“Pidan y se les
dará”
Las lecturas de este domingo nos invitan
a repasar algo fundamental para nuestra vida cristiana: ¿cómo es nuestra
oración?... ¿con qué frecuencia la practicamos?... ¿influye realmente en
nuestra conducta?... Preguntas importantes que Jesús nos plantea hoy para
responder a ellas con total sinceridad.
Aprender a “orar”. Lucas sitúa la escena
del evangelio: “en un cierto lugar, estando Jesús en oración, y al terminar,
uno de sus discípulos le dice: “Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus
discípulos”.
La oración comporta muchos aspectos y
puede hacerse de muchas maneras (escuela de Juan, Jesús), por eso requiere un
aprendizaje. Hoy existen muchas “escuelas de oración”.
La oración se aprende “orando”, como el
niño aprende a hablar comunicándose con quienes le rodean. Para algunos hacer
oración es algo muy difícil y complicado. En realidad es algo tan sencillo como
“un impulso del corazón, una sencilla mirada hacia el cielo, un grito de
reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de
la alegría" (Santa Teresa del Niño Jesús, Autob. C 25r). La gran maestra
de oración, santa Teresa de Ávila, lo explicaba así: “oración es hablar de
amistad con quien sabemos nos ama”.
Por otra parte, existen varias clases de
oración. Las principales son: oración vocal, oración mental y oración
contemplativa. A ellas hay que añadir las diversas modalidades con que luego se
realiza: la “lectio divina”, la “liturgia de las horas”, el “Santo Rosario”,
“Visita de Adoración al Santísimo Sacramento”, el “Via Crucis”, etc. Lo
primordial, en cualquier caso, es impregnar y contagiar la vida con el espíritu
y perfume que brotan de la oración. Algunos autores opinan que la oración es
tan necesaria en la vida del cristiano como el aire que respira.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Abraham
es atrevido cuando reza. Pide y pide. Se dirige a Dios con franqueza y
naturalidad. Su insistencia brota de la experiencia que él tiene de Dios. Sabe
que Dios está dispuesto a escuchar y a atender los ruegos de sus hijos.
Lectura
del libro del Génesis 18, 20-21. 23-32
El Señor dijo: “El clamor contra Sodoma
y Gomorra es tan grande, y su pecado tan grave, que debo bajar a ver si sus
acciones son realmente como el clamor que ha llegado hasta mí. Si no es así, lo
sabré”. Entonces Abraham se le acercó y le dijo: “¿Así que vas a exterminar al
justo junto con el culpable? Tal vez haya en la ciudad cincuenta justos. ¿Y tú
vas a arrasar ese lugar, en vez de perdonarlo por amor a los cincuenta justos
que hay en él? ¡Lejos de ti hacer semejante cosa! ¡Matar al justo juntamente con
el culpable, haciendo que los dos corran la misma suerte! ¡Lejos de ti! ¿Acaso
el Juez de toda la tierra no va a hacer justicia?”. El Señor respondió: “Si
encuentro cincuenta justos en la ciudad de Sodoma, perdonaré a todo ese lugar
en atención a ellos”. Entonces Abraham dijo: “Yo, que no soy más que polvo y
ceniza, tengo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor. Quizá falten cinco para
que los justos lleguen a cincuenta. Por esos cinco, ¿vas a destruir toda la
ciudad?”. “No la destruiré si encuentro allí cuarenta y cinco”, respondió el
Señor. Pero Abraham volvió a insistir: “Quizá no sean más de cuarenta”. Y el
Señor respondió: “No lo haré por amor a esos cuarenta”. “Por favor, dijo
entonces Abraham, que mi Señor no lo tome a mal si continúo insistiendo. Quizá
sean solamente treinta”. Y el Señor respondió: “No lo haré si encuentro allí a
esos treinta”. Abraham insistió: “Una vez más, me tomo el atrevimiento de
dirigirme a mi Señor. Tal vez no sean más que veinte”. “No la destruiré en
atención a esos veinte”, declaró el Señor. “Por favor, dijo entonces Abraham,
que mi Señor no se enoje si hablo por última vez. Quizá sean solamente diez”.
“En atención a esos diez, respondió, no la destruiré”.
Palabra de Dios.
Salmo
137, 1-3. 6-7a. 7c-8
R.
¡Me escuchaste, Señor, cuando te invoqué!
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque has oído las palabras de mi boca, te cantaré en presencia de los
ángeles. Me postraré ante tu santo Templo. R.
Daré gracias a tu Nombre por tu amor y
tu fidelidad, porque tu promesa ha superado tu renombre. Me respondiste cada
vez que te invoqué y aumentaste la fuerza de mi alma. R.
El Señor está en las alturas, pero se
fija en el humilde y reconoce al orgulloso desde lejos. Si camino entre
peligros, me conservas la vida. R.
Tu derecha me salva. El Señor lo hará
todo por mí. Tu amor es eterno, Señor, ¡no abandones la obra de tus manos! R.
II
LECTURA
La
carta usa una imagen muy concreta: la antigua ley, con todas sus cláusulas, es un
escrito de acusación contra nosotros. Jesús, en la cruz, abolió esa ley y nos
favoreció absolutamente. Esto ha sido hecho en forma gratuita, por puro amor.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas 2, 12-14
Hermanos: En el bautismo, ustedes fueron
sepultados con Cristo, y con él resucitaron, por la fe en el poder de Dios que
lo resucitó de entre los muertos. Ustedes estaban muertos a causa de sus
pecados y de la incircuncisión de su carne, pero Cristo los hizo revivir con
él, perdonando todas nuestras faltas. Él canceló el acta de condenación que nos
era contraria, con todas sus cláusulas, y la hizo desaparecer clavándola en la
cruz.
Palabra de Dios.
ALELUYA Rom 8, 15
Aleluya. Han recibido el espíritu de
hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios “¡Abbá!”, es decir, Padre. Aleluya.
EVANGELIO
“El
hermosísimo capítulo 11 de Lucas, sobre la oración, comienza relatando que
Jesús estaba a solas orando a la mañana temprano. ¡Qué misterio éste de un Dios
que reza! Que se levanta temprano para ponerse de cara ante su Padre. ¿Cómo
debería ser el rostro de Jesús en oración, para que un discípulo anónimo, no se
sabe quién, diga ‘Yo quiero eso’?
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san
Lucas 11, 1-13
Un día, Jesús estaba orando en cierto
lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a
orar, así como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les dijo entonces: “Cuando
oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada
día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros
perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación”.
Jesús agregó: “Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a
medianoche, para decirle: ‘Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos
llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle’, y desde adentro él le responde:
‘No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos
acostados. No puedo levantarme para dártelos’. Yo les aseguro que aunque él no
se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su
insistencia y le dará todo lo necesario. También les aseguro: pidan y se les
dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide,
recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Hay entre
ustedes algún padre que da a su hijo una serpiente cuando le pide un pescado?
¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben
dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu
Santo a aquellos que se lo pidan!”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
Oración humilde y sencilla
Hay personas que en la oración buscan
elevarse tanto a los bienes de arriba y adentrase en altas consideraciones y
meditaciones místicas que olvidan los hechos ordinarios de la vida diaria como
si lo esencial de la oración fuese descubrir nuevos misterios o aspectos
insólitos de los misterios cristianos. Encontramos personas que se muestran
felices y dichosas después de un momento de oración porque en él han disfrutado
de una experiencia mística especial que nunca habían sentido antes. Estas
personas se asemejan a ciertos agentes de pastoral o monitores litúrgicos que
al encargarles redactar unas peticiones para la Oración de los Fieles buscan
llamar la atención con peticiones de alta teología que con frecuencia son poco
inteligibles y que le quitan la espontaneidad y frescor propios de una oración
sincera.
Un ejemplo de la sencillez y
espontaneidad de la verdadera oración lo encontramos en la Primera Lectura de
la Misa de hoy cuando Abraham se dirige una y otra vez a Dios en favor de las
ciudades de Sodoma y Gomorra, que Dios está dispuesto a destruir, y le repite
varias veces una súplica que bien parecería pronunciada por un niño: “No se enfade
mi Señor, si sigo hablando”…, “perdón, si me he atrevido a hablar a mi Señor”.
Y es que la oración requiere por sí misma una actitud humilde y sencilla en el
orante. Eso mismo quiso significar Jesús cuando nos enseña a orar comenzando la
oración invocando a “Dios” como “Padre nuestro”, “Papito nuestro”, a cualquier
hora del día o de la noche.
Encuentro con Dios y diálogo filial
La oración cristiana es ante todo y
sobre todo una “comunicación personal” con Dios, como hablan dos amigos de sus
cosas o un hijo con su padre o madre de los asuntos familiares. La Biblia
relata así los primeros encuentros de Moisés con Dios: “Yahvé hablaba con
Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo (Ex 33,11).
Para entenderlo mejor pensemos que, dada
la condición de creyentes que responden y aceptan la “Palabra” de Dios, nuestra
oración se inscribe esencialmente en el tipo de relaciones del hombre con la
“Palabra”, ya se trate de Dios o de Jesucristo, “Palabra encarnada”. Estas
relaciones se realizarán de muy diversa: de “conversación”, de “comunicación”,
de “encuentro” o de “diálogo” con dicha “Palabra”, según los casos.
Desde este punto de vista la oración
cristiana supone “comunión” de pensamientos, intereses y objetivos de vida,
entre Dios y el hombre. Lo cual implica a su vez “intimidad”, confianza, abrir
el corazón y coincidencia en las “aspiraciones” primordiales del orante con
Dios. Al enseñarnos a orar con el “Padrenuestro”, Jesús ha señalado este
aspecto de la oración al mencionarnos como súplicas: “santificado sea tu
nombre” y “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. El orante trata
de entrar en la mente y en el corazón de Dios al comunicarse con Él. Y es que
la oración cristiana es siempre una comunión con la forma de ser y de vivir Dios
el “Amor”, es decir, con lo que Dios quiere y tiene preparado para nosotros en
la historia personal de salvación… En suma, la oración cristiana es de alguna
manera un “abrazo con Dios” o un “darle la mano” en señal de “acuerdo” con Él.
Oraciones de petición
Entre las clases de oración señaladas
anteriormente, además de la “oración mental” en sus distintas formas de
practicarla apuntamos la oración vocal de “petición”, que suele ser la que con
más frecuencia se practica y, por desgracia, más a la ligera. Abundan las
personas que rezan mucho y oran poco.
La oración, como acabamos de comentar es
un “diálogo” personal entre el orante y Dios. La “palabra” de Dios y la
“palabra” del hombre se encuentran y funden en un mismo acto: “dios habla” y el
“hombre escucha y suplica”. Lógicamente, para que la súplica del orante sea un
verdadero “diálogo” tendrá que situarse en el mismo plano de lo que Dios dice y
quiere. Sólo así se producirá un verdadero diálogo. Las oraciones hechas a base
de muchos rezos pronunciados o leídos de carretilla no pueden ser consideradas
como oración cristiana en el pleno sentido de la palabra.
Por otra parte, esta clase oración será
siempre “una palabra humana” dirigida a Dios exponiéndole una necesidad o un
deseo para que Él responda con su “palabra divina” salvadora ofreciendo “luz” o
la “clave de solución” para el problema que se le haya planteado. En este
sentido, pues, la oración de petición no ha de caer en una especie de
“cerrazón” y “egoísmo” por parte del que suplica que solicita a Dios una
solución concreta y premeditada con anterioridad, “el milagrito”.
La verdadera oración cristiana se dirige
a Dios dejando la puerta abierta a la solución que Él considere mejor, como
hacemos cuando acudimos al médico. En el diálogo que entablamos con él, después
de explicarle lo que nos duele, nos abrimos a poner en práctica la prescripción
médica que el facultativo nos ofrece. El “orante”, con su palabra, le expone a
Dios lo que siente, necesita y está viviendo, y Dios, mediante su “Palabra”,
“Palabra eterna y Oráculo perpetuo”, “responde” a los hombres que se dirigen a
Él y le “escuchan”.
Dios ora en nosotros
Otro detalle de la oración cristiana que
ha de tenerse en cuenta es que quien impulsa y dirige la oración no somos
nosotros sino el mismo Dios por la acción del Espíritu Santo que habita en el
corazón del hombre. Escribe san Pablo a los Romanos: “El Espíritu viene en
ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos
conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.
Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su
intercesión por los santos es según Dios” (Rom 8, 26-27).
Sobre este particular leemos en el
Catecismo de la Iglesia Católica, (nn.2560-62). La maravilla de la oración se
revela precisamente junto al pozo donde vamos a buscar nuestra agua. Allí
Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que
nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de
Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de
Dios y la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de El (San
Agustín, cuestión 64, 4).
Por lo demás es necesario orar siempre,
sin desanimarse. No podemos contentarnos con orar algunas veces, cuando una
persona tiene ganas. No, Jesús dice que se necesita orar siempre, sin
desanimarse, con la perseverancia que expresa una confianza que no se rinde ni
se apaga. Jesús, en Getsemaní, enseña que hemos de orar confiándolo todo al
corazón del Padre, sin pretender que Dios se amolde a nuestras exigencias,
modos o tiempos. Esto puede provocar cansancio o desánimo. Pero si, como Jesús,
confiamos todo a la voluntad del Padre, el objeto de nuestra oración pasará a
un segundo plano, y aparecerá lo verdaderamente importante: nuestra relación
con Él. En definitiva, éste es el efecto y fruto de la oración, transformar el
deseo del orante y modelarlo según la voluntad de Dios, aspirando a la unión
con Él, siempre dispuesto al encuentro con sus hijos lleno de amor
misericordioso.
ESTUDIO BÍBLICO.
Iª Lectura: Génesis (18,20-32):
Interceder ante Dios en beneficio de los otros
I.1. La primera lectura de este domingo
es la continuación del anterior. Se trata del célebre relato de la destrucción
de Sodoma y Gomorra, las ciudades con fama de depravadas en el valle del
Siddim, en el sur del Mar Muerto. Es un relato que se ha prestado a todo tipo
de hipótesis arqueológicas en torno a esa depresión del valle del Jordán, que
es uno de los fenómenos más originales de la naturaleza, a 400 metros bajo el
nivel del Mediterráneo. La Biblia lo llama el yâm hammélah (mar de la Sal), y
popularmente se le conoce por Muerto, desde el tiempo de los griegos, porque no
hay vida, debido a la gran densidad de sal.
I.2. Todo esto explica la leyenda de
este lugar, de la estatua de sal de la mujer de Lot y otros pormenores.
Probablemente es una leyenda para explicar lo terrible de la vida allí, aunque
la industria de todos los tiempos ha logrado del asfalto y otros minerales sus
beneficios. Pero la lectura de hoy viene para poner de manifiesto la
intercesión de Abrahán a Dios por los justos, por sus familiares. Es una
explicación de cómo el hombre de todos los tiempos, y muy especialmente el de
la antigüedad recurre a lo divino frente a las leyes de la naturaleza que se
presenta tan atroz en momentos determinados.
IIª Lectura: Colosenses (2,12-14): El
bautismo: sumergirse en la vida de Cristo
La carta a los Colosenses prosigue con
su mensaje. En este caso es un texto bautismal, una pequeña catequesis sobre el
bautismo cristiano, sobre el efecto de este sacramento: nos incorpora al
misterio de Cristo, a su muerte y resurrección. Es un mensaje que se parece
mucho al de Rom 6. Dios nos da la vida en Cristo y esto se expresa en la
mediante el bautismo.
Evangelio: Lucas (11,1-13): Dios como
Padre: ¡un misterio de intimidad!
III.1. El evangelio de Lucas nos ofrece
hoy uno de los pasajes más bellos y entrañables de ese caminar con Jesús y de
la actitud del discipulado cristiano. En Lucas, el Padrenuestro se halla dentro
del marco de un catecismo sobre la oración (11, 1-13). Está dividido en cuatro
partes y abarca: la petición «¡Enséñanos a orar!», juntamente con el
Padrenuestro (11, 1-4); la parábola del amigo que viene a pedir, y que Lucas
entiende como exhortación a ser constantes en la oración (11, 5-8); una
invitación a orar (11,9s) y la imagen del padre generoso, que es una invitación
a tener confianza en que se nos va a escuchar (11,11-13). Ya sabemos que el
Padrenuestro está en Mateo (6,9-13) y que se ha tomado, en ambos casos, de la
fuente de los profetas itinerantes de Galilea que conservaron los dichos de
Jesús (fuente o evangelio Q). Pero esta catequesis de la oración, tal como la
tenemos en el conjunto, se la debemos a Lucas que es el evangelista que más ha
valorado este aspecto de la religión e identidad cristiana.
III.2. Cuando Jesús está orando, los
discípulos quieren aprender. Sienten que Jesús se transforma. Jesús, en el
evangelio de Lucas, ora muy frecuentemente. No se trata simplemente de un arma
secreta de Jesús, sino de una necesidad que tiene como hombre de estar en
contacto muy personal con Dios, con Dios como Padre. Todos conocemos cuál es la
oración de Jesús, y cómo esa oración no se la guarda para sí, sino que la
comunica a los suyos. Por lo mismo, la predicación de Jesús ha de revelar el
sentido del Padrenuestro. Este es el primer fundamento en que se basa la
explicación que se ha de dar. Sólo el que vive en el Espíritu de Jesús, quiere
decir Lucas, sabrá rezar el Padrenuestro con el espíritu de Jesús. Y sólo sabrá
rezarlo quien sepa escuchar primeramente la predicación de Jesús.
III.3. Debemos notar que el Padre es
"la oración específica del discípulo de Jesús", ya que Lucas nos dice
con claridad que los discípulos se lo han pedido y él les ha enseñado. Y los
discípulos se lo pidieron para que ellos también tuvieran una oración que los
identificara ante los demás grupos religiosos que existían. En consecuencia es
una oración destinada para aquellos que "buscaron" el Reino de Dios,
con plena entrega de vida; para aquellos que convirtieron el Reino de Dios en
el contenido exclusivo de su vida. Pues cuando Jesús nos enseña cómo y qué es
lo que hemos de orar, entonces nos está enseñando implícitamente cómo
deberíamos ser y vivir, para poder orar de esta manera.
III.4. No podemos entrar en los
pormenores exegéticos del Padrenuestro que ha logrado el consenso de muchas
lecturas distintas, diferentes, originales, extraordinarias. No es que Jesús
inventara la invocación de Dios como "Padre"… pero es quien la pone
sobre la mesa de la experiencia religiosa de su tiempo, con sentido de reto, de
cómo debemos entender a Dios y de cómo debemos relacionarnos con Él. Las
diferencias entre Mateo y Lucas inclinan la balanza a un texto más primitivo en
el caso de nuestra lectura de hoy: corta, directa, menos estructurada, pero más
intimista y radical; quizás más cercana a la experiencia de Jesús tal como se
la escucharon sus discípulos.
III.5. ¿Qué significa Padre (Abba)? No
es un nombre de tantos para designar a Dios, como ocurría en las plegarias
judías. Lo de Lucas, pues, no es más que el original arameo de la invocación de
Jesús. Y era la expresión de los niños pequeños, con la significación genuina
de "Padre querido". Así, pues, Jesús habla con Dios en una atmósfera
de intimidad verdaderamente desacostumbrada. Y enseña a sus discípulos a hacer
otro tanto. Toda la predicación de Jesús está confirmando esto mismo. Jesús,
con palabras estimulantes, alienta a que los discípulos estén persuadidos
previamente en la oración de una confianza sin límites. No se trata, pues, de
un título más, frío o calculado, sino de la primera de las actitudes de la
oración cristiana. Si no tenemos a Dios en nuestras manos, en nuestros brazos,
como un padre o una madre, tienen a su pequeño, no entenderemos para qué vale
orar a Dios.
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