La primera lectura nos invita a
reflexionar sobre la vocación profética de Jeremías, a quien Dios había
escogido para esta peligrosa misión incluso antes ser gestado en el vientre de
su madre.
En relación con la experiencia de
Jeremías, el salmista siente que está en una situación arriesgada, por eso se
pone en manos de Dios, pues recuerda cómo Él le ha estado ayudando desde antes
de nacer.
La segunda lectura se trata del himno al
amor de san Pablo. El amor es el principal de los carismas que Dios nos da, sin
el cual todo lo que hacemos no tiene ningún valor.
Y la lectura del Evangelio es la segunda
parte del pasaje de Jesús en la sinagoga de su pueblo, cuando, tras anunciar
que en él se cumple la promesa mesiánica anunciada por Isaías (lo cual
escuchamos el domingo pasado) y percibiendo que no es bien recibido entre sus
vecinos, les hace ver que no es la primera vez que Dios prefiere ayudar a
personas paganas antes que al pueblo judío, por lo que intentan despeñarle, sin
éxito.
DIOS
NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
El
Señor no le asegura a Jeremías que no tendrá problemas para llevar adelante su
ministerio. Tampoco le dice que la gente escuchará y recibirá su predicación.
Todo lo contrario. Como todo profeta encontrará enemigos y desaires. Sin
embargo, lo que Dios promete es que estará con él, siempre. Esta convicción
sostendrá toda la vida del profeta.
Lectura
del libro del profeta Jeremías 1, 4-5. 17-19
En tiempos del rey Josías, la palabra
del Señor llegó a mí en estos términos: “Antes de formarte en el vientre
materno, yo te conocía; antes de que salieras del seno, yo te había consagrado,
te había constituido profeta para las naciones. En cuanto a ti, cíñete la
cintura, levántate y diles todo lo que yo te ordene. No te dejes intimidar por
ellos, no sea que te intimide yo delante de ellos. Mira que hoy hago de ti una
plaza fuerte, una columna de hierro, una muralla de bronce, frente a todo el
país: frente a los reyes de Judá y a sus jefes, a sus sacerdotes y al pueblo
del país. Ellos combatirán contra ti, pero no te derrotarán, porque yo estoy
contigo para librarte”.
Palabra de Dios.
SALMO
Sal
70, 1-a 5-6ab. 15ab. 17
R.
Mi boca, Señor, anunciará tu salvación.
Yo me refugio en ti, Señor, ¡que nunca
tenga que avergonzarme! Por tu justicia, líbrame y rescátame, inclina tu oído
hacia mí, y sálvame. R.
Sé para mí una roca protectora, tú que
decidiste venir siempre en mi ayuda, porque tú eres mi Roca y mi fortaleza.
¡Líbrame, Dios mío, de las manos del impío! R.
Porque tú, Señor, eres mi esperanza y mi
seguridad desde mi juventud. En ti me apoyé desde las entrañas de mi madre;
desde el vientre materno fuiste mi protector. R.
Mi boca anunciará incesantemente tus
actos de justicia y salvación, Dios mío, tú me enseñaste desde mi juventud, y
hasta hoy he narrado tus maravillas. R.
II
LECTURA
Este
hermoso canto, tan tradicional y conocido por todos, es sin dudas un proyecto e
ideal para vivir. Poder amar como aquí se canta sería el cumplimiento de todo
el plan de Dios. ¿Podemos empezar hoy?
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 12,
31—13, 13
Hermanos: Aspiren a los dones más
perfectos. Y ahora voy a mostrarles un camino más perfecto todavía. Aunque yo
hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor,
soy como una campana que resuena o un platillo que retiñe. Aunque tuviera el
don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque
tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no
soy nada. Aunque repartiera todos mis bienes para alimentar a los pobres y
entregara mi cuerpo para hacer alarde, si no tengo amor, no me sirve para nada.
El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no
se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita,
no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se
regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera,
todo lo soporta. El amor no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de
lenguas terminará, la ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es
imperfecta y nuestras profecías, limitadas. Cuando llegue lo que es perfecto,
cesará lo que es imperfecto. Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía
como un niño, razonaba como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado
las cosas de niño. Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos
cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me
conoce a mí. En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el
amor, pero la más grande de todas es el amor.
Palabra de Dios.
O
bien, más breve:
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 13, 4-13
Hermanos: El amor es paciente, es
servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede
con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal
recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El
amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor
no pasará jamás. Las profecías acabarán, el don de lenguas terminará, la
ciencia desaparecerá; porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras
profecías, limitadas. Cuando llegue lo que es perfecto, cesará lo que es
imperfecto. Mientras yo era niño, hablaba como un niño, sentía como un niño,
razonaba como un niño, pero cuando me hice hombre, dejé a un lado las cosas de niño.
Ahora vemos como en un espejo, confusamente; después veremos cara a cara. Ahora
conozco todo imperfectamente; después conoceré como Dios me conoce a mí. En una
palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más
grande de todas es el amor.
Palabra de Dios.
ALELUYA Lc 4, 18
Aleluya. El Señor me envió a evangelizar
a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos. Aleluya.
EVANGELIO
La
furia de estos hombres se comprende a partir de los ejemplos que pone Jesús en
el discurso: Elías y Eliseo atendieron a personas que no pertenecían a la
tradición de Israel. Jesús, entonces, promete un camino similar: salir del
mundo judío para lanzarse a los gentiles. Esto sin dudas era provocador. Y lo
seguirá siendo, cada vez que nos animemos a salir del círculo de “los
nuestros”, “los conocidos” para llevar la Buena Noticia a los más alejados.
✜ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Lucas 4, 21-30
Después que Jesús predicó en la sinagoga
de Nazaret, todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración
por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: “¿No es éste el
hijo de José?”. Pero él les respondió: “Sin duda ustedes me citarán el refrán:
‘Médico, sánate a ti mismo’. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que
hemos oído que sucedió en Cafarnaúm”. Después agregó: “Les aseguro que ningún
profeta es bien recibido en su tierra. Yo les aseguro que había muchas viudas
en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo
lluvia del cielo y el hambre azotó todo el país. Sin embargo, a ninguna de
ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.
También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero
ninguno de ellos fue sanado, sino Naamán, el sirio”. Al oír estas palabras,
todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo
empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la
que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo. Pero Jesús, pasando en
medio de ellos, continuó su camino.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS
En los ejercicios espirituales
ignacianos, una vez que el ejercitante ha hecho un profundo examen de
conciencia y ha experimentado la misericordia de Dios (Primera Semana) y ha
escogido libre y responsablemente servir a Cristo (Segunda Semana), san Ignacio
no le hace ver en la Tercera Semana las gracias y dichas que conlleva tomar esa
opción, sino todo lo contrario: le invita a reflexionar la pasión del Señor,
para que así sea muy consciente de que servir a Cristo supone pasar por duros
sacrificios. Sólo así se puede alcanzar la resurrección, que se medita en la Cuarta
Semana. Esta dinámica espiritual enlaza muy bien con la vida de los profetas y
con lo que las lecturas de este domingo nos invitan a contemplar.
Efectivamente, en los textos bíblicos,
los servidores de Dios por antonomasia son los profetas, que Él envía para que
transmitan su voluntad al pueblo y sus gobernantes. Muchas veces Dios les pide
que denuncien pecados e injusticias, o que anuncien duros castigos, lo cual es
muy mal recibido por los oyentes. De ahí que los profetas hayan sido tantas
veces rechazados y perseguidos en su propia tierra, como dice hoy Jesús a sus
vecinos de Nazaret.
Y esto es algo que, en cierto modo,
todos nosotros experimentamos cuando damos testimonio del Evangelio a nuestros
conocidos, vecinos o familiares, pues entonces comenzamos a recibir ataques o a
sentir cómo nos dejan de lado. Por eso está tan presente en nosotros la
tentación de ser «falsos profetas», esto es, de decir a la gente lo que quiere
escuchar, en vez de lo que dice el Evangelio. En efecto, en las reuniones familiares
o cuando estamos con los conocidos, es mucho más cómodo pasar por alto muchas
cosas que están claramente mal. Así no sólo no tenemos problemas, sino que nos
sentimos más integrados y acogidos.
Pero debemos preguntarnos: ¿Por quién
preferimos sentirnos acogidos, por Dios o por nuestros conocidos? La respuesta
teórica es, obviamente, por Dios. Pero entonces surge otra cuestión: aunque así
sea, ¿merece la pena tener problemas y sufrimientos por escoger estar junto a
Dios? Esta pregunta se la hacen todos los profetas. Y, en la práctica, es
difícil de contestar, pues, siendo muy sencillo recitar el Credo en Misa, no lo
es tanto el ser coherente con él en la vida cotidiana. ¿Hasta qué punto
compramos con nuestra incoherencia la aceptación de nuestros conocidos?
Pero las lecturas de hoy nos dicen algo
más: si optamos por el Evangelio a pesar los problemas que ello pueda acarrear,
Dios nos protege. Así se lo dice Dios a Jeremías y de eso da testimonio el
salmista. Asimismo, en la lectura del Evangelio hemos podido escuchar cómo los
vecinos de Jesús quisieron despeñarle, pero no lo lograron. La vida de los que
siguen fielmente a Dios está en sus poderosas manos. Ello no significa que Dios
preserve a los profetas de todo sufrimiento. Sabemos que cuando llegó su hora
–el kairós–, Jesús padeció en la Cruz, muchos cristianos han muerto mártires, y
lo mismo pasó antiguamente con algunos profetas. Pero su sufrimiento no ha sido
estéril, porque Dios lo hizo fértil. Jesús, con su muerte, nos redimió y nos
abrió las puertas de la resurrección, el martirio de los cristianos es el mejor
testimonio de la verdadera fe y el sufrimiento de los profetas sigue teniendo
un gran valor.
De ahí que, volviendo a los ejercicios
ignacianos, antes de meditar la resurrección de Cristo, se medite su pasión.
Sin pasión no hay resurrección. Quien no es capaz de sufrir problemas a causa
del Evangelio, tampoco experimentará en esta vida la felicidad de vivirlo.
Y es ahora cuando entra en juego el
himno del amor de san Pablo. Porque la coherencia al Evangelio no hay que
vivirla ciegamente ni debemos sufrir por Cristo por obligación, sino por amor.
Porque, como dice san Pablo, el amor es lo que da sentido a todo lo que
hacemos. ¿Una madre se sacrifica por sus hijos por obligación? ¿Visitamos a un
amigo enfermo para cumplir un deber evangélico? Obviamente no, lo hacemos por
amor, que es la fuerza más fuerte y potente del universo, capaz de hacer
grandes milagros. Es más, si seguimos el Evangelio por miedo a no ser
castigados, entonces no es el Evangelio lo que estamos siguiendo, porque su
fundamento es el amor, no el miedo.
En definitiva, el amor es lo que ha de
movernos a ser coherentes con lo que Dios nos pide: sólo así podremos
sobrellevar las penas y sufrimientos que ello conlleva, y sólo así llegaremos a
convertirnos al Evangelio y a resucitar a la vida eterna.
ESTUDIO
BÍBLICO
Lucharán contra ti, pero no te podrán
Iª
Lectura: Jeremías (1,4-5.17-19): Llamada y misión profética
I.1. La primera lectura de hoy nos
refiere la vocación del profeta Jeremías de Anatot en el s. VII a. C. Era un
hombre de descendencia sacerdotal, de los sacerdotes de Anatot o levitas, un
pequeño pueblo a unos cinco km. al norte de Jerusalén. Jeremías mismo profetizó
contra su pueblo (11,21-23), donde compró un campo, que era todo un signo en la
situación por la que pasaba el profeta (Jr 32,7-9). Senaquerib lo había
conquistado antes de rodear Jerusalén (Is 10,30).. Hoy el texto del libro nos
habla de la vocación (vv.4-5) y de la misión (vv.17-19). Era un muchacho cuando
sintió la “llamada” de Dios para ser profeta de los pueblos, de los gentiles.
La vocación profética es un desafío, y en el caso del profeta Jeremías se hace
más palpable por la situación tan contradictoria que tuvo que vivir
existencialmente ante la catástrofe que se veía venir sobre Judá. Aunque al
principio pudiera estar de acuerdo con el joven rey Josías para impulsar la
reforma necesaria después de más cincuenta años de abandono y opresión por
parte de su abuelo Manasés, Jeremías es un hombre que siente en su vida la
fuerza de la palabra de Dios por encima de cualquier proyecto político. El
mismo Pablo se inspira en estas palabras de profeta para ilustrar su llamada a
ser apóstol de los gentiles (Gal 1,15).
I.2. Un profeta lo es a pesar de él
mismo; siente miedo por lo que tiene que vivir en su interior y lo que tiene
que comunicar en nombre de su Dios. Sin duda que debe ser así, porque no podrá
regalar el oído a nadie. Si fuera verdad que su primera actuación, como
defienden algunos, hubiera sido el discurso contra el templo (Jr 7),
comprenderíamos la experiencia tan intensa y determinante de su vida. Dios, sin
embargo, no admite excusas; llama a quien tiene que llamar, a quien le va ser fiel
hasta el final: lo llama para “arrancar y destruir, edificar y plantar”. El
profeta no destruye por destruir, sino para convertir. Es un hombre próximo a
la teología de Oseas. Jeremías ha sido llamado para entregarse a los demás, o
si queremos, para sentir la pasión de la palabra de Dios y entregarla a los
demás.
IIª
Lectura: I Corintios (12,31-13,13): El amor será lo eterno
II.1. La segunda lectura es
probablemente una de las páginas más bellas que jamás se hallan escrito en la
historia de la humanidad, sobre la experiencia más determinante y decisiva de
la vida de todo hombre: amar y ser amado. No podemos olvidar que no se habla
del amor bello y hermoso de la amistad (filía), cantado por los griegos y todos
los poetas. Es una expresión que el cristianismo ha rescatado como algo propio
(ágape, de agapáô) y que se ha plasmado con el término “caridad”, una de las
virtudes teologales. Y aunque suena mejor el término “amor” y el verbo “amar” (pues para caridad no existe
un verbo directo adecuado), no deberíamos renunciar los cristianos a ese
sentido de “caritas”, que está cargado de originalidad. Es el ágape y no
solamente la filía, sencillamente porque es un amor sin medida: todo lo perdona
y siempre se entrega, aunque no haya respuesta. Por eso, como se lee en la
Vulgata “caritas numquam excidit”, el amor no pasa nunca (v.8a). Pablo quiere
mostrar el “camino más excelente”, en realidad el “carisma” al que todos
deberían aspirar. Ese es el camino, el sendero por el que hay que marcar los
criterios de los dones espirituales.
II.2. El apóstol nos habla del amor en
el contexto de los carismas de la comunidad de Corinto, que le ha planteado la
cuestión de una praxis personal y comunitaria: ¿cuál es el carisma que se debe
preferir? ¿qué servicio es el más perfecto en la comunidad? Pablo está hablando
a una comunidad donde existe un problema bien manifiesto: el desprecio de los
débiles, de los que no valen, de los que no tienen altos vuelos. Por eso mismo
el campo de acción del amor en una comunidad cristiana es ejemplificador.
Podemos presumir de educación, cultura, intelectualidad, pero eso, que sin duda
perfecciona al hombre, no le da los quilates verdaderos para ser más humano y,
desde luego, para ser mejor cristiano. Y no se puede pretender ser cristiano para
uno mismo y en uno mismo. Eso está descartado previamente. Se es cristiano
desde la comunidad y en la comunidad, en la ekklesía o de lo contrario no se es
cristiano para nada. Y es precisamente en ella donde no tiene sentido la forma
más sutil de egoísmo espiritual. El amor es la fuerza de la comunidad, pero
también lo es para que uno mismo sea comunidad. Lo es de cualquier comunidad,
pero muy especialmente se debe entender de cualquier tipo o variante de
comunidad cristiana. No podemos, pues, menos de pensar que esto que se dice muy
en concreto para la comunidad de Corinto, se debe aplicar a la comunidad
cristiana matrimonial, que es todo un símbolo y realidad de la comunidad
eclesial. Es más, es ahí donde se gesta muy concretamente una de las experiencias
más íntimas de la comunidad eclesial.
Evangelio:
Lucas (4,21-30): El evangelio liberador, palabra de gracia.
III.1. “Esta escritura comienza a
cumplirse hoy” (v. 21). Así arranca el texto del evangelio que complementa de
una forma práctica el planteamiento que se hacía el domingo pasado sobre la
escena-presentación de Jesús en su pueblo, donde se había criado, en Nazaret.
Esta escena prototipo de todo lo que Jesús ha venido a hacer presente, apoya
que las palabras sobre la gracia, exclusivamente las palabras liberadoras, se
convierten en santo y seña de su vida y de su muerte. El “hoy”, el ahora, es
muy importante en la teología de evangelio de Lucas. Lo que Jesús interpreta en
la sinagoga es que ha llegado el tiempo (cf Mc 1,14) de que las palabras proféticas
no se queden solamente “escritura sagrada”. De eso no se vive solamente. Son
realidad de que Dios “ya” está salvando por la palabra de gracia.
III.2. El v.22 ha sido objeto de
discusiones exegéticas, que actualmente apuntan claramente a entenderlo de la
manera siguiente: todos lo criticaban (daban testimonio de él, -martyréô- pero
en sentido negativo), a causa de las palabras sobre la gracia. ¿Por qué?
Precisamente porque en la cita del texto de Is 61,1-2 (Lc 4,18) han
desaparecido aquellas palabras que hacían mención de la ira de Dios contra los
paganos. El testimonio de sus paisanos de Nazaret, pues, no es favorable sino
adverso. Y es contrario porque Jesús se atreve a anunciar la salvación, no
solamente de su pueblo, sino del hombre, de cualquier hombre, de todos. Los
ejemplos posteriores –después del reproche “médico cúrate a ti mismo”-, de
Elías y Eliseo en beneficio de personas paganas (no de Israel) vienen a
iluminar lo que Jesús ha querido proclamar en la sinagoga de Nazaret. La
consecuencia de todo ello no es otra que el intenta de apedrear a Jesús. ¿Por
qué? ¿Porque les ha puesto el ejemplo de los profetas abiertos al mundo pagano?
¡Sin duda! Porque ha proclamado el evangelio de la gracia.
III.3. Se ha dicho, con razón, que este
es un relato programático. No quiere decir que no sea histórico, que no haya
ocurrido una escena de rechazo en Nazaret (así lo muestra Marcos 6,1-6). Pero
en Lucas es una escena que quiere concentrar toda la vida y toda la predicación
de Jesús hasta el momento de su rechazo, de su juicio y de su muerte. Nazaret
no es solamente su patria chica; en este caso representa a todo su pueblo, sus
instituciones, su religión, sus autoridades, que no aceptan el mensaje
profético de la gracia de Dios que es y debe ser don para todos los hombres.
Lucas ha puesto todo su genio literario, histórico y teológico para darnos esta
maravilla de relato que no tiene parangón. Todo lo que sigue a continuación, la
narración evangélica, es la explicitación de lo que sucede en esta escena.
III.4. Jesús, como Jeremías, ha sido
llamado para arrancar de la religión de Israel, y de toda religión, la venganza
de Dios, y para plantar en el mundo entero una religión de vida. Los ejemplos
que Lucas ha escogido para apoyar lo que Jesús hace –lo del gran profeta Elías
y su discípulo Eliseo-, muestran que la religión que sigue pensando en un Dios
manipulable o nacionalista, es una perversión de la religión y de Dios mismo.
El itinerario vital de Jesús que Lucas nos describe en esta escena, muestra que
el Reino que a partir de aquí ha de predicar, es su praxis más comprometida. La
salvación ha de anunciarse a los pobres, como se ve en la primera parte de esta
escena de Nazaret, y ello supone que Jesús, en nombre de Dios, ha venido a
condenar todo aquello que suponga exclusión y excomunión en nombre de su Dios.
Lucas, pues, sabe que era necesario presentar a Jesús, el profeta de Nazaret,
en la opción por un Dios disidente del judaísmo oficial. Eso será lo que le
lleve a la muerte como compromiso de toda su vida. Y así se pre-anuncia en el
intento de apedreamiento en Nazaret. Pero no es la muerte solamente lo que se
anuncia; también la resurrección: “pero él, pasando por medio de ellos, se
marchó” (v.30). Esta no es una huida cobarde, sino “entre ellos”, pasando por
la entraña de la muerte… se marchó… a la vida nueva. (Fray Miguel de Burgos
Núñez, O. P.).
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