El Señor nos conceda la paz
La mujer, lo mismo que ocupa un lugar
central y único en la historia humana (madre, esposa, hija, hermana, novia,
compañera) así está en la historia de la salvación. Una acción que a nadie se
le hubiera podido imaginar, en cuanto que ha sido en la historia de la Sagrada
Familia, absolutamente personal y exclusiva: Esta mujer es María.
Su presencia reposa sobre un acto de fe,
de confianza, de intrepidez inigualable: No es intervención tan solo biológica,
ni se reduce a la gestación; integró simultáneamente un realismo metafísico al
ofrecer naturaleza humana al mismo Dios, y una maternidad espiritual mantenida
a lo largo de los siglos de manera activa y sobrenatural a la humanidad entera.
Celebramos en este día la solemnidad de
Santa María Madre de Dios. Es la primera fiesta mariana que podemos constatar
en la Iglesia occidental. La última reforma del calendario trasladó al 1 de
enero la fiesta de la maternidad divina, que desde 1931 se celebraba el 11 de
octubre en memoria del Concilio de Éfeso (431) donde se proclama a María “Theotokos”,
la que dio a luz al Salvador, el Hijo de Dios.
Celebramos también La Jornada Mundial de
la Paz, cuyo mensaje no puede ser ignorado por los cristianos que debemos
trabajar denodadamente por la paz, amenazada en el mundo cada día con formas
más novedosas y sorprendentes.
DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.
I
LECTURA
Todos
anhelamos la paz. La jornada de hoy nos exhorta a transmitir esa paz a los
hermanos y hermanas. Desde el bautismo, participamos del carácter sacerdotal de
Jesús, y podemos interceder unos por otros. Recemos en este día esta antigua
bendición sacerdotal, para que la paz de Dios llegue a todos los corazones.
Lectura
del libro de los Números 6, 22-27
El Señor dijo a Moisés: “Habla en estos
términos a Aarón y a sus hijos: Así bendecirán a los israelitas. Ustedes les
dirán: ‘Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su
rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te
conceda la paz’. Que ellos invoquen mi nombre sobre los israelitas, y yo los
bendeciré”.
Palabra de Dios.
Salmo
66, 2-3. 5-6. 8
R.
El Señor tenga piedad y nos bendiga.
El Señor tenga piedad y nos bendiga,
haga brillar su rostro sobre nosotros, para que en la tierra se reconozca su
dominio, y su victoria, entre las naciones. R.
Que canten de alegría las naciones,
porque gobiernas a los pueblos con justicia y guías a las naciones de la
tierra. El Señor tenga piedad y nos bendiga. R.
¡Que los pueblos te den gracias, Señor;
que todos los pueblos te den gracias! Que Dios nos bendiga, y lo teman todos
los confines de la tierra. R.
II
LECTURA
Por
Jesús tenemos la condición que sustenta nuestra existencia: somos hijos e
hijas. Ante Dios no estamos en un tribunal sino en una mesa familiar. Con la
confianza y la inocencia de los niños podemos llamar a Dios: Abbá, Papá.
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Galacia 4, 4-7
Hermanos: Cuando se cumplió el tiempo
establecido, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto a la ley, para
redimir a los que estaban sometidos a la ley y hacernos hijos adoptivos. Y la
prueba de que ustedes son hijos, es que Dios infundió en nuestros corazones el
Espíritu de su Hijo, que clama a Dios llamándolo: ¡Abbá!, es decir: ¡Padre!
Así, ya no eres más esclavo, sino hijo, y por lo tanto, heredero por la gracia
de Dios.
Palabra de Dios.
ALELUYA Heb 1, 1-2
Aleluya. Después de haber hablado a
nuestros padres por medio de los profetas, en este tiempo final, Dios nos habló
por medio de su Hijo. Aleluya.
EVANGELIO
“Meditar en el corazón” muestra la actitud de
profunda interioridad. Es lo opuesto al tratamiento superficial de las cosas.
María vivió las cosas de Dios intensamente. Tanto los acontecimientos como las
palabras de Dios se le grababan bien hondo. En este año que se inicia pidamos a
María esa actitud sabia y contemplativa para descubrir a Dios en nuestra vida
cotidiana.
✜ Evangelio
de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 16-21
Los pastores fueron rápidamente adonde
les había dicho el ángel del Señor, y encontraron a María, a José y al recién
nacido acostado en un pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir
sobre este niño, y todos los que los escuchaban, quedaron admirados de lo que
decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las
meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a
Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían
recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le
puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el ángel antes de su
concepción.
Palabra del Señor.
MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.
El
Señor nos conceda la paz.
La fórmula de bendición que Moisés dicta
a Aarón, recogida en el texto litúrgico debe ser considerada como una fórmula
litúrgica, razón por la que Dios se la inspira a Moisés y éste a Aarón, para
darle relevancia y solemnidad.
Buscar el rostro de Dios, el que Moisés
no podía mirar, se convierte así en fórmula teológica de un Dios salvador y
misericordioso, protector de Israel y dador de la paz. Aquella paz que el
pueblo podía desear como ninguna otra cosa, sigue siendo el don maravilloso
para el mundo entero.
Se pide a Dios el don de la paz. En las
lenguas semitas (shalom-paz) indica una dimensión elemental de la vida humana,
sin la cual ésta pierde gran parte de su sentido, si no todo: Indica “lo
completo, íntegro, cabal, sano, terminado, acabado, colmado”; implica todo
aquello que hace posible una vida sana, armónica y ayuda al pleno desarrollo
humano. En el Nuevo Testamento, efectivamente sigue siendo un “don mesiánico”,
fundamentado sobre la justicia y la fraternidad. Un don que viene de lo alto,
con todo lo que esto significa.
Dios
envió a su Hijo al mundo nacido de una mujer para salvar al mundo.
La carta a los Gálatas de Pablo resume
su opción por la salvación del mundo por Jesucristo en contra de la ley. Es
punto de partida teológico de su mensaje y predicación. El Salvador, el
liberador “ha nacido de mujer”, es un hombre como nosotros en el sentido más
determinante; se ha dicho que es la Navidad del apóstol, dentro de su brevedad.
En la plenitud de los tiempos... un
hombre (porque es nacido de mujer) nacido en Israel (bajo la ley) va a abrir
las puertas de la gracia y la salvación a toda la humanidad. Para nosotros
constituye la gran novedad de la revelación: Un Mesías universal, no
restringido al pueblo elegido en la antigua alianza, Todos los hombres,
(habiendo nacido fuera de Israel), serán llamados a beneficiarse de las
promesas hechas a Abrahan y su descendencia.
Le
pusieron por nombre Jesús, que significa Salvador
Al hablar de la maternidad divina de
María, la Escritura pone de relieve dos elementos o momentos fundamentales, que
corresponden a los que también la común experiencia humana considera esenciales
para que se tenga una verdadera y plena maternidad: Concebir y parir o dar a
luz. “Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo”(Lucas, 1, 31) “Una
virgen concebirá y dará a luz un hijo. Isaías 7,14) En María se dieron ambas
circunstancias.
¡Madre de Dios! Es un título que expresa
uno de los misterios y una de las paradojas más altas del cristianismo para la
razón. Un título que ha llenado de asombro a la liturgia, y a la vez el más
antiguo e importante título dogmático de la Virgen (Éfeso, 431).
La maternidad constituye el fundamento
de toda la grandeza de María; es el principio mismo de la mariología en cuanto
que Dios está directamente implicado en tal maternidad. Curiosamente es también
un título ecuménico, -al ser al menos en línea de principio- compartido y
acogido indistintamente por todas las confesiones cristianas.
En la proclamación solemne de María como
Madre de Dios se pueden distinguir tres grandes fases:
a.- Una maternidad física. Durante el
comienzo y periodo dominado por los herejes gnósticos y docetas tal maternidad
viene solo a ser casi de orden físico. Era necesario afirmar con fuerza que
Jesús era hijo de María, y “fruto de su seno” y que era “verdadera y natural”
Madre de Jesús. Es afirmación que lleva a demostrar la verdadera humanidad de
Jesús.= Madre de Dios. (Theotokos). María ofreció a Jesús la naturaleza humana.
b.- Maternidad metafísica. En el siglo
V, época de las grandes controversias cristológicas. No se reflexiona acerca de
la doble naturaleza de Jesús sino sobre la unidad de su persona: Es la única
persona del Verbo hecho hombre la que alumbró María. Dado que esta única
persona es la persona divina del Hijo, en consecuencia ella aparece como
verdadera Madre de Dios. (Definición contra Nestorio, en Éfeso).
c.- Maternidad espiritual. Contemplada
en la fe, la maternidad de María es contemplada también como una maternidad
espiritual, que hace de María la primera y más hija de Dios, la primera y más
dócil discípula de Cristo. Para Eva constituía ciertamente un privilegio único
ser la madre de todos los vivientes; pero como no tuvo fe no fue bienaventurada
sino desventurada.
El concilio Vaticano, Const. Dog. Lumen
gentium (nums 61-62): “La Santísima Virgen desde toda la eternidad fue
predestinada como Madre de Dios, al mismo tiempo que la encarnación del Verbo,
y por disposición de la divina providencia fue en la tierra la madre excelsa
del divino Redentor y, de forma singular la generosa colaboradora entre todas
las criatura... cooperó de forma única a la obra del Salvador, por su
obediencia, su fe, su esperanza y su ardiente caridad... Por todo ello es
nuestra madre en el orden de la gracia.”
Conclusión: Nosotros no podemos imitar a
María en el concebir a Cristo en su cuerpo; podemos sin embargo y debemos
imitarla en concebir en el corazón, esto es, en el crecer. Es lo que somos
invitados al proclamar el Credo de nuestra fe. (R. Cantalamessa).
ESTUDIO BÍBLICO.
La solemnidad de Santa María Madre de
Dios es la primera fiesta mariana que podemos constatar en la Iglesia
occidental. Probablemente, la fiesta remplazaba la costumbre pagana de las «strenae»
(estrenas, dádivas), bien distinta del sentido de las celebraciones cristianas.
El «Natale Sanctae Mariae» comenzó a celebrarse en Roma hacia el siglo VI,
probablemente junto con la dedicación de una de las primeras iglesias marianas
de Roma, esto es, Santa María Antigua, en el Foro Romano. La última reforma del
calendario trasladó al 1 de enero la fiesta de la maternidad divina, que desde
1931 se celebraba el 11 de octubre en memoria del Concilio de Efeso (431),
donde se proclama a María “Theotokos”, la que dio a luz al Salvador, el Hijo de
Dios.
Celebramos también la Jornada mundial de
la Paz (XXVIII), ya que al comenzar el año siempre se celebra esta jornada de
la paz, cuyo mensaje no puede ser ignorado por los cristianos que deben
trabajar denodadamente por la paz amenazada en el mundo.
Iª
Lectura: Números (6,22-27): El Señor nos conceda la paz
I.1. Esta fórmula de bendición que
Moisés, en el texto, dicta a Aarón debe ser considerada como lo que es, una
fórmula litúrgica. Esa es la razón por la que Yahvé se la inspira a Moisés y
éste a Aarón, para darle toda la relevancia y solemnidad necesarias. Sabemos
que en ella podemos rastrear expresiones de otros textos bíblicos, de salmos
especialmente (cf 121,7-8; 4,7; 31,17; 122,6). Tres veces se repite el nombre
de Dios, de Yahvé. Y se pide la bendición que guarde al pueblo, que ilumine con
su rostro. Hay toda una teología bíblica del “rostro de Dios” que ha influido
mucho en la espiritualidad y en la verdadera actitud cristiana del seguimiento.
Buscar el rostro de Dios, el que Moisés no podía mirar, se convierte así en la
fórmula teológica de un Dios salvador y misericordioso, protector de Israel y
dador de la paz. La paz que era lo que el pueblo podía desear más que otra
cosa, sigue siendo el don maravilloso para el mundo.
I.2. Pero el texto que se ha escogido
del libro de los Números, está orientado, hoy especialmente, sobre la bendición
que se pide a Dios. Esa bendición es la paz. En las lenguas semitas, con la
raíz shlm —de donde deriva shalom-paz— se indica una dimensión elemental de la
vida humana, sin la cual ésta pierde gran parte de su sentido, si no todo. Con
la palabra paz se indica “lo completo, íntegro, cabal, sano, terminado,
acabado, colmado”. La paz, así entendida, designa todo aquello que hace posible
una vida sana armónica y ayuda al pleno desarrollo humano. En los textos, sin
embargo, no aparece siempre con este significado tan denso. De ahí viene la
palabra griega eirênê. Desde luego, desde el punto de vista bíblico, la paz, e
incluso la “pax” como término latino, no es solamente el orden establecido. Es
un don mesiánico, implica necesariamente ausencia de guerra. Pero es, sobre
todo, un estado de justicia y fraternidad. En el Nuevo Testamento el término
eirênê aparece acompañado también de otros sustantivos con los que se coordina
y complementa. De la mano de eirênê van amor y alegría (Gal 5,22); gloria y
honor (Rom 2,20); vida (Rom 8,6); honradez y paz (Rom 14,17); alegría (Rom
15,13); amor (2 Col 13,11; Ef 6,23); misericordia (Gal 6,16); favor/gracia y
misericordia (1Tim 1,2; 2Tim 1,2; 2Pe 1,2; Jn 3); rectitud, fe y amor (2Tim
2,22). Eirênê se muestra de este modo como el ámbito propio para el desarrollo
de una vida en plenitud, donde no puede admitirse ni la violencia
político-social, ni la violencia económica del mundo (de la globalización
inhumana). Efectivamente sigue siendo un “don mesiánico”, fundamentado sobre la
justicia y la fraternidad. Es un don que viene de lo alto, con todo lo que esto
significa.
IIª
Lectura: Gálatas (4,4-7): La plenitud de los tiempos trae la libertad
II.1. La carta a los Gálatas es
paradigma de la opción apostólica de Pablo por la salvación de Jesucristo, en
contra de la ley. Y este texto de hoy es un “axioma” teológico de su mensaje y
de su predicación. El salvador, el liberador, “ha nacido de mujer”, es un
hombre como nosotros en el sentido más determinante. Se ha dicho que esta es la
“navidad” de Pablo. No deja de ser curiosa, por escueta. Pero la verdad es que
nos encontramos ante un texto paradigmático por su afirmación teológica. Nada
de esto tiene desperdicio. Todo está medido y tasado en el planteamiento que
viene haciendo el apóstol sobre los que han de pertenecer al pueblo de Dios y
de las promesas. Es decir, todos los hombres que habiendo nacido fuera de
Israel, serán llamados a beneficiarse de las promesas hechas a Abrahán. Por eso
se habla de la “plenitud de los tiempos” (tò plêrôma tou jronou); y entonces un
hombre (porque es nacido de mujer), nacido en Israel (bajo la Ley), va abrir
las puertas de la gracia y la salvación a toda la humanidad.
II.2. No podríamos hablar de un texto
mariológico en el sentido estricto del término. De hecho, Pablo es más bien
cristológico. Pero no hay verdadera cristología sin la historia real de Jesús
de Nazaret (al que no conoció Pablo), un judío, como él. Un judío que habría de
enfrentarse, en nombre de Dios, a la manipulación de le ley, para hacer posible
que el verdadero proyecto de Dios se realizara plenamente. Para “rescatar a los
que estaban bajo la ley”: he aquí el objetivo de la encarnación y el sentido de
la navidad para Pablo. Es algo que se respira en toda la carta. Y muy
especialmente en este texto donde inmediatamente antes describe el tiempo
anterior a Cristo como un estar sometidos a un “pedagogo” (la ley), porque no
quedaba más remedio. Pero Dios, como Padre, tiene prevista otra cosa bien
diferente para sus hijos.
Evangelio:
Lucas (2,15-21): Y encontraron al Salvador del pueblo
III.1. Hoy se nos propone la
continuación del relato del nacimiento de Jesús, que se leyó la noche de
Navidad, que se compone de tres partes (1ª vv.1-6; 2ª vv. 7-14; 3ª vv. 15-21).
Nos permitimos señalar que esta tercera parte del relato de Lucas tiene un
cierto sentido por sí mismo, en cuanto muestra la respuesta humana al momento
anterior que es todo él mítico, revelador, divino, angelical y extraordinario.
Los pastores ¿qué harán?, ¿buscarán al Salvador?, ¿dónde?, ¿es suficiente el
signo que se les ha dado? ¡Desde luego que sí!, lo buscarán y lo encontrarán.
Pero lo buscarán y lo encontrarán con el instinto de los sencillos, de los que
no se obsesionan con grandezas; diríamos que lo encontrarán, más bien, por
instinto profético. El narrador no deja lugar a dudas, porque quiere
precisamente mostrar la respuesta humana al anuncio celeste. Los pastores se
dicen entre ellos algo muy importante: «lo que nos ha revelado el Señor”. Y se
van derechos a Belén, ¿a Belén?, ¿era esa acaso la ciudad de David? Sí; lo fue,
pero ya no lo era de hecho, porque Jerusalén había ganado la partida. Pero como
por medio está el anuncio del Señor, recuperan el sentido genuino de las cosas.
Y van a Belén, de donde procedía David, para “ver” al Mesías verdadero. Es
verdad, todo es demasiado ajustado al proyecto teológico de Lucas, que quiere
poner de manifiesto el designio salvador de Dios.
III.2. Los pastores, al llegar,
encontraron el “signo”, aunque algo distinto: encontraron a sus padres, de lo
que no había hablado la voz celeste. Podría pensarse o podrían pensar que
encontrarían un niño abandonado, pero no; están sus padres con él. Y ya no se
mencionan los “pañales”, sino el niño acostado en un pesebre. Lo más curioso de
todo esto es que los pastores son los que vienen a interpretar el hecho a todos
los que lo escuchan. Son como los intérpretes del mensaje que han recibido del
cielo. No podemos menos de considerar que la escena es muy formal desde el
punto de vista narrativo. ¿Por qué? Porque Lucas quiere que sean precisamente
estos pastores, de fama canallesca en aquellos ambientes religiosos, los que
anuncien la alegría del cielo a todo el pueblo. Eso es lo que se dijo en el v.
10 y el encargo que se les encomienda: tienen que aceptar el “signo” e
interpretarlo para todo el pueblo. ¿Serán capaces? Si no hubieran sido los
pastores, probablemente la alegría le habría sido birlada al pueblo sencillo.
Pero los pastores, en este caso, son garantía de la inculturación del mensaje
divino en el pueblo sencillo.
III.3. ¡Hasta María se asombra de esta
noticia!, como si ella no supiera nada, después de lo que le había “anunciado”
(que no confidenciado) Gabriel. No obstante, Lucas quiere ser solidario hasta
el final. María también es del pueblo sencillo que, de unos extraños pastores,
sabe recibir noticias de parte de Dios. Y las guarda en su corazón. Dios tiene
sus propios caminos y de ahora en adelante veremos a María “acogiendo” todo lo
que se dice de su hijo (como en el caso de Simeón y Ana) y lo que le dice su
mismo hijo al dedicarse a las cosas que tiene que hacer y anunciar, desde el
momento de la escena de Jerusalén en el templo. Dios está escondido en este
“niño” y los pastores lo reconocen y alaban a Dios. ¡Quién iba a decirlo!.
III.4. El relato termina con el v. 21
donde lo más importante y decisivo es poner el nombre del niño; la circuncisión
pasa a segundo plano. Un nombre que no es cualquier cosa, aunque no sea un
nombre original, ya que el de Jesús es bien conocido (es versión griega del
hebreo Josué). Pero como en la Biblia los nombres significan mucho, entonces el
que se le ponga el nombre que se le había anunciado, y no el que María elige,
quiere decir que acepta, más si cabe, que este niño, este su hijo, ha de ser el
Salvador del pueblo que anhela la salvación y que los poderosos le han negado.
Es verdad que no se dice explícitamente que María le puso ese nombre, aunque
así aparece en la Anunciación. Sabemos que el nombre se lo ponen sus padres
(aunque el esposo de María también queda en segundo término en el relato, como
la circuncisión). Incluso podíamos inferir que es todo el pueblo el que se
encarga de aceptar este nombre revelado que significa: Dios es mi salvador o
Yahvé salva. Es una “comunidad” la que reconoce en el nombre todo lo que Dios
le regala. Por tanto, en su nombre está escrito su futuro: ser el Salvador de
los hombres. Por eso María guardaba todas estas cosas en su corazón. (Fray
Miguel de Burgos Núñez, O. P.).
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