domingo, 1 de mayo de 2016

DOMINGO 6º DE PASCUA


“El Espíritu Santo les enseñará todo”

 “Sólo Dios basta”, viene a concluir el célebre poema de Santa Teresa, en buena conformidad con las lecturas de la liturgia de hoy. Pero, ¿acaso podía ser de otra manera? El mismo pensamiento humano, por su sola luz, ya había alcanzado a identificar la máxima simplicidad con la expresión de lo más verdadero y auténtico. Y, como bien atina la expresión popular, el bosque no nos deja ver los árboles. ¿Qué árboles componen este bosque, que el bosque no nos deja ver?

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

“Sin dudas que el Espíritu anima la comunidad cristiana, porque desde una perspectiva meramente humana ésta estaba destinada a la fragmentación y anarquía. Por eso cada grupo decidió enfrentar la situación sin miedo y con ánimo de buscar el mejor modo de conciliar las distintas ideas y praxis evangelizadoras con el proyecto de Cristo”.

Lectura de los Hechos de los apóstoles 15, 1-2. 22-29

Algunas personas venidas de Judea enseñaban a los hermanos que si no se hacían circuncidar según el rito establecido por Moisés, no podían salvarse. A raíz de esto, se produjo una agitación: Pablo y Bernabé discutieron vivamente con ellos, y por fin, se decidió que ambos, junto con algunos otros, subieran a Jerusalén para tratar esta cuestión con los Apóstoles y los presbíteros. Entonces los apóstoles, los presbíteros y la Iglesia entera, decidieron elegir a algunos de ellos y enviarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé. Eligieron a Judas, llamado Barsabás, y a Silas, hombres eminentes entre los hermanos, y les encomendaron llevar la siguiente carta: “Los apóstoles y los presbíteros saludamos fraternalmente a los hermanos de origen pagano, que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia. Habiéndonos enterado de que algunos de los nuestros, sin mandato de nuestra parte, han sembrado entre ustedes la inquietud y provocado el desconcierto, hemos decidido de común acuerdo elegir a unos delegados y enviárselos junto con nuestros queridos Bernabé y Pablo, los cuales han consagrado su vida al nombre de nuestro Señor Jesucristo. Por eso les enviamos a Judas y a Silas, quienes les transmitirán de viva voz este mismo mensaje. El Espíritu Santo, y nosotros mismos, hemos decidido no imponerles ninguna carga más que las indispensables, a saber: que se abstengan de la carne inmolada a los ídolos, de la sangre, de la carne de animales muertos sin desangrar y de las uniones ilegales. Harán bien en cumplir todo esto. Adiós”.
Palabra de Dios.
Sal 66, 2-3. 5-6. 8

R. A Dios den gracias los pueblos, alaben los pueblos a Dios.

El Señor tenga piedad y nos bendiga, haga brillar su rostro sobre nosotros, para que en la tierra se reconozca su dominio, y su victoria entre las naciones. R.

Que todos los pueblos te den gracias. Que canten de alegría las naciones, porque gobiernas a los pueblos con justicia y guías a las naciones de la tierra. R.

¡Que los pueblos te den gracias, Señor, que todos los pueblos te den gracias! Que Dios nos bendiga, y lo teman todos los confines de la tierra. R.

II LECTURA

Este pasaje nos presenta un futuro que ya es también presente: Dios es el Santuario, eternamente. Desde este presente, celebramos al Señor en cada momento de nuestra vida, en todo lugar, mirando con ojos de fe y esperanza.

Lectura del libro del Apocalipsis 21, 10-14. 22-23

El ángel me llevó en espíritu a una montaña de enorme altura, y me mostró la Ciudad santa, Jerusalén, que descendía del cielo y venía de Dios. La gloria de Dios estaba en ella y resplandecía como la más preciosa de las perlas, como una piedra de jaspe cristalino. Estaba rodeada por una muralla de gran altura que tenía doce puertas: sobre ellas había doce ángeles y estaban escritos los nombres de las doce tribus de Israel. Tres puertas miraban al este, otras tres al norte, tres al sur, y tres al oeste. La muralla de la Ciudad se asentaba sobre doce cimientos, y cada uno de ellos tenía el nombre de uno de los doce Apóstoles del Cordero. No vi ningún templo en la Ciudad, porque su Templo es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. Y la Ciudad no necesita la luz del sol ni de la luna, ya que la gloria de Dios la ilumina, y su lámpara es el Cordero.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Jn 14, 23

Aleluya. “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará e iremos a él”, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

Hay una innegable relación entre “guardar la Palabra” de Jesús, amar a Jesús y vivir una paz diferente a la que da el mundo. Es que la paz verdadera nace y se vive desde una profunda comunión con Jesús.

Ë Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 14, 23-29

Durante la última cena, Jesús dijo a sus discípulos: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman! Me han oído decir: ‘Me voy y volveré a ustedes’. Si me amaran, se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes crean”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS

Este tiempo de Pascua nos evoca siempre el comienzo de la historia de las comunidades cristianas primitivas, sus primeros pasos, sus primeros balbuceos. No en vano, la Iglesia – afirmamos – nace de la experiencia de la Resurrección. Esta evocación viene corroborada por la liturgia que ofrece a nuestra consideración los relatos de los Hechos de los Apóstoles.

Una cuestión fundamental que se nos suscita en relación a estos comienzos es el tránsito entre las pequeñas comunidades campesinas surgidas en torno a Jesús – siempre en el contexto judeo-palestino – y las nuevas iglesias que se van formando por todo el imperio romano y que terminarán por convertirse en religión oficial del mismo. ¿Cómo explicar que aquel movimiento tan exiguo y tan provinciano, radicado en una región marginal del imperio encontrara aceptación entre gentes y lugares dispares y se multiplicase incesantemente?

Es la obra del Espíritu – afirmamos – sin la cual, nada puede florecer ni mantenerse. Y bien cierto es. Pero el Espíritu asiste - no reemplaza – las opciones del hombre y de la historia. Los estudiosos de la historia primitiva del cristianismo han identificado en la simplicidad de la propuesta cristiana una razón crucial para su aceptación y difusión por las grandes ciudades del imperio. En un auténtico mercado de religiones y filosofías que competían entre sí para conseguir adeptos, con sus fracasadas ofertas de bienestar y salvación, el modesto cristianismo se abre paso. Frente a la multitud de religiones tradicionales, con sus templos, sacerdotes, estatuas, y demás gravosas instituciones socio-religiosas, siempre unidas al poder; frente a la nueva pléyade de religiones mistéricas y sus ritos exóticos sólo aptos para iniciados; frente a las filosofías que ofrecían sabidurías de vida sólo asumibles para los que podían permitirse el lujo de vivir meditando; el cristianismo naciente se destaca por ofrecer una propuesta alcanzable y abierta a todos, fundamentada en la simplicidad de una mínima doctrina: la de la encarnación, muerte y resurrección del Dios-Hombre – el Kerigma – como propuesta de sentido para todo hombre; la unión a su muerte y resurrección por el rito sencillo del bautismo; y en la simplicidad de una praxis vital consistente, concentrada en el amor fraterno, también ritualizada en la práctica de la fracción del pan. “Hemos decidido, [pues], el Espíritu Santo y nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables”.

Hoy, nuestro mundo global se parece mucho a ese mercado de las religiones del Imperio Romano… Aquel cristianismo incipiente ¿no tiene nada que enseñarnos hoy?

Una segunda cuestión crucial relacionada es cómo asegurar la fidelidad de todas estas nuevas comunidades dispersas por el Imperio Romano al proyecto originario de Jesús; cómo garantizar el que se mantenga en su pureza originaria.

Es la obra del Espíritu –afirmamos de nuevo –, que garantiza esa fidelidad; y, sin duda, de nuevo, decimos bien: “el Espíritu Santo que enviará el Padre en mi nombre, será quien os vaya recordando todo lo que os he dicho”. Pero, de nuevo, hemos de atender a la historia en la que el Espíritu despliega su acción. El cristianismo, en aquellos tiempos era un cristianismo en formación: estaba por hacer; pero, recuerda el poeta, “no hay camino; se hace camino al andar”. Y el Espíritu ha lanzado a la Iglesia al camino, al camino que ha de hacer en su caminar, tarea que no debía ser fácil, en vista de la pluralidad de gentes – con sus antecedentes, situaciones y culturas varias. Mucha fe había que tener en ese Espíritu que había de guiar tal proceso, pues “Él será quien os lo enseñe todo”. Mucha fe había que tener en ese Espíritu para pensar que el camino llegaría a buen puerto.

Pero, ¡más fe había de tener el mismo Espíritu en los hombres, a quienes lanzó al camino, a quienes lanzó a construir su Camino en medio de la historia! ¡Más fe hubo de tener el Espíritu al dejar en manos de los hombres la obra encomendada a Jesucristo! ¡Más fe ha tenido el Espíritu en nosotros al depositar en nuestras manos la Palabra del Padre! ¡Más fe ha tenido el Espíritu al encomendarnos la paz de Dios al mundo!

El Camino no se ha concluido, porque su fin no es concluirse sino seguir ofreciendo a los hombres de toda época una senda de fe y esperanza fundada en Jesucristo. Hoy como entonces, el mundo no es uniforme, las circunstancias son plurales y diversas, pero el camino ha de servir a todos; o tal vez, hemos de asumir, fiándonos del Espíritu, nuestro guía, que no hay un solo camino, sino diversos que el mismo Espíritu se encargará de hacer llegar a buen puerto, siendo que el Espíritu “nos ha enseñado” que “lo indispensable” en ese camino es el hombre mismo, en quien Dios ha depositado su Espíritu.

Cuando descubramos, precisamente, que el hombre es lo importante del camino, entonces nuestro camino habrá llegado a puerto, pues “el Padre y el Hijo han venido al hombre y han hecho morada en él”. Cuando eso suceda, ya no será necesario ningún camino, ninguna religión, ningún templo,… “Santuario no vi ninguno, porque su santuario es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero. La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero”.


ESTUDIO BÍBLICO

El don ilimitado de la gracia de Dios

Iª Lectura (Hechos 15,1-1.22-29): El "espíritu" del "Concilio" de Jerusalén

I.1. Hoy leemos uno de los episodios más conocidos y de los más importantes del libro de los Hechos de los Apóstoles: el Concilio de Jerusalén, que viene provocado por la libertad con que actuó en la misión evangelizadora la comunidad de Antioquía de Siria, donde trabajaban apostólicamente Pablo y Bernabé. Rompiendo los tabúes de un judeo-cristianismo todavía demasiado judío y menos cristiano –el de Jerusalén-, en cuanto a su identidad, se admitían a los paganos sin necesidad de que antes tuvieran que circuncidarse. Eso escandalizaba, porque se pensaba que para ser cristiano, primeramente se debía ser judío, admitir la ley de Moisés y otras muchas más tradiciones inherentes a ese modo de vida. ¿Dónde quedaba, pues, lo que Jesucristo había hecho por los hombres? ¿De qué valdría la muerte y la resurrección de Jesús? En definitiva, la cuestión era dónde estaba la posibilidad de la salvación, en la ley, o en Cristo.

I.2. Pablo, desde el principio (cf Gal 1-2), se va a oponer a esta distinción tan incoherente y no menos injusta desde todos los puntos de vista, deshaciendo con su teología de la gracia y de la fe en Cristo toda ventaja fundamental respecto de la salvación y la reconciliación del hombre con Dios. Pablo quiere decir que todos partimos de cero, que no cuenta ya ser de origen judío o ser pagano; es decir, de ser "justo" según la ley, o lo que es lo mismo, por herencia, por tradición; y ser pagano, por consiguiente pecador, expuesto a la ira de Dios, porque lo diga una “dogmática” inmemorial. Ante Dios, ante Cristo, estamos todos en igualdad de condiciones. Lo único que existe es una diferencia cultural, pero eso no es ninguna ventaja ante el Dios de la misericordia y de la gracia; eso no es una prerrogativa de salvación. En realidad, Pablo, en este texto de Hch 15, no habla, lo hace Pedro en su lugar inspirado (no olvidemos que es Lucas su autor) en el texto de Gal 2,15-21. Lucas, en la famosa decisión de no imponer “cargas” a los paganos, le apoya en el papel del Espíritu.

I.3. No obstante, la decisión estaba tomada: no es necesaria la Ley para la salvación. No hay que obligar a los paganos a someterse a la circuncisión, sino a abrirse a la gracia de Dios. Esta es la gran lucha por la libertad cristiana que comienza ya en los primeros años de la Iglesia. De esta manera, Pablo está rompiendo seguridades, fronteras, ilusiones elitistas de un pueblo que considera que la salvación les pertenece a ellos y a los que ellos den acceso a la "situación de ley". El texto de hoy solamente es un resumen y nos da la conclusión más importante. Y desde luego, nadie debe ser acusado de “antisemitismo” por este motivo. Es verdad que los que prefieran estar con la Ley… lo hacen desde su libertad y desde su fidelidad. Pero no se debe olvidar que Jesús y Pablo estuvieron sometidos a la Ley y decidieron abandonar ese camino. El cristianismo encontró su identidad abandonando la Ley (la Torah judía) por un Cristo crucificado y resucitado. Eso es irrenunciable, no es antisemitismo. ¡Y no debe existir antisemitismo nunca!

IIª Lectura: Apocalipsis (21,10-23): Lo nuevo en las manos de Dios

II.1. Se continúa la esplendorosa visión del domingo anterior sobre la nueva Jerusalén. Es una nueva Jerusalén, sin templo, porque el templo es el mismo Señor, presencia viva de amor y fidelidad. Es la utopía de la felicidad que todos los hombres buscan, pero presentada desde la visión cristiana del mundo y de la historia. Es una afirmación con todos los ingredientes simbólicos necesarios, pero eso no quiere decir que no será una realidad absoluta; porque Dios, el Dios de Jesucristo, es el futuro del hombre.

II.2. Hablar del futuro, sin recurrir al pasado y al presente, sería perder el sentido de la historia. Y la humanidad tiene historia, pero será transformada. Incluso Dios, en cuanto vivido y experimentado, está encarnado en esa historia humana. Aunque lo importante de esta visión es poner de manifiesto que todo será como Dios ha previsto, y no como sucedía en la historia donde, por respetar la libertad humana, los hombres han querido manipular hasta lo más santo y sagrado. La nueva Jerusalén es una forma simbólica de hablar de un futuro que estará plenamente en las manos de Dios.

III. Evangelio: Juan (14,23-29): El amor debe transformar el mundo

III.1. Estamos, de nuevo, en el discurso de despedida de la última cena del Señor con los suyos. Se profundiza en que la palabra de Jesús es la palabra del Padre. Pero se quiere poner de manifiesto que cuando él no esté entre los suyos, esa palabra no se agotará, sino que el Espíritu Santo completará todo aquello que sea necesario para la vida de la comunidad. Según Juan, Jesús se despide en el tono de la fidelidad y con el don de la paz. En todo caso, es patente que esta lectura nos va preparando a la fiesta de Pentecostés.

III.2. Esta parte del discurso de despedida está provocada por una pregunta “retórica” de Judas (no el Iscariote) de por qué se revela Jesús a los suyos y no al mundo. El círculo joánico es muy particular en la teología del NT. Esa oposición entre los de Jesús y el mundo viene a ser, a veces, demasiado radical. En realidad, Jesús nunca estableció esa separación tan determinante. No obstante es significativa la fuerza del amor a su palabra, a su mensaje. El mundo, en Juan, es el mundo que no ama. Puede que algunos no estén de acuerdo con esta manera de plantear las cosas. Pero sí es verdad que amar el mensaje, la palabra de Jesús, no queda solamente en una cuestión ideológica.

III.3. Sin embargo, debemos hoy hacer una interpretación que debe ir más allá del círculo joánico en que nació este discurso. La propuesta es sencilla: quien ama está cumpliendo la voluntad de Dios, del Padre. Por tanto, quien ama en el mundo, sin ser del “círculo” de Jesús, también estaría integrado en este proceso de transformación “trinitaria” que se nos propone en el discurso joánico. Esta es una de las ventajas de que el Espíritu esté por encima de los círculos, de las instituciones, de las iglesias y de las teologías oficiales. El mundo, es verdad, necesita el amor que Jesús propone para que Dios “haga morada” en él. Y donde hay amor verdadero, allí está Dios, como podrá inferirse de la reflexión que el mismo círculo joánico ofrecerá en 1Jn 4. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).


No hay comentarios:

Publicar un comentario