“Cuídense de
toda avaricia”
En el evangelio de Lucas del domingo
pasado, los discípulos pedían al Maestro que los enseñara a orar y poner la
confianza en Dios; en este domingo de estío, cuando el descanso vacacional
necesario para retomar fuerzas y volver después a los quehaceres de siempre, la
Palabra de Dios nos hace una llamada: compartir con quienes carecen de lo
necesario. Repartir la herencia entre hermanos, es algo común; pensar solo en
uno mismo, por desgracia, más común aún.
“Hay quien trabaja con ciencia y
acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que no trabaja” (Ecl 2, 21)
Si a pesar de las cifras de las
estadísticas, ¡cuántos hay que no encuentran trabajo! no se reparten las
herencias, sino que se almacenan cosechas, se fomentan las desigualdades
sociales, -que cada vez son mayores-, y en consecuencia hay menos ricos que son
más ricos, y más pobres que les falta lo necesario para vivir. (Bauman). Propio
del seguidor de Cristo es buscar la justa distribución del trabajo.
¡No se mientan unos a otros! (Col 3, 9)
¿Y la mentira? Es signo de la no
presencia de Dios en nosotros. La Resurrección de Cristo es la verdad a la que
estamos llamados y la verdad es andar en incorruptibilidad. Cuando el ser
humano cae en cualquier clase de idolatría, bien sea humana, espiritual o
religiosa, se convierte en el hombre viejo corruptible que lleva dentro y no
deja lugar a que Cristo sea todo en todos. Fruto de esa vejez interior es
amasar fortuna pensando solo en vivir para uno mismo.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
El
sabio llama vanidad a aquello que es ilusorio y que, por lo tanto, al final
trae decepción. Su reflexión nos ayuda a discernir sobre nuestros trabajos y
fatigas. ¿Qué objetivo perseguimos con ellos? Estas palabras nos hablan de la
ambición mal encaminada, y quedan representadas con un ejemplo concreto en la
parábola que narra Jesús.
Lectura
del libro del Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23
¡Vanidad, pura vanidad!, dice el sabio
Cohélet. ¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad! Porque un hombre que ha
trabajado con sabiduría, con ciencia y eficacia, tiene que dejar su parte a
otro que no hizo ningún esfuerzo. También esto es vanidad y una grave
desgracia. ¿Qué le reporta al hombre todo su esfuerzo y todo lo que busca afanosamente
bajo el sol? Porque todos sus días son penosos, y su ocupación, un sufrimiento;
ni siquiera de noche descansa su corazón. También esto es vanidad.
Palabra de Dios.
Salmo
89, 3-6. 12-14. 17
R.
Señor, tú has sido nuestro refugio.
Tú haces que los hombres vuelvan al
polvo, con sólo decirles: “Vuelvan, seres humanos”. Porque mil años son ante
tus ojos como el día de ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche. R.
Tú los arrebatas, y son como un sueño,
como la hierba que brota de mañana: por la mañana brota y florece, y por la
tarde se seca y se marchita. R.
Enséñanos a calcular nuestros años, para
que nuestro corazón alcance la sabiduría. ¡Vuélvete, Señor! ¿Hasta cuándo...?
Ten compasión de tus servidores. R.
Sácianos en seguida con tu amor, y cantaremos
felices toda nuestra vida. Que descienda hasta nosotros la bondad del Señor;
que el Señor, nuestro Dios, haga prosperar la obra de nuestras manos. R.
II
LECTURA
Cristo
renueva nuestro ser. Nos hace hombres y mujeres nuevos, viviendo en la gracia.
Si esta gracia divina nos inunda, ya no queda lugar para el pecado.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Colosas 3, 1-5. 9-11
Hermanos: Ya que ustedes han resucitado
con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha
de Dios. Tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de
la tierra. Porque ustedes están muertos, y su vida está desde ahora oculta con
Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, que es la esperanza de ustedes, entonces
también aparecerán ustedes con él, llenos de gloria. Por lo tanto, hagan morir
en sus miembros todo lo que es terrenal: la lujuria, la impureza, la pasión
desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una forma de
idolatría. Tampoco se engañen los unos a los otros. Porque ustedes se
despojaron del hombre viejo y de sus obras y se revistieron del hombre nuevo,
aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto, renovándose constantemente
según la imagen de su Creador. Por eso, ya no hay pagano ni judío, circunciso
ni incircunciso, bárbaro ni extranjero, esclavo ni hombre libre, sino sólo
Cristo, que es todo y está en todos.
Palabra de Dios.
ALELUYA Mt 5, 3
Aleluya. Felices los que tienen alma de
pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Aleluya.
EVANGELIO
“El
mensaje de la parábola está centrado en la frase: Necio, lo que has acumulado,
¿de quién será? El pasaje nos invita a confiar en Dios, nuestro Padre. El
hombre ni siquiera puede asegurar completamente sus bienes. Por eso, su
verdadera seguridad es la de sentirse en manos de Dios.
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 12, 13-21
Uno de la multitud dijo al Señor:
“Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Jesús le respondió:
“Amigo, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?”. Después les
dijo: “Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida
de un hombre no está asegurada por sus riquezas”. Les dijo entonces una
parábola: “Había un hombre rico, cuyas tierras habían producido mucho, y se
preguntaba a sí mismo: “¿Qué voy a hacer? No tengo dónde guardar mi cosecha”.
Después pensó: “Voy a hacer esto: demoleré mis graneros, construiré otros más
grandes y amontonaré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma
mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe y date
buena vida”. Pero Dios le dijo: “Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y
para quién será lo que has amontonado?”. Esto es lo que sucede al que acumula
riquezas para sí, y no es rico a los ojos de Dios”.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
“Dile
a mi hermano que reparta conmigo la herencia” (Lc 12, 13)
En tiempos de Jesús las capas sociales
se iban separando cada vez más. Cosa no extraña para nosotros, ya en nuestra
sociedad del siglo XXI, la pobreza va en aumento a costa de concentrar riqueza
unos pocos. Resultado: menos ricos con más dinero y bienes, y más pobres, más
empobrecidos, sin los necesario para vivir.
El cristiano que sigue las pautas del
Maestro, está obligado a poner remedio a la escalada de separación
diferenciadora de las capas sociales. Los habitantes del mundo estamos
obligados a repartir la herencia de Dios Padre entre todos.
Los excluidos, los descartados (palabra
muy usada hoy en día), los marginados, los inútiles, los expulsados del ciclo
de salida de la pobreza, los invisibles a la economía y tantos otros, son
aquellos a los que les ha arrebatado su parte de herencia del mundo el
insensato rico.
La necedad del insensato, la del que
solo sabe hacer monólogos y hablar en primera persona, le lleva únicamente a
derribar almacenes y aumentar sus graneros como único fin último de su vida. No
está dentro de su óptica la parte de herencia de sus trabajadores, de los
excluidos, de los invisibles porque la palabra solidaridad, no la conoce.
Jesús en el evangelio de hoy, invita a
no vivir pensando solamente en uno mismo, actitud propia del rico. La sensatez,
la justicia, la solidaridad, y en último extremo la caridad serán razón de
felicidad para uno y para los otros. La verdadera riqueza nace de la
experiencia de Dios en cada uno.
Las riquezas endurecen el corazón y
apartan de los hermanos. Es el peligro al que estamos expuestos si no vemos en
el prójimo a Dios, “que hace salir el sol para buenos y malos” (Mt. 5, 45).
Si por ley natural la propiedad privada
es legítima, ello no obsta que sea ampliada por la razón humana en beneficio de
justicia social. El compromiso solidario de compartir es argumento de la recta
razón. Quien no es solidario tiene el corazón encallecido y su razón enturbiada
por el egoísmo devorador.
“Hay
quien trabaja con ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porción a uno que
no trabaja” (Ecl 2, 21)
El verdadero discípulo de Jesús, no
tiene que sentir vanidad ni sin sentido cuando deja parte de lo suyo para
ayudar al que no trabaja. Quien trabaja con sabiduría (amasa riqueza) y
comparte su labor con el que no tiene (que es el que amasa pobreza), vive con
la alegría de quien invierte, cambia, la desigualdad, de tal modo que su
actuación nivela la sociedad, produce bien estar y hace presente en el mundo el
Reino de Dios.
El intercambio desigual del trabajo, la
extorsión del dinero, y/o explotación del pobre por el rico (mano de obra
barata) como forma de obtener múltiples beneficios, dan como resultado la
creación de necesidades-innecesarias, -a veces inalcanzables-, que dejan
constantemente insatisfecho el corazón, del hombre hoy.
“¡No
se mientan unos a otros!” (Col 3, 9)
Pensar en servir a Dios y al dinero a la
vez (cfr. Lc. 16, 13) es contrario a la máxima evangélica, implica mentirse a
sí mismo, y los demás. Vivir solamente con valores del mundo, como la codicia,
la avaricia, las pasiones, etc., refleja no estar revestido de Cristo y por
tanto vivir mintiendo humana y espiritualmente.
Pablo en su carta a los Colosenses
elimina toda distinción. Cuando se ha resucitado con Cristo se busca agradar al
Cristo, y al prójimo, y así aspirar a los bienes del cielo, sirviéndose de los
tierra, con justicia y caridad. Eso sí que es es vivir en verdad.
La corrupción, tan corriente y normal en
nuestros días, raro es el día que no hace su presencia en el escenario del
escándalo, está fundamentada en la mentira. El corrupto solo busca agradarse a
sí mismo y, a veces por equivoco invita a sus allegados a entrar en su círculo
como treta de silenciar la mentira.
Querido lector, como cristianos que
somos, estamos llamados a cambiar nuestro mundo. La fe y la confianza en la
fuerza del evangelio, nos animan e impulsan a llevar la verdad y la alegría, de
Cristo resucitado (el incorruptible) a nuestro trabajo, familia, amigos, y a
todos en general.
Compartamos esa verdad y alegría que nos
dará como fruto es la Paz del Señor Resucitado en nuestro corazón.
ESTUDIO BÍBLICO.
La solidaridad como exigencia del Reino
de Dios
Iª
Lectura: Eclesiastés (1,1.2.23): La sabiduría de la vida
I.1. ¿Quién no conoce la célebre
reflexión del libro del Eclesiastés, el sabio llamado Qohélet, de ese
superlativo expresado en “vanidad de vanidades”? Esa es la primera lectura de
hoy. Es toda una filosofía la que está a la base de este juicio; un
escepticismo ante tantos afanes y tantas angustias. ¿Qué actitud tomar? ¿Pasar
de todo? Posturas como las de Qohélet las ha habido siempre y no son negativas
radicalmente, sino que expresan, a veces, una actitud “sabia” en la que se
intuye que debemos tomarnos la vida de otra manera: sin envidias, afanes,
comparaciones con las riquezas de los otros.
I.2. Pero eso parece una actitud
burguesa del que nada le falta. La de aquellos que no tienen para comer ni
vestir no sería exactamente así. Hay una razón más profunda por la que debemos
no afanarnos por tantas cosas, una razón más radical y humana. No se trata
simplemente de llevar una vida más cómoda y menos tensa. Por eso al juicio de
Qohélet le falta una dimensión, la que Jesús nos ofrece en la parábola
evangélica.
IIª
Lectura: Colosenses (3,1-11): Personas nuevas por el bautismo
La segunda lectura apunta de nuevo a las
claves bautismales de la vida cristiana, a lo que significa haber resucitado
con Cristo por el bautismo, y a lo que nos obliga vivir en cristiano. El
bautismo es un compromiso de vida o muerte. ¿Qué significa que nuestra vida
está escondida en Cristo? Pues que es El quien nos inspira, quien nos va
liberando de todo aquello que en la tierra nos enfrenta los unos a los otros.
El bautismo nos hace personas nuevas, porque nos situamos ante los horizontes
de lo que Jesús vivió.
Evangelio.
Lucas (12,13-21): Acumular riquezas: ¡el anti-evangelio!
III.1. El relato del evangelio de Lucas
es como la respuesta a los planteamientos de Qohélet. Efectivamente, Lucas es
un evangelista que ha marcado la diferencia en el Nuevo Testamento como juicio
de la riqueza y sus peligros para la verdadera vida cristiana. Lucas es
defensor de los pobres, aunque no de la pobreza. Jesús, el profeta, no ha
venido para ser juez de causas familiares, o empresariales, o sociales, ya que
esas leyes de herencia, de impuestos, de salarios justos, se establecen a
niveles distintos. Y no quiere ello decir que en las exigencias del Reino de
Dios se excluya la justicia, especialmente para los pobres y oprimidos.
III.2. La parábola del rico que acumula
la gran cosecha y engrandece sus graneros, en vez de distribuirlo entre los que
no tienen para comer, es toda una lección de cómo Jesús ve las cosas de esta
vida, aunque él persiga objetivos más grandes. El que acumula riquezas, pues,
no entiende nada de lo que Jesús propone al mundo. Los que siguen a Jesús,
pues, tienen que sacar, según Lucas, las conclusiones de este seguimiento. Si
no se desprenden de las riquezas, si se preocupan de amasarlas constantemente,
además de cometer injusticia con los que no tienen, se encontrarán, al final,
con las manos vacías ante Dios, porque todo su corazón estará puesto en tener
un tesoro en la tierra. No tendrán tiempo para vivir, para ser sabios… para
entregarse a los demás como se entregan a las producción de riquezas. Este
criterio de sabiduría va más allá de lo que propone el mismo Qohélet.
III.3. Con referencia a la actitud de
Qohélet, Jesús nos dice que quien se afana por las cosas de este mundo y no por
lo que Dios quiere, al final, ¿cómo podrá llenar su vida? ¿cómo se presentará
ante Dios? La acumulación de riquezas, pues, es una injusticia y la injusticia
es contraria al Reino de Dios. Por lo tanto, este evangelio es una llamada
clara a la solidaridad con los pobres y despreciados del mundo; una llamada a
compartir con los que no tienen. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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