“Jesús iba creciendo en sabiduría y en gracia ante Dios y
los hombres”
La
fiesta de la Sagrada Familia nos recuerda el carácter sagrado de la familia,
escuela de amor y humanidad. La vida del ser humano no puede ser sino familiar
y el evangelio nos ayuda a vivir en plenitud esta dimensión profundamente
humana. La escucha atenta al Espíritu nos permitirá ser fieles al ideal
evangélico, especialmente en la familia, en el tiempo presente.
Dios
nos ha creado homo familiaris, y en la Encarnación ha asumido también esta
maravillosa condición. Reflexionando en torno al conocido relato del niño Jesús
perdido y hallado en el Templo descubriremos qué sentido tiene la respuesta de
Jesús a sus padres que nos refiere Lucas, el cual, una vez más, dará especial
protagonismo a María, que de nuevo “conservaba todo esto en su corazón”.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I LECTURA
El nombre Samuel se explica con una
etimología popular: "Dios escucha". Ana eligió este nombre para su
hijo porque esa había sido su experiencia de Dios: Dios la había escuchado. Por
esta razón, el niño fue llevado a la Casa de Dios y consagrado en su presencia.
Lectura del primer libro de Samuel 1, 20-22.
24-28
En
aquellos días, Ana concibió, y a su debido tiempo dio a luz un hijo, al que
puso el nombre de Samuel, diciendo: “Se lo he pedido al Señor”. El marido,
Elcaná, subió con toda su familia para ofrecer al Señor el sacrificio anual y
cumplir su voto. Pero Ana no subió, porque dijo a su marido: “No iré hasta que
el niño deje de mamar. Entonces lo llevaré y él se presentará delante el Señor
y se quedará allí para siempre”. Cuando el niño dejó de mamar, lo subió con
ella, llevando además un novillo de tres años, una mediada de harina y un odre
de vino, y lo condujo a la Casa del Señor en Silo. El niño era aún muy pequeño.
Y después de inmolar el novillo, se lo llevaron a Elí. Ella dijo: “Perdón,
señor mío, ¡por tu vida, señor!, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a
ti, para orar al Señor. Era este niño lo que yo suplicaba al Señor, y él me
concedió lo que le pedía. Ahora yo, a mi vez, se lo cedo a él: para toda su
vida queda cedido al Señor”. Después se postraron delante del Señor.
Palabra
de Dios.
Sal 83, 2-3. 5-6. 9-10
R. ¡Señor, felices los que habitan en tu
Casa!
¡Qué
amable es tu Morada, Señor del Universo! Mi alma se consume de deseos por los
atrios del Señor; mi corazón y mi carne claman ansiosos por el Dios viviente.
R.
¡Felices
los que habitan en tu Casa y te alaban sin cesar! ¡Felices los que encuentran
su fuerza en ti, al emprender la peregrinación! R.
Señor
del universo, oye mi plegaria, escucha, Dios de Jacob; protege, Dios, a nuestro
Escudo y mira el rostro de tu Ungido. R.
II LECTURA
Dios nos hace sus hijos, con lo cual pasamos
a formar parte de su familia. Es un inmenso regalo pertenecer a la familia de
Dios y vivir en comunión.
Lectura de la primera carta de san Juan 3,
1-2. 21-24
Queridos
hermanos: ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios,
y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha
reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que
seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos
semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Queridos míos, si nuestro
corazón no nos hace ningún reproche, podemos acercarnos a Dios con plena
confianza, y él nos concederá todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus
mandamientos y hacemos lo que le agrada. Su mandamiento es éste: que creamos en
el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como él nos
ordenó. El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en
él; y sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.
Palabra
de Dios.
ALELUYA cf. Hech 16, 14b
Aleluya.
Señor, toca nuestro corazón, para que aceptemos las palabras de tu Hijo.
Aleluya.
EVANGELIO
A los 12 años, los niños judíos comenzaban a
ser considerados maduros para participar plenamente en las ceremonias del
culto. Allí, en el Templo de Jerusalén, la Casa de Dios, Jesús muestra mucho
más que su madurez humana: declara que su misión tiene que ver con las cosas
del Padre. Es una revelación incipiente, que por un tiempo permanecerá
misteriosa para su familia. María y José serán testigos del crecimiento y la
madurez de Jesús en la cotidianeidad de su hogar.
✜ Evangelio de
nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 41-52
Los
padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua.
Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la
fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que
ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un
día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo
encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al tercer día, lo hallaron
en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles
preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus
respuestas. Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo:
“Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos
angustiados”. Jesús les respondió: “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que Yo
debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?”. Ellos no entendieron lo que les
decía. Él regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre
conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en
estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.
Palabra
del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
La
familia no pasa de moda.
Las
personas somos fruto de una relación entre personas. De la relación entre un
hombre y una mujer y de la relación con las personas que nos rodean,
especialmente aquellos con quienes convivimos. Esta es la razón que hace
imprescindible a la familia en la vida humana.
Tan
antigua como la humanidad es la familia. Y tan cambiante como es aquella, lo es
ésta. La institución familiar y sus roles son construcciones sociales y
culturales. Pero no todas las construcciones son igualmente buenas o válidas.
Las hay mejores y peores porque, como hemos mencionado, no construimos ex
nihilo, sino a partir de la connatural necesidad de relación que se da en el
ser humano. Reconocer lo cambiante de la institución familiar no implica, por
tanto, un relativismo o una plasticidad total.
La
historia ha conocido el derecho absoluto del que gozaba en la cultura romana el
pater familias, que podía disponer soberanamente sobre todas las propiedades
-donde se incluían las personas- que formaban su casa. También la familia del
presente sufre, en ocasiones, el violento complejo de cobardes tiranos que
buscan anular al otro cebándose en sus debilidades con el único fin de tapar
las suyas propias.
A pesar
de estas perversiones, la familia no pasa de moda. Tanto es así, que todavía
hoy muchos modelos de convivencia reivindican para sí dicho título. Todos
quieren parecerse al ideal de familia en el que la relación de amor origina un
compromiso firme y fecundo.
La
infancia de Jesús
El
valor teológico de los relatos llamados “evangelios de la infancia” de Mateo y
Lucas es la clave para su correcta interpretación. Lucas escoge -al igual que
Mateo, pero desarrollándolo en mayor extensión- un estilo acorde con el
conjunto de su evangelio: la narración. No se trata, por tanto, de un discurso
teológico, como los que encontramos en Juan, sino de un relato, una historia.
Si nos perdemos en los detalles de la historicidad del relato, no llegaremos a
captar la idea que el evangelista nos quiere transmitir.
La
intención de Lucas no es llenar huecos de la vida oculta de Jesús, como
pretendían las múltiples leyendas populares apócrifas que se inventaron en torno
a su infancia. Algunas de las cuales, por cierto, han originado tradiciones
entrañables que hoy podemos ver en forma de figuritas en nuestros belenes (la
mula, el buey y el que los magos de Oriente fueran tres y además reyes).
Tampoco pretende referirnos datos biográficos por rigor documental. Lo que
Lucas nos quiere decir se ve con claridad en dos momentos de la narración.
Primero, cuando Jesús responde a sus angustiados padres “¿No sabíais que yo
debía estar en la casa de mi Padre?”. Segundo, con el versículo con que cierra
todo el relato de la infancia: “Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y
en gracia ante Dios y los hombres”.
Respecto
a lo primero. El comportamiento de Jesús choca notablemente con el modelo
familiar propio del judaísmo de la época. Este contraste es exagerado con
dramatismo por el evangelista en su relato para lograr más fuerza expresiva.
Jesús manifiesta una autoridad inusitada frente a sus padres, autoridad que
procede de la relación única que tiene con Dios Padre a quien llama “mi” Padre.
Su intención no es desobedecer a sus padres, sino responder a la misión para la
que el Padre le ha enviado. A una edad ya adecuada para la época, Jesús se
muestra primeramente concernido por los “asuntos de mi Padre” (en otra posible traducción
del texto). Lo que la escena nos dice es, en pocas palabras, que Jesús es el
Mesías.
De este
modo, el relato anticipa con fuerte simbolismo lo que será el culmen de su
misión: la predicación profética en el Templo que le costará la vida. Al tiempo
que muestra la radicalidad de la entrega al Reino, que identificará con el
seguimiento a su persona: la madre y los hermanos de Jesús son quienes acogen
la palabra de Dios (Lc 8, 21) por encima de vínculos familiares (Lc 14, 26). No
se trata de rechazar dichos vínculos familiares, sino de asentarlos en la
lógica que debe regir toda relación humana: la lógica del Reino de Dios, que es
la lógica del amor. Una vez más, Jesús se muestra libre y liberador respecto de
los rígidos códigos de su época. La lógica del honor debido a los que son de la
propia sangre debe ser superada. Pero también hay que ir más allá del amor a
aquellos que nos son más próximos y que me corresponden con su amor. El nuevo
mandamiento del amor no elimina nuestras relaciones, las hace nuevas.
Respecto
a lo segundo. El último de los misterios gozosos que se contempla en el rezo
del Rosario es precisamente este episodio, el del niño Jesús perdido y hallado
en el Templo. No es irrelevante cómo enmarca Lucas la historia. Comienza en el
v. 40 afirmando que “el niño crecía y se robustecía, llenándose de sabiduría, y
la gracia de Dios estaba con él” y finaliza en el v. 52 diciendo que “Jesús iba
creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres”,
prácticamente lo mismo. Parece querer dejar claro que la nítida y temprana
conciencia que Jesús manifiesta de su especial filiación divina no resta nada a
su humanidad. Jesús quiere crecer en esta relación con Dios -por eso necesita
dialogar con los maestros y los doctores del Templo- y en su relación con los
demás -por eso se desarrolla y madura, como cualquier joven, educado bajo la
autoridad de sus padres.
La
imagen estática de un niño Jesús “adulto” que desde su nacimiento todo lo sabe
y que se comporta con actitud hierática o finge rasgos humanos reprimiendo
poderes sobrenaturales -imagen típica de las leyendas apócrifas- es una imagen
tan poco cristiana como la que niega la divinidad de Cristo. La Encarnación
significa que Dios asume plenamente la naturaleza humana.
En
síntesis, Lucas resalta a través de este relato tanto la humanidad de Jesús,
que nace y se desarrolla como persona creyente en familia y en sociedad, como
su divinidad, manifestada en su temprana conciencia de su relación filial única
con Dios Padre.
Este es
el Misterio central de nuestra fe que en estos días estamos celebrando.
Misterio al que no alcanzan las palabras, porque ante la Palabra que se hace
hombre, nada queda por decir. Escuchemos.
ESTUDIO BÍBLICO.
¿No
sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?
La
tradición litúrgica reserva este primer domingo después de Navidad a la Sagrada
Familia de Nazaret. El tiempo de Nazaret es un tiempo de silencio, oculto, que
deja en lo recóndito de esa ciudad de Galilea, desconocida hasta que ese nombre
aparece por primera vez en el relato de la Anunciación de Lucas y en el
evangelio de hoy, una carga muy peculiar de intimidades profundas. Es ahí donde
Jesús se hace hombre también, donde su personalidad psicológica se cincela en
las tradiciones de su pueblo, y donde madura un proyecto que un día debe llevar
a cabo. Sabemos que históricamente quedan muchas cosas por explicar; es un
secreto que guarda Nazaret como los vigilantes (Nazaret viene del verbo nasar,
que significa vigilar o florecer; el nombre de Nazaret sería flor o vigilante).
En todo caso, Nazaret, hoy y siempre, es una sorpresa, porque es una llamada
eterna a escuchar la voz de Dios y a responder como lo hizo María.
Iª Lectura: I Samuel 1, 20-22. 24-28 «Ahora yo se lo cedo al Señor por todos
los días de su vida»
Siló era la ciudad donde se plantó la
«tienda de la adoración» (el tabernáculo), después de la conquista de
Canaán. Siló se convirtió en el centro
del culto de Israel y la tienda de campaña será sustituida por una construcción
más sólida. Todos los años se celebraba una fiesta especial (ver Jue 21,19-21).
Los padres de Samuel (Ana y Elcaná) acudían a Siló para adorar a Dios. En una
de esas visitas Ana, que oraba a Dios pidiéndole un hijo, le prometió que si
Dios se lo concedía, ella se lo devolvería para consagrarlo a su servicio.
Nació entonces Samuel y Ana cumplió su promesa. Entregó a su hijo al santuario
y Samuel se crió en el templo bajo los cuidados de Elí. Samuel, cuyo nombre
significa «su nombre es Dios», es considerado el último de grandes jueces de
Israel y uno de los primeros profetas.
Una noche Samuel recibió un mensaje en
el que se decía que la familia de Elí sería castigada por la crueldad de sus
hijos. Al morir Elí, Samuel tuvo que enfrentar una situación muy difícil.
Israel fue derrotado por los filisteos y el pueblo creía que Dios ya no se
preocupaba más de ellos. Samuel mandó destruir los ídolos falsos y gobernó en
paz durante toda su vida. Cuando llegó a anciano nombró jueces a sus hijos pero
el pueblo quería un rey. Al principio Samuel se opuso. Pero Dios le dio
instrucciones para que ungiera a Saúl. Después que Saúl hubo desobedecido a
Dios, Samuel ungió a David como
siguiente rey. Todos en Israel lloraron la muerte de Samuel.
IIª Lectura: Colosenses (3,12-21): Los
valores de una familia cristiana
La
lectura de este domingo es de Colosenses y está identificada en gran parte como
un “código ético y doméstico”, porque nos habla del comportamiento de los
cristianos entre sí, en la comunidad. Lo que se pide para la comunidad
cristiana -misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia-, para los
que forman el “Cuerpo de Cristo”, son valores que, sin mayor trascendencia, deben
ser la constante de los que han sido llamados a ser cristianos. Son valores de
una ética que tampoco se pueda decir que se quede en lo humano. No es eso lo
que se puede pedir a nivel social. Aquí hay algo más que los cristianos deben
saber aportar desde esa vocación radical de su vida. La misericordia no es
propio de la ética humana, sino religiosa. Es posible que en algunas escuelas
filosóficas se hayan pedido cosas como estas, pero el autor de Colosenses está
hablando a cristianos y trata de modificar o radicalizar lo que los cristianos
deben vivir entre sí; de ello se deben “revestir”.
El
segundo momento es, propiamente hablando, el “código doméstico” que hoy nos
resulta estrecho de miras, ya que las mujeres no pueden estar “sometidas” a sus
maridos. Sus imágenes son propias de una época que actualmente se quedan muy
cortas y no siempre son significativas. Todos somos iguales ante el Señor y
ante todo el mundo, de esto no puede caber la menor duda. El código familiar
cristiano no puede estar contra la liberación o emancipación de la mujer o de
los hijos. Por ser cristianos, no
podemos construir una ética familiar que esté en contra de la dignidad humana.
Pero es verdad que el código familiar cristiano debe tener un perfil que asuma
los valores que se han pedido para “revestirse” y construir el “cuerpo de Cristo”, la Iglesia. Por tanto, la
misericordia, la bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia, que son
necesarias para toda familia, lo deben ser más para una familia que se sienta
cristiana. Si los hijos deben obedecer a sus padres, tampoco es por razones
irracionales, sino porque sin unos padres que amen y protejan, la vida sería
muy dura para ellos.
Evangelio: Lucas (2,41-52): "Las cosas
de mi Padre"
III.1.
Esta escena del evangelio, “el niño perdido”, ha dado mucho que hablar en la
interpretación exegética. Para los que hacen una lectura piadosa, como se puede
hacer hoy, sería solamente el ejemplo de cómo Jesús es “obediente”. Pero la
verdad es que sería una lectura poco audaz y significativa. El relato tiene
mucho que enseñar, muchas miga, como diría algún castizo. Es la última escena
de evangelio de la Infancia de Lucas y no puede ser simplemente un añadido
“piadoso” como alguno se imagina. Desde el punto de vista narrativo, la escena
de mucho que pensar. Lo primero que debemos decir que es hasta ahora Jesús no
ha podido hablar en estos capítulos (Lc 1-2). Siempre han hablado por él o de
él. Es la primera palabra que Jesús va a pronunciar en el evangelio de Lucas.
III.2.
El marco de referencia: la Pascua, en Jerusalén, como la escena anterior del
texto lucano, la purificación (Lc 2,22-40), dan mucho que pensar. Por eso no
podemos aceptar la tesis de algunos autores de prestigio que se han aventurado
a considerar la escena como un añadido posterior. Reducirla simplemente a una
escena anecdótica para mostrar la “obediencia” de Jesús a sus padres, sería
desvalorizar su contenido dinámico. Es verdad que estamos ante una escena
familiar, y en ese sentido viene bien en la liturgia de hoy. El que se apunte a
la edad de los doce años, en realidad según el texto podríamos interpretarlo
“después de los doce”, es decir, los treces años, que es el momento en que los
niños reciben su Bar Mitzvá (que significa=hijo del mandamiento) y se les
considera ya capaces de cumplirlos. A partir de su Bar Mitzvá es ya adulto y
responsable de sus actos y de cumplir con los preceptos (las mitzvot). No todos
consideran que este simbolismo esté en el trasfondo de la narración, pero sí
considero que se debe tener en cuenta. De ahí que se nos muestre discutiendo
con los “los maestros” en el Templo, al “tercer día”. Sus padres –habla su
madre-, estaban buscándolo angustiados (odynômenoi). En todo caso, las
referencias a los acontecimientos de la resurrección no deben dejar ninguna
duda. Este relato, en principio, debe más a su simbología de la pascua que a la
anécdota histórica de la infancia de Jesús. Por eso mismo, la narración es toda
una prefiguración de la vida de Jesús que termina, tras pasar por la muerte, en
la resurrección. Esa sería una exégesis ajustada del pasaje, sin que por ello
se cierren las posibilidades de otras lecturas originales. Si toda la infancia,
mejor, Lc 1-2, viene a ser una introducción teológica a su evangelio, esta
escena es el culmen de todo ello.
III.3.
Las palabras de Jesús a su madre se han convertido en la clave del relato: “¿no
sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”. Yo no estaría por la
traducción “¿no sabíais que debo estar en la casa de mi padre?”, como han hecho
muchos. El sentido cristológico del relato apoya la primera traducción. Jesús
está entre los doctores porque debe discutir con ellos las cosas que se
refieren a los preceptos que ellos interpretan y que sin duda son los que, al
final, le llevarán a la muerte y de la muerte a la resurrección. Es verdad que
con ello el texto quiere decir que es el Hijo de Dios, de una forma sesgada y enigmática, pero así
es. Como hemos insinuado antes, es la primera vez que Lucas hace hablar al “niño”
y lo hace para revelar qué hace y quién es.
Por eso debemos concluir que ni se ha perdido, ni se ha escapado de
casa, sino que se ha entregado a una causa que ni siquiera “sus padres” pueden
comprender totalmente. Y no se diga que María lo sabía todo (por el relato de
la anunciación), ya que el mismo relato nos dirá al final que María: “guardaba
todas estas cosas en su corazón” (2,51). Porque María en Lc 1-2, no es
solamente María de Nazaret la muchacha de fe incondicional en Dios, sino que
también representa a una comunidad que confía en Dios y debe seguir los pasos
de Jesús.
III.4.
Y como la narración de Lc 2,41-52 da mucho de sí, no podemos menos de sacar
otras enseñanzas posibles. Si hoy se ha escogido para la fiesta de la Sagrada
Familia, deberíamos tener muy en cuenta que la alta cristología que aquí se
respira invita, sin embargo, a considerar que el Hijo de Dios se ha revelado y
se ha hecho “persona” humana en el seno de una familia, viviendo las relaciones afectivas de unos
padres, causando angustia, no solamente alegría, por su manera de ser y de
vivir en momentos determinados. Es la humanización de lo divino lo que se
respira en este relato, como en el del nacimiento. El Hijo de Dios no hubiera
sido nada para la humanidad si no hubiera nacido y crecido en familia, por muy
Hijo de Dios que sea confesado (cosa que solamente sucede a partir de la
resurrección). Aunque se deja claro todo con “las cosas de mi Padre”, esto no
sucedió sin que haya pasado por nacer, vivir en una casa, respetar y venerar a
sus padres y decidir un día romper con ellos para dedicarse a lo que Dios, el
Padre, le pedía: anunciar y hacer presente el reinado de Dios. Es esto lo que
se preanuncia en esta narración, antes de comenzar su vida pública, en que fue
necesario salir de Nazaret, dejar su casa y su trabajo… Así es como se ocupaba
de las cosas del Padre. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).