios:
Publicar un comentario