Unir nuestra
vida a la vida de Jesús
Celebramos en este domingo la Solemnidad
del Corpus Domini. Tradicionalmente la Iglesia ha exaltado y venerado la
Eucaristía con sus mejores galas y cantos, poemas y oraciones. Prueba de ello
son los himnos de Santo Tomás de Aquino. Pero la Iglesia se vuelve
verdaderamente esplendente ante Dios cuando come y bebe el cuerpo y la sangre
de nuestro Señor, es decir, cuando se hace cuerpo y sangre del Señor, cuando se
hace Eucaristía.
Parece que hay un hilo conductor en las
lecturas que toma las imágenes de ‘pan y de vino’, y los acciones del ‘bendecir
y partir’. En el libro del Génesis, el sacerdote y rey de Salem, Melquisedec,
hizo traer pan y vino para luego bendecir a Abraham. San Pablo, en la segunda
lectura, nos transmite la tradición que él mismo, a su vez, ha recibido: Jesús
tomó pan, lo bendijo y lo partió. Y San Lucas nos narra el episodio de la
multiplicación de los panes, en donde tomó 5 panes, los bendijo y los mando
repartir a sus discípulos. Por tanto, el pan parece que está ligado de una
manera especial con la bendición que viene de Dios y con el partir ese pan.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA
I
LECTURA
En
el antiguo pueblo judío, pan y vino formaban parte de toda comida de fiesta. En
todas las culturas encontramos el acto tan humano de celebrar el hecho de estar
juntos en una comida festiva. Al presentar esta comida ante el Dios Altísimo,
el pan y el vino se convierten en ofrenda sagrada. Ya no es sólo una comida que
comparten Melquisedec y Abrám, sino que Dios está en medio del pueblo.
Lectura
del libro del Génesis 14, 18-20
En aquellos días: Melquisedec, rey de
Salém, que era sacerdote de Dios, el Altísimo, hizo traer pan y vino, y bendijo
a Abrám, diciendo: “¡Bendito sea Abrám de parte de Dios, el Altísimo, creador
del cielo y de la tierra! ¡Bendito sea Dios, el Altísimo, que entregó a tus
enemigos en tus manos!”. Y Abrám le dio el diezmo de todo.
Palabra de Dios.
Salmo
109, 1-4
R.
Tú eres Sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec.
Dijo el Señor a mi Señor: “Siéntate a mi
derecha, mientras yo pongo a tus enemigos como estrado de tus pies”. R.
El Señor extenderá el poder de tu cetro:
“¡Domina desde Sión, en medio de tus enemigos!” R.
“Tú eres príncipe desde tu nacimiento,
con esplendor de santidad; yo mismo te engendré como rocío, desde el seno de la
aurora”. R.
El Señor lo ha jurado y no se
retractará: “Tú eres sacerdote para siempre, a la manera de Melquisedec”. R.
II
LECTURA
San
Pablo escribe a las comunidades cristianas que se habían formado recientemente.
Todavía tenían mucho que aprender sobre el sentido de la comida sagrada. Estas
comunidades, que se reunían a cenar en la noche del domingo, corrían el riesgo
de convertir el banquete eucarístico en una mera reunión social. Comer juntos
es profesar juntos nuestra fe, mientras esperamos la vuelta definitiva de
Jesucristo.
Lectura
de la Primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 11, 23-26
Hermanos: Lo que yo recibí del Señor, y
a mi vez les he transmitido, es lo siguiente: El Señor Jesús, la noche en que
fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi Cuerpo,
que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”. De la misma manera,
después de cenar, tomó la copa, diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza que se
sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía”. Y así,
siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor
hasta que él vuelva.
Palabra de Dios.
SECUENCIA
Esta
secuencia es optativa. Si se la canta o recita, puede decirse íntegra o en
forma breve desde: * “Este es el pan de los ángeles”.
Glorifica, Sión, a tu Salvador, aclama
con himnos y cantos a tu Jefe y tu Pastor.
Glorifícalo cuanto puedas, porque él
está sobre todo elogio y nunca lo glorificarás bastante.
El motivo de alabanza que hoy se nos
propone es el pan que da la vida.
El mismo pan que en la Cena Cristo
entregó a los Doce, congregados como hermanos.
Alabemos ese pan con entusiasmo,
alabémoslo con alegría, que resuene nuestro júbilo ferviente.
Porque hoy celebramos el día en que se
renueva la institución de este sagrado banquete.
En esta mesa del nuevo Rey, la Pascua de
la nueva alianza pone fin a la Pascua antigua.
El nuevo rito sustituye al viejo, las
sombras se disipan ante la verdad, la luz ahuyenta las tinieblas.
Lo que Cristo hizo en la Cena, mandó que
se repitiera en memoria de su amor.
Instruidos con su enseñanza, consagramos
el pan y el vino para el sacrificio de la salvación.
Es verdad de fe para los cristianos que
el pan se convierte en la carne, y el vino, en la sangre de Cristo.
Lo que no comprendes y no ves es
atestiguado por la fe, por encima del orden natural.
Bajo la forma del pan y del vino, que
son signos solamente, se ocultan preciosas realidades.
Su carne es comida, y su sangre, bebida,
pero bajo cada uno de estos signos, está Cristo todo entero.
Se lo recibe íntegramente, sin que nadie
pueda dividirlo ni quebrarlo ni partirlo.
Lo recibe uno, lo reciben mil, tanto
éstos como aquél, sin que nadie pueda consumirlo.
Es vida para unos y muerte para otros.
Buenos y malos, todos lo reciben, pero con diverso resultado.
Es muerte para los pecadores y vida para
los justos; mira cómo un mismo alimento tiene efectos tan contrarios.
Cuando se parte la hostia, no vaciles:
recuerda que en cada fragmento está Cristo todo entero.
La realidad permanece intacta, sólo se
parten los signos, y Cristo no queda disminuido, ni en su ser ni en su medida.
* Este es el pan de los ángeles,
convertido en alimento de los hombres peregrinos: es el verdadero pan de los
hijos, que no debe tirarse a los perros.
Varios signos lo anunciaron: el sacrificio
de Isaac, la inmolación del Cordero pascual y el maná que comieron nuestros
padres.
Jesús, buen Pastor, pan verdadero, ten
piedad de nosotros: apaciéntanos y cuídanos; permítenos contemplar los bienes
eternos en la tierra de los vivientes.
Tú, que lo sabes y lo puedes todo, Tú,
que nos alimentas en este mundo, conviértenos en tus comensales del cielo, en
tus coherederos y amigos, junto con todos los santos.
ALELUYA
Jn 6, 51
Aleluya. “Yo soy el pan vivo bajado del
cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente”, dice el Señor. Aleluya.
EVANGELIO
La
propuesta de los Doce no era la de comer juntos. Su idea era que cada cual
fuera a buscarse casa y comida por su lado, y que cada uno se arreglara como
pudiera. Pero Jesús quiere que comamos juntos. Él está hoy en medio de nosotros
con su presencia sacramental y eucarística, y está también presente cada vez
que nos disponemos a poner en común nuestros panes y peces, cada vez que
formamos grupos para organizarnos, cada vez que hacemos que el hambriento quede
satisfecho.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 9, 11b-17
Jesús habló a la multitud acerca del
Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser sanados. Al
caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: “Despide a la multitud, para
que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y
alimento, porque estamos en un lugar desierto”. Él les respondió: “Denles de
comer ustedes mismos”. Pero ellos dijeron: “No tenemos más que cinco panes y
dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta
gente”. Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a
sus discípulos: “Háganlos sentar en grupos de alrededor de cincuenta personas”.
Y ellos hicieron sentar a todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados
y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió
y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud.
Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS
La multiplicación de los panes
La multiplicación de los panes es el
episodio de la vida de Jesús que en más ocasiones y con más detalle se nos
cuenta en los Evangelios. En esta solemnidad del Corpus encontramos la versión
de Lucas, el cual nos quiere hacer conscientes de la relación entre la
Eucaristía y la vida cotidiana. Un detalle del texto nos abre a la comprensión
de esta relación: el hambre de la multitud: “Despide a la gente para que se
vayan a las aldeas y caseríos de alrededor a buscar albergue y comida porque
aquí estamos en despoblado” (Lc 9,12).
Un problema parece entreverse en esta
petición de los discípulos a Jesús: el hambre de la gente; hambre de pan,
hambre de todo aquello que alimenta la vida, de todo aquello necesario para
tener una vida plena que es la necesidad de amor, de justicia, necesidad de un
salario que nos permita vivir, necesidad de vivienda… éste hambre que tiene que
ser saciada.
Al mismo tiempo que percibimos el
problema del hambre, surge en nosotros una pregunta: ¿cómo saciar el hambre?
Los discípulos hacen su propuesta: despide a la multitud; o dicho con otras
palabras lógicas de nuestra mentalidad: que cada uno se apañe, que cada uno se
vaya a comprar… Esta es la lógica del mercado. La lógica del mercado tiene un
distintivo claro: percibe los bienes materiales como propiedad que se puede
comprar, y no como dones. Y es a raíz de esto como surge el mercadeo con los
bienes materiales, espirituales. La lógica del apañarse, del creerse
propietarios, es la lógica del paganismo y no del cristianismo.
Sin embargo, la propuesta de Jesús: “Denles
ustedes de comer.” Esta respuesta de Jesús pone subraya un hecho: los hijos de
Dios no somos dueños sino administradores de los bienes que pertenecen a Dios.
Por tanto, una pregunta legítima y adecuada del cristiano es: ¿cómo debemos
gestionar estos bienes para que todos tengan?
Más aún, Jesús da un paso al frente en
su propuesta: pongan en común todo lo que tienen. Frente a la lógica de la
comunión aparece de nuevo la lógica de los discípulos, de nosotros, del
mercado: “Eso no es nada, no es suficiente porque no tenemos más que 5 panes y
2 peces” (Lc 9,13) Pensar que los bienes no son suficientes para el mundo es
una blasfemia contra Dios porque la creación es suficiente para el hombre.
Ante esta blasfemia de los discípulos,
Jesús toma la totalidad de los bienes (5 panes y 2 peces) que hay disponibles,
alza los ojos al cielo y dice la bendición. Con este gesto, Jesús reconoce la
fuente de todos los bienes: Dios. Por eso, si el pan pertenece a Dios, nosotros
somos los administradores del pan. Los bienes de la tierra no son posesión del
hombre, sino regalos del creador. Nosotros somos comensales de una mesa que
pertenece a Dios, huéspedes de un banquete de comunión. Y así, los bienes de
Dios solamente pueden ser repartidos y aceptados por aquellos que entran en la
lógica de Dios y no del mercado.
Relación con la Última Cena
Este episodio de la multiplicación de
los panes está relacionada con la Última Cena y, en definitiva, con la
Eucaristía. En la última cena, Jesús sabe que está a punto de morir y, en
consecuencia, deja su testamento: Toma el pan y dice: Este es mi cuerpo. Toma
el vino y dice: Ésta es mi sangre. O dicho con otras palabras: “Éste soy yo,
ésta es mi vida, ésta es mi historia” En la Eucaristía, no están presente los
músculos ni los huesos de Jesús, sino que Todo Él está concentrado en éste pan
y en éste vino. Porque toda su vida ha sido un hacerse pan, y por eso encontramos
una invitación: tomen y coman. El deseo de Jesús es que el discípulo una su
vida a la vida de Jesús.
Comer y Beber la vida de Dios. Comer el
pan y beber el vino es aceptar la vida de Jesús, unir nuestra vida a la vida de
Jesús. Y esté acciones de Comer y Beber es aceptar a Dios como Jesús lo ha
presentado y no a nuestra imagen y semejanza. Por eso, cuando se come y se bebe
la vida de Jesús, se hace el compromiso, la promesa, de unir nuestra vida a
Dios y transformarla en don de vida para los hermanos. Este es el misterio de
la Eucaristía.
ESTUDIO BÍBLICO
Iª Lectura: Génesis (14,18-20): Un culto
sencillo y original
I.1. Todos los textos ancestrales de AT
tienen algo especial en la tradiciones de Israel, hasta el punto de poder
considerar que un texto como el de Melquisedec podría ser una campaña militar,
antigua, en la que se ha querido ver que los grandes, en este caso el rey de
Salem, también ha querido ponerse a los pies del padre del pueblo, de Abrahán.
Con los gestos del pan y el vino que se ofrecen, las cosas más naturales de la
tierra, el rey misterioso le otorga a Abrahán un rango sagrado, casi de
rey-sacerdote. Será en este sentido cómo la carta a los Hebreos c. 7,1-10 se
permitirá hacer una lectura nueva de Jesucristo, de su sacerdocio no-dinástico,
absolutamente distinto y original, que no tiene parangón como el sacerdocio
ministerial. En el mismo sentido lo había ya intuido el Sal 110,4. Se ha
discutido mucho sobre quién es este personaje, incluso tenemos un texto en
Qumrán (11Q) que lo ve como un ser celeste.
I.2. El valor, pues, de nuestro texto es
que sirve como plataforma teológica para un sentido nuevo y una actualización
de la religión inaugurada por la vida de Cristo. El hecho de que en esa ofrenda
de Melquisedec no se usen animales, sino las cosas sencillas de la tierra,
apunta a una dimensión ecológica y personalista. Jesús, antes de morir, ofrecerá
su vida ¡tal como suena! en un poco de pan y en un poco de vino. No hacía falta
más que la intención misma de entregarse, de donarse, de “pro-existir” para los
demás. Con ello se alza una protesta radical contra un culto de sacrificios de
animales que no lleva a ninguna parte. Es la vida de Dios y de los hombres la
que tiene que estar en comunión. El ser humano se fascina ante lo divino y deja
de ser humano muchas veces, pero la “comunión vital” entre Dios y la humanidad
no tiene por qué esclavizarnos a un culto externo y a veces inhumano. Porque lo
que es inhumano, es antidivino.
I.3. En realidad es todo el texto de Heb
7 el que puede generar una lectura interesante en una fiesta como hoy. Quizás
muchos hubieran preferido otro texto para esta fiesta. Pero debemos reconocer
que la intención de la elección litúrgica del mismo se explica porque el gesto
de Melquisedec es como un signo anticipado de los gestos del pan y el vino de
Jesús en la última cena con sus discípulos. Se ha hablado que la intención del
autor de la carta a los Hebreos era mostrar que el sacerdocio de Cristo, a
imagen de Melquisedec, logra una verdadera “téléiôsis”, que se puede traducir
de muchas formas, como “perfección” o incluso como “transformación”. Preferimos
esto último, porque Jesús, con su vida, con sus palabra, con sus gestos,
transforma una religión de culto sacrificial de animales, en una verdadera
donación de vida, para introducirnos en la vida misma de Dios.
IIª Lectura: Primera Corintios
(11,23-26): La tradición del Señor es vida
II.1. El cristianismo primitivo tuvo que
hacerse “recibiendo” tradiciones del Señor. Pablo, que no lo conoció
personalmente, le da mucha importancia a unas pocas que ha recibido. Y una de
esas tradiciones son las palabras y los gestos de la última cena. Porque el
apóstol sabía lo que el Vaticano II decía, que “la Iglesia se realiza en la
Eucaristía”. Todos debemos reconocer que aquella noche marcaría para siempre a
los suyos. Cuando la Iglesia intentaba un camino de identidad distinto del
judaísmo, serán esos gestos y esas palabras las que le ofrecerá la oportunidad
de cristalizar en el misterio de comunión con su Señor y su Dios. Esta
tradición “recibida”, según la mayoría de los especialistas, pertenece a
Antioquía (como en Lc 22,19-20), donde los seguidores de Jesús “recibieron” por
primera vez el nombre de “cristianos”. Un poco distinta es la de Jerusalén (Mc
y Mt).
II.2. Los gestos del Señor Jesús eran
los que se hacían en cualquier comida judía; incluso si fue un cena pascual, lo
que se hacía en aquella fiesta de recuerdo impresionante. Pero lo importante
son las “palabras” y el sentido que Jesús pone en los gestos. Jesús, en la
noche “en que iba a ser entregado”, se “entregó” él a los suyos. El término es
elocuente. En los relatos de la pasión aparece frecuentemente este “entregar”.
No obstante lo verdaderamente interesante es que antes de que lo entregaran a
la muerte y le quitaran la vida, él la ofreció, la entregó, la donó a los suyos
en el pan y en el vino, de la forma más sencilla y asombrosa que se podía
alguien imaginar.
II.3. ¿Por qué se ha proclamar la muerte
del Señor hasta su vuelta? ¿Para recordar la ignominia y la violencia de su
muerte? ¿Para resaltar la dimensión sacrificial de nuestra redención? ¿Para que
no se olvide lo que le ha costado a Jesús la liberación de la humanidad? Muchas
cosas, con los matices pertinentes, se deben considerar al respecto. Tienen el
valor de la memoria “zikarón” que es un elemento antropológico imprescindible
de nuestra propia historia. No hacer memoria, significa no tener historia. Y la
Iglesia sabe que “nace” de la muerte de Jesús y de su resurrección. No es
simplemente memoria de un muerto o de una muerte ignominiosa, o de un
sacrificio terrible. Es “memoria” (zikarón) de vida, de entrega, de amor consumado,
de acción profética que se adelanta al juicio y a la condena a muerte de las
autoridades; es memoria de su vida entera que entrega en aquella noche con
aquellos signos proféticos sin media. Precisamente para que no se busque la
vida allí donde solamente hay muerte y condena. Es, por otra parte y sobre
todo, memoria de resurrección, porque quien se dona en la Eucaristía de la
Iglesia, no es un muerto, ni repite su muerte gestualmente, sino el Resucitado.
Evangelio: Lucas (9, 11-17): La Eucaristía,
experiencia del Reino de Dios
III.1. Lucas ha presentado la
multiplicación de los panes como una Eucaristía. En este sentido podemos hablar
que este gesto milagroso de Jesús ya no se explica, ni se entiende, desde
ciertos parámetros de lo mágico o de lo extraordinario. Los cinco verbos del v.
16: “tomar, alzar los ojos, bendecir, partir y dar”, denotan el tipo de lectura
que ha ofrecido a su comunidad el redactor del evangelio de Lucas. Quiere decir
algo así: no se queden solamente con que Jesús hizo un milagro, algo
extraordinario que rompía las leyes de la naturaleza (solamente tenían cinco
panes y dos peces y eran cinco mil personas). Por tanto, ya tenemos una primera
aproximación. Por otra parte, es muy elocuente cómo se introduce nuestro
relato: los acogía, les hablaba del Reino de Dios y los curaba de sus males
(v.11). E inmediatamente se desencadena nuestra narración. Por tanto la
“eucaristía” debe tener esta dimensión: acogida, experiencia del Reino de Dios
y curación de nuestra vida.
III.2. Sabemos que el relato de la
multiplicación de los panes tiene variantes muy señaladas en la tradición
evangélica: (dos veces en Mateo: 14,13-21;15,32-39); (dos en Marcos: 6,30-44;
8,1-10); (una en Juan, 6,1-13) y nuestro relato. Se ha escogido, sin duda, para
la fiesta del Corpus en este ciclo por ese carácter eucarístico que Lucas nos
ofrece. Incluso se apunta a que todo ocurre cuando el día declinaba, como en el
caso de los discípulos de Emaús (24,29) que terminó con aquella cena prodigiosa
en la que Jesús resucitado realiza los gestos de la última Cena y desaparece.
Pero apuntemos otras cosas. Jesús exige a los discípulos que “ellos les den de
comer”; son palabras para provocar, sin duda, y para enseñar también. El
relato, pues, tiene de pedagógico tanto como de maravilloso.
III.3. La Eucaristía: acogida,
experiencia del Reino y curación de nuestra vida. Deberíamos centrar la
explicación de nuestro texto en ese sumario introductorio (v. 11), que Lucas se
ha permitido anteponer a la descripción de la tradición que ha recibido sobre
una multiplicación de los panes. Si la Eucaristía de la comunidad cristiana no
es un misterio de “acogida”, entonces no haremos lo que hacía Jesús. Muchas
personas necesitan la “eucaristía” como misterio de acogida de sus búsquedas,
de sus frustraciones, de sus anhelos espirituales. No debe ser, pues, la
“eucaristía” la experiencia de una élite de perfectos o de santos. Si fuera así
muchas se quedarían fuera para siempre. También debe ser “experiencia del
Reino”; el Reino anunciado por Jesús es el Reino del Padre de la misericordia
y, por tanto, debe ser experiencia de su Padre y nuestro Padre, de su Dios y
nuestro Dios. Y, finalmente, “curación” de nuestra vida, es decir, experiencia
de gracia, de encuentro de fraternidad y de armonía. Muchos vienen a la
eucaristía buscando su “curación” y la Iglesia debe ofrecérsela, según el
mandato mismo de Jesús a los suyos, en el relato: “dadles vosotros de comer”.
III.4. Son posible, desde luego, otras
lecturas de nuestro texto de hoy. No olvidemos que en el sustrato del mismo se
han visto vínculos con la experiencia del desierto y el maná (Ex 16) o del
profeta Eliseo y sus discípulos (2Re 4,42-44). Y además se ha visto como un
signo de los tiempos mesiánicos en que Dios ha de dar a su pueblo la saciedad
de los dones verdaderos (cf Ex 16,12; Sal 22,27; 78,29; 132, 15; Jr 31,14). De
ahí que nos sea permitido no esclavizarse únicamente a un tipo de lectura
exclusivamente cultual envejecida. El Oficio de la liturgia del Corpus que, en
gran parte, es obra de Sto. Tomás de Aquino, nos ofrece la posibilidad de tener
presente estos aspectos y otros más relevantes si cabe. La Eucaristía,
sacramento de Cuerpo y la Sangre de Señor, debe ser experiencia donde lo viejo
es superado. Por eso, la Iglesia debe renovarse verdaderamente en el misterio
de la Eucaristía, donde la primitiva comunidad cristiana encontró fuerzas para
ir rompiendo con el judaísmo y encontrar su identidad futura. (Fray Miguel de
Burgos Núñez, O.P. ).