domingo, 31 de julio de 2016

DOMINGO 18º DEL TIEMPO ORDINARIO


“Cuídense de toda avaricia”

En el evangelio de Lucas del domingo pasado, los discípulos pedían al Maestro que los enseñara a orar y poner la confianza en Dios; en este domingo de estío, cuando el descanso vacacional necesario para retomar fuerzas y volver después a los quehaceres de siempre, la Palabra de Dios nos hace una llamada: compartir con quienes carecen de lo necesario. Repartir la herencia entre hermanos, es algo común; pensar solo en uno mismo, por desgracia, más común aún.

“Hay quien trabaja con ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no trabaja” (Ecl 2, 21)

Si a pesar de las cifras de las estadísticas, ¡cuántos hay que no encuentran trabajo! no se reparten las herencias, sino que se almacenan cosechas, se fomentan las desigualdades sociales, -que cada vez son mayores-, y en consecuencia hay menos ricos que son más ricos, y más pobres que les falta lo necesario para vivir. (Bauman). Propio del seguidor de Cristo es buscar la justa distribución del trabajo.

¡No se mientan unos a otros! (Col 3, 9)

¿Y la mentira? Es signo de la no presencia de Dios en nosotros. La Resurrección de Cristo es la verdad a la que estamos llamados y la verdad es andar en incorruptibilidad. Cuando el ser humano cae en cualquier clase de idolatría, bien sea humana, espiritual o religiosa, se convierte en el hombre viejo corruptible que lleva dentro y no deja lugar a que Cristo sea todo en todos. Fruto de esa vejez interior es amasar fortuna pensando solo en vivir para uno mismo.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

El sabio llama vanidad a aquello que es ilusorio y que, por lo tanto, al final trae decepción. Su reflexión nos ayuda a discernir sobre nuestros trabajos y fatigas. ¿Qué objetivo perseguimos con ellos? Estas palabras nos hablan de la ambición mal encaminada, y quedan representadas con un ejemplo concreto en la parábola que narra Jesús.

Lectura del libro del Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23

¡Vanidad, pura vanidad!, dice el sabio Cohélet. ¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad! Porque un hombre que ha trabajado con sabiduría, con ciencia y eficacia, tiene que dejar su parte a otro que no hizo ningún esfuerzo. También esto es vanidad y una grave desgracia. ¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que busca afanosamente bajo el sol? Porque todos sus días son penosos, y su ocupación, un sufrimiento; ni siquiera de noche descansa su corazón. También esto es vanidad.
Palabra de Dios.

Salmo 89, 3-6. 12-14. 17

R. Señor, tú has sido nuestro refugio.

Tú haces que los hombres vuelvan al polvo, con sólo decirles: “Vuelvan, seres humanos”. Porque mil años son ante tus ojos como el día de ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche. R.

Tú los arrebatas, y son como un sueño, como la hierba que brota de mañana: por la mañana brota y florece, y por la tarde se seca y se marchita. R.

Enséñanos a calcular nuestros años, para que nuestro corazón alcance la sabiduría. ¡Vuélvete, Señor! ¿Hasta cuándo...? Ten compasión de tus servidores. R.

Sácianos en seguida con tu amor, y cantaremos felices toda nuestra vida. Que descienda hasta nosotros la bondad del Señor; que el Señor, nuestro Dios, haga prosperar la obra de nuestras manos. R.

II LECTURA

Cristo renueva nuestro ser. Nos hace hombres y mujeres nuevos, viviendo en la gracia. Si esta gracia divina nos inunda, ya no queda lugar para el pecado.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas 3, 1-5. 9-11

Hermanos: Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es la esperanza de ustedes, entonces también aparecerán ustedes con él, llenos de gloria. Por lo tanto, hagan morir en sus miembros todo lo que es terrenal: la lujuria, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una forma de idolatría. Tampoco se engañen los unos a los otros. Porque ustedes se despojaron del hombre viejo y de sus obras y se revistieron del hombre nuevo, aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto, renovándose constantemente según la imagen de su Creador. Por eso, ya no hay pagano ni judío, circunciso ni incircunciso, bárbaro ni extranjero, esclavo ni hombre libre, sino sólo Cristo, que es todo y está en todos.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Mt 5, 3

Aleluya. Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Aleluya.

EVANGELIO

“El mensaje de la parábola está centrado en la frase: Necio, lo que has acumulado, ¿de quién será? El pasaje nos invita a confiar en Dios, nuestro Padre. El hombre ni siquiera puede asegurar completamente sus bienes. Por eso, su verdadera seguridad es la de sentirse en manos de Dios.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 12, 13-21

Uno de la multitud dijo al Señor: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Jesús le respondió: “Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?”. Después les dijo: “Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”. Les dijo entonces una parábola: “Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se preguntaba a sí mismo: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha”. Después pensó: “Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date buena vida”. Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?”. Esto es lo que sucede al que acumula riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”.
Palabra del Señor.


MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

“Dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia” (Lc 12, 13)

En tiempos de Jesús las capas sociales se iban separando cada vez más. Cosa no extraña para nosotros, ya en nuestra sociedad del siglo XXI, la pobreza va en aumento a costa de concentrar riqueza unos pocos. Resultado: menos ricos con más dinero y bienes, y más pobres, más empobrecidos, sin los necesario para vivir.

El cristiano que sigue las pautas del Maestro, está obligado a poner remedio a la escalada de separación diferenciadora de las capas sociales. Los habitantes del mundo estamos obligados a repartir la herencia de Dios Padre entre todos.

Los excluidos, los descartados (palabra muy usada hoy en día), los marginados, los inútiles, los expulsados del ciclo de salida de la pobreza, los invisibles a la economía y tantos otros, son aquellos a los que les ha arrebatado su parte de herencia del mundo el insensato rico.

La necedad del insensato, la del que solo sabe hacer monólogos y hablar en primera persona, le lleva únicamente a derribar almacenes y aumentar sus graneros como único fin último de su vida. No está dentro de su óptica la parte de herencia de sus trabajadores, de los excluidos, de los invisibles porque la palabra solidaridad, no la conoce.

Jesús en el evangelio de hoy, invita a no vivir pensando solamente en uno mismo, actitud propia del rico. La sensatez, la justicia, la solidaridad, y en último extremo la caridad serán razón de felicidad para uno y para los otros. La verdadera riqueza nace de la experiencia de Dios en cada uno.

Las riquezas endurecen el corazón y apartan de los hermanos. Es el peligro al que estamos expuestos si no vemos en el prójimo a Dios, “que hace salir el sol para buenos y malos” (Mt. 5, 45).

Si por ley natural la propiedad privada es legítima, ello no obsta que sea ampliada por la razón humana en beneficio de justicia social. El compromiso solidario de compartir es argumento de la recta razón. Quien no es solidario tiene el corazón encallecido y su razón enturbiada por el egoísmo devorador.

“Hay quien trabaja con ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no trabaja” (Ecl 2, 21)

El verdadero discípulo de Jesús, no tiene que sentir vanidad ni sin sentido cuando deja parte de lo suyo para ayudar al que no trabaja. Quien trabaja con sabiduría (amasa riqueza) y comparte su labor con el que no tiene (que es el que amasa pobreza), vive con la alegría de quien invierte, cambia, la desigualdad, de tal modo que su actuación nivela la sociedad, produce bien estar y hace presente en el mundo el Reino de Dios.

El intercambio desigual del trabajo, la extorsión del dinero, y/o explotación del pobre por el rico (mano de obra barata) como forma de obtener múltiples beneficios, dan como resultado la creación de necesidades-innecesarias, -a veces inalcanzables-, que dejan constantemente insatisfecho el corazón, del hombre hoy.

“¡No se mientan unos a otros!” (Col 3, 9)

Pensar en servir a Dios y al dinero a la vez (cfr. Lc. 16, 13) es contrario a la máxima evangélica, implica mentirse a sí mismo, y los demás. Vivir solamente con valores del mundo, como la codicia, la avaricia, las pasiones, etc., refleja no estar revestido de Cristo y por tanto vivir mintiendo humana y espiritualmente.

Pablo en su carta a los Colosenses elimina toda distinción. Cuando se ha resucitado con Cristo se busca agradar al Cristo, y al prójimo, y así aspirar a los bienes del cielo, sirviéndose de los tierra, con justicia y caridad. Eso sí que es es vivir en verdad.

La corrupción, tan corriente y normal en nuestros días, raro es el día que no hace su presencia en el escenario del escándalo, está fundamentada en la mentira. El corrupto solo busca agradarse a sí mismo y, a veces por equivoco invita a sus allegados a entrar en su círculo como treta de silenciar la mentira.

Querido lector, como cristianos que somos, estamos llamados a cambiar nuestro mundo. La fe y la confianza en la fuerza del evangelio, nos animan e impulsan a llevar la verdad y la alegría, de Cristo resucitado (el incorruptible) a nuestro trabajo, familia, amigos, y a todos en general.

Compartamos esa verdad y alegría que nos dará como fruto es la Paz del Señor Resucitado en nuestro corazón.


ESTUDIO BÍBLICO.

La solidaridad como exigencia del Reino de Dios

Iª Lectura: Eclesiastés (1,1.2.23): La sabiduría de la vida

I.1. ¿Quién no conoce la célebre reflexión del libro del Eclesiastés, el sabio llamado Qohélet, de ese superlativo expresado en “vanidad de vanidades”? Esa es la primera lectura de hoy. Es toda una filosofía la que está a la base de este juicio; un escepticismo ante tantos afanes y tantas angustias. ¿Qué actitud tomar? ¿Pasar de todo? Posturas como las de Qohélet las ha habido siempre y no son negativas radicalmente, sino que expresan, a veces, una actitud “sabia” en la que se intuye que debemos tomarnos la vida de otra manera: sin envidias, afanes, comparaciones con las riquezas de los otros.

I.2. Pero eso parece una actitud burguesa del que nada le falta. La de aquellos que no tienen para comer ni vestir no sería exactamente así. Hay una razón más profunda por la que debemos no afanarnos por tantas cosas, una razón más radical y humana. No se trata simplemente de llevar una vida más cómoda y menos tensa. Por eso al juicio de Qohélet le falta una dimensión, la que Jesús nos ofrece en la parábola evangélica.

IIª Lectura: Colosenses (3,1-11): Personas nuevas por el bautismo

La segunda lectura apunta de nuevo a las claves bautismales de la vida cristiana, a lo que significa haber resucitado con Cristo por el bautismo, y a lo que nos obliga vivir en cristiano. El bautismo es un compromiso de vida o muerte. ¿Qué significa que nuestra vida está escondida en Cristo? Pues que es El quien nos inspira, quien nos va liberando de todo aquello que en la tierra nos enfrenta los unos a los otros. El bautismo nos hace personas nuevas, porque nos situamos ante los horizontes de lo que Jesús vivió.

Evangelio. Lucas (12,13-21): Acumular riquezas: ¡el anti-evangelio!

III.1. El relato del evangelio de Lucas es como la respuesta a los planteamientos de Qohélet. Efectivamente, Lucas es un evangelista que ha marcado la diferencia en el Nuevo Testamento como juicio de la riqueza y sus peligros para la verdadera vida cristiana. Lucas es defensor de los pobres, aunque no de la pobreza. Jesús, el profeta, no ha venido para ser juez de causas familiares, o empresariales, o sociales, ya que esas leyes de herencia, de impuestos, de salarios justos, se establecen a niveles distintos. Y no quiere ello decir que en las exigencias del Reino de Dios se excluya la justicia, especialmente para los pobres y oprimidos.

III.2. La parábola del rico que acumula la gran cosecha y engrandece sus graneros, en vez de distribuirlo entre los que no tienen para comer, es toda una lección de cómo Jesús ve las cosas de esta vida, aunque él persiga objetivos más grandes. El que acumula riquezas, pues, no entiende nada de lo que Jesús propone al mundo. Los que siguen a Jesús, pues, tienen que sacar, según Lucas, las conclusiones de este seguimiento. Si no se desprenden de las riquezas, si se preocupan de amasarlas constantemente, además de cometer injusticia con los que no tienen, se encontrarán, al final, con las manos vacías ante Dios, porque todo su corazón estará puesto en tener un tesoro en la tierra. No tendrán tiempo para vivir, para ser sabios… para entregarse a los demás como se entregan a las producción de riquezas. Este criterio de sabiduría va más allá de lo que propone el mismo Qohélet.

III.3. Con referencia a la actitud de Qohélet, Jesús nos dice que quien se afana por las cosas de este mundo y no por lo que Dios quiere, al final, ¿cómo podrá llenar su vida? ¿cómo se presentará ante Dios? La acumulación de riquezas, pues, es una injusticia y la injusticia es contraria al Reino de Dios. Por lo tanto, este evangelio es una llamada clara a la solidaridad con los pobres y despreciados del mundo; una llamada a compartir con los que no tienen. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



domingo, 24 de julio de 2016

DOMINGO 17º DEL TIEMPO ORDINARIO


“Pidan y se les dará”

Las lecturas de este domingo nos invitan a repasar algo fundamental para nuestra vida cristiana: ¿cómo es nuestra oración?... ¿con qué frecuencia la practicamos?... ¿influye realmente en nuestra conducta?... Preguntas importantes que Jesús nos plantea hoy para responder a ellas con total sinceridad.

Aprender a “orar”. Lucas sitúa la escena del evangelio: “en un cierto lugar, estando Jesús en oración, y al terminar, uno de sus discípulos le dice: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”.

La oración comporta muchos aspectos y puede hacerse de muchas maneras (escuela de Juan, Jesús), por eso requiere un aprendizaje. Hoy existen muchas “escuelas de oración”.

La oración se aprende “orando”, como el niño aprende a hablar comunicándose con quienes le rodean. Para algunos hacer oración es algo muy difícil y complicado. En realidad es algo tan sencillo como “un impulso del corazón, una sencilla mirada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría" (Santa Teresa del Niño Jesús, Autob. C 25r). La gran maestra de oración, santa Teresa de Ávila, lo explicaba así: “oración es hablar de amistad con quien sabemos nos ama”.

Por otra parte, existen varias clases de oración. Las principales son: oración vocal, oración mental y oración contemplativa. A ellas hay que añadir las diversas modalidades con que luego se realiza: la “lectio divina”, la “liturgia de las horas”, el “Santo Rosario”, “Visita de Adoración al Santísimo Sacramento”, el “Via Crucis”, etc. Lo primordial, en cualquier caso, es impregnar y contagiar la vida con el espíritu y perfume que brotan de la oración. Algunos autores opinan que la oración es tan necesaria en la vida del cristiano como el aire que respira.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Abraham es atrevido cuando reza. Pide y pide. Se dirige a Dios con franqueza y naturalidad. Su insistencia brota de la experiencia que él tiene de Dios. Sabe que Dios está dispuesto a escuchar y a atender los ruegos de sus hijos.

Lectura del libro del Génesis 18, 20-21. 23-32

El Señor dijo: “El clamor contra Sodoma y Gomorra es tan grande, y su pecado tan grave, que debo bajar a ver si sus acciones son realmente como el clamor que ha llegado hasta mí. Si no es así, lo sabré”. Entonces Abraham se le acercó y le dijo: “¿Así que vas a exterminar al justo junto con el culpable? Tal vez haya en la ciudad cincuenta justos. ¿Y tú vas a arrasar ese lugar, en vez de perdonarlo por amor a los cincuenta justos que hay en él? ¡Lejos de ti hacer semejante cosa! ¡Matar al justo juntamente con el culpable, haciendo que los dos corran la misma suerte! ¡Lejos de ti! ¿Acaso el Juez de toda la tierra no va a hacer justicia?”. El Señor respondió: “Si encuentro cincuenta justos en la ciudad de Sodoma, perdonaré a todo ese lugar en atención a ellos”. Entonces Abraham dijo: “Yo, que no soy más que polvo y ceniza, tengo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor. Quizá falten cinco para que los justos lleguen a cincuenta. Por esos cinco, ¿vas a destruir toda la ciudad?”. “No la destruiré si encuentro allí cuarenta y cinco”, respondió el Señor. Pero Abraham volvió a insistir: “Quizá no sean más de cuarenta”. Y el Señor respondió: “No lo haré por amor a esos cuarenta”. “Por favor, dijo entonces Abraham, que mi Señor no lo tome a mal si continúo insistiendo. Quizá sean solamente treinta”. Y el Señor respondió: “No lo haré si encuentro allí a esos treinta”. Abraham insistió: “Una vez más, me tomo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor. Tal vez no sean más que veinte”. “No la destruiré en atención a esos veinte”, declaró el Señor. “Por favor, dijo entonces Abraham, que mi Señor no se enoje si hablo por última vez. Quizá sean solamente diez”. “En atención a esos diez, respondió, no la destruiré”.
Palabra de Dios.

Salmo 137, 1-3. 6-7a. 7c-8

R. ¡Me escuchaste, Señor, cuando te invoqué!

Te doy gracias, Señor, de todo corazón, porque has oído las palabras de mi boca, te cantaré en presencia de los ángeles. Me postraré ante tu santo Templo. R.

Daré gracias a tu Nombre por tu amor y tu fidelidad, porque tu promesa ha superado tu renombre. Me respondiste cada vez que te invoqué y aumentaste la fuerza de mi alma. R.

El Señor está en las alturas, pero se fija en el humilde y reconoce al orgulloso desde lejos. Si camino entre peligros, me conservas la vida. R.

Tu derecha me salva. El Señor lo hará todo por mí. Tu amor es eterno, Señor, ¡no abandones la obra de tus manos! R.

II LECTURA

La carta usa una imagen muy concreta: la antigua ley, con todas sus cláusulas, es un escrito de acusación contra nosotros. Jesús, en la cruz, abolió esa ley y nos favoreció absolutamente. Esto ha sido hecho en forma gratuita, por puro amor.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas 2, 12-14

Hermanos: En el bautismo, ustedes fueron sepultados con Cristo, y con él resucitaron, por la fe en el poder de Dios que lo resucitó de entre los muertos. Ustedes estaban muertos a causa de sus pecados y de la incircuncisión de su carne, pero Cristo los hizo revivir con él, perdonando todas nuestras faltas. Él canceló el acta de condenación que nos era contraria, con todas sus cláusulas, y la hizo desaparecer clavándola en la cruz.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Rom 8, 15

Aleluya. Han recibido el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios “¡Abbá!”, es decir, Padre. Aleluya.

EVANGELIO

“El hermosísimo capítulo 11 de Lucas, sobre la oración, comienza relatando que Jesús estaba a solas orando a la mañana temprano. ¡Qué misterio éste de un Dios que reza! Que se levanta temprano para ponerse de cara ante su Padre. ¿Cómo debería ser el rostro de Jesús en oración, para que un discípulo anónimo, no se sabe quién, diga ‘Yo quiero eso’?

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 11, 1-13

Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les dijo entonces: “Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación”. Jesús agregó: “Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: ‘Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle’, y desde adentro él le responde: ‘No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos’. Yo les aseguro que aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una serpiente cuando le pide un pescado? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Oración humilde y sencilla

Hay personas que en la oración buscan elevarse tanto a los bienes de arriba y adentrase en altas consideraciones y meditaciones místicas que olvidan los hechos ordinarios de la vida diaria como si lo esencial de la oración fuese descubrir nuevos misterios o aspectos insólitos de los misterios cristianos. Encontramos personas que se muestran felices y dichosas después de un momento de oración porque en él han disfrutado de una experiencia mística especial que nunca habían sentido antes. Estas personas se asemejan a ciertos agentes de pastoral o monitores litúrgicos que al encargarles redactar unas peticiones para la Oración de los Fieles buscan llamar la atención con peticiones de alta teología que con frecuencia son poco inteligibles y que le quitan la espontaneidad y frescor propios de una oración sincera.

Un ejemplo de la sencillez y espontaneidad de la verdadera oración lo encontramos en la Primera Lectura de la Misa de hoy cuando Abraham se dirige una y otra vez a Dios en favor de las ciudades de Sodoma y Gomorra, que Dios está dispuesto a destruir, y le repite varias veces una súplica que bien parecería pronunciada por un niño: “No se enfade mi Señor, si sigo hablando”…, “perdón, si me he atrevido a hablar a mi Señor”. Y es que la oración requiere por sí misma una actitud humilde y sencilla en el orante. Eso mismo quiso significar Jesús cuando nos enseña a orar comenzando la oración invocando a “Dios” como “Padre nuestro”, “Papito nuestro”, a cualquier hora del día o de la noche.

Encuentro con Dios y diálogo filial

La oración cristiana es ante todo y sobre todo una “comunicación personal” con Dios, como hablan dos amigos de sus cosas o un hijo con su padre o madre de los asuntos familiares. La Biblia relata así los primeros encuentros de Moisés con Dios: “Yahvé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo (Ex 33,11).

Para entenderlo mejor pensemos que, dada la condición de creyentes que responden y aceptan la “Palabra” de Dios, nuestra oración se inscribe esencialmente en el tipo de relaciones del hombre con la “Palabra”, ya se trate de Dios o de Jesucristo, “Palabra encarnada”. Estas relaciones se realizarán de muy diversa: de “conversación”, de “comunicación”, de “encuentro” o de “diálogo” con dicha “Palabra”, según los casos.

Desde este punto de vista la oración cristiana supone “comunión” de pensamientos, intereses y objetivos de vida, entre Dios y el hombre. Lo cual implica a su vez “intimidad”, confianza, abrir el corazón y coincidencia en las “aspiraciones” primordiales del orante con Dios. Al enseñarnos a orar con el “Padrenuestro”, Jesús ha señalado este aspecto de la oración al mencionarnos como súplicas: “santificado sea tu nombre” y “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. El orante trata de entrar en la mente y en el corazón de Dios al comunicarse con Él. Y es que la oración cristiana es siempre una comunión con la forma de ser y de vivir Dios el “Amor”, es decir, con lo que Dios quiere y tiene preparado para nosotros en la historia personal de salvación… En suma, la oración cristiana es de alguna manera un “abrazo con Dios” o un “darle la mano” en señal de “acuerdo” con Él.

Oraciones de petición

Entre las clases de oración señaladas anteriormente, además de la “oración mental” en sus distintas formas de practicarla apuntamos la oración vocal de “petición”, que suele ser la que con más frecuencia se practica y, por desgracia, más a la ligera. Abundan las personas que rezan mucho y oran poco.

La oración, como acabamos de comentar es un “diálogo” personal entre el orante y Dios. La “palabra” de Dios y la “palabra” del hombre se encuentran y funden en un mismo acto: “dios habla” y el “hombre escucha y suplica”. Lógicamente, para que la súplica del orante sea un verdadero “diálogo” tendrá que situarse en el mismo plano de lo que Dios dice y quiere. Sólo así se producirá un verdadero diálogo. Las oraciones hechas a base de muchos rezos pronunciados o leídos de carretilla no pueden ser consideradas como oración cristiana en el pleno sentido de la palabra.

Por otra parte, esta clase oración será siempre “una palabra humana” dirigida a Dios exponiéndole una necesidad o un deseo para que Él responda con su “palabra divina” salvadora ofreciendo “luz” o la “clave de solución” para el problema que se le haya planteado. En este sentido, pues, la oración de petición no ha de caer en una especie de “cerrazón” y “egoísmo” por parte del que suplica que solicita a Dios una solución concreta y premeditada con anterioridad, “el milagrito”.

La verdadera oración cristiana se dirige a Dios dejando la puerta abierta a la solución que Él considere mejor, como hacemos cuando acudimos al médico. En el diálogo que entablamos con él, después de explicarle lo que nos duele, nos abrimos a poner en práctica la prescripción médica que el facultativo nos ofrece. El “orante”, con su palabra, le expone a Dios lo que siente, necesita y está viviendo, y Dios, mediante su “Palabra”, “Palabra eterna y Oráculo perpetuo”, “responde” a los hombres que se dirigen a Él y le “escuchan”.

Dios ora en nosotros

Otro detalle de la oración cristiana que ha de tenerse en cuenta es que quien impulsa y dirige la oración no somos nosotros sino el mismo Dios por la acción del Espíritu Santo que habita en el corazón del hombre. Escribe san Pablo a los Romanos: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios” (Rom 8, 26-27).

Sobre este particular leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica, (nn.2560-62). La maravilla de la oración se revela precisamente junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua. Allí Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de El (San Agustín, cuestión 64, 4).

Por lo demás es necesario orar siempre, sin desanimarse. No podemos contentarnos con orar algunas veces, cuando una persona tiene ganas. No, Jesús dice que se necesita orar siempre, sin desanimarse, con la perseverancia que expresa una confianza que no se rinde ni se apaga. Jesús, en Getsemaní, enseña que hemos de orar confiándolo todo al corazón del Padre, sin pretender que Dios se amolde a nuestras exigencias, modos o tiempos. Esto puede provocar cansancio o desánimo. Pero si, como Jesús, confiamos todo a la voluntad del Padre, el objeto de nuestra oración pasará a un segundo plano, y aparecerá lo verdaderamente importante: nuestra relación con Él. En definitiva, éste es el efecto y fruto de la oración, transformar el deseo del orante y modelarlo según la voluntad de Dios, aspirando a la unión con Él, siempre dispuesto al encuentro con sus hijos lleno de amor misericordioso.

ESTUDIO BÍBLICO.

Iª Lectura: Génesis (18,20-32): Interceder ante Dios en beneficio de los otros

I.1. La primera lectura de este domingo es la continuación del anterior. Se trata del célebre relato de la destrucción de Sodoma y Gomorra, las ciudades con fama de depravadas en el valle del Siddim, en el sur del Mar Muerto. Es un relato que se ha prestado a todo tipo de hipótesis arqueológicas en torno a esa depresión del valle del Jordán, que es uno de los fenómenos más originales de la naturaleza, a 400 metros bajo el nivel del Mediterráneo. La Biblia lo llama el yâm hammélah (mar de la Sal), y popularmente se le conoce por Muerto, desde el tiempo de los griegos, porque no hay vida, debido a la gran densidad de sal.

I.2. Todo esto explica la leyenda de este lugar, de la estatua de sal de la mujer de Lot y otros pormenores. Probablemente es una leyenda para explicar lo terrible de la vida allí, aunque la industria de todos los tiempos ha logrado del asfalto y otros minerales sus beneficios. Pero la lectura de hoy viene para poner de manifiesto la intercesión de Abrahán a Dios por los justos, por sus familiares. Es una explicación de cómo el hombre de todos los tiempos, y muy especialmente el de la antigüedad recurre a lo divino frente a las leyes de la naturaleza que se presenta tan atroz en momentos determinados.

IIª Lectura: Colosenses (2,12-14): El bautismo: sumergirse en la vida de Cristo

La carta a los Colosenses prosigue con su mensaje. En este caso es un texto bautismal, una pequeña catequesis sobre el bautismo cristiano, sobre el efecto de este sacramento: nos incorpora al misterio de Cristo, a su muerte y resurrección. Es un mensaje que se parece mucho al de Rom 6. Dios nos da la vida en Cristo y esto se expresa en la mediante el bautismo.

Evangelio: Lucas (11,1-13): Dios como Padre: ¡un misterio de intimidad!

III.1. El evangelio de Lucas nos ofrece hoy uno de los pasajes más bellos y entrañables de ese caminar con Jesús y de la actitud del discipulado cristiano. En Lucas, el Padrenuestro se halla dentro del marco de un catecismo sobre la oración (11, 1-13). Está dividido en cuatro partes y abarca: la petición «¡Enséñanos a orar!», juntamente con el Padrenuestro (11, 1-4); la parábola del amigo que viene a pedir, y que Lucas entiende como exhortación a ser constantes en la oración (11, 5-8); una invitación a orar (11,9s) y la imagen del padre generoso, que es una invitación a tener confianza en que se nos va a escuchar (11,11-13). Ya sabemos que el Padrenuestro está en Mateo (6,9-13) y que se ha tomado, en ambos casos, de la fuente de los profetas itinerantes de Galilea que conservaron los dichos de Jesús (fuente o evangelio Q). Pero esta catequesis de la oración, tal como la tenemos en el conjunto, se la debemos a Lucas que es el evangelista que más ha valorado este aspecto de la religión e identidad cristiana.

III.2. Cuando Jesús está orando, los discípulos quieren aprender. Sienten que Jesús se transforma. Jesús, en el evangelio de Lucas, ora muy frecuentemente. No se trata simplemente de un arma secreta de Jesús, sino de una necesidad que tiene como hombre de estar en contacto muy personal con Dios, con Dios como Padre. Todos conocemos cuál es la oración de Jesús, y cómo esa oración no se la guarda para sí, sino que la comunica a los suyos. Por lo mismo, la predicación de Jesús ha de revelar el sentido del Padrenuestro. Este es el primer fundamento en que se basa la explicación que se ha de dar. Sólo el que vive en el Espíritu de Jesús, quiere decir Lucas, sabrá rezar el Padrenuestro con el espíritu de Jesús. Y sólo sabrá rezarlo quien sepa escuchar primeramente la predicación de Jesús.

III.3. Debemos notar que el Padre es "la oración específica del discípulo de Jesús", ya que Lucas nos dice con claridad que los discípulos se lo han pedido y él les ha enseñado. Y los discípulos se lo pidieron para que ellos también tuvieran una oración que los identificara ante los demás grupos religiosos que existían. En consecuencia es una oración destinada para aquellos que "buscaron" el Reino de Dios, con plena entrega de vida; para aquellos que convirtieron el Reino de Dios en el contenido exclusivo de su vida. Pues cuando Jesús nos enseña cómo y qué es lo que hemos de orar, entonces nos está enseñando implícitamente cómo deberíamos ser y vivir, para poder orar de esta manera.

III.4. No podemos entrar en los pormenores exegéticos del Padrenuestro que ha logrado el consenso de muchas lecturas distintas, diferentes, originales, extraordinarias. No es que Jesús inventara la invocación de Dios como "Padre"… pero es quien la pone sobre la mesa de la experiencia religiosa de su tiempo, con sentido de reto, de cómo debemos entender a Dios y de cómo debemos relacionarnos con Él. Las diferencias entre Mateo y Lucas inclinan la balanza a un texto más primitivo en el caso de nuestra lectura de hoy: corta, directa, menos estructurada, pero más intimista y radical; quizás más cercana a la experiencia de Jesús tal como se la escucharon sus discípulos.


III.5. ¿Qué significa Padre (Abba)? No es un nombre de tantos para designar a Dios, como ocurría en las plegarias judías. Lo de Lucas, pues, no es más que el original arameo de la invocación de Jesús. Y era la expresión de los niños pequeños, con la significación genuina de "Padre querido". Así, pues, Jesús habla con Dios en una atmósfera de intimidad verdaderamente desacostumbrada. Y enseña a sus discípulos a hacer otro tanto. Toda la predicación de Jesús está confirmando esto mismo. Jesús, con palabras estimulantes, alienta a que los discípulos estén persuadidos previamente en la oración de una confianza sin límites. No se trata, pues, de un título más, frío o calculado, sino de la primera de las actitudes de la oración cristiana. Si no tenemos a Dios en nuestras manos, en nuestros brazos, como un padre o una madre, tienen a su pequeño, no entenderemos para qué vale orar a Dios.


domingo, 17 de julio de 2016

DOMINGO 16º DEL TIEMPO ORDINARIO


María ha escogido la parte mejor

El salmista nos invita a “proceder honradamente y practicar la justicia” y refrescando la memoria en este año de la misericordia nos ofrece la posibilidad de ahondar en el imperativo de acoger al peregrino. Hospitalidad cristiana y acogida, actitudes a cultivar por nuestras comunidades en este tiempo de migraciones globales.

Abrahán, Marta y María se nos presentan como prototipos del empeño que todo creyente ha de perseguir por reconocer la presencia del Señor en su vida, reconocimiento que pasa necesariamente por el rostro del hermano y de entre ellos, los más débiles.

Vivir la madurez de la fe, en palabras de Pablo, supone poner a Jesús en el centro de nuestra vida, para superar todo falso antagonismo entre la contemplación y la acción cristiana. No hay auténtico servicio sino nace de la escucha de la Palabra, no hay verdadera intimidad con el Señor que no se verifique en el compromiso con los hermanos.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

La hospitalidad era un deber primordial en el mundo antiguo. Abraham no es indiferente a estos hombres que pasan frente a su tienda. Todos los cuidados, desde preparar el pan hasta lavar los pies, indican la disposición para el servicio que Abraham y Sara tienen hacia sus huéspedes. Y, sin saberlo, en su acción están sirviendo al mismo Dios.

Lectura del libro del Génesis 18, 1-10ª

El Señor se apareció a Abraham junto al encinar de Mamré, mientras él estaba sentado a la entrada de su carpa, a la hora de más calor. Alzando los ojos, divisó a tres hombres que estaban parados cerca de él. Apenas los vio, corrió a su encuentro desde la entrada de la carpa y se inclinó hasta el suelo, diciendo: “Señor mío, si quieres hacerme un favor, te ruego que no pases de largo delante de tu servidor. Yo haré que les traigan un poco de agua. Lávense los pies y descansen a la sombra del árbol. Mientras tanto, iré a buscar un trozo de pan, para que ustedes reparen sus fuerzas antes de seguir adelante. ¡Por algo han pasado junto a su servidor!”. Ellos respondieron: “Está bien. Puedes hacer lo que dijiste”. Abraham fue rápidamente a la carpa donde estaba Sara y le dijo: “¡Pronto! Toma tres medidas de la mejor harina, amásalas y prepara unas tortas”. Después fue corriendo hasta el corral, eligió un ternero tierno y bien cebado, y lo entregó a su sirviente, que de inmediato se puso a prepararlo. Luego tomó cuajada, leche y el ternero ya preparado, y se los sirvió. Mientras comían, él se quedó de pie al lado de ellos, debajo del árbol. Ellos le preguntaron: “¿Dónde está Sara, tu mujer?”. “Ahí en la carpa”, les respondió. Entonces uno de ellos le dijo: “Volveré a verte sin falta en el año entrante, y para ese entonces Sara habrá tenido un hijo”.
Palabra de Dios.

Salmos 14, 2-5

R. Señor, ¿quién entrará en tu Casa?

El que procede rectamente y practica la justicia; el que dice la verdad de corazón y no calumnia con su lengua. R.

El que no hace mal a su prójimo ni agravia a su vecino, el que no estima a quien Dios reprueba y honra a los que temen al Señor. R.

El que no se retracta de lo que juró aunque salga perjudicado. El que no presta su dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente. El que procede así, nunca vacilará. R.

II LECTURA

¿Se puede agregar algo a la entrega perfecta de Jesús? San Pablo interpreta que nuestros sufrimientos se asocian al sentido redentor de la Pascua de Jesucristo. Hay un lugar donde poner nuestros dolores y sufrimientos, y ese lugar es el sufrimiento de Jesús.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas 1, 24-28

Hermanos: Me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia. En efecto, yo fui constituido ministro de la Iglesia, porque, de acuerdo con el plan divino, he sido encargado de llevar a su plenitud entre ustedes la Palabra de Dios, el misterio que estuvo oculto desde toda la eternidad y que ahora Dios quiso manifestar a sus santos. A ellos les ha revelado cuánta riqueza y gloria contiene para los paganos este misterio, que es Cristo entre ustedes, la esperanza de la gloria. Nosotros anunciamos a Cristo, exhortando a todos los hombres e instruyéndolos en la verdadera sabiduría, a fin de que todos alcancen su madurez en Cristo.
Palabra de Dios.

ALELUYA cf. Lc 8, 15

Aleluya. Felices los que guardan la Palabra de Dios con un corazón bien dispuesto, y dan fruto gracias a su constancia. Aleluya.

EVANGELIO

Las dos hermanas amaban a Jesús y querían honrarlo como maestro y amigo. Jesús aceptó este servicio y esta amistad. Entre las muchas cosas que todo servicio implica, Jesús quiere que encontremos esa “una sola cosa” que nos unifica. Y esa “una sola cosa” es el discipulado. Hacernos discípulos y discípulas es estar a los pies de Jesús como María de Betania. Este es el eje que unifica y equilibra nuestras “muchas cosas” en el servicio a los demás.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 10, 38-42

Jesús entró en un pueblo, y una mujer que se llamaba Marta lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Marta, que estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa, dijo a Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude”. Pero el Señor le respondió: “Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, una sola cosa es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Entre la acción y la contemplación

Respondiendo a las inquietudes teológicas de una época, en no pocas ocasiones el episodio del encuentro del Señor con Marta y María ha sido utilizado para ilustrar un pretendido antagonismo entre la dimensión contemplativa de la fe -el estar sentados a los pies del Señor- y la praxis evangélica, concretada en el servicio. Más aún, a afirmar una pretendida superioridad de la primera sobre la segunda.

Hoy sería más adecuado entender las palabras de Jesús como una propuesta de integración de estas dos dimensiones imprescindibles en una vida creyente que quiera denominarse plena.

Colocados a la escucha de la Palabra de Dios, lejos de desentendernos de la realidad, descubrimos que “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS, 1)

Del mismo modo, toda actitud de servicio, toda praxis diaconal que se entienda a sí misma como cristiana, no puede más que proceder de la intimidad con el Maestro, en cuyas palabras escuchamos también el clamor de nuestros hermanos.

Esa disposición a la escucha es condición necesaria de una contemplación que ha de verificarse en la calidad de nuestro empeño en la construcción de relaciones fraternas basadas en la justicia.

En clave de mujer

Una vez más, el evangelista Lucas nos muestra el contacto de Jesús con distintas mujeres en su condición de verdaderas discípulas. En esta ocasión María, a los pies del Señor siguiendo la tradición rabínica del discípulo, atenta a recibir la enseñanza del maestro.

Justamente en ese gesto radica la novedad de la actitud de Jesús (y acaso también el origen del reproche a Marta). La mujer ha de dejar de ser únicamente entendida como quien ha de estar presta a satisfacer las necesidades de otros, su valor no es instrumental, sino que su dignidad es reconocida en igualdad con el resto de los discípulos. También a ellas se les ofrece el contacto cercano con el Señor, también para ellas está reservada la mejor parte.

Únicamente, cuando a ejemplo de Jesús, nuestras comunidades cristianas sepan avanzar en este camino del reconocimiento en igualdad y dignidad de las mujeres podremos afirmar con el Apóstol que estamos anunciando el mensaje completo, para que todos lleguen a la madurez de la vida en Cristo.

La acogida como imperativo

En un tiempo como el actual en que distintas tensiones sociales parecen poner en entredicho el valor de la acogida, conviene subrayar y poner en valor la tradición bíblica de la hospitalidad a la que hoy nos remiten las lecturas. Las actitudes de Abrahán, Marta y María se nos presentan como modelo.

El Señor llega a nuestra puerta y, como Abrahán, habremos de descubrirle en el rostro de los hermanos. En nuestro entorno y en nuestros tiempos, acaso en los rostros de la innumerable masa de personas, refugiadas, inmigrantes que apelan a nuestra sensibilidad humana y creyente en busca del reconocimiento de sus necesidades y de su dignidad.

Quizás sean ellos también para nosotros esos mensajeros de Dios, cuya atención y acogida nos anuncie –como a Sara – el tiempo nuevo de una humanidad fecunda.

ESTUDIO BÍBLICO.

Iª Lectura: Génesis (18,1-10): Abrahán, a la escucha de Dios

I.1. En la primera lectura nos encontramos con una de las estampas más evocadoras de los relatos en torno al padre del pueblo de Israel, Abrahán. Es un relato que tiene todas las connotaciones de leyenda sagrada, pero que expresa el misterio de la vida de este personaje que todo se lo jugó apoyado en la palabra de Dios, en su promesa de darle un tierra y una heredad. Tres personajes aparecen a lo lejos, que son como uno, porque es uno el que al final habla al Patriarca. Se pone en funcionamiento la sagrada ley de la hospitalidad en el Oriente, y muy especialmente en el desierto, aunque aquí nos encontremos en Mambré. Son varias las experiencias religiosas que Abrahán tiene en Mambré y que han sellado el nombre y el lugar como algo religioso.

I.2. La iconografía de la tradición cristiana ortodoxa ha visto aquí el misterio de la Trinidad, e incluso de la Eucaristía, ante los dones que ofrece Abrahán. Todo ello se ha reproducido en un bello Icono que es de los más conocidos del mundo. Efectivamente, se ha querido representar la visita del Señor para hacerle la promesa de que tendrá un verdadero heredero. El paso de Dios a nuestro lado, por nuestra vida, constantemente o en momentos puntuales, es una experiencia de la cual han hablado grandes y pequeños personajes de la historia de la humanidad. Ése es el tema teológico de las lecturas de este domingo.

IIª Lectura: Colosenses (1,24-28): El misterio de Dios y su revelación

II.1. La segunda lectura pone de manifiesto que el misterio de Dios se ha revelado a los suyos, a la Iglesia, por medio de su ministro. Es Pablo, aunque no sea precisamente el autor de esta carta, el que se ha dedicado a contemplar ese misterio que es Cristo, para darlo a conocer a los hombres. No se trata, claro está, de una elección esotérica, reservada a algunos, sino que todo el que quiera conocer a Dios lo puede hacer por medio de Cristo. Pablo subraya con énfasis que este misterio se abre de par en par a todos los hombres y nadie está excluido.

II.2. El “misterio de Dios” se ha hecho presente en Cristo, y de alguna manera ha dejado ya de estar velado y de ser algo imposible para los hombres. Es verdad que sigue siendo misterio, pero está humanizado; está humanizado en Cristo y está humanizado en el servicio de proclamarlo a los hombres. Dios ¡misterio escondido! No es una esencia sin entrañas, al contrario es un “personaje” que se siente el verdadero Dios en la medida en que puede comunicarse y no guardarse para sí su bondad. Aquí se cumple aquello del «Bonum est difusivum sui»: El bien es de suyo difusivo. Para ello, Dios tiene a Cristo y al apóstol, para comunicarse.

Evangelio: Lucas (10,38-42): Saber elegir lo que Dios desea

III.1. El evangelio de Lucas nos presenta a Jesús, en su camino a Jerusalén, que hace una pausa en casa de Marta y María. Ya es sintomático que se nos describa esta escena en la que el Señor entra en casa de unas mujeres, lo que no podía ser bien visto en aquella sociedad judía. Pero el evangelista Lucas es el evangelista de la mujer y pone de manifiesto aquellos aspectos que deben ser tenidos en cuenta en la comunidad cristiana. Sin la cooperación de la mujer, el evangelio hubiera sido excluyente. El sentido de este episodio ha dado mucho que hablar, dependiendo del tipo de traducción que se adopte del original griego: “una sola cosa es necesaria”, o por el contrario “pocas cosas son necesarias”, dependiendo de los manuscritos. La primera opinión parece más coherente. Muchos pensaron que se trataba de defender la vida contemplativa respecto de la vida activa o apostólica. Esta es ya una vieja polémica que no tiene sentido, porque las dos cosas, los dos aspectos, son necesarios en la vida cristiana. La opción polémica entre la vida activa y la vida contemplativa sería empequeñecer el mensaje de hoy, porque debemos armonizar las dos dimensiones en nuestra vida cristiana.

III.2. Lo que Lucas subraya con énfasis es la actitud de escuchar a Jesús, al Maestro, quien tiene lo más importante que comunicar. No quería decir Jesús que “un solo plato basta”, como algunos han entendido, sino que María estaba eligiendo lo mejor en ese momento que él las visita. Este episodio, todavía hoy, nos sugiere la importancia de la escucha de la Palabra de Dios, del evangelio, como la posibilidad alternativa a tantas cosas como se dicen, se proponen y se hacen en este mundo. Jesús es la palabra profética, crítica, radical, que llega a lo más hondo del corazón, para iluminar y liberar. Ya es sintomático, como hemos apuntado antes, el detalle que Lucas quiera poner de manifiesto el sentido del discipulado cristiano de una mujer en aquél ambiente.

III.3. Tampoco se debería juzgar que Marta es desprestigiada, ¡ni mucho menos!, ¡está llevando a cabo un servicio!, pero tiene que saber elegir. Muchas veces, actitudes contemplativas pueden ocultar ciertos egoísmos o inactividad de servicio que otros deben hacer por nosotros. Porque Jesús, camino de Jerusalén, ha pasado por su lado y es posible que en su afán no supiera, como María, que tenía que dejar huella en su vida. María se siente auténtica discípula de Jesús y se pone a escuchar como la única cosa importante en ese momento. Y de eso se trata, de ese ahora en que Dios, el Señor, pasa a nuestra lado, por nuestra vida y tenemos que acostumbrarnos a elegir lo más importante: escucharle, acogerle en lo que tiene que decir, dejando otras cosas para otros momentos. Lucas, sin duda, privilegia a María como oyente de la palabra y eso, en este momento de subida a Jerusalén, es casi decisivo para el evangelista. Se quiere subrayar cómo debemos, a veces, sumergirnos en los planes de Dios. De eso es de lo hablaba Jesús camino de Jerusalén (según Lucas) y María lo elige como la mejor parte. Marta… no ha podido desengancharse… y ahora debiera haberlo hecho. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).