“No basta la
sola práctica externa, la apariencia”
Se dice “aparentar” a la actitud de
aquella persona o grupo que creen o dicen tener unas características,
cualidades, valores… que en realidad no poseen.
Las apariencias son muy humanas y las
utilizamos para nuestras relaciones humanas, pero ante Dios no sirven de nada.
¿Cuántas veces hablamos sobre otras
personas fijándonos en apariencias…? Es fácil recordar esa frase de Antoine de
Saint-Exupery, en el Principito: “lo esencial es invisible a los ojos, sólo se
ve bien con el corazón…”.
Pues la liturgia de la Palabra
precisamente nos quiere hacer ver con el corazón, que no nos fijemos en las
apariencias o gestos externos. Dios si se fija en el corazón del hombre…
Y hoy Jesús, una vez más, no se queda en
las apariencias de las personas sino que va al corazón, a las obras. Denuncia
la práctica formalista de la Ley, la charlatanería sin las obras. Él quiere
vida y nosotros le damos ritos.
Las palabras del profeta Isaías, citadas
por Jesús para criticar tantos ceremonias y ritos celebrados de manera
rutinaria y vacía, para aparentar, en la sociedad judía: “así dice Yahvé: este
pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos de mí. El culto que
me dan está vacío”.
Han pasado generaciones y generaciones…
¿y seguimos… aparentando…?
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
En
la ley de Dios está la sabiduría para comportarnos en la vida cotidiana y vivir
en santidad. No hace falta agregar mandatos ni complicar las normas, como
hicieron algunos fariseos en el tiempo de Jesús. Viviendo con sencillez y
teniendo como regla suprema el amor, estaremos cumpliendo la voluntad de Dios.
Lectura
del libro del Deuteronomio 4, 1-2. 6-8
Moisés habló al pueblo, diciendo: Y
ahora, Israel, escucha los preceptos y las leyes que yo les enseño para que las
pongan en práctica. Así ustedes vivirán y entrarán a tomar posesión de la
tierra que les da el Señor, el Dios de sus padres. No añadan ni quiten nada de
lo que yo les ordeno. Observen los mandamientos del Señor, su Dios, tal como yo
se los prescribo. Obsérvenlos y pónganlos en práctica, porque así serán sabios
y prudentes a los ojos de los pueblos, que al oír todas estas leyes, dirán:
“¡Realmente es un pueblo sabio y prudente esta gran nación!”. ¿Existe acaso una
nación tan grande que tenga sus dioses cerca de ella, como el Señor, nuestro
Dios, está cerca de nosotros siempre que lo invocamos? ¿Y qué gran nación tiene
preceptos y costumbres tan justas como esta Ley que hoy promulgo en presencia
de ustedes?
Palabra de Dios.
Salmo
14, 2-5
R.
Señor, ¿quién habitará en tu Casa?
El que procede rectamente y practica la
justicia; el que dice la verdad de corazón y no calumnia con su lengua. R.
El que no hace mal a su prójimo ni
agravia a su vecino, el que no estima a quien Dios reprueba y honra a los que
temen al Señor. R.
El que no se retracta de lo que juró,
aunque salga perjudicado. El que no presta su dinero a usura ni acepta soborno
contra el inocente. El que procede así, nunca vacilará. R.
II
LECTURA
¿Qué
efecto produce en nosotros la Palabra de Dios? Hace que nos movamos hacia las
obras buenas y, en especial, que tomemos en cuenta a los más desposeídos y
necesitados. Pidamos al Espíritu Santo que suscite en nosotros, con creatividad
y decisión, la forma de poner en práctica la Palabra de Dios.
Lectura
de la carta de Santiago 1, 17-18. 21b-22. 27
Queridos hermanos: Todo lo que es bueno
y perfecto es un don de lo alto y desciende del Padre de los astros luminosos,
en quien no hay cambio ni sombra de declinación. Él ha querido engendrarnos por
su Palabra de verdad, para que seamos como las primicias de su creación.
Reciban con docilidad la Palabra sembrada en ustedes, que es capaz de
salvarlos. Pongan en práctica la Palabra y no se contenten solo con oírla, de
manera que se engañen a ustedes mismos. La religiosidad pura y sin mancha
delante de Dios, nuestro Padre, consiste en ocuparse de los huérfanos y de las
viudas cuando están necesitados, y en no contaminarse con el mundo.
Palabra de Dios.
ALELUYA Sant 1, 18
Aleluya. El Padre ha querido
engendrarnos por su Palabra de verdad, para que seamos como las primicias de su
creación. Aleluya.
EVANGELIO
Jesús
se vuelve radicalmente contra las leyes y las tradiciones que no están
enraizadas en el centro del mandamiento del amor a Dios y al prójimo, sino
originadas simplemente por egocentrismo “humano” y que buscan ventajas
personales a costa de los demás. Con mayor razón, Jesús condena el fingimiento
y la falsedad de las personas que buscan fundamentar esas ventajas “en nombre
del templo”, es decir, de la fe. Definitivamente, lo más importante es educar
el propio corazón en lo principal: el amor a Dios y al prójimo.
✜
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23
Los fariseos con algunos escribas
llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus
discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar. Los fariseos, en
efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las
manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no
comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a
las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las
jarras, de la vajilla de bronce y de las camas. Entonces los fariseos y los
escribas preguntaron a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo
con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos
impuras?”. Él les respondió: “¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en
el pasaje de la Escritura que dice: “Este pueblo me honra con los labios, pero
su corazón está lejos de mí. En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan
no son sino preceptos humanos”. Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios,
por seguir la tradición de los hombres”. Y Jesús, llamando otra vez a la gente,
les dijo: “Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra
en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del
hombre. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen
las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los
adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la
envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas
proceden del interior y son las que manchan al hombre”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS
Una religión de amor y no de leyes
El pueblo de Israel pensaba que con el
solo cumplimiento externo de la ley, podrían salvarse. Nada les decía lo que
tenían en su interior, en su corazón, en sus actitudes… Solamente la fiel
observancia de la ley de Moisés podía obtenerles la salvación.
Pero Jesús quiere una religión distinta,
una religión de personas libres, frente a una religión judía, caracterizada por
el formalismo en la que todo estaba perfectamente determinado, desde la anchura
de las filacterias y colgantes que llevaban en sus atuendos, hasta los pasos
que se podían recorrer en el sábado. Y Jesús se empeña en enseñar a los suyos
que todas esas prescripciones para nada constituyen el meollo de la relación
que cada uno debe tener con Dios, tal como él la entiende y vino a explicarla a
la tierra.
El relato evangélico de hoy refleja uno
de los momentos en que Jesús pone de relieve este estilo de hombre libre frente
a la norma estricta, que deberá caracterizar al que quiera ser discípulo del
Maestro.
Y los fariseos, en su afán de ridiculizar
a Jesús, enfrentándolo con su pueblo, tenían montado un tinglado de espionaje a
su alrededor para ver si cumplía con lo preceptuado en la ley mosaica.
Con ese planteamiento, nos situamos en
el evangelio que acabamos de leer en este domingo. Todo un encadenamiento de
situaciones conflictivas a las que conduce una religión que se fija solo en las
leyes y en lo externo… no es de extrañar que Jesús recuerde lo que decía el
profeta Isaías: “este pueblo me honra con los labios pero su corazón está lejos
de mi…”
En el fondo, lo que Jesús quería dejar
en manifiesto, era toda su concepción de la vida religiosa de la que los
fariseos, y así lo practicaban y enseñaban, se habían formado un concepto
erróneo.
Hoy también hay muchos cristianos que
reducen su vivencia religiosa, su fe… a lo meramente externo, que se limitan a
cumplir ritos, obligaciones, prácticas… y que piensan que con su cumplimiento
ya realizan lo que Dios espera de ellos. Y aún más, que desde esa atalaya
juzgan a todos los demás cristianos.
Sí que es cierto que no se trata de
ignorar y abandonar toda práctica religiosa o dejar de lado los signos
externos. Hay prácticas que, a veces, tanto significan en ciertos ambientes,
pero que no pueden convertirse en la esencia de nuestra vivencia religiosa,
porque ellas no son suficientes para justificar nuestra fe personal. Es preciso
formar e informar, dar vida, calor y color a nuestra vivencia externa para que
sirva de provecho a aquellos que lo viven y a los que están a nuestro
alrededor… porque debemos predicar con el ejemplo.
Jesús quiere vida y nosotros con
frecuencia sólo le damos ritos: “dejáis a un lado el mandamiento de Dios para
aferraros a la tradición de los hombres”.
Es, precisamente el apóstol Santiago,
quien hoy, en la segunda lectura, nos exhorta a “llevar a la práctica la
palabra, no limitándonos a escucharla, engañándonos a nosotros mismos”.
Y llevar a la práctica la palabra de
Dios es obrar conforme a su querer… El mismo apóstol cita unas cuantas obras de
misericordia, pero ¡cuántas podríamos añadir…! es entregar a Dios nuestro
corazón en la fe y en el amor.
No olvidemos que la vida cristiana está
basada en el amor, y en vez de minucias y legalismos pide verdad, justicia y
amor, porque “el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado”
(Mc 2,27).
La palabra de Dios que se nos ofrece es
un regalo que nos viene de lo alto y a nosotros nos toca meditarla para cambiar
de mentalidad y de conducta, porque todos hemos vivido y vivimos ¿algo… mucho?
de ritualismo, pero ojalá sepamos “ver más con el corazón”, de lo contrario…
seguimos con las apariencias.
ESTUDIO
BÍBLICO
Iª Lectura: Deuteronomio (4,1-8): La
grandeza de los mandamientos
I.1. El libro del Deuteronomio, que es
uno de los más famosos de la Torá judía, el Pentateuco cristiano, nos ofrece
una bella lectura que nos habla de la grandeza de los mandamientos de Dios. Este
libro tuvo una historia muy movida, ya que parece que estuvo escondido (al
menos una parte) en el Templo de Jerusalén por miedo a las actitudes
antiproféticas de algún rey de Judá, hasta que Josías (s. VII a. C), un gran
rey, abrió las puertas de la reforma religiosa. Entonces, los círculos
proféticos volvieron sus ojos a este libro, que recogía tradiciones religiosas
muy importantes.
I.2. La lectura de hoy era el comienzo
del libro en aquella época y se invita al pueblo a considerar con sabiduría los
mandamientos de Dios. Porque los mandamientos no deben ser considerados como
prohibiciones, sino como la forma en que Dios está cerca de su pueblo y por
ello éste debe escucharlo, servirlo y buscarlo. La lectura nos invita, pues, a
no avergonzarnos de los mandamientos cuando en ellos se expresa su voluntad
salvífica. Es verdad que los mandamientos se entienden, a veces, en sentido
demasiado legalista y, entonces, a algunos, les parecen insoportables. Y será
Jesús quien libere los mandamientos de Dios de ser una carga pesada, con objeto
de acercar a Dios a todos nosotros.
IIª Lectura: Santiago (1,17-27): Abrirse
a los dones divinos
II.1. La carta de Santiago recoge la
enseñanza de los dones de Dios. Su comparación con los astros del cielo que se
eclipsan en momentos determinados, no afecta al Padre de las luces. Es un texto
lleno de claves sapienciales en la mejor tradición de la teología judía. Dios
ha querido darnos los dones verdaderos y se revelan, para el autor de la carta,
en la palabra de Dios.
II.2. Valoramos aquí una legítima
teológica de la palabra, ya que en ella está la salvación. Es una palabra que
opera la salvación de nuestro corazón y de nuestras mentes. Es verdad que pide,
para que pueda salvarnos, ponerla en práctica. Sabemos que la carta de Santiago
es de una efectividad incomparable, como sucede en su discusión sobre la fe y
las obras. ¿Cómo es posible ponerla en práctica? Atendiendo a los que nos
necesitan: a los huérfanos, viudas y los que no tienen nada. Y eso, por otra
parte, es la verdadera religión, es decir, la verdadera adoración de Dios.
Evangelio: Marcos (7,1-23): La voluntad
de Dios humaniza
III.1. El evangelio, después de cinco
domingos en que hemos estado guiados por Jn 6, retoma la lectura continua del
segundo evangelio. El tema es la oposición entre mandamientos de Dios y
tradiciones humanas. La cuestión es muy importante para definir la verdadera
religión, como se ha puesto de manifiesto en la carta de Santiago. El pasaje se
refiere a la pregunta que los fariseos (cumplidores estrictos de la tradiciones
de los padres) plantean a Jesús, porque algunos seguidores suyos no se lavan
las manos antes de comer. La verdad es que esta es una buena tradición
sanitaria, pero convertida en precepto religioso, como otras, puede llegar a
ser alarmante. Es el conflicto entre lo esencial y lo que no lo es; entre lo
que es voluntad de Dios y lo que es voluntad de los hombres en situaciones
religiosas y sociales distintas.
III.2. Este conjunto de Mc 7,1-23 es
bastante complejo y apunta claramente a una redacción y unificación de
tradiciones distintas: unas del tiempo de Jesús y otras posteriores. Son dos
cuestiones las que se plantean: 1) la fidelidad a las tradiciones antiguas; 2)
el lavarse las manos. En realidad es lo primero más importante que lo segundo.
El ejemplo que mejor viene al caso es el de Qorbán (vv.9-13): el voto que se
hace a Dios de una cosa, por medio del culto, lo cual ya es sagrado e
intocable, si no irreemplazable. Si esto se aplica a algo necesario a los
hombres, a necesidades humanas y perentorias, parece un “contra-dios” que nadie
pueda dispensar de ello. Si alguien promete algo a Dios que nos ha de ser
necesario para nosotros y los nuestros en tiempos posteriores no tendría
sentido que se mantenga bajo la tradición del Qorbán. Los mismos rabinos
discutían a fondo esta cuestión. La respuesta de Jesús pone de manifiesto la
contradicción entre el Qorbán del culto y el Decálogo (voluntad de Dios),
citando textos de la Ley: Ex 20,12;21,17;Dt5,16;Lv 20,9). Dios, el Dios de
Jesús, no es un ser inhumano que quiera para sí algo necesario a los hombres.
Dios no necesita nada de esas cosas que se ponen bajo imperativos
tradicionales. La religión puede ser una fábrica inhumana de lo que Dios no
quiere, pero si lo quieren los que reemplazan la voluntad de Dios para imponer
la suya.
III.3. Los mandamientos de Dios hay que
amarlos, porque los verdaderos mandamientos de Dios son los que liberan
nuestras conciencias oprimidas. Pero toda religión que no lleva consigo una
dimensión de felicidad, liberadora, de equilibrio, no podrá prevalecer. Si la
religión, de alguna manera, nos ofrece una imagen de Dios, y si en ella no
aparece el Dios salvador, entonces los hombres no podrán buscar a ese Dios con
todo el corazón y con toda el alma. La especulación de adjudicar cosas que se
presentan como de Dios, cuando responden a intereses humanos de clases, de
ghettos, es todo un reto para discernir la cuestión que se plantea en el
evangelio de hoy. Esta es una constante cuando la religión no es bien
comprendida. Jesús lo deja claro: lo que mancha es lo que sale de un corazón
pervertido, egoísta y absurdo. La verdadera religión nace de un corazón abierto
y misericordioso con todos los hermanos. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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