María conservaba
todas estas cosas, meditándolas en su corazón
Comienza el año con una invocación a la
Paz. Hay que invocarla, pedirla, hacerla posible desde una conciencia alejada
de turbulencias y fraudes, de engaños y subterfugios, de artimañas económicas
que sostienen lo contrario de lo que se pregona y propone en reuniones
internacionales.
Jornada de la Paz en la conjunción de
dos temas importantes: la circuncisión de Jesús, el Príncipe de la Paz. Su
nombre impuesto a los ocho días de nacer revela su misión: Salvador. No una
alusión restringida a una salvación relegada al más allá, sino una realidad que
comienza a ser posible desde el momento en que se acoge a Jesús, su proyecto de
vida y comprometemos la existencia unida a la suya. El hace posible la Paz
porque en él se da la unidad de todos los seres humanos. Al hacer memoria de su
Nacimiento queremos que sea Memorial de su entrega para traernos la Paz a los
de lejos y a los cercanos y también a nosotros mismos.
Y María, la Madre del Señor, cuya
Solemnidad celebramos proclamando con gozo su Maternidad divina. La Madre de
Dios y de todos los hombres, la Mujer que en su intimidad experimentó
completamente lo que significa la presencia pacificadora de Dios. Ella que
escuchó y guardó en su corazón todo lo que en su Hijo se manifestaba en favor
de la Humanidad.
A ella la invocamos como Reina de la
Paz.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I LECTURA
Palabras de bendición para comenzar el año.
Con el sacerdocio de Cristo que todos hemos recibido el día de nuestro
bautismo, pongamos en práctica este don de intercesión, e invoquemos la paz
sobre nuestros seres queridos.
Lectura del libro de los Números 6, 22-27
El
Señor dijo a Moisés: “Habla en estos términos a Aarón y a sus hijos: Así
bendecirán a los israelitas. Ustedes les dirán: ‘Que el Señor te bendiga y te
proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia.
Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz’. Que ellos invoquen mi
nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré”.
Palabra
de Dios.
Sal 66, 2-3. 5-6. 8
R. El Señor tenga piedad y nos bendiga.
El
Señor tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro sobre nosotros, para
que en la tierra se reconozca su dominio, y su victoria, entre las naciones. R.
Que
canten de alegría las naciones, porque gobiernas a los pueblos con justicia y
guías a las naciones de la tierra. El Señor tenga piedad y nos bendiga. R.
¡Que
los pueblos te den gracias, Señor; que todos los pueblos te den gracias! Que
Dios nos bendiga, y lo teman todos los confines de la tierra. R.
II LECTURA
Un hijo, nacido de mujer, viene a hacerse
solidario con todo el género humano. Por él recibimos este regalo inmenso:
somos hijos e hijas de Dios, somos parte de la familia de Dios. Esta condición
nos compromete a vivir hoy aquí en la tierra la comunión de amor de la Trinidad.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a
los cristianos de Galacia 4, 4-7
Hermanos:
Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una
mujer y sujeto a la ley, para redimir a los que estaban sometidos a la ley y
hacernos hijos adoptivos. Y la prueba de que ustedes son hijos, es que Dios
infundió en nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama a Dios
llamándolo: ¡Abbá!, es decir: ¡Padre! Así, ya no eres más esclavo, sino hijo, y
por lo tanto, heredero por la gracia de Dios.
Palabra
de Dios.
ALELUYA Heb 1, 1-2
Aleluya.
Después de haber hablado a nuestros padres por medio de los profetas, en este
tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo. Aleluya.
EVANGELIO
La Palabra de Dios no es mero sonido; la
Palabra de Dios es un acontecimiento. Guardar la Palabra en el corazón es al
mismo tiempo adquirir discernimiento sobre los hechos de la vida. María, que
recibió la Palabra y la dejó fecundar en ella, nos presenta esta actitud
constante de escuchar la Palabra y discernir los acontecimientos en los cuales
Dios va realizando su obra.
✜ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2,
16-21
Los
pastores fueron rápidamente adonde les había dicho el ángel del Señor, y
encontraron a María, a José y al recién nacido acostado en un pesebre. Al
verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los
escuchaban, quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto,
María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores
volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído,
conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de
circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido
dado por el ángel antes de su concepción.
Palabra
del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS.
Vivimos tiempos complicados. Todo anda
revuelto; se exigen cambios y no se puede aplazar por más tiempo el llevarlos a
cabo. La Comunidad cristiana no puede permanecer impasible, ajena a estas
urgencias. Suele decirse: año nuevo, vida nueva y sin embargo, todo sigue
igual.
La Palabra del Señor que se proclama en
esta celebración tiene tres puntos claves:
Dios
bendice y protege
La fórmula de bendición, que no se
reduce a un asunto ritual, sino que desciende para tocar lo íntimo de cada
persona: Dios bendice y protege y esto ocurre iluminando la existencia humana
al ser mirado por la ternura del rostro de Dios. Esa mirada llena de
misericordia favorece, gratuitamente y procura que cada persona se sienta
elegida, amada, reconocida y enviada. Lleva la experiencia de la Paz en lo más
íntimo de su ser. Cada bautizado ha de ser para el mundo signo de la bendición
de Dios, portador de dicha bendición y alzar su voz y manifestar su compromiso
en favor de la Paz.
La oración sálmica de este día pretende
grabar en lo más íntimo del ser este deseo de todo ser humano: que Dios tenga
piedad y nos bendiga. Esa bendición de Dios cuya descripción recoge el libro de
los Números, se convierte en plegaria para que se haga efectiva en las
relaciones interpersonales; ente las familias y las naciones. Que todo el mundo
goce de esta Paz.
Tiempo
de plenitud
Y este tiempo de plenitud del que habla
Pablo, verdadero tiempo de salvación tiene a dos personas como signos
relevantes y realizadores de la definitiva y eterna voluntad salvífica del
Padre: el Hijo, enviado en la plenitud de los tiempos y María, la mujer de la
cual nace con una misión concreta: rescatar a los que estaban bajo la Ley, para
llevarnos a vivir la gozosa experiencia de la filiación y la fraternidad.
Tiempo esperado por los Padres, anunciado por los Profetas, acogido por los
pobres. Los sencillos, los pequeños, entienden este lenguaje y se gozan
compartiendo lo que gratuitamente deja en cada uno.
María
escucha , guarda y medita en silencio
El pasaje del Evangelio de esta
celebración tiene toda la riqueza temática que San Lucas quiere resaltar: son
los pobres los que primero escuchan, corren y cuentan lo comunicado. Son los
que dan crédito porque viven esperando que les ayuden, les tengan en cuenta,
les regalen lo que más precisan: ser tenidos en cuenta. Y eso es lo que
cuentan. Les han tenido en cuenta. A ellos se les comunica el nacimiento del
Mesías, el Señor. Reconocen la buena noticia y sienten el impulso interior que
les hace correr y contar.
La Madre del Señor, escucha en silencio.
Ella sabe lo que significa escuchar, callar, acoger y correr también para
ayudar a otros, compartiendo la alegría de experimentar la obra del Señor. Oye
a los pastores y silenciosamente piensa cómo Dios salva; Dios bendice; Dios
reconcilia y transforma el corazón de cada uno.
Termina el evangelista relatando la
circuncisión y la imposición del nombre: le llamaron Jesús, como el ángel lo
había señalado al tiempo de la anunciación. El que Salva a sus hermanos. Por
eso cada bautizado, como María, deberá recocer estas presencias y palabras del
Señor que siguen trayendo a todos los pueblos la posibilidad de experimentar
novedades impensables.
ESTUDIO
BÍBLICO
La solemnidad de Santa María Madre de
Dios es la primera fiesta mariana que podemos constatar en la Iglesia
occidental. Probablemente, la fiesta remplazaba la costumbre pagana de las
«strenae» (estrenas, dádivas), bien distinta del sentido de las celebraciones
cristianas. El «Natale Sanctae Mariae» comenzó a celebrarse en Roma hacia el
siglo VI, probablemente junto con la dedicación de una de las primeras iglesias
marianas de Roma, esto es, Santa María Antigua, en el Foro Romano. La última
reforma del calendario trasladó al 1 de enero la fiesta de la maternidad
divina, que desde 1931 se celebraba el 11 de octubre en memoria del Concilio de
Efeso (431), donde se proclama a María “Theotokos”, la que dio a luz al
Salvador, el Hijo de Dios.
Celebramos también la Jornada mundial de
la Paz (XXVIII), ya que al comenzar el año siempre se celebra esta jornada de
la paz, cuyo mensaje no puede ser ignorado por los cristianos que deben
trabajar denodadamente por la paz amenazada en el mundo.
Iª
Lectura: Números (6,22-27): El Señor nos conceda la paz
I.1. Esta formula de bendición que
Moisés, en el texto, dicta a Aarón debe ser considerada como lo que es, una
fórmula litúrgica. Esa es la razón por la que Yahvé se la inspira a Moisés y
éste a Aarón, para darle toda la relevancia y solemnidad necesarias. Sabemos
que en ella podemos rastrear expresiones de otros textos bíblicos, de salmos
especialmente (cf 121,7-8; 4,7; 31,17; 122,6). Tres veces se repite el nombre
de Dios, de Yahvé. Y se pide la bendición que guarde al pueblo, que ilumine con
su rostro. Hay toda una teología bíblica del “rostro de Dios” que ha influido
mucho en la espiritualidad y en la verdadera actitud cristiana del seguimiento.
Buscar el rostro de Dios, el que Moisés no podía mirar, se convierte así en la
fórmula teológica de un Dios salvador y misericordioso, protector de Israel y
dador de la paz. La paz que era lo que el pueblo podía desear más que otra
cosa, sigue siendo el don maravilloso para el mundo.
I.2. Pero el texto que se ha escogido
del libro de los Números, está orientado, hoy especialmente, sobre la bendición
que se pide a Dios. Esa bendición es la paz. En las lenguas semitas, con la
raíz shlm —de donde deriva shalom-paz— se indica una dimensión elemental de la
vida humana, sin la cual ésta pierde gran parte de su sentido, si no todo. Con
la palabra paz se indica “lo completo, íntegro, cabal, sano, terminado,
acabado, colmado”. La paz, así entendida, designa todo aquello que hace posible
una vida sana armónica y ayuda al pleno desarrollo humano. En los textos, sin
embargo, no aparece siempre con este significado tan denso. De ahí viene la
palabra griega eirênê. Desde luego, desde el punto de vista bíblico, la paz, e
incluso la “pax” como término latino, no es solamente el orden establecido. Es
un don mesiánico, implica necesariamente ausencia de guerra. Pero es, sobre
todo, un estado de justicia y fraternidad. En el Nuevo Testamento el término
eirênê aparece acompañado también de otros sustantivos con los que se coordina
y complementa. De la mano de eirênê van amor y alegría (Gal 5,22); gloria y
honor (Rom 2,20); vida (Rom 8,6); honradez y paz (Rom 14,17); alegría (Rom
15,13); amor (2 Col 13,11; Ef 6,23); misericordia (Gal 6,16); favor/gracia y
misericordia (1Tim 1,2; 2Tim 1,2; 2Pe 1,2; Jn 3); rectitud, fe y amor (2Tim
2,22). Eirênê se muestra de este modo como el ámbito propio para el desarrollo
de una vida en plenitud, donde no puede admitirse ni la violencia
político-social, ni la violencia económica del mundo (de la globalización
inhumana). Efectivamente sigue siendo un “don mesiánico”, fundamentado sobre la
justicia y la fraternidad. Es un don que viene de lo alto, con todo lo que esto
significa.
IIª
Lectura: Gálatas (4,4-7): La plenitud de los tiempos trae la libertad
II.1. La carta a los Gálatas es
paradigma de la opción apostólica de Pablo por la salvación de Jesucristo, en
contra de la ley. Y este texto de hoy es un “axioma” teológico de su mensaje y
de su predicación. El salvador, el liberador, “ha nacido de mujer”, es un
hombre como nosotros en el sentido más determinante. Se ha dicho que esta es la
“navidad” de Pablo. No deja de ser curiosa, por escueta. Pero la verdad es que
nos encontramos ante un texto paradigmático por su afirmación teológica. Nada
de esto tiene desperdicio. Todo está medido y tasado en el planteamiento que
viene haciendo el apóstol sobre los que han de pertenecer al pueblo de Dios y
de las promesas. Es decir, todos los hombres que habiendo nacido fuera de
Israel, serán llamados a beneficiarse de las promesas hechas a Abrahán. Por eso
se habla de la “plenitud de los tiempos” (tò plêrôma tou jronou); y entonces un
hombre (porque es nacido de mujer), nacido en Israel (bajo la Ley), va abrir
las puertas de la gracia y la salvación a toda la humanidad.
II.2. No podríamos hablar de un texto
mariológico en el sentido estricto del término. De hecho, Pablo es más bien
cristológico. Pero no hay verdadera cristología sin la historia real de Jesús
de Nazaret (al que no conoció Pablo), un judío, como él. Un judío que habría de
enfrentarse, en nombre de Dios, a la manipulación de le ley, para hacer posible
que el verdadero proyecto de Dios se realizara plenamente. Para “rescatar a los
que estaban bajo la ley”: he aquí el objetivo de la encarnación y el sentido de
la navidad para Pablo. Es algo que se respira en toda la carta. Y muy
especialmente en este texto donde inmediatamente antes describe el tiempo
anterior a Cristo como un estar sometidos a un “pedagogo” (la ley), porque no
quedaba más remedio. Pero Dios, como Padre, tiene prevista otra cosa bien
diferente para sus hijos.
Evangelio:
Lucas (2,15-21): Y encontraron al Salvador del pueblo
III.1. Hoy se nos propone la
continuación del relato del nacimiento de Jesús, que se leyó la noche de
Navidad, que se compone de tres partes (1ª vv.1-6; 2ª vv. 7-14; 3ª vv. 15-21).
Nos permitimos señalar que esta tercera parte del relato de Lucas tiene un cierto
sentido por sí mismo, en cuanto muestra la respuesta humana al momento anterior
que es todo él mítico, revelador, divino, angelical y extraordinario. Los
pastores ¿qué harán?, ¿buscarán al Salvador?, ¿dónde?, ¿es suficiente el signo
que se les ha dado? ¡Desde luego que si!, lo buscarán y lo encontrarán. Pero lo
buscarán y lo encontrarán con el instinto de los sencillos, de los que no se
obsesionan con grandezas; diríamos que lo encontrarán, más bien, por instinto
profético. El narrador no deja lugar a dudas, porque quiere precisamente
mostrar la respuesta humana al anuncio celeste. Los pastores se dicen entre
ellos algo muy importante: «lo que nos ha revelado el Señor”. Y se van derechos
a Belén, ¿a Belén?, ¿era esa acaso la ciudad de David? Sí; lo fue, pero ya no
lo era de hecho, porque Jerusalén había ganado la partida. Pero como por medio
está el anuncio del Señor, recuperan el sentido genuino de las cosas. Y van a
Belén, de donde procedía David, para “ver” al Mesías verdadero. Es verdad, todo
es demasiado ajustado al proyecto teológico de Lucas, que quiere poner de
manifiesto el designio salvador de Dios.
III.2. Los pastores, al llegar,
encontraron el “signo”, aunque algo distinto: encontraron a sus padres, de lo
que no había hablado la voz celeste. Podría pensarse o podrían pensar que
encontrarían un niño abandonado, pero no; están sus padres con él. Y ya no se
mencionan los “pañales”, sino el niño acostado en un pesebre. Lo más curioso de
todo esto es que los pastores son los que vienen a interpretar el hecho a todos
los que lo escuchan. Son como los intérpretes del mensaje que han recibido del
cielo. No podemos menos de considerar que la escena es muy formal desde el
punto de vista narrativo. ¿Por qué? Porque Lucas quiere que sean precisamente estos
pastores, de fama canallesca en aquellos ambientes religiosos, los que anuncien
la alegría del cielo a todo el pueblo. Eso es lo que se dijo en el v. 10 y el
encargo que se les encomienda: tienen que aceptar el “signo” e interpretarlo
para todo el pueblo. ¿Serán capaces? Si no hubieran sido los pastores,
probablemente la alegría le habría sido birlada al pueblo sencillo. Pero los
pastores, en este caso, son garantía de la inculturación del mensaje divino en
el pueblo sencillo.
III.3. ¡Hasta María se asombra de esta
noticia!, como si ella no supiera nada, después de lo que le había “anunciado”
(que no confidenciado) Gabriel. No obstante, Lucas quiere ser solidario hasta
el final. María también es del pueblo sencillo que, de unos extraños pastores,
sabe recibir noticias de parte de Dios. Y las guarda en su corazón. Dios tiene
sus propios caminos y de ahora en adelante veremos a María “acogiendo” todo lo
que se dice de su hijo (como en el caso de Simeón y Ana) y lo que le dice su
mismo hijo al dedicarse a las cosas que tiene que hacer y anunciar, desde el
momento de la escena de Jerusalén en el templo. Dios está escondido en este
“niño” y los pastores lo reconocen y alaban a Dios. ¡Quién iba a decirlo!.
III.4. El relato termina con el v. 21
donde lo más importante y decisivo es poner el nombre del niño; la circuncisión
pasa a segundo plano. Un nombre que no es cualquier cosa, aunque no sea un
nombre original, ya que el de Jesús es bien conocido (es versión griega del
hebreo Josué). Pero como en la Biblia los nombres significan mucho, entonces el
que se le ponga el nombre que se le había anunciado, y no el que María elige,
quiere decir que acepta, más si cabe, que este niño, este su hijo, ha de ser el
Salvador del pueblo que anhela la salvación y que los poderosos le han negado.
Es verdad que no se dice explícitamente que María le puso ese nombre, aunque
así aparece en la Anunciación. Sabemos que el nombre se lo ponen sus padres
(aunque el esposo de María también queda en segundo término en el relato, como
la circuncisión). Incluso podíamos inferir que es todo el pueblo el que se
encarga de aceptar este nombre revelado que significa: Dios es mi salvador o
Yahvé salva. Es una “comunidad” la que reconoce en el nombre todo lo que Dios
le regala. Por tanto, en su nombre está escrito su futuro: ser el Salvador de
los hombres. Por eso María guardaba todas estas cosas en su corazón. (Fray
Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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