lunes, 25 de diciembre de 2017

NAVIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

ENCUENTRO A MEDIANOCHE



“Les anuncio una buena noticia; una gran alegría”

Culmina el tiempo de Adviento. Atrás quedan las expresiones de preparad, allanad, velad… En este día ha resonado con fuerza el cántico de Zacarías (Lc 1,67-79), fruto de una experiencia de silencio y contemplación. Podríamos poner nuestros cánticos de creyentes junto a este, y mostrar nuestro conocimiento de la obra de Dios en este mundo en el que vivimos, entre las gentes con las que hacemos vida, y nos llevarían directamente al misterio de ternura que encierra esta noche. Una noche que está llena de luz, y por eso le añadimos “buena”. La noche la concebimos como algo oscuro y lleno de inseguridades. Esta noche, por el contrario, nace para todos la Luz y se expande como paz y armonía, justicia y bien común por todo el universo mostrándonos que la noche es tiempo de salvación. El lenguaje y el sentimiento de esta noche divino-humana no puede ser otro que ternura, porque en Navidad descubrimos la infinita grandeza del amor.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

¿Cómo camina nuestro pueblo? ¿Qué oscuridades lo cubren, qué opresiones pesan sobre él? Renovemos hoy el compromiso de caminar con nuestro pueblo, anunciando en nuestro contexto histórico y geográfico concreto, la Buena Noticia del Salvador.

Lectura del libro de Isaías 9, 1-6

El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz; sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz. Tú has multiplicado la alegría, has acrecentado el gozo; ellos se regocijan en tu presencia, como se goza en la cosecha, como cuando reina la alegría por el reparto del botín. Porque el yugo que pesaba sobre él, la barra sobre su espalda y el palo de su carcelero, todo eso lo has destrozado como en el día de Madián. Porque las botas usadas en la refriega y las túnicas manchadas de sangre, serán presa de las llamas, pasto del fuego. Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. La soberanía reposa sobre sus hombros y se le da por nombre: “Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, príncipe de la paz”. Su soberanía será grande, y habrá una paz sin fin para el trono de David y para su reino; él lo establecerá y lo sostendrá por el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre. El celo del Señor de los ejércitos hará todo esto.
Palabra de Dios.

Salmo 95, 1-3. 11-13

R. Hoy nos ha nacido un salvador: el Mesías, el Señor.

Canten al Señor un canto nuevo, cante al Señor toda la tierra; canten al Señor, bendigan su nombre. R.

Día tras día, proclamen su victoria, anuncien su gloria entre las naciones, y sus maravillas entre los pueblos. R.

Alégrese el cielo y exulte la tierra, resuene el mar y todo lo que hay en él; regocíjese el campo con todos sus frutos, griten de gozo los árboles del bosque. R.

Griten de gozo delante del Señor, porque él viene a gobernar la tierra: él gobernará al mundo con justicia, y a los pueblos con su verdad. R.

II LECTURA

Jesucristo ha venido para formar un pueblo “lleno de celo” en la práctica del bien. Es decir un pueblo fervoroso, que se apasiona por el Evangelio, que siente que su corazón se enciende ante la presencia de Dios, y quiere contagiar ese fuego a todos.


Lectura de la carta del apóstol san Pablo a Tito 2, 11-14

La gracia de Dios, que es fuente de salvación para todos los hombres, se ha manifestado. Ella nos enseña a rechazar la impiedad y los deseos mundanos, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y salvador, Cristo Jesús. Él se entregó por nosotros, a fin de librarnos de toda iniquidad, purificarnos y crear para sí un pueblo elegido y lleno de celo en la práctica del bien.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Lc 2, 10-11

Aleluya. Les traigo una buena noticia, una gran alegría: hoy les ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

“Viniendo a Belén, el pueblito de Cristo, ¿Con qué palabras, con qué expresiones podremos describir el pesebre del Salvador? Mejor será venerarlo en silencio que ensalzarlo con un pobre discurso. Aquí, en este pequeño agujero de la tierra, nació el Creador de los Cielos. Aquí fue envuelto en pañales, aquí fue contemplado por los pastores, aquí lo señaló la estrella, aquí fue adorado por los magos. ¿Dónde están los artesonados de oro? Todo es aquí rusticidad. Volvamos al pesebre; aquí cantaremos continuamente, aquí oraremos y diremos: He hallado al que buscaba mi alma” (Santa Paula, carta 46).

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 1-14

Apareció un decreto del emperador Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a inscribirse a su ciudad de origen. José, que pertenecía a la familia de David, salió de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada. Mientras se encontraban en Belén, le llegó el tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque donde se alojaban no había lugar para ellos. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran temor, pero el ángel les dijo: “No teman, porque les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Y junto con el ángel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres amados por él!”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Una paz sin límites

El profeta Isaías, en esta noche, nos trae las palabras que los galileos conocían mejor que nadie ya que hablan de su despreciada comarca. Pero son unas palabras proféticas que nos indican que el Mesías sería descendiente de la dinastía de David y, por tanto, además de tener las virtudes de sus antecesores, traería la paz. La paz que anuncia el profeta es una paz activa y sin límites de amor entre los hombres, en la que pueda asentarse un nuevo orden. Ese era el gran sueño de todos los profetas que anunciaban un príncipe de la paz. Pero no se nos habla de una paz aburrida y cobarde, no. Se trata de una paz luchadora que tiene como objetivo la justicia y el derecho. Porque para el profeta justicia y derecho son necesarios como disciplina para una situación donde prima la injusta, en la que los pobres y oprimidos no son tenidos en cuenta. Esta es la misión de ese príncipe de la paz: derrochar esa fuente de alegría que convierte todo lo oscuro en luz, cuyo efecto es una paz que no conoce fronteras.

La gracia de la salvación

San Pablo, en la segunda lectura de esta noche, nos muestra cómo hemos sido salvados por la gracia de Dios que se ha manifestado en la encarnación de Jesucristo. Él -Jesucristo- nos conforma consigo mismo y nos hace partícipes de la grandeza que encierra su misterio. Plasma nuestra imagen de Dios y la sitúa hacia su original sentido, es decir, el amor. Con la Encarnación todos y cada uno de nosotros hemos sido liberados de la ley para el amor auténtico, y hemos sido liberados del sufrimiento y de la muerte para adquirir una vida nueva de gracia y salvación, en Dios.

Apareció la ternura

El Evangelio de esta noche nos muestra con claridad lo que celebramos, es decir, que el amor de Dios se vuelve tan abrumador, tan evidente, tan claro… que haría falta estar ciego para no darse cuenta. La humildad, así como las circunstancias materiales de donde ocurren los hechos, nos muestran que es Dios mismo el que ha querido que se desarrollen así. Pero todo ello queda impregnado de un ambiente de luminosidad, que brota desde la alegría que todos manifiestan. Una alegría que es el motivo que hace cantar al coro celestial glorificando y alabando a Dios, y que los pastores adoren al Salvador, Mesías y Señor.

Y es que esta noche celebramos que Dios deja la grandeza de su gloria para hacerse niño. La Palabra, sí, esa que existía desde el principio, se acurruca en el pesebre para estar cerca de nosotros y para decirnos que la humanidad tiene futuro, y que ese futuro es la felicidad. Este sí que es un motivo de alegría y para nada es superfluo: un Dios hermano, comprensible, alcanzable; un hermoso tipo de Dios que la humanidad jamás hubiera podido percibir, si Él mismo no nos lo hubiera mostrado. El misterio que encierra esta noche es que descubrimos que Dios nos ama y que es algo recíproco; pero también descubrimos la grandeza de cómo podemos amarnos unos a otros. Vivir desde la alegría sincera el misterio de la Nochebuena, nos quita nuestras ficticias categorías y, por lo mismo, nos junta a los demás redescubriendo la mayor alegría que puede haber: la fraternidad. Si esta noche contemplamos y celebramos que Dios se ha hecho hombre, ser hombre-mujer es la cosa más grande que se puede ser.

Por tanto, esta noche, que es muy propensa a ello, no nos refugiemos en la nostalgia, ni miremos hacia atrás. Contemplemos el presente y descubriremos que a nuestro lado hay gente que nos ama y que necesita de nuestro amor. Si lo hacemos así el amor de Dios, que se manifiesta en el pesebre, no será inútil porque habremos gritado al universo entero que, en nuestros corazones, anida la ternura de la Navidad.

ESTUDIO BÍBLICO.

Iª Lectura: Isaías (9,1-3.5-6): Siempre brillará una gran luz

I.1. El poema de Isaías sobrecoge por su hermosura, por su descaro para proponer lo que no se toca con las manos, pero que siempre se sueña. Lo profetas siempre son utópicos, pero realistas cuando es necesario. Como canto de esperanza y de gozo, es una exhortación a la alegría. Atrás quedan muchas cosas de la historia de un pueblo: guerras y opresiones, deslealtad y búsqueda de “dioses” que no tienen ojos, ni corazón. Hay, pues, un horizonte de luz para el pueblo. La luz, por tanto, se convierte en el signo de este poema. La luz trae la vida, la salvación, y por eso, hasta la noche es hermosa, cuando en ella “hay luz”.

I.2. La luz es, por otra parte, el signo de la gran liberación que el profeta propone al pueblo en nombre de Dios. Liberación que habla de la utopía de la justicia; y con la justicia la paz, shalom, esa palabra clave de la Biblia y de todo corazón humano. La paz nunca se puede dar sin justicia. Bien es verdad que es algo más que el “orden”: es un bien “mesiánico” con todas las de la ley. La tiranía del opresor, su vara, las botas del soldado y el manto manchado de sangre han sido destruidos. La luz siempre evoca la acción creadora y salvadora de Dios. No olvidemos que a muchos esclavos del pueblo les habían sacados los ojos… para no ver; así habían caminado a un destierro.

I.3. ¿Quién trae todo esto? “un niño”. El profeta, desde luego, no piensa en el niño de Belén. Nosotros, sin embargo, solamente podemos leer este poema desde Belén. Es uno de los privilegios de la hermenéutica cristiana. Tenemos todo el derecho a ello, porque podemos ir más allá del poema y de las circunstancias históricas (probablemente se refería al niño que sería después el rey Ezequías). La utopía se realiza en la historia concreta, humana, entrañable: un niño, un hijo, uno de nosotros es quien puede traer todo esto. Probablemente se ha podido inspirar el profeta en poemas de “entronización”... pero es un canto a la justicia y a la paz. Y esto en la tierra no se hace presente si Dios no interviene y nosotros le dejamos intervenir: eso es Navidad.

IIª Lectura: Tito (2,11-14): Se ha hecho presente la gracia de Dios

II.1. En la noche de Navidad, esta especie de confesión de fe primitiva, recogida en el texto de la carta a Tito, evoca la grandeza del misterio de esta noche santa. El texto, que viene después de una exhortación a los esclavos, habla de una epifanía (epiphanía), así comienza; y a continuación se desgranan una serie de expresiones llenas de sentido: la gracia (charis) de la salvación (sôtería) de Dios “para todos” (pasin) los hombres. El pensar que la salvación de Dios es para todos los hombres, para la humanidad, es muy importante. Porque Dios se ha hecho hombre por todos. Esto conviene resaltarlo a todos los efectos, porque en el corazón humano es donde debe reinar esa gracia de la salvación de Dios. Por tanto, todos los hombres, esclavos o libres, estamos llamados a ser nosotros mismos en Cristo nuestro salvador.

II.2. Todo esto recuerda el hecho de una liberación que el pueblo de Israel ha sentido en sus carnes (cf Dt 14,2). Ahora acontece algo semejante, o mejor, mucho más grandioso: ¿por nada? (Desde luego que no!, Nadie puede ver a Dios, ni a su salvador Jesucristo, viviendo en la impiedad y en la injusticia (asebeia - adikía). No es es simplemente por el pago de una vida ética y moral, como en cierta forma se puede leer el texto. Es algo que va mucho más allá de la vida del mundo, de los criterios del mundo y de la impiedad del mundo. Se trata de tener una experiencia nueva del Dios que tiene un proyecto absoluto: la salvación de todos los hombres. Y esto comenzó a ser realidad en la “encarnación”. Todo esto se escribe con la mano de Dios. Y la historia “nueva” de la humanidad no puede escribirse sin el Dios salvador.

Evangelio: Lucas (2,1-14): Cur Deus homo? ¿Por qué Dios está entre nosotros?

III.1. Henos aquí ante el gran texto de la noche de Navidad. La Navidad de Occidente se ha expresado siempre en la “noche” por este relato primoroso; hemos de reconocerlo. El mundo no celebraría la Navidad sin esta narración, aunque sea en esa noche que antes del cristianismo era divino-pagana (era la celebración del solsticio de invierno y la fiesta del “sol invicto”) y ahora es divino-humana. Lucas, su creador, se ha cubierto de gloria como escritor y como teólogo, quizá no tanto como historiador. Hay muchas maneras de leer e interpretar el conjunto, que en realidad debería contemplar los vv. 1-21, pero la última parte se reserva para otro día del tiempo de Navidad, o para la misa de la aurora, donde se celebre. El conjunto narra e “interpreta” lo que significa el nacimiento de Jesús, el Salvador, el Mesías y el Señor en la “ciudad de David”. Los tres títulos que llenan de contenido el anuncio del cielo. Habría que decir muchas cosas desde el punto de vista exégetico y narrativo. Pero nos vamos a reducir a lo más esencial.

III.2. El evangelio de esta noche está planteado en dos momentos. En el primero (vv.1-5) se muestra la autoridad del “César”, dueño del imperio, del mundo de entonces. Un “dogma”, un decreto suyo, moviliza a los oprimidos y esclavos de su autoridad y de su poder. Si analizamos lo que de histórico hay en todo esto, quizás no podamos aceptar cada uno de los pormenores de este relato. Pero entre esos “sometidos” estaban los padres de Jesús que tienen que “ponerse en camino”, que es una constante del evangelio de Lucas. Jesús antes de nacer ya está caminando, como cuando su madre va a visitar a Isabel. La elección de todo esto por parte de Lucas puede responder a la historia, pero sería lo menos importante el probarlo. Lo que verdaderamente nos debe llamar la atención es cómo el “dios” del mundo (Augusto era considerado divino, un dios) quiere “censar”, controlar, someter, hacer pagar tributo a todos los habitantes del mundo (oikumene). Y es eso lo que pretende Lucas que se considere como causa de un acontecimiento de gracia y salvación: la visita de Dios a los que no tienen derecho y libertad y, por lo mismo, al mundo entero, en contrarréplica al decreto y a la autoridad del “dios” de Roma (Augusto) que ha construido un imperio sobre la esclavitud y la injusticia.

III.3. El segundo momento (vv. 6-14) quiere presentarnos al Dios de verdad, según Lucas. Las cosas van a ser bien distintas a todos los efectos: un grupo de pastores se van a convertir en “los emisarios” de la voz y el proyecto de Dios, lo que es verdaderamente extraño. Estos no tienen la autoridad de Quirino para llevar a cabo su cometido. Tampoco hay un “decreto”, un “dogma”, como en la primera parte, sino una “voz” celeste, la del ángel del Señor y la gloria (kabod) que los envuelve. Todo es demasiado irreal por el contraste que se representa. Se podía haber elegido unos emisarios más dignos del testimonio que habían de dar. La intencionalidad, pues, es kerygmática, se dice; proclama que Dios, cuando parece que todo está perdido para los sin ley, sin derecho y sin nombre, tiene una palabra que decir y visita a los suyos. Cuando María no encuentra “acogida” para dar a luz, el cielo muestra que nada hay imposible para Dios. El Salvador, el Mesías y el Señor ni siquiera tiene sitio en la “ciudad de David”. Cualquier letrado hubiera interpretado que la ciudad de David era Jerusalén, pero los ignorantes pastores aciertan con la otra ciudad de David, la verdadera, la primitiva, la que había perdido su rango y su historia. En el caso de la tradición primitiva recogida por Lucas es Belén, pero nosotros tenemos derecho a interpretar que Belén es más una ciudad teológica que histórica.

III.4. Desde el cielo se les da un “signo” (sêmeion): “un niño envuelto en pañales y acunado en un pesebre (phatnê)” ¡Vaya signo! ¿Existe relación entre los títulos de quien ha nacido: Salvador (sôter), Mesías (christos) y Señor (kyrios) con este signo? ¡Desde luego que sí! Pero solo para quien tiene el alma y la conciencia de los pastores y los marginados, de los “sin poder”. Pues he aquí lo extraordinario y la grandeza de la noche de Navidad: se trata de signos muy humanos que hacen posible hablar de una noche divino-humana, como ya hemos apuntado. Nadie reconocería a un personaje de tales títulos en un niño empañado, que es lo primero que hace una madre cuando da a luz a su hijo. Para unos ignorantes y pendencieros pastores era muy poco para reconocer al Salvador y Señor. Y sin embargo no se equivocaron; lo humano es verdaderamente reconocible. La historia que comenzó desde la tiranía de un decreto, la convierte Dios, por obra y gracia de su decisión salvífica, en una historia de liberación y de amor. Dios, pues, está entre nosotros porque quiere divinizarnos a todos, humanizándonos. ¿Cómo? El himno de los ángeles, como colofón, lo deja claro: con el don de la paz que Dios entrega a los que ama; los que son objeto de su benevolencia. Efectivamente, navidad se escribe con la mano del Dios vivo y verdadero que sale a nuestro encuentro. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



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