“¡Alégrense!”
Suena particularmente con fuerza y extrañeza,
por los tiempos que corremos y los sentimientos que vivimos, al menos en esta
parte del mundo, esta invitación que hoy nos hace la palabra del Señor. Y es
que la celebración de la Natividad del Señor Jesucristo está cerca. Y esta
presencia del Misterio de Dios entre nostros, humanado, compartiendo proyectos
y fracasos, sueños y desilusiones, destino, en definitiva, de la gran familia
humana, es la fuente de la que brota, o debe brotar, nuestro gozo.
Hoy, día del Señor, somos convocados a
celebrar nuestra fe en la Eucaristía. Es sacramento de fiesta y alegría, de
esperanza y comunión. Es llamada siempre viva a configurarnos con Aquel que
viene y se nos da, encarnado, entregado, roto, compartido, en lección suprema
de amor. Seamos muy conscientes de que acercarnos a Él, acoger su presencia y
hacer de ella nuestro alimento, es compromiso de vida para que hoy, en medio de
la complejidad que nos toca vivir, hagamos también nosotros otro tanto.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I LECTURA
La alegría es casi
una orden de Dios. Es que, ante el abatimiento de este pueblo, Dios necesita
despertarlo de modo imperativo y fuerte para movilizar su espíritu aún
adormecido.
Lectura
de la profecía de Sofonías 3, 14-18a
¡Grita
de alegría, hija de Sión! ¡Aclama, Israel! ¡Alégrate y regocíjate de todo
corazón, hija de Jerusalén! El Señor ha retirado las sentencias que pesaban
sobre ti y ha expulsado a tus enemigos. El Rey de Israel, el Señor, está en
medio de ti: ya no temerás ningún mal. Aquel día, se dirá a Jerusalén: ¡No
temas, Sión, que no desfallezcan tus manos! ¡El Señor, tu Dios, está en medio
de ti, es un guerrero victorioso! Él exulta de alegría a causa de ti, te
renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría, como en los días de
fiesta.
Palabra
de Dios.
[Sal] Is 12, 2-6
R. ¡Aclamemos al
Señor con alegría!
Este
es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi
fuerza y mi protección; él fue mi salvación. R.
Ustedes
sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación. Den gracias al Señor,
invoquen su Nombre, anuncien entre los pueblos sus proezas, proclamen qué
sublime es su Nombre. R.
Canten
al Señor porque ha hecho algo grandioso: ¡Que sea conocido en toda la tierra!
¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti
el Santo de Israel! R.
II LECTURA
Si el Señor está cerca,
no podemos hacer otra cosa que alegrarnos, porque ya nada será causa de
tristeza. El Señor está cerca, y al verlo nuestro corazón ya está en paz, como
si hubiera encontrado el sentido de tanto andar por este mundo.
Lectura de la carta
del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 4, 4-7
Hermanos:
Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. Que la bondad de
ustedes sea conocida por todos los hombres. El Señor está cerca. No se
angustien por nada y, en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la
súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a
Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará
bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús.
Palabra
de Dios.
ALELUYA Is 61, 1
Aleluya.
El Espíritu del Señor está sobre mí; él me envió a llevar la Buena Noticia a
los pobres. Aleluya.
EVANGELIO
“Para cada estado
hay preceptos particulares; pero el de la misericordia es común para todos, por
tanto a todos se les manda que den al que no tiene. La misericordia es la
perfección de las virtudes; sin embargo, la misericordia se mide según la
posibilidad de cada uno, para que nadie se prive de todo lo que tiene sino que
dé parte de ello al pobre” (santo Tomás de Aquino, “San Ambrosio”, en Catena
Aurea).
✜ Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 3, 2b-3. 10-18
Dios
dirigió su palabra a Juan Bautista, el hijo de Zacarías, que estaba en el
desierto. Este comenzó a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un
bautismo de conversión para el perdón de los pecados. La gente le preguntaba:
“¿Qué debemos hacer entonces?”. Él les respondía: “El que tenga dos túnicas, dé
una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto”. Algunos
publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: “Maestro, ¿qué
debemos hacer?”. Él les respondió: “No exijan más de lo estipulado”. A su vez,
unos soldados le preguntaron: “Y nosotros, ¿qué debemos hacer?”. Juan les
respondió: “No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con
su sueldo”. Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si
Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo a todos: “Yo los bautizo
con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno
de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y
en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo
en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible”. Y por medio
de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.
Palabra
del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS.
Podríamos concretar en dos llamadas el
contenido de la Palabra del Señor que hoy se nos ofrece en este tercer domingo
de adviento que nos encamina hacia las fiestas de la Natividad del Señor
Jesucristo: una llamada a la alegría, que nos reclama la primera y segunda
lectura; y la llamada a dar frutos de conversión, que encierra el texto
evangélico.
“El Señor se goza y se complace en ti”
Por difícil que a veces nos resulte de
entender y de aceptar. Nosotros, la familia humana, con todas las realidades,
incluso contradictorias, que nos configuran, somos también razón de ser de la
alegría del Misterio de Dios. El profeta Sofonías nos lo expresa con claridad:
“El Señor se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en
día de fiesta”. Esta alegría del Señor reclama la nuestra, que no podrá por
menos de ser, en no pocas ocasiones, una “alegria seria”. Seria, santa y sabia.
Seria por la dureza de las circunstancias en que habremos de vivirla y
expresarla. Santa porque tiene una raíz teologal, y participa de la propia
alegría de Dios. Sabia, porque está henchida de esperanza, al conocer su origen
y su meta que son la misma realidad: el Misterio insondable de Dios y de su
Amor por nosotros.
Esta alegría seria, santa y sabia, es la
conocedora del dolor y del sufrimiento, del derramamiento de sangre, y, sin
frivolizar con ellos ni sobre ellos, es capaz de mantenerse en pie y seguir apostando
y esforzándose cada día por la dignificación de la vida.
Esta alegría seria, santa y sabia, es la
conocedora del fracaso y del desamor, del sabor amargo de la soledad y del
zarpazo cruel de la enfermedad, y, sin embargo, sabe y confiesa que en el corazón
de cualquier oscuridad esta también presente la luz inextinguible del Amor de
Dios.
Esta alegría seria, sabia y santa, es,
en definitiva, la alegría de la fe, que nos hace renacer a la esperanza. El
Papa Francisco lo expresó con profunda convicción en su Exhortación Apostólica
“Evangelii gaudium”, citando un párrafo del Libro de las Lamentaciones: “Poco a
poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una
secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me
encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha... Pero algo traigo a la
memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no
se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su
fidelidad!... Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor»”.
“Y nosotros, ¿qué debemos hacer?”
La predicación de Juan el Bautista a
orillas del Jordán mira a una transformación del estilo de vida, de los
criterios y comportamientos de sus oyentes. Y ellos lo saben, y preguntan qué
deben hacer.
La misma pregunta se vuelve con fuerza a
nosotros, y reclama ponernos a la escucha. Por eso la respuesta es muy
personal. En este momento únicamente comparto con Usted, amigo lector, los
atisbos de respuesta que encontré en mi escucha.
Creo que debo dar frutos de alegría, de
la que he hablado anteriormente. Y también de generosidad, en ella y con ella
el amor se hace palpable. ¡Y siempre estamos tan necesitados de amor! Y
encontré también en la escucha una llamada a construir la añorada paz y la
siempre lejana justicia; y al perdón, ¡al difícil perdón!, que en este Año
Jubilar de la Misericordia recibimos abundantemente del Padre Dios, y deberemos
ofrecernos con la misma profusión los unos a los otros por grande que sea la
ofensa. No serán frutos menores de verdadera conversión.
ESTUDIO
BÍBLICO.
El Señor está cerca
El
Domingo de la Alegría
La liturgia del Tercer Domingo de
Adviento está sembrada de llamadas a la alegría. Por eso, en la tradición
litúrgica de la Iglesia se ha conocido éste como el Domingo de
"Gaudete!", según el mensaje de la carta a los Filipenses (4,4-5) que
introduce la celebración y, asimismo, es el texto de la segunda lectura del
día, diciéndonos que el Señor esta cerca. Ya no solamente se nos invita a
prepararnos a la Navidad mediante un cambio de vida y de mentalidad; sino que
se nos invita a prepararnos con “alegría” porque el Salvador está cerca. La
liturgia es expresiva.
Este domingo Tercero de Adviento nos
envuelve en el proceso de las condiciones de la verdadera alegría. El Adviento
tiene mucha razón al proclamar este mensaje que es más necesario que nunca.
Bajemos de todos los pedestales y de todas las petulancias para reconocer el
valor de nuestros límites. En el fondo, es una cosa bien concreta: dejemos de
vivir por encima de nuestras posibilidades, porque así no es posible la
verdadera alegría.
Iª
Lectura: Sofonías (3,14-18): No tengas miedo a la paz ¡Jerusalén!
I.1. En la primera lectura del profeta
Sofonías, la llamada es tan ardiente y tan profética como en Pablo a su
comunidad. Es una llamada a Jerusalén, la ciudad de la paz, la hija de Sión,
porque si quiere ser verdaderamente ciudad de Dios y de paz, tiene que
caracterizarse frente a las otras ciudades del mundo como ciudad de alegría.
¿Quién rompe hoy el corazón de Jerusalén? ¿La religión, el fanatismo, el
fundamentalismo? Ya en su tiempo, el del rey reformador Josías (640-609 a. C.),
el profeta debe hablar contra los que en tiempo de Manasés y Amón habían
pervertido al “pueblo humilde”. El profeta no solamente es el defensor, la voz
de Dios, sino del pueblo sin rostro y que no puede cambiar el rumbo que los
poderosos imponen, como ahora. Fue un tiempo prolongado de luchas, de
sometimientos religiosos a ídolos extraños y a los señores sin corazón. El
profeta reivindica una Sión nueva donde se pueda estar con Dios y no
avergonzarse. Y lo que suceda en Jerusalén puede ser en beneficio de todos:
¡como ahora!
I.2. ¡Qué lejos está ahora la ciudad de
esa realidad teológica! Hoy sería necesario que judíos, musulmanes y cristianos
dejaran clamar al profeta para escuchar su mensaje de paz. Es verdad que el
profeta ofrecía la única alternativa posible, ya entonces, y que es decisiva
ahora: sólo el Dios de unos y otros, que es el mismo, es quien puede hacer
posible que las tres religiones monoteístas alaben a un mismo Señor: el que nos
ofrece el don de la alegría en la fraternidad y en la esperanza. Porque
solamente podrá subsistir una ciudad, todos sus habitantes, si se dejan renovar
por el amor de su Dios, como pide el profeta a los israelitas de su tiempo. ¿Es
esto realizable? Pues hay que proponer que una religión que no proporciona
alegría, no es una verdadera religión. Más aún: una religión que no proponga la
paz, con todas sus renuncias, no es verdadera religión. ¡Jerusalén, no tengas
miedo a la paz!
IIª
Lectura: Filipenses (4,4-5): La terapia teológica de la alegría
II.1. El texto de la carta viene a ser
como una conclusión, casi proverbial en la tradición y religiosidad cristiana:
Así traduce la Vulgata: gaudete in Domino semper el “chairete en Kyríô pántote”
(alegraos siempre en el Señor). Incluso no sabemos si estos versos están en su
sitio, porque parece ser que Pablo escribe en distintos momentos algunas notas
a la comunidad de Filipos. Sea como fuere desde el punto de vista literario, lo
que el apóstol pide a su querida comunidad, sigue siendo decisivo para nosotros
los cristianos de hoy. Dos veces repite el “gaudete” ¿qué más se puede pedir?
Pero es verdad que hay alegrías y alegría. Pablo dice “en el Señor” y esto no
debe ser simplemente estético o psicológico. Bien es verdad que la terapia
humana de la alegría es muy beneficiosa. Pues con más razón la terapia
religiosa de que el Señor nos quiere alegres. Es una terapia teológica muy
necesaria.
II.2. No podemos olvidar que ésta debe
ser la actitud cristiana, la alegría que se experimenta desde la esperanza, de
tal manera que de esa forma nunca se teme al Señor, sino que nos llenamos de
alegría, como recomienda San Pablo a su querida comunidad de Filipos. Nuestro
encuentro definitivo con el Señor, cuando sea, debe tener como identidad esa
alegría. Ya sabemos que la alegría es un signo de la paz verdadera, de un
estado de serenidad, de sosiego, de confianza. De ahí que nuestro encuentro con
el Señor no puede estar enmarcado en elementos apocalípticos, sino en la
serenidad y la confianza de la alegría de encontrarnos con Aquél que nos llama
a ser lo que no éramos y a vivir una felicidad que procede de su proyecto
liberador. Es decir, encontrarse con el Señor del Adviento debe ser una
liberación en todos los órdenes. Por tanto, el hombre, y más el hombre de hoy,
debe tomarse en serio la alegría, como se toma en serio a sí mismo. El hombre
sin alegría no es humano; y la persona que no es humana, no es persona.
Evangelio.
Lucas (3,10-18): La alegría del compartir
III.1. El evangelio es la continuación
del mensaje personal del Bautista que ha recogido la tradición sinóptica y se
plasma con matices diferentes entre Mateo y Lucas. Nuestro evangelio de hoy
prescinde de la parte más determinante del mensaje del Bautista histórico
(3,7-9), en coincidencia con Mateo, y se centra en el mensaje más humano de lo
que hay que hacer. Con toda razón, el texto de los vv. 10-18 no aparece en la
fuente Q de la que se han podido servir Mateo y Lucas. Se considera tradición
particular de Lucas con la que enriquece constantemente su evangelio. No quiere
decir que Lucas se lo haya inventado todo, pero en gran parte responde, como en
este caso, a su visión particular del Jesús de Nazaret y de su cristología.
III.2. Por tanto, podemos adelantar que
Lucas quiere humanizar, con razón, el mensaje apocalíptico del Bautista para
vivirlo más cristianamente. En realidad es el modo práctico de la vivencia del
seguimiento que Lucas propone a los suyos. Acuden al Bautista la multitud y nos
pone el ejemplo, paradigmático, de los publicanos y los soldados. Unos y otros,
absolutamente al margen de los esquemas religiosos del judaísmo. Lucas no ha
podido entender a Juan el Bautista fuera de este mensaje de la verdadera
salvación de Dios. Este cristianismo práctico, de desprendimiento, es una
constate en su obra.
III.3. Nos encontramos con la llamada a
la alegría de Juan el Bautista; es una llamada diferente, extraña, pero no
menos verídica: es el gozo o la alegría del cambio. El mensaje del Bautista, la
figura despertadora del Adviento, es bien concreto: el que tiene algo, que lo
comparta con el que no tiene; el que se dedica a los negocios, que no robe,
sino que ofrezca la posibilidad de que todos los que trabajan puedan tener lo
necesario para vivir en dignidad; el soldado, que no sea violento, ni reprima a
los demás. Estos ejemplos pueden multiplicarse y actualizarse a cada situación,
profesión o modo de vivir en la sociedad. Juan pide que se cambie el rumbo de
nuestra existencia en cosas bien determinantes, como pedimos y exigimos
nosotros a los responsables el bienestar de la sociedad. No es solamente un
mensaje moralizante y de honradez, que lo es; es, asimismo, una posibilidad de
contribuir a la verdadera paz, que trae la alegría. (Fray Miguel de Burgos
Núñez O. P.).
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