Los cumplimientos proféticos –como el de
Miqueas sobre el nacimiento del Mesías en Belén– se ven cada vez más como
forzados por los redactores evangélicos. Para nuestra mentalidad, resulta
lógico que sintamos desconfianza acerca de los vaticinios. Pero hay que
recordar que los textos bíblicos no están concebidos para el arte de la
adivinación y de su cumplimiento, sino para orientarnos por el camino de Dios.
En el primer capítulo del evangelio de
Lucas, del que el texto de hoy es un recorte, aparecen concentrados los dos
himnos más celebrados de la historia del cristianismo: el Benedictus –cantado
por Zacarías– y, sobre todo, el Magníficat, cantado por María. En el capítulo
siguiente –que también forma parte del relato de Lucas sobre la primera
navidad– se nos ofrece un tercer himno, el Nunc dimittis, que es cantado por
Simeón. Aunque Lucas no los llama "himnos", los cristianos los han
cantado durante siglos y puede ser perfectamente que nacieran como himnos.
Dentro de los múltiples aspectos que
podemos encontrar en estos tres himnos, escogemos para estas pautas homiléticas
uno que aparece en los tres en el lugar principal y con una importancia
destacada: que Jesús es –como su nombre indica– el Salvador. “Nos ha suscitado
un poderoso Salvador…”, dice Zacarías. “Mi alma glorifica al Señor y mi
espíritu se regocija en Dios, mi Salvador” canta María. Finalmente, el anciano
Simeón entona agradecido: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu
siervo irse en paz, pues mis ojos han visto tu salvación”. ¿Realmente Jesús es
el Salvador, como se dice en estos himnos? Ningún cristiano lo ha puesto en
duda en los veinte siglos de historia cristiana. Entonces, ¿de qué nos salva
Jesús? ¿Cómo nos salva? ¿Cuándo? ¿Tenemos los cristianos el compromiso de ser
salvadores como Jesús? ¿Dónde debemos ejercerlo? Éstas serán las preguntas que
intentaremos contestar.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA
I
LECTURA
Miqueas profetizó sobre Belén, la
pequeña aldea de Judá donde nació David. Miqueas vivió trescientos años después
de David, es decir que sus oyentes ya sabían la historia de este gran monarca.
El profeta, haciendo memoria de la obra de Dios en el pasado, anunció que así
seguiría obrando Dios. Y justamente de esta aldea pequeña vendría el Salvador
para el pueblo.
Lectura
de la profecía de Miqueas 5, 1-4a
Así habla el Señor: Y tú, Belén Efratá,
tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti, me nacerá el que debe gobernar a
Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial. Por eso, el
Señor los abandonará hasta el momento en que dé a luz la que debe ser madre;
entonces el resto de sus hermanos volverá junto a los israelitas. Él se
mantendrá de pie y los apacentará con la fuerza del Señor, con la majestad del
nombre del Señor, su Dios. Ellos habitarán tranquilos, porque él será grande
hasta los confines de la tierra. ¡Y él mismo será la paz!
Palabra
de Dios.
Sal
79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19
R.
Restáuranos, Señor del universo.
Escucha, Pastor de Israel, tú que tienes
el trono sobre los querubines, resplandece, reafirma tu poder y ven a
salvarnos. R.
Vuélvete, Señor de los ejércitos,
observa desde el cielo y mira: ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu
mano, el retoño que tú hiciste vigoroso. R.
Que tu mano sostenga al que está a tu
derecha, al hombre que tú fortaleciste, y nunca nos apartaremos de ti:
devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre. R.
II
LECTURA
Este pasaje resalta la corporalidad de
Jesús. Él tuvo un cuerpo como el nuestro, con limitaciones y dolores. La
entrega de Jesús fue también una entrega corporal, superior a cualquier
sacrificio. Su cuerpo fue ofrenda según la voluntad del Padre desde su cuna.
Lectura
de la carta a los Hebreos 10, 5-10
Hermanos: Cristo, al entrar en el mundo,
dijo: “Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un
cuerpo. No has mirado con agrado los holocaustos ni los sacrificios
expiatorios. Entonces dije: Dios, aquí estoy, yo vengo –como está escrito de mí
en el libro de la Ley– para hacer tu voluntad”. Él comienza diciendo: “Tú no
has querido ni has mirado con agrado los sacrificios, los holocaustos, ni los
sacrificios expiatorios, a pesar de que están prescritos por la Ley”. Y luego
añade: “Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad”. Así declara abolido el
primer régimen para establecer el segundo. Y en virtud de esta voluntad
quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una
vez para siempre.
Palabra
de Dios.
ALELUYA
Lc 1, 38
Aleluya. Yo soy la servidora del Señor;
que se haga en mí según tu Palabra. Aleluya.
EVANGELIO
María va a la casa de Isabel llevando en
su seno al Salvador. Dios mismo visita esa casa cuando María entra. Entonces,
todo es alegría: Juan salta de gozo, y su madre prorrumpe en alabanzas. En esta
escena, es evidente que el Espíritu Santo llena los corazones. Con la visita de
María, se anticipa un gozoso misterio: Dios mismo visita a la humanidad.
✜
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 39-45
Durante su embarazo, María partió y fue
sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y
saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría
en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: “¡Tú eres bendita
entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo,
para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño
saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo
que te fue anunciado de parte del Señor”.
Palabra
del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS
Hay tantas formas de entender la
salvación como maneras de concebir qué es la vida humana.
El quid de lo que vamos a decir está en
que la vida humana –y su anverso, la muerte– no es monolítica, indiferenciada y
uniforme como una sopa, sino que se ramifica en grandes y diferenciados ámbitos
de vida. Aquí escogemos una muestra de ocho de esos diferentes ámbitos de vida,
a los que denominaremos respectivamente vida biopsíquica (nuestro organismo y todos sus estados vitales
orgánicos, temperamentales y placenteros), vida
cognitiva (los saberes ordinarios, científicos, filosóficos y teológicos), vida económica (creación, asignación,
comercialización y consumo de mercancías), vida
estética (las variadas presencias de lo bello y de lo feo), vida ética (ser buena o mala persona;
sobre todo, ser justa o injusta), vida
lúdica (todo lo referente a los juegos), vida religiosa (relación con las divinidades de todo tipo) y, por
último, vida sociopolítica (aquella
parte de nuestra vida que se desarrolla en relación con los demás, desde la
familia y los amigos hasta los grandes bloques políticos del mundo). Sólo el
conjunto de toda esta variedad, diferencia y complejidad de ámbitos de vida
constituye nuestra vida humana, por lo que ningún ámbito de vida representa él
por sí solo toda la vida humana, sino sólo una parte.
Los
valores y contravalores como alimento de los ámbitos de vida.
Todo aquello que es beneficioso y
fomenta el desarrollo de cualquiera de los variados ámbitos de vida se
constituye para el ser humano en valioso o valor. Si perjudica o deteriora esos
mismos ámbitos de vida, entonces resulta un contravalor. El agua que calma la
sed es un valor; la que arrasa campos y casas es un contravalor. Valor y su
respectivo contravalor (sabio–ignorante) siempre van unidos, están mutuamente
relacionados y ambos componen nuestra vida. Por eso, no se pueden tener en
cuenta sólo los valores.
Principio
protector de la diversidad de los ámbitos de vida y de sus valores y
contravalores.
Cada uno de los ámbitos de vida y cada
uno de los valores y contravalores que los alimentan son específicos y
diferentes unos de otros. De tal manera que son irreductibles entre sí, y no
pueden ser sustituidos unos por otros. Hay que rechazar el hablar de “vida”
(valores) y de “muerte” (contravalores) en general. Lo correcto es referirse
siempre a vidas y a muertes específicas, pues en cada ámbito de vida, las
presencias de vida son peculiares e intransferibles; como también son
peculiares sus correspondientes presencias de muerte provocadas por los
contravalores. La muerte moral, por ejemplo, es diferente de la muerte
económica.
El
sufrimiento siempre es causado por los contravalores.
El sufrimiento es expresión de algún
deterioro vital, que es precisamente lo que causan los contravalores. Así,
pues, la extensión del deterioro vital y del sufrimiento es tan profunda y
variada como profundos y variados son los contravalores. Hay que decir con
rotundidad que no existe un sufrimiento humano general y homogéneo. Cada ámbito
vital deteriorado por sus específicos contravalores padece un sufrimiento
específico suyo, que es insustituible e irreductible a los demás sufrimientos.
El dolor de la soledad y el dolor que produce el hambre son muy diferentes; por
lo que la compañía no quita por sí misma el hambre, ni la comida copiosa libra
de la soledad.
La
gente cristiana cree, confía y espera que Jesús sea el salvador de los
contravalores de todos los ámbitos de sus vidas.
Muchas personas creen y esperan con
mucho deseo que Jesús les cure o les alivie absolutamente de todo tipo de
contravalores. Por ejemplo, de sus dolencias físicas y psíquicas (salvación
biopsíquica). No es pequeño el número de personas que reza para conseguir un
trabajo, dinero y hasta para tener suerte y que les toque la lotería (salvación
económica). Ha sido muy frecuente el hecho de que muchos estudiantes se
encomienden a Dios o a Jesucristo antes de un examen, una oposición o al
comenzar una clase (salvación epistémica o cognitiva). No choca ver a jugadores
o deportistas profesionales santiguarse en público al empezar una competición o
al meter un gol (salvación lúdica). No hay oración cristiana que no incluya
peticiones de que se instaure la justicia en este mundo (salvación ética o
moral). Jesús, con su encarnación, ha restaurado definitivamente la ruptura que
el ser humano había producido entre él y Dios: nos ha redimido del pecado
(salvación religiosa). Finalmente, se pide a Jesús que conceda el amor y la paz
entre las familias, los pueblos, las razas o los grupos (salvación
sociopolítica). Por tanto, Jesús, en la creencia de muchísimos cristianos, es
el salvador de la totalidad del ser humano, puesto que libera a todos sus
ámbitos de vida de los específicos contravalores y de los sufrimientos que
originan.
¿Realmente
Jesús es el salvador de los contravalores del ser humano?
¿Verdaderamente Jesús cura las dolencias
físicas y psíquicas, da dinero o trabajo a quien lo pide o lo necesita, ayuda a
superar la ignorancia, interviene en el resultado de una competición deportiva,
salva de la injusticia a quien la sufre, quita el pecado del mundo y es capaz
de restaurar el amor entre las familias que se odian? Quien diga que sí, que
Jesús es el salvador de todos los ámbitos de vida humana deteriorados por sus
respectivos contravalores, tendrá que hacer un esfuerzo titánico por encontrar
alguna prueba de su afirmación.
Lo que sí podemos afirmar es que Jesús
de Nazaret salvó sólo a algunas personas desfavorecidas, sólo de algunos
contravalores y sólo de algunos ámbitos de vida. Curó algunas enfermedades
(salvación biopsíquica), dio de comer a algunos pobres hambrientos (salvación
económica), devolvió la dignidad a los más humildes de la región donde
predicaba (salvación social), reconcilió al ser humano con Dios (salvación
religiosa), enseñó un camino inédito de quién es Dios el Padre (salvación
cognitiva), inició un movimiento de personas para que continuaran su obra
(salvación social). Pero ni todas las personas de aquel tiempo ni todos sus
ámbitos de vida deteriorados fueron salvados por Jesús, a pesar de que padecían
contravalores por todos sus poros.
Reducir todas las variedades del
deterioro o destrucción de la vida humana sólo al ámbito de vida religiosa o
teologal (como se viene haciendo), y hacer consistir la salvación de los seres
humanos en el hecho de que Jesús nos libró del pecado (ámbito de vida
religioso), es cuando menos una simpleza de graves consecuencias. Los humanos
tenemos diversificada nuestra vida y en todos los ámbitos de ella necesitamos
ser salvados cuando están erosionados o destruidos por los contravalores. La
liberación del pecado es una parte de la liberación que necesitamos los
humanos. Sólo una. Quien se conforme con esa sola liberación, allá él; padecerá
miles de deterioros en su vida a los que no prestará atención, porque no cree
que deban ser salvados.
En resumen: Jesús estuvo muy limitado en
la salvación que practicó con los demás en su vida en Galilea, como no podía
ser de otra manera, porque era verdaderamente hombre, no un mago.
¿Qué
hay entonces de la salvación traída por Jesús?
a). El movimiento que Jesús inició.
En principio, la salvación parcial,
limitada y temporal que Jesús ejercía en Galilea acabó son su muerte. Pero
Jesús creó un movimiento, en el que aquel que quiera identificarse con Jesús ha
de seguir su mismo camino de salvación de los contravalores que sufre la gente
de su alrededor. Los discípulos de Jesús a largo de la historia han salvado
algunas o muchas dolencias en algunos o muchos seres humanos. Hay abundantes
ejemplos de ello. Aunque no hay que pasar por alto que no todo ha sido positivo
en el movimiento inaugurado por Jesús, pues también ha generado deterioros –lo
contrario de la salvación– en la vida de los seres humanos. Pero, en todo caso,
la salvación de Dios en Jesús no es ejercida –desde que él fue matado– de modo
directo, sino que ha de ser llevada a cabo por sus seguidores. Las grandes
acciones salvíficas de Dios en favor de Israel, que la liturgia no cesa de
narrar, celebrar y alabar, fueron llevadas a cabo en Israel por seres humanos
concretos, no directamente por Dios. La acción salvífica de Dios de los
contravalores humanos, repetimos, sólo puede ser llevada a cabo en nuestra
historia por los seres humanos en salvaciones limitadas y parciales. Estas
salvaciones son interpretadas por los cristianos como signo del Reino de Dios,
presente y venidero.
b). Jesús no es un muerto, sino un Viviente.
¿Termina la salvación de Jesús en la
salvación que él aportó en su tiempo y la que han seguido y seguirán
proporcionando sus discípulos desde el principio hasta el final de los siglos?
Si fuera así, Jesús no sería más que un líder salvador como otros muchos que
han existido en el mundo a lo largo de los siglos y que han creado un
movimiento que ha continuado su obra. Pero, para los creyentes cristianos, hay
un hecho peculiar y decisivo: Jesús es un Viviente, no un muerto. Dios lo
resucitó y él adquirió entonces –sólo entonces– la plenitud de salvación a la
que puede llegar un ser humano. La resurrección es la continuación, ahora en
plenitud, de la vida histórica de Jesús más allá de la muerte.
A esto hay que añadir otra creencia no
menos importante: Dios hará que los seres humanos una vez muertos adquieran la
condición de vivientes resucitados y definitivamente salvados como sucedió con
Jesús. Pues bien, sólo en esos momentos se podrá hablar de salvación total del
ser humano por intervención directa de Dios. La plenitud de salvación no puede
alcanzarse dentro de la historia. Tampoco Jesús de Nazaret la alcanzó. Sólo con
la resurrección, los seres humanos serán salvados en plenitud en todas sus
dimensiones vitales.
El compromiso de los cristianos por la
salvación ha de extenderse a todos los ámbitos de vida y a sus respectivos
contravalores.
La salvación llevada a cabo por los
cristianos ha de ejercerse en los contravalores de TODOS y cada uno de los ocho
ámbitos de vida. Reducirla a unos pocos ámbitos es un error de consecuencias
dolorosas. Y a este respecto, una pregunta: los seguidores de Jesús ¿han
aplicado la salvación en todos los ámbitos deteriorados de vida de las personas
o la han reducido a unos pocos, como por ejemplo, la salvación del alma, la
salvación espiritual? Las “obras de misericordia” –un tema hoy injustamente
denostado, pero que encierra un conocimiento muy sabio, aunque reducido, sobre
la salvación– han de ser ampliadas a todos los tipos de contravalores que
atenazan y deterioran al ser humano. Las salvaciones parciales llevadas a cabo
por los seres humanos forman parte de la salvación integral del ser humano, que
–¡perdón por la reiteración!– las incluye necesariamente a todas.
Muchos cristianos de nuestra sociedad de
consumo vivimos en una constante incoherencia: la salvación que perseguimos y
desarrollamos en la historia no tiene conexión con la que esperamos en la
resurrección.
Son muchos los cristianos que vivimos
empapados de la reducida salvación que ofrece la sociedad de consumo, pero
esperamos para la resurrección otra salvación que apenas tiene relación con la
que hemos vivido en nuestra cultura del consumo. Habrá que luchar para que ya
de ahora se preste atención a salvar TODOS los ámbitos de vida dañados, no sólo
los económicos. De ese modo habrá coherencia con la salvación definitiva más
allá de la muerte, que con toda seguridad afectará a todos los ámbitos de vida.
En el ámbito político –que es sólo uno
de los ámbitos de vida–, los que estén dispuestos a seguir el evangelio deben
tomar partido por los pobres, como canta María en el Magníficat.
Ése es un ámbito privilegiado para
ejercer la salvación.
ESTUDIO
BÍBLICO.
El
silencio de María en la fe y la esperanza
Iª
Lectura: Miqueas (5,1-4): El misterio de lo pequeño
I.1. Las lecturas de este domingo
quieren magnificar todo esto que está llegando como lo más concreto de la
Navidad. El profeta Miqueas, contemporáneo del gran profeta Isaías, con
palabras menos brillantes que ese maestro, pero con intuición no menos radical,
presenta los tiempos salvíficos desde la humildad de Belén, donde había nacido
David. Por lo mismo, el Mesías debe
venir de otra manera a como se le esperaba. Su experiencia de la invasión
asiria y su escándalo de cómo siente y vive Jerusalén, la capital, le inspira
un mensaje que ha sido “adaptado” como oráculo mesiánico sobre Belén, el pueblo
donde nació el rey David.
I.2. Como sucede en muchos oráculos
proféticos no hay nitidez entre el presente inmediato y el futuro. Si miramos
el texto en profundidad podría inferir algunos aspectos interesantes y
teológicos: Del nuevo rey se destaca: 1) sus orígenes humildes, como humildes
fueron los orígenes de David, significados en la aldea de Belén; 2) su continuidad
con la dinastía davídica, que gobierna al pueblo "desde tiempo
inmemorial"; 3) será el final del tiempo actual de abandono y dispersión:
el pueblo entero, incluso el Reino del Norte destruido, será nuevamente
reunido; 4) en él se manifestará la obra de Dios que, a través de este rey,
velará por su pueblo; 5) el objetivo es que el pueblo pueda vivir en paz,
liberado de las angustias que ahora sufre: por eso este rey tiene como nombre
la misma paz.
I.3. Este oráculo del profeta Miqueas
sobre Belén de Efratá es asumido en la tradición cristiana por el uso que hacen
de él claramente Mateo (2,5-6) y Juan (7,42), con una pregunta con la que se
quiere parafrasear una tradición judía. Se consigna la villa de Belén de Judá
como el lugar de nacimiento del Mesías esperado. Pero la verdad es que Jesús
nunca dio a entender que hubiera nacido en Belén de Judá y más bien parece
nacido en Nazaret (cf. Jn 1,45-46; 19,19). Por eso habría que pensar que, fuera
de este texto que la tradición cristiana valora en profundidad, el judaísmo
oficial pensaba más en Jerusalén, como “ciudad de David” que le pertenecía por
conquista. Luego, los cristianos, al aceptar a Jesús como Mesías, después de la
resurrección, vieron lógico que naciera en Belén. Pero, asimismo, quisieron ver
en el cumplimiento de este oráculo el sentido de lo pequeño y de lo
insignificante frente al poder de la capital, donde se decidió la muerte de
Jesús. Porque ése es, sin duda, el sentido que también tiene el texto del
profeta Miqueas.
II
Lectura: Hebreos (10,5-10): Una vida personal para unirnos a Dios
II.1. En la carta a los Hebreos
(10,5-10) aparece otro lenguaje distinto para hablar también de la encarnación
y de la disponibilidad del Hijo eterno de Dios para ser uno de nosotros, para
acompañarnos en ser hombres. Su vida es una ofrenda, no de sacrificios y
holocaustos, que no tienen sentido, sino de entrega a nosotros. El texto está
construido con el apoyo en el Salmo 40. El autor de la carta rechaza los
sacrificios (cuatro géneros de sacrificios) para mostrar su inoperancia: en
realidad todos los sacrificios de animales y ofrendas de cualquier tipo, y
presenta la vida de Cristo, el Sumo Sacerdote, como verdadero sacrificio:
porque es personal.
II.2. El autor considera que es un
oráculo de la venida y de la presencia de Cristo: “He aquí que vengo para hacer
tu voluntad”. La “encarnación”, pues, viene a sustituir los sacrificios
antiguos, porque “Alguien” ha venido de parte de Dios para personalizar
humanamente la voluntad de Dios. El culto ritual, pues, frente a la encarnación
es lo que el autor infiere de todo este contexto del Sal 40. De esa manera ya
desde su “venida”, desde su encarnación, desde su nacimiento, se muestra el
misterio de la ofrenda que va a la par con la conciencia más radical. Por eso,
en virtud de esta voluntad de Dios, la historia humana y religiosa no se
resuelve con la inoperancia de ofrendas sin alma y sin corazón. Dios tenía un
proyecto de estar con nosotros para siempre (de una vez por todas). El “cuerpo”
en este caso es la persona, su historia desde el primer momento hasta el final.
Evangelio:
Lucas (1,39-45): María: confianza absoluta en Dios
III.1. El evangelio de Lucas relata la
visita de María a Isabel; una escena maravillosa; la que es grande quiere
compartir con la madre del Bautista el gozo y la alegría de lo que Dios hace
por su pueblo. Vemos a María que no se queda en el fanal de la “anunciación” de
Nazaret y viene a las montañas de Judea. Es como una visita divina, (como si
Dios saliera de su templo humano) ya que podría llevar ya en su entrañas al que
es “grande, Hijo del Altísimo” y también Mesías porque recibirá el trono de
David. ¡Muchos títulos, sin duda! Es verdad que discuten los especialistas si
el relato permite hacer estas afirmaciones. Podría ser que todavía María no
estuviera embarazada y va a la ciudad desconocida de Judea para experimentar el
“signo” que se le ha dado de la anunciación de su pariente en su ancianidad.
Por eso es más extraño que María vaya a visitar a Isabel y que no sea al revés.
La escena no puede quedar solamente en una visita histórica a una ciudad de
Judá. Sin embargo, esa visita a su parienta Isabel se convierte en un elogio a
María, “la que ha creído” (he
pisteúsasa). Gabriel no había hecho elogio alguno a las palabras de María
en la anunciación: “he aquí la esclava del Señor…”, sino que se retira sin más
en silencio. Entonces esta escena de la visitación arranca el elogio para la
creyente por parte de Isabel e incluso por parte del niño que ella lleva, Juan
el Bautista.
III.2. Vemos a María ensalzada por su
fe; porque ha creído el misterio escondido de Dios; porque está dispuesta a
prestar su vida entera para que los hombres no se pierdan; porque puede traer
en su seno a Aquél que salvará a los hombres de sus pecados. Este acontecimiento
histórico y teológico es tan extraordinario para María como para nosotros. Y
tan necesario para unos y para otros como la misma esperanza que ponemos en
nuestras fuerzas. Eso es lo que se nos pide: que esa esperanza humana la
depositemos en Jesús. Pero es verdad que leído en profundidad este relato tiene
como centro a María, aunque sea por lo que Dios ha hecho en ella. Dios puede
hacer muchas cosas, pero los hombres pueden “pasar” de esas acciones y
presencias de Dios. El relato, sin embargo, quiere mostrarnos el ejemplo de
esta muchacha que con todo lo que se le ha pedido pone su confianza en Dios.
Por el término que usa Lucas en boca de Isabel “he pisteúsasa”, la que ha
creído, significa precisamente eso: una confianza absoluta en Dios. Si no es así,
la salvación de Dios puede pasar a nuestro lado sin darnos cuenta de ello.
María y Dios o Dios es María son la esencia de este relato. No es que carezca
de su dimensión cristológica, pero todavía no es el momento, para Lucas, de
conceder el protagonismo necesario a su hijo Jesús. Asimismo, el salto en el
vientre de Juan también es primeramente por la “confianza” de María en Dios.
Eso es lo que la hace, pues, la “hija de Sión” del profeta Sofonías.
III.3. Porque hoy también hay una
"hija de Sión" y una presencia de Dios en nuestro mundo: Es la
comunión de los servidores, de las personas audaces, de los profetas sin
nombre, de los que hacen la paz y de los que sufren por la justicia. Una hija o
comunidad que supera los límites de cualquier Iglesia determinada y configurada
como perfecta. Son como la prolongación de María de Nazaret ante la necesidad
que Dios tiene de los hombres para estar cercano a cada uno de nosotros. De ahí
que en el Cuarto Domingo de Adviento la liturgia expone el misterio de Dios a
nuestra devoción. Y debemos aprender, no a soportar el misterio, sino a amarlo,
porque ese misterio divino es la encarnación. Ello significa que la vida se
realiza en conexiones mayores de las que el hombre puede disponer y comprender.
La vida tiene cosas más profundas para que el hombre pueda gobernarlas,
comprenderlas o producirlas a su antojo. Y es que todo lo que nosotros creemos
que es lo último, en realidad es lo penúltimo; así nos sucede casi siempre. Y
por eso es tan necesaria la fe. De ahí que, con toda razón, este domingo
propone como clave de vivencias la fe; fe en la encarnación, en que Dios
siempre está a nuestro lado, en que debe existir un mundo mejor que este. Y esa
fe se nos propone en María de Nazaret, para que advirtamos que el hombre que
quiere ser como un dios, se perderá; pero quien acepte al Dios verdadero,
vivirá con El para siempre.
III.4. El Cuarto Domingo de Adviento es
la puerta a la Navidad. Y esa puerta la abre la figura estelar del Adviento:
María. Ella se entrega al misterio de Dios para que ese misterio sea humano,
accesible, sin dejar de ser divino y de ser misterio. Y por eso María es el
símbolo de una alegría recóndita. En la anunciación, acontecimiento que el
evangelio de hoy presupone, encontramos la hora estelar de la historia de la
humanidad. Pero es una hora estelar que acontece en el misterio silencioso de
Nazaret, la ciudad que nunca había aparecido en toda la historia de Israel. Es
en ese momento cuando se conoce por primera vez que existe esa ciudad, y allí
hay una mujer llamada María, donde se llega Dios, de puntillas, para
encarnarse, para hacerse hombre como nosotros, para ser no solamente el Hijo
eterno del Padre, sino hijo de María y hermano de todos nosotros. (Fray Miguel
de Burgos Núñez O. P.).
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