Reciban el
Espíritu Santo
La fiesta de Pentecostés es la
interpretación cristiana de la fiesta hebrea de Shuvaot o de las Tiendas. Hoy
es el domingo de la Cincuentena, han pasado siete semanas desde Pascua. Los
judíos celebran las primicias, en Israel es tiempo de cosecha y de entregar al
Templo las ofrendas de trigo. Pero también es la fiesta que conmemora la entrega
de la Torá, de las “diez palabras o mandamientos” de Dios a Israel en el Sinaí,
cincuenta días después de la Pascua, fiesta de la liberación de Egipto. Shuvaot
es por tanto la fiesta que celebra la Alianza entre Dios y su pueblo; una
alianza por la que ambos se comprometieron a no abandonarse jamás. Jesús trae y
encarna la nueva alianza en su cuerpo y su sangre. La novedad de la Pascua
actualizada cada domingo en la eucaristía.
DIOS
NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Solo
gracias a la acción del Espíritu estos hombres se levantaron para hablar y
decidieron predicar. Han perdido el miedo y ya no se sienten discriminados ni
despreciados por ser galileos. Han encontrado su lugar en el mundo y recuperado
su dignidad. Eso es obra del Espíritu.
Lectura
de los Hechos de los apóstoles 2, 1-11
Al llegar el día de Pentecostés, estaban
todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante
a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban.
Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por
separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y
comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía
expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones
del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro,
porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y
estupor decían: “¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo
es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y
elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en
Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la
Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y
árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios”.
Palabra de Dios.
Sal
103, 1ab. 24ac. 29b-31. 34
R.
Señor, envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra.
Bendice al Señor, alma mía: ¡Señor, Dios
mío, qué grande eres! ¡Qué variadas son tus obras, Señor! ¡La tierra está llena
de tus criaturas! R.
Si les quitas el aliento, expiran y
vuelven al polvo. Si envías tu aliento, son creados, y renuevas la superficie
de la tierra. R.
¡Gloria al Señor para siempre, alégrese
el Señor por sus obras! Que mi canto le sea agradable, y yo me alegraré en el
Señor. R.
II
LECTURA
Gracias
al Espíritu que hemos recibido, nadie puede imponerse más sobre los otros.
Hemos recibido una Buena Noticia: somos hijos de Dios, y ya no podemos temer ni
dejar que otro nos obligue a hacer lo que no queramos.
Lectura
de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 12, 3b-7.
12-13
Hermanos: Nadie puede decir: “Jesús es
el Señor”, si no está impulsado por el Espíritu Santo. Ciertamente, hay
diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu. Hay diversidad de
ministerios, pero un solo Señor. Hay diversidad de actividades, pero es el mismo
Dios el que realiza todo en todos. En cada uno, el Espíritu se manifiesta para
el bien común. Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno,
y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así
también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo
Espíritu para formar un solo Cuerpo, judíos y griegos, esclavos y hombres
libres, y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
Palabra de Dios.
O bien:
No
es un dualismo, ni se trata de despreciar “la carne”. San Pablo nos llama a
vivir la coherencia de nuestra fe, en espíritu y en la vida cotidiana. Se trata
de vivir la fe en el compromiso con el hermano. Esta fe transforma, entonces,
la vida. Y así también transforma el mundo entero.
Lectura
de la carta del Apóstol san Pablo a los Romanos 8, 8-17
Hermanos: Los que viven de acuerdo con
la carne, no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no están animados por la
carne, sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El
que no tiene el Espíritu de Cristo, no puede ser de Cristo. Pero si Cristo vive
en ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el
espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a
Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará la vida a
sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes.
Hermanos, nosotros no somos deudores de la carne, para vivir de una manera
carnal. Si ustedes viven según la carne, morirán. Al contrario, si hacen morir
las obras de la carne por medio del Espíritu, entonces vivirán. Todos los que
son conducidos por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios. Y si ustedes no han
recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu
de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios “Abba”, es decir: “Padre”. El
mismo Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos
de Dios. Y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y
coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él.
Palabra de Dios.
SECUENCIA
Ven, Espíritu Santo, y envía desde el
cielo un rayo de tu luz.
Ven, Padre de los pobres, ven a darnos
tus dones, ven a darnos tu luz.
Consolador lleno de bondad, dulce huésped
del alma, suave alivio de los hombres.
Tú eres descanso en el trabajo,
templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto.
Penetra con tu santa luz en lo más
íntimo del corazón de tus fieles.
Sin tu ayuda divina no hay nada en el
hombre, nada que sea inocente.
Lava nuestras manchas, riega nuestra
aridez, sana nuestras heridas.
Suaviza nuestra dureza, elimina con tu
calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos.
Concede a tus fieles, que confían en ti,
tus siete dones sagrados.
Premia nuestra virtud, salva nuestras
almas, danos la eterna alegría.
ALELUYA
Aleluya. Ven, Espíritu Santo, llena los
corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Aleluya.
EVANGELIO
“Estamos
llamados por el Espíritu a formar ya una nueva creación. Ese soplo nos
transforma a todos y todas en la fe, en nuevas criaturas y en una nueva
familia. El soplo del Espíritu nos hace una familia alternativa a todos los
otros proyectos de familias. Ya no es la sangre ni la etnia la que nos da
unidad, sino el Espíritu de la nueva creación que nos permite proclamar la paz
a todas las personas y a todos los grupos del mundo entero, sin condiciones,
sin exclusiones, sin temores y sin miedos.
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Juan 20, 19-23
Al atardecer del primer día de la
semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los
judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz
esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los
discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de
nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los
envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el
Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen,
y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.
Palabra del Señor.
O bien:
Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Juan 14, 15-16. 23b-26
Si ustedes me aman, cumplirán mis
mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté
siempre con ustedes. Quien me ama, será fiel a mi palabra y mi Padre lo amará;
iremos a él y habitaremos en él. Quien no me ama, no es fiel a mis palabras: La
palabra que ustedes oyen no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo
estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu
Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará lo
que les he dicho.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS
LA PALABRA DE DIOS
Durante el tiempo de Pascua en la
liturgia dejamos de leer el Antiguo Testamento, porque todas las profecías de
Israel encontraron cumplimiento en Jesucristo. Nosotros hoy celebramos un
acontecimiento. El narrado por el libro de los Hechos de los Apóstoles. Un día
como hoy, cincuenta después de la Resurrección de Jesús, mientras se celebraba
la fiesta judía de Shuvaot, los apóstoles se llenaron de Espíritu Santo. La ley
se había cumplido en Jesús; desde entonces ya no era el recibimiento de la Ley
lo que se celebraba sino el advenimiento de Dios mismo. En adelante, la alianza
entre Dios y su pueblo no se basará en un pacto y unos mandamientos, las diez
palabras; sino en el Espíritu. La ley del Espíritu Santo inscrita en nuestros
corazones, el mismo amor de Dios, la gracia de Dios manifestada en cada
bautizado.
¿Y qué trae de nuevo el Espíritu Santo?
Consuma la revelación de la Trinidad; inicia el tiempo del testimonio, el
tiempo de la Iglesia; realiza la comunión, una unidad en la diversidad; nos
capacita para la alegría, el perdón y la paz. El Espíritu Santo enciende en
nosotros la llama del amor. Es el amor entre el Padre y el Hijo que amándonos
nos hace amables y nos asocia a la relación amorosa de la Trinidad. Es la fortaleza
de Dios que nos envía en medio del mundo para vivir el Evangelio de la
misericordia construyendo el Reino.
“y cada uno los oímos hablar de las
maravillas de Dios en nuestra propia lengua”
Dios quiere comunicarse con nosotros,
hablar nuestra lengua propia. Hablarnos desde la vida a nuestro alrededor tanto
como desde nuestra interioridad y nuestro deseo. Desde las inquietudes
profundas o incluso desde nuestras heridas. Dios quiere comunicarse sin
interferencias, quiere entregarnos su Espíritu con derroche.
Pentecostés puede ser un buen momento
para sintonizar con la voz de Dios que habla el idioma de cada corazón. Dentro
de nosotros resuenan muchas voces, lo sabemos y las reconocemos. Incluso
hablamos con ellas. Son ecos del pasado, del presente incierto o de un futuro
soñado. Pero lo que importa es el aquí y ahora. El silencio, la desnudez del
alma donde poder descubrir a solas una Presencia adorable que nos estaba
esperando. Para hacernos bien y a través de nosotros hacer bien al mundo.
¿Qué o quién distorsiona y entorpece tal
encuentro? Nombrémoslo sin miedo y aparquémoslo. Tenemos derecho a experimentar
la gracia, el Espíritu Santo. Que nadie te lo robe. No prestemos oídos a
influencias o testimonios negativos. Al menos por un rato, al menos por hoy,
hay un tiempo para cada cosa. Apaguemos un rato la música, dejemos de correr y
de entretener la mente. Descansemos. Es Pentecostés. El Padre y el Hijo Jesús
derraman su Espíritu de Amor sobre nosotros El Dios de Jesús responde a los
anhelos más profundos de cada corazón. Se hace diálogo para cada uno y para
todos. Pero ¿cómo podremos comprobarlo si no conocemos esos anhelos?
Escuchémonos con nuestras luces y sombras, el idioma universal de Jesús lo
entienden todos. Cualquier personaje del evangelio forma parta de cada uno de
nosotros. A través de cualquiera de ellos, ocupando mentalmente su lugar
podemos dejarnos tocar por Cristo. Su amor es un fuego y su Vida espera colmar
nuestra propia vida, desde ahora hasta la eternidad.
La solemnidad de Pentecostés tiene una
fuerte dimensión eclesial. El Espíritu Santo abre las puertas de la Iglesia
actuando dentro y fuera de ella, nada lo retiene. Dentro y fuera de la
Iglesia…por eso hay que afinar el oído, para no precipitarse en condenar y
priorizar la “lectura de los signos de los tiempos”. Basta ya de ver enemigos
de la Iglesia por todas partes. El mayor enemigo de la Iglesia es el orgullo,
la ambición de poder y la falta de misericordia. Al final de nuestras vidas
seremos examinados en el amor que hayamos sido capaces de encarnar, en las
vidas que hayamos defendido y en la bondad con la que tratemos al prójimo y a
los más necesitados.
Para los amigos de Jesús, el anochecer
de cualquier día se convierte en el alba de un amanecer nuevo; de un renacer en
el Espíritu. Nuestra época precisa cambios y nuestra humanidad precisa firmeza
frente a la corrupción que amenaza cada vez más a los habitantes del mundo.
Seamos cristianos valientes para hacer del mundo la “tierra sin males”. “Ven
Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don en
tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo”.
Amén.
ESTUDIO
BÍBLICO
El Domingo de Pentecostés (cincuenta
días después de la Pascua) nos muestra, con la proverbial primera lectura (Hechos
2,1-11), que las experiencias de Pascua, de la Resurrección, nos han puesto en
el camino de la vida verdadera. Pero esa vida es para llevarla al mundo, para
transformar la historia, para fecundar a la humanidad en una nueva experiencia
de unidad (no uniformidad) de razas, lenguas, naciones y culturas. Lucas ha
querido recoger aquí lo que sintieron los primeros cristianos cuando perdieron
el miedo y se atrevieron a salir del «cenáculo» para anunciar el Reino de Dios
que se les había encomendado.
Todo el capítulo primero de los Hechos
de los Apóstoles es una preparación interna de la comunidad para poner de
manifiesto lo importante que fueron estas experiencias del Espíritu para
cambiar sus vidas, para profundizar en su fe, para tomar conciencia de lo que
había pasado en la Pascua, no solamente con Jesús, sino con ellos mismos y para
reconstruir el grupo de los Doce, al que se unieron todos los seguidores de
Jesús. Por eso, el día de Pentecostés ha sido elegido por Lucas para concretar
una experiencia extraordinaria, rompedora, decidida, porque era una fiesta
judía que recordaba en algunos círculos judíos el don de la Ley del Sinaí, seña
de identidad del pueblo de Israel y del judaísmo. Las pretensiones para que la
identidad de la comunidad de Jesús resucitado se mostrara bajo la fuerza y la
libertad del Espíritu es algo muy sintomático. El evangelista sabe lo que
quiere decir y nosotros también, porque el Espíritu es lo propio de los
profetas, de los que no están por una iglesia estática y por una religión sin
vida. Por eso es el Espíritu quien marca el itinerario de la comunidad
apostólica y quien la configura como comunidad profética y libre. Veamos
algunos aspectos de los textos bíblicos:
Iª
Lectura: (Hch 2,1-11): El Espíritu lo renueva todo
I.1. Este es un relato germinal,
decisivo y programático; propio de Lucas, como en el de la presencia de Jesús
en Nazaret (Lc 4,1ss). Lucas nos quiere da a entender que no se puede ser es
pec tadores neutrales o marginales a la experiencia del Espíritu. Porque ésta
es como un fenómeno absurdo o irracional hasta que no se entra dentro de la
lógica de la acción gratuita y poderosa de Dios que transforma al hombre desde
dentro y lo hace capaz de relaciones nuevas con los otros hombres. Y así, para
expresar es ta realidad de la acción libre y renovadora de Dios, la tradición
cristiana tenía a disposición el lenguaje y los símbolos religiosos de los
relatos bíblicos donde Dios interviene en la historia hu mana. La manifestación
clásica de Dios en la historia de fe de Israel, es la liberación del Éxodo, que
culmina en el Sinaí con la constitución del pueblo de Dios sobre el fundamento
del don de la Alianza.
I.2. Pentecostés era una fiesta judía,
en realidad la “Fiesta de las Semanas” o “Hag Shabu’ot” o de las primicias de
la recolección. El nombre de Pentecostés se traduce por “quincuagésimo,” (cf
Hch 2,1; 20,16; 1Cor 16,8). La fiesta se describe en Ex 23,16 como “la fiesta
de la cosecha,” y en Ex 34,22 como “el día de las primicias o los primeros
frutos” (Num 28,26). Son siete semanas completas desde la pascua; es decir,
cuarenta y nueve días y en el quincuagésimo, el día es la fiesta (Hag
Shabu´ot). La manera en que ésta se guarda se describe en Lev 23,15-19; Num
28,27-29. Además de los sacrificios prescritos para la ocasión, en cada uno
está el traerle al Señor el “tributo de su libre ofrenda” (Dt 16,9-11). Es
verdad que no existe unanimidad entre los investigadores sobre el sentido
propio de la fiesta, al menos en el tiempo en que se redacta este capítulo. Las
antiguas versiones litúrgicas, los «targumin» y los comentarios rabínicos
señalaban estos aspectos teológicos en el sentido de poner de manifiesto la
acogida del don de la Ley en el Sinaí, como condición de vida para la comunidad
renovada y santa. Y después del año 70 d. C., prevaleció en la liturgia el
cómputo farisaico que fijaba la celebración de Pentecostés 50 días después de
la Pascua. En ese caso, una tradición anterior a Lucas, muy probablemente,
habría cristianizado el calendario litúrgico judío.
I.3. Pero ese es el trasfondo solamente,
de la misma manera que lo es, también sin duda, el episodio de la Torre de
Babel, en el relato de Gn 11,1-9. Y sin duda, tiene una im por tan cia
sustancial, ya que Lucas no se queda solamente en los episodios exclusivamente
israelitas. Algo muy parecido podemos ver en la Genealogía de Lc 3,1ss en que
se remonta hasta Adán, más allá de Abrahán y Moisés, para mostrar que si bien
la Iglesia es el nuevo Israel, es mucho más que eso; es el comienzo
escatológico a partir del cuál la humanidad entera encontrará finalmente toda
posibilidad de salvación. De hecho, tiene muchas posibilidades teológicas el
reclamo y el trasfondo a Gn 11,1-9 sobre la torre de babel. Porque Babel,
Babilonia, ha sido para el pueblo bíblico el prototipo de la idolatría, del
poder contaminante y tirano, opuesto a Dios. Podemos ver una contraposición
entre la “globalización” de Babel y cómo ahora viene el Espíritu a la comunidad
en Jerusalén. Ahora, ya no para conquistar a los pueblos, sino para mostrar como
Dios se incultura en todas las razas y lenguas por medio de su Espíritu. Cada
uno lo “entiende” en su propia cultura, en su propio ser, incluso en su propia
religión, podíamos decir.
I.4. Por eso mismo, no es una Ley nueva
lo que se recibe en el día de Pentecostés, sino el don del Espíritu de Dios o
del Espíritu del Señor. Es un cambio sustancial y decisivo y un don
incomparable. El nuevo Israel y la nueva humanidad, pues, serán conducidos, no
por una Ley que ya ha mostrado todas sus limitaciones en el viejo Israel, sino
por el mismo Espíritu de Dios. Es el Espíritu el único que hace posible que
todos los hombres, no sólo los israelitas, entren a formar parte del nuevo
pueblo. Por eso, en el caso de la familia de Cornelio (Hch 10) -que se ha
considerado como un segundo Pentecostés entre los paganos-, veremos al Espíritu
adelantarse a la misma decisión de Pedro y de los que le acompañan, quien
todavía no habían podido liberarse de sus concepciones judías y nacionalistas
I.5. Lo que Lucas quiere subrayar, pues,
es la universalidad que caracteriza el tiempo del Espíritu y la habilitación
profética del nuevo pueblo de Dios. Así se explica la intencionalidad -sin duda
del redactor-, de transformar el relato primitivo de un milagro de «glosolalia»
(hablar lenguas casi celestiales, ¡para entendernos!), en un milagro de
profecía, en cuanto todos los oyentes, de toda la humanidad representada en
Jerusalén, entienden hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua. El
don del Espíritu, en Pentecostés, es un fenómeno profético por el que todos es
cu chan cómo se interpreta al alcance de todos la “acción salvífica de Dios”;
no es un fenómeno de idiomas, sino que esto acontece en el corazón de los
hombres.
I.6. El relato de Pentecostés que hoy
leemos en la primera lectura es un conjunto que abarca muchas experiencias a la
vez, no solamente de un día. Esta fiesta de la Iglesia, que nace en las Pascua
de su Señor, es como su bautismo de fuego. Porque ¿de qué vale ser bautizado si
no se confiesa ante el mundo en nombre de quién hemos sido bautizados y el
sentido de nuestra vida? Por eso, el día de la fiesta del Pentecostés, en que
se conmemora el don de la ley en el Sinaí como garantía de la Alianza de Dios
con su pueblo, se nos describe que en el seno de la comunidad de los discípulos
del Señor se operó un cambio definitivo por medio del Espíritu.
I.7. De esa manera se quiere significar
que desde ahora Dios conducirá a su pueblo, un pueblo nuevo, la Iglesia, por
medio del Espíritu y ya no por la ley. Desde esa perspectiva se le quiere dar
una nueva iden tidad profética a ese pueblo, que dejará de ser nacionalista,
cerrado, exclusivista. La Iglesia debe estar abierta a todos los hombres, a
todas las razas y culturas, porque nadie puede estar excluido de la salvación de
Dios. De ahí que se quiera significar todo ello con el don de lenguas, o mejor,
con que todos los hombres entiendan ese proyecto salvífico de Dios en su propia
lengua y en su propia cultura. Esto es lo que pone fin al episodio
desconcertante de la torre de Babel en que cada hombre y cada grupo se fue por
su camino para “independizarse de Dios”. Eso es lo que lleva a cabo el Espíritu
Santo: la unificación armoniosa de la humanidad en un mismo proyecto salvífico
divino.
IIª
Lectura: Iª Corintios (12,3-7.12-13): La comunión en el Espíritu
II.1. Pablo presenta a la comunidad de
Corinto la unidad de la misma por medio del Espíritu. En realidad esta sección
responde a un problema surgido en las comunidades de Corinto, en las que
algunos que recibían dones o carismas extraordinarios, competían entre ellos
sobre cuáles era los más importantes. Pablo va a dedicarle una reflexión
prolongada (cc. 12-14), pero poniendo todo bajo el criterio de la caridad (c.
13). Con toda probabilidad, la misma comunidad le ha pedido un pronunciamiento
ante ciertos excesos de cosas extraordinarias que rompían la armonía espiritual
II.2. La diversidad (diairesis, en
griego) de gracias y dones comunitarios no deben romper la unidad de la
comunidad, porque todos necesitamos tener algo fundamental, sin la cual no se
es nada: el Espíritu del Señor Jesús para confesar nuestra fe; sin el Espíritu
no somos cristianos, aunque creamos tener gracias extraordinarias y hablemos
lenguas que nadie entiende. La diversidad, pues, recibe su identidad propia en
el Espíritu primeramente. Así es como se construye la primera parte del texto
hablando sobre la diairesis, de dones extraordinarios, de ministerios y
funciones, pero un mismo Espíritu, un mismo Señor y un mismo Dios. No se trata
de una construcción estética de Pablo, aunque, con razón, algunos han hablado
de la “catedral” comunitaria; es la polifonía teológica de todo lo que hace que
la comunidad cristiana tenga vida e identidad.
II.3. Los dones espirituales, los
carismas, no son algo solamente estético, pero bien es verdad que si no se
viven con la fuerza y el calor del Espíritu no llevarán a la comunión. Y una
comunidad sin unidad de comunión, es una comunidad sin el Espíritu del Señor.
Así se hace el “cuerpo” del Señor, desde la unidad en la pluralidad. Eso es lo
que sucede en nuestro propio cuerpo: pluralidad en la unidad ¿Quién garantiza
esa unidad? ¡Desde luego, el Espíritu!
Evangelio
Juan (20,19-23): La paz y el gozo, frutos del Espíritu
III.1. El evangelio de hoy, Juan
(20,19-23), nos viene a decir que desde el mismo día en que Jesús resucitó de
entre los muertos su comunicación con los discípulos se realizó por medio del
Espíritu. El Espíritu que «insufló» en ellos les otorgaba discernimiento,
alegría y poder para perdonar los pecados a todos los hombres.
III.2. Pentecostés es como la
representación decisiva y programática de cómo la Iglesia, nacida de la Pascua,
tiene que abrirse a todos los hombres. Esta es una afirmación que debemos
sopesarla con el mismo cuidado con el que San Juan nos presenta la vida de
Jesús de una forma original y distinta. Pero las afirmaciones teológicas no
están desprovistas de realidad y no son menos radicales. La verdad es que el
Espíritu del Señor estuvo presente en toda la Pascua y fue el auténtico artífice
de la iglesia primitiva desde el primer día en que Jesús ya no estaba
históricamente con ellos. Pero si estaba con ellos, por medio del Espíritu que
como Resucitado les había dado. (Fr.
Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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